Marginales y marginados

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Marginales y marginados
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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

editorialedicionesuc@uc.cl

www.ediciones.uc.cl

MARGINALES Y MARGINADOS

Ensayo autobiográfico

Gastón Soublette A.


© Inscripción Nº 2021-A-64

Derechos reservados

Agosto 2021

ISBN Nº 978-956-14-2860-7

ISBN digital Nº 78-956-14-2861-4

Diseño: Francisca Galilea R.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

info@ebookspatagonia.com

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Soublette, Gastón, autor.

Marginales y marginados: ensayo autobiográfico / Gastón Soublette.

1. Soublette, Gastón.

2. Musicólogos – Chile – Biografías.

3. Autores chilenos – Biografías.

I. t.

2021 780.983+DDC23 RDA

Fotos de archivo familiar Soublette-De Saint Luc cedidas al documental El lugar al que llego (2022).

Fotos cedidas por el documental El lugar al que llego (2022).


ÍNDICE

Introducción

Lanza del Vasto

Música medieval

El cordero de Dios

El CEJA. Peregrino de la ruta 5 Norte

El lugar donde llego

El detenido desaparecido de Las Chilcas

Mi maestra Violeta Parra

París, Mayo del 68

La madre pobladora de Valparaíso

El brindis

Charlie, el héroe de mi infancia

Poder Popular e indigenismo en la UC

La Estrella de Chile

Nguillatún en Lagunillas

La toma del Instituto de Filosofía

Mi entrada al país mapuche

Pehuenches de Chile y Argentina

La huelga de hambre

El asalto

Rostro de hombre


INTRODUCCIÓN

Hay hombres cuya estructura mental no encaja en la racionalidad que rige el orden imperante. Son seres hechos para otro orden, para otra verdad, que viven en un desajuste con la realidad. Tales son los marginales.

Cabe hacer una distinción, eso sí, entre marginales y marginados. Los primeros lo son por estructura y vocación, y los segundos por la fuerza de las circunstancias. Casi un tercio de la población mundial vive hoy en diferentes niveles de marginación forzada, y entre esa gente no son pocos los que habitan en grandes basurales.

Entre los marginales verdaderos hay también los que ignoran la causa de su malestar, y los que la han hecho consciente. Pero sean de una u otra categoría, todos los marginales apuntan consciente o inconscientemente a un orden distinto de aquel en que les tocó nacer.

Durante mi larga existencia he buscado afanosamente un mundo, “otro”, donde pueda sentirme en armonía con mi entorno y en paz conmigo mismo, con la desventaja de tener que buscarlo siempre en medio de lo que es este mundo en el que nací, como un ser extraño a él.

En eso está dicho todo, todo el contenido de este libro, es decir, mi incompatibilidad con el modelo de sociedad en que se basa el sistema dominante; esta civilización industrial, este constructo puramente económico y tecnológico en que ha venido a parar el mundo, todo lo cual constituye para mí una herida abierta que nada ha podido cerrar. Gran parte de mi trabajo como escritor está referido, directa o indirectamente, a ese tema.

El texto que ofrezco a continuación es autobiográfico, pero no es como lo sería un relato completo de los hechos de mi vida ordenados cronológicamente. Es una secuencia de fragmentos de mi experiencia del vivir, escogidos especialmente porque son un reflejo del mundo de los marginales, ya sea que estos hayan vivido su experiencia como un desastre o como un logro exitoso. Las reflexiones que acompañan la narración le dan al texto el carácter de un ensayo, de ahí el subtítulo de esta obra.

