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FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

OFICIO DE LECTURAS

ESCRITOS DE PERIODISMO CULTURAL

Ilustraciones de Xulio Formoso


1ª edición: febrero 2021

© Francisco Rodríguez Pastoriza

© De las ilustraciones Xulio Formoso

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta: ImatChus

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

info@terraignotaediciones.com

ISBN: 978-84-122958-8-7

IBIC: JF JFC 2ADS

La historia, ideas u opiniones vertidas en este libro son propiedad y responsabilidad exclusiva de su autor.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA






OFICIO DE LECTURAS

ESCRITOS DE PERIODISMO CULTURAL




A Lola Ferreira, una vida dedicada a promover libros y lecturas.


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I PERIODISMO CULTURAL Y CRÍTICA DE LA CULTURA

ELOGIO Y REFUTACIÓN DE LA CRÍTICA

LA FUNCIÓN DE LA CRÍTICA

II CONSIDERACIONES SOBRE LA CULTURA

CULTURA: EL NUEVO APOCALIPSIS

LAS INVASIONES BÁRBARAS

REFLEXIONES SOBRE LA CULTURA

CULTURA EN LA ENCRUCIJADA

TEORÍA DE LA PORNOCULTURA

CONSUMO CULTURAL Y BASURA

LA ILUSTRACIÓN (Y NOSOTROS, QUE LA QUEREMOS TANTO)

LA ILUSTRACIÓN EXTRANJERA

LA CULTURA DE LA POSMODERNIDAD

CULTURA PORTÁTIL

LA TELEVISIÓN COMO GRAN PLATAFORMA CULTURAL

EL LUGAR DE LA CULTURA EN LA TELEVISIÓN

LA CULTURA AUDIOVISUAL Y LA TELEVISIÓN

120 AÑOS DE CINE

III EL OFICIO DE LEER

ELOGIO DE LA LECTURA

ESCRIBIR A MANO

EL ORIGEN DE TODO: EL POEMA DE GILGAMESH Y LOS PRIMEROS LIBROS

LOS PRIMEROS LIBROS

EL LIBRO ELECTRÓNICO. EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA GALAXIA

MEDITACIONES DE LIBROHERIDOS

APRENDER A LEER

LEER LITERATURA:

INSTRUCCIONES DE USO

EL BEST SELLER: TEORÍA Y PRÁCTICA

EL BEST SELLER COMO ACONTECIMIENTO: EL CASO MILLENNIUM

LA MUERTE DE LA LECTURA

IV LA CULTURA Y LA GUERRA

LA CULTURA DE LA GUERRA

MEMORIA DEL 11-S

CONTRA LA CULTURA

ASOMARSE AL HORROR

EL ESPANTO

LECTURAS DE GUERRA

LA II GUERRA MUNDIAL EN EL FRENTE DEL ESTE

ARTE EN GUERRA

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA.

LA AGONÍA DE LA REPÚBLICA

VISLUMBRES DE UNA GUERRA

¿PERO HUBO UN TERROR ROJO?

EL BOMBARDEO DE GUERNICA

SI MI PLUMA VALIERA TU PISTOLA

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN LA FICCIÓN LITERARIA

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN IMÁGENES

V LA CULTURA CONTRA LOS TOTALITARISMOS

LA VERGÜENZA DEL SIGLO XX

A LOS 25 AÑOS DE SHOAH

AL RESCATE DE VICTOR KLEMPERER

¿EXISTE UNA LITERATURA UNIVERSAL?

EL DIARIO DE PETTER MOEN

UN ESTADO CLANDESTINO

REGRESO A AUSCHWITZ-BIRKENAU

CÓMO SE ENGENDRA EL ODIO

UNA NOVELA, UN TESTIMONIO

PROCESO AL ESTALINISMO

LA CULTURA RUSA BAJO EL ESTALINISMO

LA TRAGEDIA DE LA CULTURA

LA CULTURA EN RUSIA:

DE TOLSTOI A LA PERESTROIKA

LA AVENTURA POLÍTICA DE

EL DOCTOR ZHIVAGO

EL DRAMA DE SHOSTAKOVICH

LOS ESCRITORES RUSOS

VIAJE AL COMUNISMO (IDA Y VUELTA)

