Mentes inquietas

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Myriam Rodríguez y Javier Correa

Mentes inquietas

Contrarrefranes y cultura popular

Prólogo de Carlos Aymí Romero


© Myriam Rodríguez y Javier Correa, 2020

© Del prólogo, Carlos Aymí Romero, 2020

© De esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2020

Todos los derechos reservados

Primera edición: septiembre, 2020

Publicado por Punto de Vista Editores

info@puntodevistaeditores.com

www.puntodevistaeditores.com

@puntodevistaed

Coordinación editorial: Miguel S. Salas

Corrección: Luis Porras

Diseño de cubierta: Joaquín Gallego

Ilustración de cubierta: © NSN997 (de izquierda a derecha): Adela Cortina, Ludwig Wittgenstein, María Zambrano y Byung-Chul Han

ISBN: 978-84-18322-16-7

Thema: QDX

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com

Para Vir, por su ayuda incondicional, por darnos sin pedir.

Para Diego, Carlos y Álex, por devorar nuestro primer libro y guiarnos en este segundo.

Para Julián, Miren y Rafa, por creer en nosotros más de lo que nadie lo ha hecho.

Para María.

Sumario

Prólogo

Introducción

Mentes inquietas. Contrarrefranes y cultura popular

1. A pocas palabras, buen entendedor basta

2. Al pecho, hecho

3. A oídos sordos, palabras necias

4. A más desengaños, más años

5. A rey puesto, rey muerto

6. Afortunado en el amor, desafortunado en el juego

7. Antes se coge al cojo que al mentiroso

8. Aprendiz de nada y oficial de todo

9. Cada persona es dueña de sus palabras y esclava de sus silencios

10. Contra el feo vicio de no dar, existe la noble virtud de pedir

11. Contra arte alguno, no hay fortuna

12. Cuanto más se quiere, más se tiene

13. De donde no se puede sacar, no hay

14. Donde las toman, las dan

15. ¿Dónde va la gente? Donde va Vicente

16. El lugar no ocupa saber

17. Haciendo y aprendiendo se va deshaciendo

18. Las montañas mueven fe

19. Más discurre un letrado que cien hambrientos

20. Más vale fuerza que maña

21. Más vale pájaro volando que ciento en la mano

22. Más vale curar que prevenir

23. Muerta la rabia, se acabó el perro

24. No abras una puerta si no has cerrado otra antes

25. Nunca es buena si la dicha es tarde

26. O la puta a todos, o al río follamos

27. Piensa y acertarás mal

28. Primero, la devoción y, luego, la obligación

29. Queda, que algo calumnia

30. Sarna que pica no gusta

Bibliografía

Otros títulos

Prólogo

De entre las muchas enseñanzas que nos legó el filósofo alemán Immanuel Kant, encuentro una muy pertinente para el libro que te dispones a leer, esa que apunta que la experiencia sin teoría es ciega, pero la teoría sin experiencia es puro juego intelectual. Después de todo, ¿qué es un refrán sino el intento de aunar teoría y experiencia?, ¿qué sino concentrar en una frase de sabiduría popular las lecciones de la vida desde una mirada lúcida?

Sin embargo, tanto las miradas lúcidas como el lenguaje, bien nos lo mostró Nietzsche, se desgastan y acaban por perder su brillo bajo el implacable mazo del tiempo. Por eso, necesitan una puesta a punto que les haga recuperar su fuerza y, mejor aún, que les lleve a encontrar nuevas vías de interpretación de una realidad que, siendo semejante, no cesa paradójicamente de cambiar.

Mentes inquietas. Contrarrefranes y cultura popular es una obra que, precisamente, realiza la tarea anterior al tomar ejemplos muy conocidos de nuestro refranero popular, para pensar, para jugar, para ir más allá de ellos, buscando nuevos brillos, nuevos faros de posibilidad. Al fin y al cabo, esa es la mejor filosofía; no una mera historia de las ideas, no un plomizo teórico, sino un alumbrar la razón de cada época.

