Una vida cualquiera

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Una vida cualquiera
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Letrame Editorial.

www.Letrame.com

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© Jose Manuel Gomes Mendes

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-252-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Agradecimiento:

A Rubén Martí, por su novela Papeles con sangre, que me hizo retomar este proyecto que llevaba varios años aparcado, y por haberme ayudado en la corrección.

A mi esposa Mariángela, por la paciencia y dedicación de corregir los detalles que se me fueron escapando por el camino.

Capítulo I

Suena el teléfono móvil.

—Hola, cariño. Sí, estoy en la oficina, ¿tú por dónde andas?

—Voy saliendo del trabajo. Creo que me iré a casa, no tengo nada interesante que hacer.

—Yo estoy por salir, tengo un par de cosas por terminar aquí y me largo. Oye, ¿qué te parece si nos vemos en mi bar favorito, el que está en la esquina de Covent Garden, y luego nos vamos al cine?

—No sé, estoy algo cansada.

—Venga, anímate. Nos vemos allí. Es viernes, nos lo merecemos después de una larga semana. Además, no hemos celebrado la finalización de tus pruebas médicas. Por fin podemos decir que estas libre, no más biopsias, no más pruebas. Ya estás curada, sin nada de esa mierda en el cuerpo —insistió Ángel para animarla—. Si lo prefieres, pasa por aquí y nos vamos juntos.

—Sí, es hora de celebrar. Después de varios años, de tantas visitas a hospitales, finalmente puedo decir: «estoy curada». Aunque, pensándolo bien, mejor nos vemos allí, así veo algunas tiendas por la zona mientras te espero. Ya sabes, deleitar un poco los ojos. Aquí siempre veo lo mismo —dijo animada.

—Bueno, como quieras. Nos vemos en un rato.

—Vale, cariño, un beso.

—Otro para ti.

Al colgar la llamada, se escucha una voz que le reclama.

—Ángel, ¿tienes un minuto?

—Sí, por supuesto, Sr. Williams. En un segundo estoy en su oficina.

Al llegar a la oficina.

—Sí, dígame, Sr. Williams.

—Por favor siéntese. Pero antes, cierre la puerta.

A Ángel le pareció extraña la forma en que el Sr. Williams se dirigió a él. Solía ser menos directo a la hora de hablarle y, sobre todo, no solía ir nunca por la oficina salvo que tuvieran algo realmente importante por hacer, que no era el caso en esos momentos.

El Sr. Williams, su jefe, un hombre de unos 55 años, era el director audiovisual con el que había estado trabajando en los últimos 5 años, una persona emblemática en el mundo del cine y la televisión.

Ángel se sentó con un poco de nerviosismo. Este tipo de reuniones no pintaban nada bueno, y por el tono de voz, menos.

—Le he llamado a mi oficina para informarle de que… —hizo una pausa de unos segundos— el próximo proyecto lo dirigirá usted al completo —agregó con una gran sonrisa el Sr. Williams.

Ángel se quedó sentado, sin saber qué decir. Se había quedado de piedra. Tragando hondo, dudaba si saltar de alegría o mearse ahí mismo, necesitaba recomponerse del susto que le habían dado. Por un momento, se vio fuera de la compañía.

—Entonces, ¿no me dice nada? —preguntó el Sr. Williams.

—¡Uf! —respiró aliviado Ángel—. Me alegra muchísimo, pero todavía tengo algo del susto en el cuerpo. Por un momento, pensé que eran malas noticias.

El Sr. Williams se le acercó.

—Le he querido gastar esta broma para ver su cara. A mí me hicieron lo mismo en su momento y créame, reaccioné de la misma manera que usted. Además, viene bien ver la expresión de la cara, en los sets de filmación es lo que buscamos en ciertas escenas.

Estirando el brazo para estrecharle la mano, el Sr. Williams le dio la enhorabuena.

