Fray Antonio Alcalde

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A mi madre, que me dio la vida y me enseño a administrarla.

A mi padre, de quien aprendí la honestidad, la bondad y el gusto por la cultura.

A mis hermanos, que con su entusiasmo y apoyo económico, me ayudaron a seguir adelante.

A mi esposa e hijos, que me otorgaron amor y solidaridad.

A mis amigos sanjuanenses, que hicieron mi estancia y vida de adolescente más alegre y positiva.

A mis amigos, que en el campo de la cultura y sentido de pertenencia, me han apoyado siempre.

A mis pacientes, que a través de sus palabras de agradecimiento reavivan mi amor a la medicina.

A mi alma mater: la Universidad de Guadalajara y el Antiguo Hospital Civil, por permitirme crecer y aprender a paliar el dolor humano, y, especialmente, por apoyar esta obra.

A mis maestros, que me orientaron en el difícil arte y ciencia de la medicina.

A mis colaboradores, a todas aquellas personas que de un modo u otro hicieron posible este trabajo; a Yoli, quien ha soportado durante tanto tiempo mis necedades e impertinencias, y a Mané, por su ayuda.

A todos: gracias.

Horacio Padilla Muñoz

Índice

Prólogo

Omar Razo Zumaya

Introducción

Contexto y metodología

Análisis de la obra

Descripción preiconográfica

Análisis iconográfico e iconológico

Dos sociedades

Sociedad de la Nueva Galicia

Sociedad yucateca

Edificaciones

Dos paisajes

anexo

Encuentro arquitectónico

José Alfonso Moreno Peñaloza

Bibliografía

Autores


Prólogo
José Omar Razo Sumaya

Sin pausa ni titubeo ante el sol de noviembre, ese que parece más lejano a la carne y más cercano al pensamiento, y con sólo una brújula de nociones y especulaciones, me dirijo hacia el encuentro de un mural, donde el vestigio de la reflexión, en manos de un artista al amparo del pensamiento de un hombre académico, dan fe de una serie de acontecimientos plasmados, para ser voz a lo que en apariencia está en silencio: la lengua del arte comunica y se vuelve dulce para todos los paladares. Arte y tiempo coexistiendo en el espacio, en las arterias de un muro silencioso.

En mi recorrido, el edificio parece una gran madre dolorida que extiende sus brazos para cargar a todos sus hijos, a los que ampara y alienta. En su pecho, el nombre de una calle y un número: Hospital 278. En sus entrañas, sobre paredes y techos, perviven varios murales. Uno de ellos es el objeto de reflexión y análisis, y está ubicado en el recinto fray Antonio Alcalde, que hoy funge como sala para recibir visitantes distinguidos o realizar eventos especiales relacionados con el ámbito de la salud.

Mural pintado por el artista jalisciense Gustavo Peralta, intitulado: “Vida y obra de fray Antonio Alcalde”, fue realizado sobre un muro (en forma de arco) de ladrillo lama, con un revoque de cemento gris, al cual se le impregnó con una base de gesso. Fue pintado en acrílico, con proporciones aproximadas de 8.50 x 3.50 metros.

El mural nos deja vestigio, en su parte inferior, de tres territorios en tiempos determinados: España, 1701, Yucatán, 1761, y Nueva Galicia 1771-1792. Es marco del inicio de un siglo. Dicho mural se nos presenta como un documento histórico. Lo anterior nos ubica en el siglo xviii, desde sus inicios y transcurso.

De cascabeleo sutil y galope lento, pero seguro, diversas voces susurran el acontecer del pasado y sobre un muro se van decantando: lo que un día fue voz pasajera con vestigio de memoria, sobre el trazo que se hizo letra, lengua y lenguaje a la vez, para desde un inicio remoto, donde el hombre es un iniciado en la comunicación, su alma siente la necesidad de resguardar, transmitir, asimilar y dar testimonio de aquello que significó y conmocionó el espíritu humano.

En este recorrido, donde se hace latente la necesidad de preservar experiencias y transmitirlas de generación en generación, donde las apologías vienen a ser un devenir de trazos coloridos, que con el paso de tiempo se convierte en palabras, pensamiento y reflexiones, la espiral abierta representa la cúspide y hegemonía de una ideología.

