La importancia de los detalles

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La importancia de los detalles
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Letrame Editorial.

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© Ismael Ponce

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

Revisión de texto y estilo: Celia Arias Fernández

ISBN: 978-84-1386-616-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

PRÓLOGO

Los detalles, como bien señala el autor, importan. De hecho, mucho. Y así lo podemos comprobar en la lectura. Esta está llena de ellos, no solo en su desarrollo, sino en la concepción misma de la novela: los detalles de la vida, los detalles de la investigación, los detalles de los asesinatos, los detalles de los personajes. Todo, por pequeño que sea, tiene un valor.

Ismael Ponce nos presenta un thriller que desde el primer capítulo, con ese suceso que marcará toda la trama, engancha. Os lo aseguro. Ese suceso que se convertirá en un interrogante vital se conectará con otros muchos que harán que el lector quiera saber qué ocurre, dónde está Sarah y, lo más importante, el porqué de su desaparición. Con alusiones a autores como Dicker, se aprecia el bagaje y las referencias del autor.

Nos encontramos ante una novela rápida, no pesada. Con un lenguaje limpio, claro, no enrevesado. Dirigido a todo tipo de público. Con capítulos cortos que el lector agradecerá ya que pasará de uno a otro sin ser consciente. Además, con esa cuenta atrás característica de este tipo de novelas que despertará ese desaliento tan necesario. Desde mi punto de vista, muy acertado por parte del autor. Se emplea una sintaxis bien construida, sencilla, que desenreda perfectamente los acontecimientos y entresijos.

Así, con La importancia de los detalles nos encontramos ante una lectura fresca, que te hará evadirte de todo y lo único que existirá será el interrogante eje: ¿Dónde está Sarah?

La tensión, la incertidumbre, el nerviosismo, la angustia, el desasosiego son sentimientos muy difíciles de provocar en una lectura. El autor debe saber muy bien cómo hacerlo y en qué momento hacerlo. Ismael lo consigue. Espero que esta obra no sea la última del autor. Promete y mucho.

Me gustaría cerrar este prólogo con una frase de la novela que, creo, engloba su esencia y también la de la vida misma: «Y que nunca nos olvidemos de la importancia de los detalles, que son los que realmente nos hacen felices».

Por esos detalles y por disfrutar de ellos tanto en La importancia de los detalles como en nuestro día a día.

Ana Castañeda González

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A Lucía, que hace que todo sea un sueño del que no quiera

despertar.

Para Martín y Lucas, que llegaron para cambiar la importancia de los detalles en nuestras vidas.

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«Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas».

Mario Benedetti

Capítulo 1

Domingo, 15 de abril de 2018

La intensidad del sol que entraba por la cristalera se le reflejaba en la cara. Christian murmuró algo ininteligible hasta que se despertó. La sensación de cansancio lo aturdía como si hubiera estado toda la noche bebiendo alcohol. Estiró un brazo y notó la cama vacía; dedujo que su mujer había madrugado. Permanecía bocabajo, con la cabeza torcida hacia la derecha, posado sobre el brazo izquierdo; apenas podía moverse por la falta de circulación sanguínea.

Se frotó los ojos con insistencia. Le costaba abrirlos, tenía mal cuerpo y le dolía la espalda. Lo abordó un fuerte dolor de cabeza y le dio frío al destaparse. Abrió los ojos. Estaba en la habitación del hotel Luxury, en Los Ángeles. Un imponente edificio de cincuenta plantas, donde destacaban las grandes cristaleras en las que se reflejaban los jardines del complejo.

Estaba confuso. La noche anterior solo tomaron dos copas de vino y se marcharon pronto para la habitación.

Se incorporó, apagó el aire acondicionado y llamó a su mujer mientras se dirigía hacia el baño.

—¡Sarah! ¡Sarah!

Nadie contestó. Dedujo que Sarah había salido a correr.

Se lavó la cara, levantó la vista y se vio reflejado en el espejo. Tenía ojeras y mala cara. Se quedó desconcertado; tenía manchas de sangre por la camiseta.

—Pero ¿qué pasó anoche? —Se quitó la prenda lo más rápido que pudo y la lanzó a la papelera. No entendía nada.

