El gorrión en el nido

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En la cuarta visita, el Riojano y Cari estaban preocupados por el poco tiempo que Gorri les dejaba para disfrutar de su coqueteo, así que el Riojano hizo una sugerencia:

—Se me ha ocurrido —dijo el Riojano dirigiéndose a Cari—, que podíamos hacer con Gorri lo que mis padres hacían conmigo cuando era pequeño y no les dejaba tranquilos.

Cari levantó la cabeza, aquello le había interesado.

—Pues me daban aguavinito, que es agua mezclada con vino de Rioja, eso sí, crianza, para que no me hiciese daño, y eso me dejaba la mar de tranquilo —explicó el Riojano.

—Ah, pues podemos probar a darle aguavinito a Gorri para ver si se queda tranquilo —contestó Cari entusiasmada con la idea.

A Gorri le gustó aquella combinación de pan, jamón y aguavinito.

—Abavinito quere sobinito —decía Gorri cada vez que quería repetir ración.

Al Riojano y a Cari les hacía tanta gracia la petición que le preparaban el líquido combinado las veces que hiciese falta hasta que «el sobinito» se quedaba dormido sobre el mesón y, de este modo, con la pócima milagrosa, Cari y el Riojano pudieron dedicarse a lo suyo sin contratiempos.

Cari dedujo que el Riojano era mañoso y sabía cómo tratar a los niños, así que, jornada a jornada, fueron consolidando su relación mientras Gorri disfrutaba de una abundante merienda bien regada y que siempre terminaba en una plácida siesta, apoyado en la gran mesa o tumbado sobre uno de sus bancos, ajeno al devenir de tía y Riojano.

IX

DE CÓMO GORRI TUVO SU PRIMER AMIGO

Las hermanas Cari y Edurne no acababan de reconciliarse a pesar de que su lucha por ver quién se hacía con Gotzi había finalizado. El campo de batalla era el mismo, pero el objetivo a conquistar había cambiado, ahora se trataba de ver quién conseguía casarse antes.

—Papá —dijo Edurne llena de alegría—. Hemos estado hablando Gotzi y yo y hemos decidido casarnos en la primavera del año que viene.

—Pero qué dices —saltó al instante Cari, como si le hubiesen pisado el pie—. En la primavera del año que viene nos casamos nosotros.

—De eso nada, yo lo he dicho primero —argumentó Edurne.

—Pues que sepas que si lo haces no pienso asistir ni invitaros a la mía.

—A ver, hijas —decía el padre algo enfadado—. Me parece mentira que las dos queráis casaros, que exige un ejercicio de madurez, y os comportáis como si fueseis unas chiquillas, me parece bien que lo queráis hacer en primavera, es una bonita estación para hacer una boda, pero una en la primavera del año que viene y la otra, un año más tarde. Tened en cuenta que dos bodas muy juntas en el tiempo someten a un excesivo estrés a familiares y amigos, especialmente a los que, viviendo fuera, se tienen que desplazar, y es mejor dejar un prudente espacio entre ambas bodas para la recuperación económica de los invitados.

—Ya, papá —argumentaba Edurne cargada de razones—. Mi relación ha comenzado antes y ya llevamos casi dos años de novios, por lo que es lógico que tenga preferencia a la hora de elegir la fecha.

—Sí, pero para casarse se necesita dinero —contraatacaba Cari—. Y Gotzi ha terminado de estudiar, pero aún no ha encontrado trabajo. En cambio, yo tengo solucionados los ingresos y la casa y puedo casarme en cualquier momento sin necesidad de tener que esperar a consolidar la situación económica.

—A ver, a ver —intermedió el padre—. Debéis ser capaces de resolverlo entre vosotras, a lo largo de la vida os tendréis que enfrentar en más de una ocasión a situaciones delicadas que os obligarán a entenderos y yo no estaré aquí para ayudaros, por lo que os recomiendo que hagáis este ejercicio de diálogo y compromiso para aprender a afrontar lo que el futuro os depare.

