7 Cuentos

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7 Cuentos
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Índice de contenido

1  Portada

2  Créditos

3  Agradecimientos

4  Prólogo

5  Bolitas en el techo

6  Twetty

7  Jikpa Iraru

8  Una historia de no creer

9  Mauro

10  Legado

11  Del amor y sus efectos I Capítulo II Capítulo III Capítulo IV Capítulo

12  Sinopsis

13  Índice

Hitos

1 Índice de contenido

2  Portada

JAVIER ACHE
7 Cuentos


Ache, Javier

7 cuentos / Javier Ache. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2117-0

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Dedicatoria

Este libro está dedicado íntegramente a tres personas a las cuales quiero muchísimo.

Recuerdo cierto día que surgió la pregunta de si yo admiraba a alguien. Mi respuesta fue instantánea y surgió un nombre lejano, que jamás llegaría a conocer en persona, que por su accionar y la forma de pensar me representaba fielmente. Pero al pasar el tiempo y sucederse hechos no afortunados en mi vida, me di cuenta que la persona que más admiraba no estaba del otro lado del mundo, que todo el valor y fortaleza que veía en otros no estaba sino al lado mío, todos los días de mi vida estuvo presente junto a mí.

El fue mi padre, Alberto, más precisamente Beto como lo llamaba todo el mundo.

Gracias Papa por estar y ser de la forma que fuiste. Te admiro por como cuidaste y te esmeraste en proteger nuestra familia. Te quiero por la entereza y templanza que afrontaste la vida en tus últimos momentos, fuiste un buen hombre y yo quiero ser exactamente igual a ti, dios quiera que sí.

Mi querido y extrañado hermano Dante. Fue muy duro para todos nosotros cuando te fuiste, pero no te fuiste en realidad, porque te recuerdo todos los días y lo seguiré haciendo hasta que tenga aliento.

De ti aprendí muchas cosas que en este último tiempo recién comprendo. Como si fuese una revelación ahora caigo de tu actitud que le presentabas a la vida. Cuanto entusiasmo, cuanta energía, tantos sueños que le impregnabas a tu baile. Estabas en lo tuyo, amabas tu danza. Quizás yo no lo comprendía y miraba con ojos indiferentes tu esfuerzo de mejorarte, de perfeccionar todos los días tus técnicas. Bueno, ahora yo te voy a copiar a ti, porque ahora los sé, ahora sé que lo que sentías al bailar yo siento lo mismo cuando escribo en mi computadora. Es exactamente lo mismo. Voy a intentar replicar tus mismas actitudes, tú misma pasión, tu inagotable energía, tus sueños.

Por último, te lo dedico a ti mama, mama Ester como te dicen tus nietos. Quiero decirte que sos la mejor madre del mundo porque me lo demostraste siempre, siendo muy niño y ahora que soy un adulto.

En tu vida nunca la tuviste fácil, pero siempre la peleaste, más aun, lo sigues haciendo. Sé que haces un esfuerzo sobrehumano día a día para continuar con tanto dolor a cuestas, pero déjame decirte una cosa, vas ganando, de a poquito de a poquito vas ganando. Pasito a paso tu enfermedad va cediendo a tus ganas y a tu fortaleza, y con respecto a tu dolor más grande, estamos nosotros, toda tu familia para apoyarte y acompañarte en estos duros momentos que vamos a ir superándolo todos unidos.

Papa, Dante y Mama, para ustedes todo mi esfuerzo, mi amor y mis cuentos.

Agradecimientos

En mi vida y en todos sus aspectos siempre intente ser un tipo agradecido. Me gusta retribuir de igual manera si alguna vez fueron atentos conmigo, o si por allí me tendieron una mano, un favor, una ayuda o me energizaron con su buena onda. Son cosas que valoro muchísimo, es mi naturaleza corresponder a esas acciones, quizás porque nacieron conmigo aunque existe otra explicación más lógica, mi familia me educo con grandes valores, de tal forma que aquello llega a ser algo muy preciado y bien vale la pena reaccionar positivamente a esos actos.

Llegamos a este punto y me dije interiormente, ¿a quién debo agradecer por haber tenido la suerte y gracia de publicar 7Cuentos? Lo medite largo rato y por mucho tiempo llegando a la conclusión que debía empezar por el principio, donde se planto y rego esa semilla que luego a medida que el tiempo transcurría fue creciendo para bien o mal (eso lo decidirán otros) el lugar donde todo inicio para luego proseguir hasta el día de hoy. Mi educación.

