El hada del sexo

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Letrame Editorial.

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© Galaxia López Fernández

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-048-5

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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NOTA DE LA AUTORA

Quiero dedicar este libro a todos los que han compartido conmigo cada página, que me han apoyado y animado a publicarlo. A la persona que siempre ha alimentado mis ilusiones y que hoy lo sigue haciendo desde el cielo. A los que, sin saberlo, han inspirado mis fantasías y que hoy forman parte de ellas. Por último, y muy especialmente, a mi amigo, compañero, amante, protector y marido. Sin él, mis fantasías solo hubieran sido sueños.

Gracias a todos.

¡POR TODOS LOS SANTOS!

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Era una noche tranquila, de esas en las que, si no tienes nada que hacer, dejas que el tiempo pase, paseas por la casa, te preparas un té, lees un libro o simplemente no haces nada, salvo mirar el techo mientras pasan por tu mente dos mil tonterías. Por fortuna, nos habían invitado a una «maravillosa» fiesta de disfraces por el día de Halloween, de esas a las que no apetece nada ir después de haber estado un mes pensando de qué demonios, nunca mejor dicho, te vas a disfrazar y a las que, al final, acudes hecho un fantoche. Bueno, pues ese era nuestro estupendo plan, pasar una velada rodeados de compañeros de trabajo de él, a los que veía todos los días con un pequeño aliciente, verlos con un poco de suerte, como en realidad eran, como monstruos.

Aunque el típico disfraz de bruja estaba, y está, superquemado, no pude encontrar algo más sencillo de conseguir fuera de la temporada de carnavales, además, me ahorraría la nariz, ya que, por decirlo de alguna manera, mi nariz ya está embrujada, así que, aunque me repatea, era un disfraz que me venía como un guante.

Constaba de un vestido negro muy ceñido sin tirantes, un gorro de fieltro feísimo, unas botas hasta las rodillas, una escueta capa y, cómo no, mi escoba.

Del disfraz de él solo os diré que fue lo más socorrido, aunque sin muchos detalles, usó mi ropa y se puso un hacha «clavada» en la cabeza, total, que iba de puta asesinada. Original, ¿no? En fin, lo normal para una fiesta de disfraces en la que no se te puede ocurrir ni por asomo que pudiera pasar lo que me iba a suceder a mí.

La barriada donde se celebraba estaba a una media hora de nuestra ciudad, pero para encontrar la casa tardamos como hora y media, teniendo en cuenta que nos guiaban a través del móvil un compañero inglés, otro traduciendo y todo eso me lo decían a mí que después le indicaba a la puta asesinada. Bien, en una de tantas vueltas a la misma urbanización que se me antojaba sacada de una película de Freddy Krueger, mi vejiga no aguantaba más, así que paramos, desagüé, me rompí las medias y casi se nos atasca el coche en el barro. Pero ¡Llegamos! Por fin.

Los monstruos que estuvieron guiándonos por teléfono nos esperaban en la puerta de la casa, pero antes tuvimos que medio atropellar a una chica que llevaba un horrendo disfraz de payaso con peluca rosa.

Uno de los monstruos era verde, con trompetas en vez de orejas, junto a él, su novia cadáver con el traje nupcial de su anterior matrimonio y el monstruo que pasaría a ser el protagonista de este relato, la verdad, no se de qué iba disfrazado, solo recuerdo una capa negra y un maquillaje asqueroso rojo y negro que, con el paso del tiempo, se fue mezclando hasta conseguir un color raro.

Después de las típicas risitas por la tardanza nos dispusimos a entrar en el «infierno». Ángeles, demonios, monstruos, otra bruja, eso sí, solo una puta asesinada que terminó intentando desfilar entre una comitiva de compañeros de trabajo.

No se muy bien por qué, mi disfraz debía sentarme muy bien porque algunos monstruos no dejaban de mirar mi escote, entre ellos, el de la capa negra al que llamaré… ¿Qué tal un nombre aterrador? Por ejemplo, ¡descoyuntado! He elegido este porque aparte de no ocurrírseme otro, hacía unos movimientos extraños con el cuello cada vez que, por unas doscientas casualidades, se cruzaba conmigo. Pero cariñosamente y por motivos de imprenta, llamaré Desco.

Bien, pues Desco y yo no tardamos mucho en congeniar y comenzamos a hablar de algunas cosas mientras la puta asesinada se perdía entre angelitos negros. Os preguntaréis por qué cada uno por su lado, muy sencillo, no somos celosos, nada celosos.