Todo marginal tiene una versión personal de la verdad, esto es, del deber ser, de lo que debiera hacerse para que las cosas fueran mejor o distintas de lo que son. El caso extremo fue el de un humilde carpintero de la ciudad de Nazaret, quien se transformó en un predicador popular que —a poco andar— empezó a ser seguido por grandes multitudes, porque era un buen sanador de enfermedades y otras anomalías corporales como la ceguera, la sordera, la parálisis, y hasta, se dice, que resucitaba muertos. Este hombre, que desde su infancia dio muestras de no encajar en el mundo que lo vio nacer, confidenció a sus amigos más íntimos que él no solo conocía la verdad, sino que él era la verdad…

Sus temas predilectos eran el amor y la justicia, por eso a lo largo de su existencia se mantuvo a prudente distancia de los poderosos y eminentes; y, como en su trato con los demás no rechazaba a los ladrones ni a las prostitutas, ni a los mafiosos cobradores de impuestos, leprosos, paralíticos y ciegos, se ganó la fama de ser un malhechor, por lo que, al cabo de tres años de actividad pública, fue detenido y acusado de múltiples delitos de los que, ciertamente, era inocente.

El gobernador de la zona en que predicaba lo hizo comparecer para interrogarlo, porque había oído que este sujeto pretendía ser el rey de su pueblo. En el interrogatorio le preguntó si, efectivamente, él era el rey, a lo que respondió: “Tú lo has dicho, yo para eso he nacido, para dar testimonio de la verdad”. El gobernador le preguntó enseguida: “¿Qué es la verdad?”. Pero él no le respondió con palabras, sino con su sola presencia, con la que le dijo sin decirlo: “La verdad es que los hombres sean como yo soy”.

Lo que resulta increíble de esta historia es que la versión de la verdad, dada por este hombre sin palabras, se difundió por el mundo y tuvo el poder de cambiar el paradigma cultural de esa época. Pero antes de que eso ocurriera, sus enemigos —que eran muchos y muy bien posicionados en puestos de poder— lograron que el gobernador autorizara su ejecución, la que según la legislación penal de ese entonces debía efectuarse por crucifixión. Murió clavado en un madero como un maldito, junto a dos malhechores.

La historia pudo terminar ahí, pero para sorpresa de sus enemigos, sus seguidores comenzaron a difundir la noticia de que el occiso —después de ser sepultado— abandonó el sepulcro y comenzó a aparecerse a varios de ellos, instantes en los que algunos decían haber recibido enseñanzas y mandamientos. El caso más notable de estos fue el de un tal Pablo de Tarso, quien hasta entonces había sido uno de sus peores enemigos, después de lo cual devino en seguidor y apóstol.

Este apóstol fundó muchas comunidades en torno a las enseñanzas que dijo haber recibido directamente del resucitado. En ellas reinaba el amor y la justicia, y todo se compartía fraternalmente, de lo que resultaba un contraste absoluto con la racionalidad del régimen imperante en el mundo de entonces, en el que regía la ley del más fuerte y la vida humana no valía nada.

A los que miraban desde afuera el proceso espiritual de este cambio —tan radical en los usos y costumbres de estas agrupaciones— no se les hubiese ocurrido jamás que el proceso terminaría abarcando todos los territorios del imperio que entonces dominaba Europa y el Medio Oriente, y que ese cambio pondría término a toda una civilización para inaugurar un nuevo orden social.

Ahora bien, si todo marginal tiene una versión personal de la verdad, es decir, del deber ser, este humilde carpintero es el único que se ha atrevido a identificar la verdad con su persona, con lo cual la sacó del ámbito del conocimiento, definiéndola en términos de calidad humana según el modelo que él nos ofreció en sí mismo.

 

Por lo general, los marginales rechazan el orden establecido como modelo de organización social, porque —según ellos— este ejerce una presión que violenta a nuestra naturaleza y tuerce el destino de la criatura humana.

Cierto es, por otra parte, que no todo el que tiene una versión del orden diferente de aquella en que está inserto es realmente marginal. En ese sentido la historia está llena de reformadores de muy diverso pelaje, que parecen querer cambiarlo todo sin estar consciente que sus transformaciones se sustentan en la misma matriz de civilización que sirve de base al orden que desean abolir.

Es lo que ha ocurrido con los socialismos reales, sobre todo en los casos en que el régimen es asumido por un país que puede ser calificado de gran potencia. Pues cabe hacer notar que en el mundo hay y ha habido grandes potencias capitalistas y socialistas, cuyas diferencias se reducen a poco o nada ante el solo hecho de que sean grandes potencias. En ellas, con uno u otro color político, la explotación del hombre continúa igual, como también la explotación de los recursos naturales, pues son por sobre todo sociedades dominadoras que operan como tales, dentro y fuera de sus fronteras.