Y se agradece, vaya si se agradece con estos tiempos líquidos de suciedad que corren, que dos jóvenes amantes de la filosofía y de su práctica socrática, aquella que busca agitar el árbol del conocimiento a través de constantes preguntas y no de la imposición de un pensamiento único, se atrevan, con su segundo libro y en la línea de su proyecto en redes sociales llamado Colectivo de Mentes Inquietas, a buscar nuevos límites de reflexión, a surcar el difícil pero necesario oleaje de los márgenes.

Un último apunte antes de la lúcida, fecunda y amena travesía de este libro. En El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, esa novela tan imposible como real y que Cervantes podría haber subtitulado La historia de una amistad, encontramos a sus protagonistas encarnando lo mejor de la fusión teoría-experiencia. Así, y no al principio, y no sin dificultades, y no sin dejarse muchos dientes por el camino, ¿cuánto no aprende Sancho del idealismo de don Quijote, pero también don Quijote del refranero de Sancho?

Carlos Aymí Romero

Escritor

Introducción

Contrarrefrán es un concepto que, como tal, hemos inventado como una forma de darle la vuelta a la cultura popular y leer sobre los márgenes de esta. Es una re-flexión de algunos de los refranes más populares de nuestra lengua. Re-flexión, primero, porque consiste en repensar estos refranes, pero no de una manera usual, sino que es una flexión de los mismos. ¿Cómo? La intención es, dándole la vuelta a los refranes más conocidos, encontrar lecciones, ideas nuevas, patrones en el pensamiento inscritos en nuestra cultura popular, y pensarlos de nuevo de la mano de intelectuales y de ideas que hemos ido cosechando tanto individual como colectivamente. Por ejemplo, el refrán «Piensa mal y acertarás» se convertiría, dándole la vuelta, en el siguiente contrarrefrán: «Piensa y acertarás mal». A partir de esta flexión del refrán, comenzamos a re-flexionar sobre él.

 

¿Por qué hemos decidido pensar a partir de estos nuevos contrarrefranes? ¿Por qué no hemos escrito un libro que fuera un mero conjunto de ensayos? En definitiva, ¿por qué necesitamos la excusa de los refranes? En nuestro primer libro, Y pensar ¿para cuándo? Filosofía de jóvenes para jóvenes, intentamos elaborar un texto de divulgación que recopilara, por bloques, a los autores y temas más presentes en la historia de la filosofía (occidental). Al terminarlo, nos dimos cuenta de que, a pesar de haberlo estructurado de manera didáctica y amena, nuestro trabajo había consistido en repetir (¡otra vez!) lo que se venía diciendo. No innovamos. No creamos. Simplemente hicimos más accesible un producto ya formado como es la historia de la filosofía.

En este segundo libro, queremos mostrar que no hay nada más lejos de la filosofía. La filosofía no es lo que dijo tal o cual autor, sino que es un modo de vida que consiste en habitar la morada del ser, en preguntarse por qué las cosas son de determinada manera y no podrían ser de otra. Por eso, decidimos salirnos de los espacios tradicionales de la filosofía para pensar desde los márgenes. Queríamos pensar usando la excusa de algo, pero ese algo no podía ser más la (ortodoxa) historia de la filosofía. Fue, entonces, cuando descubrimos que la cultura popular guarda sus propios granos de reflexiones en los refranes. Es con ellos, y desde ellos, desde donde queríamos pensar.

Sin embargo, nos parecía insípido pensar a partir de los refranes, pues todos sabemos lo que un refrán nos quiere decir. Queríamos reflexionar sobre ellos y sobre la sabiduría popular que se cristalizaba en ellos. Por eso, decidimos re-flexionar, volver a flexionar, darles la vuelta. Queríamos no tanto pensar a la luz de los refranes, sino pensar desde sus sombras, desde lo que dejaban fuera. Así, creamos los contrarrefranes como un intento de jugar mientras pensamos, de primero crear espacios en los que poder pensar de manera creativa y crítica, y en segundo lugar escribir. Para nosotras, lo fundamental era crear líneas de fuga que permitiesen nuevos juegos, nuevas ideas, que además de darnos nuevas oportunidades, nos permitiese hacer una crítica de las ideas que se transmitían a través de la cultura popular. Queríamos, y lo encontramos en el concepto de contrarrefrán, plantar un campo fértil que estuviera al margen del pensamiento convencional.

