Buch lesen: «Una tesis. El derecho a no obedecer»
González, Fernando, 1895-1964
Una tesis. El derecho a no obedecer: la polémica, escritos del juez y el litigante y reflexiones sobre el oficio del abogado / Fernando González. -- Medellín: Editorial EAFIT, Corporación Otraparte, 2019
244 p.; 20 cm. -- (Biblioteca Fernando González)
ISBN 978-958-720-594-7
1. Ensayos colombianos. 2. Derecho como profesión. 2. Ética legal. I. Barco Alzate, Carlos Arturo, pról. II.Tít. III. Serie
174.3 cd 23 ed.
G643
Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas
UNA TESIS
EL DERECHO A NO OBEDECER
1919
PRIMERA EDICIÓN: MEDELLÍN, IMPRENTA EDITORIAL, ABRIL DE 1919
SEGUNDA EDICIÓN: MEDELLÍN, DIRECCIÓN DE EXTENSIÓN CULTURAL DE LA SECRETARÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DE ANTIOQUIA, 1989
TERCERA EDICIÓN: MEDELLÍN, UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA, MARZO DE 1995
CUARTA EDICIÓN: MEDELLÍN, UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA, NOVIEMBRE DE 1995
QUINTA EDICIÓN EN LA COLECCIÓN BIBLIOTECA FERNANDO GONZÁLEZ SEPTIEMBRE DE 2019
© Corporación Otraparte
© Editorial EAFIT
Carrera 49 # 7 Sur - 50, Medellín
Tel. 261 95 23
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ISBN: 978-958-720-594-7
Editores: Carmiña Cadavid y Gustavo Restrepo
Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes
Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158 emitida el 13 de febrero de 2018.
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.
Editado en Medellín, Colombia
Diseño epub:
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CARÁTULA PARA LA PRIMERA EDICIÓN IMPRENTA EDITORIAL, ABRIL DE 1919
CONTENIDO
NOTA EDITORIAL
Prólogo
Carlos Arturo Barco Alzate
Una tesis
El derecho a no obedecer
La polémica
Escritos del magistrado, el juez y el litigante
PROVIDENCIA QUE RESUELVE APELACIÓN DEL PRESBÍTERO MIGUEL A. GÓMEZ, LLAMADO A JUICIO POR EL DELITO DE RIÑA (1921)
PROVIDENCIA QUE RESUELVE APELACIÓN DE E. S., LLAMADO A RESPONDER EN JUICIO CRIMINAL POR EL DELITO DE HOMICIDIO (1921)
PROVIDENCIA QUE RESUELVE CONSULTA DENTRO DE LA CAUSA SEGUIDA A RAMÓN ELÍAS CARDONA POR EL DELITO DE HOMICIDIO (1922)
PROVIDENCIA QUE RESUELVE CONSULTA Y APELACIÓN DE AUTO PROFERIDO DENTRO DE LA CAUSA SEGUIDA A VARIOS HOMBRES POR EL DELITO DE HOMICIDIO (1922)
PROVIDENCIA QUE RESUELVE EN PRIMERA INSTANCIA UN PLEITO SOBRE UNA SERVIDUMBRE DE TRÁNSITO (1929)
CONCEPTO SOBRE EL DERECHO A LA CESANTÍA DE NEPOMUCENO MARÍN (1942)
RECURSO DE APELACIÓN CONTRA EL AUTO DE PROCEDER DENTRO LA CAUSA SEGUIDA A ROSA DÍAZ (1946)
MEMORIAL EN DEFENSA DE MIGUEL ÁNGEL ÁLVAREZ DENTRO DE LA CAUSA QUE SE LE SIGUE POR EL DELITO DE HOMICIDIO (1947)
Fernando González y los abogados
EN SUS LIBROS
EN LOS LIBROS DE FÉLIX ÁNGEL VALLEJO
Notas al pie
NOTA EDITORIAL
La Corporación Otraparte y la Editorial EAFIT celebran con esta edición los cien años de Una tesis de Fernando González.
Hemos aprovechado la ocasión para poner ante el lector otros materiales, unos que le darán el contexto que rodeó esa primera publicación y otros que le permitirán conocer de primera mano al abogado en ejercicio y la manera en que entendía su profesión. Estamos convencidos de que el libro en su conjunto entrega el perfil del González abogado, con su pasión por la reflexión autónoma y con la conciencia de las implicaciones de su rol, y será un estímulo tanto para expertos como para legos en la materia.
