Memoria sobre la Primera Escuadra Nacional

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Memoria sobre la Primera Escuadra Nacional
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Primera Escuadra Nacional,

óleo de Thomas Somerscales

EN CONTRAPORTADA

Captura de la Esmeralda en el Callao,

óleo de Charles Wood

© Gustavo Jordán Astaburuaga y Piero Castagneto Garviso, Editores, 2018

Registro de Propiedad Intelectual Nº 294.335

ISBN Edición Impresa: 978-956-17-0787-0

ISBN Edición Digital: 978-956-17-0938-6

Derechos Reservados

Tirada: 5.110 ejemplares

Ediciones Universitarias de Valparaíso

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Calle Doce de Febrero 21, Valparaíso

Teléfono 32 227 3902

Correo electrónico: euvsa@pucv.cl

www.euv.cl

Diseño: Guido Olivares S.

Índice

Primera Parte

Introducción de los editores

Antonio García Reyes, bosquejo biográfico

Análisis de la obra

Segunda Parte

Memoria sobre la Primera Escuadra Nacional

I. Introducción de Antonio García Reyes

II. Operaciones marítimas del primer período de la Independencia. 1810 a 1814

III. Desde la batalla de Chacabuco al arribo de Lord Cochrane. 1817-1819

IV. Desde el arribo de Lord Cochrane hasta la Expedición Libertadora del Perú. 1818-1820

V. Desde los preparativos de la Expedición Libertadora del Perú hasta el retiro de Lord Cochrane y primer desarme de la Escuadra. 1820-1823

- Notas

- Apéndices

Introducción de los editores

Que un libro lleva a otro es una verdad más que comprobada, pero aplicable no sólo a la lectura, sino también a la edición y la publicación; una prueba es la obra que aquí comienza. La idea de rescatar éste, el primer libro de historia naval chilena, surgió, precisamente, al calor del trabajo arduo al que estuvimos abocados entre 2016 y 2017: nuestro libro “Los almirantes Blanco y Cochrane y las campañas navales de la Guerra de Independencia”.

Entre las diversas fuentes consultadas surgió esta Memoria sobre la Primera Escuadra Nacional publicada en 1846 por el abogado y político Antonio García Reyes. Pese a que tanto la obra como su autor, hombre público destacado de su tiempo, han pasado al olvido con el transcurrir de más de 170 años, al releerla descubrimos múltiples virtudes de solidez, concisión y amenidad. Cualidades a las que se añade el permanecer perfectamente vigente, no sólo en su carácter testimonial de trabajo pionero sobre el tema, sino porque su lectura sigue cautivando, y, además, porque es una fecha propicia para reeditarla.

El año 2018, a 200 años del zarpe y bautismo de fuego de la Primera Escuadra Nacional y del arribo de Lord Thomas Cochrane para entrar al servicio de la Armada de Chile, no podía ser una ocasión mejor ni más precisa para ello, y con una edición que, sin perjuicio de las necesarias exigencias de rigor, vaya destinada a un público amplio.

Si bien sigue siendo una obra perfectamente asequible al lector del siglo XXI, era indispensable darle un nuevo contexto, no porque no se bastase a sí misma, sino para enriquecerla y resaltar su valor. Al desconocer el grueso del público quién era el autor de este libro, que en su momento fue para nosotros una grata sorpresa, era indispensable adjuntar un bosquejo biográfico, seguido de un breve análisis de la obra en cuestión. Asimismo, al dejar trazada una estela, también era necesario contrastarla con la historiografía naval posterior, que ha seguido produciéndose hasta nuestros días; de este modo, se reafirma a García Reyes como un adelantado al que se le debe más de lo que se le reconoce.

Como ya hemos dicho en otra ocasión, desde 2010 a la fecha la revisión de los diversos hitos de la emancipación nacional por parte de los investigadores de la actual generación y la sociedad chilena en general, ha dado lugar a algunas obras meritorias, pero aún insuficientes como para dar una mirada integral de dichos hechos. En ésta, la segunda oportunidad en que nos aproximamos al tema, quisimos aportar en la difusión de esta obra pretérita por la posteridad, que sin embargo debería ser un clásico de la historia naval chilena.