LA REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA

JEMERES ROJOS: CRÓNICA DE UNA LOCURA ANUNCIADA

LA TENTACIÓN TOTALITARIA

VI EL ARTE Y LA CULTURA

EL UNIVERSO DEL ARTE

ARTE PARA LEER

ESCRITORES QUE PINTAN

EL ARTE DE LO COTIDIANO

MIRAR UN CUADRO

 

SIN TÍTULO. INTRODUCCIÓN

AL ARTE MODERNO

EL ENIGMA DE UN VAN GOGH

EL ARTISTA Y LA MODELO

CUANDO EL ARTE HIZO ‘POP’

VII MÚSICA PARA LEER

BANDA SONORA DE UNA GENERACIÓN (I) EL POP ROCK

BANDA SONORA DE UNA GENERACIÓN (II) LA CANCIÓN PROTESTA

LOS BEATLES Y LA FILOSOFÍA

SIN BEATLES NO HAY NAVIDAD (I)

SIN BEATLES NO HAY NAVIDAD (II)

BEATLES VS. ROLLING. DESMONTANDO UNA LEYENDA

EL CLUB DE LOS CANTANTES MUERTOS

ROCK PARA LEER

EN LA MUERTE DE DAVID BOWIE

LA CULTURA DE LA MÚSICA

1001 NOCHES EN LA ÓPERA

WILHELM FURTWÄNGLER:

LECCIONES DE MÚSICA

WAGNER, 200 AÑOS.

LA CONTROVERSIA CONTINÚA

MÚSICA PARA LA POESÍA.

AMANCIO PRADA


De los más de 25 años en los que ejercí el periodismo en los Servicios Informativos de TVE, los diez últimos fueron como periodista cultural, una especialidad a la que regresaba intermitentemente a lo largo de toda mi vida profesional y con la que ya había dado mis primeros pasos en el mundo del periodismo, cuando era muy joven. En la última etapa volvía, por lo tanto, a mis orígenes en esta profesión a la que también yo considero como el mejor oficio del mundo. Debió ser por eso por lo que, después de abandonar la televisión y continuar con mi dedicación a la docencia universitaria del periodismo, echaba de menos la práctica profesional, por lo que me propuse mantener algún tipo de relación con este campo de la información de la cultura. Esta vez mis pasos se orientaron al periodismo escrito, y mis trabajos encontraron cobijo en las páginas del Faro de Vigo y en los suplementos de los periódicos de Prensa Ibérica, grupo al que pertenece este diario, que tiene entre sus muchos méritos el ser decano de la prensa nacional española. Algunos de mis escritos se han alojado también en Periodistas en español, una de las publicaciones on line más punteras, que hace un periodismo independiente y de calidad pese a las grandes dificultades de todo tipo que conlleva mantener en estos momentos una línea editorial autónoma en la red. También en Infoactualidad, el periódico de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, en cuyas aulas he impartido la docencia durante más de 25 años, y en Cultura joven, la publicación del Master de Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo. Este libro contiene una selección de los que considero mis mejores aportaciones a estos medios, a las que he añadido otras colaboraciones en revistas y publicaciones especializadas, así como algunas ponencias presentadas en cursos y congresos relacionados con el mundo de la información y de la cultura. Vistas así, juntas, estas colaboraciones dispersas en medios diversos a lo largo de tantos años, me han transmitido una sensación entre la nostalgia y la melancolía y me han hecho reflexionar sobre un trabajo, el del periodista cultural, que considero cada vez más necesario en la sociedad en la que nos movemos.


