La difícil vida fácil

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La difícil vida fácil

Punto de vista editores

La difícil vida fácil

Doce testimonios sobre prostitución masculina

Iván Zaro

prólogo de luis antonio de villena

[no image in epub file]

Director editorial:

José Luis Ibáñez

Consejo asesor:

Silvano Gozzer

Alberto Vicente

© Iván Zaro, 2016

© del prólogo, Luis Antonio de Villena, 2016

© de esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2016

Todos los derechos reservados.

Primera edición: mayo 2016

Segunda edición: junio 2016

Publicado por Punto de Vista Editores

info@puntodevistaeditores.com

www.puntodevistaeditores.com

@puntodevistaed

Edición: Alex Richter-Boix

Corrección: Gabriela Torregrosa

Diseño de cubierta: Estudio Joaquín Gallego

© de la fotografía de cubierta: Joan Crisol

Modelo de cubierta: Juan Alberto Moreno

ISBN papel: 978-84-15930-91-4

ISBN digital. 978-84-15930-90-7

IBIC: JFMX, JFSK2, JFFH2

Depósito legal: M-5695-2016

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com

A M.ª Ángeles y Joaquín, mis padres,

por descubrir mi vocación por el Trabajo Social.

A Javier Mercé, mi marido,

por amarme en libertad, sin condiciones.

A los trabajadores del sexo que he conocido,

por enseñarme todo cuanto sé.

Chulos, chaperos, trabajadores del sexo

luis antonio de villena

Conocí a nuestro Iván Zaro hace bastantes años. Él, como trabajador social, entraba con otros compañeros en la noche de los bares de ambiente a repartir condones y crema lubricante como parte de una campaña de prevención antisida. Era gente bien recibida pues había una conciencia general del peligro, aunque acaso los momentos peores de la pandemia ya habían pasado. Iván hacía hincapié en entregar condones a quienes él llama noblemente en este sencillo y rico libro testimonial «trabajadores del sexo». Él sabe que detrás de la inmensa mayoría de esos chicos —es verdad que las chicas andan otro conducto— no hay mafias ni esclavismo, sino la simple y llana voluntad de un muchacho por lo general bien parecido que entiende y acepta que alquilando su cuerpo va a obtener (y habitualmente es así, sobre todo al inicio) mucho más dinero que en cualquier profesión de las llamadas «honestas». Yo he preguntado alguna vez a alguno de estos chicos —he conocido a muchos—: ¿Tú no dejarías este oficio por ser camarero, por ejemplo? Y la respuesta ha sido muy mayoritariamente unánime: No, en esto se gana más. Alguien dirá: ¿Pero se puede tener vocación de chapero? Y yo siempre contesto: Probablemente no (no estoy seguro), pero, dígame, ¿se tiene vocación de albañil, de taxista o de picador de carbón, con todos los respetos? Estoy seguro de que no hay tales vocaciones. A esos nobles trabajos —como el de chapero—, no te lleva esencialmente ninguna vocación, sino las no siempre fáciles circunstancias de la vida. Pero ser chapero, con todas sus dificultades —que el libro de Iván testimonia muy bien—, tiene un pequeño plus añadido. Puede no salir bien (y muchas veces no sale), pero esos chicos, que se levantan a mediodía o más tarde, saben que su mundo está de continuo sobrevolado por el término «placer»: tomar copas (drogas también, de cuando en cuando) y una noche larga de bares, discotecas y sexo final, en donde ellos —teóricamente— serán reyes, ídolos indiscutibles, aunque todo tenga muy frecuentemente los pies de barro. ¿Cómo no sentirse seducido por el término «placer» y su realidad en la juventud radiante?

Iván entraba a múltiples bares repartiendo condones gratis y a mí me veía muy a menudo, charlando con chicos diversos, en un bar muy famoso y variopinto en la época, el Black & White, al que todo el mundo llamaba el «Blanco y negro». Iván y yo terminábamos charlando un ratito del mundo que había alrededor, que ambos respetábamos. Así que cuando dirigí un par de temporadas un programa en RNE dirigido al colectivo LGTB, con una cierta voluntad no de cancaneo vulgar, sino de altura (el programa se llamó Las aceras de enfrente), Iván vino varias veces con algún trabajador sexual para que yo lo entrevistara.