—Ha hecho un gran trabajo con los documentales sobre castillos medievales y hemos pensado que el próximo proyecto podrá llevarlo a cabo usted solo. Confiamos plenamente en usted, tiene un gran futuro. Continúe así.

Ángel se levantó de la silla.

—Muchas gracias por vuestra confianza, es todo un orgullo para mí trabajar a su lado y que se haya tomado la molestia de venir personalmente a decírmelo. ¿Le importa que, en vez de darle la mano, le dé un abrazo?

—Para nada —contestó con una gran sonrisa el Sr. Williams.

Ambos se dieron un abrazo fraternal.

—Muchas gracias, Sr. Williams. Se lo agradezco infinitamente.

—De nada. Ahora, vete a celebrar —le convidó con una gran sonrisa.

—Sí, es lo que hare. Le había dicho a Stacey para tomarnos unas cervezas y luego ir al cine; creo que el cine se quedará para mañana, hoy toca celebrar.

—Me parece genial. Enhorabuena nuevamente.

Ángel salió de la oficina del Sr. Williams, volviendo a la suya; necesitaba terminar de organizar un par de asuntos pendientes antes de marcharse. Su cara de felicidad irradiaba toda la oficina. Sus compañeros Timothy y Jake, al ver que no podía esconder tanta felicidad, le preguntaron a que se debía.

—Tengo dos motivos para estar muy feliz. El primero y más importante: a Stacey los médicos le han dicho que dan por finalizado su tratamiento, que ya puede comenzar a hacer vida normal. Y el segundo: el Sr. Williams me acaba de comunicar que el siguiente proyecto lo lideraré yo.

Ambos gritaron de felicidad.

—Joder, enhorabuena, qué buenas noticias. Nos alegramos por Stacey, y tú te lo mereces —exclamó Timothy—. Aparte de ser un buen profesional, eres buena persona. Joder, te lo mereces.

—Tenemos que celebrarlo. Venga, vamos a por unas cervezas al bar de aquí al lado, invito yo —dijo Jake.

—No, chicos, mejor lo dejamos para otro día. He quedado con Stacey en Covent Garden para celebrar ambas cosas con ella.

Aunque la realidad era que Stacey no estaba al corriente de esta gran noticia.

—Venga, Ángel, al menos una. Este momento no lo podemos dejar pasar —añadió Timothy—. Ella se entretendrá viendo tiendas mientras tú llegas.

—Bueno, chicos, acepto porque sois mis amigos. Pero eso sí: solo una. No la quiero hacer esperar.

Los tres se marcharon al bar a celebrar, juntando las cervezas al grito de «¡Cheers!». Todo era risa, contando anécdotas vividas durante el rodaje de los documentales y cómo el Sr. Williams le había gastado una broma al darle la buena noticia.

Mientras estaban en el bar, Stacey le llamó en un par de ocasiones. A la segunda vez, finalmente, le cogió el teléfono.

—Cariño, ¿por dónde andas? Llevo rato esperándote —preguntó Stacey.

—Me detuve con los chicos a tomar una cerveza, ya voy para allá. Tú sabes, hoy es viernes.

Se guardó el motivo de la celebración para darle la noticia en persona, pensando en que le gastaría una broma parecida a la que le gastaron a él.

—Vale, estoy algo cansada de caminar, te espero dentro del bar. Me voy pidiendo un cóctel; si vamos a celebrar, prefiero algo más fuerte —le dijo con tono festivo.

—Vale, cariño, en nada estoy allí. Un beso.

»No le he contado nada a Stacey. Cuando se lo cuente, se quedará de piedra —añadió—. Dos súper noticias en la misma semana, una de las mejores semanas de mi vida —le comentó a Timothy y Jake.

Al terminar la cerveza, se marchó, rehusando la invitación para una segunda, por mucho que insistieron ambos. Tenía que marcharse.