Había cierto desorden en la repisa ocupada con cremas, maquillaje y esmalte de uñas. Quizás se debía a las prisas de Sarah para maquillarse la noche anterior y llegar a tiempo a la reserva del restaurante.

Empezó a impacientarse. Media hora después, su mujer aún no había vuelto.

Miró en profundidad por los armarios y todo estaba como lo dejaron la noche anterior. La ropa se encontraba doblada en la estantería, con el riguroso orden que lo caracterizaba: las camisas en un estante, los pantalones colgados en las perchas y, en la última balda, los zapatos. Abrió otra puerta del armario. La ropa de su mujer estaba planchada y doblada, lista para utilizarse; y en la percha seguía colgado el vestido rojo que tanto le gustaba a Sarah.

Se fijó en el bolso de su mujer. Le dio la vuelta y dejó caer el contenido sobre la mesa: un monedero, un paquete de pañuelos, un lápiz y una pequeña libreta, pero no encontró el móvil.

Christian se angustió. No recordaba lo que ocurrió la noche anterior y eso lo agobiaba. Pensó en las manchas de sangre de la camiseta. No sabía si había hecho algo horrible. Tenía las pulsaciones por las nubes, necesitaba respuestas y las necesitaba ya.

Miró el reloj de pulsera; las agujas señalaban las dos y veinte, y el cristal estaba resquebrajado. El segundero no se movía del número tres. Debió de golpearlo en algún momento, aunque no lo recordaba.

En el reloj de pared que se encontraba encima de la televisión eran las ocho y veintiséis de la mañana.

Cogió el móvil y, mientras caminaba por la habitación, marcó el teléfono de su mujer. Tras varios tonos, recibió una respuesta:

—Hola, soy Sarah, en este momento no puedo atenderte. Puedes dejar tu mensaje después de la señal.

Volvió a marcar el número. Escuchó la vibración de un móvil por algún lugar de la habitación. Rastreó el ruido hasta que, al pasar junto a la mesita de noche, lo descubrió en uno de los cajones. Descolgó el teléfono de la habitación:

—Buenos días, habla usted con la recepción del hotel Luxury, le atiende Celia, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó con acento mexicano la recepcionista.

—Llamo de la habitación ciento catorce. ¿Me podría confirmar si mi mujer ha salido del hotel? —Para entrar y salir era necesario que cada cliente utilizara la tarjeta.

—Señor Miller, debido a la política de privacidad, solo podemos proporcionarle esa información al titular de la reserva. ¿Es usted?

—Sí, yo mismo hice la reserva. ¿Podría ser más rápida? Estoy preocupado por mi mujer.

—Disculpe la espera. Según nuestro sistema informático, la tarjeta de su mujer no ha sido utilizada desde ayer a las ocho menos cinco de la noche, cuando entró en el hotel. ¿Necesita algo más?

—Nada más, perdone las molestias. —Christian recordó que, a la vuelta del restaurante, él usó la tarjeta.

—Cualquier otra cosa que necesite, no dude en ponerse en contacto con nosotros.

Nada más colgar el teléfono, se maldijo por no ser capaz de conseguir una respuesta clara sobre el paradero de su mujer. Solo de pensar que le había ocurrido algo a Sarah se le ponía un nudo en la garganta que no lo dejaba respirar.

Gritó con fuerza. Estaba seguro de que le había pasado algo, llevaba mucho tiempo esperándola.

Apoyó la espalda sobre la cristalera y se dejó caer lentamente hacia el suelo. Colocó las manos sobre la cara y exclamó desesperado:

—¡¿Dónde estás, Sarah?!

Capítulo 2

Christian abandonó la habitación decidido a encontrar a Sarah o una pista que lo llevara hasta su mujer, aunque en el hotel no había rastro de ella. Salió del complejo hotelero y se desplazó hasta el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, donde su mujer organizaba una exposición durante los próximos días. Habló con los chicos de recepción y les preguntó si habían visto a Sarah allí; la respuesta fue negativa. Christian les preguntó si podría hablar con la directora para ver si había contactado con su mujer en las últimas horas. En ese momento sonó el móvil de Christian. Lo cogió lo más rápido que pudo.