Los editores

Antonio García Reyes,

bosquejo biográfico1

En nuestra época, el nombre de este personaje se asocia principalmente a una calle del casco histórico de Santiago, en el sector de República, uno de tantos nombres de arterias transitadas, relativamente centrales, pero cuyo origen pocos o nadie saben. Análogo ha sido el destino con la posteridad de Antonio García Reyes (1817-1855), pese a que en su tiempo fue un personaje destacado de la vida pública nacional, tanto en la abogacía como en el periodismo y la política, una figura acaso destinada a un puesto aún más destacado en la historia nacional, de no ser por su muerte prematura.

Una sola obra, pero de notable nivel, pese a su brevedad, le hace merecedor a la condición de primer historiador naval de Chile. Obra que, ciertamente, no fue la única que dejó, puesto que su contribución al afianzamiento de la joven República tuvo variadas facetas, en campos como los ya mencionados.

Era hijo del militar español Antonio García de Haro y la dama chilena Tadea Reyes y, sin exagerar, debió enfrentarse a la adversidad prácticamente desde su nacimiento. Ello porque su padre era oficial del Regimiento de Talavera del Ejército Realista, derrotado en la batalla de Chacabuco del 12 de febrero de 1817. Antonio García Reyes nació el 15 de abril de ese año, es decir, a dos meses de este encuentro, que había obligado a su padre a emprender la huida, logrando embarcarse rumbo al Perú, donde siguió sirviendo a la causa realista.

Ya desembarcada la Expedición Libertadora del Perú, en 1821 García de Haro fue tomado prisionero, enviado a Chile y liberado por influencias de su familia política. Trabajó brevemente como comerciante en la firma de José Manuel Cea, futuro socio de Diego Portales. Pero este militar era un irreductible de su causa, se fugó nuevamente al Perú y participó en acciones de la campaña postrera que culminó en Ayacucho. Ante lo irreversible de la derrota de las armas del Rey, García de Haro optó por regresar a España, en cuyo ejército siguió sirviendo y ascendiendo.

Por lo tanto, su hijo Antonio creció, llegó a la adultez y comenzó su carrera de hombre público en total ausencia de su padre, siendo su educación asumida por sus tíos maternos. Su inquietud intelectual fue precoz, como lo demuestra su empeño de escribir un Diccionario Geográfico de Chile, cuando sólo tenía unos 16 años. En una época en que el estudio de la historia nacional era muy escaso, fomentó y fundó una sociedad para este fin en el Instituto Nacional.

Un momento clave en que reveló su talento, fue un artículo que escribió en 1836, a los 19 años, relativo a la inminente Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, publicado en El Araucano, diario gubernamental de la época, y que llamó la atención del propio Diego Portales. Éste hizo llamar al joven Antonio para confiarle el puesto de secretario del ministro plenipotenciario Mariano Egaña, quien se embarcaba rumbo al Callao en un último intento de lograr un arreglo pacífico con los confederados. Según Diego Barros Arana, durante el desempeño de esta misión, y al calor de conversaciones con Egaña en la víspera de una guerra, el joven García Reyes fue concibiendo su idea de escribir sobre las campañas navales de la Independencia.2

Al regreso, comenzó a trabajar como empleado público, mientras en sus ratos libres cultivaba su afición por la historia naval de Chile, copiando documentos o entrevistando a veteranos de la Independencia. Ahora soñaba con publicar una obra sobre la materia que, de haber visto la luz, habría figurado entre las pioneras de la historiografía nacional. En 1837, cuando aún era un estudiante, se le encargó la redacción de la Memoria del Ministerio de Hacienda.


Retrato de Antonio García Reyes

Grabado de Narciso Desmadryl en base a un óleo de Alejandro Cicarelli

Del libro Galería de Hombres Célebres de Chile, Tomo II.

Poco después, en 1840, García Reyes se titulaba de abogado, profesión en la que comenzó pronto a destacar, con acciones como la fundación de la Gaceta de los Tribunales, ese mismo año. En 1843, comenzó su primer período como diputado por el Partido Conservador, ganándose pronto el apodo de El Ventarrón por la elocuencia e ímpetu de sus intervenciones, destacando también por su iniciativa para presentar proyectos de ley relevantes para el progreso nacional. Seguiría ocupando un escaño en la Cámara Baja hasta el final de su vida.