Gracias querida escuela 9 de Julio que me recibió por vez primera en mi prematura niñez.

Muchísimas gracias escuela Provincia de Buenos Aires, ¡¡ que gratos recuerdos guardo en mi corazón ¡¡. Gracias compañeritos, gracias queridos Peques por su amistad que aun seguimos compartiendo en cada encuentro para reírnos, recordar y bailar. Gracias Carmen por reunirnos otra vez.

Y ahora llego el último eslabón de toda esa cadena que me formo en la vida. Donde recibí grandes valores, donde me inculcaron con todo el entusiasmo cristiano el amor y servicio al prójimo. Allí aprendí a tratar de ser una buena persona, a querer ser una buena persona. Digo tratar porque siempre voy a tener defectos, algunas veces se me resfala la envidia, el rencor, la mezquindad y todos esos sentimientos negativos, pero allí justamente, en ese momento aparecen los valores que me enseñaron para rescatarme de mi mala actitud, para decime que estoy equivocado volviendo a mi memoria las enseñanza de San Juan Bosco.

Solo tengo palabras de agradecimientos para con mi añorado Colegio Salesiano Ángel Zerda.

Allí encontré también esos compañeros de “fierro” en mi promoción Centenario. Amigos y compañeros que siempre están fuera el motivo que fuera. Estoy orgulloso de haberlos conocido y de que me consideren un amigo como yo a ustedes.

Pero también en este listado de agradecimientos hay muchísima gente que de cierta manera influyo notoriamente para que me “atreva” a publicar 7 Cuentos así que voy a nombrarlos a todos y espero no olvidarme de ninguno. Si por casualidad lo hago, les voy a pedir perdón personalmente.

Primeramente mi familia, a mi madre, Daniel, Claudia, Flor, Sofi, Coni, Kelly, Jesy, Marcelo, Pao y a la semillita mas chiquita, “Gime”. Sé que siempre van a estar conmigo y yo estaré con ustedes. Son lo mejor y cosa más importante de mi vida y ruego a dios que estemos juntos por siempre.

Para ti mi querida Pato, gracias a ti es que escribo, podría decir con mucho cariño que por tu culpa lo intento o al menos esa es mi intención. Una gran mujer que me alentó a continuar cuando llegaban los altibajos, sos una excepcional compañera que me conoce de pe a pa, mil gracias.

Para usted, Dra. María A. Echazu por invitarme a ese concurso de cuentos. Cuando mis alegres ganas de escribir estaban sepultadas entre hojas y toneladas de pereza surgió su entusiasta invitación que me despabilo, pues abrió para mí un nuevo horizonte, algo que yo creía ya perdido pero resurgió con unas ganas tremendas de exteriorizarse y así soltar mi loca imaginación impresa en hojas de papel para que este mundo exterior le dé una mirada, para que como quien dice, le eche un ojo.

Gracias S.A.D.E. Filial Salta.

Gracias Dr. Marcelo R. Sacca por siempre tenderme una mano desinteresada. Estaré siempre agradecido.

Para usted Dr. Saladino, se lo prometí.

Gracias Yictor, vos sabes porque.

Para vos Gabriel, mi gran amigo, te voy a extrañar.

Prólogo

El mundo de la imaginación es inagotable. Podríamos escribir con esta miles de cuentos en libros y tanto así de desenlaces.

Finales trágicos, esperanzadores, alegres, divertidos, misteriosos, inesperados, impactantes, sórdidos, sobrenaturales, reflexivos hasta cansarnos, pero aun quedaría por delante un largo trecho de historias en el tintero.

Lugares hermosos, situaciones complejas, actos desagradables, inocencia y miserias humanas en la misma bolsa, la maldad representada en personas comunes que nos pinta de una forma integra el accionar de las “perversas almas oscuras”. Lo angelical, la alegría, el amor de juventud, lo puro y tantos valores hermosos que nos remiten a la luz.

 

Eso es 7cuentos.


Soy

Anoche soñé algo extraño y lo lleve a papel

Vi a un niño que reía, y al escribir lo recordé

Un avión un automóvil, un pececito un cangrejo

La abuela que consuela, un padre que da un consejo.