El Riojano se había dedicado más a trabajar que a estudiar y Gotzi se había pasado la vida estudiando sin más oficio ni beneficio, así que no disponía de una fuente que le reportase ingresos. Sus mundos y aficiones eran tan diferentes que nunca habían coincidido en actividades conjuntas por no haberlas. Gotzi se creía algo superior, aunque no tenía una perra chica ni para comprarse un pantalón y el Riojano, aunque no le faltaba un duro en el bolsillo, se creía de una casta inferior por tener menos estudios que Gotzi, por lo que, aunque las dos hermanas estaban emparejadas, no compartían paseos, ni baile, ni mesa de casino, ni confidencias fraternales.

Aquel verano de 1958, como cada quince de agosto, el día de la Virgen de Andramari, todo el pueblo se encontraba atareado en los preparativos para asistir a la romería en el monte de Amézaga. A las once era la misa de campaña en la explanada que ocupaba el campo de fútbol, la misa era oficiada por Donostia, a la que seguía un rosario por ser el día de la Virgen, todo ello en latín culto. Luego había juegos de sacos y cucañas y una exhibición de aeromodelismo del club del mismo nombre de la capital, tendría lugar en el mismo espacio que había servido para realizar la misa, de allí se daba paso a la pitanza, en la que cada familia se esmeraba por llevar lo mejor de su repertorio culinario: tortillas de patatas con y sin cebolla, ensaladillas rusas, filetes también rusos, albóndigas, croquetas, filetes empanados, empanadas de diferentes rellenos y empanadillas, para que no faltase nadie de la familia de empanadas ni de los rusos. Todo esto se regaba con vino tinto de Rioja en bota y en porrón, agua fresca de botijo, gaseosas y Kongas de naranja y de limón. Los postres eran a base de fruta, compotas y queso de oveja con membrillo y con nueces, abundaban los pucheros de café o achicoria, que se calentaban en pequeñas hogueras para finalizar con licores espirituosos entre los que no faltaba el patxaran casero llevado por cada alquimista que se había ocupado de recoger las endrinas, comprar el anís en la bodega de Atxa y hacer el preparado particular añadiendo o no canela, granos de café y algunos otros secretos que, por serlos, nadie conocía.

Aunque todo comenzaba con grupos de una misma familia, poco a poco la gente se movía para probar las especialidades de otras y era por ello que las amas de casa se esmeraban al máximo para que todos recordasen su aportación como la mejor de aquel año. Con la panza llena y el corazón caliente se daba paso al baile, amenizado por la banda del pueblo, donde tocaba el clarinete el tío músico y padrino de Gorri y en el que Donostia se esforzaba doblemente, ya que tras tantos alcoholes y rodeados de una naturaleza pletórica de vida que alentaba al apareamiento, las parejas tendían a apretarse más de lo que las leyes de la moral y la decencia pública lo permitían y a apartarse detrás del mato si la ocasión se presentaba.

Durante todo el camino que lleva del pueblo al monte Amézaga, las hermanas estuvieron discutiendo sin parar y el padre estaba ya con la cabeza loca de tanto oírlas, al igual que el resto de acompañantes, que no eran otros que su madre, Paka, Patxi y Gorri.

—Edurne, si te parece, durante la misa tu y yo con Gorri, que no va a aguantar tanto tiempo tranquilo, buscamos un buen sitio y preparamos un pequeño fuego para calentar la achicoria —propuso Paka con la idea de separar a las dos hermanas durante un rato y tener la fiesta en paz.

—Me parece estupendo, Paka —respondió Edurne con sorna—. Así me aparto un buen rato de esta pesada, que me tiene harta, y charlamos tú y yo de nuestras cosas.

—Anda, sí, idos las dos de una vez y dejadme tranquila, que me estáis dando el día de la Virgen —contestó Cari.

—Oye, a mí no me metas en vuestras historias, que yo hasta ahora no he abierto la boca —puntualizó Paka.