 

También incursionó en las publicaciones periódicas, al contribuir al sostenimiento del periódico El Agricultor, de la Sociedad Nacional de Agricultura (1838), de la que fue secretario, y de El Semanario de Santiago, iniciativa del escritor liberal José Victorino Lastarria (1842).

Entretanto, sólo en 1843, su padre, Antonio García de Haro, accedió a volver a Chile y reunirse con su familia, convencido por fin por su hijo, con el argumento de que su presencia sería útil y necesaria como representante consular de España, luego que ésta reconociese a Chile como país independiente. Antonio padre venía a conocer a Antonio hijo cuando éste era ya adulto y con una sólida posición en la sociedad y vida pública nacionales, pese a su juventud. Finalmente, Antonio padre adoptaría la nacionalidad chilena y se quedaría en el país el resto de su vida.

En 1843, con la creación de la Universidad de Chile, García Reyes también comenzó a demostrar sus dotes en el ámbito académico, al ser designado miembro de la Facultad de Humanidades, y en 1845, miembro del Consejo Universitario. De 1846 data su Memoria sobre la Primera Escuadra Nacional, objeto de esta reedición: “Empleó mes y medio para estudiar los documentos y demás fuentes históricas, sólo quince días para redactar la memoria y una sola noche para hacer la introducción ¡Tan prodigiosa era su facilidad para escribir!3 Esta obra, que en su momento fue premiada y muy celebrada, en contraste con el olvido en que cayó en épocas posteriores, fue leída en sesión solemne del 11 de octubre de ese año; más adelante en estas páginas profundizaremos en sus cualidades.

Paralelamente seguía destacando en el ámbito jurídico, al formar parte de la comisión redactora del Código Militar (1843) y trabajar en la redacción del Código Penal (1852) y revisión del Código Civil (1853). Entre junio de 1849 y abril de 1850, ocupó el cargo de ministro de Hacienda:

“Durante los diez meses que estuvo en el poder hizo obra de alto interés y de efectos duraderos: dotó de nueva maquinaria a la casa de Moneda; fomentó la colonización de Valdivia; impulsó las obras de la Quinta Normal; reformó la Moneda; inició la recopilación de las leyes aduaneras; ensanchó el comercio d cabotaje, etc.”4

Al sobrevenir la Guerra Civil de 1851, Antonio García Reyes asumió como secretario del general Manuel Bulnes, tras la decisiva batalla de Loncomilla, librada el 7 de diciembre. Tras sobrellevar la campaña junto al Ejército gubernamental, le tocó una labor de mediador, y fue redactor del tratado de Purapel, en virtud del cual las tropas revolucionarias liberales deponían las armas. También se cuidó de reunir, para la historia futura, la información relativa a este conflicto.

Llegada la paz, en 1853 reemplazó a Francisco Bello como miembro de la Facultad de Leyes.

Respecto de su personalidad, el biógrafo Pedro Pablo Figueroa escribe lo siguiente:

“Hombre de gran carácter, poseía un valor a toda prueba, siendo delicado y modesto. Protegió y formó abogados y literatos notables con el mayor desinterés”.5

Tras haber rechazado en varias oportunidades la oferta de asumir cargos diplomáticos, aceptó, en parte por razones de salud, asumir la representación de Chile en los Estados Unidos. Además, pensaba estudiar la legislación y economía de aquel país, y luego pasar a Europa, para seguir buscando antecedentes sobre la historia de Chile, proyecto que no alcanzó a concretar: cuando se dirigía a asumir su cargo en Washington, falleció en Lima, 16 de octubre de 1855. Muerte sin duda prematura, pues tenía sólo 38 años. Dejaba no sólo a una viuda, sino también a su padre, quien le sobrevivió hasta 1867.

La noticia fue motivo de duelo nacional. Sus restos fueron repatriados, y en 1873 se erigió un monumento en la Alameda de las Delicias de Santiago, que conmemoraba su nombre y los de sus compañeros de letras Manuel Antonio Tocornal, Salvador Sanfuentes y Diego José Benavente. Su biografía, escrita por Diego Barros Arana, fue incluida en el Tomo Segundo de la Obra Galería de Hombres Celebres de Chile,6 acompañada de un grabado de Narciso Desmadryl, y su retrato, pintado por Alejandro Cicarelli, fue colocado en la Universidad de Chile.