Todo sirve todo inspira, al sentarme a mi Pc

Las locuras mas locas y burdas, la realidad también

Una leyenda un refrán, una imagen en la tv

Ropa colgada desprolija, los dedos torcidos de mi pie.

Mi imaginación es así, buena gente y traicionera

A veces no deja dormir, hasta escribir lo que ella quiera

Quizás todo ello sean recuerdos, los resabios de otra vida

De experiencias y vivencias, que el corazón no olvida.

Este soy yo un tipo simple, que disfruta de escribir

Que se escapa a otros mundos, historias que no tienen fin

Jugando a que soy superhéroe, o también un villano

Un recio gaucho de las pampas, con la personalidad de un tano

Que rescata con valentía, a su adorada y amada china

Después de pelear rabioso, y vencer en duelo a mandinga.

Javier Ache

I
Bolitas en el techo

Última semana de clases, las vacaciones del mes de Julio estaban ya a la vuelta de la esquina y todos planeaban minuciosamente en cómo pasar el tiempo de la forma más provechosa posible. Ir de pesca, campamento con un grupo de amigos, partidos de futbol en la cancha del barrio, noches de rock and roll en algún sitio de moda, obviamente, matizados con porrones de cervezas y sin preocupaciones con el madrugar cotidiano, ya que las vacaciones eran tiempo de piedra libre para esas noches de hábitos nocturnos.

Marcelo, un gran amigo del colegio, lo había invitado a su casa para estudiar y preparar el primer examen semestral de matemática, casi definitivo para poder rendir la materia como regular en diciembre. Estuvieron toda la tarde, repasando temas, memorizando formulas, teoremas y la maldita e incomprensible algebra, luego de varias horas hicieron un alto para picar y tomarse algún refresco.

Se incorporo para recobrar la circulación en las piernas, camino hacia una habitación contigua a media luz, a la que curioso miro. La recorrió con la vista. Una biblioteca gigante repleta, fotografías amuradas, pinturas paisajistas, utensilios de alfarería, pero algo le llamo sobremanera la atención.

En una tarima y en posición amenazante, un jabalí exhibía sus delgados largos y puntiagudos dientes con su erizado pelaje marrón oscuro, tan tieso como una estatua, en cierta manera le pareció muy simpático, tan parecido al punk de la vuelta de su casa. Miro sus ojos brillosos, su pequeña cola peluda, muy impresionante, daba una sensación de realidad que hasta le pareció que en algún momento había movido el rabo, eso le causo tamaña reacción pues se altero por un instante.

—¿Parece que estuviera vivo, no?.., afirmo Marcelo.

No contesto nada, solo esbozo una sonrisa.

—.... veni que te muestro algo.

Se acerco hasta el ventanal inmenso de la habitación, tiro de una cuerda provocando que el cortinado se abriera de par en par y dejando que la luz entrara avasallante.

Un armadillo, una charata, una tararira de grandes proporciones, un par de huevos de suri, una laja de uno por uno con aproximadamente una docena de fósiles de trilobites, instrumentos autóctonos, todo eso y mucho mas en un cerrar y abrir de ojos.

—¿Estas cosas son tuyas?

—No, son de mi viejo, le encanta todo lo que sea campestre, desde animales a cualquier cosa rara que se arrastre o se le cruce por allí.

—Pero, ¿donde consigue todo eso?

—En la finca, tenemos una muy lejos, en pleno chaco Salteño, como a ocho horas de viaje en la camioneta, casi ya al límite con Formosa, en pleno monte. Mira, esta tan lejos, que el rancho no tiene ni luz y el agua se la saca de un pozo de manantial. Justamente, la semana que viene voy con papa a pasar unos días allí, a controlar el ganado, a reparar las cercas, creo que hay que sembrar algo y bueno, de paso pescamos en la laguna y cazamos vizcachas... (era obvio, tenía que preguntar)... pues… ¿te gustaría ir?, (y como dando juramento a su pregunta, continuo),…¡¡te aseguro que no te vas a aburrir!!.

Eran dos semanas de vacaciones, pensó, no estaría mal viajar un poco, si la pasaba mal, tenía la venidera para desquitarse. Puso en la balanza estas opciones y se dio con la noticia que tenía muy poco que perder, acepto.

Cargo una mochila verde agua estilo militar junto con sus walkman, dentro de esta, una docena de baterías triple A, la campera oscura nevada con corderito, tres cajas grandes de Adams, por supuesto las azules, las de menta fuerte, y lo más importante, sus casetes favoritos, soda, fito y el mejor de todos, seru giran.

