Buch lesen: «El lenguaje político de la república»

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El lenguaje político de la república. Aproximación

a una historia comparada de la prensa y la opinión

pública en la América española, 1767-1830

Colección Folios

© Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

Facultad de Ciencias Humanas y Económicas

Centro Editorial

© Gilberto Loaiza Cano

ISBN: 978-958-794-233-0 (digital)

Primera edición

Medellín, septiembre de 2020

Preparación editorial

Centro Editorial

Facultad Ciencias Humanas y Económicas

Sede Medellín

Corrección de texto: Daniel Pajón Toro

Diseño de la Colección Folios: Melissa Gaviria Henao

Diagramación: Melissa Gaviria Henao

Conversión a ePub

Mákina Editorial

https://makinaeditorial.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier

medio sin autorización escrita de la Facultad de Ciencias Humanas y

Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia. Sede Medellín

980.01

L61 Loaiza Cano, Gilberto

El lenguaje político de la república : aproximación a una historia comparada de la prensa y la opinión pública en la América española, 1767-1830 / Gilberto Loaiza Cano. -- Primera edición -- Medellín : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2020. 1 recurso en línea (236 páginas) : ilustraciones. -- (Colección Folios)

ISBN: 978-958-794-233-0 (ePub)

1. OPINIÓN PÚBLICA – HISTORIA. 2. COMUNICACIÓN EN LA POLÍTICAHISTORIA. 3. PRENSA – HISTORIA. 4. IMPRESORES. 5. LIBERTAD DE PRENSA. 5. AMÉRICA LATINA – HISTORIA – 1767-1830. I. Título. Serie

Contenido
Fijar la opinión, construir el orden

Prólogo

Realizar el prólogo al libro de un autor que acumula una trayectoria importante en el desarrollo del tema resulta una labor de enorme responsabilidad. Nosotras abordamos esta tarea desde un lugar de enunciación que se inauguró en el marco del curso de posgrado “Historia intelectual, historia conceptual, derroteros teóricos, propuestas metodológicas y temas historiográficos”, que organizó la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, en el segundo semestre del 2017. En esta oportunidad pudimos estudiar más de cerca los aportes del autor al campo de la Nueva Historia Intelectual, entre ellos una primera versión del libro que ahora se publica. Este prólogo es una continuación de ese encuentro y su propósito es delinear el panorama general de la obra para, a continuación, establecer unas claves conceptuales que pueden ser útiles para su lectura.

En este libro, Gilberto Loaiza ofrece un ejercicio comparativo que pone en relación la historia de la emergencia de la esfera pública en la América española desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la década de los años treinta del siglo XIX, con énfasis en los casos de Nueva España, Nueva Granada y Río de la Plata. El trabajo se organiza alrededor de un eje constituido por dos tesis. La primera, considera que la opinión pública, que aparece como novedad a partir de 1808-1810, ya presentó rasgos de un régimen publicitario nuevo en el contexto del absolutismo reformista borbón, cuando un periodismo incipiente emergió de la mano de un grupo de escritores vasallos y de la puesta en marcha de talleres de imprenta. La segunda, muestra que, en Hispanoamérica, durante el período de estudio, existieron unas condiciones comunes de enunciación del concepto de opinión pública, “atemperadas” por tres circunstancias: la consolidación del taller de imprenta; la expansión del consumo de los periódicos; y la formación de un personal letrado con atributos retóricos suficientes como para dominar un modelo de deliberación cotidiana.1 En una de sus conclusiones más importantes, Loaiza muestra que en el período 1810 - 1830 el campo de lo político se fracciona por la intervención de los intereses particulares y el dominio del disenso en la discusión, lo que produce una mutación en el concepto de opinión pública y en la figura y funciones del escritor.