 

—¿Sí?

—Soy Emma. He estado llamando a Sarah, pero no me ha respondido. ¿Le podrías decir que me llame cuanto antes? —dijo preocupada por los preparativos de la exposición.

—Verás, Emma, no sé por dónde empezar. Esta mañana me he despertado y Sarah no estaba en la habitación. Llevo horas buscándola y no la encuentro por ningún lado.

—¿Te dijo si tenía que ir a algún sitio? ¿Si iba a preparar la presentación de la tarde?

—No. Todo es muy extraño. Ella no saldría de la habitación sin avisarme.

—Bueno, no te preocupes, de momento yo me haré cargo de todo lo relacionado con la exposición. Ya estoy en Los Ángeles, iré directa al MOCA. Te llamo en un rato a ver si sabemos dónde se ha metido esta chica. Seguro que pronto tenemos noticias de ella.

Christian había alquilado un antiguo Ford Mustang para recorrer los lugares en los que estuvieron el día anterior. Aun así, no le cuadraba que Sarah se hubiera ido sin decir nada. Recorrió cada una de las calles turísticas, preguntó a personas con las que se iba cruzando, para lo que no dudaba en enseñar una de las fotos que se hicieron durante la visita a los lugares más turísticos de la ciudad, pero nadie la había visto ni había nada que se relacionara con su desaparición. Sin descanso y mientras se comía un sándwich vegetal, entró en las tiendas que visitaron el día anterior. Algunos de los dependientes reconocían a Sarah, pero ninguno la había visto más.

De camino para el hotel, se pasó por el Rent a car, donde devolvió el coche. Desistió de la posibilidad de encontrar a Sarah por las zonas turísticas de Los Ángeles. Decidió caminar hasta que vio un cartel destartalado, donde se leía «West Bar». Christian buscaba un lugar en el que reflexionar sobre lo que le estaba ocurriendo y dudó si el alcohol, que tantos problemas le causó en el pasado, podría ayudarlo en ese momento. Necesitaba tiempo para recordar lo que pasó la noche anterior.

Era un bar oscuro, con un par de mesas de billar al fondo y una barra de madera. Se sentó en uno de los taburetes negros.

—Ponme un whisky doble con dos hielos —exigió al camarero, impaciente.

—¿Alguno en especial?

—Tomaré un Jim Beam.

Apoyó los codos sobre la barra, colocó las manos sobre la frente, cerró los ojos y empezó a repasar cada paso que dieron desde que se marcharon del restaurante hasta que se fueron a dormir; sintió un fuerte pinchazo en la cabeza. Tenía claro que en algún momento se había golpeado y no lo recordaba.

—Camarero, ¡otra copa! —Movió efusivamente los brazos para llamar la atención del hombre.

—Amigo, ¿se encuentra bien? Tiene mala cara.

—Estoy bien —contestó mientras agarraba el vaso con las manos, sin levantar la cabeza y con la mirada perdida.

En ese momento recordó algo de la noche anterior. Estaba en la habitación, cogió el pijama y fue al baño a lavarse los dientes. Sarah estaba sentada en la cama. Le explicaba cómo iba a ser la presentación de la exposición. Estaba preocupada porque quería que todo fuera perfecto y decía que releería el discurso de inauguración. También recordaba que la televisión estaba encendida. En la cadena NBC, echaban la reposición del programa Saturday night live y se escuchaba a Jimmy Fallon entrevistando al cantante Jack White. Se acabaron los recuerdos. Se sentía frustrado. Su amnesia era otro obstáculo para encontrar a su mujer.

Le dio dos tragos seguidos a la copa hasta que la apuró, dejó sobre la barra un billete de veinte dólares y, sin esperar el cambio, salió fuera para fumarse un cigarrillo. Decidió volver al hotel. Caminó a paso ligero hasta que llegó a la recepción.

—Quiero ampliar mi estancia una noche más. Estoy alojado en la habitación ciento cuarenta y cuatro.

—Señor Miller, se lo cargaremos en su cuenta junto al resto de días que tenía usted reservados —respondió el chico después de introducir el número de la habitación en el ordenador.