Este, como siempre, ha sido un trabajo en equipo, en el que muchas personas participaron. Queremos darles un especial agradecimiento a Luisa Fernanda Herrera González, sobrina nieta del autor, que puso en nuestras manos las transcripciones de los recortes de prensa recogidos por su abuelo, Alfonso, y que reflejan la polémica generada por la tesis; a Carlos Arturo Barco Alzate, por su trabajo en el prólogo, a Javier Henao Hidrón por su acompañamiento en ese proceso y al Tribunal Superior y la Dirección Ejecutiva Seccional de Administración Judicial de Manizales, por poner a disposición del prologuista, con el apoyo de Juan Simón López Cruz, los archivos de la época en que fue magistrado Fernando González; a Juan Felipe Varela García, por su juicioso trabajo con las citas y traducciones del italiano, y a Giulia Giusti y Fabio Amaya por su disposición para revisarlo; a Nora Cano por su traducción del francés y a Andrés Giraldo por su asesoría como filósofo en ese específico caso; a Ernesto Ochoa Moreno por la traducción del latín; a Sebastián Pérez por su ayuda para entender algunos términos jurídicos, y al sacerdote Alberto Restrepo González, sobrino y profundo investigador del autor y su obra, cuyos sabios consejos acompañan siempre las ediciones de la Biblioteca Fernando González.
PRÓLOGO
Un siglo ha pasado desde el parto de aquel provocador compendio de reflexiones, inicialmente nombrado El derecho a no obedecer, que asombró a quienes se dieron a su juiciosa lectura y que ocasionó el deleite de unos y el desgreño de otros. Su título oficial finalmente fue Una tesis y constituyó el trabajo de grado con el que Fernando González optó al título de doctor en Derecho y Ciencias Políticas en 1919 en la Universidad de Antioquia, tras haber publicado con notable éxito la obra Pensamientos de un viejo tres años antes. Las ovaciones que con tino se escuchaban desde la academia y algunas tribunas de prensa contrarrestaron las enconadas críticas apocalípticas de la Iglesia y algunos de los sectores más conservadores de la sociedad antioqueña. El eco de la reyerta superó los límites del departamento y se instaló en las salas de redacción al otro lado de la cordillera para continuar un debate que ubicó a los administradores de la fe de una parte y a los defensores de un pensamiento auténticamente libre y desinhibido, de la otra.
La intervención eclasiástica censuró el trabajo de grado de Fernando González, no sin antes intentar desacreditar, con ligeros argumentos, su contenido insurrecto. Con belicosidad y fatalismo, el clero renegó amargamente no solo de que el claustro universitario hubiera permitido semejante provocación como cumplimiento de un requisito académico, sino además de su posterior divulgación, bajo el temor de lo que pudiera venir después del éxito de una aparente promoción de ideas anticlericales y anticatólicas. Otros críticos, más mesurados, aunque no menos aguerridos, a pesar de no compartir en todo o en parte las reflexiones de González sí defendieron su sagrado derecho a expresarlas y exaltaron la genialidad que suponía pensar por sí mismo.
Con todo, la polémica que rodeó la presentación, la aprobación y la publicación de Una tesis fue nada menos que una gran caja de resonancia para todo aquello que apenas comenzaba a despuntar: la agudeza intelectual y la genuina identidad de Fernando González. Como sucede a menudo con lo que es tachado de prohibido o pecaminoso, el rechazo y la censura que desde poderosísimos círculos sociales y políticos se imprimieron a la tesis de González no surtieron otro efecto sino el de avivar el interés de los entornos letrados sobre lo que estaba en ciernes. Era apenas el comienzo.