Al salir del bar, su felicidad era muy grande. Ángel sentía el deseo de contárselo a sus amigos. Cogiendo el móvil mientras caminaba, primero llamó a Peter, su gran amigo de infancia, que vive en Nueva York, y a su otro gran amigo de infancia, Mike, que vive en su Belfast natal.

Ambos le felicitaron, dándole la enhorabuena

—No esperamos menos de ti —le dijeron.

Llamó a Stacey para informarle de que ya estaba de camino.

—Voy de camino. Ya he atravesado el barrio de Soho y en nada estaré allí.

—Venga, date prisa, me está dando hambre. Ya llevo un cóctel, me pedí para empezar una piña colada, estaba muy buena. Mientras te espero, me pediré uno más. Creo que esta vez probaré otro, quizás un daiquiri. Cuando llegues, estaré borracha —añadió entre risas.

Apuró el paso para tardar lo menos posible. En efecto, Stacey con dos cócteles estaría muy borracha. Iba pensando en la última vez que probó una gota de alcohol; habría sido antes de que la conociera.

A medida que iba caminando, le iba informando por dónde iba.

—He dejado atrás la estación de Leicester Square, ahora estoy internándome en la Long Acre. Si te emborrachas esta noche, cuando lleguemos a casa te pondré cómoda en la cama y quizás podríamos iniciar la búsqueda del hijo que tanto deseamos tener juntos. Ya podemos iniciar, nos han dado vía libre. Con suerte, en unos meses o el próximo año tendré en casa a una niña preciosa que se parezca a ti.

 

—Sí, hoy podríamos. Sería una buena manera de acabar la celebración —agregó Stacey de manera pícara.

—A mi izquierda tengo la Mercer Street, ahora Langley Street —Adentrándose en ella, se paró un momento a echarle un ojo a su antigua universidad al final de la calle, dándole las gracias.

«Todo lo que sé, lo aprendí de ti y hace que sea un hombre muy feliz ahora mismo», pensaba Ángel mientras miraba el edificio.

—Cariño, finalmente, la Shelton Street.

El bar estaba a tan solo unos minutos al otro lado de la calle. La caminata le había dado mucha sed, estaba deseando llegar para tomarse una cerveza muy fría que se la calmara.

—Cariño, en nada estoy allí.

—Me acabo de terminar el segundo cóctel y quizás me pida otro, ¿quieres que te pida uno a ti? —La voz de Stacey comenzaba a sonar divertida.

—No sé, me apetece una cerveza, tengo mucha sed. Tú sabes, más refrescante. Vaya, el tercero. Tendré que sacarte de ahí cargada. Espero que no te quedes dormida al llegar a casa, tenemos que ponernos a trabajar —añadió con un toque pícaro.

—Después de una ducha, estaré lista —añadió entre risas—. Cariño, quería darte las gracias por haberme ayudado y haber estado a mi lado durante el tratamiento. Te quiero mucho.

—Yo también te quiero. Estaré a tu lado por el resto de nuestras vidas, te lo aseguro.

Después de aquellas palabras, Ángel sentía como si Stacey estuviese sollozando, pensando que el alcohol, en parte, era el culpable.

—Cariño, estoy por fuera, casi entrando.

—Vale, cariño. Te quiero.

—Yo a ti muchísi-

Antes de terminar la frase, y faltando apenas unos pasos para entrar al bar, se produjo un gran estruendo, llevando a Ángel a caer por los suelos. Al golpear el suelo, alcanzó a decir «Stacey», quedando inconsciente.

Cuando volvió en sí, sin saber cuánto tiempo había transcurrido desde que escuchó aquel sonido, al abrir los ojos, pensó en Stacey. Tras un intento por levantarse, no se pudo incorporar, todo le daba vueltas, su vista era nublada. A su lado, en el suelo, pudo apreciar a un hombre que gritaba del dolor; sangraba por un brazo y la sangre le cubría todo el costado. A su lado, una mujer gritaba despavorida que la ayudaran, que no podía ver, con un hilo de sangre que bajaba por su frente.