Vocalizando lo mejor que podía, Christian le dio las gracias al joven recepcionista y subió a la habitación. Colocó el cartel de no molestar en la puerta. Quería recordarlo todo y caminaba de un lado para otro de la habitación, aunque estaba mareado y nervioso.

Llamó a su amigo y socio en el bufete de abogados Miller & Brown, en el que trabajan juntos en Boston.

—Christian, ¿cómo va todo por Los Ángeles?

—John, tengo un problema y necesito tu ayuda.

—¿Estás bien? Te noto raro. ¿Qué ha pasado?

Christian le contó lo que había sucedido con Sarah y que la había buscado sin éxito.

—¿Qué dices? ¿No hay posibilidad de que haya ido a algún lugar y no te avisara?

—No, John, ha desaparecido. Parece que se la ha tragado la tierra. —Un escalofrío le recorrió el cuerpo—. No sé exactamente qué ocurrió anoche, solo sé que Sarah no está.

—Debes avisar a la policía. Las primeras horas son claves para encontrar pistas. Lo de esperar veinticuatro horas, como ya sabes, es un bulo, cosas de las películas. Si no avisas, los investigadores perderían un tiempo muy valioso —explicó—. Aunque estemos lejos, mantenme informado sobre cualquier novedad y avísame si necesitas algo.

—Gracias, John, un abrazo.

Christian leyó el mensaje que le acababa de enviar Emma: «Sarah no ha aparecido, pero no te preocupes, me encargo de la presentación en el museo, como tenía pensado hacer ella». En ese momento recordó que la presentación de la exposición era a las siete y media de la tarde.

De un lado para otro de la habitación, pensaba en lo que le había dicho John. De repente, escuchó tres fuertes golpes.

—¡Policía federal! ¡Abra la puerta!

Christian se sobresaltó; no esperaba que la policía acudiera a su habitación antes de llamarlos.

—Buenas tardes, nos han avisado de la recepción del hotel. Según nos informaban, lo habían visto nervioso y oliendo a alcohol. Realizó una llamada extraña esta mañana, en la que preguntaba por su mujer. ¿Va todo bien? —dijo uno de los policías con gesto serio.

—No sé dónde está mi mujer. Nosotros somos de Boston y solo vamos a estar aquí unos días, es todo muy raro. —Christian se hallaba sentado en la silla del escritorio, movía la pierna sin cesar y vocalizaba mal; el alcohol había hecho efecto.

—Tranquilícese y explíqueme por qué cree que ha desaparecido su mujer.

Christian le dio minuciosamente cada uno de los detalles que podía recordar.

Uno de los policías lo escuchaba atento mientras el otro revisaba la habitación. No vio nada extraño hasta que, desde el baño, llamó a su compañero para que se acercara con Christian. Se colocó los guantes y extrajo una camiseta de la papelera. Al extenderla, dejó ver varias manchas de sangre. Sorprendido, el policía miró a los ojos a Christian.

—¿Puede explicarnos qué es esto?

Capítulo 3

Después de debatir por teléfono sobre las competencias de cada cuerpo, decidieron que el departamento de la policía de Los Ángeles se haría cargo de la investigación. Dos federales acompañaron a Christian hasta el coche de la policía de Los Ángeles, situado justo en la entrada del hotel Luxury. Caminaba cabizbajo, con la mirada perdida, el rostro serio y las manos esposadas a la espalda. No comprendía por qué la policía lo culpaba de la desaparición de su mujer cuando él la había buscado sin descanso.

—Policía de Los Ángeles. ¿Es este el sospechoso? —preguntó un agente mostrando su placa.

—Es este, sí. Está aturdido y arrastra las palabras, parece que ha bebido alcohol. Lo más llamativo es que hemos encontrado una camiseta con sangre que nos ocultó.

—No se preocupe, nuestro equipo forense viene de camino y analizarán cada milímetro de la habitación.

Al escuchar estas palabras, Christian se derrumbó y no pudo evitar que le cayera alguna lágrima. Estaban deteniendo a la persona equivocada.

Durante el recorrido hasta la comisaría no hacía más que darle vueltas a lo ocurrido esos dos días para encontrar el punto en el que todo se había torcido.

