Buch lesen: «Navidad en Reindeer Falls»
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Navidad en Reindeer Falls
Contenido
Portada
Página de créditos
Sobre este libro
El jefe que robó la Navidad
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si le das una galleta de jengibre a un idiota
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
El rollo de una noche antes de Navidad
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Recetas navideñas
Galletas de canela y azúcar
Galletas de jengibre con sal marina y pepitas de chocolate
Tarta de queso y jengibre
Tortitas de calabaza y jengibre confitado
Tarta de pera y jengibre
Panecillos de jengibre
Gofres red velvet
Té de jengibre
Galletas de bastoncitos de regaliz
Sobre la autora
Página de créditos
Navidad en Reindeer Falls
V.1: octubre de 2020
Título original: The Reindeer Falls Collection
© Jana Aston, 2019
© de la traducción, María del Carmen Boy, 2020
© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2020
Todos los derechos reservados.
Publicado mediante acuerdo con Bookcase Literary Agency.
Se declara el derecho moral de Jana Aston a ser reconocida como la autora de esta obra.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Publicado por Chic Editorial
C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
chic@chiceditorial.com
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-17972-37-0
THEMA: FR
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Navidad en Reindeer Falls
Seis personas. Tres historias de amor. ¡Ya es Navidad en Reindeer Falls!
La Navidad ha llegado al pueblecito de Reindeer Falls y, para las hermanas Winter, este será un año de regalos inesperados y magia.
Holly quiere un jefe que no se parezca al Grinch, el sueño de Ginger es abrir una pastelería y Noel quiere encontrar el amor.
¿Conseguirán las hermanas Winter que Papá Noel les conceda sus deseos navideños?
Tres relatos divertidos y emocionantes para disfrutar de la magia de la Navidad
«Jana Aston tiene una habilidad maravillosa para crear historias que encarnan el espíritu de la Navidad, dulces y llenas de amor.»
She Reads Romance Books
El jefe que robó la Navidad
Capítulo 1
Mi jefe es el Grinch. Un Scrooge. Un Dursley entre Harrys.
Estoy segura, aunque no viva en lo alto de una montaña con vistas a Villa Quién ni tenga un perro llamado Max. Aunque un huérfano llamado Harry no viva en la alacena bajo la escalera de su casa. A pesar de que no haya cancelado la fiesta de Navidad de la empresa.
Apuesto a que se lo ha planteado.
Es un idiota misántropo y gruñón que tiene un pedazo de carbón como corazón. Confirmamos que es un Grinch. El mismísimo Ebenezer Scrooge.
Es lo peor.
Lo peor envuelto en un metro ochenta de perfección masculina. Sería más fácil si se pareciese al viejo Scrooge, ¿verdad? Estamos predispuestos a que nos gusten las cosas bonitas, a concederles el beneficio de la duda; como a los gatitos salvajes. No importa lo mucho que resoplen o arañen. Son tan adorables que, aun así, estaríamos dispuestos a cogerlos en brazos e intentar abrazarlos.
Nick Saint-Croix no es adorable.
Está como un…
—Señorita Winter.
Mis pensamientos se ven interrumpidos por nada más y nada menos que el Grinch. Su voz me desarma tanto como su aspecto. Suave y segura. Seductora, como un plato lleno de tus galletas navideñas preferidas. De esas que tardas demasiado tiempo en hacer, pero que se deshacen en tu boca y te recuerdan a tu infancia. Si la vida fuera justa, su voz sonaría a que se ha tragado un sapo, pero no. Ese tono sensual de barítono te tienta a acercarte a él, hasta que el cerebro se conecta con los oídos para recordarte que es horrible y que darías lo que fuera para que dejara de hablar. Con una galleta, un calcetín o una de esas mordazas de bola que has visto online y con la que fantaseas hacerle callar.
—¿Piensas asistir a la reunión de las diez? —No espera a que me percate de su presencia—. ¿O necesitas el resto de la mañana para terminar de leer el correo? No tendrá más de cien palabras y, aun así, parece que te tiene absorta.
Para que conste, son las 9:56 y la sala de conferencias está a diez segundos de mi mesa. Y Nick Saint-Croix se mueve como un ninja. Le habría oído llegar si no hubiera estado mirando el estúpido correo mientras me recreaba en fantasías en las que se le hincha la barriga y se vuelve de color verde.
«Por favor, Papá Noel. Es lo único que quiero esta Navidad».
