Mando Principal

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—Parece un hombre blanco atrevido, —dijo Murphy.

—El hombre blanco en cuestión también le quitó a Perkins un arma, una peculiar Smith & Wesson .38, con un eslogan particular grabado en la empuñadura. El Poder Da La Razón. Por supuesto, ni el ataque, ni el robo del dinero, ni la pérdida del arma fueron denunciados a la policía. Eso es sólo algo de lo que este informante habló con el que le había contratado.

Murphy no estaba mirando a Luke.

— ¿Qué me intentas decir, Stone?

Luke miró hacia adelante y notó que se estaban acercando a la tumba de John F. Kennedy. Una multitud de turistas estaba situada a lo largo del borde de las losas de doscientos años de antigüedad y hacía fotos del fuego de la llama eterna.

Los ojos de Luke se dirigieron a la pared baja de granito, en el borde del monumento. Justo encima de la pared, pudo ver el Monumento a Washington al otro lado del río. El muro en sí tenía numerosas inscripciones, recogidas del discurso inaugural de Kennedy. Una famoso captó la atención de Luke:

NO PREGUNTES LO QUE TU PAÍS PUEDE HACER POR TI...

—El arma que Martínez usó para suicidarse tenía la inscripción El Poder Da La Razón en la empuñadura. La Oficina rastreó el arma y descubrió que había sido utilizada previamente para cometer dos asesinatos, al estilo de ejecución, que se cree que están asociados con las guerras del narcotráfico de Baltimore. Uno fue el asesinato por tortura de Jamie 'El Padrino' Young, el líder anterior de los Sandtown Bloods.

SINO LO QUE PUEDES HACER TÚ POR TU PAÍS.

Murphy se encogió de hombros. —Todos estos apodos: Padrino, Cadillac… Debe ser difícil hacer un seguimiento de ellos.

Luke siguió. —De alguna manera, ese arma siguió su camino desde Baltimore hacia el sur, hasta la habitación de hospital de Martínez, en Carolina del Norte.

Murphy volvió a mirar a Stone. Ahora sus ojos eran planos y muertos. Eran los ojos de un asesino. Si Murphy había matado a un hombre antes, había matado a cien.

—¿Por qué no vas al grano, Stone? Di lo que piensas, en vez de contarme una fábula para niños sobre capos de la droga y hombres de atraco a mano armada.

Luke estaba tan enfadado que casi podría darle un puñetazo a Murphy en la boca. Estaba cansado e irritado. Tenía el corazón roto por la muerte de Martínez.

—Sabías que Martínez quería suicidarse... —comenzó.

Murphy vaciló. —Tú mataste a Martínez, —dijo. —Mataste a todo el escuadrón. Tú, Luke Stone, los has matado a todos. Yo estaba allí, ¿recuerdas? Asumiste una misión, que sabías que era un desastre, porque no querías anular la orden de un maníaco con ansias de muerte. Y todo esto... ¿para qué? ¿Para avanzar en tu carrera?

—Le diste el arma a Martínez, —dijo Luke.

Murphy sacudió la cabeza. —Martínez murió aquella noche en la colina. Como todos los demás. Pero su cuerpo era demasiado fuerte para darse cuenta de ello, sólo necesitaba un empujón.

Se miraron el uno al otro durante un largo momento. Por un instante, en su mente, Luke volvió a la habitación del hospital de Martínez. Las piernas de Martínez estaban destrozadas y no se las pudieron salvar. Una había desaparecido a la altura de la pelvis, la otra por debajo de la rodilla. Todavía podía usar sus brazos, pero estaba paralizado justo por debajo de la caja torácica. Era una pesadilla.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por la cara de Martínez. Golpeó la cama con los puños.

—Te dije que me mataras, —dijo con los dientes apretados. —Te dije... que... me... mataras. Ahora mira esto... este desastre.

Luke lo miró fijamente. —No podía matarte. Eres mi amigo.

—¡No digas eso! —dijo Martínez. —Yo no soy tu amigo.

Luke se sacudió el recuerdo. Estaba de vuelta a una colina verde en Arlington, en un día soleado de principios de verano. Estaba vivo y, sobre todo, bien. Y Murphy todavía estaba aquí, ofreciendo su versión. No la que Luke quería escuchar.

