La galería Vélez Sarsfield y otros relatos

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FEDERICO J. ARAGÓN
“LA GALERÍA VÉLEZ SARSFIELD” Y OTROS RELATOS


Aragón, Federico Julio

La galería Vélez Sarsfield y otros relatos / Federico Julio Aragón. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2143-9

1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina


Dedicado a Romi y a Jere quienes, gracias a sus apariciones en mis sueños, me sirvieron de especial inspiración en la confección de esta obra.

PRÓLOGO

La siguiente obra consiste en una serie de cuentos cortos, en la cual, los primeros nueve están asociados entre sí conformando una historia única y los últimos siete cuentos están vinculados de manera indirecta con el desenlace del relato. Además de esto, le dan al lector la posibilidad de leerlos de diferentes maneras. Estas son algunas de las sugerencias que se me ocurren (no quiere decir que sean las únicas posibilidades):

1- Lectura abreviada 1: Si se leen los relatos 1 y 6 para luego volver a leerlos durante el tiempo que desee, se entra en una especie loop en la historia en el cual no habrá salida. El lector caerá en una especie de discontinuidad espacio – temporal.

2- Lectura abreviada 2: Si se leen los relatos 1, 7 y 9 para luego repetir esa secuencia de forma indefinida, se entra una vez más en un nuevo loop, pero esta vez con un desarrollo más profundo de la historia. La discontinuidad tendrá lugar pero el lector podrá atar algunos cabos más del relato.

3- Lectura abreviada 3: Leer los relatos 1 y 8 con la sugerencia de agregarle a esto la lectura de los cuentos desde el 10 al 16 para hacer un cierre de la historia. Bajo esta forma de lectura, el lector se dará cuenta la importancia que tendrán los últimos siete cuentos.

4- Lectura completa: Leyendo de corrido los relatos del 1 al 9 del primero hasta el último, el lector tendrá la chance de poder vivenciar la historia completa pudiendo incluso unir todos los cuentos cortos incluidos (relatos del 10 al 16).

El autor

ACLARACIÓN IMPORTANTE

Las historias narradas en el presente libro son ficciones ideadas por la imaginación del autor. De hecho, todos y cada uno de los relatos provienen de sueños que tuvo el autor, quien logró escribirlos a los pocos minutos de haberlos soñado para luego vincularlos de las maneras explicadas en el prólogo.

Cualquier coincidencia con hechos reales es mera casualidad.

El autor

1
“LA GALERÍA VÉLEZ SARSFIELD”

Por alguna razón que de momento me era desconocida me hallaba en una alocada carrera, acaso escapando de algo o de alguien, por la calle Vélez Sarsfield en Munro en sentido hacia la estación. Para eludir o distraer a mis persecutores entré a la galería localizada entre las calles Belgrano y Carlos Tejedor en la mano que da hacia Carapachay, justo enfrente de la mítica pizzería Astral. En un pasado no tan lejano funcionaban dos locales en aquella galería hoy semi-abandonada: Uno, del lado de Carlos Tejedor, que era un viejo ciber café y otro del lado de la calle Belgrano, que era una agencia de juego llamada “El balón desinflado”. Hoy ambos locales estaban cerrados y sus entradas, cubiertas con tablones de madera. Sin embargo nunca me percaté, probablemente debido a la oscuridad allí reinante, que hacia el fondo de la galería había tres puertas que permanecían eternamente cerradas.

Preso de la desesperación debido a mi inacabable corrida en aquella noche de Munro, entré a la vieja, húmeda y oscura galería, la cual crucé a lo largo, probé suerte golpeando con todo mi cuerpo a la carrera la puerta del centro de la misma y ante mi sorpresa, se abrió…

Mientras mi respiración retomaba el ritmo normal y mi cuerpo se iba desacelerando, ante mis ojos se manifestó un paisaje rural del conurbano bonaerense que nada se parecía al Munro por las calles del cual me encontraba corriendo un instante antes. Unas lomadas semi-cubiertas de un musgo bastante amarillento aparecían en el horizonte. Muy a lo lejos, se divisaba con dificultad, un espejo de agua. En la cima de una de las lomadas, se erigía una especie de ruina antigua. Dos altos y bastante derruidos edificios del tipo monobloc se hallaban hacia ambos costados. En medio de ambos, lugar en donde yo me encontraba detenido aún agitado, tenía lugar una especie de patio de baldosas resquebrajadas y hundidas en el suelo, debajo de las cuales crecían unos yuyos que tomaban vida gracias a la humedad allí reinante proveniente de sendas pérdidas continuas de agua tanto de un lavamanos como de un inodoro que estaban empotrados en el centro de dicho patio.

Al divisar aquel ruidoso y ruinoso inodoro que perdía agua constantemente, recordé las ganas de orinar que tenía, acaso debido al miedo que mis captores finalmente me apresen. Oriné al mismo tiempo que escuchaba murmullos y sonidos de programas televisivos provenientes de algunas habitaciones de ambos monoblocs teniendo la impresión de estar siendo observado, cual panóptico foucaultiano. A continuación me lavé las manos en aquel extraño lavatorio, delante del cual había un pote con una especie de crema viscosa de color verde que supuse equivocadamente que se trataba de jabón, ya que en realidad era una crema para quemaduras insoluble en agua, motivo por el cual no me la pude quitar de las manos.

En aquel momento tuve la impresión que al momento de haber atravesado la puerta del fondo de la “Galería Vélez Sarsfield” fui conducido a una especie de agujero de gusano.

Comencé a caminar por aquella casi desértica geografía conformada por lomadas que se iban repitiendo casi infinitamente. Repentinamente pude divisar unas vías que nacían del interior de unos enormes tinglados de chapa. Seguramente se trataba de talleres ferroviarios.