Entre conversaciones banales, terminamos hablando de unos relatos eróticos escritos por mí hacía algún tiempo y que me gustaría publicar, a los que hoy uno este. Desco se ofreció para ayudarme, aunque todavía estoy esperando que me facilite el nombre de una editorial, pero lo que ocurrió no tiene desperdicio.

A las doscientas una casualidades y el correspondiente movimiento de cuello, hice que me siguiera discretamente.

La casa era una de esas adosadas de dos plantas, así que subí las escaleras intentando no tropezar con los monstruos que iban cayendo después de absorber más alcohol que esponjas y, quizás, algo más que alcohol.

Desco me seguía muy colocado y, en su caso, era evidente lo de algo más. No conocía la casa y me sorprendió ver el amplio comedor, pero no perderé el tiempo dando detalles de arquitectura y decoración, yo buscaba algo menos técnico, un rincón oscuro y algo de intimidad. Al abrir una de las puertas, encontré un dormitorio enorme en el que no me pareció oportuno llevar a cabo mi hazaña, entre otras cosas por ser un ir y venir de monstruos que se acercaban a una enorme bandeja de color plata en la que se exponían toda clase de estupefacientes que corrían a cargo de los anfitriones.

Desco se acercó rozando mi mano con la suya y dirigiéndome una mirada, pero pasó de largo para acercarse a la bandeja. Aunque nunca he tomado drogas y, quizás por ello, sentí curiosidad, me quedé mirando con descaro y a él no le importó. Pude ver cómo, meticulosamente, cogía un fino cristal dispuesto en la bandeja y separaba una pequeña cantidad de un polvo blanco con el que formó una fina línea, luego sacó de su bolsillo posterior del pantalón un billete para convertirlo en un canutillo, se inclinó, introdujo el billete en uno de sus orificios nasales y, mientras tapaba el otro, inspiró profundamente con los ojos cerrados, me miró a los ojos y me hizo un ademán, al que yo respondí con un movimiento de cabeza en señal de negación, entonces vino hacia mí y agarró mi mano conduciéndome a un pequeño cuartillo, creo que estaba vacío, aunque no encendimos la luz y no se distinguía prácticamente nada. Cerró la puerta tras de sí y oí un pestillo que se cerraba.

Noté como su mano se posaba en mi cabeza y apretaba hacia abajo, me arrodillé y, a tientas, desabroché su pantalón, antes de sacarla ya se notaba su potente erección.

Tiró con fuerza de mi cabello doblando mi cabeza hacia atrás, mi sombrero cayó al suelo. Con la otra mano, liberó su polla del pantalón y comenzó a golpear mi cara con ella, yo estaba muy excitada y comencé a imaginar que la puta asesinada estaba allí, en un rincón viendo cómo sucedía todo, imaginaba cómo sacaba su polla por debajo de mi minifalda vaquera y comenzaba a meneársela.

Desco introdujo su polla en mi boca y con las dos manos comenzó a mover mi cabeza con movimientos lentos y rítmicos. Mientras, yo le bajé los pantalones y comencé a manosear su culo y a buscar su orificio. Cuando lo localicé, abría sus cachetes una y otra vez estirando la zona para dilatarla y mojaba mis manos con el flujo de mi coño, que ya estaba preparado para todo y lubricaba su culo con suavidad.

Saqué la polla de mi boca y me incorporé, notaba mis rodillas ardiendo pero no importaba, estaba muy caliente, le pedí que se pusiera a cuatro patas en el suelo. Primero, se quitó la capa y la extendió, luego obedeció ofreciéndome su culo, con una mano soportaba su peso sobre el suelo y la otra se la agarré y la llevé hacia su polla, indicándole que se masturbara.

Con suavidad, comencé a lamerle los glúteos, abrí el culo y comencé a chupar su orificio, los vellos resbalaban sobre mi lengua, cuando la introduje en su culo, oí un pequeño gemido. Notaba cómo se masturbaba con fuerza porque sus movimientos hacían vibrar mi cara.

Introduje un dedo despacio y él apretaba hacia mí hasta que se lo metí entero, luego introduje el índice de la otra mano y abrí el orificio, lo imaginaba rojo y profundo, me volví loca, metía y sacaba mis dedos bruscamente, entonces él gritó y pensé que se estaba quejando, pero estaba a punto de correrse y me dijo que parara con la voz entrecortada.