INTRODUCCIÓN



Hace unos años tuve la oportunidad de entrevistar para Televisión Española al periodista cultural francés Bernard Pivot, director y presentador de un programa histórico de la televisión pública francesa, Apostrophes, dedicado íntegramente a la información sobre libros, y posteriormente de otro no menos importante, aunque no tan popular, Bouillon de culture. Pivot me contaba que en su juventud quiso ser periodista deportivo (aún hoy es un gran aficionado al mundo del deporte y experto en fútbol: en esa entrevista me confesaba que cuando dirigía y presentaba Apostrophes, después de leer durante unas ocho horas diarias, encontraba relajante ver partidos de fútbol por televisión, a lo que dedicaba gran parte de su tiempo de ocio). Bernard Pivot quería ser, pues, periodista deportivo, y con esa mezcla de osadía y ambición que suelen tener los jóvenes fue a pedir trabajo nada menos que a L’Equipe, el mejor de los periódicos deportivos franceses y que ya entones gozaba de un gran prestigio internacional. El director de L’Equipe le dijo que en su periódico solo escribían firmas consagradas, periodistas que tenían un amplio historial a sus espaldas y conocimientos avalados por una larga experiencia. Cuando Pivot tuviese esa experiencia y esos conocimientos, le dijo, podría algún día formar parte de la redacción de L’Equipe.

Ya fuese por la decepción que vio reflejada en el rostro del joven Pivot o por un indefinible sentimiento de compasión hacia aquel muchacho, el director le ofreció colaborar en una sección de ocio, agenda cultural y pasatiempos que el periódico publicaba en su penúltima página. No imaginaba Bernard Pivot que aquella oferta, que él aceptó más por mantener un vínculo con el periódico y trabajar en el entorno de aquellos profesionales a los que tanto admiraba, iba a ser el comienzo de una de las más brillantes carreras que ha conocido el periodismo cultural.

Cuento esta anécdota porque el tratamiento de la información cultural en los medios de comunicación no ha avanzado mucho desde aquellos años de mediados del siglo pasado. En efecto, también hoy día los directores de los periódicos y los responsables de los servicios informativos de los programas de radio y televisión suelen destinar a las secciones de cultura a aquellos periodistas primerizos, recién salidos de las facultades de Comunicación, o a aquellos profesionales considerados menos intrépidos, para que cubran la información cultural, una información supuestamente exenta de responsabilidad y para la que parecería que los errores y el desconocimiento de la materia no suponen un serio inconveniente. El resultado es que, salvo en ciertos medios en los que la presencia de la cultura supone un prestigio añadido, la sección que se ocupa de la información cultural tiene en general un nivel ciertamente mejorable, por no hacer una descalificación más rigurosa.

No hace muchos años el concepto de periodismo cultural estaba ausente de nuestros medios de comunicación. Las informaciones relacionadas con la cultura se cubrían por periodistas de otras materias a los que en algún momento alguien les encargaba que, además, se ocuparan de algún evento relacionado con la cultura. Así, las informaciones culturales no tenían secciones propias en los medios de comunicación ni los periódicos publicaban páginas especiales bajo el epígrafe de Cultura: con frecuencia, la información cultural se mezclaba con la de sociedad y a veces incluso se descubría entre las noticias de crímenes y sucesos. Actualmente el periodismo cultural es una categoría respetada y valorada y la información cultural goza de un estatus ciertamente prestigioso.

Para hacernos una idea más aproximada de lo que es el periodismo cultural creo que sería conveniente una aproximación previa a lo que se entiende por cultura. La idea más extendida es la de que la cultura es el fruto de la ilustración que da la formación, sobre todo en los estudios, y el contacto con la creación en todos sus ámbitos, y esa es la cultura de la que se ocupan preferentemente los medios de comunicación, aunque hay otro tipo de cultura que es deudora más de la experiencia que de la formación académica. Es a la que se refería don José Ortega y Gassett cuando, después de haber llevado a cabo en un trabajo de campo decenas de entrevistas a campesinos de las zonas más deprimidas del medio rural español, en los años 30 del siglo XX, comentó a uno de sus interlocutores: ¡Qué cultos son estos analfabetos!