Una vez en la comisaría, lo recibieron dos policías vestidos de paisano. Primero se presentó el capitán del departamento de homicidios, William, un hombre de unos sesenta años, con un metro setenta y cinco de altura, barriga y poco pelo. Estaba de pie, con los brazos cruzados, cara de enfadado y los ojos enrojecidos. La policía que se encontraba a su lado era la teniente García. Mostraba un semblante más amable, una figura atlética y un aspecto juvenil, aunque tenía unos cuarenta años. García era la encargada de la parte psicológica durante las declaraciones.

Acompañaron a Christian hasta la silla de metal que había junto a una mesa de madera, en la sala de interrogatorios. Al sentarse, la notó fría, casi tanto como la luz blanca que inundaba aquella pequeña habitación; el ambiente era hostil. Era un lugar en el que nadie desearía estar como acusado.

García le quitó las esposas y le explicó que, una vez llamara a la persona designada, tendría que comunicar quién lo defendería.

—No necesito que nadie me defienda porque no he hecho nada. Además, soy abogado y puedo defenderme solito —dijo Christian con un tono de vehemencia que no gustó a la teniente.

—Como quiera.

Christian se lo pensó durante unos segundos y pidió a la policía hacer una llamada para poner al corriente a su amigo.

—John, te llamo desde la comisaría de la policía local de Los Ángeles. Me han detenido como sospechoso de la desaparición de Sarah. —Hizo una pequeña parada para tomar aire y continuó—. Esta situación me está superando.

—Pero ¡¿cómo te detienen a ti?! No tiene sentido. No te preocupes, cogeré un vuelo para defenderte. ¡No digas nada hasta que llegue yo!

—Espera. Necesito que llames a los padres de Sarah y los informes de lo que está pasando. Su padre, James, fue policía y quizás pueda ayudarnos. Muchas gracias por todo, John, te debo una. ¡Tenemos que encontrar a Sarah!

—Tranquilízate. No tienes nada que ocultar, así que en unas horas estarás libre. Y a Sarah la vamos a encontrar. ¡Te veo mañana, un abrazo!

Los dos policías permanecían frente a Christian, escuchándolo todo. Cuando colgó, García se dirigió a él.

—¿Ha designado ya al abogado?

—Sí, será John Brown, un buen amigo.

La policía le dio la documentación a firmar, las diligencias que habían realizado hasta el momento y los derechos del detenido, que firmó sin leer. Para Christian todo era familiar, pero desde el punto de vista de la defensa. Nunca pensó que podría verse en una sala de interrogatorios como acusado y mucho menos por un tema relacionado con Sarah.

Frente a él, la policía empezó el interrogatorio:

—Desde que ha llegado, no ha parado de repetir que su mujer desapareció de la habitación del hotel. Mientras tanto, ¿dónde estaba usted?

—Ayer, después de cenar nos fuimos a la habitación del hotel. Cuando me he despertado hoy, mi mujer no estaba —contestó tranquilo.

—¿Esa es su coartada? —García intentaba poner en apuros a Christian.

—Esa es mi verdad. No sé si alguien la ha secuestrado. Le aseguro que no hay nadie que desee más que yo que mi mujer aparezca cuanto antes.

William, que continuaba paseando por la sala sin interrumpir a su compañera, se giró para dar un golpe en la mesa.

—¡Se terminaron las concesiones! Ha aparecido una camiseta llena de sangre y la ha reconocido como suya. En estos momentos la están analizando para comprobar si la sangre es de su mujer. O nos explica qué hizo en el momento en que la llevaba o quedará detenido.

El tono del interrogatorio había cambiado. Christian no tenía forma de demostrar que no había hecho nada. Reconocía que la camiseta era un golpe bajo porque él tampoco sabía lo que pasó.

—Le puedo asegurar que nunca le haría daño a mi mujer. Eso es todo lo que le puedo contar y no diré nada más hasta que no llegue mi abogado. —Christian tenía los ojos húmedos por la sensación de impotencia que le generaba que alguien a quien quería tanto pudiera estar en peligro—. Solicito que me hagan un análisis de sangre y orina que determine si emplearon alguna sustancia para dormirme. Creo que utilizaron algún tipo de somnífero.