Es preciso dejar en claro esto para que se entienda que la verdadera marginalidad, consciente o inconscientemente, apunta siempre hacia un cambio de paradigma cultural. El caso extremo de eso es lo que el carpintero de Nazaret llamaba el Reino de Dios, el cual se fundamenta no solo en un conjunto de nuevas verdades trascendentes acerca del destino y el comportamiento humano, sino en un cambio cualitativo capaz de transformar al hombre en una nueva creatura.

En el mundo actual han proliferado los marginales en el buen sentido de la palabra. Lo digo así porque hace medio siglo hubo falsos marginales como los del movimiento hippie. Lo de falso que tenía su marginalidad era porque sus opciones de vida se presentaban como diferentes al sistema reinante —pero en apariencia— pues estaban referidas solo a la transgresión de los límites que esta civilización impone a los individuos en su conducta personal. De ahí los cambios de vestimenta, en la apariencia física, en los estímulos psíquicos logrados mediante drogas, en la libertad sexual, la música y la poesía practicadas como euforizantes, los textos subversivos de inspiración anárquica y el abandono del cuidado personal en lo que se refiere al aseo.

El itinerario anual de los hippies en sus peregrinaciones, cuya meta final era el nacimiento del río Ganges en India, tenía varios puntos de encuentro masivo y relevo, uno de los cuales era París. El lugar preciso de reunión de los llegados de diversos países, era la plaza pública que hay en el extremo de la Isla de la Cité, en el río Sena, llamada Vert-Galant. A ella, concurrí varias veces a presenciar el fenómeno del encuentro multitudinario del hippismo internacional, con la intención de conversar con estos peregrinos. En realidad, logré más de una vez dialogar con algunos y, a veces, con grupos de unos tres o cuatro. Algunos de ellos me dijeron que practicaban la meditación y que seguían las enseñanzas de Lao Tse, cuyo libro de Tao leían asiduamente. Esto podía ser real en los hechos, pero frente a estos seres mi intuición me decía que de taoístas no parecían tener traza alguna. Hediondos y poco aseados, descuidados en sus tenidas, desparramados en sus posturas y actitudes, algo cínicos en su manera de pensar.

Uno de ellos, de nacionalidad estadounidense, era hijo de un rico empresario, y su padre le financiaba el viaje. Le hice notar que una revolución que procura crear hombres libres de la dependencia del sistema, no debe descansar en la seguridad que le ofrece el dinero del mismo, a lo que él respondió que su padre estaba cumpliendo un deber con él. “¿Cuál deber?”, le pregunté. Y su respuesta fue: “Yo no le pedí a mi padre ni a mi madre venir a este mundo, ellos me trajeron. Por lo tanto, son los responsables de que esté aquí parado y tienen que hacerse cargo de esa responsabilidad”.

LANZA DEL VASTO

Una combinación de rechazo radical del orden establecido, pero que se da sin odio ni rabia y con sentido de responsabilidad frente a un nuevo mundo violento e injusto, se daba a la perfección en el maestro Lanza del Vasto, discípulo de Mahatma Gandhi.

Entre los marginales extremos brilla como una estrella. Era el modelo del hombre pleno que no necesita agregar nada para ser quien es en su real identidad. Había hecho voto de pobreza, no para mortificarse y ganar méritos privándose de la posesión de bienes que todos desean tener, sino que su pobreza era una liberación de la dependencia que sufre la psique humana con respecto a todas las cosas que agregamos a nuestro ser, como si fueran necesarias para ser quienes somos.

Antes de conocerlo había leído tres libros suyos que me produjeron una honda impresión: Principios y preceptos para el retorno a la evidencia, Comentario del Evangelio y Peregrinación a las Fuentes. Dos de ellos eran relatos de un peregrino. El primero era de carácter reflexivo, y la narración se subentendía por las reflexiones que contenía acerca de las situaciones a que se ve enfrentado un caminante que se complace en llamarse vagabundo. El tercero era relato puro de su viaje a la India y su encuentro con el Mahatma Gandhi y otros maestros espirituales, entre ellos el gran yogui Swami Sivananda, quien lo inició en el yoga y la meditación.

