Amor

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Aus der Reihe: Adentro #3
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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Prólogo: Sobre el amor y su esencia

Trazando juntos la senda del amor

El arte de amar

La sinfonía de la vida

La teoría de los afectos

La senda de la felicidad

Chioma y Luca

El signo de los tiempos

La mirada de María Luisa

De la palabra y la imagen

Caminar hacia la felicidad

La belleza está en ti

Almas grandes

Aprender a gozar

La travesía de la vida

La misión

Somos ahora

El amor salva

La soledad «sonora»

El caracol y el arcángel

Evocando lo bello

El sacramento de la amistad

Instrumentos de amor

La revolución de la paz

Sentir la herida

Una ética que nos guíe

Compartir la vida

El mundo gira enamorado

El consuelo del alma

Pensamientos al vuelo

Sinfonía de deseos

Ultílogo: Siempre es tiempo de amar

Biografía del autor


Colección dirigida por Luis López González

© SAN PABLO 2018 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es

© Francisco Castro Miramontes 2018

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: ventas@sanpablo.es

ISBN: 9788428561105

Depósito legal: M. 3.403-2018

Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)

Printed in Spain. Impreso en España

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

Lo grande y valiente es seguir amando,

porque el amor tiende cauces de encuentro,

de comprensión, de respeto.

Necesitamos activistas del amor

que pongan en práctica el bien.

Las reflexiones contenidas en este libro

están dedicadas a esas personas

«activistas del amor», que con su compromiso

siguen sosteniendo los pilares del mundo.

PRÓLOGO:
SOBRE EL AMOR
Y SU ESENCIA

«Y ahora voy a describir la experiencia que consiste en maravillarse por la existencia del mundo diciendo: es la experiencia de ver al mundo como un milagro».

LUDWIG WITTGENSTEIN

¿Un libro sobre el amor? ¿Acaso se puede revestir de palabras lo inefable? ¿Y si fuese demasiado osado dar voz a lo que, por ser tan humano, es limitado? ¿O quizá sea porque el amor es el sustento de la vida, el motor del existir? Sea como fuere –y que cada persona se sienta libre para filosofar sobre el ser del amor en su propia vida–, el caso es que no encuentro otra razón más firme y sincera para comprender el arte de ser y vivir como personas. Porque el amor es esencia divina que se vierte en el recipiente de nuestra frágil vida. Y así lo vivió y expresó un hombre de Dios que desplegó su antena parabólica espiritual para captar la onda divina en su propia historia personal y en la búsqueda de caminos de encuentro y diálogo entre diversas tradiciones religiosas:

Decir que estoy hecho a imagen de Dios es decir que el amor es la razón de mi existencia; pues Dios es amor. El amor es mi verdadera identidad. La abnegación es mi verdadero yo. El amor es mi verdadero carácter. Amor es mi nombre.

Si, pues, hago, pienso o digo algo, conozco o deseo algo que no sea puramente por el amor de Dios, no puede darme sosiego ni descanso, satisfacción ni gozo.

Para hallar el amor debo entrar en el santuario donde está escondido: que es la esencia de Dios (Tomas Merton, monje cisterciense).

Por eso, este es un libro sobre el amor, entendido como una fuerza que cimienta la vida humana, como una actitud, como una forma de ser y de estar, como un compromiso cotidiano con la vida, como más, mucho más, que un mero sentimiento sensiblero que, como viene, se va.

Por eso, este es un libro que tiene como protagonista a la vida misma, contemplada con el prisma del amor que nos humaniza (nos diviniza). Y por eso mismo este ejercicio de meditación a viva voz (con palabra escrita) comienza con una referencia agradecida a quien cambió el curso de los tiempos a fuerza de compromiso solidario, a ritmo de amor, y quien, según la tradición multisecular, trajo hasta el finis terrae occidental la esencia de una buena (buenísima) noticia: «Nadie tiene amor más grande sino quien da la vida por sus amigos».

Aquí tienes retazos de vida, a la luz del amor que da sentido a la existencia, y que quiero compartir contigo.

TRAZANDO JUNTOS
LA SENDA DEL AMOR

«El amor es una reserva de energía sagrada; es como la sangre de la evolución espiritual».

PIERRE THEILHARD DE CHARDIN

Paz y bien:

Desde hoy quiero compartir contigo, en el camino de la vida, mi ser, la vida misma tal y como la percibo, tal y como la sueño, pero sobre todo, tal y como me viene dada en este ir paso a paso tratando de teñirla del color verde de la esperanza, esa misma esperanza que se sustenta y palpita en nuestros mejores y más bellos ideales, en la mirada de amistad de quien vive en y desde el amor. Te propongo que compartamos esta misma esperanza desgranada en palabras, como una forma más de construir la amistad que tanto necesita el mundo y que se sostiene sobre un compromiso de amor.

