Señorita… ¡Eh! chit… señorita.
¿Qué quieres?
Ya ha venido.
¿Cómo?
Ahora mismo acaba de llegar. Le he dado un abrazo, con licencia de usted, y ya sube por la escalera.
¡Ay Dios!… ¿Y qué debo hacer?
¡Donosa pregunta!… Vaya, lo que importa es no gastar el tiempo en melindres de amor… Al asunto… y juicio. Y mire usted que en el paraje en que estamos la conversacion no puede ser muy larga… Ahí está.
Sí… Él es.
Voy á cuidar de aquella gente… Valor, señorita, y resolucion.
(Rita se va al cuarto de Doña Irene.)
No, no, que yo tambien… Pero no lo merece.
¡Paquita!… ¡Vida mia! Ya estoy aquí… ¿Cómo va, hermosa, cómo va?
Bien venido.
¿Cómo tan triste?… ¿No merece mi llegada mas alegría?
Es verdad, pero acaban de sucederme cosas que me tienen fuera de mí… Sabe usted… Sí, bien lo sabe usted… Despues de escrita aquella carta, fueron por mí… Mañana á Madrid… Ahí está mi madre.
¿En dónde?
Ahí, en ese cuarto. (Señalando al cuarto de Doña Irene.)
¿Sola?
No señor.
Estará en compañía del prometido esposo. (Se acerca al cuarto de D.ª Irene, se detiene y vuelve.) Mejor… ¿Pero no hay nadie mas con ella?
Nadie mas, solos están… ¿Qué piensa usted hacer?
Si me dejase llevar de mi pasion y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad… Pero tiempo hay… Él tambien será hombre de honor, y no es justo insultarle porque quiere bien á una muger tan digna de ser querida… Yo no conozco á su madre de usted, ni… Vamos, ahora nada se puede hacer… Su decoro de usted merece la primera atencion.
Es mucho el empeño que tiene en que me case con él.
No importa.
Quiere que esta boda se celebre así que lleguemos á Madrid.
¿Cuál?… No. Eso no.
Los dos están de acuerdo, y dicen…
Bien… Dirán… Pero no puede ser.
Mi madre no me habla contínuamente de otra materia… Me amenaza, me ha llenado de temor… Él insta por su parte, me ofrece tantas cosas, me…
¿Y usted qué esperanza le da?… ¿Ha prometido quererle mucho?
¡Ingrato!… ¿Pues no sabe usted que?… ¡Ingrato!…
Sí, no lo ignoro, Paquita… Yo he sido el primer amor.
Y el último.
Y antes perderé la vida, que renunciar al lugar que tengo en ese corazon… Todo él es mio… ¿Digo bien?
(Asiéndola de las manos.)
¿Pues de quién ha de ser?
¡Hermosa! ¡Qué dulce esperanza me anima!… Una sola palabra de esa boca me asegura… Para todo me da valor… En fin, ya estoy aquí. ¿Usted me llama para que la defienda, la libre, la cumpla una obligacion mil y mil veces prometida? Pues á eso mismo vengo yo… Si ustedes se van á Madrid mañana, yo voy tambien. Su madre de usted sabrá quién soy… Allí puedo contar con el favor de un anciano respetable y virtuoso, á quien mas que tio, debo llamar amigo y padre. No tiene otro deudo mas inmediato, ni mas querido que yo: es hombre muy rico, y si los dones de la fortuna tuviesen para usted algun atractivo, esta circunstancia añadiria felicidades á nuestra union.
¿Y qué vale para mí toda la riqueza del mundo?
Ya lo sé. La ambicion no puede agitar á un alma tan inocente.
Querer y ser querida… Ni apetezco mas, ni conozco mayor fortuna.
Ni hay otra… Pero usted debe serenarse, y esperar que la suerte mude nuestra afliccion presente en durables dichas.
¿Y qué se ha de hacer para que á mi pobre madre no la cueste una pesadumbre?… ¡Me quiere tanto!… Sí, acabo de decirla que no la disgustaré, ni me apartaré de su lado jamás: que siempre seré obediente y buena… ¡Y me abrazaba con tanta ternura! Quedó tan consolada con lo poco que acerté á decirla… Yo no sé, no sé qué camino ha de hallar usted para salir de estos ahogos.
Yo le buscaré… ¿No tiene usted confianza en mí?
¿Pues no he de tenerla? ¿Piensa usted que estuviera yo viva, si esa esperanza no me animase? Sola y desconocida de todo el mundo, ¿qué habia yo de hacer? Si usted no hubiese venido, mis melancolías me hubieran muerto, sin tener á quien volver los ojos, ni poder comunicar á nadie la causa de ellas… Pero usted ha sabido proceder como caballero y amante, y acaba de darme con su venida la prueba mayor de lo mucho que me quiere.
(Se enternece y llora.)
