Europa a tu aire. 80 rutas sobre ruedas

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Península Ibérica

Vale do Douro

El Alto Duero acoge uno de los paisajes vitivinícolas más impresionantes del mundo. La sucesión de viñedos en terrazas que descienden hacia el río, con hileras curvas de viñedos elegantemente enlazadas con elegantes quintas del siglo XVIII conforman un espec­táculo natural único. Y no solo por su belleza, sino por la calidad de unos vinos universales que nacen de una tierra agreste y dura.

El epicentro del valle se localiza en Oporto. Al abrigo del frío Atlántico, la ciudad va ascendiendo por calles estrechas cuyas casas se mantienen en un frágil equilibrio que acentúa el espectáculo. La urbe está salpicada de historia, con vestigios en forma de monumentos casi en cada rincón. Pero el rico patrimonio pasado no cierra las puertas al futuro, y la ciudad se ha ido modernizando de la mano de grandes arquitectos vanguardistas hasta dibujar una urbe llena de sabor que embriaga con el aromático perfume de sus oportos.

Tierra de vinos, el Miño es la cuna de los Vinhos Verdes que ya probaron los romanos en la antigua Bracara, la Braga actual, que respira espiritualidad por cada uno de sus poros y sobrecoge con el impresionante santuario del Bom Jesús do Monte y la iglesia prerrománica de San Frutuoso. La región encierra tesoros como Guimarães, la ciudad que conformó el Portugal actual; o Viana do Castelo, la patria de João Velho.


• Distancia: 370 kilómetros (circuitos urbanos aparte)

• Puntos de la ruta: Oporto - Guimarães - Braga - Barcelos - Viana do Castelo - Amarante - Vila Real - Peso da Régua - Pinhão - Lamego - Viseu - Mangualde - Penalva do Castelo - Tondela

Oporto

La ciudad, conocida por sus vinos inmortales, es un museo al aire libre. Su imagen romántica y desordenada engancha a cada paso por sus suelos empedrados, a cada latido, con el Duero (aquí es el Douro) como bellísimo hilo conductor. Su casco histórico fascina. Reconocida por la Unesco como Patrimonio Mundial, vive dentro de las murallas medievales, con las casas ascendiendo en un frágil equilibrio que multiplica su encanto. Pero la ciudad luce también edificios coloniales y modernistas, amplias villas y avenidas impresionantes como la de los Aliados, en pleno centro, donde se localiza el Ayuntamiento, un delicioso edificio de piedra y mármol.

Un breve paseo nos lleva hasta la plaza de la Libertad, centro neurálgico de la urbe y donde confluyen la ciudad vieja y la nueva bajo la mirada de la estatua ecuestre del rey Pedro VI. Al lado se encuentra la estación de trenes de San Bento, un espectacular edificio levantado sobre los restos del convento homónimo. Su vestíbulo cuenta con más de 20000 azulejos en los que se cuentan retazos de la historia del país. La ruta lleva ahora hasta la Sé, la catedral de Oporto, levantada en el siglo XII con estilo románico, pero que luce el paso del tiempo con numerosos órdenes: una fachada barroca en el ala septentrional, un espectacular claustro gótico con series de azulejos cubriendo las galerías inferiores… Situada en el barrio de Batalha, en la zona alta, se alza junto a las murallas primitivas y ofrece una perspectiva maravillosa de la acrópolis y de sus tejados rojizos descendiendo en busca del Duero. En la parte posterior de la catedral se encuentra la Casa-museo Guerra Junqueiro, en un antiguo palacio barroco.

Ya junto al río aparece el puente Dom Luís, obra de Teophile Syrig, discípulo de Eiffel. Tiene dos niveles, que unen Vila Nova de Gaia con el centro de la ciudad y con la orilla donde se asientan las bodegas. Cruzarlo andando sobrecoge por sus dimensiones, por la imagen que se vislumbra de la ciudad y del río, y por la vibración que produce el tráfico rodado, perceptible de manera nítida. Merece la pena atravesarlo y llegar hasta la zona de las bodegas de Gaia, las Caves del Vino de Oporto. Adentrarse en el corazón de sus galerías es como retroceder en la historia. Es imprescindible probar alguna colheita vieja para percibir plenamente la grandeza de los oportos. Fuera, con los rabelos atracados en la orilla del Duero, la perspectiva de la ciudad al otro lado del río es deliciosa. Primero se vislumbra la torre dos Clérigos, con su elegante sobriedad de piedra y sus 75 metros de altura, rodeada de edificios con decorativas fachadas azulejadas; luego la catedral y un puzle de calles que ascienden hacia lo alto de la ciudad.