Una tesis estaba cargada de apuntes originales cuidadosamente seleccionados y agudísimas sentencias que enaltecían el individualismo, la introspección reflexiva, la autoconciencia y la división del trabajo. Esta especialización, propia de la perfectibilidad del ser humano, era el sustrato necesario para lograr que las sociedades globales entraran en una dinámica de solidaridaddependencia que arrebataría espacio a las confrontaciones y, de paso, minimizaría el gobierno de las sociedades, permitiendo al mismo tiempo el ascenso del individuo. Un anarquismo romántico, pero práctico. Su más grande amenaza sería, por el contrario, la inobservancia de lo que González llamó la “ley de proporcionalidad de actividades”, causa principal de la “corrupción de la democracia en Colombia”: mucho intelectual de tertulia trasnochada, pero poco progreso técnico. En un panorama legal, político y social atravesado por el Concordato, era previsible, entonces, la molestia de los prelados.
De esta forma, con los reflectores puestos sobre su incipiente obra, Fernando González se hizo abogado. A fuerza de necesidad y pragmatismo, según cuenta el ilustre profesor y su esmerado biógrafo Javier Henao Hidrón, comenzó por ejercer el litigio al lado de prestantes personalidades en el mundo del derecho en la capital antioqueña. Sin embargo, no sería una actividad que le apasionara ni que le representara mayor interés, lo que en modo alguno quiere decir que la ejerciera sin brillantez o rigurosidad. Basta leer lo más selecto de su prolífico legado, juiciosamente recogido en la presente obra.
En 1921, siendo todavía un joven (con los pensamientos de un viejo), comenzó a ejercer como magistrado en el Tribunal Superior de Manizales. En el curso de los dos años durante los que lideró la judicatura en el Viejo Caldas profirió, cuando menos, ciento veinte sentencias de carácter penal, entre otras muchas providencias menores o de otros asuntos. La corta edad de González cuando aceptó la tarea de administrar justicia no se revela en la profundidad y agudeza de las decisiones en las que participó, todas ellas dotadas de una minuciosidad fáctica y una precisión conceptual que verdaderamente honraban el encargo de restablecer equilibrios y deshacer entuertos.
González, dice Henao Hidrón, consideraba la abogacía “poco adecuada como punto de apoyo para emprender la búsqueda de la verdad”. Era, ante todo, un pensador del más libre espíritu latinoamericano, ocupadísimo siempre en intentar ver las cosas desde otra perspectiva. Un eterno buscador de puntos de vista. Incansable caminante de los senderos lógicos de la retórica y la argumentación. Se topó en la justicia con un fecundo escenario donde podía aplicar las operaciones lógicas que se siguen de las normas jurídicas y los actos humanos: cada acción encierra en sí misma la potencialidad de su efecto. En Viaje a pie (1929) concretó estas reflexiones. El abogado, ciertamente, “es el hombre de la dialéctica”, que no está preocupado por la verdad sino por hacer parecer su afirmación como cierta, sin perjuicio de que mañana promueva su antítesis con igual pretensión de veracidad. Es el “titiritero de la certeza, el creador de la verdad” y, jocosamente, como era su estilo, remata: “¿En dónde se ha visto que dos hombres se insulten e inmediatamente se abracen? En los estrados de la justicia. ¡Es la pantomima de la verdad!”.
Cuando escribió Viaje a pie, González ya había dejado de ser magistrado varios años atrás y estaba viviendo su segunda aventura judicial: era juez en Medellín. Ya había madurado su experiencia como administrador de justicia y había tenido el tiempo suficiente para desmenuzar las enseñanzas del buen ejercicio de la judicatura. Siempre fiel a la rigurosidad del imperio de la ley, Fernando González entendió que no hay acto más humano que el de impartir justicia entre los hombres, por lo que se preocupó de imprimirle un carácter metódico y científico, pero además, un pragmatismo y una agilidad que permitieran la realización material de lo justo entre todos los intervinientes y lectores. El buen juez, dice, “cuenta la historia en toda su esencia; establece luego las proposiciones que enuncian del modo más corto los problemas sometidos a su resolución; cita las leyes que dan contestación a ellos, y falla”. No se distrae en “enumerar hechos inútiles” ni en “razonar inútilmente”. Alinderar adecuadamente el problema que es traído a su conocimiento es la “preocupación del buen lógico y del Juez”.
No le faltó tampoco firmeza para enderezar el juicio de los falladores bajo su jerarquía, a quienes no solo exigió prontitud en la dispensación de la justicia, sino claridad y técnica judicial. No fueron pocos los eventos en los que, palabras más, palabras menos, sin el más mínimo asomo de grosería u hostilidad, hizo suya la frase que se le atribuye al ensayista y crítico británico Samuel Jhonson: “Su manuscrito es bueno y original, pero la parte que es buena no es original y la parte que es original no es buena”. Llevó la erudición al servicio de la judicatura y viceversa.