Quedaron inconclusas sus obras sobre geografía e historia de Chile con que había soñado desde sus años de juventud, y que esperaba completar en su vejez. Sobre su producción intelectual, comenta el historiador Diego Barros Arana:

“Los trabajos literarios de García Reyes son más numerosos de lo que generalmente se cree. En sus ratos de ocio, comenzó una multitud de trabajos históricos y literarios, escribió muchas biografías sueltas y varias descripciones de las batallas más notables de nuestra revolución. La historia militar de Chile le debió mucha contracción; a su estudio le dedicaba largas horas de examen y trabajo, y sus apuntes y borradores tienen grande importancia para el esclarecimiento de ciertos sucesos mal conocidos hasta hoy. Muchas producciones publicadas con diversos nombres fueron también obras exclusivas de su fecunda pluma”.7

De la multifacética personalidad y obra de Antonio García Reyes llama la atención, en nuestra época de especialización cada vez más acentuada, las múltiples materias que abordó, incluyendo el haber salido airoso de la prueba de escribir su trabajo sobre la Primera Escuadra Nacional. Del derecho a la economía y la agricultura, con este importante aporte a la historia naval chilena, ¿cómo se explica? Creemos que la razón se halla en la época en que le tocó vivir: nacido en pleno proceso emancipador, creció y maduró en las primeras décadas del Chile independiente, y por ello, perteneció a las generaciones que llevaron el peso de construir la República. Su labor de recoger la memoria histórica nacional fue, sin duda, una de las obras destinadas a permanecer.

Análisis de la Obra

En la introducción de su Memoria acerca de la Primera Escuadra Nacional, García Reyes destaca dos conceptos trascendentales acerca de Chile como país marítimo: nuestra dependencia vital del mar para desarrollar nuestro comercio exterior y nuestra geografía de carácter eminentemente insular, tanto respecto del resto de los países de Sudamérica, como entre las grandes áreas geográficas que conforman nuestro país: el norte grande, el centro, el área sur-austral, territorios que solo podían ser conectados eficientemente por mar en su época.

Destaca, nítidamente también, el profundo convencimiento que tenía O’Higgins en la Guerra de la Independencia de la necesidad de contar con una poderosa Escuadra que permitiera conquistar el control del mar en el Pacífico Sur, y una vez logrado, invadir el Perú con un ejército expedicionario, para destruir el centro del poderío español del Virreinato del Perú y así asegurar la independencia de Chile y del resto de los países sudamericanos.

Utilizando un variado lenguaje, propio del siglo XIX y que nos suena a veces un tanto anticuado, pero que intencionalmente hemos querido mantener en su forma original, el autor nos deleita con este relato único, y por lo demás ameno, de la titánica tarea que significó la creación y zarpe de la Primera Escuadra Nacional y todas sus operaciones, con sus éxitos y fracasos. Los temas de reclutamiento del personal, la asignación de los mandos de los buques, el impacto que generó el almirante Cochrane al asumir el mando de la Escuadra, los desafíos logísticos que se debieron superar, la estrategia aplicada y los resultados logrados, todos temas que son tratados con singular maestría en este interesante y ameno libro.


Retrato fotográfico de Antonio García Reyes

Daguerrotipo sin fecha.

Fuente: Sala Medina, Biblioteca Nacional.

Es decir, a pesar de que el título de la obra pudiera llamar a engaño, no se centra en la Primera Escuadra Nacional de 1818 propiamente tal, sino que ofrece una visión integral de las campañas de emancipación en su aspecto naval, en el período comprendido entre 1810 y 1823.

Su estilo es conciso y detallado a la vez, con algunos datos que no aparecen en otras publicaciones y otros que sirvieron y fueron utilizados por historiadores de generaciones posteriores. Hay pocas apreciaciones que pudieran considerase erróneas, como la afirmación que la casi totalidad de las tripulaciones de la Escuadra era extranjera, lo que se compensa ampliamente por la precisión de la información ofrecida.