Había una multitud de personas a su alrededor, mirando la llama de Kennedy y murmurando por lo bajo.

—Como de costumbre, —dijo Murphy. —Luke Stone decide en favor de un ascenso. Ahora se encuentra trabajando para su antiguo oficial al mando, en una agencia de espionaje civil súper secreta. ¿Tienen buenos juguetes allí, Stone? Por supuesto que sí, si Don Morris lo está dirigiendo. ¿Secretarias guapas? ¿Coches rápidos? ¿Helicópteros negros? Es como un programa de televisión, ¿verdad?

Luke sacudió la cabeza. Era hora de cambiar de tema.

—Murphy, desde que desapareciste sin permiso, hemos detectado una serie de robos a mano armada en solitario, en ciudades del nordeste. Has fijado tu objetivo en pandilleros y traficantes de drogas, que sabes que se están llevando grandes cantidades de dinero en efectivo y que no van a denunciar...

Sin previo aviso, el puño derecho de Murphy salió volando hacia arriba. Se movió como un pistón, entrando en contacto con la cara de Luke justo por debajo del ojo. La cabeza de Luke voló hacia atrás.

—Cállate, —dijo Murphy. —Hablas demasiado.

Luke dio un paso tambaleante y se estrelló contra la persona que había detrás de él. Cerca, alguien más jadeó. El sonido fue fuerte, como una bomba hidráulica.

Luke retrocedió varios pasos, abriéndose paso a través de los cuerpos. Por una fracción de segundo, tuvo una sensación flotante familiar. Sacudió la cabeza para despejar las telarañas. Murphy le había dado un buen golpe y no había acabado.

Aquí venía de nuevo.

La gente pasaba por ambos lados, tratando de alejarse de la pelea. Una mujer con sobrepeso, bien vestida con una falda beige y una chaqueta a juego, se cayó sobre las losas entre Luke y Murphy. Dos hombres se apresuraron a ayudarla a levantarse. Al otro lado de este pequeño montón, Murphy sacudió la cabeza con frustración.

A la derecha de Luke había una barrera metálica baja, que separaba a los visitantes de la llama eterna. Pasó sobre ella, sobre los anchos adoquines y salió al descubierto. Murphy lo siguió. Luke se quitó la chaqueta del traje, revelando la funda y su pistola de servicio debajo. En ese momento alguien gritó.

—¡Una pistola! ¡Tiene una pistola!

Murphy la señaló con una media sonrisa en su rostro. —¿Qué vas a hacer, Stone? ¿Dispararme?

La multitud de personas salió corriendo colina abajo, un éxodo masivo de humanidad, moviéndose rápidamente.

Luke desabrochó la funda y la dejó caer sobre los adoquines. Rodeó a su derecha, dejando la llama eterna de la tumba de John F. Kennedy justo detrás de él, los marcadores de las tumbas planas de la familia Kennedy frente a él. A lo lejos, vislumbró de nuevo el Monumento a Washington.

—¿Seguro que quieres hacer esto? —dijo Luke.

Murphy cruzó la parte frontal de una de las lápidas de Kennedy.

—No hay nada más que quiera hacer.

Las manos de Luke estaban levantadas. Sus ojos se centraron en Murphy. Todo lo demás se volvió borroso. Veía a Murphy como la idea de un hombre bañado por una luz extraña, como un foco. Murphy tomó la iniciativa. Pero Luke era más fuerte.

Hizo un gesto con los dedos de su mano derecha.

—Vamos entonces.

Murphy atacó. Hizo un amago de dar un golpe por la izquierda, pero entró duro por la derecha. Luke lo esquivó y le dio con su propia mano derecha. Murphy empujó el brazo derecho de Luke. Ahora estaban cerca. Justo donde Luke quería estar.

De repente estaban luchando. Luke dio una patada a la pierna de Murphy, lo hizo elevarse y le hizo caer al suelo con un ruido sordo. Luke pudo sentir el impacto del cuerpo de Murphy, las losas vibraron con él. La cabeza de Murphy rebotó en la plataforma áspera y redonda de piedra que albergaba la llama de Kennedy.