Y justo en la otra orilla del río, en la Ribeira, aparece Cais da Ribeira, una de las plazas más antiguas de Oporto, con sus casas de diferentes alturas y colores, hoy colonizada por numerosos bares y restaurantes. Siguiendo la ribera en busca del mar encontramos el palacio de la Bolsa, la joya barroca de la iglesia de San Francisco, el Museo del Vino de Oporto… hasta llegar a la zona universitaria, donde la modernidad se abre paso.

Se hace imprescindible visitar a pie del paseo marítimo uno de los principales museos portugueses, el Museo de Arte Contemporáneo de Serralves, cuyo edificio fue proyectado por Álvaro Siza Vieira. Además de la colección permanente, programan exposiciones temporales y diferentes actividades, algunas incluso para los niños.

Explorando el Miño

Algo menos de 60 kilómetros separan Oporto de Guimarães, cuna de la nación portuguesa, pues aquí tuvo lugar la batalla que en 1128 daría origen a Portugal. Esta ciudad norteña es un tesoro en el que nació Afonso Henriques y donde se autoproclamó rey de Portugal en 1139. Su casco histórico fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.


Crucero por el río Duero.© Jose Manuel- Turismo de Portugal

Un breve paseo desde la ciudad medieval conduce hasta el monasterio y la iglesia de Nuestra Señora de Oliveira y la iglesia gótica Padrão do Salado. Su entramado conserva un enorme castillo almenado y el palacio gótico de los condes de Braganza. La belleza de esta ciudad se percibe a la perfección bajando por la calle de Santa María, contemplando sus casas y tres plazas sucesivas. Las de Santiago y de la Senhora da Oliveira son las más destacadas —separadas entre sí por los arcos medievales del antiguo ayuntamiento—, y se presentan repletas de edificios monumentales.

Esta apacible y armoniosa ciudad ofrece otros atractivos como la visita al rico Museo Sampaio, ubicado en un notable claustro románico y dotado con una buena colec­ción de arte sacro; y el Museo Arqueológico Martins Sarmento de Guimará, que alberga una de las más conocidas pedras formosas, localizada en Citania de Briteiros.

También podemos observar Guimarães desde la cima del monte de la Peña, a donde nos dirige un funicular. En los días claros se puede llegar a ver el océano Atlántico. Braga, a 25 kilómetros de Guimarães, es la ciudad más importante de la región del Miño, cuna de la nación portuguesa y la que tiene mayor peso histórico del país. Ubicada en el noroeste portugués, la urbe pasa desapercibida entre Oporto y Guimarães, pero tiene buenos argumentos que justifican el viaje para descubrirla. La antigua Bracara Augusta romana es una ciudad espiritual («Coimbra estudia, Braga reza y Lisboa se divierte») en la que sobresalen dos monumentos singulares: el santuario del Bom Jesús do Monte y la iglesia de San Fructuoso de Montelios. El primero se ubica en una colina a las afueras de la ciudad y lo primero que llama la atención es la gran escalera barroca de granito y paredes encaladas que sirve para acceder hasta la enorme iglesia neoclásica, con un singular recorrido zigzagueante. Este culmina en la explanada de este santuario, uno de los que concitan más devotos de Portugal. Para quienes quieran ahorrarse la penitencia de subir por esta escalera, el ascenso se puede realizar en un funicular de cremallera de 1882 con el que se salva el desnivel de 116 metros. San Fructuoso, por su parte, es una maravilla visigótica —el único templo prerrománico del Miño— con arcadas de herradura y a la que se accede a través de la iglesia de San Francisco.

El poder religioso de Braga se percibe en la Sé, su catedral, un portentoso edificio situado en el centro de la ciudad y cuya construcción comenzó en el siglo XI en un románico tardío al que se han ido sumando elementos góticos, renacentistas y barrocos. Cerca, en los jardines de Santa Bárbara, se localiza el antiguo palacio Episcopal, edificado a partir del siglo XIV y con el gótico como orden dominante de un edificio muy interesante.

Más allá de su importancia religiosa, Braga es una próspera ciudad universitaria con un casco histórico que suma palacios renacentistas, jardines y espacios peatonales en una urbe animada y vital.

