Buch lesen: «Juan Rulfo»
COLECCIÓN JALISCO | SERIE BIOGRAFÍAS |
Juan Rulfo
El regreso al paraíso
Fernando Barrientos del Monte
No decimos lo que pensamos.
Hace ya tiempo que se nos acabaron
las ganas de hablar.
Un hombre universal
Parafraseando al historiador romano Cayo Salustio, un hombre universal es aquel que “alcanza la gloria no con las fuerzas corporales sino con las facultades del espíritu”. En las artes como en las ciencias un clásico es un intérprete auténtico y único de su tiempo, su obra es siempre actual en cualquier época, incluso cada generación siente la necesidad de releerla y reinterpretarla releyéndola. En literatura, un clásico es además un modelo de narrativa, de escritura y de pensamiento. No hay duda que Juan Rulfo es un hombre universal y su obra literaria es un clásico. Rulfo no fue un escritor prolífico, si por ello se entiende aquel literato que publica una o más obras en un año, ensayos, entrevistas, cuentos, etcétera. Fue más bien un artesano de las letras. No fue heredero de una familia intelectual, apenas tuvo la oportunidad de zambullirse en una pequeña pero afable biblioteca. Cuando publicó por primera vez, lo hizo en revistas de tiraje limitado y casi fuera del alcance de la crítica literaria de la época. Empero, sus primeros cuentos vendrían con el tiempo a trastornar el devenir de la literatura en México y daría a conocer a un escritor al mundo entero.
La obra literaria de Juan Rulfo abarca apenas una colección de cuentos, una novela y varios escritos sueltos, entre ellos unos guiones cinematográficos. Pero su impronta en la historia cultural y de las letras de hispanoamérica del siglo xx es quizá más grande de lo que de ella se pueda decir. No es fácil escribir sobre un personaje del cual se han publicado literalmente cientos de textos, entre libros, ensayos, críticas y artículos especializados. Pero por mucho que ya se haya escrito, de un clásico siempre se podrá decir algo más.
La intención de esta biografía es describir a Juan Rulfo más como persona y menos como literato, comprender su tiempo y entorno, adentrándonos en algunos aspectos de su vida privada y pública. Una advertencia: Rulfo faltaba mucho a la verdad; cándidamente y sin recato inventaba y fantaseaba sobre su persona. En su obra reflejó una suerte de estoicismo poco común, “la gente no puede durar mucho”, escribiría. Su vida es un camino de soledades y de penurias que lo impactaron de forma solemne, pero por otro lado hizo de ella un laberinto, con sus verdades a medias y mentiras abiertas. Su pasado igualmente está lleno de decires, de suposiciones, afirmaciones y desmentidos.
Para comprender mejor su vida y obra, es necesario conocer de sus antepasados, pero también un poco de sus contemporáneos, porque cuando sobre su persona algunos apenas afirman algo, otros ya lo están desmintiendo o negando. Aquí no entramos en confrontaciones. No se intenta interpretar su obra narrativa, sobre la cual existen más libros de los que él escribió. Se trata de esbozar su vida a la par de su obra, un pequeño asomo a la vida de Juan Rulfo.
Las raíces negadas
“Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque sienta preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo”.1 Así se autodescribía Juan Rulfo, quien nació el 16 de mayo de 1917 en Sayula, municipio de Jalisco, como confirman sus actas de nacimiento y de bautizo en el Registro Civil y en la Parroquia de Sayula, respectivamente. Fue el tercero de cinco hermanos, hijos de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo y de María Vizcaíno Arias. La adopción del apellido Rulfo se debió a una petición de su abuela paterna María Rulfo Navarro, pues en su familia fueron seis hermanas y un solo varón quien murió soltero y sin descendencia. Para evitar que se perdiera el apellido pidió a sus nietos que adoptaran el “Rulfo”.
Juan Rulfo en la capilla abierta de Tlalmanac.
Juan Ascencio, uno de sus amigos y biógrafo, cuenta que Juan Rulfo acostumbraba inventarse lugares de nacimiento y fechas, ancestros y mil y una circunstancias sobre su persona. Aprovechaba las ocasiones para mantenerse en el anonimato, y para presentarse utilizaba el nombre de Felipe añadiendo algún apellido como López, Ramírez o Gómez. Jugar con los nombres es común en sus cuentos, pero hacerlo con el suyo le trajo consigo algunos problemas, como tener que llevar a cabo en diciembre de 1981 una diligencia voluntaria para obtener una sentencia declaratoria que él, “Juan Rulfo”, “Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno”, “Juan Pérez Rulfo Vizcaíno” y “Juan Pérez Vizcayno” eran la misma persona. Varias veces declaró, como cuando se casó en abril de 1948, que había nacido en Apulco y que había sido registrado en Sayula, la población más importante de la zona.