Gorri se divirtió mucho recogiendo palitos para hacer la hoguera, colocando el mantel en el suelo con unas piedras para que no se volase con el aire; luego puso platos y cubiertos. Todo esto era nuevo, y como todo lo nuevo que aparecía en su vida, se encontraba fascinado por el descubrimiento. Se reía con las cucañas y las carreras de sacos y se asustó con el ruido de los pequeños motores de los aviones en miniatura que, cogidos por el extremo de una de sus alas con una larga y fina liza, volaban en círculo alrededor del especialista manipulador de aviones en miniatura.

A la hora de la comida, Paka le colocó a Gorri una gran servilleta de tela para cubrir su inmaculada ropa blanca compuesta por camisa con chorreras, pantalón corto con cinturón blanco y zapatos blancos con calcetines blancos; era el niño más blanco de todos los niños blancos allí presentes y Paka estaba orgullosa de ello y quería mantenerlo así de blanco todo el día.

Gorri probó un poco de casi todo lo que le ofrecieron y pronto aparecieron algunos miembros de otras familias para hacer las catas de lo mejor de la casa y cómo no; allí estaban los primeros Gotzi y el Riojano, que enseguida saludaron a Gorri con todo su cariño ante la sonrisa cómplice de las dos hermanas —cómplice con sus respectivos, que no entre ellas—. También apareció un perro desconocido de esos que se pasean de pueblo en pueblo viviendo de la caridad, de pelo marrón y mirada dulce. El perro se acercó, fijando su vista en los trozos de comida que Patxi se llevaba del plato a la boca hasta que los engullía, tenía una expresión tan tierna aquel perro que Patxi no pudo menos que compartir su bocado con él, operación que se repitió varias veces y que prosiguió, invitándole a Gorri a que diese con su mano unos trocitos de filete empanado al agradecido perro. Gorri se entretuvo en aquella operación que le resultó de total agrado, era la primera vez que le dejaban alimentar a un animal de un modo tan personal, hasta que el perro, cansado de tanto filete empanado, se fue a probar suerte en otra familia y Gorri lo siguió con el trocito de filete, ofreciéndoselo para que no se marchase. Cuando llegaron donde los Madinabeitia le dieron a Gorri un trocito de filete ruso que este compartió con el perro ante las risas de todos los asistentes. Cansados de filetes rusos, probaron suerte donde los Asurmendi, que habían preparado espinacas con besamel y le dieron un platito a Gorri que se lo ofreció a su acompañante, al que había bautizado como Perro, llamándolo de este modo constantemente, al final Perro se comió las espinacas con besamel a lametazos sin dejarle nada a Gorri, y así fueron pasando y compartiendo de una familia a otra hasta que llegaron a la de los Otegui y allí había jamón y aguavinito en abundancia. Gorri se sentó cómodamente y fue agasajado durante un buen rato con lo que más le gustaba y compartió los taquitos de jamón con Perro, que también los encontró muy de su gusto.

 

De tanto comer taquitos de jamón y otros sabrosos preparados, Perro acabó sintiendo sed y, como Gorri no compartió su aguavinito con él, Perro decidió marcharse, con la panza bien llena, a buscar un lugar donde calmar su sed y reposar un buen rato tumbado a la sombra en algún lugar fresco. Gorri, viendo que Perro se alejaba, se fue tras él, pensando que irían a cambiar de familia y de viandas, pero se fueron alejando del grupo de romeros y metiéndose entre los arboles del bosque, siguiendo el camino que, desde el monte Amézaga, lleva hasta Iduia. Los dos caminaban juntos y Perro se adaptó al paso lento de Gorri mientras escuchaba los relatos que este le iba presentando en su paseo.

—Tía Cari y tía Edurne —le contaba Gorri a Perro—, querían mismo chupete y lloraban y un día tía Cari y otro tía Edurne paseaban con Gotzi y luego tía Cari estuvo con diojano y me daba chocolate y un día mama se enfadó por tener chocolate en la ropa.

Perro le escuchaba atento y sin opinar mientras seguían acercándose a Iduia. Poco antes de llegar a las primeras casas de Iduia, Perro giró por el camino que lleva a Orrao mientras Gorri le seguía contando su vida.

—Lo que más me gusta es jamón, y cuando me den pa’ mí y pa’ ti.

