Un pueblo de alianza

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Un pueblo de alianza
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José María Pardo

Con la presentación de Mons. Ramón A. Dus Arzobispo de Resistencia

UN PUEBLO DE ALIANZA

Las Comunidades Carismáticas en la Iglesia Católica y en la Renovación Carismática


Pardo, José María

Un pueblo de alianza: las comunidades carismáticas de alianza en la Iglesia Católica y en la renovación carismática / José María Pardo; contribuciones de Érica Andrea Acosta; prefacio de Ramón Dus; Érica Andrea Acosta. - 1a ed. - Resistencia: Madre del Buen Consejo, 2016.

96 p. ; 14 x 20 cm.

ISBN 978-987-46219-1-7

1. Iglesias Católica. 2. Espírito Santo. 3. Espiritualidad Cristiana. I. Acosta, Érica Andrea, colab. II. Dus, Ramón, pref. III. Acosta, Érica Andrea, pref. IV. Título.

CDD 230

Fecha de catalogación: 13/06/2016

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright, del autor y/o del editor.

Diseño de tapa: Comunidad de Alianza Ministerio Vida en la Roca

Correcciones: Érica Andrea Acosta

© Ediciones Madre del Buen Consejo

Comunidad Carismática de Alianza Ministerio Vida en la Roca

PRESENTACIÓN

Alianza: Dios en relación

La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios quiso darse en conocer a través de un diálogo de amistad con el ser humano que habita su creación. Las sagradas Escrituras testimonian que esa comunicación dialógica quedó expresada en sucesivas formas literarias de pactos o de alianzas interpersonales. Ellas evidencian que la relación entablada tiene como fundamento un compromiso de comunión que involucra libremente a las partes. Estas, a veces sin una explícita expresión verbal, signan un vínculo que implica intencionalmente a los contrayentes. Si bien los elementos de un pacto, como son el juramento, las clausulas, las promesas y los ritos, lo ponen de manifiesto, sin embargo, es ese vínculo el que define la característica propia de una alianza y, el que constituye una relación que exige y desafía actitudes recíprocas de unidad y de paz.

1. Alianza, gracia incondicional

La alianza es el modo que el Señor expresó su cercanía y su comunión con los que llamó a una relación con él, y también por ella se comprendió la gratuidad de la iniciativa divina. En el camino histórico de la revelación, la primera alianza se realiza con Abrahán en el marco de una experiencia extática. El patriarca tiene una visión de unos animales partidos por la mitad y colocadas una parte frente a la otra, entre las cuales pasa una antorcha de fuego, símbolo de Dios (Gn 15,18). El Señor se compromete a dar tierra y descendencia a Abrahán. Esta alianza es pura gracia: promesa ilimitada, incondicional e inmerecida, que no exige nada de parte de Abrahán; su único merito es y será la fe (cf. 15,6). Con la alianza de Gn 17 sucede lo mismo: por libre iniciativa (v.4), el Señor asume tres compromisos para con el patriarca: multiplicar su descendencia (v.6), darle una tierra (v.8), y ser su Dios personal (v.8). Esta alianza de Dios, no de Abrahán, pide un signo: la circuncisión (vv.9-14). La práctica expresa la voluntad ser partícipe de la relación pactada.

2. Alianza que constituye un pueblo.

La alianza constituyó a Israel como pueblo de Dios. Los relatos de la alianza del Sinaí (Ex 19-24), considerados los más antiguos sobre la alianza con el pueblo de Israel, subrayan con expresiones muy variadas, la condición o el estado de relaciones, más que las exigencias a observar. a) En primer lugar, el contexto del banquete sagrado (Ex 24,1.9-11), donde todos “vieron a Dios, comieron y bebieron” con él, resalta la comunión y la protección divinas. Este rito caracteriza la alianza como algo familiar, que incluso no tiene necesidad de estipulaciones o condiciones concretas. b) Luego, el rito de la sangre (24,3-8) es un sacrificio que sella ese parentesco familiar como un vínculo de vida en el que se participa y se comparte. c) Por último, la palabra interpreta, confirma y fija las condiciones de subsistencia y de permanencia en la comunión. El carácter personal se pone de manifiesto con el compromiso que todo el pueblo expresa verbalmente (v.3) y lo significa con la ofrenda de sus sacrificios (v.8). La alianza del Sinaí hace que los “hijos de Israel” (v.5) se conviertan en “pueblo”; es su carta de constitución; la palabra divina aceptada, el rito y la aspersión con la sangre sellan esa relación familiar con el Señor, y el Señor con su pueblo. La “alianza” establece una identidad que involucra a ambos: el Señor es el Dios de Israel, e Israel es su pueblo; una condición de existencia que se mantiene y se actualiza con su memorial (19,3-8).