Este libro no tiene un orden concreto, no tiene que leerse en orden, ni sigue ninguna ordenación concreta más allá de que los contrarrefranes están colocados alfabéticamente. Al ser un espacio de creatividad donde hemos jugado a repensar los márgenes de nuestra cultura popular, nos gustaría que se leyese de la misma manera, desde el juego y la creatividad. Al igual que el refranero popular muchas veces nos ha servido como espacio donde acudir desde una perspectiva, queriendo consultar simplemente algo concreto, incluso de guía o consejera para la acción, también podrían ser los contrarrefranes un espacio donde ir para pensar sobre cómo actuar y cómo actuamos en las situaciones que tú elijas. Sin orden. El único orden es el que tú necesites.

Por último, hemos utilizado de forma indiferenciada el género en las palabras. Somos conscientes de que puede hacerse cuesta arriba el leer un texto en el que continuamente se realiza desdoblamiento de género (nos pasa a nosotros mismos), o puede resultar extraño el uso de la x o la e (opciones que apoyamos y que creemos completamente válidas). En nuestro caso, hemos preferido utilizar de forma indistinta el masculino y el femenino cuando hacemos alusión a la generalidad de las personas o cuando hablamos de grupos en los que hay tanto mujeres como varones. Le damos mucha importancia al lenguaje, y creemos que es importante utilizarlo de forma consciente sin invisibilizar y abogando por un lenguaje inclusivo.

Mentes inquietas

Contrarrefranes y cultura popular

1

A pocas palabras, buen entendedor basta

A buen entendedor, pocas palabras le bastan

Suena igual que el propio refrán, ¿no te parece? Quizás signifique en esencia lo mismo; sin embargo, no parece poner el mismo foco. «A buen entendedor, pocas palabras le bastan» te habla del entendedor, de la persona, de nosotras. Nuestro contrarrefrán pone el énfasis en las palabras. En cuánta importancia tiene el lenguaje y cuánto poco caso le hemos hecho hasta hace poco. ¿Por qué nos hemos centrado siempre más en las personas que en su lenguaje?

Una posible respuesta es porque creemos que somos nosotras las que gobernamos el lenguaje. El lenguaje es un mero instrumento para comunicarnos, pero nosotros somos los jefes, los que estamos en control. Sin embargo, una pregunta que nos surge con frecuencia cuando pensamos en el lenguaje es esta: ¿nos gobierna el lenguaje o le gobernamos nosotras a él? ¿Quién tiene el control: el lenguaje o nosotros? A primera vista parecería que nosotros (¿y es que no usamos las palabras cuando queremos?), pero ¿no es el lenguaje nuestro límite? ¿No podemos pensar solo lo que podemos decir? Intenta pensar algo que no tenga nombre ¡No puedes, porque para pensar necesitas el lenguaje y no podemos salir de él! Lenguaje 1, Entendedor 0.

Otro punto importante es la relación del lenguaje con la realidad. ¿El lenguaje crea la realidad o la realidad crea al lenguaje? ¿Somos nosotras las que cambiamos las palabras que queramos o es el lenguaje el que nos permite ver las cosas (recuerda que no podemos pensar nada que no podamos decir)? O igual es un círculo vicioso en el que ambas opciones se relacionan: una vez que sabes de la realidad, creas un determinado lenguaje y este determinado lenguaje sigue estructurando un tipo de realidad, ¿nos seguís? ¡Madre mía con el lenguaje!

Y es que ya hablaba Wittgenstein1 en el Tractatus, uno de sus más conocidos libros, de la estrecha relación del lenguaje con la realidad. Decía Wittgenstein que no se puede pensar aquello que no tiene sentido lógico, porque solo aquello lingüísticamente lógico adquiere sentido, es decir, ¿si no lo podemos expresar con palabras, no podemos pensarlo? ¿Y si no podemos pensarlo, no existe? Por eso, para Wittgenstein, los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

Recordemos nuestro contrarrefrán: a las palabras, a muy poquitas palabras, les basta un buen entendedor. Nuestro contrarrefrán quiere centrarse en las palabras, en el discurso, quiere darles lo que se merecen: un reconocimiento a todo su poder, a toda su fuerza creadora. Y con palabra no solo queremos señalar la palabra oral, sino también la conceptualización del mundo a través del lenguaje, todos esos lenguajes que no son escritos o hablados: los gestos, las miradas, las ironías…