Mediante una lectura comparada de fuentes primarias, en diálogo con historiadores que las han estudiado previamente, el autor da cuenta de la importancia del taller de imprenta y del papel social del impresor, lo que le permite establecer los contornos, tanto de una cronología para el desarrollo del concepto de opinión pública en Hispanoamérica, como de una tipología de los periódicos en los que sus mutaciones se expresan. Resulta interesante el trabajo de análisis de la prensa que aquí se desarrolla, pues le permite al autor hacer patente que son dos situaciones interrelacionadas las responsables de la mutación del concepto de opinión pública, por un lado, la expansión del disenso y del enfrentamiento faccioso, y, por otro, la imposición de mecanismos de censura por parte del poder oficial, que buscaba frenar los efectos desestabilizadores que la “libertad para examinar los actos públicos” estaba produciendo en la república.

Los hilos que el autor ha ido tejiendo a lo largo de los cuatro capítulos que forman el cuerpo del libro, se anudan en el quinto y último capítulo en el que se recogen una serie de conclusiones pertinentes al ejercicio comparativo. Una primera conclusión, que se ha venido repitiendo a lo largo de todo el texto, tiene que ver con lo que Loaiza identifica como la existencia, en las fuentes que estudia para la región y el periodo, de regularidades discursivas y la prevalencia de un “lenguaje institucionalizado” que depende de una cultura impresa que tiene como novedad el periódico; de la existencia de agentes políticos letrados; de la consolidación del taller de imprenta; y de la difusión del periódico, factores que ya enuncia desde el primer capítulo. Por otro lado, propone que la pluralidad de periódicos produjo dos efectos interrelacionados, uno diacrónico y otro sincrónico. La diacronía le permite constatar varios hechos; primero, que el origen de la opinión pública moderna se encuentra en el despotismo ilustrado; segundo, estudiar el desarrollo de la libertad de imprenta, más exactamente la relación entre libertad, modernidad política y censura; y, tercero, seguir los esfuerzos de la opinión oficial en su intento de escribir la revolución, asegurar el orden y enfrentar la opinión libre e insurgente. Como se dijo, es en el último capítulo que estas reflexiones convergen en su pregunta por “el lenguaje político de la república” en donde da cuenta de su desarrollo desde el ámbito de la retórica ilustrada unívoca hasta el de la opinión pública en plural, marcada por el lenguaje de las pasiones y el espacio del disenso. El aspecto sincrónico, por su parte, Loaiza lo asocia, remitiéndose a la obra de Mijail Bajtin, con un cúmulo dialógico de múltiples voces. Esto sería más evidente en 1810, un momento que el autor denomina como de “densidad discursiva polifónica”,2 un tejido discursivo en el que ningún individuo o grupo de individuos, en este caso, los agentes letrados, tuvieron control de la conversación. Dice Loaiza: “ningún agente enunciativo fue auto-suficiente”.3 En este punto, que define el final del libro, la reflexión parece volver al punto de partida, cuando el autor nos ha anunciado que entenderá el discurso político como una estructura sin sujeto.

Estas conclusiones remiten a cuestiones teóricas complejas a las que el autor suscribe de forma explícita en varios momentos de su estudio, pero que, en su mayor parte, no desarrolla. En lo que sigue queremos intentar establecer algunas claves de lectura para acercarnos a algunas de estas referencias, en particular en relación con tres discusiones: la que tiene que ver con la condición aporética del concepto de opinión pública; la de los antecedentes ilustrados y la influencia de la retórica en el concepto; y finalmente, al concepto de república.