Visitó Chile en el año 1958 y dictó conferencias patrocinadas por el Instituto Chileno Italiano de Cultura.

La primera conferencia tenía por título Los milagros de Gandhi. Ese título era equívoco, pues no se trataba —como lo supusieron algunos— de que el Mahatma Gandhi hubiese hecho milagros en el sentido que lo son esos actos extraordinarios que revelan en quienes los realizan poderes paranormales, para curar dolencias o transformar la realidad de un modo inexplicable conforme a las leyes naturales. Lo que él llamaba milagros eran hechos concretos capaces de conmover al mundo entero por su trascendencia social, fruto del carisma personal de un hombre de gran espíritu y virtud. Entre esos milagros estaba la independencia de la India del dominio británico, lograda mediante una campaña no violenta de desobediencia civil y deserción, basada en la sola fuerza de la verdad, con respeto del adversario, sin agresividad ni odio, ni atentados contra la vida ni la propiedad de nadie.

Otro de los milagros era el hecho de haber evitado una guerra civil entre hindúes y musulmanes, lo cual hizo mediante un ayuno penitencial sujeto a la condición de ser mortal si el conflicto no llegaba a una solución pacífica.

En esa conferencia, Lanza del Vasto se presentó ante su público vestido con un traje formado por tres piezas, una especie de chaqueta o casulla corta sin botones, una camisa blanca de cuello ancho y un pantalón amplio, ambos tejidos a telar. De su cuello colgaba una cruz pequeña de madera y calzaba unas sandalias artesanales. Para andar por las calles ponía sobre sus hombros una capa o manto de lana blanca, con el cual cubría su cuerpo hasta más abajo de la cintura.

Era un hombre alto, de porte majestuoso e imponente, de una rara distinción que me atrevo a calificar de aristocrática. Más que un príncipe, un emperador.

En esa oportunidad, nos habló también de la comunidad que había fundado en un campo al sur de Francia y explicó que su atuendo era el hábito que todos sus miembros llevaban. Dijo que la comunidad se llamaba El Arca, y que su organización seguía el modelo laboral fundado por su maestro, el Mahatma Gandhi, que procuraba independizarse completamente del tipo de sociedad creado por la civilización imperante en el mundo. De modo que lo que se comía era lo que sus miembros cultivaban en su tierra, y lo que vestían era lo que ellos hilaban y tejían. Lo mismo dijo respecto de sus viviendas, diseñadas y construidas por los mismos compagnons.

Mi padre, que era muy aficionado a la historia, cuando lo vio me dijo de inmediato que este sujeto era un hombre de la alta nobleza europea y que sería interesante saber quiénes fueron sus antepasados. El anuncio periodístico de sus conferencias decía que descendía de una noble familia siciliana, y que entre sus parientes lejanos figuraba ese famoso doctor de la Iglesia llamado Tomás de Aquino.

Más tarde cuando logré conversar con él en la intimidad, le pregunté de quién descendía, de qué familia siciliana eran sus ancestros, a lo cual respondió que descendía del fundador de la mafia siciliana.

Al ver la expresión de estupor con que recibí su respuesta, sonrió y me dijo que yo ignoraba quién era esa persona, la cual estaba lejos de ser ese tal Corleone, miembro tardío de esa cofradía de malhechores. Entonces me aclaró que la mafia siciliana fue fundada por un emperador germánico de la dinastía de los Hohenstaufen en el siglo XIII, porque los soberanos de ese linaje imperial se pelearon con el Papa por los nombramientos de los obispos que los emperadores alemanes sostenían debían ser designados por ellos, no por el Papa. Y como esta querella tenía un evidente trasfondo político, se fue enconando hasta transformarse en un conflicto frontal entre el imperio y el papado, razón por la cual uno de esos emperadores —Federico II, quien además era rey de Sicilia—, formó un ejército para dominar Italia y sitiar Roma avanzando desde el sur y conquistando gradualmente ciudades y campos.