 

Se volvió hacia mí y levantó mi vestido, no llevaba bragas, lo que le excitó mucho.

Fuera se oían risas y carreras, pero nosotros estábamos ajenos a todo, excepto a nuestros cuerpos.

Me introdujo cuatro dedos en el coño y soltó una exclamación al notar como estaba. Tiró de las medias con fuerza y sentí, como la goma quemaba mi piel, me tumbó sobre su capa y me penetró despacio para luego moverse rápido, muy rápido y pegado a mí, su pubis rozaba mi coño al mismo tiempo que su polla se clavaba en mí. El maquillaje de su cara caía arrastrado por el sudor sobre mí y las gotas eran saladas y amargas. Entonces, sus manos agarraron mis pechos y apretaron fuertemente, casi sin darme cuenta, mi placer fue creciendo hasta que me corrí doblándome sobre él y gritando como una poseída, entonces comenzó a cambiar sus movimientos, abrió mis piernas y se las colocó alrededor de sus brazos, agarró mis caderas y comenzó a embestirme como un animal, sentí que iba a atravesarme, luego la sacó y me pidió, entre gemidos, que la lamiera y sentí su leche sobre mi cara y mi cuello.

Cayó casi asfixiado sobre mí, empapado de sudor. Me liberé despacio y me vestí, salí de la habitación y busqué rápidamente el servicio, por suerte, no había gente en el pasillo.

Después de arreglarme un poco, como pude, me acerqué al cuarto y ya no estaba, al pasar por el dormitorio lo vi repitiendo dosis. Estaba sedienta así que bajé y me preparé una copa. No conseguía ver a la puta asesinada por ningún sitio. De pronto, unas manos rodearon mi cuerpo, era la puta, que seguía con el hacha clavada, aunque un poco desaliñada, me susurró al oído:

—Eres una bruja muy zorra a la que voy a tener que castigar por follar con monstruos feos.

Le pregunté cuál sería mi castigo y me tapó la boca, me cogió del brazo apretando con fuerza y me llevó al cuarto de arriba, encendió la luz. Dentro estaba Desco, pero no le importó, me colocó a empujones sobre la capa, a cuatro patas y después de restregar su polla por todo mi culo escupió sobre él mientras me abría los cachetes y pasaba su lengua por el agujero.

Gemía como enfadado y me daba tortazos. Primero introdujo dos dedos, pero no hacía falta, estaba completamente abierto para él.

Me folló por detrás hasta que se corrió dentro mientras me manoseaba el coño y las tetas, cuando terminó, me di la vuelta y lamió mi coño con tanta pasión que no tardé nada en explotar de placer.

Mientras Desco se masturbaba con la cara desencajada por el trance de los alucinógenos, me acerqué y le comí la polla, pero esta vez se corrió dentro y pude beber su leche amarga y caliente.

No sé qué hora era cuando decidimos irnos a casa. No dijimos nada en todo el trayecto, llegamos a casa y caímos rendidos sobre la cama.

A la mañana siguiente, cuando nos despertamos, nos sorprendimos vestidos con los restos de nuestros disfraces sobre los cuerpos, soltamos unas risitas cómplices.

Jamás hablamos de aquello, no acudimos a la fiesta del siguiente año.

Desco sigue trabajando con él y, en ocasiones, me cuenta cotilleos, otras, le pregunto yo por Desco. A veces, le hemos invitado a venir a casa, pero siempre tiene algo que hacer.

Quizás algún día volvamos a sacar los disfraces del baúl, quizás entonces prosiga mi relato envuelta en una capa negra.

DOS POR «400»

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Al terminar de follarme a mi mujer, los ojos se me cerraban solos. Había tardado mucho en correrse, se quejaba en cada postura y tuve que follarla demasiado tiempo. Además, llegaba cansado del trabajo, solo quería echar un polvo rápido y dormir, ¿acaso pedía demasiado?

El polvo ya lo había echado, aunque fuera interminable, así que me dispuse a dormir. Pero no, mi maravillosa esposa quería hablar.

—Ya no es igual, cariño, al comienzo eras más amable y tierno… Bla, bla, bla.

¿Tierno? No tenía tiempo para mimitos. Después, vino el tema de los niños, que si en el cole, no se qué, en Música le han pedido que practique en un piano de cola. ¿Y a mi qué? Yo trabajo, entrego el sueldo y quiero comer, follar, dormir y jugar con los niños el día libre.