El libro del Deuteronomio pone muy de relieve la iniciativa y la soberanía del Señor sobre su pueblo, pero señala el compromiso recíproco entre los aliados, aunque no en el mismo plano (cf. Dt 26,17-19). Ese acento bilateral subraya la responsabilidad de responder con el amor y el servicio a la relación personal, interior y social, entre Dios y su pueblo. Si esa alianza nace de la libertad amorosa y acogedora de Dios (cf. Dt 7,7-9), y muestra un amor de predilección en la elección de Israel, “su aliado” debe distinguirse como pueblo consagrado, un modelo contrapuesto a la constitución de todos los otros pueblos.

3. Alianza desafiada por la infidelidad

En el ámbito profético, el tema de la alianza aparece normalmente silenciado; la idea de elección y estabilidad que ella garantiza inclina a librarse de las responsabilidades de cumplirla en la tierra prometida. Se exhorta a interiorizarla y al discernimiento interior para corresponder con fidelidad ante los desafíos que suscita la vida personal y social en los reinos de Israel y de Judá. Con la imagen de la unión matrimonial, el profeta Oseas simboliza la relación de Israel con su Señor, para revelar que ese vínculo está signado por la infidelidad de la “esposa”, que nunca cambia ni se convierte. Oseas muestra que la alianza del Señor no se rompe porque está sostenida por su amor magnánimo, que triunfa sobre la infidelidad recibida. Alianza no designa aquí un cúmulo de prescripciones a cumplir, sino la condición de elección, realizada y garantizada por la gracia que redime. En esta experiencia histórica, el Señor revela de modo inaudito su identidad de ser un Dios en relación, que no renuncia a ello, aún a pesar de la no respuesta de su interlocutor (cf. Os 1,9-2,3; 11,1-9).

Jeremías profetiza tiempo después una nueva alianza que el Señor concederá a su pueblo, escribiendo su ley “en su corazón y así seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (31,31-34). También aquí, el mismo Señor capacita para que el corazón y el pensamiento humano a vivir en alianza. El anuncio, más que una ley distinta de la ya conocida, reafirma la nueva condición, la nueva situación existencial, que hace posible la estabilidad y la fidelidad al Dios de la alianza. También esta promesa es incondicionada y obra del “amor irrevocable” del Señor (Jr 31,3).

4. Alianza, que custodia el cosmos

Alianza es la categoría que hizo comprender que todo el cosmos está garantizado en su armonía por el compromiso de la libre voluntad divina. A partir de su experiencia histórica, Israel dedujo teológicamente dónde se funda la existencia y de la estabilidad creación y del mundo. Un texto considerado una especie de cima teológica del Antiguo Testamento es Gn 9,8-17; en él Dios aparece como el único sujeto de las acciones que aquí se narran: él establece la alianza (vv.9.1.17), él la da (v.12), él pone su signo, el arco iris, en la nubes (v.13ª), él recuerda la alianza (vv.15.16), al ver el signo del arco iris (v.16); Noé y la tierra permanecen pasivos: nada hacen ni se pronuncian palabras. La narración establece que Dios interviene a favor del mundo y anuncia que ya no habrá más diluvio (v.13b); su alianza unilateral garantiza la estabilidad y la vida del cosmos. Esta libre e incondicionada iniciativa divina es promesa definitiva de salvación para el mundo y la humanidad. Toda la creación y la humanidad existen y caminan hacia su realización plena y de modo positivo bajo el signo de esa alianza divina. Dios se ha comprometido a custodiar el orden cósmico y a salvarlo de la destrucción. Su alianza expresa entonces que de parte de Dios no procede más que una voluntad salvífica. La amenaza de destrucción del cosmos, no viene desde afuera, sino solo desde dentro del mismo mundo.