El Papa lo excomulgó, como había hecho con otros antecesores, y como tan grave sanción inhabilitaba a los soberanos para seguir reinando —y sus colaboradores y servidores le retiraban su adhesión—, este Federico II Hohenstaufen solo pudo conservar su reino de Sicilia. Al no poder contar con la lealtad de su gente, pactó con los islámicos y formó un temible ejército de moros dispuestos a todo. Como el papado de esos tiempos no era un modelo de moral cristiana, este conflicto dividió a la población de Italia en los así llamados güelfos y gibelinos, es decir, partidarios del Papa y del emperador Federico, respectivamente. Por eso, este pudo enrolar en sus huestes a muchos hombres de armas italianos quienes, dada la corrupción que el conflicto generó en la sociedad, fueron mercenarios tan temibles y eficientes como los famosos landkechts alemanes. Esos guerreros, por cuyas venas corría aún la sangre de las legiones romanas, fueron conocidos por el apelativo de condottieri. Expertos en las artes bélicas, capaces de ponerse al servicio de cualquier causa con tal que la paga fuera lo suficientemente beneficiosa según sus expectativas, esos son los antepasados de la mafia cuyo centro de operaciones más célebre siempre ha sido Sicilia.

Lanza del Vasto me dijo que ese emperador alemán era su abuelo, lo cual era notorio por su imponente porte. Su apellido, que es el de una noble familia de Sicilia, era el que llevaba una dama del siglo XIII que fue amante del emperador, y de quien tuvo un hijo que fue legitimado in articulo mortis con el título de príncipe. De modo que el verdadero apellido de este sabio peregrino era Hohenstaufen. Pero él se lo cambió, tomando el de la dama Lanza del Vasto, de Sicilia. Y lo hizo, según su propia confesión, porque ese tal Federico II era uno de los más grandes bandidos de la historia de Europa, a quien el propio Adolf Hitler consideraba el primer nazi de la historia.

Y curiosamente los nazis, al saber de la existencia de este hombre descendiente del emperador Federico II, lo invitaron a Alemania y fue recibido por altos miembros de la Wehrmacht (fuerzas armadas), todos vástagos de la aristocracia militar de ese país, con el objeto de convencerlo de sumarse a la causa de la Alemania nacional socialista. Entiendo que él concurrió a esa invitación más por curiosidad, porque ya había decidido sumarse a la causa de la liberación de la India, por el mensaje del Mahatma Gandhi.

Fue entonces que Lanza del Vasto decidió transformarse en un peregrino, y su primera hazaña como tal fue irse a la India a pie desde París, sin dinero, con un morral y un báculo, a la buena de Dios. Descendió hacia el sur, pasó por el norte de Italia a Croacia, de ahí a Turquía, y por el poniente entró en la India, por el territorio que corresponde al antiguo principado de Kutch. Me contó que en alguna parte había una guerra y él pasó por lugares en que se combatía hasta con artillería y tanques.

En los países islámicos fue bien recibido y albergado, entre otras razones, porque ahí se practica mucho la virtud de la hospitalidad. Además, cuando le preguntaban por qué se atrevía a peregrinar desprovisto de todo recurso material, él respondía, “Alá provee”, y esa respuesta los dejaba contentos y suscitaba admiración.

 

En la India fue recibido por el Mahatma Gandhi, de quien recibió grandes enseñanzas del ámbito de la espiritualidad, la sabiduría y la forma de vivir en comunidades autónomas que procuraban independizarse de ese modelo de civilización. Aunque no permaneció solamente en la comunidad gandhiana, porque el plan de viaje que se había propuesto realizar terminaba en el nacimiento del río Ganges.

Entre las enseñanzas que recibió de Gandhi hubo una que no olvidaría: le dijo al Mahatma que cuando volviera a Europa iba a fundar una comunidad semejante a la suya, a lo que este le respondió: “¿Acaso has sido llamado para hacerlo? Si esa decisión solo viene de ti, sin que te hayas preguntado antes si es o no la voluntad de Dios, tu obra no podrá llevarse a cabo”. Respuesta que lo confundió y avergonzó.