Tres horas más tarde, roncaba como una posesa, entonces, la miré detenidamente, el color de su tinte comenzaba a parecerse al de Alaska y, lo peor, ¡tenía bigote!

La amaba, era la mujer de mi vida, pero necesitaba variar un poco, así que decidí que me merecía visitar a una puta. Sexo rápido, sin charlas, sin amor, sin niños, ni teléfono, ni suegra. Pago, follo y me voy a casa a cenar.

Al sonar el despertador, escuché, casi al unísono, una voz más insoportable que la alarma.

—Cariño, arriba o llegarás tarde. Has roncado toda la noche y ahora parece que no hubieras dormido, qué remolón.

Estaba muerto, habría dormido cinco horas, pero no importaba, no importaba nada.

Después de bajar a por el pan, llevar a la niña a la guardería y llamar a mi mujercita para decirle que había llegado bien al trabajo, por fin, pude parar en un quiosco para comprar el periódico.

Pasé de política, actualidad, corazón, horóscopo, ofertas de empleo, inmobiliarias, y allí estaba: «CONTACTOS».

Mientras revisaba los anuncios tomándome un café en la cafetería de todos los días, mi polla subía cada vez más, esas tías eran muy cachondas y ofrecían servicios completísimos, acompañados de fotos provocativas. Había una rubia con las tetas de silicona que tenía el teléfono en el coño y decidí llamar a ese número.

Llamé desde el móvil de la empresa, con número oculto. Resultó ser un chalet privado a las afueras de la ciudad.

La tía que cogió el teléfono tenía una voz supercaliente y, aprovechando que ya estaba en mi coche, mientras le preguntaba los precios y los servicios, me la meneaba.

En la casa había cinco chicas, me atendería la que estuviera libre, costaba 300 € el servicio completo simple, que consistía en no tardar más de veinte minutos, pero podía pedir lo que quisiera.

Le pregunté si podía estar con dos a la vez y me contestó que costaba 1000 € de veinte a treinta minutos.

Una mamada costaba 150 €, pero lo mejor de todo, y lo que hizo que me corriera, fueron las últimas palabras que oí.

—Tengo mi culo abierto esperando tu polla, pártemelo.

Entonces colgó, pero yo ya me había corrido, tenía la mano pringada y llegaba tarde al trabajo.

Estuve todo el día imaginándome cómo sería y cómo me la iba a follar, pero tenía dos cuestiones por resolver. La primera, cómo justificar el retraso a mi parienta y, la segunda, cómo justificar la extracción del dinero en la cuenta corriente.

Decidí solucionar la primera pidiéndole coartada a un compañero. Si mi mujer llamaba, yo estaba terminando de fotocopiar algo y no me podía poner.

Y la segunda, si se daba cuenta, le diría que le había apartado algo para su cumpleaños, sería la excusa perfecta.

Terminé de trabajar a las cinco en punto, me había dado prisa y conseguí, en el tiempo del almuerzo, terminar lo atrasado, así que no tuve problema en pedir una hora y, así, no necesitaría coartada de mi amigo, puesto que mi mujer me esperaba a las seis.

Me dirigí al cajero y saqué 1000 €. «Un día es un día».

Seguí las indicaciones de la puta y en diez minutos me encontraba aparcando mi coche frente al chalé.

La corrida de la mañana todavía mojaba mis calzoncillos. Con una mano en el bolsillo tocándome la polla llamé al timbre y una voz sensual, casi en un gemido, respondió;

—Enseguida voy.

Inmediatamente, unos pasos cortos y acelerados se acercaban hasta la puerta, que se abrió y apareció una tía rubia, alta, con unas tetas de vicio, tapadas por un sujetador negro y un cuerpo moreno y esbelto, al que se sujetaba por unos pequeños lacitos en su cintura, un tanga del mismo color que tapaba lo que imaginé, como un pequeño triangulo de vello.

Amablemente me invitó a pasar, me ofreció a una copa y me preguntó:

—¿Qué quieres hacer?

A lo que respondí.

—De momento, quiero que me la comas y después follarte el culo.

La puta respondió con una voz de guarra:

—Lo que quieras por 300 € si no tardas más de veinte minutos y, si quieres que una amiga nos acompañe, mil.

Pensé que sería más fácil justificar 300 que 1000 y que, si quería más, siempre podía pedirlo, así que puse trescientos en el tirante del sostén y le agarré la cabeza llevándola hacia mí polla, que ya había salido de su escondite y aparecía firme.