Un tema polémico que está candente en estos días es el lenguaje inclusivo. Se debate con vehemencia si es bueno utilizarlo o no, si es correcto su uso o si ayuda a la inclusión tanto de la mujer como de los colectivos oprimidos en la historia o es una tontería a la que no hay que dedicar más tiempo que estas líneas y algún que otro artículo más en medios digitales. Este debate es, en el fondo, una polémica en torno a nuestro contrarrefrán y al refrán. Quien prefiera el refrán pone el foco en las personas, en los entendedores y cree que el lenguaje nos afecta más bien poco. ¿Por qué perder el tiempo en cambiarlo si en realidad se trata de cambiar a las personas, a los entendedores? Los que prefieran nuestro contrarrefrán le darán al lenguaje un poder creador sobre nuestra realidad, entenderán que, si el lenguaje nos condiciona la realidad, de alguna manera, cambiar el lenguaje es cambiar la realidad. Porque el lenguaje importa, las palabras importan.

Nosotras queremos tomar partida en el debate y posicionarnos. Nuestra postura es la del contrarrefrán, la de que el lenguaje es fundamental. Por eso, no resulta casual escuchar a la gente hablar palabras machistas, racistas, homófobas como parte de su expresión coloquial y común. ¡Es que viven en un mundo racista y machista! El lenguaje les condiciona la realidad. Si pudiéramos hacer zoom out, tan conocido en el mundo del cine, es decir, intentar alejarnos de los árboles para ver bien todo el bosque, nos daríamos cuenta de que expresa un tipo de realidad histórica. Las palabras, como mínimo, nos están dando pistas de aspectos históricos de nuestra sociedad y cultura. ¡Por eso cambiar un lenguaje es necesario para cambiar una realidad histórica! Aunque no siempre basta, hacen falta más acciones. Esto no es centrarnos en un lenguaje técnico, políticamente correcto y universalista, sino que es una oportunidad para explorar nuevas formas de expresarnos y de expresar la realidad que tenemos rodeándonos en aras de mejorarla, dándole a las palabras la importancia que tienen sobre el entendedor. Y es que, a pocas palabras, buen entendedor basta…

2

Al pecho, hecho

A lo hecho, pecho

No vale de nada arrepentirnos cuando ya hemos hecho algo. El refrán original lo deja muy claro: «A lo hecho, pecho». Pero el contrarrefrán cambia el sentido de la palabra pecho y nos lleva por otros senderos. El refrán juega con el sentido de pecho como asunción, como aceptación. Nos trae a la cabeza esas dos o tres palmaditas que nos da un amigo cuando tenemos que aceptar algo. Si hemos hecho algo, no vale de nada llorar. Asúmelo. Si lo has hecho, pecho.

Sin embargo, el contrarrefrán juega con otro sentido de pecho. ¿Qué es el pecho sino el centro de todos nuestros sentimientos? ¿Dónde sentimos la rabia, el amor, la tristeza? Cuando algo nos encoge… ¿no nos encoge también el pecho? El pecho es esa parte del cuerpo con el privilegio de conectarse a lo que sentimos y pensamos. Muy pocas partes del cuerpo tienen esa facilidad. Merleau-Ponty2 lo llama de una manera preciosa: conciencia encarnada. El pecho, o el cuerpo, como conciencia hecha carne, como mente que siente. Es, sin duda, el puente entre el resto del cuerpo físico y nuestra mente, y ahí se encuentran los sentimientos y las emociones.

¡Cuánto tiempo hemos perdido en ideas y debates de otro mundo! Hemos perdido el tiempo intentando buscar una verdad absoluta de nuestra razón, pero ¿dónde está la verdad?, ¿quién puede oler la justicia?, ¿por qué nadie puede abrazar a la obligación? ¡Y es que solo hemos pensado en la razón pura, sin el cuerpo! Nietzsche3 denuncia, con razón, que nuestra cultura europea se ha olvidado del cuerpo y la carne. Del pecho. Nos hemos preocupado de todo lo ideal: las matemáticas, el bien, el deber, etcétera; mientras que todo lo que tenía que ver con el cuerpo ha quedado en un segundo plano o, incluso, en el infierno después del cristianismo. ¡Ha sido incluso pecado el cuerpo! Pero… ¿qué somos sino conciencia hecha carne?