La condición aporética del concepto de opinión pública

El autor insistirá a lo largo del volumen que el lenguaje político fue producto de una elaboración colectiva, en este sentido, lo concibe como la expresión de una matriz ideológica compartida por el grupo de escritores de las elites políticas; una matriz que se manifestó en las publicaciones periódicas del momento y cuyo estudio informa al historiador sobre las condiciones y el funcionamiento del régimen político que en este período intenta consolidarse. La apuesta teórica del autor es entender los lenguajes políticos como estructuras independientes de autores o de obras, por lo que en un primer momento parecería que los concibe como condicionados por estructuras discursivas y del habla que no dependen de las capacidades, ni de la voluntad de los individuos que los emiten; en este sentido, ubica su ejercicio en línea con autores como el Michel Foucault de La Arqueología del Saber, o como Quentin Skinner y John Pocock. Al delinear este horizonte teórico, el análisis se ubica en el campo de estudio de la Nueva Historia Política y de la Historia Conceptual que, en América Latina, ha tenido en los últimos años, un desarrollo significativo, en particular en la historiografía argentina, mexicana y recientemente en la colombiana; a ésta última, el autor ha hecho varias contribuciones previas, parte de las cuales se recogen en este volumen.4 Para los propósitos y las intenciones teóricas que anuncia Loaiza es relevante la obra que sobre el tema ha publicado el historiador argentino Elías Palti, no solamente porque es con quien de forma más explícita discute, sino también porque coinciden en las fuentes históricas que les convocan para el estudio del concepto de opinión pública.5

En La invención de una legitimidad, el historiador argentino argumenta que, entre 1810 y 1836, el régimen discursivo de la opinión pública en América Latina estuvo definido por un estilo forense en el que surge lo que denomina un “concepto jurídico de la opinión pública”. Al igual que Loaiza, identifica un primer momento en el que la opinión pública estuvo controlada por publicistas individuales que gestionaban la opinión dentro de límites bien definidos, en los que la verdad última estaba contenida en las leyes fundamentales que debían respetarse.6 Un segundo momento sería, según Palti, el que corresponde a la expansión del disenso que se toma la arena pública como consecuencia de la emergencia de facciones que transforman la verdad hasta ese momento trascendente, en un hecho subjetivo y expuesto a debate. Coincidiendo con la tesis de Palti, Loaiza opina que la producción del publicista mexicano José María Luis Mora ejemplifica este momento aporético en el que se buscó contrarrestar el lenguaje de las pasiones individuales, con el lenguaje de la razón. Así, identifica dos retóricas enfrentadas: por un lado, la que denomina como “dispositivo del orden” que coincide con la razón ilustrada, y la que denomina “facciosa” que habría dado voz a las rivalidades políticas. Este enfrentamiento —que a la vez que constituye la razón de la libertad de opinión como la fuerza que amenaza la misma existencia de la república— habría ampliado el campo de acción de los lenguajes políticos produciendo lo que Loaiza llama una “retórica popular”.7

Ahora bien, el concepto de opinión pública que aparece en el mundo hispánico revolucionario, tal como lo maneja Palti, y que Loaiza parece también suscribir, cimenta sus raíces en las aspiraciones retóricas del mundo clásico; en el Antiguo Régimen, estas formas retóricas habrían adoptado características de la Ilustración, para explotar finalmente en un ambiente republicano que no soportó las prerrogativas de la unanimidad o la obligatoriedad del consenso. Resulta entonces sugerente hacer una valoración del precedente ilustrado y de la idea de opinión política en las primeras décadas del siglo XIX. En particular, nos parece importante ese tránsito del discurso político de la prevalencia de la opinión del personal letrado, al dominio de una multiplicidad de opiniones.

Antecedentes ilustrados

Al partir del despotismo ilustrado español, como clave para descifrar las concepciones de una sociedad cuya fe en el progreso y en el pensamiento racional no fueron suficientes para trascender la organización estamental, el autor intenta reconstruir el contexto social y político desde el cual unas élites, acostumbradas a desplazarse entre sus asuntos particulares y el interés público, se concibieron como las únicas con la legitimidad suficiente para deliberar sobre el interés público. Como ha demostrado Elías Palti, este modelo de opinión pública que denomina “forense”, está muy influenciado por la práctica de la retórica clásica y sus enseñanzas sobre los presupuestos esenciales de la contextualización de los discursos, la confrontación entre argumentos válidos según la disciplina o la utilización de entimemas e indicios para lograr la persuasión.8 En la actualidad, los historiadores de lo político han mostrado la importancia de la retórica clásica en el estudio de la acción política. John Pocock, al analizar la retórica que fue practicada por los humanistas del Renacimiento, sostiene que:

Era una inteligencia emergente en la acción y en la sociedad y presuponía siempre la presencia de otros hombres a los que el propio intelecto pudiera dirigirse. Política por naturaleza, la retórica se encontraba invariable y necesariamente inmersa en situaciones particulares, en decisiones particulares y en relaciones particulares”.9

Valorar las enseñanzas de Aristóteles y de Pocock fue el propósito que se trazó Palti para enfatizar la necesidad de contextualizar los discursos. Para este autor, la opinión pública está asociada a la retórica en la medida que remite “al tema de la naturaleza, el sentido y el lugar de la deliberación pública en la formación de un sistema republicano de gobierno”.10 Establece, igualmente, que la opinión pública, en tanto concepto jurídico de orígenes subjetivos, es decir, voluntariamente asumidos, no permite la discusión de los valores y normas fundamentales de la comunidad.11 Es así que los principios sobre los que se asienta la idea de opinión pública, todavía anclada a sus raíces ilustradas, soportan sobre principios políticos trascedentes la existencia de la comunidad. Pese a la diferencia de escuelas, tanto Pocock como Palti coinciden en resaltar el carácter particular, contingente y temporal de los conceptos. Pocock admite que el historiador debe conocer el vocabulario y los conceptos de los que dispone una sociedad para comprender su régimen político tanto en su particularidad como en sus implicaciones y limitaciones. También propone “analizar cómo operaban en la práctica y examinar los procesos a través de los cuales esos sistemas conceptuales, sus usos e implicaciones, fueron cambiando en el tiempo”.12

Se entiende entonces que Loaiza sitúe su reflexión en el campo de estudio en el que estos dos historiadores han realizado sus aportes. Sin embargo, un autor que resulta relevante para la lectura de este volumen es Francois-Xavier Guerra, cuya obra ha inspirado a la corriente actual de la nueva historia política hispanoamericana, en particular a Elias Palti.

Francois-Xavier Guerra insiste en la importancia de poner en relación dos fenómenos para entender la emergencia de la opinión pública: la “proliferación de los impresos” y la “expansión de nuevas formas de sociabilidad”. Para este autor, en el Antiguo Régimen las publicaciones eran atributos de control empleados por las autoridades monárquicas, una situación que cambiaría a partir del bienio de 1808 a 1810. En ese período, fenómenos como la ausencia de censura, que tomó fuerza desde la crisis monárquica, transformaron el concepto de la opinión pública. Establece este autor que en los primeros escritos revolucionarios tres propósitos fueron explícitos: legitimar la resistencia al invasor galo, constituir los nuevos poderes (las juntas) y, finalmente, servir como medio de difusión de manifestaciones de patriotismo.13 Pero las mutaciones que empezaron como expresiones de control de la opinión por parte de las autoridades, se convirtieron en el triunfo de la opinión del cuerpo político que estuvo acompañado de una mayor demanda de información. La prensa se erigió en la fuente para la diversidad de opiniones y de referentes políticos,14 así como en una apuesta por una pedagogía política que fue introduciendo de forma “subrepticia” y mediante deslizamientos de sentido hacia significados modernos, términos considerados tabú. De esta manera, la prensa utilizó la historia como instrumento pedagógico para legitimar los nuevos principios, explicar las circunstancias de ese presente revolucionario y proyectar el futuro.15