La mayoría de los hombres estarían acabados. Pero no Murphy. No un miembro de las Delta.

Su mano derecha emergió otra vez. Sus dedos desgarraron la cara de Luke, tratando de encontrar sus ojos, pero Luke echó la cabeza hacia atrás.

Ahora llegó un puñetazo de Murphy desde la izquierda. Golpeó un lado de la cabeza de Luke, haciendo que sus oídos retumbaran.

Aquí venía la derecha otra vez. Luke lo bloqueó, pero Murphy se estaba levantando del suelo. Se lanzó hacia Luke y los dos se cayeron hacia atrás, con Murphy encima. El recipiente de metal que sostenía la llama de quince centímetros de alto, estaba justo a la derecha de Luke.

Sopló una brisa y el fuego estaba sobre ellos. Luke podía sentir el calor.

Con toda su potencia, agarró a Murphy y rodó con fuerza hacia su derecha. La espalda de Murphy se chocó con la llama eterna. El fuego surgió a su alrededor, a medida que rodaban por encima de ella. Luke aterrizó sobre su lado izquierdo y usó su impulso para continuar rodando.

Se subió encima de Murphy y agarró su cabeza con ambas manos.

Murphy lo golpeó en la cara.

Luke se encogió de hombros y estrelló la cabeza de Murphy contra el hormigón.

Las manos de Murphy intentaron alejarlo.

Luke volvió a golpearle la cabeza.

—¡DETÉNGANSE! —gritó una voz grave.

El cañón de un arma de fuego fue presionado en la sien de Luke. Le estaban empujando ahí, con fuerza. Por el rabillo del ojo, Luke vio dos grandes manos negras sosteniendo el arma y un uniforme azul que se cernía detrás de ellos.

Al instante, Luke levantó las manos al aire.

—Policía, —dijo la voz, ahora un poco más tranquila.

—Oficial, soy el Agente Luke Stone, del FBI. Mi placa está en esa chaqueta de allí.

Ahora había más uniformes azules. Rodearon a Luke, alejándolo de Murphy. Lo empujaron hacia el suelo y lo sostuvieron boca abajo contra las losas. Se puso lo más suave posible, sin oponer resistencia. Las manos vagaron por su cuerpo, cacheándolo.

 

Miró a Murphy. Murphy estaba recibiendo el mismo tratamiento.

Espero que no tengas un arma, pensó Luke.

En un momento, hicieron que Luke se pusiera de pie. Él miró a su alrededor, había diez policías. En el extremo más alejado de la acción, apareció una figura familiar. El gran Ed Newsam, observando desde una distancia prudente.

Un policía le entregó a Luke su chaqueta, su funda y su placa.

—Bien, Agente Stone, ¿cuál es el problema?

—No hay ningún problema.

El policía hizo un gesto a Murphy. Murphy se sentó en las losas, con los brazos alrededor de las rodillas. Sus ojos parecían un poco confusos, pero volvían en sí.

—¿Quién es ese tipo?

Luke suspiró y sacudió la cabeza. —Es un amigo mío. Un viejo amigo del Ejército. —esbozó la sombra de una sonrisa y se frotó la cara. La mano salió ensangrentada. —Ya sabe, a veces se tienen estas reuniones...

La mayoría de los policías ya se estaban alejando.

Luke miró a Murphy, quien no estaba haciendo ningún esfuerzo por levantarse. Luke metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una tarjeta de visita. La miró por un segundo.

Luke Stone, Agente Especial.

En la esquina estaba el logo del Equipo de Respuesta Especial. Debajo el nombre de Luke había un número de teléfono que conducía a una secretaria en la oficina. Había algo absurdamente agradable en esa tarjeta.

Le dio la vuelta en dirección a Murphy.

—Aquí, idiota. Llámame. Te iba a ofrecer un trabajo.

Luke le dio la espalda a Murphy y caminó hacia Ed Newsam. Ed llevaba puesta una camisa de vestir y una corbata oscura y tenía una chaqueta echada sobre su hombro. Era tan grande como una montaña. Sus músculos se ondulaban debajo de su ropa. Su cabello y barba eran negros como el azabache. Su rostro era joven, no había una sola arruga en su piel.