Así, fueron caminando hasta llegar a la poza que el Zirauntza forma bajo el puente de Orrao, los dos bajaron por el sendero que empleaban los paisanos para acarrear agua desde el río hasta sus huertas. Una vez junto al río, Perro caminó hacia el agua para saciar su sed seguido por Gorri, que, conforme avanzaba, se iba metiendo en el lodo hasta que este le llegó a las rodillas y se quedó inmovilizado. Perro bebió abundantemente y volvió sobre sus pasos al encuentro de Gorri, que se encontraba atrapado, pero observando Gorri que Perro se movía debido a su apoyo en las cuatro patas, se echó hacia adelante todo lo que pudo para emplear sus manos hasta que cayó de bruces y el lodo le llegó hasta las orejas. Viendo que dentro del lodo no se puede respirar, estiró sus dos manos para levantarse y estas se hundieron hasta los codos, mientras Perro daba vueltas alrededor de Gorri también con el lodo cubriéndole las patas hasta la panza, consciente de los apuros del niño por liberarse de su cárcel.

Como pudo, Gorri se incorporó, tirando hacia atrás hasta quedar sentado, hundido hasta la cintura y Perro, al observar cómo el niño con sus movimientos estaba desapareciendo bajo el lodo, utilizó sus dientes para cogerlo del cinto, por la zona de la espalda, y lo arrastró con todas sus fuerzas hasta llevarlo a la orilla, allí donde el lodo era menos profundo. Gorri y Perro se quedaron sentados en ese sitio, recuperándose del esfuerzo mientras Gorri, tranquilo, continuaba relatándole historias a Perro, que le miraba inclinando la cabeza a derecha e izquierda sin apartar su vista.

—Ahora mamá me pone para poner huevo, pero no sale bien. Las gallinas les sale mejor.

La primera en darse cuenta de que Gorri no estaba con el resto de los participantes en la romería fue Paka y enseguida se lo comunicó a su familia, que se dividió para buscarlo, preguntando a todos si habían visto al niño. Obtuvieron diferentes informaciones que lo situaban junto al perro, ambos dirigiéndose de una familia a otra. Al no encontrarlo entre las personas que componían todos los allí presentes, se desplegaron en grupos entre los que se encontraban amigos y conocidos, quienes fueron en diferentes direcciones gritando «Gorri», «Gorri», con la esperanza de que diese alguna señal de vida. Los padres, abuelos, tías y sus novios estaban especialmente preocupados, entendían que no andaría lejos y que, seguramente, se habría perdido por el bosque siguiendo al perro, pero conforme pasaba el tiempo sin noticias, la intranquilidad fue en aumento y la duda de si podía haberle pasado algo comenzó a ocupar sus pensamientos.

El tranquilo murmullo del discurrir del agua y de la serena conversación que mantenían Gorri y Perro se vio rota por un grito como de trueno emitido por Gotzi diciendo que allí estaba Gorri y que estaba bien, grito ante el que Perro se asustó y salió huyendo, nunca más fue visto y Gorri se quedó aturdido, mirando cómo su madre se acercaba descompuesta por haberlo perdido y arreándole unos azotes en el culo, los cuales Gorri no entendió a qué venían y que se veían amortiguados por el lodo que lo cubría en abundancia.

Todos los romeros se fueron comunicando que el niño perdido había aparecido y estaba bien, y todos respiraron con alivio y volvieron a sus quehaceres mientras Cari, el Riojano, Edurne y Gotzi subían de vuelta al monte Amézaga a los bailables que estaban a punto de dar comienzo. Edurne, todavía acongojada por la incertidumbre de que a Gorri le hubiese podido suceder algo, y viendo que había cosas mucho más importantes que su discusión por la boda, sintió la necesidad de hacer las paces.

—Mira, Cari —dijo Edurne en tono serio—. No merece la pena que sigamos discutiendo por ver quién se casa antes, lo importante es que todos estamos bien. Si quieres vosotros os casáis primero y nosotros lo haremos al año siguiente.

—Yo, si Edurne cree que es lo mejor la apoyo en lo que decida —añadió Gotzi.