Una vez sentado el precedente ilustrado en la emergencia de la opinión pública moderna, la historiografía ha identificado varias tensiones como, por ejemplo, la contraposición entre el tribunal de censura, que funcionaba con gran eficacia en el siglo XVIII, y el tribunal de la opinión pública como expresión de las reglas dictadas por la razón; la independencia del hombre de letras frente al poder político, lo que facilitó su labor crítica; la distancia que se produjo entre la irracionalidad del elemento popular, “dominado por el prejuicio, la fuerza irracional de las pasiones y la ignorancia”, y el interés por lo público liderado por un selecto grupo de intelectuales que sirvió de mediador entre el Estado y el pueblo y se erigió en árbitro del interés público.16

El concepto de república

Cualquier reflexión sobre la emergencia de la república y de la opinión pública republicana se inscribe en un campo de estudio que, a nivel internacional, ha producido importantes derroteros teóricos que han tenido un impacto importante en la historiografía hispanoamericana y colombiana en particular. Si partimos de los atributos de la república señalados por Pocock,17 debemos coincidir en que buena parte de nuestra historiografía ha formulado estos referentes para estudiar a la república o, por lo menos, para entenderla en una periodicidad que confirma su carácter problemático.18 Varios historiadores colombianos, estudiando las publicaciones periódicas y los textos constitucionales han identificado como “república”, democracia o sistema de representación política, entre otros apelativos, al tipo de régimen que se instauró a comienzos de siglo XIX.19

Para Gilberto Loaiza este concepto también ha resultado fundamental en su obra, pues defiende la tesis de que a comienzos del siglo XIX coinciden las aspiraciones por mantener una hegemonía religiosa católica, un proyecto de democracia representativa y el predominio de la cultura letrada en el espacio público. En una gran parte de su producción historiográfica establece que dicho predominio se extendió hasta bien entrado el siglo XIX. En este punto, no sobra citar la réplica de Aristides Ramos a la historiografía por su excesivo énfasis en el criollismo ilustrado dispuesto a defender sus lugares de privilegio. De su reflexión, aunque detenida en el período colonial, se desprende que los criollos no desarrollaron discursos y prácticas políticas de oposición al imperio español; antes bien, trataron de conservar intactas sus aspiraciones burocráticas y, en esa medida, defendieron siempre su condición de “españoles americanos” y no de “criollos”, como solían identificarlos los peninsulares. Dice Ramos: “esta condición particular de los criollos en América fue lo que les restó inventiva en sus procesos de afirmación política, por el profundo “iberocentrismo” en que enmarcaron sus acciones”.20 Margarita Garrido, por su parte, entiende que las contiendas por el sentido en una república son permanentes, ellas hacen parte de un marco discursivo común, hegemónico y en constante recomposición. Admite también la autora, la importancia de los momentos de crisis para que ese marco discursivo termine dislocándose, de ahí que se produzcan cambios de significado, combinaciones de lenguajes y experiencias. En las repúblicas decimonónicas, las combinaciones de lenguaje enunciadas por la autora fueron: privilegios y derechos; cabildos abiertos y soberanía popular; Dios, rey y pueblo; pueblo y ejército; honor, vecindad y ciudadanía; justicia, igualdad y clasificaciones sociales.21

En este volumen, Loaiza se integra a este debate en el contexto de la historiografía colombiana, aunque no presenta discusiones explícitas que le ayuden al lector a establecer los contornos de sus divergencias y convergencias con las obras y autores pertinentes. De allí que la lectura del libro deje interrogantes como el carácter del faccionalismo que en este libro resulta central porque se define como el detonante de la transformación en el concepto de opinión pública. Loaiza enfatiza en el tránsito de una retórica centrada en la palabra de los hombres de letras a una retórica facciosa que atestigua las rivalidades políticas. También explica los esfuerzos de cada gobierno de turno por asegurar el orden. Pero en este período, el faccionalismo presenta fracturas profundas que combaten en una u otra orilla por la primacía de la constitución o por el lugar de la guerra en la definición de la república. En el caso de la Nueva Granada, la oposición entre bolivarianos y santanderistas o entre santanderistas y ministeriales después, remite a una realidad más compleja que es necesario estudiar. Queda la pregunta de cómo funciona esta complejidad en relación a Hispanoamérica en general en un marco comparativo como el que despliega este libro.