Nos dirigimos ahora hacia la costa, hacia Viana do Castelo, pero en el camino hemos de detenernos en Barcelos. Al entrar por Barcelinhos surgen el puente medieval y las ruinas del antiguo palacio de los duques de Braganza, donde se aloja un curioso museo arqueológico desde 1929.

En Barcelos, importante centro alfarero del país, tuvo su origen el famoso gallo, icono del turismo nacional.

La ciudad portuaria de Viana do Castelo es un hermoso laberinto de calles que confluyen en la plaza de la República, repleta de edificios singulares como el antiguo palacio gótico del ayuntamiento, junto al que se encuentra la soberbia iglesia de la Misericordia, de 1598, con singulares galerías renacentistas de piedra y cariátides esculpidas a modo de columnas.

La catedral es otro de los emblemas: una construcción sobria de estilo románico en transición al gótico y caracterizada por sus dos torres a modo de almenas. La ciudad exhibe otros monumentos como el hospital Velho y la casa del navegante João Velho, aunque la gran fama de Viana do Castelo es debida a sus playas, que la han convertido en el gran destino de veraneo del norte de Portugal.

 

La vendimia es el gran evento anual de la región vitivinícola del Duero. Durante los meses de septiembre y octubre, varias quintas permiten participar en el proceso de cosecha de la uva y primeras fases de la elaboración del vino. Desarrollado como una atracción turística, los visitantes se convierten en viticultores o elaboradores por un día. Completan el programa catas dirigidas y experiencias gastronómicas.

La región del vino de Oporto

El Duero es uno de los grandes ríos del vino del mundo. En la región de Oporto ha esculpido algunos de los paisajes vitivinícolas más espectaculares, con sus preciosos cultivos en terrazas y quintas repletas de encanto que conforman un espacio repleto de sabor que se disfruta sorbo a sorbo.

«Atravesar la sierra de Marão, desde Vila Real a Amarante, debería ser otra imposición cívica, como pagar los impuestos o inscribir a los hijos en el registro», escribió Saramago. Amarante luce verde, como el vino que produce, y está asentada a orillas del río Támega. Sus calles exhiben casonas y mansiones entremezcladas en una trama urbana en la que sobresale el puente de San Gonzalo, construido con granito a finales del siglo XVIII, y su iglesia monasterio, donde descansa este santo rodeado de mobiliario barroco.

En unos 40 minutos llegaremos a nuestra siguiente parada: Vila Real. Esta población cuenta con el palacio barroco más conocido de Portugal: Solar de Mateus, proyectado por el arquitecto italiano Nasoni e inmortalizado en las etiquetas del vino homónimo, uno de los más populares de Portugal. Sus alas de granito envuelven un gran patio delantero en el que destaca su sobrecargada escalera y las estatuas que culminan su tejado, todo rodeado de enormes jardines que incluyen un túnel de cedros y grandes camelias. Su interior es visitable parcialmente e incluye una biblioteca que conserva un ejemplar ilustrado en dos volúmenes de Os Lusíadas, de Luís de Camões.

El centro de la Vila Real destaca por la calidad de sus edificios, tanto religiosos como civiles, cuya importancia se respeta con vías peatonales que permiten disfrutar en plenitud de su catedral, del siglo XV; del palacio de los marqueses de Vila Real o del Ayuntamiento.

La carretera serpentea por el valle descubriendo rincones que en casi todos los lugares merecen una parada para disfrutar de un paisaje maravilloso, único. Peso da Régua y la cercana Pinhão conforman el epicentro de la región productora de Oporto.

En Peso da Régua se asientan fincas históricas como Quinta do Vallado, una de las productoras con más historia; Quinta da Pacheca o Quinta Nova. La villa acoge un Museo do Douro.

En la Quinta do Vallado podemos conseguir toda la información relacionada con el vino de oporto e incluso visitar las viñas, las bodegas , los almacenes y su pequeño museo.

El Duero recibe en Pinhão el tributo de las aguas del río homónimo, cuyo cauce sustenta desde hace mil años un cultivo que embellece la zona. Aquí se asientan algunas de las quintas de mayor renombre, como Portal, Tedo o Castro, cuyos viñedos descienden en vertiginosas pendientes domesticadas por bancales hacia el Duero. Desde aquí partían los barcos rabelos cargados de toneles de vino en dirección a Oporto, y en sus orillas permanecen varados, hoy con propósito turístico, algunos de ellos.