Sitúa la escena en un tiempo, en lugares determinados, expresión de una serie de acontecimientos precisos, ofreciendo una versión histórica de primera mano. El pintor se convierte en testigo visual, cronista y portavoz de un suceso característico de la sociedad yucateca y de la Nueva Galicia de mediados del siglo xviii, donde la razón iluminaba a la humanidad. El documento pictórico es historia viva de una realidad palpitante en la que fray Antonio Alcalde es protagonista autorizado, por sus actos y obras.

Este libro nos da testimonio de la vida de un hombre visionario, de un hombre emprendedor, que promovió diversas obras en Yucatán y Guadalajara. Un hombre de un itinerario infatigable, donde las fuentes de referencia son vestigio de una mente audaz y de unas manos elaboradoras de proyectos, que trajeron bienestar a la población menesterosa y desamparada. Así como la difusión del conocimiento a través de las universidades, apelando por la salud, la espiritualidad, el conocimiento y el amor al prójimo.

Un mural que lo dice todo, entre miradas despistadas que permanecen de puntillas en un escenario permanente, testigo de una realidad en la cual se legitima como existente, porque su voz artística, en formas determinadas, nacidas desde el trazo, pueden darnos fe y razón de múltiples interpretaciones.

En este caso y en las siguientes páginas, columnas de análisis histórico-artístico, que hacen de este libro una huella donde espacio, tiempo y técnica coexisten, para que la obra sea una síntesis semiótica que comunica y llama; signos que llegan a ser símbolos, que llevaron a un estudio profundo de los mismos, un mural presentado como un documento histórico con arco fuerte de línea fragmentada, que podría llevarnos a una narrativa continua, donde la combinación de personajes del siglo xviii con personajes del siglo xx dan fe de su flexibilidad en un lenguaje pictórico que se fundamenta en la percepción teórica del doctor Horacio Padilla y la sensibilidad de Gustavo Peralta.

El método iconológico e iconográfico se convierte en columna vertebral de un discurso esclarecedor, sutil, donde se parte de un bosquejo de colores sobre un muro segmentado por el ojo astuto. La simulación de un medio reloj se decanta en partes, de izquierda a derecha; quince grados en un primer momento, trece grados en un segundo momento, un grado de nivelación, al cual le siguen dieciocho grados en un tercer momento y otros dieciocho grados para establecer una disposición de los elementos en el mural, seguido de un grado en el centro, logrando un diagrama visual de la primera mitad de la pintura. Con lo anterior, se establece la primera segmentación, teniendo como resultado un desgaje de obra de manera sistemática, que sirve para asentar atributos o investiduras que permiten develar personajes, temáticas, fechas, territorios.

La segunda segmentación tiene veintiséis grados, seguida de quince, diecinueve, veintiuno y trece grados, llegando al “uno” de nivelación, para cerrar veinticinco grados y uno, con lo cual se logra la diversidad de planos pictóricos. Simplemente un acto de revelación ante lo bidimensional y tridimensional de la obra, donde el “uno” es elemento de equilibrio, para permitir a veintiún elementos ser establecidos en orden desde el centro hacia la derecha, para después tomar veinte elementos hacia la izquierda, quedando quince elementos que le siguen, hasta llegar a los últimos dieciocho elementos. En esta obra reconoceremos un ejercicio pleno de la matemática, la historia, y el arte.

Un acto consciente, en un libro que nos llevará por distintitos laberintos de conocimiento, donde el entusiasmo por seguir cada parte nos llevará a identificar las diversas facetas que lo hacen rico en discurso. Sus rostros multifacéticos permiten abordarlo desde diversas concepciones (sociales, éticas, políticas, religiosas y económicas) que develan aquello que dio nacimiento al mural, ese de significaciones latentes que chocan con la emoción y el sentimiento, para ir mutando de representación táctica a abstracción consensuada y llegar al puerto de simbolismo resultante.

 

Revelador, de fronteras certeras y de despistes naturales, de marco quimérico pero de partes verdaderas.

Me dejo llevar poco a poco, entre imágenes y textos, al descubrimiento de aquello que nos autoriza a crear cultivos de bosquejo cultural, de una teoría que da sustento, que da base, para que esta obra sea fuente de agua fría.

Un mural que es un torrente de agua, en verdad lo digo, con la pluma bien clavada a la hoja y con los ojos en el muro, ese que me llevó a la reflexión y a la búsqueda de respuestas.