En los años 50 del siglo pasado, aproximadamente cuando Bernard Pivot fue a pedir trabajo en L’Equipe, los sociólogos Clyden Kluckhohn y Alfred Kroeber ya habían recopilado más de 160 definiciones distintas de la palabra cultura, y en los sesenta, Georges Blandier contó hasta 250. Actualmente, quien se dedicara a reunir nuevas definiciones superaría con creces estas cifras. Esto puede dar una idea de la complejidad de un término que admite interpretaciones sociales, económicas, antropológicas, semióticas, religiosas, etc., y que además evoluciona con la historia y por lo tanto está sometido a interpretaciones también cambiantes. El concepto de lo que es cultura se va haciendo más difícil a medida que lo asociamos con sociedades más complejas, por lo que no es conveniente analizarlo de forma aislada y sí aplicarlo a un momento histórico preciso. De todas las definiciones posibles, hay una del filósofo Jurgen Habermas (el mejor representante de la última generación de la Escuela de Frankfurt), quien dice que la cultura es el caudal de saberes que adquieren las personas para tener un mejor conocimiento del mundo. En la actualidad los medios de comunicación serían mediadores culturales, cauces para hacer llegar esos saberes a los ciudadanos y añadir al concepto de información el concepto de conocimiento. El periodismo cultural trata de canalizar la información que se genera en torno al mundo de la cultura, darle un tratamiento homogéneo como especialidad diferenciada y difundir esa información con el fin de que llegue a los consumidores habituales de otro tipo de noticias. Para ello se establecen unas pautas de producción diferenciadas y se utilizan unos mecanismos narrativos propios de esta amplia y heterogénea especialidad informativa.

La división clásica de la cultura en cultura de élite, cultura de masas y cultura popular ha encontrado en la sociedad actual una dificultad para su estricta definición. El concepto de cultura de masas y sobre todo el de cultura popular lleva implícito de manera sutil la idea de que su calidad no está a la altura o al nivel de la cultura de élite, la denominada alta cultura, de aquellos productos culturales consumidos por las élites adiestradas en el gusto refinado de las clases sociales superiores, pues de esto se trata cuando se habla de alta y baja cultura (o del gusto íntimo y gusto popular, como las denomina Pierre Bourdieu), división en la que no es baladí la influencia de poderes como el económico o el religioso a lo largo de la historia. Los partidarios de desmontar esta tesis recuerdan que los dramas de Shakespeare y las comedias de Lope de Vega fueron creados para el consumo masivo, que Dostoievski y Víctor Hugo escribieron sus grandes obras en formatos por entregas o que la ópera nació como un espectáculo popular. Recuerda Tzvetan Todorov en su obra El miedo a los bárbaros que en la Francia del siglo XVIII condenaban las obras de Shakespeare por considerarlas excesivamente burdas, ya que la cultura francesa de la época exigía separar los estilos elevado y vulgar, que el dramaturgo inglés mezclaba. ¿Sabían ustedes que, en su estreno en 1824, la Novena Sinfonía de Beethoven fue considerada por la crítica más culta como «una obra escrita para cerebros que por educación y por costumbre no consiguen pensar en otra cosa que no sean los trajes, la moda, el chismorreo, la lectura de novelas y la disipación moral, a los que les cuesta un gran esfuerzo sentir los placeres más elaborados de la ciencia y del arte»? La revolución que supuso esta sinfonía en la evolución de la música no fue apreciada en su dimensión innovadora por sus contemporáneos, quienes, obsérvese, tampoco consideraban edificante la lectura de novelas. Cuando Tchaikovsky estrenó el Concierto para violín y orquesta, el crítico más célebre de la época, Eduard Hanslick, dijo que era «música hedionda y de salvaje nihilismo». Por su parte, La consagración de la primavera, de Stravinsky, fue demolida por la crítica y pateada por el público durante su estreno en París en 1913. En su momento, la pintura realista, con escenas de mercados, faisanes y personajes oscuros, desplazó las Anunciaciones y los motivos religiosos y mitológicos como temas centrales del arte, lo que desató las críticas de los guardianes de la pureza cultural. En otros ámbitos, la primera crítica que el New York Times dedicó a un disco de The Beatles no apareció hasta 1967, cuando el grupo publicó Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Richard Goldstein, el crítico de pop del periódico, hizo una descalificación contundente del álbum. Por el contrario ¿sabían que el cine, hoy el gran espectáculo de masas, fue en sus orígenes concebido para la aristocracia y la alta burguesía de la época, a juzgar por los elevados precios de las entradas a las primeras proyecciones de los Hermanos Lumière y a que su vitrina social en París se instaló en un bulevar céntrico de la capital, y en Madrid en el elegante Hotel Rusia, a donde acudió la familia real para ver el nuevo espectáculo? Lo dice el investigador y catedrático de Historia del cine Román Gubern en un artículo titulado “Del palacio al televisor, pasando por el minicine” (Revista de Occidente Nº 290-29)1.