Otra de las poblaciones importantes de esta ruta del vino es Lamego, fundada por el emperador Trajano. Esta ciudad romana luce catedral, castillo y un santuario, el de Los Remedios, que parece una copia del Bom Jesús de Braga, escalinatas en zigzag incluidas, sin que esto le reste ni un ápice de su grandiosidad. Emplazada en la región de Beira Alta, a las puertas de la del Douro, es una de las ciudades más importantes de la zona y su visita sobrecoge por la monumentalidad de su caserío.


Quinta do Vallado. © Quinta do Vallado

Región vinícola de Dão

Desde Lamego, dirigimos nuestros pasos a la región vinícola del Dão, protegida por las montañas de la importante sierra da Estrela. Pasadas las gargantas del río Dão aparece Viseu, en la Beira Alta, donde se elaboran algunos de los mejores vinos tintos de Portugal. Esta encantadora ciudad medieval se presenta como un laberinto de calles estrechas que ascienden hasta la plaza de la Catedral, el punto más alto. La seo se comenzó a construir en el siglo XII y presenta una sucesión de estilos arquitectónicos de una obra que tardó en completarse varios siglos. Su claustro superior acoge un museo de arte sacro. El Adro da Sé es un ágora rodeada de monumentos por todos sus rincones, incluido el museo de Grão Vasco, el gran pintor renacentista portugués, cuya obra cuelga del antiguo Colegio Seminario Conciliar; o la iglesia de la Misericordia, con su fachada con dos torres campanario.

La ciudad alberga, además, bellos rincones como la plaza del Rossío y monumentos como la iglesia dos Terceiros, situada en el parque Aquilino Ribiero, uno de los espacios más agradables de la urbe.

A solo dieciséis kilómetros por campos poblados de viñedos se encuentra Mangualde, donde sobresale la iglesia de la Misericordia y el palacio de los condes de Anadia, del siglo XVIII. En los alrededores se localiza la hermosa población de Penalva do Castelo, y la de Tondela, que mantienen la esencia del interior de Portugal. Pero aquí la sorpresa asalta casi en cada rincón de esta región, que hay que descubrir sin prisas.

Info práctica

Aparcamiento en el puerto de Pinhão

Estrada EM590

5085 Pinhão

N 41° 11’ 20’’, W 7° 32’ 60’’

Abierto todo el año. No hay servicios. Aparcamiento gratuito.

Puede aparcar libremente en los muelles. O bien se pasa por el centro del pueblo y el paso es estrecho, o bien se baja directamente al puerto una vez que se cruza el puente a la entrada del pueblo. La vista es espléndida y la noche confortable. Sin embargo, las embarcaciones dejan los motores encendidos, lo que puede causar molestias. No hay servicios. Se pueden utilizar los aseos del bar-restaurante del muelle y hay un punto de agua cerca del parque infantil.

Parque da Mata do Cabo

Rua General Ramalho Eanes

5130 São João da Pesqueira

N 41° 08’ 48.5’’, W 7° 24’ 06.9’’

) +351 300 400 991 y +351 925 200 357

Abierto de mayo a mediados de septiembre. 8 parcelas. Aguas residuales + WC + agua : 8,50 euros. Electricidad: 1,50 euros.

Este camping está situado en el complejo deportivo João da Pesqueira, a 41 km de Vila Nova de Foz Côa. Dispone de todos los servicios y tiene acceso a las instalaciones sanitarias de la piscina, que puede utilizar libremente. Dispone de wifi en los bloques sanitarios.

Siga las señales de la piscina y de la autocaravana para llegar a ella. Hay muchas tiendas cerca. Se permite pasar la noche.

Parque de Pernoctación de Caravanas

Rua Eng. Eugenio Nobre

5150 Vila Nova de Foz Côa

N 41° 04’ 54.1’’, W 7° 08’ 49.7’’

) +351 279 760 329

Abierto todo el año. 8 emplazamientos. Eliminación de aguas residuales + WC + agua + electricidad + aparcamiento: gratis.

Bonita zona de autocaravanas a dos kilómetros del centro de Vila Nova de Foz Côa. Los servicios son funcionales. El sitio es un buen lugar para explorar los horizontes y para pasar la noche, aunque está al lado de la carretera.