Partieron una madrugada fría y lluviosa bien temprano en la metalizada Gladiator carrozada, y como se dice en estos casos, cargada hasta el “pupo”.

El padre de Marcelo, Braulio su nombre de pila y apodado chupete vaya uno a saber porque, un tipo amable y atento, lo había pensado al detalle y llevaba todo lo indispensable para que ese par de jóvenes la pasaran lo mejor posible, pues no deseaba que aquella visita imprevista, sufriera de algunas privaciones.

Nació en ese paraje lejano casi ya cincuenta y tantos años y conocía a la perfección el hogar que de niño lo vio crecer. Mientras viajaban, se puso a relatar historias, anécdotas de su infancia, inolvidables aventuras con sus amigos, algunas metidas de pata y también, porque no, chismeríos de la gente del lugar. El mate iba y venía, los bizcochitos de grasa desaparecían con cada ronda, las horas de viajes se fueron como si nada, tan entretenidos que su locuaz verborragia se comió al tiempo y la distancia en un santiamén, tal como lo hace el chavo a sus famosas tortas.

Se bajo, piso la tierra polvorienta, cerró los ojos, inhalo profundamente intentando llenar sus pulmones de algo que nunca había conocido en su vida de cemento, aire puro. Le agrado muchísimo su primera impresión, estaba cautivado por el verde, pájaros, colores y olores, exactamente igual a los cuadros que vio en casa de Marcelo, pero que nunca imagino serían más bellos aun.

Los peones sabían que el patrón llegaría ese mediodía y para darle la bienvenida, lo agasajaron con un cabrito exquisito a la parrilla que habían sacrificado del rebaño prolífico que tenía en su campo. Un manjar inesperado para los recién llegados.

Marcelo estaba acostumbrado a trabajar a la par de su padre, pero ese viaje sería diferente, bueno, trabajaría de otra manera, sería el encargado de que a la visita no le faltara nada, y de hacerle conocer toda la finca, de punta a punta.

Apenas terminaron de almorzar cuando el Zoilo, un campesino menudito y con una sonrisa amplísima a pesar de faltarles algunos dientes, les acerco a los jóvenes un par de potrillos bastante dóciles, su medio de transporte desde ahora en más.

—¿Sabes montar a caballo?

—Nunca me subí a uno, pero no creo que sea tan difícil como manejar el auto de papa, es viejito y mañero pero ojo, se la banca aun, lo complicado son los cambios y para meterlos hay que hacer un curso acelerado en la NASA. – y hecho a reír.

Partieron en dirección a la laguna mientras el anfitrión cabalgaba con las alforjas llenas de galletas, conservas, un trozo generoso de mortadela y queso, tres tiras de pan casero y una carabina sobre las ancas del potrillo. El nuevo visitante tardo con justificación lógica unos kilómetros en tomar el ritmo, acomodar sus nalgas y acostumbrarse al galope del pinto, mas después se animo a correr a toda velocidad por toda la arboleda próxima a la ciénaga, tal como le llamaban a ese bello espejo azul, casi tan perfecto como un paraíso.

Estuvieron toda la tarde intentando cazar patos, pero no tuvieron suerte, y luego de tanto fallar y fallar se dieron por vencidos para deleitarse con una sabrosa picada, acto seguido, un refrescante chapuzón en la parte menos profunda, pues Marcelo conocía tanto esa laguna por historias de su padre que sabía de antemano, no debía confiarse por nada del mundo.

Ya se dormía la tarde, el sol se ocultaba lentamente en el horizonte y sabiendo el joven de las cosas que ocurrían cuando la noche invadía el monte, decidió regresar hacia el rancho. Extenuados por el día vertiginoso que habían vivido, llegaron y cenaron un guisado que la campesina de la casa había preparado. Fue tanto el hambre que repitieron dos platos cada uno. Terminada la cena, don Braulio dijo:

—Marcelo, vos te vas a dormir a la pieza del fondo, deja que tu amigo lo haga aquí adelante, en la habitación que preparamos, cerca a la sala y de los otros dormitorios.

—No se haga problema don, deje que Marcelo duerma conmigo, no quiero que este incomodo por culpa mía.

—Chango, lo que pasa es que la pieza de adelante es pequeña y tiene una sola cama, uno va a tener que dormir en el suelo.