Fernando González aplicó este raciocinio con su ejemplo. Todas las providencias aquí compendiadas son completamente ilustrativas de su auténtica manera de concebir el acto de justicia, desde la posición tanto del juez como de la parte. Enriquecidas por una narrativa envolvente y directa, las sentencias proferidas por González demostraban que la puridad de la técnica judicial no desdecía en absoluto de la posibilidad de aterrizar el encumbrado formalismo jurídico a la realidad de a pie. En efecto, en la causa criminal del 23 de diciembre de 1921 en el Tribunal de Manizales, tras describir exclusivamente los hechos fundantes del pleito (limpiando de ripio el resto del juicio), desarrolló una completísima teoría sobre la naturaleza y la valoración de los indicios y su capacidad demostrativa en un pleito, a diferencia de los siempre falibles testimonios.
A su turno, en el caso de la servidumbre de tránsito de don Emilio Restrepo, fallado en Medellín en 1929, rescató de los anales del derecho romano los conceptos que en honor a la tradición jurídica colombiana iluminaban la solución de ese caso en concreto, no sin antes explicar concienzudamente los pormenores de los hechos y las normas jurídicas sobre los cuales debía desarrollarse el silogismo que conduciría a la solución final. Llama poderosamente la atención cómo su estilo narrativo en las providencias propone casi una relación epistolar íntima con los intervinientes en el juicio, mientras da la impresión de dictar, indirectamente, una conferencia a un público que no forma parte del pleito pero que sabe que tiene interés en el mismo y va a leer con detalle su decisión. Las referencias (y elogios) personales a los apoderados y a los auxiliares de la justicia, con nombre propio en cada caso, son instrumentos poderosísimos para acercar la justicia a su destinatario: es una manera retórica de aterrizar el ideal de lo justo a la plaza, a la calle y a la vereda.
Algo similar se percibe en la sentencia del 16 de octubre de 1922 tras la instrucción de un homicidio en zona rural de Supía (Caldas), en la que se permite disertar acerca de las claras y claves diferencias que existen entre la codelincuencia y la simple complicidad. Lo mismo sucede en la intervención un par de decenios después, en 1947, ante el Tribunal Superior de Medellín, ya fungiendo como litigante (en este caso, abogado de oficio), en la que desarrolla una profunda teoría revitalizadora y beneficiosa de la pena. Gran teórico y lúcido expositor atinó a decir en aquella oportunidad: “El delito y el pecado apetecen la pena, porque la mala conciencia no muere sino en ella. Un defensor así, con esta moral, en Colombia, es un imposible: por eso no ejerzo sino obligado”.
Este particular ejercicio de la profesión con fuerza propia se impuso sobre el poderío desvanecedor de los años y el olvido, motivo por el cual en el centenario de Una tesis es posible redescubrir la faceta de Fernando González como jurista muy al margen de las reflexiones filosóficas que ya lo habían inscrito en el panorama de las letras colombianas. En el desempeño de su oficio como magistrado, juez y litigante, hizo de las suyas. Ávido lector del Quijote, fundó en las enseñanzas de este vasto tratado sobre la naturaleza humana varias de sus opiniones y conceptos jurídicos. En el ya citado juicio del 23 de diciembre de 1921 en el Tribunal de Manizales, por ejemplo, trajo a cuento la experticia de los abuelos de Sancho para la cata del vino en parangón con la destreza que se requiere de un auxiliar de la justicia. A su vez, en la causa criminal iniciada en contra del presbítero Miguel A. Gómez por el delito de riña, alabó la paciencia del civil que inicialmente no correspondió una provocación del prelado, afirmando que seguro aquel había leído el Quijote, pues tenía claro que “es de villano y de espíritu cobarde el pegar a sacerdotes y mujeres”.
