Una vida consciente

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Una vida consciente
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JOSÉ CASTILLO

Una vida consciente
Distinguiendo lecciones ocultas en lo cotidiano


Castillo, José

Una vida consciente : distinguiendo lecciones ocultas en lo cotidiano / José Castillo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2451-5

1. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Índice

1  Introducción El piano, el universo y los humanos El escarabajo El basurero Desde el interior La alcantarilla La araña La agenda y los logros Críticas, apodos y autoestima Las energías y los pensamientos Los monstruos de las penumbras Los paisajes que no vemos Los tres pilares El poder de la calma Los riesgos Lejos de las miradas

A la memoria

de mi extraordinario hermano Guille.

Introducción

“Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada.” Siempre me gustó esta frase de Edmund Burke. De hecho, en cierta forma fue la que me motivó a compartir experiencias que me permitieron cambiar la manera de ver las cosas y de algún modo aumentaron mi bienestar.

A través de las distintas formaciones que realicé (en especial las de Coaching Ontológico) se fue plasmando el deseo y el compromiso de hacer visibles las barreras mentales que impiden ver nuevas y mejores posibilidades en todas las áreas. Tal compromiso me llevó a escribir estos cuentos cortos, cada uno de 800 palabras, con la esperanza y la intención de que quienes los lean puedan reconocer e interpretar las moralejas disfrazadas en lo cotidiano. Algunos cuentos son adaptaciones imaginarias y otros reflejan anécdotas reales, pero todos contienen reflexiones prácticas derivadas de hechos comunes, y es lo que pongo a disposición de los lectores.

El piano, el universo
y los humanos


El templo se erguía majestuoso en medio de montañas, árboles enormes y cascadas sonoras. El joven monje descendió las escaleras de la puerta principal y caminó lentamente hacia un lago cercano. Se sentó sobre una gran roca, al borde del mismo. Apoyó sus codos sobre las rodillas y, sosteniendo su rostro con ambas manos, fijó su mirada en la lejanía. Estuvo un largo tiempo en actitud contemplativa, la cual fue interrumpida por el crujido típico de hojas secas. Eran los pasos de un anciano de considerable estatura y larga cabellera blanca. El muchacho se levantó inmediatamente al verlo e hizo una reverencia, que fue correspondida. Luego el anciano, mirándolo a los ojos, movió la cabeza en señal de aprobación y le dijo:

—Hay algo en tu interior que ha quebrado tu armonía. ¿Qué te ocurre?

—No sé si podría explicarlo con claridad Maestro, es que mis pensamientos a veces se hacen confusos.

—¿Y qué es lo que te confunde?

—He visto imágenes del último tsunami y no logro quitar de mi mente esas imágenes tan desgarradoras. No alcanzo a entender por qué ocurren cosas tan atroces en el mundo. Si existe Dios, o su acrónimo Divina Inteligencia Omnipotente Suprema como tú lo llamas ¿por qué permite que haya hambre, guerras, enfermedades y otras calamidades? ¿Acaso no está a su alcance terminar con tanta miseria en el mundo, ya que es todopoderoso y benévolo?

El Maestro quedó pensativo un momento y luego dijo:

—¿Quieres acompañarme?

Acostumbrado al desconcierto que generalmente le ocasionaban las respuestas y las acciones del Maestro, el discípulo asintió y ambos se dirigieron silenciosamente al templo. Al llegar, el Maestro se adelantó e hizo un ademán al joven para que lo siguiera al interior de una gran sala, en el centro de la cual había un hermoso piano de color caoba. Sin decir una palabra, el maestro se sentó ante el piano y comenzó a ejecutar una armoniosa melodía durante unos minutos. Al terminar, se dirigió al muchacho:

—¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado?

—Maestro, ¡fue una de las sinfonías más sublimes que he oído jamás! ¿Cómo es que tienes tanta habilidad con el piano? Nunca mencionaste siquiera que tenías conocimientos de música. ¿Cuál es el nombre de esa pieza? ¿Podrías continuar tocando por favor? ¿Por qué no…?