 

En la actualidad la información cultural está firmemente asentada como una especialización más de los contenidos de los medios de comunicación y ocupa un espacio cada vez más importante, unas veces por una verdadera preocupación del medio por la cultura, otras porque la información cultural prestigia a sus soportes y es por lo tanto rentable para la consideración social de estos. En ocasiones también por los intereses comerciales a los que el medio está vinculado: en muchos casos se da una mezcla de todas estas consideraciones.

En lo que se refiere a la organización de las estructuras informativas de las empresas de comunicación hay que decir que no todos los medios están de acuerdo en asignar a esta área de información (en los medios en que existe un área específica de Cultura, que no es en todos) las mismas informaciones. En este sentido no suele plantearse ningún tipo de duda cuando se trata de informaciones relacionadas con lo que se conoce como alta cultura (artes plásticas, literatura, música clásica, etc.), pero en la organización de las redacciones de periódicos y cadenas de radio y de televisión la información relacionada con ámbitos como la cultura y el arte populares, las fiestas, la artesanía, el folklore, la ciencia o la información sobre los mismos medios de comunicación, además de otras integradas en nuevas esferas como la decoración, el diseño, la moda o la gastronomía, es frecuente que se gestionen por áreas informativas distintas a la de Cultura, fundamentalmente por el área de Sociedad, que en algunos de estos medios, además, absorbe a la de Cultura en su totalidad y se transforma en un área de Sociedad, Cultura y Espectáculos.

En los medios de comunicación la cultura aparece en la forma que Abraham Moles definiera como ‘cultura mosaico’, aquella que iguala las informaciones relacionadas con el clasicismo y las vanguardias con las del utilitarismo y el consumo: lo sublime con lo ‘kitsch’. La que coloca en una misma página del periódico la subasta de un cuadro de Picasso y el último escándalo erótico de Miley Cyrus; en un mismo programa de radio una sinfonía de Beethoven y un tema de hip-hop, en un mismo programa de televisión las declaraciones de un premio Nobel de literatura y las imágenes promocionales de la última entrega cinematográfica de la saga Torrente.

En la actualidad, y en relación con la información de la cultura en los medios de comunicación, tanto la obra cultural como el creador están mediatizados además por nuevos sujetos culturales y agentes productores, como la editorial, la galería de arte y el marchante, la casa discográfica, el empresario de espectáculos, las distintas instituciones públicas y privadas… que colocan tanto al autor del producto cultural como a su consumidor en una nueva situación dentro de las estructuras sociales y de mercado. La influencia que la estrategia de estos nuevos protagonistas de la cultura tiene sobre los medios de comunicación condiciona el concepto mismo de cultura en el sistema social en el que se desenvuelven. En la actualidad, cuando hablamos de cultura, y sobre todo cuando hablamos de información cultural, hay que tener en cuenta un nuevo concepto que mediatiza y condiciona tanto una como otra: el concepto de industria cultural. Hay que advertir que este último contiene en sí mismo una cierta consideración peyorativa al suponérsele parte de una estrategia de producción capitalista pensada para el consumo y que persigue un beneficio de tipo económico en lugar de una finalidad en la formación cultural de los ciudadanos, tanto en su aspecto de producción como en el de reproducción y difusión. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en nuestra sociedad actual es inevitable la intermediación de las industrias culturales en la totalidad de la producción y la promoción de la cultura.