Pero, sin duda, es en el célebre caso de la cesantía de Nepomuceno Marín donde su genialidad encontró el punto exacto en el que la administración de justicia se nutre de la diversidad de la literatura para erguirse. Nuevamente en cita del Quijote, esta vez con referencia inequívoca al episodio del Caballero de los Espejos, González predica metafóricamente que el formalismo legal y la ficción jurídica del imperio de la ley verdaderamente sirven de poco si no cumplen su cometido único de hacer efectivos los derechos de los ciudadanos. La ley se justifica y se aplica en función de la utilidad que ello le representa al individuo engranado en la sociedad para garantía de sus derechos. Esta idea, por sí sola, supondría una premonición temprana del paradigma del Estado colombiano apenas consolidado en la última década del siglo xx.
Los entretenidos y emotivos fragmentos de la faceta de jurista de Fernando González que se encuentran en estas páginas, en exquisito maridaje con la reedición que rememora en toda su dimensión el manuscrito de Una tesis, llegan a manos del lector con la certeza de que su estilo coloquial y a la vez erudito garantiza la inmortalidad de su obra que, como dijo alguna vez Borges a propósito de una de Wilde, “no ha envejecido; pudo haber sido escrita esta mañana”.
Carlos Arturo Barco Alzate
Bogotá, agosto de 2019
Una tesis
El derecho a no obedecer
AVISO PUBLICADO EN LA REVISTA ANTIOQUIA N.º 9, 1937
DEDICATORIA
A mis padres; a mis hermanos Alfonso y Laura
INFORME DEL SR. PRESIDENTE DE TESIS
Medellín,12 de abril de 1919
SEÑOR DIRECTOR DE LA ESCUELA DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS.—PTE.
Preciso es distinguir entre el escritor que investiga y piensa, que sabe valerse donde pueda faltar el inmediato arrimo de ajena doctrina, y el escritor que en sus producciones se limita a transcribir y a presentar como propio lo que otros ya pensaron y escribieron.
Necesario será reconocer en el primero una no vulgar inteligencia, y ver en el segundo que la aplicación puede sólo malamente suplir la insuficiencia de su intelecto.
Y así, sea cual fuere el punto de vista en el cual se coloque el lector, por opuestas que sean sus ideas a los principios expuestos y defendidos en el escrito que examina, si éste se distingue por la originalidad de los conceptos o de la forma de su exposición, no podrá ese lector dejar de rendir homenaje al talento del escritor.
Injusto, pues, sería el que se me tildara que mire la Tesis que, para optar el grado de doctor en Derecho y Ciencias Políticas, ha sometido a mi estudio el Sr. D. Fernando González como inequívoca señal de que él es capaz de lo que no son capaces todos nuestros graduandos.
Esto, y el conocimiento personal que como Profesor de la Facultad, tengo de las grandes capacidades intelectuales de González, me habilitan quizás para reconocer en él uno de los jóvenes más inteligentes entre los que en los últimos años han frecuentado las aulas de la Escuela de Derecho de la Universidad de Antioquia.
La Tesis aludida es un trabajo sintético de valía incontestable: se trata en él de demostrar cómo el fenómeno económico de la división del trabajo constituye la causa y la explicación de variados fenómenos económico-sociales, lo cual, a su vez, pone a plena luz, en concepto de González, la falsedad de las leyes sociales y económicas que se fundan en el concepto del hombre-causa.
Además, en nada puede amenguar el valor científico del estudio referido el que diga que hay en él algunas tendencias y conceptos que no prohíjo y, aún más, que acaso mi conciencia me veda el prohijarlos.
Hecha la anterior observación, sólo me resta manifestar a Ud. que la Tesis mencionada llena superabundantemente las exigencias reglamentarias, y que el nuevo doctor será, a no dudarlo, por razón del grande acervo de sus conocimientos jurídicos, un timbre más de honor para nuestra Universidad.
Soy del Señor Director respetuoso servidor,
Víctor Cock
MANUSCRITO DEL PRIMER CAPÍTULO DE LA TESIS, 1919
CAPÍTULO I
DE CÓMO EN COLOMBIA HAY MUCHOS DOCTORES, MUCHOS POETAS, MUCHAS ESCUELAS Y POCA AGRICULTURA Y POCOS CAMINOS.