El hecho que García Reyes hubiese revisado los archivos de la Armada de la época y entrevistado a los actores relevantes de los hechos relatados, entre ellos, sin lugar a dudas, al almirante Blanco Encalada, enriquece enormemente esta obra, porque le da una solidez investigativa y testimonial de un incalculable valor, que permanece plenamente vigente hoy, a 172 años de haberse publicado por primera vez. Aunque sea una investigación ajena a los estándares historiográficos de hoy, sin duda que luce el máximo rigor exigible en su época.

Un juicio del resultado nos lo brinda un contemporáneo, el entonces joven historiador Diego Barros Arana:

La Memoria de García Reyes es bajo muchos aspectos una obra maestra. La elegancia y brillantez de su lenguaje, el fuego y colorido con que adorna la descripción de los combates navales, la precisa claridad de su narración y el interés que sabe darle, son las dotes de estilo más prominentes de su obra; pero hay en el fondo tanta animación y tanto tino para presentar los sucesos sin muchos detalles, que basta leerla para conocer exactamente las campañas de la primera Escuadra, sus prohombres y la época en que les tocó figurar.8

Este libro es un merecido homenaje de un distinguido abogado y académico de la Universidad de Chile a todos los marinos que conformaron la Primera Escuadra Nacional, destacando la importancia de esta fuerza de combate en el devenir de Chile, por depender nuestro país vitalmente del mar para su desarrollo, sobrevivencia y crecimiento como país.

La historiografía naval chilena posterior a García Reyes

La Memoria de García Reyes fue una obra muy celebrada y apreciada en su tiempo, pero su recuerdo se ha ido desdibujando, en parte fundamental porque no fue objeto de una reedición como la que se realiza con la presente obra. Pero también se pueden encontrar otras razones, siendo quizá la principal la aparición de nuevos estudios sobre historiografía naval, en un principio de carácter más bien general, y en épocas posteriores cada vez más específicos, que fueron relegando progresivamente este trabajo al olvido.

Además, pasó aproximadamente una generación desde aquella obra pionera de García Reyes y los trabajos del siguiente historiador que se ocupó de temas navales, que no es otro que Benjamín Vicuña Mackenna, a quien se puede considerar en cierto sentido un émulo del primero. A ello se agrega una tercera razón y es que, con el paso del tiempo, a partir de los años de cambio del siglo XIX al XX, los historiadores navales y marítimos que fueron surgiendo eran, de forma cada vez más acentuada, oficiales de la Armada de Chile, de manera que el origen y desarrollo de esta nueva generación historiográfica fue, mayoritariamente, de carácter institucional.

Ello ha sido causa de equívocos y efectos no deseados, en el sentido que la circulación de tales obras ha sido principalmente dentro de la propia Armada, y por otro lado, la sociedad civil ha cultivado la errónea percepción que ésta es una porción de la historia especializada y confinada a un reducido círculo, dentro de la propia Marina. El surgimiento de historiadores civiles que llegaron a coexistir con uniformados también ha sido gradual, persistiendo en todo caso una cierta dificultad para llegar a públicos más amplios, pese al potencial interés que pudiera existir.

Ya se ha mencionado a Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) como una suerte de segundo pionero o puente respecto de García Reyes. Vicuña Mackenna, quien ya tenía una abundante obra como escritor y periodista, entra en la categoría de historiador naval en 1879, precisamente el año en que comienza la Guerra del Pacífico, con su obra Las dos Esmeraldas, realizada con la celeridad con que era capaz de trabajar, donde realiza un parangón entre Lord Cochrane y Arturo Prat y los buques con ese nombre a los que estuvieron vinculados, matizado con notas sobre la guerra en el mar en aquella época, completado con un valioso apéndice documental, reproducido posteriormente en otras publicaciones.9

 

Siempre fiel a sí mismo, este autor escribía la historia prácticamente apenas sucedía, como sucedió con su serie dedicada a las principales campañas de la Guerra: Tarapacá, Tacna y Arica y Lima. En su obra en dos volúmenes La Campaña de Tarapacá, también englobó la Campaña Naval.10