5. Nueva alianza y nuevo pueblo

En el Nuevo Testamento no es frecuente la mención de alianza, y en la mayoría de los casos aparece en las citas que se hacen del Antiguo Testamento. En este nuevo contexto, alianza adquiere un matiz propio: el de una “disposición”; no el de un pacto que acentúa su carácter unilateral o bilateral. Además, la relación principal y directa de la alianza se da en conexión con la Eucaristía (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1Cor 11,25). En ese ámbito se hace mención de la “sangre” (cf. Ex 24,8), para indicar que el sacrificio de Jesús estableció un vínculo de vida nuevo y definitivo entre el hombre y Dios. También los relatos eucarísticos ponen la alianza en relación inmediata con la idea de expiación vicaria, porque el sacrificio de Jesús es un sacrificio de expiación por “muchos” (cf. Is 53,10). Su muerte es la “divina disposición” – la alianza- de una nueva salvación (cf. I Cor 11,25), que comunica a todo ser humano, mediante el don del Espíritu, la capacidad de vivir y de morir como vivió y murió Jesucristo. Su persona es la alianza perfecta que lleva a plenitud de modo inaudito y sublime toda la historia de relación de Dios con su pueblo desplegada en el AT. El fruto de esta relación es el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que nació precisamente de esa alianza que la eucaristía significa y realiza.

 

6. Alianza y creación

Pablo muestra que la alianza de Dios con su pueblo, irrevocable y válida para siempre, fue llevada a su plena realización en Cristo, en quien culmina el don de gracia y las promesas de Dios. Si las alianzas de AT fueron un don y un privilegio para Israel, Jesucristo, nueva y definitiva alianza, hace alcanzar a todo ser humano su verdadera dignidad. En la revelación del misterio de Dios, la alianza de Cristo revela al ser humano destinado a hacerse hijo de Dios, libremente, antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,4-5). Esta es la nueva alianza, no la de la letra, sino la del Espíritu (cf. 2Cor 3,6).

Así, en sentido pleno, Dios ha creado para hacer alianza, es decir, con la finalidad de hacer entrar en la comunión con él a los destinatarios de su gracia. Por lo cual, si toda la creación tiende a esa relación como fin, entrar en alianza no es entonces una modificación histórica posterior y accidental que se añade a lo creado, que en sí ya está dotado de sentido y es una realidad consistente. El Señor al crear al ser humano a su imagen y semejanza (Gn 1,27), hizo posible la alianza, porque su existencia pone en evidencia la apertura al Otro, y a los otros. Si Jesús es la imagen de Dios (Col 1,15-17), y el ser humano fue creado a imagen de Dios (cf. Gn 1), en definitiva, el ser humano fue creado conforme a Jesucristo, nueva y eterna alianza; todo comenzó a existir por medio de él, en él, y con vistas a él. Por tanto, la alianza en Jesucristo se muestra como el plan misterioso y salvífico de Dios, dentro de la cual hay que colocar, no solo la revelación realizada en la historia, sino toda la creación. No cabe entonces pensar la acción creadora de Dios fuera de su voluntad de alianza para con el ser humano en orden a introducirlo, desde el principio en la comunión con él.

Esta relación creación – alianza sintetiza Ef 1,4-6 al proclamar: “Él nos ha elegido antes de crear el mundo…”. El designio de Dios, manifestado en Cristo, coincide con la predestinación a ser sus hijos en el Hijo, antes de la creación. Una relación de alianza que es la razón y el fin por el que se nos ha creado; un proyecto de bendición y de comunión que abarca el tiempo y el universo.

7. Alianza y dinamismo trinitario

La alianza, como expresión de un vínculo personal y social, muestra en el camino de la revelación divina, la voluntad de relación del Dios verdadero con el ser humano y la creación entera. Un Dios que se manifiesta y se revela como un ser en relación, tanto en la historia como en la creación, expresa fuera de sí mismo una categoría que íntimamente lo define. Por Jesús sabemos que Dios no es una soledad sino una unidad de personas que se definen y distinguen por su relación de amor recíproco: el Padre ante su Hijo, en la comunión del Espíritu de ambos.

La encíclica Laudato Si’ nos hace actual esta verdad y sus implicancias: “Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. (…) Esto… nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240).