Los medios de comunicación han potenciado el concepto de cultura bautizado por la Escuela de Frankfurt como cultura de masas, la que mejor se corresponde con su divulgación a través de los medios de comunicación: un mensaje efímero emitido por una élite de comunicadores a un receptor masificado, disperso y anónimo, a través de medios de comunicación centralizados que dan prioridad a la novedad por encima del clasicismo y legitiman como cultura productos de dudosas características culturales. Y que en ocasiones hasta degradan valores artísticos y culturales al convertirlos en objetos de uso. Los medios de comunicación, además, difuminan las fronteras de calidad entre la alta cultura y la cultura de masas al tener la misma consideración y dar el mismo tratamiento a informaciones relacionadas con una y otra. Sin embargo, otras consideraciones (entre las que se pueden citar las relacionadas con movimientos como el de la New Left o los Cultural Studies) atribuyen a la cultura de masas un importante valor como método para analizar la sociedad actual, una sociedad que tiene acceso a muchos de los numerosos medios de comunicación, en ocasiones únicos responsables de su formación cultural. Actualmente el término cultura de masas está siendo sustituido o haciéndose equivalente al de industria cultural. Hay que advertir, no obstante, que ya algunos de los filósofos de la Escuela de Frankfurt utilizaban ambos términos como sinónimos o como estrechamente relacionados: Adorno y Horkheimer titulaban “La industria cultural” el estudio que ocupa la parte central de su Dialéctica de la Ilustración. En todo caso los medios de comunicación son en la actualidad el mejor cauce para la divulgación de la cultura y uno de los lugares de privilegio para su creación y recreación. De ahí la responsabilidad del periodismo cultural como práctica informativa que se ocupa de la difusión de la cultura. Se trata de una actividad profesional de las que exigen una mayor y más rigurosa preparación por parte de los periodistas que ejercen esta especialidad, que tienen el deber de proporcionar acceso al capital cultural a quienes no poseen los códigos, la formación intelectual y la sensibilidad necesarias para asimilarlo y convertirlo en gratificante. El periodismo cultural tiene la obligación de hacer comprender una información que no está al alcance de todos los ciudadanos porque requiera una preparación que muchos no tienen. Y debe hacerlo, además, utilizando un lenguaje que conmueva y seduzca, que despierte en los receptores el interés por la belleza y por los valores de la cultura antes que la apetencia por la mercancía. El periodista cultural, además, no es un agente pasivo que únicamente comunica la realidad que observa sino una voz que interpreta esa realidad, por lo que ha de tener además una especial capacidad de análisis y de contextualización.

Es sorprendente que tan pocos ensayistas hayan dedicado alguna de sus obras a analizar el periodismo cultural. En un artículo publicado en un suplemento cultural de un importante periódico español, un influyente crítico de ese medio citaba solo al argentino Jorge B. Rivera y al español Iván Tubau como únicos autores de textos dedicados al análisis del periodismo cultural, ambos publicados en los años ochenta. A ellos habría que añadir mi modesta contribución Periodismo cultural publicada por la editorial Síntesis (2006). Jorge B. Rivera define el periodismo cultural como «(…) una zona muy compleja y heterogénea de medios, géneros y productos que abordan con propósitos creativos, críticos, reproductivos o divulgatorios los terrenos de las ‘bellas artes’, las ‘bellas letras’, las corrientes del pensamiento, las ciencias sociales y humanas, la llamada cultura popular y muchos otros aspectos que tienen que ver con la producción, circulación y consumo de bienes simbólicos, sin importar su origen o destinación estamental». Por su parte, el profesor Iván Tubau lo define como «la forma de conocer y difundir los productos culturales de una sociedad a través de los medios de comunicación».

El ámbito en el que se desarrolla la información cultural abarca una amplísima gama de manifestaciones de difícil tratamiento para el periodista, que no suele ser experto más que en algunos de los géneros de la gran variedad que abarca esta especialización (cine, teatro, arte, música, fotografía, ballet, danza contemporánea…) y que tiene que enfrentarse diariamente a una información múltiple, en ocasiones de una gran dificultad de comprensión e interpretación, con constantes aportaciones de nuevos valores, nuevos protagonistas, nuevas tendencias, nuevas denominaciones… que exigen una constante actualización y puesta a punto y una labor de documentación superior a la de cualquier otro ámbito informativo. Además, los diferentes medios crean sus propios códigos de transmisión cultural, adecuados a las características de su específico modo de emisión. A todo lo cual hay que añadir las presiones de un entorno industrial-cultural que con frecuencia pone sus prioridades en los objetivos de los resultados económicos de las ventas de productos culturales antes que en la difusión de la calidad, y lo hace a través de la cultura de la distracción y el entretenimiento, cuando no de la banalidad, convirtiendo la cultura en un mecanismo de evasión y no en un espacio de enriquecimiento intelectual y de la sensibilidad. Por desgracia es este el concepto de cultura predominante, el que se fomenta a través de los más poderosos medios de comunicación.