Me giro en la silla y alzo los ojos hacia su rostro. Tiene ese tipo de mirada que hace que las mujeres se detengan en seco. Lo sé porque lo he presenciado en repetidas ocasiones en esta misma oficina. No culpo a ningún rasgo en específico de su perfección; los culpo a todos. Es de hombros anchos y cadera estrecha. Tiene el cabello oscuro y abundante, y los ojos verdes. Los ojos son lo peor; son de ese color esmeralda tan insufrible, atractivo y cautivador. Me recuerdan a la Navidad, a pinos y a regalos envueltos en colores vivos. Hasta que los entrecierra en una de sus características miradas glaciales.
Es alto. Me saca quince centímetros cuando llevo tacones. Sin ellos, cuando estoy de pie junto a Nick, me reduzco al tamaño de uno de los elfos de Papá Noel. No es una sensación agradable, así que ahora guardo unos tacones en el cajón de mi mesa para quitarme las botas cómodas en cuanto llego al trabajo.
Lleva trajes de diseño y relojes caros. Su arrogancia es como una llamada sensual a las armas. Estoy segura de que es capaz de leer todos y cada uno de los pensamientos descarriados que se me pasan por la cabeza cada vez que cruzamos miradas. El cómo le quedan los trajes de diseño se mezcla con fantasías en las que come sushi en mal estado para almorzar.
Es un Grinch sexy.
Y, cuando falta menos de un mes para Navidad, su actitud se parece a la de Scrooge. De ahí el correo. Ese mail en el que exige que presentemos hoy la campaña de «La llama amistosa», tres días antes de la fecha límite. No parece que le interesen la agenda ni las fechas límite y cree que me saco las presentaciones de la chistera.
Puedo hacerlo porque me he acostumbrado a enfrentarme a él, e ir dos pasos por delante de Saint-Croix se ha convertido en mi objetivo principal, tanto en términos personales como profesionales.
En cuanto a mi empleo, hay algo más que deberías saber. Trabajo en la compañía de juguetes El Reno Volador, lo que significa que el Scrooge que tengo por jefe dirige una empresa de juguetes.
Juguetes de verdad, no juguetes sexuales.
Menuda ironía. Un hombre gruñón y sin hijos a cargo de los mismos juguetes que provocan infinitas sonrisas, risas y grititos de alegría entre los humanos diminutos. Le pega más dedicarse a las finanzas corporativas. En concreto, a ejecutar absorciones que dejan a mamá y papá sin trabajo y vacían los fondos de pensiones.
Nunca habría aceptado este trabajo si lo hubiese conocido de antemano. He trabajado para su tío durante tres años. Un hombre encantador. No tengo ni idea de por qué Nick ha salido así.
Taciturno.
Irritable.
Apuesto a que ni siquiera pone el árbol de Navidad en casa.
Todos sabíamos que el señor Saint-Croix se iba a jubilar, por supuesto. Pero fue como si el mismísimo Papá Noel se jubilara. Aquello no era posible, ¿verdad? Papá Noel no envejece, y trabaja por y para siempre. Es la ley. La ley de la infancia, la tradición y la felicidad. Pero Reindeer Falls no es el Polo Norte y el señor Saint-Croix no es Papá Noel.
Christopher Saint-Croix se jubiló hace cinco meses. Nunca tuvo hijos, pero su hermano tiene dos. La sobrina del señor Saint-Croix ha trabajado con él desde que se graduó en la universidad, hace seis años. Es dulce, por cierto. Simpática. Accesible. Amable. No se parece en nada a su hermano Nick.
La otra hermana de Christopher lleva el departamento de recursos humanos. Sara trabaja con ella y tomará las riendas en cuanto Martha vaya a jubilarse.
No puedo decir que me preocupara mucho quién se quedara con el negocio de El Reno Volador en el futuro.
Tendría que haberlo hecho.
Porque así es como heredé al Grinch de Reindeer Falls como jefe.
—Estoy a punto —digo. Parpadea despacio ante mi respuesta y, de repente, pienso cosas guarras como «estoy a punto de correrme»—. De ir a la reunión —añado—. Llegaré a tiempo, lo prometo.
Vuelvo a mi puesto sin esperar una respuesta y escribo en el teclado. Espero a que se vaya para no tener que recorrer el pasillo con él.