Introducción
Horacio Padilla Muñoz

La pintura es una de las expresiones artísticas más antiguas y una de las bellas artes. Es el arte de la representación gráfica y una de las formas de comunicarse del ser humano, ya que transmite el sentir del individuo en relación con su ser, la naturaleza, una situación determinada o las condiciones que lo rodean.

Si buscamos en la historia, encontramos que a través de la pintura, nuestros antepasados nos han dejado grandes legados. Interpretando trazos, colores y formas, obtenemos información de los momentos vividos en cada época.

Conforme el hombre ha desarrollado conocimientos y habilidades, la pintura ha ido modificándose y adaptándose en colores, texturas, trazos, temática y, por qué no, en sitios de expresión. Así pues, llega el periodo en que la pintura empieza a manifestarse en grandes proporciones, con mayor auge en temáticas religiosas, adaptando la pintura a la dimensión y forma de la pared y/o techos.

En México existe una infinidad de muralistas famosos y murales plasmados en interiores y exteriores de múltiples edificios que albergan instituciones públicas, religiosas y privadas. Cada uno de ellos nos recuerda la ideología, los hechos, la trascendencia y los personajes destacados de nuestro pasado, desde la óptica particular del artista.

En este libro nos enfocaremos a un mural en particular, que hace referencia a un gran personaje: fray Antonio Alcalde y Barriga. Del otro lado del mar, desde la ciudad de Cigales, llegó a territorio mexicano un gran español, bajo la comisión de fraile, enviado, a través de la orden religiosa de los dominicos, como predicador a la Nueva España en el año de 1763. Asignado a la zona de Yucatán, inicia contacto con los naturales, motivándolo a desarrollar sus primeras obras en nuestro país; las cuales abarcaban aspectos de las necesidades básicas del ser humano: educación cristiana, alimentación, salud y trabajo. Es así que poco a poco que fray Antonio Alcalde conformó las primeras escuelas para hombres y mujeres, los talleres de trabajo, iglesias y albergues.


Posteriormente continuó sus obras en la ciudad de Guadalajara, respaldado por los beneficios de la región y las ideas de educación del rey Carlos iii de España; y motivado por las necesidades de la población y los brotes de epidemias de la época. Alcalde, con su visión humanista y social, crea, consuela, enseña, aprende, cura, apoya, fomenta, convence, pide y da.

Dos de sus máximas obras son el Antiguo Hospital Civil y la Universidad de Guadalajara, los cuales se concluyeron uno o dos años después de su fallecimiento.

En 1990 se reestructuró un área interna del Antiguo Hospital Civil, encontrándose una magnifica pared en arco con resalte de cantera. Posterior a múltiples proyectos, se tuvo a bien concluir, por los directivos de ese tiempo, la creación de un mural dedicado al padre de la institución, que realzara su obra, plasmara su pasado, su presente y su visión de futuro, trasmitiera su pensar, su serenidad, su lucha, sus cómplices, sus ayudantes, sus ayudados, su ambiente y su fe.

La tarea no era fácil, pero finalmente se eligió al pintor jalisciense Gustavo Peralta González. Tras sumergirse en la vida de fray Antonio Alcalde, Peralta tuvo a bien concluir su obra en agosto del 2004.

Existen descripciones breves sobre este mural, anécdotas personales de los involucrados en su realización, pero ninguno ha sido descriptivo de todo el contexto.

En lo personal, he mantenido un interés en la vida y obra de fray Antonio Alcalde y Barriga. Me sería altamente honroso si este libro sirviese de estímulo a la comunidad, si mediante él los lectores tomaran la valía real del trabajo de Alcalde, y fuera motivo de inspiración para los dirigentes.


Contexto y metodología

Al siglo xviii también se le llama Siglo de las Luces puesto que en él ocurrió el movimiento cultural llamado Ilustración. La luz a la que hacen referencia estos nombramientos es la razón, como uno de los principios más importantes e influyentes de ese siglo. La Ilustración y los hombres que la impulsaron tuvieron una fe absoluta en la razón humana, a la que consideraban unitaria, invariable e idéntica en todos los hombres, pueblos y culturas: “La Razón ilumina a la humanidad” era su lema.