Al tiempo de escribirte escucho los sones de una música muy especial, evocadora de algo muy profundo. La música es sin duda alguna la expresión viva del arte que subyace en nuestro corazón; y es que siempre hay un algo de musicalidad, y también de poesía, en cada vida, en cada persona. Escucho y comparto contigo el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz interpretado por un cantautor berciano de hondas raíces gallegas: Amancio Prada. Los versos que brotan del eco del alma ansiosa por encontrar el reposo en la paz, unidos a los abrazos de la musicalidad, evocan un lenguaje universal que no solo percibe el oído, ya que, en cierto modo, el universo es una sinfonía y nosotros notas que componemos el pentagrama de la creación.

 

Recuerdo que hace años asistí a un concierto de Amancio Prada cuya segunda parte estaba dedicada a este santo nacido en Fontiveros (Ávila), pero ciudadano del mundo, el «medio fraile» de santa Teresa de Jesús (así le llamaba ella merced a su poca estatura). En aquel entonces el cantautor demandó al auditorio que guardásemos silencio, que no interrumpiésemos siquiera con un aplauso las composiciones poéticas del santo carmelita, puesto que estábamos hablando ya de algo mucho más profundo que el hecho mismo de la sonoridad de la voz y los instrumentos musicales, más allá de la estética, más allá del espacio material. Y el corazón, que es sabio aunque no haya estudiado en ninguna universidad (porque en realidad la verdadera escuela es la vida misma), supo entender el mensaje, y disfrutar del «bálsamo divino».

Es curioso, casi paradójico, constatar que el canto profundamente espiritual (humano y divino) de Juan de la Cruz brotó por primera vez en la historia en una ciudad «almada», en el Toledo de piedras trigales que el sol suele bañar de esplendor dorado, puesto que fue durante su forzoso cautiverio en la ciudad ceñida por el Tajo cuando, en medio de las dificultades y del sufrimiento, escribió en algunos pergaminos esta bella composición hoy musicada.

La vida, la vida misma, tan profundamente bella y tan salvaje, tan fascinante y desconcertante a un tiempo. Y el ser humano frustrado y opresor que siempre trata de salirse con la suya. Afortunadamente en Toledo, en aquel cautiverio que fue una auténtica «noche oscura del alma», venció el amor, y el odio o resentimiento se vio sorprendido y abatido por el verbo amable del poeta. Sí, necesitamos muchos poetas que adornen lo inefable con palabras que nos ayuden a recuperar la senda perdida del amor.

En cierto modo estoy hoy también emulando a Juan de la Cruz al querer elevar un canto: el de mi corazón, para hacer que la soledad existencial a la que a veces nos vemos abocados se transforme en «soledad sonora», en palabras del santo carmelita abulense. Por eso te propongo aquí que caminemos juntos un tiempo, transitando por la senda del amor, siempre inédita, porque cada experiencia de vida es siempre única e irrepetible, pero se puede compartir como gesto de amor (porque el amor siempre necesita compartirse para espantar la sombra del egoísmo), y también como necesidad vital de sentirnos acompañados, de notar cómo alguien camina a nuestro lado, cómo una mano amiga se tiende en los momentos cruciales de la vida en los que nos sentimos desbordados.

El amor de la amistad es un gran regalo, porque nos ofrece la posibilidad de crecer interiormente, humanizándonos cada vez más. Me gusta la expresión clásica de que amigo/a «es quien me conoce y sin embargo me quiere». A mí me gusta emplear más la palabra «amor» que «querer», porque considero que el amor es el cimiento del mundo, la verdadera razón para vivir, lo único que de verdad justifica la vida misma, porque, ¿qué sería la vida sin amor? Querer es algo volitivo, se quiere algo porque se necesita, porque es útil, porque nos gusta, porque en un momento dado nos ayuda o sirve para algo. El amor es mucho más bello y profundo, y por ello mucho más exigente.

«El amor es el cimiento del mundo».

Pero no quiero que este camino de amistad compartida sea solo para nosotros mismos, para ti y para mí, por muy hermoso que sea compartir entre dos. La amistad es expansiva y, como el fuego, no se extingue dándose, sino que dándose se multiplica y produce así un efecto benefactor ampliado. La amistad es amor sin ataduras, sin otro afán que hacer el bien. El amigo/la amiga está siempre ahí, aun en la distancia, pero sobre todo resplandece la luz de su presencia en los momentos de dificultad.