No lo hace. En vez de eso, se fija en el calendario de Adviento que tengo sobre el escritorio. Lo hice en el puente de Acción de Gracias mientras tomaba chocolate caliente y veía películas navideñas. La decoración de Navidad la puse el fin de semana anterior a Acción de Gracias, siguiendo mi tradición, y así tener tiempo para hacer las manualidades que tanto me gustan.
—Interesante —murmura y mueve una de las ventanas de cartón. Solo hay diez, enumeradas del dos al seis y del dieciséis al veinte—. ¿Es un prototipo defectuoso?
—Es mío. —Giro en la silla y se lo quito de las manos. ¿Tiene que arruinarlo todo? Guardo el calendario en el cajón de mi mesa y lo cierro de un golpe. Nick gruñe y se marcha a la sala de conferencias.
Espero hasta las 9:58 para levantarme. Luego, con una gran exhalación, cojo el portátil y la taza de café y me dirijo a la reunión matutina. Quizá más tarde vaya al centro comercial y me siente en el regazo de Papá Noel para pedirle que le traiga a Nick un corazón de tamaño normal para que deje de ser un idiota integral.
Después de todo, podría pasar. En Navidad, todo es posible.
Capítulo 2
—Lo siguiente en la agenda es la cafetería El Osito.
Es curioso lo satisfactorio que me resulta oír a Nick decir «osito», porque suena de lo más ridículo cuando viene de él. A veces, me pregunto si se imaginaba que dirigiría la empresa de juguetes de su tío o si tenía otros planes. Sé que creció en Reindeer Falls, igual que yo, pero iba cinco cursos por delante, así que nunca nos cruzamos hasta que regresó para arruinar el trabajo de mis sueños.
Su hermana es tres años mayor que yo, así que la conocía de vista antes incluso de empezar a trabajar para su tío. Sara fue quien me hizo la entrevista cuando solicité el trabajo. Fue el único puesto al que me presenté porque no tenía ningún plan B para el trabajo de mis sueños.
Sara se quedó en Reindeer Falls. Se casó con un buen tío que conoció en la universidad, tuvieron un bebé y ahora esperan a otro.
Nick se marchó.
Ahora ha vuelto y estoy atrapada con este idiota gruñón.
Al menos, por ahora. Espero que algún día entre en razón, se marche de Reindeer Falls y se vaya a la gran ciudad. A cualquiera. Ese es mi sueño a largo plazo. Mi sueño a corto plazo es que a Nick lo atropelle un trineo.
El Osito es mi proyecto. Ahora entiendes por qué tengo que soportar a Scrooge, ¿verdad? Si lo dejamos a un lado, el trabajo es un sueño hecho realidad. Es decir, ¿hola? Me pagan por trabajar en proyectos que implican cafeterías y ositos de peluche.
—Las obras llevan cuatro semanas de adelanto —informo—. Vamos por buen camino para abrir un mes antes de la temporada alta de verano en Reindeer Falls.
Tal vez esto te sorprenda, pero Reindeer Falls es el destino turístico de moda. Una ciudad pequeña del Medio Oeste de los Estados Unidos.
Apuesto lo que sea a que Nick se muere de aburrimiento. Los últimos cuatro años ha vivido en Europa. Sé que trabajaba en Alemania porque su hermana lo ha mencionado un par de veces durante la pausa del almuerzo en la sala de empleados. Lo más probable es que se comprara allí todos los trajes elegantes, porque estoy convencida de que no los venden en los grandes almacenes de Saginaw.
No estoy segura de que Nick esté hecho para Reindeer Falls. Y eso es lo peor que podría decir de alguien. Es como si un neoyorquino mirase los trasplantes con desdén. Supongo que, cuando los de Nueva York ven que una persona espera con paciencia en el paso de peatones en lugar de lanzarse a la carretera mientras los taxis amarillos pasan casi rozándolos, piensan que esa persona no tiene madera de neoyorquino.
Reindeer Falls es la ciudad con más encanto del planeta y no hay otro lugar en el que preferiría estar. Tiene 5034 habitantes, lo que es engañoso porque hay una ciudad de cincuenta mil a tan solo veinte minutos. Y Detroit está a hora y media, así que no es como si estuviésemos aislados en un pueblecito en el que se conoce todo el mundo. Contamos con el encanto típico de los estados centrales. El eslogan oficial de nuestra ciudad es «la pequeña Baviera» porque fue fundada por inmigrantes alemanes y la construyeron de forma que pareciese una ciudad alemana. Hasta la fecha, el cincuenta por ciento de los habitantes son de descendencia alemana y aún se aplican unas reglas estrictas en cuanto al estilo arquitectónico para que los edificios nuevos imiten el encanto europeo de nuestros orígenes.