Península Ibérica

De Coimbra a Évora

Portugal es fascinante. Su riqueza, cultural e histórica, es única. Testimonio de un pasado glorioso que se muestra altivo y seductor, con una belleza natural que invita al deleite en una ruta entre Coimbra y Évora que recorre varios tesoros de la humanidad del país luso por su cara oeste, la que acaricia el Atlántico.

Coimbra representa la ciudad intelectual. Su Universidad no solo señorea desde lo alto de la colina como si se tratase de un castillo del saber, sino que ha marcado el devenir de una urbe. La ruta nos conduce desde la cuna del conocimiento hasta la de la espiritua­lidad, Fátima, el gran centro de peregrinación europeo.

La costa norte ofrece pueblos de pescadores de gran belleza como Nazaré, Colares o Ericeira, y enclaves tan singulares como Óbidos, cuya encantadora ciudadela es vigilada por un castillo. La belleza indómita de Sintra permanece inalterable, con un paisaje romántico salpicado de palacios y el Atlántico saludando en el cabo de Roca, la punta occidental de Europa. La ruta concluye en Évora, que exhibe con orgullo su pasado romano, magistral en el templo de Diana.


• Distancia: 493 kilómetros (circuitos urbanos aparte)

• Puntos de la ruta: Coimbra - Conímbriga - Tomar - Fátima - Leiria - Batalha - Alcobaça - Nazaré - Óbidos - Ericeira - Sintra - Colares - Cascais - Estoril - Lisboa - Évora.

Coimbra

Apenas cien kilómetros separan esta ruta de la anterior, por lo que podremos saltar de Viseu a Coimbra en poco más de una hora por la IP3. Coimbra apiña su caserío en una suave colina bañada por el río Mondego, cuyo cauce divide en dos esta animada ciudad universitaria. A medio camino entre Lisboa y Oporto, la Universidad, encaramada en la parte más alta de la urbe, marca el ritmo vital de la capital intelectual portuguesa. Sus edificios se distribuyen alrededor del Paço das Escobas, en torno al cual hay joyas únicas como la Biblioteca Joaquina, de 1717, una de las más lujosas del mundo, recubierta de frescos y arabescos, maderas exóticas y oro de Brasil. En el complejo también sobresale el Paraninfo, la capilla de San Miguel, la cárcel Académica o «la cabra», sobrenombre de la torre del Reloj, del siglo XVIII.


Coimbra. Detalle de la Biblioteca Joaquina. © Imagen MAS

Los murciélagos que hay en la Biblioteca Joanina son auténticos guardas, pues están ahí para comerse las polillas que amenazan con dañar los libros, verdaderas reliquias.

Desde la Universidad se logran unas magníficas vistas de la ciudad, que va descendiendo a sus pies por calles empedradas en tanto se adentra en el Museo Nacional Machado de Castro, en el hermoso románico de la catedral Vieja o en la Nueva, y mientras se llega hasta el arco de la Almedina, el acceso a la baja ciudad (A Baixa). Esta es la zona más comercial, repleta de cafeterías y tabernas con mucha animación durante el periodo académico. En este entorno aparecen el monasterio de Santa Cruz, fundado en 1131, con una iglesia románica, destacada sillería manuelina y tres claustros; las iglesias de San Bartolomé y Santiago, el ayuntamiento y el Museo Municipal, en el Edificio Chiado. Y entre todos ellos sobresale el monasterio de Santa Clara la Vieja, fundado en el siglo XIII y que funde elementos románicos y góticos.

Antes de abandonar Coimbra, merece la pena pasear por Penedo da Saudade, el jardín de los poetas, o por el Botánico de la Universidad, localizado en el corazón de Coimbra desde 1772.

A 15 kilómetros de Conímbriga se esconde el valle del Poio, un enorme cañón rocoso excavado por el agua, surcado por vías romanas empedradas.

Conímbriga, Tomar, Fátima y Leiria

Saliendo desde Coimbra en dirección a Lisboa aparece a quince kilómetros Conímbriga, el mayor yacimiento romano de Portugal. La ciudad fue habitada desde el siglo IX a. C. hasta el VII-VIII d. C., constituyendo un próspero asentamiento que permite disfrutar hoy de una gran muralla del siglo III, un anfiteatro, baños, un foro y magníficos espacios como la casa de Cantaber, rodeada de estanques y jardines. La historia y los hallazgos arqueológicos de la ciudad se exhiben en el Museo de Conímbriga.