Paralelamente su hermano Bernardo Vicuña realizaba un aporte sucinto, pero pionero: la primera biografía de Arturo Prat, también aparecida en 1879. Ella proporcionaría elementos de base para los futuros autores que estudiaron al máximo héroe naval chileno.11 Junto a ella, en los años siguientes aparecieron dos importantes recopilaciones sobre la jornada del 21 de mayo de 1879, una de ellas debida al abogado y parlamentario Luis Montt (1880),12 y otra, al periodista y excombatiente, Justo Abel Rosales, publicada esta última en 1888,13 con ocasión de la sepultación de los restos de Prat, Serrano y Aldea en el monumento-cripta de la Plaza Sotomayor de Valparaíso.

Como era esperable, la Guerra del Pacífico, al igual que otros conflictos, generó obras de carácter testimonial, surgidas al calor de la contingencia bélica, que por el transcurso del tiempo han devenido en históricas. Es el caso de uno de los sobrevivientes del Combate de Iquique, más precisamente el ingeniero Juan Agustín Cabrera, el único civil que se hallaba en ese momento a bordo de la Esmeralda14, testimonio que se complementa con otros, como las cartas de oficiales prisioneros. A propósito de este conflicto bélico, es llamativo el fenómeno de las publicaciones realizadas por jefes navales para defender sus posturas o explicar sus decisiones durante la campaña, en particular los contralmirantes Galvarino Riveros15 y Juan Williams Rebolledo16. Respecto de este último, además, su hijo realizaría, décadas más tarde, una defensa póstuma de su actuación durante la Campaña Naval de 1879.17 Análogamente tardía es la obra de Juan Esteban López Lermanda, quien fuese comandante del blindado Blanco Encalada durante la primera fase de dicha campaña.18

Williams Rebolledo también realizó una revisión tardía de su participación en la Guerra contra España de 1865-1866 al mando de las fuerzas navales chilena y peruana, en 1901.19

Volviendo a Benjamín Vicuña Mackenna, sería tarea ardua enumerar los numerosos trabajos en publicaciones periódicas, incluyendo la Revista de Marina, que más que artículos eran verdaderos ensayos. Por cierto, que esta publicación, nacida en 1885, ha sido desde entonces y hasta nuestros días un espacio constante para la publicación de una gran cantidad de artículos sobre historia naval de diversa índole, sean de investigación o de divulgación.

El siguiente historiador naval perteneció a las filas de la Marina, y además, fue un sobreviviente de la guerra: hablamos del almirante Luis Uribe Orrego (1847-1914). Una de sus aportaciones más relevantes es precisamente sobre el conflicto en que participó: Los combates navales en la Guerra del Pacífico (1886)20, donde destaca su estilo narrativo sobrio en extremo (incluyendo los propios hechos de armas en que se halló presente, como el Combate Naval de Iquique), y un profundo sentido analítico. Sin duda fue influenciado por las nuevas tendencias que comenzaban a imperar acerca de la guerra “científica”, de lo que derivan las virtudes de esta obra, que conserva su vigencia.

Uribe también publicó, hacia el final de su vida, una obra de carácter más general, Nuestra Marina Militar (1910-1913)21, que abarca desde los orígenes de la Armada hasta la Guerra contra España. Otra obra destinada a permanecer en el tiempo, pese a no haber sido reeditada, y entre sus características está su trabajo de investigación con abundante uso de documentos de archivo, utilizando también, entre otros antecedentes, la Memoria de García Reyes. Previamente, este oficial y escritor había publicado una historia naval de la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, que posteriormente incluyó íntegra en su obra más general.22

En la misma época en que aparecían los tomos de Nuestra Marina Militar, se publicaba un trabajo de estilo distinto, crítico, analítico, y claramente tributario de las doctrinas formuladas por el escritor naval estadounidense Alfred T. Mahan. El libro La influencia del poder naval en la historia de Chile de Luis Langlois (1911),23 por su solo título revela dicha influencia, siendo al mismo tiempo un nuevo e importante escalón en la construcción de una historiografía naval nacional. Sus análisis de las guerras de Chile y sus operaciones navales, en un estilo directo y por momentos descarnado, convierten a Langlois en otro autor que puede considerarse un clásico en la materia, con juicios todavía dignos de ser considerados.