No se quejó, no me pidió que me lavara, ni me pidió que me pusiera condón, solo agarró mi polla con las dos manos y comenzó a comérmela allí mismo. Yo con una mano le tiraba del pelo y con la otra le agarraba las tetas.

¡Cómo la chupaba! Sorbía al mismo tiempo que con la lengua, acariciaba la punta, a la vez que gemía y sacaba el culo provocándome.

Le pedí que parase, quería correrme en su culo. Entonces obedeció, se dio la vuelta y como una puta perra se puso a cuatro patas en el suelo del recibidor y echó su tanga a un lado, luego se abrió el culo dejándome ver que realmente estaba abierto, rojo y caliente. Sin bajarme los pantalones y sin poder aguantar más, me puse de rodillas y se la metí, estaba apretado y muy caliente y la tía gemía como una guarra.

De una de las habitaciones salió otra puta, morena y con rasgos orientales. Pero yo seguí, ya no podía parar y la tía se nos acerca y me dice:

—Si me das 100, te follas dos culos.

Sin dejar de moverme, le lancé un billete, luego le tiré del pelo y la puse al lado de la otra.

Tampoco se quejó y, sumisa, se abrió de piernas. Les daba tortazos en las nalgas y echándome sobre ellas, les cogía las tetas mientras les embestía una y otra vez y, antes de que pudiera evitarlo, me corrí dentro de uno de los culos. Luego terminaron de beberse el polvo, lamiéndome con sus lengüecitas húmedas.

Exhausto, me abroché el pantalón y me despedí.

Antes de entrar en el coche, vacié la vejiga y me limpié un poco con un clínex. Luego, arranqué y me dirigí a casa. Solo había tardado media hora, por lo que llegué a casa temprano.

—¡Cariño! ¡Ya estás aquí, qué sorpresa!

—Sí, terminé antes, tenía muchas ganas de veros.

Los niños se agarraban a mi cuello mientras mi mujer me daba un beso de bienvenida, mientras les decía a los niños:

—Dejad a papá, que viene cansado.

—Sí, muy cansado, voy a ducharme, luego comeré algo y después voy a descansar un rato. Mañana podemos ir al cine.

Todo había salido perfecto y después de comer y ver la tele un rato, acosté a los niños y nos fuimos a la cama.

—Cariño, hoy te veo de buen humor, así que no te aburriré con charlas tontas de ama de casa, date la vuelta y relájate, te daré un masaje.

Una música suave invadía mi mente y sus manos volaban sobre mi espalda, ungida en aceite al igual que mil palomas que aleteaban en el cielo, me quedé dormido.

Al día siguiente, me desperté muy descansado, así que decidí dedicar el día a mi familia. Bajé a por churros y preparé el desayuno a mi mujer, corté una rosa y me dirigí al dormitorio con la bandeja.

—Cariño despierta, hoy vamos al cine con los niños.

—¡Oh, mi amor! Eres maravilloso. Ahora sé por qué me casé contigo. Ven aquí, no tengo hambre, Hagamos el amor.

IMAGINA

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Te estás duchando, oigo el sonido del agua que golpea la mampara y puedo imaginar tu silueta a través de cristal semiopaco y deseo tocarla. La imagino húmeda, cálida y palpitante de deseo que, al mismo tiempo que yo, tú fabricas en tu mente.

Yo deseo entrar desnuda en tu momento y hacerlo mío. Tú deseas que rompa tu ducha matinal y aburrida de todos los días un cuerpo álgido como el mío.

No sabes quién soy, no te importa, ni siquiera me pones rostro en tu espejismo de placer, al contrario, dibujas mi silueta a tu antojo y la pintas con curvas exuberantes, larga melena y voz susurrante que te dirá, entre gemidos, solo lo que quieras oír.

Me aproximo a la mampara y poso una de mis manos en ella, deseo tocarte la espalda y palpar tus músculos firmes. Decido abrirla, lo hago y te vuelves hacia mí.

 

Mientras tú te masturbas pensando en mí, en que llegaré y me introduciré en el agua. Sientes mi respiración y tu mano jabonosa se desliza por tu pene suavemente y yo clavo mis pechos en tu espalda y agarro tu pecho firmemente con las dos manos.

Compruebo que la lluvia artificial cae en tu rostro, que permanece con la boca abierta, el agua entra y tú la expulsas en pequeñas cataratas que caen hacia tu pecho.

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