—Bueno, a mí se me ocurre que podemos casarnos los cuatro a la vez —propuso el Riojano—. De este modo se ahorrarán molestias a los familiares que vengan de lejos y yo puedo encargarme de toda la pitanza y los caldos, por supuesto de Rioja, y vosotros podéis planificar los pormenores del evento.

—¡Qué buena idea! —exclamó Cari.

—Yo creo —comentó Gotzi— que mi padre puede hacerse cargo de los gastos de la orquesta y de otros gastos, dado que tú cubres la comida. Si os parece bien.

—Me parece estupendo —concluyó Edurne—. Nosotras nos preparamos los vestidos y nuestro padre que ayude a don Gotzón con el resto de gastos.

Y de este modo, todos contentos por la excelente solución, se pusieron a bailar ante la atenta mirada de Donostia.

X

DE CÓMO GORRI LLEVÓ LAS ARRAS

Tras las decisiones tomadas el día de la romería al monte Amézaga todos los involucrados informaron a sus familiares y amigos y comenzaron los preparativos para la boda. El Riojano no tenía a nadie, ya que había sido hijo único de un matrimonio con el que se cebó el infortunio, dejándolo huérfano justo con la edad de poder hacerse cargo del negocio, viéndose obligado a abandonar sus estudios, así que para él su boda era el acontecimiento más importante de su vida y estaba dispuesto a echar la casa por la ventana, negociando con todos sus proveedores los mejores productos para tan importante acontecimiento. Por su parte, las hermanas se hicieron con las telas y los patrones, pagados con los ahorros que habían ido acumulando para su ajuar para confeccionarse los vestidos. Los padres de las novias se reunieron con el padre del novio para hacer cuentas sobre el resto de gastos descontada la comida. La misa la celebraría Donostia a las doce en la parroquia y de allí irían al convite en el casino, donde se servirían los manjares aportados por el Riojano. Finalizarían con bailables, también en el casino, amenizados por la banda de música del pueblo, que tocaría desde el escenario.

Gorri era el responsable de llevar las arras, hicieron algunos ensayos con resultados que distaban mucho de ser lo que se esperaba, ya que el niño se dispersaba con facilidad y le costaba centrarse en su cometido, pero como aún quedaba mucho tiempo estaban seguros de que conseguirían hacerle aprender bien su labor.

Gotzi se esforzaba en encontrar trabajo, pero en el pueblo o encontrabas faena en la fábrica o lo tenías difícil, salvo que fueses ganadero o agricultor, lo que estaba lejos de los conocimientos del recién estrenado contable. Tampoco sus estudios y aptitudes eran las necesarias para poner un bar o una tienda, y con esto finalizaban todos los caminos que podía recorrer para ganarse la vida en el lugar donde nació y conseguir así contraer matrimonio con Edurne en la fecha fijada.

Las oficinas de la fábrica no disponían de plazas vacantes, solo si se apuntaba como peón, a la espera de que surgiese un puesto mejor, podría comenzar su vida laboral. El problema de ser peón es que el salario no le daba para crear una familia y el trabajo era muy duro. Podías ir a la cantera de Arrazpi subido en uno de los baldes aéreos que te llevaban al lugar de trabajo y que luego bajaban cargados de piedra picada o podías ir a picar piedra a la cantera de San Miguel y subir en una vagoneta de las que van por raíles, que también bajaban cargadas de calizas. Si el destino no eran las canteras y te quedabas dentro del recinto fabril, puede que trabajases en el alto horno o en la laminación cogiendo los hierros al rojo vivo —según salían de la laminadora— con unas grandes tenazas para volver a meterlos en otro rodillo que reducía el diámetro del serpenteante espagueti rojo hasta darle la longitud y las medidas adecuadas, tarea que no solo era dura, sino que, además, resultaba peligrosa. También podías ir a las carboneras ocho horas al día, seis días a la semana, para transportar el carbón vegetal que alimentaba los hornos, acarreando carretillas llenas del negro combustible.