De vuelta en Europa, Lanza del Vasto se dio a conocer rápidamente por haberle pedido ayuda espiritual a Gandhi. Entonces oró y pidió a Dios que esta afluencia tan numerosa de gente hacia él fuese el signo favorable para realizar su proyecto de fundar una comunidad laboral con fundamento espiritual basado en el modelo del ashram de Gandhi. En esa época se dedicó también a dictar conferencias sobre sus temas favoritos, que empezaban con una fuerte crítica al modelo de civilización vigente y a la necesidad de comenzar a vivir según otros patrones de pensamiento y de conducta.

Otra de las enseñanzas que recibió de Gandhi se refiere al cultivo personal, lo que después él llamó un “voto de purificación”, el cual consistía en fundamentar la vida personal en tres principios: el conocimiento de sí mismo, el dominio de sí mismo y el don de sí mismo a los demás.

En lo que se refiere a la no violencia y la fuerza de la verdad, la enseñanza gandhiana recomendaba —partiendo de la base de que se vive en un mundo violento e injusto— contribuir a solucionar los conflictos que crean la violencia y la iniquidad, en el supuesto de que el explotador no es un enemigo, sino un hermano que se equivoca y que el deber de todo hombre que busca la verdad es enfrentarlo mediante diversas formas de resistencia pacífica para despertar su conciencia, de manera que dé un vuelco y rectifique sus actos. Esas formas de lucha eran la persuasión, la no cooperación, la desobediencia civil, a lo que se sumaba el coraje para asumir y soportar estoicamente los actos de la represión y los encarcelamientos.

Desde el primer día que llegó y dio su conferencia en el Instituto Chileno Italiano de Cultura, tomé contacto con él abordándolo directamente, mientras él respondía preguntas de la concurrencia. Me atreví a preguntarle si era inaccesible o sería posible conversar con él. De inmediato, me dijo que podía ser esa misma noche en su habitación del Hotel Crillón, donde se alojaba.

En ese primer encuentro le dije que necesitaba un maestro porque hacía varios años que practicaba la meditación, según los métodos enseñados por los swamis hindúes que se habían dado a conocer en Europa y América. Me respondió que, si había otros en la misma situación, podría juntarse con nosotros en esa habitación temprano en la mañana del día siguiente. Concurrimos a la reunión, aparte de mí, un primo llamado Renato Espoz, filósofo; un amigo boliviano, Jorge Canelas, periodista; y un músico de instrumentos indios —discípulo de Ravi Shankar—, Millapol Gajardo. En esa primera cita nos explicó en qué consistía la meditación y cuáles eran sus beneficios, según las enseñanzas de las escrituras hindúes clásicas.

En una conversación posterior me dijo que él era católico practicante, y que eso se lo debía a Gandhi aunque pareciera curioso, pues el maestro, al verlo tan entusiasmado con la filosofía espiritual de la India y la práctica del yoga y la meditación, se sintió en la necesidad de recordarle que él era cristiano de formación, y que su deber era seguir fielmente las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo.

Lanza del Vasto visitó tres veces Chile y fundó en Santiago un grupo de amigos que se reunía semanalmente para estudiar las enseñanzas que impartía la comunidad de El Arca y practicar la meditación. Estos grupos —varios en América Latina— eran como escuelas de espiritualidad en las que los asistentes recibían la orientación necesaria para cambiar sus patrones de pensamiento y conducta, sumándose a un movimiento más vasto que a nivel mundial buscaba los fundamentos de un nuevo paradigma cultural, en el supuesto de que este modelo de civilización industrial se estaba aproximando gradualmente a su fin.

En varias entrevistas que me han hecho en televisión o en prensa escrita, siempre he dicho que Del Vasto fue mi maestro y padre espiritual, aunque no fue mucho lo que lo frecuenté, y nuestros encuentros —bastante distanciados— se dieron en un período de unos doce años. La verdad es que la influencia que él ejerció sobre mí, sin proponérselo, fue más por la fuerza de su ser que por su hacer.