Intentaba mirar para un lado y para otro sin lograr ver bien lo que sucedía. Había muchos gritos a su alrededor, la gente corría espantada y restos de escombros o pequeños pedazos de piedras le cubrían el cuerpo. De fondo, se escuchaba una gran alarma, sin saber de dónde provenía; parecían los sonidos de patrullas de policía y de alguna ambulancia. Se quedó acostado boca arriba, viendo cómo el cielo se movía, un cielo gris con unos destellos de azul. Continuaba mareado, todo le daba vueltas.

Al cabo de unos minutos, un hombre le ayudaba a ponerse en pie. Tras preguntarle al hombre lo sucedido, este le contestó que se había producido un ataque con una bomba. Al girarse y enfocar su mirada en el bar, este lucía negro, producto del estallido. Se quedó congelado, un frio corrió por todo su cuerpo. Pensando en Stacey, trató de correr hacia adentro. Las piernas no se lo permitieron, con el hombre sujetándolo e invitándolo a no hacerlo.

En su mente, solo importaba Stacey, ¿qué había sido de ella?

Gritaba desesperadamente. Gracias a su fuerza, logró escapar del agarre de aquel hombre. Al llegar a la puerta del bar, la escena le hizo retroceder: había trozos de cuerpos mutilados por el bar. Se quedó allí parado sin poder actuar, su mente no podía creer lo que veía. Finalmente, el hombre lo cogió nuevamente, llevándolo a un lado, donde cayó al suelo gritando repetidamente:

«¡Stacey, Stacey!», hasta caer desmayado.

Cuando volvió a abrir los ojos unos paramédicos le atendían en el suelo. Junto a él, atendían a la mujer y al hombre. La imagen continuaba siendo nubosa. Los paramédicos se interesaron, preguntándole si estaba bien.

—Sí —contestó confuso.

A pesar del fuerte dolor que sentía en su espalda y cuello, al levantarse intentó caminar de nuevo hacia el bar. Solo le importaba Stacey, tenía que dar con ella. Uno de los paramédicos, aconsejándole, le dijo:

—Señor, mejor no lo haga. Todas las personas que se encontraban dentro del bar han muerto.

—¡No, no puede ser! —dijo con voz entrecortada.

—Lo sentimos mucho, pero, lamentablemente, tenemos que decirle que sí —replicó uno de los paramédicos.

Ahora su llanto se tornó aterrador. Cayendo de rodillas al suelo, gritaba sin parar:

—¡Stacey!, ¡Stacey!

Los paramédicos, interesándose por él, le preguntaron lo que sucedía.

—Mi novia se encontraba allí adentro. Tienen que buscarla, tiene que estar viva, de seguro lo está —replicó angustiado.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó uno de ellos.

—Venía hablando con ella por teléfono —respondió a duras penas.

Ambos paramédicos se miraron, lamentándose con la mirada. Intentaban consolarle.

—Lo sentimos mucho —alcanzaron a decirle.

Su llanto era desconsolado, sentía que el mundo se le venía encima, no se podía creer lo que le decían.

Allí quedaba, sentado, recostado sobre una pared con la cabeza entre las piernas, no queriendo ver ni escuchar lo sucedido mientras lloraba desconsoladamente, balbuceando su nombre. No paraba de repetir «Stacey».

Sentía que había muerto junto con los que estaban dentro del bar y, por supuesto, con Stacey. Por apenas unos segundos, habría muerto también. Era tanto lo que pensaba que deseaba haber llegado antes… Su vida ya no tenía sentido, no era necesario continuar con una vida sin alma. Hacía unos minutos, era el hombre más feliz del mundo; ahora, era una vida más, una vida cualquiera.