Es cierto que quizá no soy imparcial porque nací aquí. Y porque me llamo Holly Winter en honor al acebo de invierno. Y, ya que estamos, debería añadir que mis hermanas se llaman Ginger y Noel.
Sí, a mi familia le encanta la Navidad.
Mi madre niega que se casara con mi padre por su apellido, pero entre tú y yo, estoy bastante segura de que al principio de su relación solo estaba interesada en poner a sus hijos nombres navideños.
Pero volvamos a la cafetería El Osito. Me apasiona este proyecto. Una de las líneas de productos de las que me encargo se dedica a los ositos de peluche vestidos con el atuendo tradicional de Baviera. Los fabrican en Núremberg (Alemania) desde hace más de un siglo, y El Reno Volador ha sido la única distribuidora norteamericana de estos peluches durante los últimos cuarenta años. Hasta diseñaron un reno vestido con el traje tradicional de Baviera como el juguete insignia de la empresa.
Hace unos meses, un local en Main Street quedó libre y propuse alquilarlo para abrir una cafetería donde los niños trajeran sus ositos (o renos) de peluche para tomar el té. Será un destino turístico y un lugar donde los niños de la ciudad celebren su cumpleaños. Venderemos la línea completa de osos de Baviera y los accesorios. Ya sabes, pares de zapatos de tamaño peluche, atuendos para vestir a los ositos de médico, astronauta o gimnasta, y pijamas para niños con otro a juego para el osito. Habrá una clínica para los ositos que necesiten arreglos y un spa para los que necesiten un lavado.
Lo sé, lo sé. Suena demasiado perfecto para ser verdad. Pero así es la vida en Reindeer Falls y la razón por la que no quiero dimitir y buscarme un trabajo aburrido en otro lugar. Formar parte de la empresa de juguetes El Reno Volador me hace sentir como si fuese un elfo de Navidad, y ¿quién no quiere tener enchufe con Papá Noel?
Vale, sé que Papá Noel no existe. Pero en mi corazón amante de la Navidad es real, y eso es suficiente para mí.
Quise llevar a cabo este proyecto desde que empecé a trabajar en la empresa. Los fabricantes de osos de Baviera tienen una versión más pequeña de la cafetería en Núremberg. Quedé fascinada cuando la vi en su página web y decidí que podíamos hacer algo parecido aquí, en Reindeer Falls. Tenemos un flujo de turismo constante. Para empezar, somos un buen destino turístico en los estados centrales. Tenemos alumbrados en los árboles, concursos de galletas de jengibre y un recorrido en trineo tironeado por caballos especialmente diseñado a través del bosque de Reindeer Falls. Vale, no hay un bosque per se. Solo son unos cientos de acres con árboles a las afueras de la ciudad que pertenecen a la familia Hartfield. Despejaron un camino a través de los árboles, compraron un par de trineos y así nació el paseo en el trineo de Papá Noel. Y he de decir que el negocio les va bastante bien.
Además, cada otoño celebramos el Oktoberfest. Main Street se llena con tiendas pintorescas y tenemos el principal reclamo de la ciudad: el mercado navideño de Otto, la mayor tienda minorista nacional con temática navideña que atrae a visitantes de todas partes durante todo el año. Y no tenemos uno, sino dos hoteles con servicio de parque acuático para los veraneantes. Como he dicho, somos un destino bastante famoso para ser una ciudad que cada año corona a la princesa del Bastón de Caramelo.
No quiero alardear, pero hace siete años me coronaron a mí. Aunque suene algo superficial, todavía conservo la tiara. La utilizo para decorar el árbol, porque ser la princesa del Bastón de Caramelo era mi sueño de pequeña. Eso y trabajar en El Reno Volador cuando fuese mayor.
Pulso las teclas del ordenador para pasar las diapositivas que he preparado. Las he proyectado en la pared de la sala de conferencias para que todos vean las novedades. Tengo fotos del proceso de construcción e imágenes de los muebles para el salón de té que ya he pedido. La línea de porcelana china personalizada está en proceso; la utilizaremos en el salón de té y la venderemos como una nueva colección de productos.
Tal vez esté siendo demasiado efusiva, pero me apasiona el proyecto y, además, ¿quién no estaría emocionado?