Se puede decir que la Ilustración es una síntesis de las dos corrientes filosóficas más importantes del siglo: el racionalismo y el empirismo. Entonces, diversos autores establecen su postura filosófico-ideológica, en Francia: Montesquieu, Voltaire, Diderot y Rousseau; en Inglaterra: Locke y Berkeley, Newton, David Hume y Adam Smith; en Alemania: Leibniz , Semier, Lessing, Kant.

La Ilustración incluye ideas y principios tales como empirismo, criticismo, deseo de conocimiento, utopía, reformismo, progreso y felicidad. Los filósofos ilustrados buscaban la verdad científica y se basaron en la razón para explicar la realidad del mundo en el que vivían. Era sobre todo un programa educativo orientado a elevar el nivel cultural de la sociedad y mejorar la situación de quienes desearan cultivar la razón para salir de la ignorancia.

Este ambiente intelectual se presentó con mayor fuerza en Francia, durante los años 1740 y 1750, cuando este país se convirtió en el centro de la cultura del Siglo de las Luces. El ambiente político se volvió más tolerante hacia las ideas de los intelectuales, buscando como objetivo engrandecer el Estado. En Francia se desarrolló un buen ambiente del pensamiento ilustrado, que se irradió a otros países de Europa.

Las características peculiares de la Ilustración son: amor a la naturaleza, fe constante en el poder de la razón, confianza en un progreso ascendente; se apelaba al derecho a la igualdad y a la libertad para los hombres -tanto en cuestiones políticas, religiosas, económicas e intelectuales-, en un deísmo y una moral laica.

El régimen político más extendido en el siglo xvii fue el absolutismo. El absolutismo del siglo xviii recibe el nombre de “despotismo ilustrado”, que se puede definir como “la utilización de la ideología ilustrada por parte de las leyes absolutas para mantener su absolutismo”. La Ilustración es un pensamiento crítico y reformista. Los reyes absolutos del siglo xviii (los llamados “déspotas ilustrados”) tomaron de la Ilustración lo que les convenía y, apoyándose en ella, introdujeron en sus Estados una serie de reformas y mejoras importantes: suprimieron los restos que aún quedaban de feudalismo (es el caso de Federico ii de Prusia y María Teresa de Austria); impulsaron la agricultura con la construcción de canales y pantanos y con la introducción de nuevos cultivos; urbanizaron y modernizaron las ciudades (Carlos iii de España convirtió a Madrid en ciudad moderna, abriendo grandes avenidas, construyendo monumentos y dotándola de alumbrado público). En la mayor parte de Europa se dio un crecimiento de la población, ya que hubo un freno a la mortalidad catastrófica, más alimento para más consumidores, expansión comercial, ascenso de la burguesía, crecimiento económico, auge de transacciones mercantiles y financieras, reformismo continuista del régimen del siglo xvii, entre otros acontecimientos. Sin dejar de mencionar que se crearon las enciclopedias con la finalidad de compendiar todo el conocimiento humano.

Se introdujeron reformas judiciales y se crearon multitud de centros educativos, como academias y universidades. Sin embargo, estas reformas se llevaron a cabo sin consultar al pueblo; el lema del despotismo ilustrado fue “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Se valieron de una serie de reformas que en cierto modo buscaban modernizar las estructuras económica, administrativa, educativa, judicial y militar de sus respectivos Estados. Además, rechazaron lo más importante de la Ilustración: la libertad política. Por eso la burguesía ilustrada, que al principio apoyó la reforma de los reyes, cuando se dio cuenta de que éstos no concedían lo más importante, la libertad, se volvió contra el absolutismo e impulsó revueltas.

En este siglo se dio también la expulsión de los jesuitas, en primer lugar por la desconfianza que suscitaban las actividades económicas de la Compañía de Jesús, se le acusaba de enriquecerse con el tráfico colonial al convertirse en depositarios de importantes sumas de capital. En 1759 se les expulsó de Portugal, en 1764 de Francia y en 1767 de España, hasta que en 1773 Clemente xiv, en su bula Dominus ac Redemptor Noster, declaró suprimida la orden en todo el orbe cristiano. Universidades y hospitales eran una necesidad, así como las medidas higienistas para el bienestar de la población; por primera vez se habló de la medicina social, y pasó a primer plano la idea de la prevención de enfermedades. El clima, como factor patógeno tan importante en la medicina hipocrática, pasó a segundo plano frente a las malas condiciones sociales. Era el tiempo en que comenzaba la industrialización. Se mejoraron las condiciones higiénicas de cárceles y hospitales y la canalización de aguas, a lo que contribuyó el propio Lavoisier. Se fundaron instituciones para la enseñanza de la obstetricia y se crearon hospitales pediátricos en Francia e Inglaterra.