Capítulo II

Hace 20 años

Se escuchaban voces de niños gritando: «Dale, dale. Golpéalo, golpéalo», mientras otros gritan: «¡Ya! ¡Ya está bien! Sepárenlos».

Se escucha una voz aguda y autoritaria: «¡Basta ya!».

Todos los niños que estaban alrededor corrieron como almas espantadas mientras los dos niños que se peleaban se levantaban del suelo con cara de haber visto al ser que más temían o al mismísimo demonio.

—Srta. O’Hara, Mike comenzó todo —decía uno de los niños al levantarse.

—No fui yo. Fuiste tú, Ángel —replica el otro niño.

La maestra los cogió por los brazos, conduciéndolos hacia lo que se conocía como «la corrección» para ellos. Este sitio no era otro que la dirección del instituto, el despacho de la Srta. O´Hara, una mujer entrada en edad y bien conocida por su carácter feroz y su nariz larguirucha a la que muy pocas veces se veía sonreír. Eran tantas las historias que se rumoreaban sobre ese sitio a través de los años que todos temían entrar. Se contaba que, una vez allí dentro, los niños suplicaban poder salir, y que lo peor era permanecer toda una tarde, donde recibían todo tipo de castigo físico.

Una vez dentro de su despacho, sentó a cada uno en una silla y, en tono directo, preguntó:

—¿Quién empezó todo esto? Quiero la verdad, si me mienten o siento que estáis mintiendo, no saldréis de aquí y el castigo será doble —añadió la Srta. O´Hara.

Ambos niños se miraron sin decir una palabra.

—No me hagáis preguntar de nuevo —Esta vez, con un tono de voz que se pudo escuchar por los pasillos, a pesar de estar la puerta cerrada.

El miedo a represalias fue superior a sentirse chivato. Tras unos largos segundos, finalmente, Mike dijo:

—Fui yo, pero él me provocó —Señalando a Ángel con los dedos—. Metió las narices donde no debía.

—A ver, quiero que me lo cuentes todo. Siempre ten en cuenta que quiero la verdad —Girándose hacia Ángel con mirada poseída, o al menos así lo sentía—. Ya te tocará a ti después explicar lo sucedido —añadió la Srta. O´Hara.

—Sr. Michael Bannister, continúe. Soy toda oídos —le dijo, llamándole por su nombre y apellido, aunque era más conocido como Mike, incluso dentro del instituto.

—Srta. O´Hara —A Mike la voz le fallaba por el miedo, teniendo que hacer un sonido con la garganta para despejarla—. Yo estaba jugando con Peter y Ángel se metió de por medio.

La Srta. O´Hara puso cara de no entender mucho, emitiendo un sonido de desaprobación.

Mike percibió muy bien aquel sonido de desaprobación y la expresión de la cara; indicaban que no le creían en nada, o al menos lo ponían en duda. No le quedaba más remedio que animarse a decir la verdad; si trataba de estirar la mentira, sería peor. Pero tampoco se echaría toda la culpa.

Se animó a decir:

—Yo estaba empujando a Peter y diciéndole lo tonto que era, y Ángel me gritó que lo dejara en paz.

—¿Qué más? ¿Eso es todo? —preguntó la Srta. O´Hara.

—Pues dejé en paz a Peter como me dijo. A cambio, lo empujé a él, él me empujó de vuelta y comenzamos a pelearnos. Yo no quería pelearme, estaba jugando con Peter.

—Insultar a un compañero, ¿a eso lo llamas tú jugar? Sabes muy bien que ese tipo de actos y comportamiento no se permiten en este instituto y nunca se permitirán. Tienes que aprender a respetar a tus compañeros y, sobre todo, a utilizar tu carácter y fuerza para hacer el bien, nunca el mal. Deberías aprender de Ángel, que es más pequeño que tú y aun así no tuvo miedo de enfrentarse a ti para defender a Peter. Eso no es lo que se espera de alguien como tú. Sé de algunos niños que te quieren y te respetan, pero una cosa es el respeto y otra muy distinta es el miedo.