Sacudió la cabeza y sonrió. —¿Qué estás haciendo?

Luke se encogió de hombros. —Realmente, no lo sé. Y tú, ¿qué estás haciendo?

—Me enviaron a buscarte, —dijo Ed. —Tenemos una misión. Rescate de rehenes. Alta prioridad.

—¿Dónde? —dijo Luke.

Ed sacudió la cabeza. —Clasificado. No lo sabremos hasta la rueda de prensa. Pero quieren que estemos listos tan pronto como termine la sesión informativa.

—¿Cuándo es la sesión informativa?

Ed ya se había dado la vuelta y se dirigía hacia la colina.

—Ahora.

CAPÍTULO CUATRO

12:20 Hora del Este

Sede del Equipo de Respuesta Especial

McLean, Virginia

—No te preocupes. Estás muy guapo.

Luke estaba en el vestuario masculino de los empleados. Se había quitado la camisa y se estaba lavando la cara en el lavabo. Un rasguño profundo le recorría la mejilla izquierda. La parte inferior derecha de su mandíbula estaba roja, con moretones y comenzaba a hincharse. Murph le había dado un buen golpe ahí.

Los nudillos de Luke estaban desollados y desgarrados, las heridas abiertas y la sangre aún corría un poco. Él también le había dado a Murphy algunos buenos golpes.

Detrás de él, el gran Ed apareció en el espejo. Ed se había vuelto a poner la chaqueta, era un profesional consumado y bien vestido. Se suponía que Luke iba a ser el oficial superior de Ed en esta misión. No podía ponerse su propia chaqueta del traje porque estaba sucia de cuando la había tirado en el suelo.

—Vamos, tío, —dijo Ed. —Llegamos tarde.

—Voy va a parecer la presa que ha traído el gato.

Ed se encogió de hombros. —La próxima vez haz como yo. Tráete un traje extra, y un conjunto informal extra y déjalos aquí, en tu taquilla. Me sorprende tener que enseñarte estas cosas.

Luke se había vuelto a poner la camiseta y estaba empezando a abrocharse la camisa de vestir. — Sí, pero, ¿qué hago ahora?

Ed sacudió la cabeza, sonriendo. —Esto es lo que la gente espera de ti, de todos modos. Diles que estabas haciendo un poco de combate tae kwon do en el parking, durante el descanso del café.

Luke y Ed salieron del vestuario y subieron por la escalera de hormigón hasta el piso principal. La sala de conferencias, tan cerca del estilo vanguardista como Mark Swann pudo conseguir, estaba al final de un pasillo lateral angosto. Don solía llamarlo el Centro de Mando, aunque Luke sentía que eso engrandecía un poco los hechos. Quizá algún día.

Un enjambre de mariposas nerviosas rebotaba contra las paredes del estómago de Luke. Estas reuniones eran algo nuevo para él y no podía aparentar que estaba acostumbrado a ellas. Don le dijo que eso le llegaría con el tiempo.

En el ejército, las sesiones informativas eran simples. Algo así:

Este es el objetivo. Este es el plan de ataque. ¿Preguntas? ¿Aportaciones? De acuerdo, cargad el equipo.

Estas sesiones informativas nunca eran así.

La puerta de la sala de conferencias estaba enfrente, abierta. La habitación era algo pequeña y veinte personas dentro harían que pareciera un vagón de metro lleno de gente en hora punta. Estas reuniones le ponían a Luke los pelos de punta. Había interminables discusiones y retrasos. El agolpamiento de gente le hacía sentirse claustrofóbico.

Invariablemente, habría peces gordos de varias agencias y sus empleados estarían dando vueltas, los peces gordos insistirían en dar su opinión, los empleados estarían tecleando en teléfonos BlackBerry, arañando blocs de notas amarillos, entrando y saliendo, haciendo llamadas urgentes. ¿Quiénes eran estas personas?

Luke cruzó el umbral, seguido de cerca por Ed. Los fluorescentes del techo eran brillantes y deslumbrantes.

No había nadie en la habitación. Bueno, tampoco nadie, pero no mucha gente. Cinco personas, para ser exactos. Con Luke y Ed, hacían siete.