Edurne veía cómo los meses pasaban y Gotzi no comenzaba a traer un salario, por lo que las esperanzas de casarse en primavera, al mismo tiempo que su hermana Cari, se iban desvaneciendo, además, no tenían a quién recurrir, ya que no era cuestión de tener buenas relaciones, sino de que los posibles puestos de trabajo que les servirían para llevar adelante su proyecto y para los que Gotzi estaba formado se encontraban todos ocupados y sin una posibilidad clara de que pudiesen quedar vacantes en breve, salvo catástrofe, lo que no era su deseo.

Ante un panorama tan poco halagüeño y tras varios intentos fallidos por resolverse el futuro dentro del pueblo, Gotzi decidió ir a buscar fuera lo que le hubiese gustado encontrar dentro y se dirigió a la capital, donde había estado estudiando los últimos años y donde las posibilidades de encontrar un puesto eran mayores, ya que el número de empresas, los contactos y amistades que había establecido en su época de estudiante, y la diversidad de trabajos a los que podía acceder, aumentaban considerablemente sus posibilidades de tener éxito. Nuevamente, cogía el coche de línea por la mañana y regresaba en el último de la tarde, donde todos los días le esperaba Edurne a ver si había tenido suerte y por fin podían hacerse planes de boda.

Gotzi se dirigía a los polígonos industriales, preguntaba si necesitaban personal para administración y dejaba sus datos. En alguna de las empresas le hicieron pasar para entrevistarlo, pero su falta de experiencia era un obstáculo contra el que chocaba una y otra vez. Por las tardes, volvía a sus rutinas de estudiante, visitando el frontón, jugando alguna partida de mus y tomando unos txikitos para mantener viva su activa vida social.

Edurne quería ser optimista y le alentaba diciendo aquello de «no te preocupes que algo saldrá», pero en el fondo se desesperaba al ver que las semanas se sucedían sin que se obtuviese ningún resultado, incluso comenzó a dudar de que la búsqueda fuese tan activa como Gotzi le decía, dudas que se vieron acrecentadas cuando, a mediados de octubre, Gotzi se fue de caza de palomas con sus compañeros de batidas y estuvo casi un mes tiro arriba tiro abajo, merendola va merendola viene, sin apenas dedicar tiempo y esfuerzo al que debiera haber sido su principal objetivo y objeto de su caza, que no era otro que el de obtener una buena presa llamada trabajo.

Mateo, el de la goitibera, que hacía de taxista, era cartero y vendedor de periódicos, se acercó a Edurne a primera hora de la tarde.

—Hola, Edurne, ¿has visto a Gotzi?

—Está cazando en Palorzas, no creo que regrese antes del fin de semana —contestó Edurne con gesto de desaprobación.

—Es que tengo una carta para él, si te la entrego, ¿se la darás?

 

—Por supuesto, Mateo, dámela —extendió la mano Edurne.

Edurne, viendo que la carta era de la empresa Michelin de la capital, pensó que podía ser importante y estuvo a punto de abrirla, pero como la habían educado para no leer la correspondencia de los demás se abstuvo y con lo puesto decidió irse a Palorzas a entregársela a Gotzi.

El camino a Palorzas, donde cazaba Gotzi, no era fácil ni corto. Primero tenía que ir hasta Kukuma, que era una zona relativamente conocida y por donde solían pasear e ir a pescar cangrejos con retel, de allí tenía que subir hasta la txabola de Martín, en las faldas del pico Umandia, que es una parte dura, ya que el desnivel es de varios cientos de metros. Finalmente, había que internarse en el bosque de Apota y atravesarlo, al final del bosque se encontraba Palorzas, donde, siguiendo el sonido de los tiros, daría con Gotzi.

Todo fue bien hasta Kukuma, pero se complicó en la subida a la txabola de Martín, con las prisas y las ganas no se había aprovisionado de alimento alguno ni de ropa adecuada y arriba el viento frío del norte y la niebla la hicieron sentirse frágil y a merced del clima, pero donde realmente se complicaron las cosas fue en el bosque de Apota. La niebla apenas dejaba ver el camino y el húmedo rocío la empapaba, helando sus huesos hasta el tuétano. Al poco de entrar en el bosque, ya se encontraba desorientada y sin rumbo, congelada y asustada, sin entender muy bien cómo había llegado a aquella situación.