—¿Y la del fondo señor?

—Esa tiene tres camas, pero….. (lo interrumpió al momento).

—Asunto solucionado don Braulio, dormiremos en el fondo.

—¿Pero…?

—Vamos Marcelo, vamos a dormir que estoy muerto de cansancio.

Los demás comensales se miraron sorprendidos unos a otros y los vieron irse por el pasillo abrazados, satisfechos, felices y gastándose bromas, más alguno de ellos disparo el siguiente comentario.

—Doña María...., para ser de la ciudad,… ¿valiente el muchacho, no?

Se dispusieron a dormir y un sueño pesado los invadió, no tuvieron tiempo de hacerse chistes ni comentar nada, y tan profundo fue que ni diez cañonazos los hubieran despertado.

No soñaron nada, con eso les digo todo.

Precioso el amanecer en esta latitud, los algarrobos a la distancia se pintaban de un color anaranjado y la poca neblina que besaba el suelo ya se evaporaba, elevándose hacia todo ese cielo azul, presagio del día hermoso y caluroso que tendrían.

Nunca había visto en toda su vida una cosa así, nunca pensó que la naturaleza fuera tan generosa e incomparable en esta parte del país. Apoyado en la ventana, sus brazos sobre el marco, se quedo allí inmóvil, como hipnotizando por todo ese baúl de belleza que ya empezaba a tener vida, vida de pájaros, vida de movimientos, vida de campo.

Observo como una inmensa ave se posaba sobre la copa de una higuera, al costado del corral, esta extendió sus alas hacia sus laterales y con el pico puntiagudo parecía acomodarse las plumas de color gris blanco con breves detalles rojizos.

—Marcelo, Marcelo… ¿qué pájaro es ese?, pregunto a un envuelto chico en sabanas que dormía profundamente con la almohada en el piso. – ¡¡levántate, levántate y mira eso!!– mientras lo señalaba con el dedo emocionado por verlo.

No tuvo más remedio que hacerlo. Los pelos de punta, los ojos casi cerrados y con la vista todavía nublada respondió.

—Es una garza, una garza de agua.

Quedo maravillado con su vuelo imponente pues un peón se acercaba por esos lares asustando a aquel hermoso ejemplar.

Se asearon en un baño interno que tenia la habitación, llegaron a la sala y el desayuno ya estaba listo para ser saboreado.

—¿Queres que luego vamos a cazar torcazas?, sugirió Marcelo mientras le hincaba el diente a un bollo relleno con dulce de leche, obviamente la respuesta no era otra cosa que una afirmación.

A los minutos partieron directo a la arboleda distante a lo lejos, cada uno con su potrillo y a un sostenido galope.

De la casa se escuchaban los estampidos que hacían eco en todo el monte y se veían, cada tanto en tanto, volar bandadas de palomas en dirección al rio.

—¡¡Parece que los changos quieren voltearlas a todas!!, – se escucho decir a un peón casi burlonamente en charla con algunos paisanos mientras otro se colaba en la broma – ¡¡por favor no disparen a los pichones y los nidos!!– y todos ellos rieron a carcajadas.

Así volvieron esos dos “asesinos” con una bolsa de arpillera a medio completar de “sachas”, que ayudaron a María a desplumar y limpiarlas para darse un buen almuerzo. Sabrosas por donde se las mire, aunque habrían sabido mejor si el visitante no se hubiese tragado unas cuantas municiones durante el festín, y para justificarse por la desafortunada acción, en tono divertido solo dijo:

 

—Yo siempre las comí así en los restaurantes… con plomitos y todo.

Tarde tranquila en la estancia, la siesta diaria era respetada religiosamente, algo así como un deporte regional que todo el mundo practicaba. El establo era un albergue de paisanos que reposados bajo la sombra, ya sea en los bloques de alfalfa apilados de amontones, o en lonas tiradas en el piso, yacían inmóviles, descansando y haciendo honor al rito de los pobladores del interior del país. Un viento placentero y refrescante de vez en cuando acompañaba ese intervalo que duraba un par de horas, antes de volver a las actividades rutinarias.

—¿Cómo pueden dormir...con ese calor?, se preguntaban los jóvenes, – ¡¡habiendo tantas cosas que se pueden disfrutar!!, – y se fueron caminando rumbo al rio.