¡Qué llanto!… ¿Cómo me persuade?… Sí, Paquita, yo solo basto para defender á usted de cuantos quieran oprimirla. A un amante favorecido, ¿quién puede oponérsele? Nada hay que temer.
¿Es posible?
Nada… Amor ha unido nuestras almas en estrechos nudos, y solo el brazo de la muerte bastará á dividirlas.
Señorita, adentro. La mamá pregunta por usted. Voy á traer la cena, y se van á recoger al instante… Y usted, señor galan, ya puede tambien disponer de su persona.
Sí, que no conviene anticipar sospechas… Nada tengo que añadir.
Ni yo.
Hasta mañana. Con la luz del dia veremos á este dichoso competidor.
Un caballero muy honrado, muy rico, muy prudente: con su chupa larga, su camisola limpia y sus sesenta años debajo del peluquin. (Se va por la puerta del foro.)
Hasta mañana.
A Dios, Paquita.
Acuéstese usted, y descanse.
¿Descansar con zelos?
¿De quién?
Buenas noches… Duerma usted bien, Paquita.
¿Dormir con amor?
A Dios, vida mia.
A Dios. (Éntrase al cuarto de Doña Irene.)
¡Quitármela! (Paseándose con inquietud.) No… Sea quien fuere, no me la quitará. Ni su madre ha de ser tan imprudente que se obstine en verificar este matrimonio repugnándolo su hija… mediando yo… ¡Sesenta años!… Precisamente será muy rico… ¡El dinero!… Maldito él sea, que tantos desórdenes origina.
(Sale Calamocha por la puerta del foro.) Pues señor, tenemos un medio cabrito asado, y… A lo menos parece cabrito. Tenemos una magnífica ensalada de berros, sin anapelos, ni otra materia extraña, bien lavada, escurrida y condimentada por estas manos pecadoras, que no hay mas que pedir. Pan de Meco, vino de la Tercia… Con que si hemos de cenar y dormir, me parece que seria bueno…
Vamos… ¿Y adónde ha de ser?
Abajo… Allí he mandado disponer una angosta y fementida mesa, que parece un banco de herrador.
(Sale Rita por la puerta del foro con unos platos, taza, cucharas y servilleta.)
¿Quién quiere sopas?
Buen provecho.
Si hay alguna real moza que guste de cenar cabrito, levante el dedo.
La real moza se ha comido ya media cazuela de albondiguillas… Pero lo agradece, señor militar.
(Éntrase en el cuarto de Doña Irene.)
Agradecida te quiero yo, niña de mis ojos.
¿Con que vamos?
¡Ay! ¡ay! ¡ay! (Calamocha se encamina á la puerta del foro y vuelve: se acerca á D. Cárlos, y hablan con reserva hasta el fin de la escena, en que Calamocha se adelanta á saludar á Simon.) ¡Eh! chit, digo…
¿Qué?
¿No ve usted lo que viene por allí?
¿Es Simon?
Él mismo… ¿Pero, quién diablos le?…
¿Y qué haremos?
¿Qué sé yo?… Sonsacarle, mentir y… ¿Me da usted licencia para que?…
Sí, miente lo que quieras… ¿A qué habrá venido este hombre?
Simon, ¿tú por aquí?
A Dios, Calamocha. ¿Cómo va?
Lindamente.
Cuánto me alegro de…
¿Hombre, tú en Alcalá? ¿Pues qué novedad es esta?
¡Oh, que estaba usted ahí, señorito! ¡Voto á sanes!
¿Y mi tio?
Tan bueno.
¿Pero se ha quedado en Madrid, ó?…
¿Quién me habia de decir á mí?… ¡Cosa como ella! Tan ageno estaba yo ahora de… Y usted de cada vez mas guapo… ¿Con que usted irá á ver al tio, eh?
Tú habrás venido con algun encargo del amo.
¡Y qué calor traje, y que polvo por ese camino! ¡Ya, ya!
¿Alguna cobranza tal vez, eh?
Puede ser. Como tiene mi tio ese poco de hacienda en Ajalvir… ¿No has venido á eso?
¡Y qué buena maula le ha salido el tal administrador! Labriego mas marrullero y mas bellaco no le hay en toda la campiña… ¿Con que usted viene ahora de Zaragoza?
Pues… Figúrate tú.
¿O va usted allá?
¿Adónde?
A Zaragoza. ¿No está allí el regimiento?
Pero, hombre, si salimos el verano pasado de Madrid, ¿no habíamos de haber andado mas de cuatro leguas?
¿Qué sé yo? Algunos van por la posta y tardan mas de cuatro meses en llegar… Debe de ser un camino muy malo.
Maldito (Aparte, separándose de Simon.) seas tú y tu camino, y la bribona que te dió papilla.
Pero aun no me has dicho si mi tio está en Madrid ó en Alcalá, ni á qué has venido, ni…
Bien, á eso voy… Sí, señor, voy á decir á usted… Con que… Pues el amo me dijo…
(Desde adentro.) No, no es menester: si hay luz aquí. Buenas noches, Rita. (D. Cárlos se turba y se aparta á un extremo del teatro.)