Para las últimas tesis han servido asuntos prácticos y de interés cercano. Magnífico esto: induce a pensar que si en la juventud se arraiga la vida real, pronto desaparecerá del gobierno y de todas las manifestaciones colombianas el ensueño metafísico. Hasta hace poco todo entre nosotros era incomprensible dado el concepto positivista que hoy se tiene en el mundo acerca del valor de la vida: presidentes gramáticos, legisladores gramáticos y teólogos, y toda la juventud coronada de lírica. Era un espectáculo triste: a Colombia sólo se la nombraba en las antologías y en las academias. Todo esto sucedía mientras en el resto del mundo se hablaba de máquinas, de bancos de emisión y de leyes de bronce. Colombia estudiaba latín y hacía sonetos entretanto, y se quedó tan atrás, que los yankees creyeron poder velar el robo de Panamá diciendo que obraban en nombre de la civilización.
No niego yo que el Arte sea una gran necesidad para los pueblos: pero las industrias agrícola y extractivas y las manufactureras deben ser la base de su existencia, según la ley de la proporcionalidad de las actividades. Si hay muchas fábricas, necesario es que haya también mucha agricultura y muchas minas para poder alimentarlas. Debe ser muy rica una nación para entregarse a las fruiciones del Arte, pues es preciso vivir y el cuerpo en cierto modo dirige al espíritu: por eso Roma no se dejó conquistar por Grecia sino cuando culminó su poderío y llenas sus arcas, y Saúl llamaba a David para que le tocara arpa después de sus comidas.
En un estudio titulado “La vida colombiana a través de los mensajes presidenciales”, llega el autor a esta conclusión: sólo los tres presidentes que no ciñeron su estilo a moldes clásicos, sirvieron verdaderamente. Y no se diga que soy exagerado y unilateral: predico la armonía de la vida, y la ya mentada ley de la proporcionalidad de las actividades.
En Colombia se ha creído que las escuelas y universidades son la base del progreso: establecer una fábrica de doctores en cada ciudad y escuelas en todas partes, ha sido y es un ideal y una realidad en Colombia; todos los partidos han estado de acuerdo con esto. ¿Qué se ha conseguido? La empleomanía y un semillero de poetas, doctores y políticos; la intriga desmañada para alcanzar los puestos públicos, y la ineficacia en el gobierno. Hoy en día, dar el título de bachiller es inutilizar un ciudadano: ya no sirve para la recia faena del surco; irá a sufrir en la lucha por la representación del pueblo en congresos y asambleas, o a engrosar el número de abogados sin pleitos y de médicos sin enfermos. En Colombia no se siente la necesidad de aprender a leer: por eso es inútil tanta escuela. Cuando haya muchos ferrocarriles y mucha vida comercial, entonces sí se aprenderá, aunque no sea sino para conocer los reglamentos de los trenes. La escuela de los economistas tiene razón: las leyes naturales dirigen la vida y nadie puede reemplazarlas.
No quiero hacer reproches, sino decir lo que ha venido sucediendo en nuestra vida nacional. Las leyes de la naturaleza se cumplen irremediablemente y el hombre mismo está encerrado en la irremediabilidad universal, pese a su orgullosa pretensión de creer dirigir la vida.
Puede decirse que esta exaltación de ideas metafísicas que ha dominado a Colombia, es resultante de su aislamiento: Colombia nació y vivió hasta hoy en la Revolución Francesa y en el Romanticismo español, mientras que el resto del mundo mira ya esas ideas como algo revaluado y arcaico. Hoy está Colombia en el auge de la metafísica y de la exaltación romántica, pero sólo aparentemente: las raíces de la conciencia nacional ahondan en la vida real, racional y positiva: la llama antes de extinguirse da su gran resplandor…
Para verificar este despertar de la vida, basta el hecho de que los jóvenes adopten como temas de estudio, asuntos prácticos, tales como el cambio, los seguros, la cuenta corriente, el régimen librecambista y el proteccionismo.
Termino este capítulo diciendo que debemos alegrarnos porque en Colombia se observan signos inequívocos de que pronto será una realidad la ley de la proporcionalidad de las actividades.
CAPÍTULO II
DE LA CAUSA PRINCIPAL DE LA CORRUPCIÓN DE LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA.
Que en Colombia no rija la ley de la proporcionalidad de las actividades es la causa principal de la corrupción de su democracia. Se ha aceptado entre nosotros como principio innegable que las universidades y escuelas deben multiplicarse, pues son la base del progreso.