A lo lejos, pude observar a una pandilla de adolescentes, quienes posiblemente habían sido alumnos míos y se percataron de mi presencia allí, acto seguido emprendieron una corrida hacia mí, cual un malón enfurecido.

¿Eran ellos, acaso, mis perseguidores antes de entrar a la galería? No estoy en condiciones de responderlo, pero, lo que sí puedo decir es que una vez más emprendí una alocada carrera huyendo de aquella turba encolerizada que me hizo aparecer en el comedor de mi casa y me hizo comprender que yo formaba parte de una discontinuidad espacio – temporal, ya que en una parte de mi casa era de noche (consulté la hora y eran las 0:05) y en el otro extremo de la misma estaba aun cayendo el sol y eran las 19:05, es decir, me encontraba en un zona horaria en donde habían cinco horas de diferencia en menos de veinticinco metros de distancia.

2
“ACUSACIÓN EQUIVOCADA”

Pero volvamos por un momento a las posibles razones de mi persecución. Verdaderamente no tengo una absoluta certeza del móvil que llevó a mi persecución, ya sea antes de entrar a la galería, o por la turba enajenada que me divisó y se encaramó hacia mi captura en una loca corrida a través de las lomadas desérticas de aquellos talleres ferroviarios abandonados.

Sin embargo, tengo una serie de hipótesis al respecto que les voy a pasar a contar. La primera de ellas está relacionada con un evento que tuve que vivenciar en el colegio Werner Holliday en donde me desempeñé como docente de ciencias durante el lapso de un año y medio. Aquel día, tendría lugar mi última clase allí. Al día siguiente habría de presentar mi renuncia. Cuando mis alumnos salieron al recreo, divisé sobre un pupitre un teléfono celular que supuse que era el mío. Por un momento dudé si era realmente el propio, por lo que lo tomé y pude comprobar que el wallpaper coincidía con el de mi teléfono, de manera que era sin dudas mi celular.

Al salir del aula, tenía que concurrir a la oficina de personal ya que había sido citado en ese día y horario por la encargada de recursos humanos de la escuela por el asunto referido a mi renuncia. Golpeé la puerta de su despacho, mas ella no salió. Habrían pasado unos cinco minutos más cuando volví a golpear pero no tuve respuesta. Repetí dos o tres veces más lo de dejar pasar un intervalo de cinco minutos y volver a golpear, pero una vez más, nadie abrió la puerta. Tuve la certeza de encontrarme en la mayor soledad que podría haber imaginado.

Sin embargo, mis pensamientos se esfumaron repentinamente cuando se apersonó ante mí un preceptor quien me comentó en voz muy baja casi en forma de susurro que la encargada del sector no estaba en su oficina ya que unos días atrás le habían gastado una broma de bastante mal gusto habiéndole bajado los pantalones dejándola completamente desnuda y a causa de esto contrajo lo que en términos médicos denominó como una “infección vaginal con secreción grisácea”, motivo por el cual se hallaba internada en el hospital afortunadamente ya fuera de peligro.

Antes que mi cerebro pudiese procesar aquella horripilante y a su vez bizarra situación, una mujer de recia expresión se apersonó ante mí. Dijo ser la apoderada legal de la institución, me condujo hacia otra oficina, contigua a la de recursos humanos, me invitó a tomar asiento en una silla y me labró un acta de acusación por hurto y/o sustracción de teléfono celular. En ese momento, supe que fui víctima de un engaño: el teléfono que yo había tomado del pupitre no era el mío sino que era uno idéntico con la misma rajadura en la pantalla y con el mismo fondo de escritorio. Evidentemente me habían tendido una trampa. Sin darme cuenta mordí el anzuelo y quizá fue este el hecho que me llevó a una huida despavorida, aunque no tengo la total de las certezas al respecto. Es sólo una hipótesis.

 

3
“CENA EN LO DE NACHO”

¿Quién o quiénes, cómo y por qué decidió o decidieron hacerme morder el anzuelo con lo del teléfono celular? No tengo certezas al respecto pero sí alguna que otra hipótesis que creo más o menos convincente. Principalmente la de la noche en que un alumno mío de la escuela, Nacho Kaufmann sorpresivamente me invitó a cenar a su casa. No sé por qué acepté la invitación y menos aún por qué decidí ir en colectivo.

Recuerdo que me costó muchísimo llegar: Su casa no era necesariamente lejos de la mía, sino que era bastante trasmano. Había tomado un colectivo que me llevó en dirección opuesta. Tampoco supe por qué razón para llegar a su casa tenía que primero llegar hasta la puerta de la universidad (teniendo que desviarme en forma obligada –como si se tratara de un centro neurálgico de combinación de medios de transportes-) para recién desde allí estar en condiciones de emprender el viaje a su vivienda.

Ni bien llegué, Nacho, el anfitrión, junto con sus padres me regaló una bolsa repleta de chapitas de cerveza y gaseosa de Estados Unidos sin coronar, que se trataban de objetos que yo coleccionaba.

Antes de cenar, Nacho me mostró la ostentosa casa en donde vivían y vislumbré que en su habitación tenía muchísimos juguetes, entre ellos una gran colección de playmobil. Le pedí si le podía sacar algunas fotos a todos aquellos costosos juguetes. ¿Acaso en aquel momento de total relajación, en el cuál fui embelezado con objetos que eran de mi total adoración, pude haber bajado la guardia y empezar a morder el anzuelo que significó la trampa del celular? ¿Fue acaso el bueno de Nacho Kaufmann el ideólogo de aquella broma pesada que me llevó a esa situación embarazosa en el despacho de la apoderada legal de la escuela que a su vez es una hipótesis sobre el móvil de mi persecución inicial?


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