¿Significa esto que debemos entregarnos como unos ciegos a las pasiones y los apetitos de nuestro cuerpo? ¿Debemos hacer siempre lo que nos diga el pecho? ¡Ni mucho menos! Se trata de que entendamos que nuestra razón es siempre razón-en-un-pecho. Todos los pensadores de la Ilustración europea4 se han esforzado por estudiar la verdad con una razón alejada de todo deseo y sentimiento. ¡Deseos! ¡Sentimientos! ¡Eso solo nubla la mente, decían! La ciencia de nuestros días es la hija de esta concepción. Hasta en la psicología nos hemos olvidado de que somos un cuerpo sintiente, un cuerpo emocional y mental. Nos hemos olvidado de que somos un todo, y que desde ese todo nos relacionamos, actuamos, enfermamos...

¿Pero y ese olvido del cuerpo? Seguramente tenga razón Adorno5 cuando dice que es tremendamente imposible una razón sin deseos. Y es que lo más probable es que siempre haya un deseo que preceda a cada razón. Somos cuerpo y nuestra conciencia es conciencia encarnada.

¿No pensamos de manera distinta cuando estamos alegres o enfadados, o cuando estamos apasionados? ¡Incluso sobre los mismos hechos! ¿Por qué pensar que la razón actúa sola, sin sentimientos? ¿No hay detrás un deseo ansioso de verdad eterno e inmutable? ¿No hay detrás un miedo al poder incontrolable de los sentimientos y pasiones? ¿Qué razón puede alguna vez olvidarse del cuerpo? ¡Ninguna!

 

No hemos respondido a la pregunta: ¿nos entregamos de manera ciega a nuestro cuerpo? Ser conciencia encarnada no quiere decir no poder ser libres para elegir nuestros actos. Cuando nos damos cuenta de que nuestra razón y nuestros pensamientos no son libres y que siempre están condicionados por lo que sentimos, entonces es cuando podemos ser críticos con nosotros mismos. Deberían enseñarnos desde pequeños en el arte del sentir. Deberíamos recibir clases para aprender a identificar cómo me siento, ponerle nombre a esas emociones o pasiones, aceptarlas y aprender a trabajar con ellas y desde ellas. Solo así podremos conocernos lo suficiente como para no dejarnos llevar por ellas en todo momento. Aprender a escucharnos desde dentro, desde nuestro pecho, desde nuestras vivencias más personales.

Y no estamos en posesión de la verdad porque podemos estar pensando esto por algún sentimiento. Nuestra razón no lo puede todo. ¡Escuchemos al otro y aprendamos dialogando y reconociendo nuestros límites!

Por último, esto muestra que toda idea que se base en la felicidad, como unas pocas emociones (alegría, seguridad, etcétera), es una amputación de nuestro pecho. Sería como decir que lo verdaderamente humano es tener una sola pierna. Nuestro cuerpo da a nuestra conciencia un crisol de emociones. ¡Todas útiles! La tristeza, el miedo, el dolor. ¡Son también parte del pecho! ¿Por qué no las aceptamos? Ay… Ese miedo al miedo, ese agobio del agobio… ¿No seremos más conscientes de nosotros cuando escuchemos al pecho? Aceptémonos. Al pecho, hecho.

3

A oídos sordos, palabras necias

A palabras necias, oídos sordos

Hablamos como si fuese una competición para demostrar quién sabe más. Discutimos casi de forma sistemática y sin discriminación. ¿Que tú opinas que no se debería maltratar a los animales? Pues yo defiendo que sí. Solo por hablar, por tener algo que decir. ¡Nos queremos posicionar en todos los debates! Pero ¿sabemos de todos los debates?