Haciendo un gesto con sus manos, el Maestro le interrumpió:

—Espera un momento, quiero que sigas prestando atención.

Y nuevamente colocó sus manos sobre las teclas y comenzó a pulsarlas. Esta vez la cara del discípulo se fue transformando en una mueca. Al cabo de un corto lapso, la música cesó.

—¿Y ahora? ¿Qué opinas de este tema?

—No te ofendas Maestro pero en verdad no me ha gustado. ¿Cómo es posible que hayas ejecutado una melodía tan armoniosamente y la siguiente de manera tan desagradable? ¿Acaso lo has hecho a propósito?

—Hijo, en lo que has visto y escuchado, está la respuesta a esas dudas que se roban tu paz interior.

Extrañado, el discípulo quedó en silencio unos minutos y luego, con un gesto de frustración, exclamó:

—Lo siento Maestro, pero… ¿a qué te refieres?

—¿Sabes por qué te resultó agradable la primera melodía? Simplemente porque pulsé las teclas correctas, de modo que cada tecla y cada combinación de ellas produjesen el sonido perfecto para el que fueron programadas. Por el contrario, al no respetar el orden ni la secuencia ni la función de cada una de ellas, el resultado obtenido ha sido desastroso. Cada tecla responde a la presión con un sonido determinado; si pulsas la tecla correcta, obtendrás el resultado correcto, pero si consciente o inconscientemente te equivocas, producirás el sonido equivocado.

—Maestro, entiendo la ley de causa y efecto, pero sigo sin comprender la pasividad de Dios.

—¿Pasividad? Piénsalo bien: cuando estableces una serie de directrices, reglas o normas, estás actuando. Hace miles y miles de años, interpretadas de diversas maneras por diferentes creencias pero manteniendo su esencia, La Divinidad nos dejó como legado una serie de enseñanzas. Algunas religiones las llamaron “mandamientos”. El universo se rige de manera análoga al piano: todas las condiciones están dadas para que el mundo sea un lugar justo y maravilloso, siempre y cuando el ser humano “pulse las teclas correctas”, esto es, actúe bajo las direcciones establecidas. Tenemos libre albedrío para decidir cómo queremos actuar.

El rostro del joven se distendió y sus ojos brillaron de entusiasmo:

—¡Creo que entiendo! Si la Divina Inteligencia Omnipotente Suprema interviniese, se estaría contradiciendo, ya que estaría modificando las consecuencias de nuestras acciones, y de ese modo nuestra “libertad de elección” sería falsa, pues aun cuando actuáramos incorrectamente, podríamos obtener un justo resultado, y viceversa.

—Verdad. Nada puede hacer ella si los hombres tan solo obtienen discordancias como consecuencia de la errónea “ejecución del piano”.

El escarabajo


Ernesto cursaba el tercer año de la secundaria, y se sentía abatido. Había conocido a una compañera cuando ingresó al colegio y se habían puesto de novios al comenzar el segundo año. A mitad del ciclo lectivo, luego de las vacaciones de invierno, el traslado laboral de los padres de la chica a un país lejano forzó la separación.

Transcurridos unos dos meses, el carácter del joven comenzó a cambiar. Sus notas eran cada vez más bajas, sus profesores comenzaron a quejarse de su conducta, sus amistades se alejaban y sus padres incluso notaban un cierto deterioro en su condición física.