En su conjunto, el esfuerzo de análisis que ofrece este volumen deja planteadas una serie de rutas de reflexión que, presentadas en el marco de una lectura comparativa a nivel de los procesos hispanoamericanos de la primera parte del siglo XIX, aportan indicios importantes para expandir la reflexión tanto teórica como metodológica en el campo de la nueva historia de los lenguajes políticos. Con seguridad, sus reflexiones alimentarán el debate en el ámbito historiográfico nacional, pero también, en tanto compilan una serie de ideas y conclusiones que el autor ha publicado ya en diferentes artículos, constituye una herramienta útil en la docencia universitaria.

María Eugenia Chaves Maldonado

Profesora titular en dedicación exclusiva del

Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias

Humanas y Económicas de la Universidad Nacional

de Colombia, Sede Medellín

Ph.D. en Historia

Marta Cecilia Ospina Echeverri

Profesora titular del Departamento de Historia de

la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la

Universidad de Antioquia

Dra. en Historia

1. Su lectura, en este punto, parece cercana a la discusión ya clásica de Benedict Anderson sobre las condiciones bajo las cuales la nación pudo ser imaginada en el tránsito del siglo XVIII al XIX; es interesante constatar que otro de los intereses del autor en este campo ha sido justamente, reconocer la importancia de la novela como una condición que permite la emergencia de la nación. Véase Gilberto Loaiza, “La nación en novelas (Ensayo histórico sobre las novelas Manuela y María. Colombia, segunda mitad del siglo XIX)” en La nación imaginada. Ensayos sobre los proyectos de nación en Colombia y América Latina en el siglo XIX, comp. Humberto Quiceno (Cali: Universidad del Valle, 2015), 131-175.

2. Gilberto Loaiza Cano, El lenguaje político de la república. Aproximación a una historia comparada de la prensa y la opinión pública en la América española, 1767-1830 (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2020), 200.

3. Loaiza, El lenguaje político de la república, 198.

4. Véase, entre otros, Noemi Goldman, ed., Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850 (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2008); Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionario político y social del mundo iberoamericano, 11 vols. (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009 y 2014); Francisco Ortega y Alexander Chaparro, eds., Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales-CES, University of Helsinki, 2012); Gilberto Loaiza, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Colombia, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011).

5. Cfr. Elías Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (Un estudio sobre las formas del discurso político) (México: Fondo de Cultura Económica, 2005) y Elías Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2007). Palti ha retomado su reflexión en el tercer capítulo de su último libro, véase Elías Palti, Una Arqueología de lo político. Regímenes de poder desde el siglo XVII (México: Fondo de Cultura Económica, 2018).

6. Palti estudia en este sentido a Fernández de Lizardi como el ejemplo de este publicista individual en México; Loaiza opina que en la Nueva Granada fue Antonio Nariño.

7. Ver sobre esta idea: Gilberto Loaiza, Poder Letrado. Ensayos sobre historia intelectual de Colombia. Siglos XIX y XX (Cali: Universidad del Valle, 2014), 65-70.

8. Aristóteles, Retórica, traducción y notas de Alberto Bernabé (Madrid: Alianza, 2007), 194-195.

9. John Pocock, El momento maquiavélico (Madrid: Tecnos, 2008), 147.

10. Palti, La invención de una legitimidad, 51.

11. Palti. La invención de una legitimidad, 56.

12. Pocock, El momento maquiavélico, 146.

13. François-Xavier Guerra, “Voces del pueblo. Redes de comunicación y orígenes de la opinión en el mundo hispano (1808-1814)”, en Figuras de la modernidad: Hispanoamérica, siglo XIX-XX, François-Xavier Guerra (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2012), 158.