¿De qué sirve hablar si no tenemos nada que decir o que aporte nuevos conocimientos? ¿No es más inteligente escuchar, dedicarnos a escuchar un par de años, y después hablar? En un mundo en el que todos pueden opinar y comentar sobre todos los temas que quiera, nos hemos vuelto unos ignorantes, unos «oídos sordos». Así que por nuestra boca solo salen palabras necias, información vacía de contenido, sin argumentos, sin bases, razonamientos heredados de Twitter o, si acaso, del único amigo o amiga al que escuchas. Ya lo dice nuestro contrarrefrán: «A oídos sordos, palabras necias».

Ahí está la clave: un sordo no escucha. Y no nos referimos a una escucha solo con los oídos, ni a un sordo como aquella persona discapacitada físicamente, sino a aquella persona que no ha aprendido a escuchar y que solo habla y repite como un loro (de manera similar a cuando escuchas a un niño de 8 años con un argumento que solo puede ser de su padre o de su madre). Un sordo aquí es aquella persona que, teniendo todas sus capacidades físicas intactas, no sale de él mismo, no le da la palabra a los demás. Un sordo solo habla. Un sordo es el que siempre empieza sus frases con «Yo pienso…», «Yo opino…», «A mí me han dicho...».

La capacidad de escuchar, de atender y de aprender con esta escucha activa es uno de los primeros pasos para empezar a conocer(nos). El primer paso es reconocer que no sabemos nada, como hizo el bueno de Sócrates6: «Solo sé que no sé nada». Porque la verdad es que no sabemos casi nada de la infinita realidad que nos rodea. ¿No os ha pasado que, cuanto más investigáis sobre un tema, más os dais cuenta de lo poco que en realidad sabéis sobre ello? A nosotras sí. Así que una vez que sabes que, efectivamente, no sabes nada, escuchas, lees, observas, hueles, tocas y, por último, hablas, pero un hablar dialógico: yo hablo y te escucho, tú hablas y me escuchas, y aprendemos de compartir, compartimos nuestro aprendizaje. Cuántas guerras y conflictos solucionaríamos a través de relaciones dialógicas entre culturas, políticos, religiones, naciones… ¡Ay!

A la vez estamos en un momento histórico donde abunda la información y, paradójicamente, es cuando menos informados estamos. En una entrevista, Umberto Eco7 decía que «el exceso de información provoca amnesia y es malo». Al final, no terminamos recordando nada de lo que leemos y creyéndonos lo primero que vemos por internet o que escuchamos en un documental. Y a esta sobreinformación le añadimos la exacerbación de la libertad de expresión como un derecho fundamental y básico para todas las personas, traducido por la población como el derecho a poder soltar cualquier cosa que se nos pase por la cabeza sin ningún filtro ni empírico ni racional. Todo esto junto, amigos, son las redes sociales de hoy en día.

Esto recuerda al afán de protagonismo que llevamos en esta sociedad selfie o al complejo de «yo aquí he venido a hablar de mi libro» —como dijo en esa famosa entrevista Francisco Umbral— que tenemos cada vez que se trata un tema de actualidad (y más si es un asunto polémico y tenemos una opinión radicalmente tajante). ¿Por qué tendemos a creer que la nuestra es la buena, la de verdad, la universal y la que debería pensar todo el mundo, aunque hablemos de violencia de género y seamos hombres, o de racismo y seamos blancos? ¿Por qué narices no escuchamos, al menos si el tema no nos afecta directamente y alguien puede hablar de forma testimonial? ¿Por qué somos estos oídos sordos? Parecería que siempre tenemos que tener voz, derecho a expresarnos, pero ya lo decía Ben Parker —el abuelo de Peter Parker, Spiderman—: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad», y el gran poder de la palabra conlleva una gran responsabilidad: la de escuchar.

Ahora es el turno de la escucha, que es el arte del sabio, de saber a quién dar voz (por ejemplo, a todas aquellas personas a las que se ha acallado durante tanto tiempo, que muchas cosas tendrán que decirnos). Lo comentaba Ángel Gabilondo8 en una entrevista al diario El País: «escuchar a quienes no tienen palabras. Escuchar a quienes no hemos dejado hablar, a quienes hemos acallado [...] somos enfermos de palabra…».

Esto es dejar de estar sordos y escuchar a aquellos cuyas palabras no están vacías porque tienen algo que decir, y nunca les hemos escuchado. Por favor, dejemos de soltar palabras necias por nuestros oídos sordos.

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