¡Mi tio!… (Sale D. Diego del cuarto de Doña Irene encaminándose al suyo: repara en D. Cárlos y se acerca á él. Simon le alumbra y vuelve á dejar la luz sobre la mesa.)
Simon.
Aquí estoy, señor.
¡Todo se ha perdido!
Vamos… Pero… ¿Quién es?
Un amigo de usted, señor.
Yo estoy muerto.
¿Cómo un amigo?… ¡Qué!… Acerca esa luz.
Tio. (En ademan de besarle la mano á D. Diego, que le aparta de sí con enojo.)
Quítate de ahí.
Señor.
Quítate… No sé como no le… ¿Qué haces aquí?
Si usted se altera y…
¿Qué haces aquí?
Mi desgracia me ha traido.
¡Siempre dándome que sentir, siempre! Pero… (Acercándose á D. Cárlos.) ¿Qué dices? De veras, ¿ha ocurrido alguna desgracia? Vamos… ¿Qué te sucede?… ¿Por qué estás aquí?
Porque le tiene á usted ley, y le quiere bien, y…
A tí no te pregunto nada… ¿Por qué has venido de Zaragoza sin que yo lo sepa?… ¿Por qué te asusta el verme?… Algo has hecho: sí, alguna locura has hecho que le habrá de costar la vida á tu pobre tio.
No señor, que nunca olvidaré las máximas de honor y prudencia que usted me ha inspirado tantas veces.
¿Pues á qué veniste?… ¿Es desafio? ¿Son deudas? ¿Es algun disgusto con tus gefes?… Sácame de esta inquietud, Cárlos… Hijo mio, sácame de este afan.
Si todo ello no es mas que…
Ya he dicho que calles… Ven acá. (Asiendo una mano á D. Cárlos, se aparta con él á un extremo del teatro, y le habla en voz baja.) Dime qué ha sido.
Una ligereza, una falta de sumision á usted. Venir á Madrid sin pedirle licencia primero… Bien arrepentido estoy, considerando la pesadumbre que le ha dado al verme.
¿Y qué otra cosa hay?
Nada mas, señor.
¿Pues qué desgracia era aquella de que me hablaste?
Ninguna. La de hallarle á usted en este parage… y haberle disgustado tanto, cuando yo esperaba sorprenderle en Madrid, estar en su compañía algunas semanas, y volverme contento de haberle visto.
¿No hay mas?
No señor.
Míralo bien.
No señor… A eso venia. No hay nada mas.
Pero no me digas tú á mí… Sí, es imposible que estas escapadas se… No señor… ¿Ni quién ha de permitir que un oficial se vaya cuando se le antoje, y abandone de ese modo sus banderas?… Pues si tales ejemplos se repitieran mucho, á Dios disciplina militar… Vamos… Eso no puede ser.
Considere usted, tio, que estamos en tiempo de paz: que en Zaragoza no es necesario un servicio tan exacto como en otras plazas, en que no se permite descanso á la guarnicion..... Y en fin, puede usted creer que este viaje supone la aprobacion y licencia de mis superiores, que yo tambien miro por mi estimacion, y que cuando me he venido, estoy seguro de que no hago falta.
Un oficial siempre hace falta á sus soldados. El rey le tiene allí para que los instruya, los proteja y les dé ejemplos de subordinacion, de valor, de virtud…
Bien está, pero ya he dicho los motivos…
Todos esos motivos no valen nada… ¡Porque le dió la gana de ver al tio!… Lo que quiere su tio de usted no es verle cada ocho dias, sino saber que es hombre de juicio y que cumple con sus obligaciones. Eso es lo que quiere… Pero (Alza la voz y se pasea inquieto.) yo tomaré mis medidas para que estas locuras no se repitan otra vez… Lo que usted ha de hacer ahora es marcharse inmediatamente.
Señor, si…
No hay remedio… Y ha de ser al instante. Usted no ha de dormir aquí.
Es que los caballos no están ahora para correr… Ni pueden moverse.
Pues con ellos (A Calamocha) y con las maletas al meson de afuera… Usted (A D. Cárlos.) no ha de dormir aquí… Vamos (A Calamocha) tú, buena pieza, menéate. Abajo con todo. Pagar el gasto que se haya hecho, sacar los caballos, y marchar… Ayúdale tú… (A Simon.) ¿Qué dinero tienes ahí?…
Tendré unas cuatro ó seis onzas (Saca de un bolsillo algunas monedas, y se las dá á D. Diego.)
Dámelas acá… Vamos, ¿qué haces?… (A Calamocha) ¿No he dicho que ha ser al instante?… Volando. Y tú (A Simon.) ve con él, ayúdale, y no te me apartes de allí hasta que se hayan ido.
(Los dos criados entran en el cuarto de D. Cárlos.)