—Aquí están los hombres que todos hemos estado esperando, —dijo Don Morris, no estaba sonriendo. A Don no le gustaba esperar. Tenía un aspecto formidable, con una camisa y unos pantalones. Su lenguaje corporal era relajado, pero sus ojos eran agudos.

Un hombre se paró frente a Luke. Era un hombre condecorado con cuatro estrellas, alto y delgado, con un impecable uniforme verde. Su cabello gris estaba recortado hasta el cuero cabelludo. No había rastro alguno de bigote en su cara limpia y recién afeitada: ningún bigote le desafiaba. Luke nunca había visto a ese hombre, pero en el fondo sabía quién era. Hacía su cama todas las mañanas, antes de hacer ninguna otra cosa. La hacía tan bien que incluso se podrían hacer rebotar monedas en ella. Probablemente lo hacía, sólo para asegurarse.

—Agente Stone, Agente Newsam, soy el General Richard Stark, Jefe del Estado Mayor Conjunto.

—General, es un honor conocerle.

Luke le estrechó la mano, antes de que el hombre se acercara a Ed.

—Estamos muy orgullosos de lo que hicieron ustedes hace un mes. Ambos son el orgullo del Ejército de los Estados Unidos.

Otro hombre estaba parado allí. Era un hombre calvo, de unos cuarenta y tantos años. Tenía una barriga grande y redonda y dedos pequeños y regordetes. Su traje no le quedaba bien: demasiado apretado por los hombros, demasiado apretado alrededor de la cintura. Tenía la cara pastosa y la nariz bulbosa. A Luke le recordó a Karl Malden haciendo un anuncio de televisión sobre el fraude con tarjetas de crédito.

—Luke, soy Ron Begley, de Seguridad Nacional.

También se dieron la mano. Ron no mencionó la operación del mes anterior.

—Ron, me alegro de conocerle.

Nadie mencionó nada sobre la cara de Luke. Eso fue un alivio. Aunque estaba seguro de que Don le diría algo después de terminar la reunión.

—Chicos, ¿no os sentáis? —dijo el general, agitando una mano en la mesa de conferencias. Fue muy amable por su parte invitarles a sentarse en su propia mesa.

Luke y Ed se sentaron cerca de Don. Había otros dos hombres en la habitación, ambos con traje. Uno era calvo y tenía un auricular que desaparecía dentro de su chaqueta. Lo miraron impasiblemente. Ninguno de los dos dijo una palabra. Nadie los presentó. Para Luke, eso significaba suficiente.

Ron Begley cerró la puerta.

La gran sorpresa era que no había nadie más del Equipo de Respuesta Especial en la sala.

El general Stark miró a Don.

—¿Listo?

Don abrió sus grandes manos como si fueran flores abriendo sus pétalos.

—Sí. Esto era todo lo que necesitábamos. Haz lo que quieras.

El general miró a Ed y a Luke.

—Caballeros, lo que estoy a punto de compartir con ustedes es información clasificada.

* * *

—¿Qué no nos estás contando? —dijo Luke.

Don levantó la vista. El escritorio detrás del cual estaba sentado era de roble pulido, ancho y reluciente. Había dos trozos de papel en la mesa, un teléfono de oficina y un viejo y maltratado portátil Toughbook, con una pegatina en la parte posterior de la pantalla, representando la punta de una lanza roja con una daga, el logotipo del Mando de Operaciones Especiales del Ejército. Don era el tipo de persona que mantenía su escritorio limpio.

En la pared detrás de él había varias fotografías enmarcadas. Luke identificó a uno de los cuatro jóvenes Boinas Verdes sin camiseta en Vietnam: Don era el de la derecha.

Don hizo un gesto hacia las dos sillas frente al escritorio.

—Tomad asiento. Tomaos un descanso.

Luke lo hizo.

—¿Cómo está tu cara?

—Duele un poco, —dijo Luke.

—¿Cómo te lo has hecho, estrellándote con la puerta del coche?

Luke se encogió de hombros y sonrió. —Me encontré con Kevin Murphy en el funeral de Martínez esta mañana. ¿Te acuerdas de él?