Con todo, hoy tengo el corazón un tanto encogido con la escucha de las noticias sobre el mundo que nos rodea (que somos), ante imágenes de enfrentamientos, de catástrofes, de violencia. ¡Qué sensación de impotencia! ¡Qué gran misterio el del sufrimiento en medio del ciclo de la vida-muerte!

Concluyo este mensaje inicial como lo comencé: con el ánimo de sembrar esperanzas en el camino de la vida, compartiéndolas contigo. No tengas miedo a la vida, con todo y pese a todo, porque al igual que el místico siempre encontraremos la posibilidad de liberar de su esclavitud (miedos, prejuicios, complejos) el amor que brota en nuestro interior como manantial de aguas limpias que fluye y da vida, o como senda de amor que se recorre en ejercicio de amistad.

EL ARTE DE AMAR

«El amor y la bondad no solo hacen que los demás se sientan queridos y cuidados, sino que también nos ayudan a afianzar nuestra paz y felicidad».

DALAI LAMA

Paz y bien:

El eco de la amistad nunca es un canto en el vacío, ni es un mero reflejo de nuestra voz lanzada al aire, sino mutualidad de vida y esperanza, mirada de corazón trazada sobre un horizonte en el que se hace posible el encuentro más íntimo; el que se produce a nivel del alma, más allá de lo físico, de lo visible, de lo aparente (aun cuando esta dimensión de la corporeidad sea esencial). La distancia geográfica jamás fue óbice para que la amistad se forje y sustente en un vínculo profundamente espiritual sin buscar nada más que el hecho mismo de comunicar y saber que hay alguien que escucha, que lee, que comprende, que ama.

Hace tiempo una madre contaba que le había emocionado tener a su niña en brazos, y que esta, mirándola fijamente le confirmase que se veía reflejada en sus ojos. ¡Qué bella estampa la de tu niña mirándose en los ojos de su madre! Los niños y las niñas son pequeños sabios. Ya lo decía Jesús: de quienes son como ellos «es el reino de los cielos».

Incidiendo en lo ya afirmado, entiendo que querer es un acto meramente volitivo. Se quiere algo porque gusta, porque se desea, porque es útil o confortable, o incluso se quiere algo por mero capricho, y no ha de ser menos (así somos) referido a las personas. Amar es más, mucho más, es dejar que fluya el amor mismo desde el hondón del alma, como el manantial que brota libre, manso y límpido de las entrañas de la tierra, en la cumbre de la montaña. Amar es una actitud ante la vida, una forma de ser y de estar que nos ayuda a vencer el odio, el resentimiento, o cualquier nefasta sensación o pulsión, que fácilmente nos acometen en esta aventura de existir. Decía también Jesús de Nazaret que «nadie tiene amor más grande que quien está dispuesto a dar la vida por sus amigos».

La amistad es una forma de amar, y quizá la más excelsa, porque la amistad implica dar sin esperar recibir, saber estar e incluso, llegado el caso, renunciar a estar si el bien del amigo o de la amiga así lo hace sentir. Por eso, me atrevo a afirmar que el amor-amistad ha de ser guía para cualquier forma de amor: el de pareja, el filial, el maternal, el fraternal, el paternal e, incluso, el religioso. Amar es más que un mero sentimiento, es pasión por el bien ajeno, es vivir para los demás, es no olvidarse de que somos parte de un todo, y de que existe una alteridad que residenciamos, de inmediato, en las personas concretas con las que nos cruzamos en el camino de la vida.

¿Y qué es lo que mueve a los misioneros y misioneras sino el amor? Sí, es encomiable la vida de tantas mujeres y hombres de bien que lo dejan todo, literalmente, para entregarse a los demás (¿hay acaso vocación más hermosa?). Ellos/as están en el corazón de la miseria antes, durante y después de cualquier catástrofe. Su presencia es aleccionadora. Me admiran las personas que son capaces de renunciar a todo (incluso a sí mismas) por el simple afán de amar al prójimo concreto y sufriente, comprometiendo la propia vida, arriesgándola.

Estoy leyendo un libro escrito por Anna Ferrer, la esposa de Vicente Ferrer (hombre al que admiro enormemente, y a través de cuya fundación tengo apadrinado desde hace años a un niño de la India). Ella cuenta que el estado de salud de su marido siempre fue más bien precario, y que los médicos estaban muy sorprendidos de cómo, estando su corazón tan maltrecho, él era capaz de seguir adelante con la ingente labor de ayudar a los más pobres a salir adelante en medio del erial. Y un médico acertó con el diagnóstico: está claro que «Alguien más» sostenía a este hombre. Supongo que lo mismo se puede decir de los misioneros/as y de la gente de bien, que son instrumento de la Providencia porque son dóciles y, a un tiempo, luchadores pacíficos por la causa del bien.