Desde aquí conduciremos hasta Tomar, a 71 kilómetros, la que fuera sede de la Orden de Cristo. Su grandeza se descubre vislumbrando los muros almenados del convento de Cristo, situado junto al castillo, que luce una amalgama de estilos gótico, manuelino y renacentista que reflejan cinco siglos de arquitectura. Lo más impresionante del complejo monacal es la Charola y la ventana del coro, la mejor esencia del estilo manuelino. La pequeña ciudad de Tomar se extiende por debajo del convento, con la iglesia de San Juan Bautista, de finales del XV, como monumento principal. Cruzando el río Nabão se llega hasta Santa María del Olival, templo repleto de simbología templaria.

 

Desde aquí tomamos rumbo a la milagrosa Fátima, el gran santuario portugués levantado donde se produjeron las apariciones de la Virgen a tres pastores y convertido en centro de peregrinación mundial. En este complejo mariano destaca la basílica de Nuestra Señora del Rosario, neobarroca y cuya construcción se inició en 1928, y la capilla de las Apariciones.

El siguiente destino conduce hasta Leiria, a 30 kilómetros, ciudad episcopal vigilada por un castillo encaramado sobre una colina. En su casco urbano destaca la capilla de San Pedro, románica, el santuario de Nuestra Señora de la Encarnación y la catedral, del siglo XVI.

Batalha, Alcobaça y Nazaré

La ciudad de Batalha permite descubrir uno de los monumentos más impresionantes de Portugal: el monasterio manuelino de Santa María de la Victoria, cuya construcción se inició a finales del siglo XIV, dando vida a un edificio repleto de pináculos, arcos arbotantes, bóvedas sin apoyo central… Un prodigio arquitectónico que exhibe un profuso gótico manuelino y algún retazo renacentista. El conjunto cuenta con una iglesia, capilla, una excepcional sala capitular y dos panteones reales: las capillas del Fundador y las Inacabadas.

A veinte kilómetros se halla Alcobaça, ciudad surgida en torno a un magnífico cenobio cisterciense del siglo XII, la primera obra íntegramente gótica en suelo portugués. De dimensiones excepcionales, destaca por sus líneas austeras y su pureza arquitectónica. Su grandiosa nave central alberga los sepulcros labrados de Pedro I e Inés de Castro, obras maestras de la escultura medieval. Ambos monasterios, el de Batalha y este de Alcobaça son Patrimonio de la Humanidad.

Nazaré es uno de los puertos de pescadores más fotografiados de Portugal. La población cuenta con una inmensa playa que desemboca en un acantilado sobre el que está el mirador del Sitio, el punto más elevado de la localidad y al que se accede en funicular. En la plaza del Sitio se localiza la iglesia de Nuestra Señora de Nazaré.

Joyas de la costa norte

Óbidos es una de las poblaciones más espectaculares de la región de Lisboa. Abrazada por un cinturón de murallas medievales y coronada por su espectacular castillo, la ciudad encierra un encanto ajeno a modas en sus calles estrechas pobladas de casas blancas con sus esquinas azuladas y balcones repletos de flores. El pequeño caserío de esta villa congrega catorce iglesias y capillas, entre las que destaca la renacentista de Santa María. Desde su castillo, reconvertido en pousada, se divisan las colinas circundantes repletas de viñedos con los que se elaboran vinos finos.

La península de Peniche, a 25 kilómetros de Óbidos, es la más prominente Portugal. Además de visitar su castillo, se pueden recorrer los caminos de los pescadores para descubrir miradores y lugares idílicos que son el hogar de curiosas aves marinas.

Ericeira es una antigua villa de pescadores que se ha convertido en destino imprescindible para los amantes del surf. Con el océano Atlántico como eterno compa­ñero, sus estrechas calles repletas de casas blancas buscan sus aguas y su inmensidad. Entre sus atractivos figura el Museo da Santa Casa da Misericordia, con una amplia colección de elementos etnográficos y arqueológicos. Una ruta en coche de solo diez kilómetros conduce hasta otro de los destinos imprescindibles de la zona, el Palacio Nacional de Mafra, que nació en el siglo XVIII como un modesto convento y que se fue ampliando paulatinamente hasta convertirse en un inmenso y sobrecogedor palacio barroco.