Casi dos décadas más tarde, otra obra de carácter analítico, el Estudio crítico de las operaciones navales de Chile, de Alejandro García Castelblanco (1929),24 sigue en gran parte los conceptos de Langlois llegando, por lo general, a similares conclusiones.

Entretanto, había aparecido una de las pocas obras dedicadas específicamente a la Campaña Naval de 1879, de hecho, la primera después de la obra de Luis Uribe. Nos referimos a la obra Luis Adán Molina (1920)25, autor de otros libros centrados en campañas del conflicto del salitre.

Un oficial de fácil y amena pluma, el comandante Carlos Bowen Ochsenius, conocido por su seudónimo de Pierre Chili, puede considerarse que inaugura un sub-género dentro de la literatura naval: el anecdotario. Su obra Mar y Tierra nuestra26 es un conjunto de relatos o chascarros, a menudo basados en hechos reales, con nombres ligeramente cambiados, en un tono ligero y a menudo humorístico, que ha tenido muchos seguidores en miembros de la Armada que han publicado sus vivencias y anécdotas hasta el día de hoy. Estas obras en su conjunto también tienen el valor de ofrecer pinceladas sobre la idiosincrasia naval.

En este mismo período también apareció una obra destinada a reseñar la vida y obra de los marinos más destacados en una especialidad tan relevante en tiempos de paz como lo fue y sigue siendo la hidrografía.27

Avanzando hacia épocas intermedias, cabe mencionar una obra de propósito divulgativo, la Historia Naval de Chile de Luis Novoa de la Fuente (1944), pensada para el uso de las diversas escuelas de la Armada28. El siguiente hito digno de mencionar es otra obra de carácter general y destinada, asimismo, a un público amplio, no especializado: la Historia de la Marina de Chile, de Carlos López Urrutia (1969)29. Se trata de una obra concisa, en un solo volumen, a la vez que plena de información, un poco en el estilo de publicaciones similares del mundo anglosajón.

Los primeros 150 años de la Marina nacional fueron el motivo para que otro investigador salido de sus filas, el capitán de navío Rodrigo Fuenzalida Bade, acometiese la vasta empresa de realizar una historia institucional general, que resultó en el esfuerzo de mayor aliento acometido hasta entonces. Su obra, La Armada de Chile. Desde la Alborada al Sesquicentenario30, en cuatro tomos y casi 1.200 páginas en total, tiene ante todo el carácter de una vasta crónica narrativa plena en detalles, con elementos de análisis crítico de los momentos fundamentales. Si bien su extensión hace de su lectura íntegra todo un desafío, tiene un estilo que ha ido perdiendo vigencia y además no está exenta de errores, pero todavía se sigue acudiendo a ella como fuente de consulta.

Además, debió pasar más de una generación antes que otro autor, ya en pleno siglo XXI, asumiese el reto de realizar otra historia general, como ya lo veremos.

En un estilo similar a su obra ya mencionada, Fuenzalida Bade también hizo su aporte a la historiografía naval en el subgénero biográfico con dos obras: una de índole general31 y otra centrada en la figura del comandante Arturo Prat.32 El máximo héroe naval chileno naturalmente había recibido atención previa de los historiadores, siendo quizá el más ilustre de ellos José Toribio Medina33, al que sigue Juan Peralta, profesor de la Escuela Naval y autor de una biografía breve, pero con un rico apéndice documental34; sigue esta línea el investigador y museólogo Walter Grohmann con una obra que busca rescatar la iconografía pratiana.35

Tras un par de décadas, el historiador Gonzalo Vial acometió un nuevo esfuerzo biográfico integral de la figura del comandante de la Esmeralda,36 al que siguió la publicación contextualizada del epistolario del héroe a su mujer, Carmela Carvajal.37 Por su parte, el historiador estadounidense especializado en la Guerra del Pacífico, William F. Sater, ha contribuido con una investigación sobre la figura de este marino en el imaginario colectivo chileno.38 El más reciente esfuerzo biográfico sobre Prat ha sido una obra de autoría colectiva, compuesta de diversos textos en estilo predominantemente ensayístico y de gran formato.39