Con niebla no pasan las palomas y sin pasar palomas los tiros pierden su sentido, y sin el sonido de los tiros, no hay forma de orientarse en la oscuridad de la espesa y húmeda niebla. Así que Edurne deambulaba sin rumbo ahora hacia la derecha, ahora hacia la izquierda, ahora al frente, ahora retrocediendo, le asustaba la posibilidad de que anocheciese, con niebla y de noche podría no salir de allí con vida, además, no había informado a nadie de hacia dónde se dirigía por lo que, aunque la echasen de menos, difícilmente podrían dar con ella. Una posibilidad era bajar y buscar el cauce de un arroyo y seguirlo, pero esto le podía llevar a las simas de la Lece, donde nunca nadie podría encontrarla.

Empapada, llegó por casualidad a la fuente Culeca donde alguna vez había estado con su madre recogiendo frascos de aquel agua por sus cualidades sanadoras —especialmente para los problemas con la piel—, la reconoció enseguida por su olor a huevos podridos y allí pudo orientarse, sabía que siguiendo el sendero que subía serpenteante llegaría a Palorzas y tiró camino adelante sin mirar hacia atrás hasta alcanzar el alto de la loma donde pudo encontrar el primer puesto de palomas y los primeros seres vivientes cuya presencia la llenó de alegría.

Viéndola con tan desaliñado aspecto, como si se tratase de una aparición de un ser de los que habitan los bosques y nunca se dejan ver, los cazadores allí presentes enseguida la llevaron junto al fuego y la cubrieron con una manta, ofreciéndole un buen caldo de gallina con una yema y abundante vino tinto, lo que la hizo revivir casi de inmediato y le permitió relatar las circunstancias que la habían llevado a encontrarse de aquella guisa tan poco ortodoxa.

—Gracias por atenderme —dijo Edurne en cuanto se encontró algo recuperada—. Es que tengo que encontrar a Gotzi, ha llegado una carta para él que creo que puede ser importante y sin pensármelo dos veces he decidido venir a su encuentro sin darme cuenta de que estaba cometiendo una locura.

—Locura de amor, alma de cántaro —dijo uno de los cazadores—. Yo sé el puesto en que se encuentra y voy a buscarlo, tú quédate aquí recuperándote que aún tenéis que bajar hasta el pueblo.

—Yo os puedo dejar mi mula —añadió otro cazador—. Así llegaréis antes de que se haga de noche y aquí no me hace falta, la necesité para subir todo el material, pero ahora puede dormir en el establo.

Así, entre unos y otros, todo quedó organizado, y Edurne, por primera vez tranquila tras tan desagradable y arriesgada experiencia.

Cuando llegó Gotzi, se dieron un abrazo y él le reprochó la locura que acababa de hacer.

—¡Pero a quién se le ocurre!, podría haberte ocurrido cualquier desgracia.

—Bueno, lo importante es que he dado contigo —contestó Edurne.

Gotzi abrió la carta y enseguida comenzó a leer en voz alta:

Muy señor nuestro:

Como continuación a las conversaciones mantenidas con Ud. para optar al puesto de comercial que estamos ofertando, nos es grato comunicarle que debe presentarse para ocupar dicho puesto el próximo miércoles 19 de noviembre a las ocho de la mañana en nuestras oficinas, entendiendo que de no hacerlo renuncia usted al puesto.

Atentamente...

—¡Dios mío!, el 19 de noviembre es mañana —exclamó Edurne, ilusionada por el trabajo y nerviosa por la situación.

—Menos mal que se te ha ocurrido venir —dijo Gotzi.

Cuando llegó la primavera, las dos parejas tenían nido, salario e ilusión y dedicaban gran parte de su tiempo a los preparativos para el momento tan deseado, preparativos en los que Gorri sería protagonista, pues llevaría las arras al altar, si es que era capaz de aprenderse el ritual, como agradecimiento de los contrayentes por su colaboración desinteresada y que tan importante fue para llegar al día esperado.