Sintra, Colares y Cascais

35 kilómetros nos separan de Sintra. Pocos lugares como este para descubrir de cerca el concepto de belleza. Encajada entre la verde sierra y las playas del Atlántico, la ciudad, a una treintena de kilómetros de Lisboa, es una sucesión de quintas, jardines, museos y palacios, entre los que sobresale el Nacional, el más importante, y alrededor del cual se han ido desplegando sus estrechas y empinadas calles adoquinadas. El romántico palacio da Pena, encaramado en lo alto de la montaña, y el cercano castillo de los Moros son tentaciones que se alzan sobre la ciudad, regalada con hermosos jardines hasta convertirla en un edén glorioso, en palabras de Lord Byron.

Para ir a las playas de Sintra hay que pasar por Colares, donde está anclado el punto más occidental de Europa, el cabo da Roca, sobre cuyos imponentes acantilados se alza un faro vigía.

Sintra acoge un bonito museo del juguete en el que se exhiben desde soldados de plomo hasta máquinas de vapor; el Museu do Brinquedo.

La ruta antes de alcanzar Lisboa exige una parada en Cascais, ciudad cosmopolita situada en una gran bahía, una perla de esta costa que aúna espectaculares acantilados con dunas, palacios y playas como la de Guincho. A solo tres kilómetros, Estoril, destino de aristócratas, de aficionados al casino y al turismo termal. Cuando se accede a sus playas de finísima arena blanca ante la inmensidad del Atlántico, se comprende la predilección de los royals por estos pagos. Y finalizamos con una visita al palacio de Queluz, de estilo rococó y con hermosos jardines de estilo francés.


Sintra. Palacio da Pena. © Stanciuc - Fotolia

Lisboa

La capital lusitana se proyecta en dos símbolos universales, ambos Patrimonio Mundial: el impresionante monasterio de los Jerónimos y la torre de Belém, del siglo XVI y de una grandiosidad y belleza que epata. El primero es una obra cumbre de estilo manuelino, una variante del gótico que dotaba a las construcciones de una profusa decoración que aquí alcanza la excelencia: portadas repletas de bellos relieves, la gran nave interior y el maravilloso claustro. Filigranas de piedra de tal magnitud que consiguen dejar sin aliento. La torre es un castillo levantado en el siglo XV para defender la costa de Lisboa, construido dentro del río y con una llamativa arquitectura militar. Pero Belém es también el espec­tacular monumento a los Descubridores, la cúpula redonda del Planetario Gulbenkian y su Centro Cultural, que recuerda a una alcazaba árabe gigante y que es uno de los epicentros culturales de la capital.

Lisboa tiene unas dimensiones que le permiten seguir siendo humana, con sus barrios antiguos como estandarte de una ciudad repleta de encanto, con sus balcones de forja y las fachadas con azulejos pintados a mano.

La colina de Alfama y sus sinuosas calles medievales son un escenario perfecto para comprender la grandeza de esta urbe, subiendo y bajando escaleras o asomándose al mirador de Santa Luzia, junto a la iglesia homónima del siglo XII. Hasta aquí se puede llegar en uno de los históricos tranvías que surcan sus sinuosas y empinadas calles con casas adornadas con mosaicos. La percepción de paz se percibe en barrios menos famosos como Castelo, con un mirador sobre la ciudad antigua, o en Graça; en el bohemio Bairro Alto, en Chiado o en la Baixa Pombalina con la Praça do Comercio como emblema… En muchos de ellos parece que el tiempo se ha detenido y todos aparecen bañados con una luz especial que solo se percibe en esta ciudad, con el sol apareciendo y desapareciendo a medida que avanza un paseo que seduce a cada paso.

Pero Lisboa es mucho más. Son sus siete colinas abrazándola, en una de las cuales se alza el castillo de San Jorge, y es su catedral de Santa Maria Maior, del siglo XII y con un románico sobrio; es el palacio de San Bento o de la República, y es la basílica y los jardines de Estrela; es su infinidad de iglesias y espacios recoletos cargados de misterios y belleza. Mientras, la Lisboa moderna se abre al Tajo. Las antiguas naves de sus alrededores han sido delicadamente reconvertidas en espacios para el ocio y la gastronomía, con modernos restaurantes en viejos almacenes repletos de encanto y de buena cocina que, junto con las Docas, marcan el punto gastronómico de la ciudad.

Lisboa goza de una cocina estupenda que podemos degustar en cualquier restaurante del barrio de Alfama mientras observamos el Tajo. Si buscamos cocina más elaborada, hemos de dirigirnos al Bairro Alto.

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