El mundo de la miseria sigue en el mapa, aunque las noticias que nos llegan suelen obviar esta geografía de la ignominia, puesto que la actualidad manda y los medios de comunicación nos narcotizan la mente con noticias de lo más irrelevante pero que magnificadas se transforman en casi vitales y en motivo de conversación (y así se nos va robando un poco el alma). La política (la última polémica por unas declaraciones lesivas) o el fútbol (el último entrenamiento de la figura mediática del momento) desplazan continuamente a quienes no cuentan para el mundo supuestamente «desarrollado». Por eso no debemos olvidarnos de los que más sufren, comenzando por quienes están a nuestro lado.

Te escribo de noche, en una noche serena y fría, dominada en el espacio estelar por una luminosa y redondeada luna llena que reinará por unas horas. Pero esta noche, una noche más, el Albergue San Francisco, sito en este convento compostelano, es hogar para quien no lo tiene. Casi una treintena de personas «sin techo» reposan ya sobre una cama limpia, bajo techo, con calefacción y quizá, así lo deseo, soñando que otra vida es posible: la que forja el amor solidario. Detrás de cada vida de estas personas hay una historia de desamor. También a ti te deseo unos felices sueños, y que los ángeles velen tu reposo arropado por el calor de hogar del amor que tanto necesitamos para vivir, para vivir abiertos al don de los demás.

LA SINFONÍA DE LA VIDA

«Señor, transfigúrame. Quiero ser tu vidriera, tu alta vidriera azul, en tu más alta catedral».

GERARDO DIEGO

Paz y bien:

Hoy he visto y escuchado con gran atención una entrevista realizada a Inma Shara, uno de los grandes nombres actuales de la dirección de orquestas a nivel mundial. Y me ha sorprendido muy gratamente su profundidad de vida, su concepto de los valores humanos como elementales para la educación y la edificación de la personalidad y su naturalidad a la hora de hablar de la música, como arte y pasión, y de la fe como elemento que la inspira y la ayuda a ser mejor persona.

La expresividad de su mirada y, sobre todo, el impulso armónico, casi una danza, de sus manos, ofrecían una sinfonía de credibilidad a quien pudo contemplar la escena como simple telespectador. Entiendo que es un buen servicio ofrecer la oportunidad de divulgar su mensaje de vida a personas así, artistas de la vida que humildemente fundamentan su propia existencia en los valores humanos y en la realidad divina que nos abraza y envuelve en el gran escenario de la creación, en el que se representa día a día el concierto cósmico de la existencia en sus diversas formas y manifestaciones. Más allá del éxito, lo decisivo es que la persona humana edifique su personalidad sobre sólidos cimientos: los valores humanos, y entre ellos, el de la trascendencia, el de la divinidad, el del amor.

¿Cómo podemos describir a Dios? Incluso describir algo tan sencillo como el sabor de un mango es imposible. ¿Sabe un mango como una naranja? No. ¿Como un melocotón? ¿Como una piña? No. Pero el hecho de que yo no esté capacitado para describir con palabras el sabor de un mango no quiere decir que el mango no exista. Lo mejor que podemos hacer para hacerle comprender a alguien cómo es el sabor de un mango es dejarle comer uno. No describimos a Dios. No hablamos acerca de Dios. Nos mantenemos disponibles para el reino de Dios (Tích Nhât Hanh).

Hoy llueve intensamente sobre Santiago de Compostela. Para consolarnos, los compostelanos, que somos muy imaginativos, solemos decir que aquí la lluvia, como en ningún otro lugar del mundo, es arte. Recientemente escribí una colaboración para una publicación impulsada con fines solidarios por la ONG Médicos del Mundo. Me pedían a mí, como compostelano nativo y también de adopción, porque es bueno seguir naciendo y reforzando la filiación como pacto con la vida y la realidad concreta que nos toca vivir, que comentase una fotografía tomada en la Plaza del Obradoiro, en la que se sobre-impresionaba la esbelta fachada de la catedral sobre un charco de agua de lluvia, mientras un perro pasaba fugaz, como una sombra. Esto fue lo que escribí y que ahora comparto contigo:

 

La Plaza del Obradoiro es cuna de culturas, punto de encuentro entre turistas, peregrinos y paisanos, gran plaza de pueblo, de un pueblo universal que conjuga la esencia de lo autóctono con la pluralidad de lo foráneo. Aquí se sitúa el punto cero de la peregrinación, aquí reposa como en un lecho el cansancio y la esperanza del peregrino que no puede sino sentir una profunda emoción al contemplar la filigrana de la piedra que, en un giro ascensional, te hace mirar hacia el cielo proyectándote hacia el infinito, robándote el corazón e invitándote a la poesía que se sumerge en el arte de la piedra bañada por la lluvia, y que nos hace soñar con la esperanza como horizonte existencial de eternidad, mientras vamos fugazmente de paso por el camino de la vida.