Ángel continuaba a su lado sin decir nada y apenas levantaba la mirada.

—¿Y qué más pasó?

—Nada más, usted apareció a los pocos segundos —concluyó Mike.

La Srta. O´Hara daba por creíble la nueva versión. Cogió el teléfono e hizo una llamada.

—Manden a mi oficina a Peter. Sí, a Peter McGowan. Díganle que espere fuera de mi despacho.

Tras colgar, se dirigió a Mike con voz firme.

—Quiero que te disculpes tanto con Ángel como con Peter.

Mike no se atrevía a levantar la cara. En su cabeza, pedir perdón era un acto de cobardía, y él era un líder respetado y no se podía permitir el tener que humillarse, pero al mismo tiempo, su temor a la Srta. O´Hara era superior a cualquier cosa.

—Ahora toca el turno de Ángel y de Peter de dar sus versiones. Espero que no me hayas mentido. Y no quiero volverte a ver en mi oficina por un motivo similar. La próxima vez, haré que vengan tus padres para hablar con ellos sobre este comportamiento inaceptable y motivo de suspensión. Ahora, antes de terminar contigo, quiero que te disculpes.

Abrió la puerta y comprobó que Peter ya se encontraba fuera de su oficina, sentado en una silla.

Mike se levantó de la silla, haciendo Ángel lo propio, juntándose todos en la puerta. Mike continuaba cabizbajo. Se disculpó con un lo siento que apenas se escuchó, perdiéndose por el pasillo. La directora O´Hara invitó a Peter a entrar y a cerrar la puerta. Con su voz grave y autoritaria, le invitó a sentarse y contar lo que realmente había sucedido.

—Quiero todos los pormenores y los más mínimos detalles.

Ángel y Peter se miraron para ver quién iniciaba el relato de lo sucedido. En vista de que parecía que no se ponían de acuerdo, la Srta. O´Hara invitó a Peter a iniciar el relato.

—Contigo fue que empezó todo esto.

Peter, con voz titubeante, comenzó su relato.

—Yo estaba sentado tranquilo cuando sentí un golpe por la cabeza. Cuando volteé para ver quién era, vi a Mike con otros chicos, riéndose. No le dije nada y me eché a un lado, pensando que quizás aquella zona donde estaba le pertenecía o era la zona donde ellos se ponen durante el recreo, pero él vino tras de mí e intentó golpearme, hasta que apareció Ángel y le dijo que parara. Ya luego la cogió con Ángel.

La Srta. O´Hara, mirando a Ángel, le preguntó:

—¿Es eso verdad?

Ángel, que continuaba sin levantar cabeza, mirando fijamente el suelo, asintió con la cabeza.

—¿Luego qué sucedió? —Mirando a Ángel; esta vez, su mirada era algo más conciliadora.

Ángel comenzó con su relato.

—Mike me dijo que me callara, que no era mi problema, y me empujó. Le dije que era un cobarde por meterse con los más débiles y con los que no les gusta pelear. Los demás niños se echaron a reír y fue cuando sentí un golpe en la cara. M le eché encima y lo agarré para que no continuara golpeándome. Nos caímos al suelo mientras trataba de golpearme. Los otros niños lo animaban a que me golpeara hasta que llego usted.

 

La Srta. O´Hara, tras quedarse callada unos instantes, matizó.

—Quiero decirles unas cosas: no quiero que se metan en problemas con esos niños. Por lo que pude escuchar, deduzco que todo lo ha iniciado Mike. Les aconsejo que se alejen de esos chicos mientras estén en el recreo y, si por algún motivo ellos le provocan, búsquenme, ya me encargaré yo personalmente de este asunto. Ustedes son buenos estudiantes y han mostrado buen nivel de conducta y no quiero que otros chicos se aprovechen de esa situación. Pero una cosa también les digo: no quiero volver a verles en mi oficina por este motivo, porque les prometo que el castigo será tremendo. Ahora, pueden marcharse a casa.