Aunque he conocido a chicos a los que les ha ido muy bien en esa profesión (con fecha de caducidad, como modelo o jugador de fútbol), otros muchos terminan desnortados, cuando no enganchados a alguna droga o simplemente al sortilegio de la palabra «placer», que, como he dicho, no deja de sobrevolar en lo alto, muy ambigua…

Antiguamente, a estos chicos, bisexuales que un día decidían «hacerse una chapa» para luego gastarlo con la novia, se les llamaba «chulos». Era el nombre que empleaba aún, por ejemplo, Jaime Gil de Biedma. Pero a medida que fue creciendo la profesionalización —todavía muy lejos del reglamentado mundo de la prostitución femenina— estos chicos fueron «chaperos», por esa «chapa» ocasional que se hacían. Había españoles, portugueses y marroquíes, pero a partir de la caída del muro de Berlín los bares (y ciertas calles) se llenaron de chicos del este de Europa, sobre todo búlgaros y rumanos, pero asimismo rusos, polacos y aún más húngaros. Luego llegaron los latinoamericanos, cubanos, dominicanos, pero especialmente colombianos y brasileños (¡cielo santo, cuántos y qué bellos brasileños!) dotados todos de una pansexualidad muy generosa. La célebre crisis del 2009 puso fin a la abundancia, pero no al fenómeno que ahora también copa Internet y sus páginas sexuales, un ámbito, a mi antiguo entender, menos claro y eficaz que el de los bares directos…

La prostitución masculina existió en las antiguas Grecia y Roma, pero la Europa moderna (que no la desconocía, ni mucho menos) la silenció en un mundo lleno de tabúes religiosos católicos y feroz represión. Yo conocí ese mundo en La musa de los muchachos de Estratón de Sardes (siglo II) o en Cavafis antes de verlo vivo, muchas veces amigo, y de verdad, con su pléyade de dificultades o sus sueños rotos por engañosos anhelos de eternidad. El presente libro de Iván Zaro recoge veraces testimonios de cuanto acabo de decir. Su mérito: la sencilla verdad y el cálido y afectuoso respeto por tantos chicos de buena voluntad. Su mérito aún más: una singular suerte de compañerismo. Yo se lo dije a alguno: Es posible que no viajemos en el mismo piso o nivel de la nave, pero ten por seguro que el barco en que vamos es exactamente el mismo…

Como colofón antes de lo que Iván narra, déjenme reproducir un poema de mi libro Hymnica (1979), donde unos muchachos que se prostituyen, hace muchos años, pero lo esencial no cambia, se reconocen amantes. El poema se titula «Historia de madrugada». Estos chicos chaperos —como muchos de nosotros— se preguntan a menudo qué será de ellos mañana…

Se decidió y dijo que sí, que iría.

Y sonrió al decirlo. Llevaba un chaquetón

azul, y una camisa que se ceñía al cuerpo

juvenil, perfecto. Los ojos celestes y rizado el pelo.

Así es que después de esto (pensaba mientras

se dirigían al coche del anfitrión improvisado)

podría dejar la ciudad, y salir —¡ah, la emoción

del viaje!—, y pasar el verano junto al mar, lejos,

en los puertos que habita el placer —y el dinero—.

Y además tampoco iba a pasarlo mal

aquella noche. ¡Se goza tanto en el amor!

Se imaginaba ya la escena: la piel desnuda,

húmeda de sudor, sobre el lecho, entre la excitación

y la respiración acelerada, y las manos que

recorrían su cuerpo, de tacto suave (le decían)

y hermosísima adolescencia. Sí, sería estupendo.