—Lo que pienso es que hoy debería dormir en una celda, a ver si así se despeja un poco y consigue recordar algo. De momento, nos lo está poniendo muy fácil. No encontramos a su mujer, usted es el principal sospechoso y no tiene coartada. Mañana volveremos a hablar.

 

Christian continuaba triste, decepcionado por el devenir de la investigación. Cada minuto que pasaba era más consciente de que no recordaría nada de lo que ocurrió en la habitación ciento cuarenta y cuatro.

—¡García! Pide una analítica completa del sospechoso. Quiero comprobar que no tiene restos de ningún narcótico.

—Cubro la documentación y en unos minutos avisamos al médico para que le haga los análisis pertinentes —dijo García al tiempo que mecanografiaba las solicitudes que necesitaban para la investigación.

Christian miraba con estupor mientras le ponían de nuevo las esposas.

Capítulo 4

Lunes, 16 de abril de 2018

El capitán William había descansado lo necesario, consciente del trabajo que le quedaba por delante. Hablaría con los trabajadores que se hallaban esa noche en el hotel Luxury.

William estaba intranquilo, había cabos sueltos en la investigación y no habían empezado con buen pie. Solo esperaba salir de dudas en unos días, con los resultados de las pruebas forenses.

Aún estaban cotejando la sangre de la camiseta. Necesitaban saber si existía coincidencia entre el ADN de ella con el de los pelos de Sarah que había en la habitación.

Le daba vueltas a la cabeza, no podía descartar ninguna hipótesis. Pero estaba seguro de que el marido tenía alguna responsabilidad en su desaparición. Podría tratarse de un secuestro, de un asesinato o de una marcha voluntaria, por eso el departamento de la policía de Los Ángeles intentaba localizar a Sarah de todas las formas posibles, hasta el momento, sin éxito. Habían enviado un cartel con una foto suya a todas las comisarías del estado de California y en unas horas lo extenderían al resto del país. Incluso preparaban una rueda de prensa para que cualquiera que tuviera una pista colaborara.

El capitán pensaba que Christian no contaba todo lo que sabía. No estaba satisfecho con el interrogatorio, no le había sacado nada al marido y eso lo irritaba. A pesar de todo, no tenían nada contra él, solo unas manchas de sangre que no sabían a quién pertenecían. Entonces, ¿por qué lo ocultó? ¿Y si montó todo este circo para deshacerse de su esposa?

William y García habían hablado con los clientes del hotel Luxury que había a los lados y frente a la habitación ciento cuarenta y cuatro, pero ninguno escuchó ni vio nada. Solo uno dijo haber coincidido con la pareja la noche del sábado, no vio nada extraño en ellos y parecían felices.

Con los huéspedes del hotel solo charlaron porque no tenían nada contra ellos. Todos utilizaron la tarjeta tanto para acceder como para salir de la planta. Sin embargo, los trabajadores podían saltarse algunos de los registros informáticos y tenían acceso a zonas a las que los clientes no.

Los presuntos responsables podrían ser, junto con el marido, cualquiera de los cuatro trabajadores que estuvieron esa noche en la primera planta del hotel Luxury.

En la sala de interrogatorios, William saludó al primero de los sospechosos, uno de los técnicos de mantenimiento, que llegó con su abogado.

—A partir de ahora, vamos a grabar todo lo que se hable en esta habitación, tanto lo que diga mi compañera, yo o cualquiera que esté aquí, así que espero que declare la verdad. —William lo miró fijamente a los ojos.

El abogado habló con el sospechoso y dio el OK para que comenzara el interrogatorio.

—¿Estuvo usted la madrugada del domingo en la primera planta del hotel? —preguntó García.

—Sí, cambié uno de los focos del pasillo.

—¿Alguien puede corroborarlo?

—Sí, claro, mi compañero Jackson. —El chico de mantenimiento hablaba con tranquilidad.

—¿Y no vieron nada raro en esa planta? —preguntó William.

—La verdad es que no —contestó Owen manteniendo la mirada al policía.

—¿Y después qué estuvo haciendo? —preguntó García para asegurarse de que el compañero les daría la misma versión.