En cuanto a lo expresiones artísticas que prevalecían en este siglo, podemos tener voces del Barroco, susurros del Clasicismo y gritos del Rococó. El crecimiento económico del siglo xviii se tradujo, entre los grupos más beneficiados por la bonanza, en una búsqueda del placer a través de un lujo refinado, galante, lúdico y desinhibido. Un empeño por la arquitectura clásica, persiguiendo la delicadeza ornamental; una seducción por lo exquisito. En general, una búsqueda en los vórtices del Neoclasicismo, como una revisión del mundo antiguo. Un siglo al mismo tiempo aficionado a la música, a la pintura -en la que la luz y el color se hacían más vivos-, en el que la literatura abunda en narrativas y dramas, pero guarda un silencio prolongado en cuanto a poesía; fue, como dirán algunos autores: un siglo sin poesía.

¿Y qué pasa concretamente en España durante la Ilustración? Desde los primeros años del siglo xviii, España experimentó un profundo debilitamiento político y económico ante el avance comercial e industrial de Inglaterra y Francia. En primer lugar, en 1700 se planteó en España la cuestión sucesoria a la muerte de Carlos ii, quien no tuvo ningún heredero al trono. Los candidatos a sucederlo fueron Felipe de Anjou y el archiduque Carlos. Tras una dura guerra de sucesión accedió al trono el primero de los dos, como Felipe V (1700-1745), reconocido así por el Tratado de Ultrecht. Éste fue un monarca absolutista, pero a pesar de ello facilitó la entrada al país del pensamiento ilustrado y las ideas inglesas y francesas.

Durante el siglo xviii se promovieron en España varias reformas, pero sin demasiado éxito por la oposición del clero, de la nobleza y de los propios destinatarios, el pueblo llano, que manipulado por la Iglesia seguía anclado en la tradición y mantenía el espíritu contrarreformista, opuesto a las ideas inglesas y francesas. La Ilustración llegó a su apogeo con el rey Carlos iii de Borbón, quien influido por las ideas de esa corriente llevó a cabo un proceso de modernización mediante las “reformas borbónicas”, que impusieron una serie de cambios político-administrativos, económicos, militares y culturales en las colonias americanas. Estas reformas buscaban modernizar internamente a España y su relación con las colonias, respondiendo a una nueva concepción de Estado, el que se propuso retomar todos los derechos que se habían delegado a grupos y corporaciones, además de asumir la dirección política, administrativa y económica del reino.

 

Las inscripciones anotadas en la parte baja del mural me hicieron considerar la necesidad de describir el contexto histórico en que se sitúa su temática, estableciendo coordenadas territoriales generales y particulares, así como tiempos condensados en el trascurso de un siglo.

Después de ese breve bosquejo histórico, pretendo hacer un análisis del mural Vida y obra de fray Antonio Alcalde, para lo cual me auxiliaré del método iconológico de Erwin Panofsky, intentando dilucidar el significado o los significados de la obra de arte, en cuanto a elementos históricos, sociales y filosóficos. Panofsky propone una metodología basada en tres momentos:

1 Descripción preiconográfica: consigna los datos que posee la obra, fácticos (hechos o cosas descritas) y expresivos (actitudes y expresiones).

2 Análisis iconográfico (identificación de imágenes, historias y alegorías): implica un método descriptivo y no interpretativo. Se ocupa de la identificación, descripción y clasificación de las imágenes. Presupone una familiaridad con los temas o conceptos específicos. Se utilizan fuentes literarias para identificar a los personajes.

3 Análisis iconológico: consiste en dilucidar la significación intrínseca o contenido, a partir de investigar los principios subyacentes que ponen de relieve la mentalidad básica de una nación, una época, una clase social, una creencia, matizada por una personalidad y condensada por una obra. La iconología es un método de interpretación que procede más bien de una síntesis que de un análisis.

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