Aunque casi seguro era, que en el momento

máximo, en la final delicia del espasmo,

la mente huiría muy lejos de allí, recordando

la noche última en la pensión aquella…

El amigo —tenía también dieciocho años— le propuso,

tras la cena, que se marchasen juntos, y mientras,

temblando, se abrazaban, el otro apagó la luz

y acariciándole, susurró al oído: ¡Ya verás qué verano!

Madrid, marzo de 2016.

Introducción

Les invito a conocer un mundo aparentemente invisible del que muy poco se ha escrito y cuya existencia pocas personas conocen en profundidad: la prostitución masculina. Es habitual el tratamiento de la prostitución desde un enfoque exclusivamente femenino, relegando la figura masculina al demandante de los servicios sexuales. En este libro toman la palabra los hombres que ejercen la prostitución y que ofertan sus servicios a hombres o mujeres. Es necesario abordar el trabajo sexual, entendido como el ejercicio de la prostitución voluntaria y libre, sin coacciones, desde una perspectiva holística y poliédrica, prestando atención a todas sus posibles manifestaciones.

Esta obra parte de los testimonios de los trabajadores del sexo, que se expresan en primera persona, recobrando así un espacio que algunos agentes sociales han venido usurpando, demostrando, en algunas ocasiones, el más absoluto desconocimiento sobre las experiencias, las aspiraciones y las reivindicaciones de las personas que ejercen la prostitución. El objetivo, por tanto, es claro y certero: ser un canal de expresión de los trabajadores del sexo. No estamos ante una obra técnica —ya publiqué con anterioridad diversos estudios y artículos sobre la materia—, sino ante una obra que pretende ser pragmática, sin necesidad de mayor validación que la propia experiencia vital de sus protagonistas. En este viaje hallarán diversos planteamientos que cada una de las personas que forman parte de este libro ha ido adquiriendo a lo largo de su trayectoria. Sus consejos nos serán de utilidad para comprender mejor la prostitución masculina.

 

El lector se topará con vidas silenciadas e invisibles envueltas en el estigma social. Algunos trabajadores del sexo comparten, por primera vez, sus emociones más íntimas, sus risas y sus llantos, las luces y sombras que forman parte del ser humano.

Mi labor en este trabajo ha sido la de humilde transmisor de la información, ofreciendo la infraestructura y la metodología necesarias para aproximar a los lectores al mundo de la prostitución y que puedan formarse una opinión más certera, menos oscura e invisible. Este libro ha sido elaborado con el máximo respeto y cariño hacia los hombres que ejercen la prostitución.

Llevo desarrollando mi labor como trabajador social en el ámbito de la prostitución masculina desde 2004. Dirijo un programa de atención sociosanitaria específica a los Trabajadores Masculinos del Sexo (TMS) en Madrid. Esto me ha permitido mantener un contacto directo a través de la intervención de una unidad móvil en los espacios de ejercicio de la prostitución masculina: en la calle (viví los últimos años de actividad en la histórica calle Almirante y el languidecer de la Puerta del Sol), en los locales de ocio nocturno (bares míticos que sobreviven a duras penas en medio de la crisis económica que atravesamos desde 2008), en las saunas y en los pisos gestionados por terceros, algunos desmantelados por la crisis y otros, por la justa persecución de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual.

En estos últimos años, he visto una transformación vertiginosa de la prostitución en general, especialmente la masculina, debido, en gran parte, a la presión pública para disuadir a los clientes, lo que ha tenido como consecuencia no el abandono del ejercicio de la prostitución, sino su mayor inaccesibilidad, es decir, el aumento de la vulnerabilidad de las personas que se prostituyen. Pero también por la incursión de las nuevas tecnologías y una apertura ligada a un incremento de la visibilidad del colectivo LGTB en la sociedad española, en concreto, de los hombres homo/bisexuales y de las mujeres transexuales.