—Estuvimos casi toda la noche con una avería del techo en la recepción del hotel. Teníamos mogollón de curro. Se rompió una tubería, ¿sabes?, y tuvimos que cambiar la unión con la otra.

—De acuerdo, estaremos en contacto —dijo William, recordándole que era uno de los sospechosos.

—OK, colegas —dijo el joven antes de irse.

García y William se miraron e hicieron el mismo gesto de negación con la cabeza al escuchar el lenguaje que había utilizado el trabajador.

Pasados unos minutos, llegó el siguiente sospechoso, Jackson, algo más mayor que el anterior y más serio. Estaba nervioso y no hacía más que caminar de un lado para otro del pasillo. Se presentó sin abogado.

—Sabe que tiene derecho a que esté su abogado presente, ¿verdad? —explicó William antes de pasar a la sala de interrogatorios.

—Algo me habían dicho, pero da igual, yo no he hecho nada —dijo Jackson, tartamudeando.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó el capitán William ante el nerviosismo que denotaba.

—Nunca había estado en una comisaría.

—¿Qué hizo durante la noche del sábado a la madrugada del domingo? —García quería contrastar la información que le dio Owen.

—Estuvimos liados con la tubería de recepción casi toda la noche.

—Entonces ¿no fueron en ningún momento a la primera planta? —puntualizó William.

—Sí, ya se me olvidaba. Owen estuvo cambiando un foco y yo lo ayudé a colocar el nuevo.

—Por cierto, ¿en algún momento vio a esta pareja?

García le mostró una foto en la que aparecía Christian y Sarah sonrientes, delante del hotel Luxury.

—Mmm, pues, pues…

—A ver, ¡¿sí o no?! No tenemos todo el día. —Se impacientaba William.

—Sí, los vi por la tarde en el spa, pero fue un segundo. Tampoco se crea que me acuerdo muy bien.

—Lo noto nervioso. ¿Tiene algo más que contarnos?

—No tengo nada más que decir, eso fue lo que hice desde la noche del sábado hasta la madrugada del domingo, trabajar. —Jackson hablaba más tranquilo.

—Le digo lo mismo que a su compañero: estaremos en contacto. A partir de ahora forma parte de los sospechosos —apostilló el capitán de la policía.

—Vale, pero yo no he hecho nada. ¿Me puedo ir ya?

—Sí. —William pensaba que alguien inocente no podía estar así de nervioso. Le daba mala espina.

El capitán charló con García sobre la posible implicación de los dos trabajadores y ella no se imaginaba a esos dos trazando un plan para secuestrar a alguien. Se les escapaba algo.

—Por cierto, García, tenemos que aplazar los demás interrogatorios para mañana, casi se me olvidaba. Hay que volver al hotel Luxury para continuar con la revisión de cámaras y comprobar las coartadas de estos dos. Preguntaremos a los trabajadores de recepción a ver qué nos cuentan ellos.

—No te preocupes, jefe, aviso a los que tenían que comparecer hoy. Solo nos quedan dos trabajadores del hotel.

—Pues, en marcha, que vamos contra reloj. No obstante, ¿no te parece que Jackson estaba muy nervioso para no haber hecho nada? —El capitán William quería saber qué opinión tenía como psicóloga.

—Es cierto que estaba excesivamente nervioso. Quizás esté relacionado con su timidez, pero el contexto hostil del interrogatorio tampoco ayuda. Que seas sospechoso no es tranquilizador. O, quién sabe, a lo mejor está implicado en la desaparición de Sarah.

—A saber… —concluyó William mientras miraba las fotografías que había en el móvil de Christian.

Capítulo 5

Martes, 17 de abril de 2018

William se despertó malhumorado. Recordó que había estado de vacaciones hasta que su compañera García lo llamó para que dirigiera la investigación sobre la desaparecida Sarah Miller.

Cerró los ojos mientras se tomaba el primer café de la mañana e hizo varias inspiraciones profundas, con sus respectivas espiraciones, y volvió a abrir los ojos. Recordaba sus días de pesca en el muelle de Venice; la brisa del mar lo desconectaba del trabajo, le daba tranquilidad, le ayudaba a reflexionar y le hacía descansar mejor, pero ahora tenía que volver a la realidad.