—¿Se ha ajustado la publicidad para la inauguración anticipada? —pregunta Nick. Me mira fijamente y, despacio, le da vueltas a un bolígrafo entre los dedos mientras me juzga en silencio.
—No. La inauguración oficial sigue siendo el 1 de junio. Ahora mismo, la apertura anticipada está prevista para el 10 de mayo. Estará dirigida a los vecinos, y durante el tiempo restante realizaremos los últimos ajustes antes de la temporada de verano. El presupuesto de las nóminas sí se ha ajustado a la inauguración anticipada —añado con brusquedad porque Nick todavía me mira.
Me aclaro la garganta y paso a la siguiente diapositiva: las finanzas.
—Ya tenemos el veinte por ciento reservado para el próximo verano gracias a la publicidad previa al lanzamiento y las reservas a través de internet. Espero que aumenten de forma drástica en cuanto publiquemos las fotos del interior y empecemos con el verdadero impulso publicitario. En un pronóstico más modesto, he estimado los beneficios en base a un setenta por ciento reservado durante las vacaciones de verano e invierno y una reserva del treinta por ciento durante la temporada baja. —En la pantalla aparece un gráfico proyectado con los ingresos según estos números—. Aunque son muy modestos. Se espera que tengamos una reserva del cien por cien en pleno verano en cuanto la gente haya visto el espacio terminado. Y creo que las cifras en temporada baja superarán bastante el treinta por ciento cuando nos convirtamos en el lugar donde los niños de la ciudad celebren sus fiestas de cumpleaños, pero quería conservar…
—¿Y qué pasa con los niños decepcionados? —me interrumpe Nick.
Me quedo congelada. ¿Me toma el pelo? ¿Qué niños decepcionados? ¿Quiere que haga un plan de juegos para los niños que odien la diversión? Jolín, seguro que sí. ¿Por qué no se me ha ocurrido? Pues claro que quiere, odia la diversión desde que aprendió a hablar y decidió que todo el mundo era decepcionante.
—¿Qué pasa si tenemos todo el aforo reservado durante la temporada alta y no consiguen mesa? —insiste Nick al ver que he enmudecido—. El espacio en Núremberg que ponemos como ejemplo tiene un mostrador de comida para llevar. ¿Les has preguntado si están dispuestos a compartir la proporción del negocio de los que cenan in situ frente a la comida para llevar?
Ah.
Me remuevo en la silla. Siento una especie de amor-odio por la forma en que dice «comida para llevar» y no «comida preparada». Estoy segura de que se le ha pegado después de haber vivido en Europa. Pero como lo odio, me niego a admitir que es adorable.
—No sabía que tuviesen un mostrador de comida preparada. En la página web no había imágenes.
—En la página web —repite Nick despacio al tiempo que arquea las cejas—. ¿Has estado en la cafetería de Alemania?
—No —respondo, pero lo digo con seguridad porque no pienso mostrar ni un ápice de debilidad. He investigado, sé que mi plan de negocio es firme—. No tenemos metros cuadrados para añadir un mostrador de comida preparada y, además, las cuentas salen sin ese servicio.
Nick se da golpecitos en el labio inferior con el bolígrafo, pensativo. La sala permanece en silencio a la espera de que me arruine el día de una forma u otra.
—La tienda de velas Jack el Frío cierra en enero —anuncia Nick—. Ahora tienen el local adyacente a nuestra nueva cafetería. Haremos un pasillo en la parte de atrás de ambas unidades para que compartan cocina y espacio de refrigeración. Podemos añadir unas mesas más y un mostrador de merchandising adicional en la parte de comida para llevar. Holly vendrá conmigo a Alemania la semana que viene para familiarizarse con la dirección de la cafetería original en Núremberg, ver cómo gestionan la situación durante la temporada alta y qué ideas podemos implementar en nuestra cafetería.
Espera un momento. ¿Acaba de decir que me voy de viaje con él?
—¡Por favor, no!
Todas las miradas se posan en mí.
—Es decir, esto… —Me quedo callada con el cerebro a mil por hora—. ¿La tienda de velas cierra? Vaya, llevan en el negocio toda la vida. —Sacudo la cabeza con tristeza y miro a todas partes menos a Nick. Mi amiga de contabilidad me dirige una mueca compasiva—. Yo, bueno, tendré que acumular velas con aroma a bastón de caramelo antes de que cierren. Es mi olor favorito. Cosas de la estación. —«Por todos los bastoncitos, Holly, ¡cierra el pico!»—. Por cierto, ¿cómo lo sabes? —Enderezo la pantalla de mi portátil y doy golpecitos con el pie por debajo de la mesa, nerviosa—. No he oído nada al respecto.