En mis inicios, la diversidad cultural dentro del colectivo de trabajadores sexuales era amplia. Un gran porcentaje de hombres era extranjero, especialmente de Latinoamérica (en su mayoría de Brasil), países musulmanes (Marruecos y Argelia) y Europa del Este (Bulgaria y Rumanía). Muchos de ellos estaban en situación administrativa irregular, lo que siempre ha supuesto una mayor exclusión social, agudizada por la crisis. En la actualidad, la prostitución masculina ejercida por hombres de origen español se ha triplicado, y cada vez son más visibles en todos los espacios de ejercicio. Es probable que este hecho haya favorecido su profesionalización, tomando el trabajo sexual no como una actividad puntual, sino como una vía para obtener recursos económicos de forma prolongada en el tiempo.

Por otra parte, debido a la retirada de la sección de contactos en algunos periódicos de tirada nacional, los trabajadores sexuales han encontrado en Internet su principal medio de publicidad y negociación. A través de diferentes portales especializados, o bien mediante sus propias páginas, difunden y publicitan sus servicios con vídeos y fotografías. Incluso, en algunos casos, se hace uso de portales internacionales, lo que favorece la movilidad del colectivo a escala europea.

Asimismo, las nuevas tecnologías han estrechado la relación entre diferentes esferas dentro de la industria del sexo como la prostitución masculina y la pornografía. Algunas de las más reconocidas estrellas del porno gay han sido o son trabajadores del sexo, realizando una importante labor de visibilización. No son los únicos. Muchos otros compañeros han querido aportar su grano de arena frente a un mal común sufrido por todos: el estigma social. Recuerdo el cariño y la dedicación con la que elaboramos el primer calendario solidario para luchar contra la discriminación de los trabajadores del sexo en 2010. Contamos con importantes colaboradores, como el fotógrafo internacional Joan Crisol y la productora pornográfica de temática gay JalifStudio, quienes inmortalizaron a diversos trabajadores del sexo lejos de la sordidez y la oscuridad a las que se les asocia culturalmente. Demostraron una gran valentía y solidaridad, al igual que los protagonistas de este libro.

Mi labor y compromiso con ellos ha sido siempre potenciar sus habilidades en el cuidado de sí mismos, el establecimiento de límites y el contacto con sus emociones. Siempre he intentado que encontraran en mí a un confidente, un colaborador para activar los resortes que les permitan recorrer el camino hacia sus metas.

Tengo muy presentes a aquellos trabajadores del sexo con VIH, quienes han compartido conmigo su experiencia y junto a los cuales he recorrido, en algún momento, el proceso de la infección, las primeras analíticas, sus dudas y temores. He intentado en todo momento facilitar herramientas y trucos que lograran una mayor adherencia al tratamiento o tan sólo hablar con ellos sobre aquello que les preocupa. Ellos han aprendido a vivir con una infección crónica, han visto que nada les puede limitar y me han regalado su confianza. Con ellos he aprendido que, en muchas ocasiones, somos excesivamente duros e injustos con nosotros mismos, y que es en la adversidad cuando nos hacemos grandes, y que nunca hay que dejar de confiar en uno mismo.

Recuerdo algún caso en particular de gran éxito personal entre mis usuarios, como el de aquel trabajador del sexo que conocí hace años en la calle. Tardé meses en ganarme la confianza necesaria para que me dijera que estaba ejerciendo la prostitución, algo de lo que estaba tremendamente avergonzado. Era heterosexual, de procedencia latinoamericana y no concebía mayor tabú posible. Con el paso del tiempo, compartió conmigo su pasado. Provenía de una familia económicamente bien posicionada, estaba casado y era padre de varios niños. Había tenido un negocio próspero en España que comenzó a ir mal y, agobiado por una mala racha, comenzó a beber, esto le llevó al juego, lo que derivó en conflictos familiares y llevó al cierre del negocio y, como desenlace, a vivir en la calle. Tras muchos meses de intervención, consiguió recuperar la comunicación con su familia: su madre, mujer e hijos. Fue la primera mediación familiar que realicé en mi carrera. Él mismo se concedió una segunda oportunidad, encontrando en su familia un entorno seguro para iniciar el tratamiento de desintoxicación, abandonar la prostitución, algo que detestaba, y comenzar a trabajar aceptando que administraran sus ingresos hasta su total rehabilitación. Sólo puedo estar agradecido por haber podido compartir su experiencia y subrayar lo importantes que son las segundas oportunidades, sin rencor, con una mirada de apoyo incondicional.