Esta lluvia de hoy es la que empapa y fecunda la tierra que se deja abrazar por el resplandor solar. De la confluencia de tres, brota la vida y las más hermosas y floridas primaveras. Así es la vida, una confluencia de tres: yo (tú), la tierra que nos sustenta y Dios, sol imperecedero que ilumina nuestro caminar y nos permite florecer ofreciendo frutos de amor, bondad y mansedumbre. Según el relato bíblico: Dios «es amor». Y así lo hemos sentido a lo largo de la historia muchas personas que no hemos podido comprender la realidad concreta y terrenal sino desde su profundidad espiritual. Ibn Arabí, pensador musulmán de Al-Ándalus, llegó a resumir su vivencia afirmando sin rubor y con decisión: «Mi religión es el amor».

Ha comenzado ya la Cuaresma, prólogo prolongado de la Pascua de resurrección. Esta mañana, en la celebración de la Eucaristía, en la homilía, al hilo de la proclamación de las «tentaciones de Cristo», me referí a esa tendencia innata del ser humano de querer «ser como Dios», a erigirnos en «diosecillos» de nuestra propia vida y –peor aún– de la vida de los demás. El egoísmo es la raíz de muchos males, y el gran ídolo de barro que se acaba desmoronado, pero que mientras tanto devora vidas y sueños. Jesús venció a esta gran tentación a fuerza de amor. Esta es la clave. Purificar el corazón es el primer paso, pero no basta, hay que vivir luego de modo comprometido, solidario, porque la vida misma exige respuestas. Y en esencia la Cuaresma es una oportunidad para eso mismo; para hacer desierto interior de búsqueda y vuelta a lo esencial, para luego, fortalecidos interiormente, afrontar la vida como nos viene dada.

«Purificar el corazón».

Y la Eucaristía de hoy me deja un recuerdo más, que quiero compartir contigo. Entre el público, entre la comunidad creyente, había una mamá en estado de buena esperanza que mientras un servidor predicaba acariciaba con su mano su barriguita (el don de la vida, el milagro de la vida en todo su esplendor). Y tanto es así que caí en la cuenta de que allí en realidad no había una persona sino dos, y que la criatura, abrazada por el amor de su madre, simbolizado en su vientre, también quizá estaba sintiendo algo en ese momento –seguro que sí–; las emociones que su madre le estaba transmitiendo.

Y en el templo, un poco más adelante que la madre gestante, en primera fila (como acostumbra), estaba don Luis, que acaba de cumplir 102 años y viene todos los domingos a Misa acompañado de su hija, siempre pendiente de él, y que le dijo al oído (su audición ya está muy limitada) que el sacerdote había informado a la asamblea de su reciente cumpleaños… por lo que él se sentía muy agradecido. Por cierto, que en cierta ocasión una niña se quedó prendada del ancianito en cuestión, tanto es así que le dijo a su madre que por qué no lo adoptaban y se lo llevaban con ellas para casa. Esta es la mirada de inocencia y hermosura de la infancia, con razón de quienes son como ellos y ellas es el reino de los cielos.

Hoy he asistido a un milagro; una vida plena a la puerta del Reino y otra en ciernes compartían sin saberlo la vida que nos hermana. Sí, la vida misma, ¡qué bello y desconcertante misterio! Esa vida que se hace también nombre, palabra que nombra, que define, que evoca. Y detrás de cada nombre, de nuestro nombre, se esconde y abarca una persona, es decir, un mundo en expansión. Pero en este sentido, en la lucha por la dignificación de las personas, aún queda mucho por hacer. Trazar una senda de amistad nos puede hacer ser y sentir más vulnerables y compasivos ante la realidad, nominada o no, de otra persona que es en sí misma –somos– un misterio desconcertante y bello. Necesitamos el amor, so riesgo de perecer ahogados en el mar profundo del egoísmo: «Me pregunto: ¿qué es el infierno? Y sostengo que es el tormento de la imposibilidad de amar» (F. Dostoievski).

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