Yo soy un hombre de Apulco, —afirmó en una entrevista— allá en Jalisco, cerca de Sayula y Zapotlán. Me crié en San Gabriel, y allí las gentes me contaron muchas historias, de espantos, de guerras y de crímenes… además yo dejé el pueblo muy chico, hice toda la escuela y hasta me titulé de contador .2
En una ocasión señaló que había nacido en Zapotlán el Grande en 1918, y en otra que había nacido el mismo día que Juan José Arreola, “en la misma ciudad y a pocos metros de distancia”. A la escritora Elena Poniatowska dijo después: “nací en Sayula, pero me trajeron a San Gabriel muy pronto, así que no conocí Sayula”. Negar su lugar de origen posiblemente tenía la motivación de no querer ser tachado de “sayulense”, una afrenta para la hombría de cualquier jalisciense de la región. Los habitantes de Sayula tienen la mala fortuna de que la vox pópuli de Jalisco los tachara de “homosexuales” y “tontos”; una imagen que nació a partir de la difusión de un cuento escrito en Michoacán a finales del siglo xix: El Ánima de Sayula de Teófilo Pedroza. Un relato en verso que cuenta la desventura de Apolonio, quien viéndose en la necesidad de pedir para comer, decide encontrarse con un alma en pena, un fantasma lujurioso que ofrece dinero a cambio de actos de sodomía, y que le ve la cara al protagonista pues sólo se va riendo de su mala suerte. Aún hoy la mala fama sigue pesando en el pueblo, en octubre de 2006 varios ciudadanos notables de Sayula escribieron al presidente municipal que se detuviera una obra escultórica que se supondría es un homenaje al pueblo:
Pedirle que la obra que está por llevarse a cabo no sea a el “Ánima de Sayula”, puesto que quedó para la posteridad como insulto a los sayulenses, ya que en ella se nos cataloga como: brutos, pu…, homosexuales, etcétera; cierto que esta obra le ha dado fama a la ciudad pero también ha sido motivo de burlas y agresiones, causando vergüenza y pleitos cuando miembros del sexo masculino de nuestra ciudad sale a estudiar o a trabajar en otras ciudades, llegando a negar su origen, algunos, como por ejemplo el escritor Juan Rulfo.3
Si aún hoy el verso causa molestia a los habitantes de dicho pueblo, más en los años de juventud de Juan Rulfo: en Guadalajara decirse originario de Sayula causaba vergüenza, y posteriormente, ya en la Ciudad de México, era motivo de bromas. Por ello la fecha y lugar de su nacimiento parecen una colección de rumores y una mezcla de verdades a medias que se refuerzan más cuando se reúnen en los textos críticos de su obra y en las apologías que aparecen en diarios y revistas. Las mentirillas de Juan Rulfo, como las llama Antonio Alatorre, empiezan precisamente cuando se intenta escarbar en su pasado.4 Según el mismo Rulfo, su tatarabuelo, Juan Manuel de Rulfo, había luchado contra los franceses durante la Intervención y el Imperio de Maximiliano. En realidad, Juan Manuel nació en 1784 en Querétaro y fue autoridad en Zapotitlán; en 1813, durante la Guerra de Independencia luchó contra los insurgentes como Capitán de la denominada “Compañía de Indios Patriotas”, formada por habitantes de la región.5 Al triunfar los insurgentes, huye a Tepic, luego, en 1825, trabajó como maestro de la escuela de Zapotitlán, posteriormente se trasladó a Sayula dónde ejerció como escribano público y falleció en 1834. Su hijo José María de Rulfo Pérez —padre de la abuela paterna de Juan Rulfo— heredó la profesión de su padre y estuvo al servicio del Imperio de Maximiliano hacia 1866 como secretario de subprefecto de Sayula. José María se casó con María Navarro y tuvieron siete hijos, todos nacidos en Sayula; entre ellos María Rulfo, quien en 1883 se casó con Severiano Pérez Jiménez, originario de San Juan de los Lagos y abogado de profesión. Tuvieron entre trece y catorce hijos, su primogénito fue Juan Nepomuceno, conocido como don Cheno, padre de Juan Rulfo. Todos los varones de este matrimonio, con excepción de uno llamado Luis, murieron de forma violenta, mientras que las mujeres fallecieron cuando eran todavía niñas. Del lado materno, el bisabuelo de Rulfo fue Lucas Vizcaíno, un acomodado hacendado; contaban en la zona que su riqueza se debía a sus “pactos con el diablo”. Lo mismo se decía de su hijo Carlos Vizcaíno, quien residió en el Rancho de la Piña y se casó con Tiburcia Arias, una mujer muy recatada de quien se dice iba “de la casa a la iglesia y de la iglesia a la casa”. Carlos tenía la fama de rico pero también de benefactor por las construcciones que mandó a hacer, entre ellas un puente y el templo de su hacienda La Guadalupe, la cual adquirió en 1885 y donde posteriormente fundó la hacienda de Apulco, un pueblo muy pequeño perteneciente al municipio de Tuxcacuesco al sur de Jalisco. Se dice que Carlos fue al Vaticano a pedir perdón por su pacto con el demonio que le trajo riquezas y que el templo lo construyó como penitencia adornándolo con oro de dieciocho quilates. María Vizcaíno y Arias, hija de Carlos y Tiburcia, heredó Apulco como dote y el 31 de enero de 1914 se casó con Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, en el templo de la hacienda. Juan Nepomuceno trabajaba como administrador de la hacienda que había adquirido su padre, San Pedro Toxín, la cual llegó a ser una de las más ricas de la región por la abundancia de agua y de donde se surtían otras tierras de la región.
La Revolución mexicana trastornó la vida de la zona no sólo por los conflictos políticos; al mismo tiempo engendró bandas de “revolucionarios” cuyas acciones eran saquear pequeñas haciendas desamparadas. En ese contexto, en 1914 nació Severiano, el hermano mayor de Juan Rulfo. Hacia 1916 varias familias, entre ellas la de Rulfo, se habían trasladado a Zapotlán el Grande, buscando seguridad, y meses después se mudan a Sayula a la casa de la abuela paterna María Rulfo. Allí nació su hermana María de los Ángeles, quien murió muy pronto. En 1917, en la misma casa, en Madero 32 —hoy Manuel Ávila Camacho— nacería el futuro escritor. Tres meses después la familia se muda a Guadalajara, donde residen tres años, allí nace Francisco, otro hermano de Juan. En 1921 regresan a Sayula y rentan una casa, y en 1923 nace Eva, la última hija del matrimonio Pérez Vizcaíno. Poco después la familia completa se trasladó a San Gabriel, donde el padre tenía unas tierras y unos potreros.
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