Don asintió con la cabeza. —Claro, era un soldado decente como son los de las Delta, con un poco de frustración, supongo. ¿Qué aspecto tenía... después de que te encontraras con él?

—Lo último que vi es que todavía estaba en el suelo.

Don asintió nuevamente. —Bien. ¿Cuál era el problema?

—Él y yo somos los últimos hombres con vida de aquella noche en Afganistán. Hay algunos resentimientos. Él piensa que podría haber hecho algo más para abortar la misión.

Don se encogió de hombros. —No estaba en tu mano abortar esa misión.

—Eso fue lo que le dije. También le di mi tarjeta de visita. Si me llama, me gustaría que consideraras contratarlo para trabajar aquí. Está entrenado para las Delta, experimentado en combate, tres misiones, que yo sepa, no se acobarda cuando empieza a faltar el abrigo.

—¿Está fuera de servicio?

Luke asintió con la cabeza. —Sí.

—¿Qué está haciendo?

—Robo a mano armada. Ha estado desvalijando a capos de la droga en varias ciudades.

Don sacudió la cabeza. —Jesús, Luke.

—Todo lo que pido es que le des una oportunidad.

—Lo hablaremos, —dijo Don. —Siempre y cuando llame.

Luke asintió con la cabeza. —Suficiente.

Don le acercó uno de los trozos de papel que había sobre su escritorio. Se puso unas gafas de lectura negras en la punta de la nariz. Luke lo había visto hacer esto varias veces y el efecto desentonaba. El súper humano Don Morris llevaba gafas para leer.

—Ahora, vamos con las cosas un poco más urgentes. Lo que no se ha mencionado en la reunión es lo siguiente: esta misión viene directamente del Despacho Oval. El Presidente la alejó del Pentágono y de la CIA porque cree que hay una filtración en alguna parte. Si los rusos logran encontrar una debilidad en el tío de la CIA que han capturado, quién sabe lo que podría salir por su boca. Nos encontramos ante un gran y potencial contratiempo, las cosas tienen que moverse muy rápido y, entre nosotros, el Presidente está furioso.

—¿Es por eso por lo que estamos solos?

Don levantó un dedo. —Tenemos amigos. Nunca vas totalmente por libre en este tipo de asuntos.

—Mark Swann puede...

Don se llevó un dedo a los labios. Señaló alrededor de la habitación y levantó las cejas. Luego se encogió de hombros. El mensaje era: mejor no decimos lo que Mark Swann puede hacer. No tiene sentido compartir esa información con las personas de la galería.

Luke asintió y cambió de dirección a mitad de la frase. —…darnos acceso a todo tipo de bases de datos. Lexis Nexis, ese tipo de cosas. Es un lunático con las búsquedas en Google.

 

—Sí, —dijo Don. —Creo que consiguió una suscripción al New York Times online. Eso dice él, de todos modos.

—¿Quién era el chico de Seguridad Nacional?

Don se encogió de hombros. —¿Ron Begley? Un chupatintas. Trabajaba en Hacienda cuando sucedió lo del 11 de septiembre. Fraude, falsificación. Cuando crearon Seguridad Nacional, se cambió. Parece estar tropezando y tambaleándose, mientras se abre camino por la jerarquía. No creo que sea un problema para nosotros.

Don miró a Luke un largo momento.

—¿Qué opinas de esta misión? —dijo él.

Luke no apartó la mirada. —Creo que es una trampa mortal, a decir verdad. Me asusta, se supone que debemos infiltrarnos en Rusia sin ser detectados, rescatar a un grupo de chicos...

—Tres chicos, —dijo Don. —Nos está permitido matarlos, si eso es más fácil.

Luke ni siquiera entendería ese pensamiento.

—Rescatar a un grupo de tíos, —repitió, —¿Incendiar un submarino y volver con vida? Esa es una tarea difícil.

—¿A quién enviarías para que la cumpliera? —dijo Don. —¿Si fueras yo?

Luke se encogió de hombros. —¿A quién crees?

—¿La quieres?

Luke no dio una respuesta inmediata. Pensó en Becca y en el bebé, Gunner, en la cabaña al otro lado del Chesapeake en la costa este. Dios, ese pequeño bebé...

—No lo sé.