A pesar de no tener problemas de relaciones familiares, el muchacho sentía especial afinidad con uno de sus tíos, el cual se había convertido en su amigo, su secuaz, su confidente y consejero a la vez. A sugerencia de sus padres, un día viajó a visitarlo, le relató lo ocurrido y le habló de cómo se sentía. Conocedor y cómplice del noviazgo de su sobrino desde el inicio, rápidamente el tío sintonizó con los sentimientos, las sensaciones y los pensamientos de Ernesto. Después de escucharlo pacientemente y con un gesto muy serio, le dijo:

 

—Mirá, nada de lo que yo o cualquier otro te diga puede sacarte por arte de magia el dolor que sentís. La recuperación de una situación como la tuya implica todo un proceso, y cuánto dure depende de muchas cosas. Si querés te puedo contar una historia que personalmente me sirvió para reflexionar sobre por qué ocurren ciertas cosas.

—Sí, lo que sea viejo.

—Bien. El cuento comienza alrededor de las 20. 30 de un viernes de enero, en un cálido verano. El sitio era un lugar muy popular, frecuentado especialmente por los deportistas de fines de semana, y en un terreno que abarcaba un cuarto de manzana, se erigían tres canchas de paddle, techadas y con luces de neón. Ese día, el sol estaba desapareciendo por completo en el horizonte, por lo cual los reflectores de cada cancha comenzaban a encenderse. Como es normal en cualquier época del año, las luces se convierten en un polo magnético de atracción para cualquier insecto volador. Incapaces de resistir el llamado de los rayos lumínicos, los escarabajos, cucarachones y una miríada de otros insectos más caminaban, volaban, caían al piso, correteaban un trecho, se remontaban y volvían a caer, se alejaban unos y se acercaban otros en un ciclo continuo. Con idéntico frenesí, dentro de la cancha cuatro jugadores golpeaban incesantemente las pelotitas. Entre saques, voleas, paralelas, drops y smashes, se desplazaban velozmente por toda la cancha, en medio de gritos de aliento y enojo, maldiciones, felicitaciones y quejas. En ese contexto, un escarabajo cayó cerca de una esquina y comenzó a desplazarse zigzagueando rápidamente por la superficie pareja pero desgastada de la cancha, que todavía conservaba un tinte rojizo. De repente, sintió un durísimo golpe en su costado izquierdo y salió despedido unos dos metros, chocando contra el tejido lateral característico de este deporte. A duras penas pudo ponerse en pie y lentamente, muy dolorido, logró atravesar la malla de metal. Haciendo un esfuerzo extra, se arrastró hasta la esquina donde el alambre se unía a la pared y se quedó muy quieto. Ocurrió todo tan vertiginosamente que no alcanzaba a comprender por completo lo que había pasado, menos aún por qué ni quién lo había golpeado. De repente dirigió su mirada al centro de la cancha, y pudo distinguir lo que había hecho impacto en su cuerpo: una flamante zapatilla deportiva de colores vivos. Quien la calzaba era un jugador pequeño, que corría frenéticamente de un lado a otro junto a su compañero. Se preguntó, con la ingenua incapacidad del reino animal para comprender las actitudes “racionales” de los seres humanos, cuál habría sido la causa que motivara la acción del joven. Mientras intentaba descifrar el error que había cometido para haber sido tratado con tanta violencia, se quedó dormido, vencido por el dolor. Al día siguiente, cuando el sol comenzaba a despuntar, y en medio del habitual silencio de las madrugadas sabatinas, abrió los ojos, movió temblorosamente sus patitas y lentamente comenzó a moverse. Al avanzar pudo observar que, a su alrededor, la gran mayoría de sus hermanos yacía inerte, en tanto otros se encontraban en sus estertores finales. Fue entonces cuando, en un destello de luz, comprendió algo: en lugar de aplastarlo desaprensivamente, el jugador había preferido apartarlo con cierta violencia de su camino, manteniéndolo con vida.

Ernesto quedó pensativo unos minutos. No sintió una mejoría instantánea, pero a pesar de su corta edad, llegó a entender claramente que en ocasiones recibimos golpes inesperados, cuya finalidad quizás es evitar que suframos otros impactos más fuertes y letales. Cuando regresó a su casa, sintió que “el escarabajo” había modificado algo en su interior.

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