14. Guerra, “Voces del pueblo”, 162.

15. François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias (México: Fondo de Cultura Económica, 1997), 228, 236.

16. Ana Cristina Araújo, “Opinión pública. Portugal”, en Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850, dir. Javier Fernández Sebastián (Madrid: Fundación Carolina, 2009), 1092. Algo similar argumenta Rosanvallon en su estudio sobre la Revolución Francesa. Pero en este caso, lo que se concibe como opinión pública debe ser tomado como una fuerza de presión sobre el gobierno. Ver: Pierre Rosanvallon, La democracia inconclusa. Historia de la soberanía del pueblo en Francia (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2006), 318.

17. Estas características serían: a) su carácter temporal, que la distingue de un sistema o una ideología, y que la hacen dependiente de las circunstancias que la condenan a la inestabilidad; b) su particularidad en establecer la elegibilidad periódica del gobernante y la división y especialización de poderes, lo que la diferencia de otros regímenes; c) su apuesta por la separación entre lo político y el orden natural y d) la reafirmación de la soberanía y, por ende, de su autonomía. Pocock, El momento maquiavélico, 141, 142.

18. Valga citar a algunos historiadores que han abordado la república neogranadina de comienzos del siglo XIX. Jorge Conde Calderón, Buscando la nación: Ciudadanía, clase y tensión social en el Caribe colombiano, 1821-1855 (Medellín: La Carreta histórica, 2009); Franz Henzel, “La República y sus formas: la República apostólica, católica y romana de principios de siglo (1821-1862)”, en El Nuevo Reino de Granada y sus provincias: Crisis de la Independencia y experiencias republicanas, eds. Aristides Ramos, Óscar Saldarriaga y Radamiro Gaviria (Bogotá: Universidad del Rosario, 2009), 206-230; Hans-Joachim König, En el camino de la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada, 1750-1856 (Bogotá: Banco de la República, 1994); Annick Lempérière, “De la república corporativa a la nación moderna”, en Inventando la nación, coords. François-Xavier Guerra y Antonio Annino (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 316-346; Annick Lempérière, Entre Dios y el Rey: la república (México: Fondo de Cultura Económica, 2013); Georges Lomné, “De la ‘República’ y otras repúblicas: la regeneración de un concepto”, en Diccionario político y social del mundo iberoamericano, dir. Javier Fernández Sebastián (Madrid: Iberconceptos, 2009), 1253-1269.

19. En este punto es necesario mencionar la discusión que propone Isidro Vanegas frente a las apreciaciones que los neogranadinos tenían sobre las formas de gobierno, incluida la república, y sobre el régimen que se impuso. Pues, si bien antes de 1808 estas fueron expuestas en los periódicos de la época para ilustrar sobre sus diferencias, después de la crisis monárquica, como lo expresa el autor, lo que se registra es el triunfo de una “democracia representativa”. Ver Isidro Vanegas, La revolución neogranadina (Bogotá: Plural editores, 2013), 221-224.

20. Aristides Ramos Peñuela, “Criollos: configuración de una mentalidad”, en El Nuevo Reino de Granada y sus provincias: crisis de independencia y experiencias republicanas, eds. Aristides Ramos et al. (Bogotá: Universidad del Rosario, 2009), 19. Ver también, Oscar Almario, “Los negros en la independencia de la Nueva Granada”, en Indios, negros y mestizos en la independencia, ed. Heraclio Bonilla (Bogotá: Planeta, 2010), 23.

21. Margarita Garrido, “Nueva Granada entre el orden colonial y el republicano”, en Las independencias hispanoamericanas: Interpretaciones 200 años después, coord. Marco Palacios (Bogotá: Norma, 2009), 94. Una tesis similar, relacionada con derechos y privilegios, fue expuesta por Beatriz Rojas en su investigación sobre la Nueva España. Ver: Beatriz Rojas, Cuerpo político y pluralidad de derechos (México: Instituto Mora, 2007), 16-17.