—Déjame contarte una historia, —dijo Don. —Cuando era comandante en las Delta, entró un joven de ojos brillantes. Acababa de ser calificado. Salió del 75º de los Ranger, como tú, por lo que no era un Boina Verde. Había estado haciendo cola para entrar. Pero tenía una energía, este chico, como si todo fuera nuevo para él. Algunos chicos entran en las Delta y a los veinticuatro años ya están endiabladamente canosos. Este chico, no.

—Lo llamé de inmediato para una misión. Yo todavía iba a misiones en aquellos días. Estaba ya metido en los cuarenta y los responsables del Mando Conjunto de Operaciones Especiales querían que me retirara, pero yo no quería ni oír hablar de ello, aún no. No iba a enviar a mis hombres a lugares a los que yo mismo no iría.

—Nos lanzamos en paracaídas en la República Democrática del Congo. Río arriba, más allá de cualquier cosa parecida a la ley y el orden. Fue una caída nocturna, por supuesto, y el piloto nos soltó en el agua. Nos arrastramos por esos pantanos como si todos estuviéramos sumergidos en mierda. Había un señor de la guerra allá arriba, que se hacía llamar Príncipe José. Llamaba a su variopinta milicia “El Ejercito…”

—“El Ejército del Cielo”, —dijo Luke. Por supuesto, él conocía la historia. Y, por supuesto, lo sabía todo sobre el nuevo recluta de las Delta que Don estaba describiendo.

—Trescientos niños soldados, —dijo Don. —Ocho hombres subieron allí, ocho soldados estadounidenses, sin apoyo externo de ningún tipo y metieron balas en los sesos del Príncipe José y de todos sus lugartenientes. Una operación perfecta. Una misión humanitaria, sin motivos ocultos, sólo hacer lo correcto. ¡Bang! Ataque de decapitación.

Luke respiró hondo. La noche había sido aterradora y estimulante, todo envuelto en una descarga de adrenalina.

—Las sociedades internacionales de ayuda intervinieron e hicieron lo que pudieron con los niños, los repatriaron, los alimentaron, los amaron, los reeducaron para que fueran humanos otra vez, si eso hubiera sido posible. Me mantuve atento. Muchos de ellos, finalmente, regresaron a sus aldeas de origen.

Don sonrió. No, él sonreía positivamente.

—Por la mañana, encendí un cigarro de la victoria a la orilla del poderoso Congo. Todavía fumaba durante esos días. Mis hombres estaban conmigo y yo estaba orgulloso de cada uno de ellos. Estaba orgulloso de ser estadounidense. Pero mi novato estaba callado, pensativo. Entonces le pregunté si estaba bien. ¿Y sabes lo que dijo?

Ahora Luke sonrió. Suspiró y sacudió la cabeza. Don estaba hablando de él. —Dijo: “¿Qué si estoy bien? ¿Me estás tomando el pelo? Vivo para esto.” Eso fue lo que dijo.

Don lo señaló. —Así es. Así que te lo preguntaré de nuevo. ¿Quieres esta misión?

Luke miró a Don durante otro largo rato. Don era su camello, de eso se dio cuenta Luke. Te vendía un sentimiento, la urgencia, de modo que sólo pudieras escoger un camino.

Una imagen de Becca con Gunner en brazos nuevamente apareció en su mente. Todo cambió cuando nació ese bebé. Recordaba a Becca dando a luz. Estaba más preciosa en esos momentos que nunca antes él la había visto.

Y estaban planeando construir una vida juntos, los tres.

¿Qué iba a pensar Becca sobre esta misión? Cuando él le anunció la última, cuando ella estaba a punto de dar a luz, se enfadó. Y se la vendió fácil, sólo un viaje rápido a Irak a arrestar a un tipo. Por supuesto, luego se convirtió en mucho más que eso, un completo combate y el rescate de la hija del Presidente, pero Becca sólo se enteró de eso después de los hechos.

Aquí, ella conocería el acuerdo: Luke se infiltraría en Rusia e intentaría rescatar a tres prisioneros. Sacudió la cabeza.

De ninguna forma podía decirle eso.

—¿Luke? —dijo Don.

Luke asintió con la cabeza. —Sí. La quiero.