Hay en Colombia poco o nada de vías de comunicación y una población escasa; de ahí la imposibilidad de intensificar el trabajo por medio de su división y de la aplicación de las máquinas. Tenemos pues, un pueblo pobre, aislado e ignorante por consiguiente, y un número exagerado de bachilleres y doctores. He aquí el cuadro que puede trazarse: la soberanía reside esencial y exclusivamente en aquel pueblo mísero y fanático; este número exagerado de intelectuales entra en competencia para ser los representantes del pueblo soberano. ¡Bonita lucha! ¡Cómo funciona la ley de la oferta y la demanda, para satisfacer los apetitos de este grupo de ambiciosos a quienes Garofalo y Tarde colocarían sin vacilación entre los matoides! ¡Cómo se halagan las pasiones y la credulidad del populacho! ¡Cómo se simulan esos mismos fanatismos y se cultivan en la masa anónima con tesón y con amor!
Medítese bien en esto y se verá la causa de la corrupción de nuestra joven democracia. El número de semi-intelectuales es exagerado; luchan para adquirir el pan cuotidiano por medio de representaciones en las asambleas del pueblo; allí, para conservar el favor, simulan fanatismos rabiosos; se establece un engranaje de pasiones repugnante: por eso la verdad tan vieja y que en fuerza de repetirse se ha vuelto banal, de que cada pueblo tiene el gobierno que merece, es irrefutable; la democracia es una forma buena o mala, según los tiempos y lugares.
Repito que no obra en mí el deseo de inculpar, sino el de exponer las leyes naturales y necesarias que han hecho de la democracia colombiana un conjunto de perspectivas mentales, poco grato para la visión hipercrítica del esteta, pero sugestivo y atrayente para el observador: la causa principal es esta: en Colombia no ha regido la ley de la proporcionalidad de las actividades.
CAPÍTULO III
DE CÓMO NO TIENEN RAZÓN ALGUNOS CRÍTICOS.
He dicho que mi propósito no era inculpar sino exponer; he dicho que el hombre estaba encerrado en la irremediabilidad del desenvolvimiento universal. Este concepto es importantísimo y de vastas consecuencias prácticas; por eso quiero desarrollarlo en este capítulo.
En los expositores de la política y de asuntos económicos se observa que parten del principio del hombre-causa; en las disertaciones sobre lo que se debe hacer en Colombia, por ejemplo, se ve que tienen por base el concepto fundamental de que en los pueblos se puede hacer lo que se quiera. Eso es muy cierto, si por ello se entiende que los deseos de los pueblos son realizables porque una necesidad los hace nacer, pero es falso si se entiende que un gobernante puede modificar a su amaño una nación, aunque ésta no esté necesitada a ello por las leyes de la naturaleza.
Los pueblos pueden hacer lo que quieren, pero no pueden querer libremente.
Constantemente leemos que en Colombia son necesarios gobernantes prácticos; que urgen ferrocarriles; que precisa alejar la metafísica, que los pueblos deben ser gobernados aun contra su voluntad, según frase de Bonaparte. Estos escritos y prédicas deben alegrarnos grandemente porque de ellos se induce que en Colombia las necesidades han hecho nacer deseos de mejoramiento material, deseos que se cumplirán ya irremediablemente, no porque lo quiera un individuo, sino porque son una necesidad, porque la conciencia pública está necesitada. Desde que en un pueblo se diga: debe gobernarse a las naciones aun contra su voluntad, es señal de que la voluntad del pueblo ya está modificándose. Se dice en esa frase un absurdo, pero un absurdo consolador. Por eso dije yo al principio de este ensayo que era para alegrarse mucho el ver que para las últimas tesis han servido asuntos prácticos y de interés cercano.
De ese principio que puede llamarse de la negación del hombre-causa, se deducen consecuencias importantísimas cuya amplia disquisición no es de este lugar, pero de las cuales enumeraré algunas: la causa del fermentar de las democracias americanas, está en la adopción inconsulta de principios europeos; cuando la ley no es expresión de la necesidad, es absurda y entraba el progreso. Por último seré algo extenso en el capítulo siguiente, en el cual trato de un asunto bien importante.