Las comunidades de alianza reciben desde la Palabra de Dios y de la Iglesia la vocación y misión de hacer presente y cercano al Dios único y verdadero, cuya impronta trinitaria se refleja en la realidad concreta del mundo y de las personas. La categoría de alianza fue el camino histórico de Dios para revelar de modo pedagógico su intimidad. Vivir en alianza implica una transformación interior que causa el mismo Dios con la gratuidad de su amor y de su misericordia. Ser hijos de Dios implica descubrir que la propia realización humana y espiritual necesita el dinamismo trinitario en las relaciones con todas las criaturas. Es una renovación antropológica que se cumple por obra del Espíritu, cuando las actitudes de Jesús de despojo, de servicio y de cruz (cf. Fil 2,5-11) se encarnan en la convivencia y al compartir el destino de los hermanos. Esta acción de la gracia que culminó en la muerte y resurrección de Jesucristo, se hace actual y operativa participando de la alianza que sella la Eucaristía. El desafío de comprender la realidad en clave trinitaria, requiere como ideal forjar comunidades selladas por un amor recíproco que descubran y se capaciten para suscitar relaciones de comunión que testimonien la transformación y la novedad que ese tipo de relación suscita. La dinámica del Espíritu Santo impulse a todas las comunidades de alianza a desplegar signos de vida trinitaria en lo social, entre las personas y en toda la tierra, “nuestra casa común”.

Las palabras del PP Francisco nos llevan a contemplar la Trinidad: El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos” (LS 238). Introducidos por Cristo en esta intimidad trinitaria se hace posible, en nuestro caminar personal e histórico, alcanzar el gozo de la unidad, la gloria del don recíproco y la esperanza en dilatar siempre más las fronteras de la comunión.

Monseñor Ramón Alfredo Dus

Arzobispo de Resistencia (Chaco) - Argentina

INTRODUCCIÓN

Desde los inicios de la Renovación Carismática Católica, en 1967, muchos de aquellos que siendo llenos de la unción del Espíritu Santo, y que experimentaron la actualidad de sus manifestaciones, de sus dones y sus carismas - tal como lo fue en las primeras comunidades cristianas - movidos por Dios a dar una respuesta firme y estable al llamado que les fuera realizando, y siempre como fruto de un carisma que surge para servicio de la Iglesia, dieron vida a comunidades que asumían responsabilidades y compromisos fuertemente estables con Dios, la Iglesia y entre sus miembros. A éste compromiso se lo llamó ALIANZA, y pronto se convirtió en el eje principal de las comunidades que iban surgiendo en la Renovación Carismática (en adelante RCC).

La RCC surgió precisamente como una “corriente de gracia” para renovar todos los carismas en la Iglesia, y pronto los grupos de oración fueron multiplicándose por millares, inundando prácticamente cada rincón de los países donde arribaba. Pero, para muchos, sólo juntarse a orar una vez por semana no era suficiente, sino que movidos por el mismo Espíritu del Resucitado, buscaban un estilo de vida de renovación, y no tan solo una nueva práctica de oración y dones espirituales. Aquellos que buscaban tal estilo o forma de vida, y un compromiso permanente en la corriente de renovación, encontraron en esta vocación a la vida de Alianza las respuestas a sus búsquedas. De ésta manera se formaron las primeras comunidades de Alianza, desde las cuales podían decir sí a Dios, asumiendo con radicalidad los compromisos bautismales, renovando así las experiencias narradas en los Hechos de los Apóstoles respecto a las comunidades cristianas.

Muchas de las primeras surgieron inicialmente como grupos de oración o equipos de servicio en la corriente de gracia de la RCC, otras se originaron por el influjo pentecostal de dicha corriente; incluso hoy en día se suscitan de iguales maneras, lo que permite reconocer claramente la identidad que tienen como carismáticas, y favorecen el discernimiento de su autenticidad.

Con el correr del tiempo, algunas de estas comunidades de alianza, han engendrado diversas y nuevas formas de vida consagrada dentro de la Iglesia, otras han dado vida a congregaciones religiosas, sociedades de vida apostólica e institutos seculares. Estos son algunos de los innumerables frutos que las Comunidades Carismáticas de Alianza están aportando al servicio de la Iglesia y para mayor gloria de Dios.

Este libro no intenta ser un estudio profundo, en lo canónico y en lo teológico, de las comunidades de alianza; tampoco pretende ser la idea acabada y definida de ésta nueva vocación en la Iglesia. Lo que intenta es darlas a conocer, compartir la identidad común y saborear un poco más de la vocación que conllevan para quien responde al Señor en alguna de ellas.

Pido al Espíritu Santo y a la Santísima Virgen, que es Madre del Buen Consejo, hagan de este material un instrumento útil para la Iglesia, para las Comunidades de Alianza y para todos aquellos que quieran aproximarse a este fruto maduro en la RCC.

Resistencia, Chaco, 19 de Marzo de 2016, Solemnidad de San José

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