Mi padre biológico, don Luis Soublette García Vidaurre, me enseñó a ser un ciudadano decente y cumplidor, y moralmente confiable. Lanza del Vasto fue mi padre en otro sentido, porque orientó mis anhelos espirituales y me dio un ejemplo de coherencia ética entre lo que se piensa y lo que se vive, y un criterio ecuánime para enfrentar el malestar de vivir en una sociedad cuyo modelo de civilización cuestionaba en sus mismos fundamentos. Esa imparcialidad él la aprendió de Gandhi, quien siempre hacía un llamado a sus seguidores a ser coherentes en sus actos con la verdad, hecho que se desprendía de su conducta. Porque si uno se rebela contra un sistema político en el que está inserto, y durante toda su vida se ha beneficiado de lo que ha podido obtener de ese sistema, no es ético actuar como si nada de lo anterior hubiese ocurrido.

Sobre este aspecto de las enseñanzas de Gandhi, Lanza del Vasto daba un buen ejemplo. Se refería a la actitud que Gandhi adoptó frente a los momentos más aflictivos que Inglaterra vivió durante varios años en la Segunda Guerra Mundial, antes de la entrada de Estados Unidos a la guerra. En ese tiempo, el contingente militar que aseguraba el dominio británico sobre la India disminuyó considerablemente por la necesidad de reforzar el ejército que luchaba en el frente europeo. Esta situación desmedrada de las fuerzas británicas generó, en la mente de muchos partidarios activos de la independencia, la ocurrencia de que tal vez había llegado el momento en que sería posible, por medios violentos, liberarse de un cuerpo armado insuficiente para controlar la rebelión. Pero Gandhi, aunque eso hubiese sido posible, se opuso terminantemente. Las razones que dio tienen que ver todas con la coherencia de la conducta con la verdad. Y la verdad en este caso era la forma de lucha no violenta que se había llevado hasta entonces, la cual no era una simple estrategia circunstancial, sino lo que correspondía hacer para ser fiel a la verdad en que se dice creer. También les recordó a sus seguidores que concibieron el mismo plan que, para bien o para mal, todos ellos se habían beneficiado como súbditos del imperio británico, y que había que actuar conforme a esa verdad. Además, Gandhi estaba consciente de las funestas consecuencias que habrían derivado contra el prestigio moral que esa lucha no violenta había adquirido a los ojos del mundo entero.

Lanza del Vasto fue el primero que me habló de la necesidad del autoconocimiento como práctica indispensable del buscador de la verdad. En ese sentido, él citaba a Gandhi al intentar una definición de eso que llamamos verdad. El Mahatma no la definía en relación a la teoría del conocimiento, esto es, como la conformidad entre las cosas y la idea que nos formamos de ellas. Él no negaba el valor de esa definición, pero ponía el acento en sus connotaciones éticas. La verdad —decía Lanza del Vasto citando a Gandhi— es que tú seas un hombre verdadero, esto es, que tu apariencia exterior en tus actos y palabras corresponda a lo que eres interiormente.

Esta definición la ilustraba con un pasaje del Evangelio de Juan, aquel en que Jesús ve venir hacia él a su nuevo discípulo Natanael, de quien dijo: “He aquí un israelita auténtico en quien no hay dobleces (o engaño)”.

Esa búsqueda de la autenticidad personal era la forma suprema de la búsqueda de la verdad, por eso él —citando a Gandhi— decía que el buscador de la verdad debe ser capaz, antes que todo, de decir siempre la verdad.

Mis encuentros más importantes con Lanza del Vasto ocurrieron durante los cuatro años que fui agregado cultural de la embajada de Chile en París. Pero en tales circunstancias no pude evitar el hecho de vivir eso que se llama doble vida, pues las obligaciones mundanas de un diplomático son inevitables, de manera que me aboqué a compatibilizar mi oficina y el salón magnífico del palacio de nuestra embajada, en la Avenue de la Motte-Picquet, con los campos sembrados y las rústicas viviendas de la comunidad de El Arca.