—Soy amigo de su hija Taryn.
Puf, Taryn. Estaba en el último año de instituto cuando yo iba a primero, así que es dos años más joven que Nick. Era el tipo de chica que se burlaba de tus calcetines navideños favoritos cuando te los ponías sin querer-queriendo en marzo. El tipo de trasgo de la Navidad que cierra una tienda de velas local tan querida.
—Va a hacerse cargo del negocio de sus padres y lo va a trasladar a un local nuevo en River Place —dice Nick, con lo que interrumpe mis pensamientos—. Necesita más espacio para incorporar talleres para fabricar velas, y parece que alguien le quitó el local disponible que había junto a su tienda original.
Oh.
Vale, esa fui yo. Fui yo quien le quitó el local vacío en venta para la cafetería El Osito. Y no va a cerrar el negocio, va a ampliarlo, así que, después de todo, a lo mejor no está en la lista de niñas malas de Papá Noel. Miro fijamente a Nick y me pregunto qué tipo de amistad tienen, si son amigos con derecho a roce.
Qué asco.
—¿El diseño de la cocina se puede ajustar a la carga de trabajo adicional que se requiere para sostener el negocio de comida para llevar? ¿Podemos hacer los ajustes ahora, antes de que terminen las obras? —Nick me mira y deja de escribir en el portátil.
—Sí. —Sé que podemos porque hice que tres pasteleros distintos vieran el diseño de la cocina y todos dijeron que el espacio era suficiente para el doble de la producción prevista. Quería asegurarme de que estuviésemos cubiertos si decidíamos ampliar o añadir servicios de catering.
—¿Puedes comprobarlo? —añade Nick, y sigue escribiendo. Lo dice como una pregunta, pero no lo es. Es una orden. Tendré que modificar todas las cifras para incluir las cantidades adicionales de comida preparada; después, le enseñaré el trabajo y me preguntará por qué tenemos un veinte por ciento más de espacio de refrigeración de lo que tenía previsto que necesitábamos y, entonces, dedicaré diez minutos a explicarle que los espacios de refrigeración no vienen a medida, sino que se diseñan con unos metros cúbicos específicos, y que tener un veinte por ciento más es mejor opción que un tamaño menor, lo que solo nos daría un dos por ciento de espacio de refrigeración extra respecto a lo previsto.
Y me observará todo el tiempo. En silencio y con expresión taciturna.
Me llevará una semana renovar todo el plan financiero de la cafetería, además de incluir los costes del alquiler del local de al lado, de la construcción y de los empleados adicionales. Luego, tendré que rehacer todas las previsiones estimadas de ventas. Y contratar a un diseñador que se encargue de los envases, bolsas y vasos para llevar. Después, tendré que conseguir todo eso y presentar muestras. No, no me va a llevar una semana, sino el resto del mes.
—Mándame un informe cuando acabes —añade Nick, como si esto fuera la conclusión inevitable solo porque ha dado la orden. Sé que es el jefe. De verdad que lo sé. Pero te aseguro que su abuelo no hacía las cosas así.
Para empezar, no llevó ni un solo traje que hiciera que me preguntase cuál sería su aspecto si estuviese desnudo.
¡Buf! No pienso ir de viaje con él. Ni en broma. Quizá ya se le ha olvidado. Me remuevo en la silla y miro a Nick por el rabillo del ojo mientras fríe a preguntas al director de almacén acerca de los costes de materiales. Nunca he ido a un viaje de trabajo. Ni siquiera sé cómo organizarlo. ¿Se supone que tengo que reservar yo el vuelo y el hotel y luego enviar la factura con los gastos? ¿O es su asistente el que hace la reserva? Quizá… Quizá pueda ignorar la situación hasta que sea demasiado tarde. Se marcha en menos de una semana, así que lo más seguro es que sea demasiado tarde para reservar otro vuelo. En diciembre, para más inri. Expiro y me relajo en la silla de la sala de conferencias.
Nick mira en mi dirección mientras el director de almacén le explica los costes de las cestas de Navidad. Me enderezo un poco y me pregunto si he suspirado muy fuerte.
Un momento después, me llega un correo a la bandeja de entrada.
En el asunto pone «Itinerario de viaje».