Al levantarse de la silla, se dirigieron hacia la puerta de salida.

—Ángel, quédate un minuto, que quiero hablar contigo en privado —dijo la Srta. O´Hara.

Peter salió por la puerta sin mirar atrás, no sin antes agradecerle a Ángel el haber intercedido por él. Ángel se sentó nuevamente, agachando la mirada y clavándola fijamente en el suelo, pensando qué le podrían decir. En esos pocos segundos, mil cosas pasaban por su cabeza. La Srta. O´Hara esta vez se sentó a su lado.

—Tienes un corazón grande, pero tienes que aprender que no siempre puedes resolver el problema de los demás —Esta vez, su tono era conciliador. Ángel nunca hubiese pensado que esa mujer podía hablar con ese tono tan dulce.

—Es que no me gustan las injusticias —comentó con voz entrecortada.

—Desafortunadamente, hay muchas injusticias y tienes que aprender a vivir con ellas. Tienes que saber que te pueden causar más de un disgusto. Aún eres un niño, y la vida te enseñará cosas, cosas que tal vez ahora no entiendas. Quieras o no, la vida se encargará de enseñártelas, algunas, lamentablemente, no de la manera que tu quisieras. Pero ¿qué te puedo decir? Solo puedo decirte que la vida es así. Como puedes ver, soy mucho mayor que tú y sé de lo que te hablo —Mirándole, agregó—. Vete a tu casa, y espero que hayas aprendido la lección.

Ángel la miro de buena manera. El tono conciliador lo hizo entrar en confianza mientras buscaba el motivo que llevaba a una persona de su edad a vivir sola.

Capítulo III

De camino a casa, pensaba en cómo le explicaría a su madre que había sido expulsado del instituto. Tenía sentimientos encontrados por la mala experiencia vivida de haberse peleado con otro niño, aunque, al mismo tiempo, se sentía bien con él mismo por hacer el bien, por haber salido en defensa de otro niño. Era una gran batalla mental de camino a casa, mientras recordaba una y otra vez lo sucedido.

Una vez en casa, su madre, sorprendida por lo temprano que era, miraba atónita el reloj; aún quedaba media mañana para que acabase el horario escolar. Pensó que algo malo había sucedido y ella no se había enterado; durante toda la mañana haciendo las labores del hogar, no había encendido ni la radio ni la televisión.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó la madre, algo contrariada.

Ángel, evitando mirar a su madre a los ojos, bajaba la mirada mientras buscaba palabras para explicar lo sucedido. Se decidió por contarlo todo al detalle. Con su madre existía una gran confianza y las mentiras no tenían cabida en la casa, eran totalmente inexistentes.

Su madre, con cara de sorprendida, escuchaba lo sucedido. Al final, ya una vez terminado su relato, le recriminó el hecho de meterse en problemas por defender a los demás y explicarle que hacer el bien es bueno, pero muchas veces nos puede traer muchos disgustos innecesarios y desafortunadamente. La vida no es siempre como queremos.

Para Ángel, las palabras de su madre, en cierta manera, se parecían en algo a la de la Srta. O´Hara, entendiendo que la experiencia ganada en la vida las llevaba a pensar de esa manera.

Ángel trataba de explicar de nuevo los motivos de su reacción: había sido por hacer un bien y eso era lo que más le gustaba en esta vida, ayudar a los demás.

—Cuando sea grande, quiero hacer películas. Haré muchas de policías buenos que ayudan a la gente, y si no, seré policía para pelear contra los malos —le dijo emocionado.

Su madre, con mirada triste, casi con una lágrima en los ojos, no paraba de mirar al niño. El corazón de su hijo era muy grande, y esto le llenaba de orgullo y satisfacción.