También recuerdo a aquella pareja de trabajadores del sexo cuya casera los echó a la calle en plena nevada cuando descubrió que recibían a clientes en el estudio cuyo alquiler pagaban religiosamente y sin contrato. Ante esta crítica situación, intentamos buscar una solución para paliar la emergencia. Pasadas las noches gélidas, huyeron de Madrid hacia un futuro mejor. Al cabo de los años recibí un e-mail en el que me contaban lo bien que se encontraban en la actualidad. No me avergüenza decir que ese día me emocioné. Al igual que los días en que alguno de los trabajadores del sexo ha traído flores a mi despacho, sin haber mencionado nunca lo mucho que me gustan.

He de citar a los trabajadores del sexo que han colaborado conmigo dentro de los programas de atención sociosanitaria como voluntarios para prestar ayuda a sus iguales. Durante estos años he comprobado que no sólo se han liberado del estigma que pesa sobre ellos, sino que además se preocupan por fomentar el bienestar de sus compañeros de profesión. Ellos me han enseñado lo que es el compañerismo y la solidaridad.

Quiero dedicar unas palabras a aquellos usuarios que se fueron antes de tiempo. Nadie debería morir tan joven. Me gustaría mencionar a Diogo, un chico divertido, jovial y hablador. Nació el mismo día que yo, pero en diferentes puntos del globo, y el destino quiso que nos conociéramos en Madrid. Falleció en 2010 cuando ambos íbamos a cumplir treinta años. Al igual que él, compañeros como Jorge, Robison o Caio perdieron la vida, dejándome sin aliento. A todos ellos les rindo homenaje en este libro.

Los clientes también me han enseñado mucho, especialmente los que cada tarde se reúnen en la Puerta del Sol. Ellos me conectaron con la memoria histórica relatándome como en los años más fieros del azote franquista eran detenidos y maltratados por la policía por ser homosexuales. Señalan siempre la actual sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid y me dicen: «Ahí, ahí nos metían a pasar la noche mientras nos molían a palos». Se emocionaron el día de mi boda: soy el primer hombre casado con otro hombre que conocen.

Tras diez años de experiencia profesional, hago balance de todo cuanto he aprendido con los trabajadores del sexo. Me han demostrado que, por mucho que la sociedad te discrimine, siempre tienes la libertad de elegir en qué grado esto te afecta. Tienes el poder para decidir, vivir siendo fiel a ti mismo, sin necesidad de aprobaciones o palmaditas en la espalda, o ser fiel a los demás, renunciando a ser quien eres realmente. También me han motivado cada día para construir una sociedad más justa donde todos tengamos las mismas oportunidades y seamos reconocidos en nuestra dignidad.

A todos ellos mi gratitud y afecto. Me siento afortunado.

Para terminar, señalar que en cada capítulo nos centraremos en cada uno de los espacios donde se suele desarrollar la prostitución masculina, desde los locales de ocio nocturno a las saunas de clientela exclusivamente masculina; de los pisos de ejercicio gestionados por terceras personas a la prostitución callejera, con su violenta crudeza; de la prostitución a través de las nuevas tecnologías e Internet a la industria del sexo y el mundo del porno. También hablaremos con trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales, como el sadomasoquismo y el travestismo, descubriendo las características de cada uno de estos escenarios y de sus códigos y reglas del juego.

Finalmente, ¿hay vida más allá de la prostitución? A modo de respuesta, podrán conocer a tres hombres que decidieron abandonar el trabajo sexual. Descubrirán sus dificultades para salir de la prostitución y las secuelas que esta ha dejado en sus vidas.

Iván Zaro