Llevando entre sus manos unas cañas y una cantimplora de aluminio, llena hasta el tope, se instalaron bajo un inmenso sauce llorón, único espécimen solitario del reino vegetal a sus orillas, y cuyo follaje caía sobre la mansa corriente, que se iba quien sabe con qué destino.

—Traje fernet con coca bien frio ¿queres?, le dijo Marcelo a su acompañante.

No pasaba nada, el pique era nulo. Seria por el sol que con su calor de los mil demonios evaporaba los sesos y quemaba la arena hasta hacerla humear. No había nada que hacer, solo charlar, reír y beber, reír por charlar, reír por beber, hasta beberse todo.

De a poco cada sorbo se hacía más pronunciado, tan pronunciado refrescante y sabroso que se termino. El calor no bajaba ni se iba, el vapor a orillas del rio era insoportable y las ganas de seguir bebiendo florecían con cada gota de sudor que resfalaba sobre la mejilla.

—Voy a traer más – estas fueron las últimas palabras del anfitrión antes de marchar presuroso y medio embriagado con dirección a la estancia.

Su amigo quedo allí, sentado, resoplando como una mula y mirando cómo se perdía a lo lejos. El alcohol a esta altura ya había surtido efecto, mas el sol que seguía martillando la cabeza, hizo que tomara una decisión estúpida, la de bañarse.

Con sus llamativos calzoncillos de los rolling muy de a poco se fue introduciendo en la mansa correntada. El lecho no tenía casi nada de profundidad y eso no le bastaba, así que camino más y más buscando donde sumergirse. Cada paso realizado sobre la arena firme le decía que no corría peligro, nada que ver con los consejos que en un principio le había sugerido su amigo, ni peligroso, ni tormentoso, ni de temer, solo un rio común y silvestre.

Pero otra era la historia bajo la superficie, muy diferente, traicionera y letal.

Se había formado un canal fortísimo y profundo, casi al borde de la otra orilla, que cambiaba constantemente de lugar debido a la inconsistencia de la arena. En un minuto el canal se trasladaba para aquí, a la hora estaba allá, al segundo estaba en el medio, y en ese mismo instante, se desplazaba peligrosamente hacia el lugar donde se encontraba el muchacho.

—¡¡Salí de ahí!!– le grito desesperado Marcelo, que desde lejos se acercaba a la carrera con un pequeño bidón que flameaba anudado a su potro.

Escucho el grito, giro, lo vio, sonrió pues se divertía como nunca, quiso levantar la mano para saludarlo cuando sus pies no llegaron a tocar fondo, luego un fuerte golpe de agua lo chupo hacia abajo y se lo llevo la corriente.

Apretó aun mas fuerte las riendas, taconeo la ingle del “petiso”, con la adrenalina y la desesperación en crecento, en un abrir y cerrar de ojos se descolgó del caballo no sin darse flor de porrazo, su primer impulso fue tomar la caña de pescar que estaba tirada en la orilla y correr junto a la correntada. Se ahogaba, no podía creerlo, su amigo se ahogaba, en cualquier momento algún remolino se formaría y lo volvería a ver otra vez si la policía del lugar lo encontrara rio abajo, irreconocible, descompuesto, desmembrado, si es que por fortuna, por gracia de dios y de la providencia divina llegaran a dar con su cuerpo. El Bermejo es un rio muy leal y generoso, pero tanto así de desalmado.

Celoso de sus víctimas, no siempre las dejaba en libertad, las consumía, las saboreaba, y harta ya de jugar e hilvanar cientos de piruetas macabras, les dejaba a los peces las sobras, para buscar otra, para arrebatar y devorarse a la próxima alma confianzuda, incauta o negligente.

Tenía que rescatarlo, no podía permitir que esa tragedia ocurriera nuevamente, eso ya lo conocía bien, lo sufrió amargamente en carne propia, porque atrás de la estancia, como a medio quilómetro, en la cima de un pequeño cerro y con un bello jardín de “pensamientos”, relucía la cruz de bronce en honor a su tío Venancio en señal de representación porque nunca fue hallado, ese noble metal que encandilaba a simple vista con el reflejo del sol a cualquiera que se acercara para “dialogar” con él.

En la loca carrera junto al cauce, se quito la remera, la envolvió en la mano, tomo la línea plástica en la unión con el anzuelo e hizo cuatro vueltas sobre ella. Como si tendría un lazo en su mano, giro la caña dos o tres veces y la arrojo en dirección a su amigo. Sabía que tenía una sola oportunidad, que no podía ni debía fallar. Y no lo hizo.