—Te voy a contar una historia de mi propia vida, de cómo, para mí, tú eres una bendición de Dios y a explicar el motivo de tu nombre —le dijo su madre con voz tierna—. Hace ya unos años, a tu padre y a mí nos dijeron que sería casi imposible que yo me quedara embarazada debido a unos problemas que yo tenía en mi cuerpo —comenzó, sin querer dar mayor explicación ni entrar en detalles; serian términos médicos que tampoco era necesario explicar—. A nosotros nos hacía mucha ilusión tener un hijo, sentíamos la necesidad de tener a un pequeño gateando y caminando por la casa, tener esa alegría que un bebé representa en una casa. La noticia fue lo más ingrata posible, pero nunca desistimos en el empeño. A veces, las cosas no son como queremos, pero siempre tenemos que insistir e insistir hasta que logras lo que realmente quieres. Muchas veces no estamos seguros de lo que se quiere y es lo más difícil, pero en este caso estábamos muy seguros de lo que queríamos.

Ángel miraba a su madre como si aquellas palabras fuese algo de lo que nunca se debería olvidar.

La madre de Ángel, viendo cómo a su hijo se le perdía la mirada y tras el relato que le hizo recordar esa etapa triste de su vida, se le acercó para abrazarlo y darle un beso, sentía la necesidad de hacerlo. Esto llevó a Ángel a abrazarla fuertemente. Su madre aprovechó el abrazo para susurrarle lo mucho que le quería y que, pasase lo que pasase, ella siempre lo querría.

—Me alegra y me hace muy feliz saber que tienes un corazón grande, pero la vida no siempre te tratará bien. A veces toca enfrentarte a esos designios y confiar en Dios —mirándole, continuó su relato—. Tras tanto insistir, felizmente quedé embarazada. Fue un regalo divino, el mejor regalo que a una mujer o a una pareja se le puede hacer. Fue una señal de Dios, eras nuestro pequeño Ángel, que venía a unirse a nuestras vidas, a nuestra familia. Así fue como decidimos que ese sería tu nombre. Eres nuestro Ángel y siempre lo serás.

La madre, tocada por su relato y por los recuerdos, no pudo contener las lágrimas, secándoselas con la mano.

Ángel continuaba allí parado, viéndola con los ojos humedecidos.

La madre, tras recomponerse, le invitó a irse a su habitación a ducharse.

—Te prepararé unas galletas de mantequilla para que te las comas mientras haces los deberes —le dijo mientras Ángel se marchaba a su habitación.

Capítulo IV

Al día siguiente, como siempre, Ángel solía despertarse con la ilusión de por fin conocer a su gran rayo de sol, que no era otra que su niña predilecta, o mejor dicho, la niña que hacía que su corazón latiera más rápido para un niño de su edad.

Al bajar a desayunar, su madre siempre le tenía preparado su plato favorito, que no era otro que sus pancakes rellenas de miel y un vaso de leche con chocolate, el cual disfrutaba y anhelaba cada mañana antes de irse al instituto. Como era ya costumbre, antes de irse al instituto su madre siempre le daba 2 besos y le decía que tuviera un buen día, que Dios siempre le cuidaría y le guiaría por el buen camino y que, sobre todo, disfrutara su día.

Ángel era un niño muy obediente, de los mejores de sus clases, y nunca estaba metido en ningún tipo de problema, salvo el día anterior que, por defender a Peter, se vio envuelto en una situación que era poco habitual para él.

La madre solía salir a la calle a despedir a Ángel y veía como este, con pasos lentos, se iba alejando en dirección a la parada del autobús escolar.

Al subir al autobús que lo llevaría al instituto, Ángel notó cómo otros niños lo miraban como nunca antes lo habían hecho, de una manera diferente. Incluso algún niño le esbozo una sonrisa, cosa que no había sentido anteriormente, ya que era un tanto reservado y bastante tímido.