Actualmente la presencia de una rica actividad cultural en la realidad social española es un hecho indiscutible y cada vez más valorado y seguido por los ciudadanos, como corresponde a un país desarrollado y a una sociedad interesada por su vida cultural. Se celebran cada vez con mayor frecuencia exposiciones y conciertos, se editan y se presentan discos, libros y publicaciones, se estrenan películas y obras de teatro, se conceden premios culturales importantes, se dictan conferencias, se convocan todo tipo de actos culturales en las grandes capitales, pero también cada vez más en las ciudades pequeñas y aun en los pueblos, y hay un interés creciente en el ámbito de los intercambios entre las diversas culturas presentes en nuestras sociedades. La cultura es un hecho cotidiano, cada vez incluye obras y manifestaciones de mayor calidad, alcanza dimensiones considerables desde diversos puntos de vista (educativo, económico, social, político, etc.) e interesa a una gran cantidad de personas.

Los distintos medios de comunicación recogen informaciones sobre esta bulliciosa actividad cultural a la que dedican una parte considerable de su atención, y tienen organizados para la cobertura de esta información equipos de profesionales especializados, en correspondencia con la presencia de la actividad cultural, con su importancia y con su diversidad, así como con la demanda de información cultural por parte de la sociedad. En los últimos años se viene apreciando cómo, cada vez más, los medios impresos dedican un mayor número de páginas a la sección de Cultura, separada ya en la práctica totalidad de las redacciones de publicaciones diarias y semanales, de la sección de Sociedad, en la que se alojaban habitualmente. A este interés por la información diaria se suma uno de los fenómenos más importantes de la prensa española actual, cual es la edición de suplementos culturales semanales en la práctica totalidad de los grandes periódicos nacionales y aun regionales, un fenómeno, el de los suplementos culturales, con unos niveles de calidad e interés nunca antes alcanzados en la prensa española. Hay que destacar también la calidad y la amplia variedad de las revistas culturales, de marcada tendencia a la especialización y de periodicidad habitualmente mensual, aunque las hay también quincenales, trimestrales o semestrales. Lo único que hay que lamentar es el escaso índice de lectura que registran, por motivos diversos, entre ellos, además del precio, la gran segmentación de sus audiencias, editorial y sociodemográfica, cuyo análisis sobrepasa los objetivos de esta introducción. Para evitar la desaparición de la mayor parte de estas publicaciones es urgente la puesta en práctica de un programa de ayudas públicas que atienda a la profesionalización, la promoción y la exportación, así como la aplicación de un IVA específico reducido para estas publicaciones. Frente a esta presencia cada vez mayor de la información cultural en los medios informativos escritos, se aprecia sin embargo un déficit de contenidos culturales en los programas informativos y en la programación de los medios audiovisuales, sobre todo en la televisión. Este último medio tiene todas las propiedades (imagen, sonido, voces, músicas) para convertirse en el gran divulgador de la actividad cultural nacional e internacional en toda su riqueza plástica y posee también todas las ventajas para hacer llegar un mensaje más claro y efectivo a la mayor parte de la sociedad, ya que los índices porcentuales de lectores de periódicos están muy por debajo de los de la audiencia de todos los programas informativos de todas las cadenas de televisión de ámbito nacional tanto en hombres como en mujeres de todas las edades. La realidad de que un elevado índice de españoles de ambos sexos se informe únicamente a través de la televisión es suficientemente ilustrativa del potencial de este medio para trasladar de una manera efectiva a la sociedad los valores culturales y educativos que se desarrollan en su seno. La televisión apenas recoge en sus programas y en sus informativos una mínima presencia de esta actividad cultural, además casi siempre relacionada con la cultura de consumo, cuando no con el escándalo y el morbo, en lugar de potenciar los valores más enriquecedores de la amplia oferta actual relacionada con el mundo de la cultura.