La vio llegar como una bendita salvación, se aferro a la caña ya casi desfalleciente, había empleado toda su energía para mantenerse a flote, era su única esperanza.

Al ver que todo dependía de él, se planto con fuerzas sobrehumanas sobre la playa, pero la fuerza del agua hizo que cediera de a poco. Vio un tronco tirado un poco más adelante y se le ocurrió una idea. Corrió veloz hacia él, inmediatamente paso brazo y cuerpo por debajo para lograr algo así como un nudo y lo mantuvo firme, utilizando su mano como seguro.

Resulto, el tronco fue demasiado peso para el agua y esta fallo con su intento de llevarse al joven hacia el “mas allá”. Afortunadamente el hilo plástico pudo resistir la tensión y el arrebato persistente del agua embravecida, si no otra hubiese sido la historia.

Y esa misma corriente que hace un momento lo reclamaba, esa misma lo salvo, el agua que en un principio se lo llevaba con su afán de empuje, ahora suave y lentamente lo fue desplazando hacia la orilla.

Tamaña odisea habían vivido, cansados ambos, reían como locos sentados uno frente a otro en la playa, y no porque algo les divirtiera, sino más bien de puros nervios. Marcelo tenia la mano sangrante, lastimada por la fina tanza plástica pero no importaba, había hecho el mejor negocio de su vida, pago un insignificante precio, a cambio de evitar una horrenda tragedia.

No mas aventuras por hoy, apenas si murmuraron uno que otro comentario hasta que se recobraron de la fatiga, mientras tanto, solo tuvieron ánimo de tomarse ese bidón, mezcla de cola mezcla de alcohol, pero en esta ocasión, les supo como a simple agua.

En el trayecto a casa, juramentaron olvidarse del asunto y no comentar nada a nadie de la “peligrosa aventura”. Lo cumplieron a rajatabla.

La cena paso tan rápido y durante ella, los dos amigos casi no probaron bocado, algo que resulto una sorpresa para los demás. Al parecer, el susto de esa tarde no se había borrado de la mente de su invitado, por ello, con la intención de despabilarlo, Marcelo se dirigió a la habitación, regresando con un mazo de cartas que mostraba divertido a la mesa.

Se armo la truqueada nomas.

Las dos parejas formadas eran compuestas por don Braulio y la corpulenta y bien alimentada María, y la otra por consiguiente, por Marcelo y su amigo huésped.

—Truco.

—Quiero retruco.

—Quiero vale cuatro carajo.

—Noooo… no quierooooo, – mientras Marcelo inclinaba la cabeza en señal de resignación, intentando mirar de reojo a su compañero, que de seguro, tendría una mueca de desagrado en su rostro.

Al mismo tiempo que sus oponentes se vanagloriaban de ser especialistas de la mentira, pues según sus palabras, estaban repletos de cuatros y así y todo ganaron la mano. Fueron como tres partidas, con sendos tres triunfos para los “veteranos”, a esto, en la jerga truquera, le llamaban, “un verdadero afano”.

Pero llego la hora de claudicar las cartas, era madrugada, las una en punto, por lo cual cada contrincante se retiro hacia sus cuartos, mientras los dos amigos se dirigían a dormir planificando la táctica que emplearían en el próximo “duelo”.

No hubo caso, tuvieron que comentar por lo bajo sobre lo sucedido en el rio, pero ahora todo era más relajado, así hasta que el sueño, sin pedir permiso, entro a sus ojos.

Algo lo despertó, no sabía exactamente si era esa fresca brisa que entraba por la ventana, o el molesto ruido que repiqueteaba cada vez con menos pausa en el techo. Algo así como un tic toc constante, iba y venía, venía y se iba en toda la extensión de la habitación. Escuchaba con atención, creyó al principio que eran pájaros, pero tan exactos y coordinados,…¡¡imposible!! Quizás algún roedor, una molesta rata que no permitía que este joven cristiano recobrara el sueño. No podía dormir así, siempre le molestaron los ruidos, en la calle, el colegio, hasta en su casa, cuando su hermano mayor que estudiaba en la facultad y en épocas de examen, se paseaba por el pasillo de noche, memorizando en voz alta los textos, lo fastidiaba, entonces tomaba los auriculares de su walkman, se los colocaba y todo el sonido del mundo se esfumaba.

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