El novio de porcelana

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El novio de porcelana
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Celano, Facundo

El novio de porcelana / Facundo Celano. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

150 p. ; 17 x 12 cm.

ISBN 978-987-87-0042-7

1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

El amor que construimos a la vista

de nuestros semejantes trasciende la muerte

en esos pequeños detalles que revuelven

nuestros corazones de su esencia y sabor.

Facundo Celano

PRÓLOGO

En 1942 el barco llegó a puerto en una Buenos Aires que apenas comenzaba a levantarse; cientos de tripulantes procedidos de España e Italia bajaban en picada con el conforte de empezar una nueva vida en aquel territorio. Fiorenzo Diarcho de 44 años había arribado con la misma ilusión y rápidamente encontró trabajo como quintero, una labor muy común de la época cuando la ciudad estaba en crecimiento; él se encargaba de trabajar en los cimientos de las adornadas quintas de barrio a la vez que empezaba a hacerlo en la suya y la de su familia que tan pronto ocuparía. Esa mañana había pasado horas en el puerto esperando recibirlos, un nuevo barco desembarcaba, esta vez tenía la esperanza de que fueran ellos, entre el enorme tumulto de extranjeros alcanzó a ver su falda tocar tierra, la misma que había visto la última vez. Ahí estaba su esposa Stella buscándolo con la mirada, sin perder de vista a sus hijos Donato con sus 24 años recién cumplidos y su chiquita Emma de tan solo 15 años, que en ese momento luchaban con las pesadas valijas cargadas de ropa y pertenencias de valor emocional que habían podido rescatar. Alcanzó a oír el llamado de su voz y le respondió aún más alto, chocando a cada quien que se cruzase hasta caer en sus brazos, sus ojos se habían iluminado, sus labios se habían entrecruzado con la misma emoción de la primera vez. Volver a ver a sus pequeños no parecía más que otra alucinación, habían cambiado abruptamente de la última vez que los vió, ya eran mucho mayores, sin embargo, les transmitió el mismo cariño que cuando eran niños, los ayudó con sus valijas en el camino a su nueva vida en aquella casa que apenas era una estructura con cemento en los alrededores de la ciudad.

Pronto se enamoraron de sus edificios europeos, sus parques verdes, su río extenso rico en recursos, la diversidad de sabores que poco a poco se instalaban con la llegada de las diferentes culturas, Buenos Aires les prometía todo. No les costó adaptarse, Donato comenzó a trabajar junto a su padre en las quintas mientras Stella cuidaba de su hermana y le enseñaba las tareas del hogar. En ese entonces él y su padre regresaban de un día de trabajo para continuar con la construcción de su vivienda, especialmente los fines de semana donde ocupaban el rato haciendo trabajos de carpintería y mampostería mientras adoptaban la tradición de las masas fritas, nombradas así por los españoles inmigrantes. Era lo que excedía su mísera dieta a base del arroz y pan, pues la mayoría de la plata se invertía en la casa, los jóvenes se tomaban el trabajo de ir los miércoles y viernes hasta la cocina de un café en donde les regalaban una bolsa de azúcar y una de harina a cambio de que dejaran el lugar impecable. Eso no era problema para Donato, mientras su hermana se distraía en su mundo de fantasía y era capaz de poner muequitas para que Marcello, el dueño, la termine mimando con alguna golosina de regalo. Él era capaz de escuchar por horas y horas a los pasteleros e ir de a poco aprendiendo de sus recetas, por lo que cada vez que volvían con azúcar y harina, Emma también lo hacía con un chocolate extra y él con algún nuevo conocimiento que compartir con sus padres. Desgraciadamente, para él, nunca los pudo poner en práctica en su propio hogar, pues aún no estaba terminado y además su madre venía enferma desde aquel viaje, había estado sufriendo de una fiebre reumática que la había incapacitado y en ese entonces él adoptó la posición de hombre de la casa que cuidaba de las mujeres. Ella llegó a ser la única testigo de cómo su pasión por la cocina se hacía más fuerte; en 1945 Stella Diarcho murió súbitamente en la cama de sus aposentos. Esto había dejado a todos en la familia descolocados, su esposo había caído en una completa depresión, Emma aún no era capaz de darse cuenta de lo sucedido, y Donato solo se remontaba a releer un viejo recetario que le regaló su madre antes de su muerte, sin embargo, una oportunidad que daría un nuevo giro esperanzador a su vida se le dio de vuelta en la cocina del café; Era un miércoles como cualquier otro, el dueño ya estaba harto de las mentiras de uno de sus empleados y había tomado la decisión de despedirlo delante de sus narices, esa fue la oportunidad de Donato de convencer a los pasteleros de su habilidad, él había empezado a hacer las masas fritas en su casa, lo único capaz de lograr con tan pocos recursos, en ese momento supo captar la atención de Marcello y sus ayudantes, su explicación había sido la misma que la que alguna vez habrá escuchado de él en la cocina, esto lo dejó sorprendido hasta el punto de querer contratarlo, pues con un cargo libre qué mejor que alguien tan atento y práctico como él lo era. Así comenzaron sus días en la cafetería detrás de recepción, su primera tarea como todo aquel que inicia fue la de limpiar los trastos sucios, algo no muy alejado de pasar el trapo sucio a la cocina, poco después comenzó con el amasado y horneado de las masas que solían servir junto al té. Ahora con su ascenso, Donato era capaz de poner en práctica los sabores occidentales del recetario que su madre había traído de Italia, y a la vez, podía cubrir los gastos de la comida en su casa, algo que antes lo tenía preocupado a su padre pues cada vez era menos la ayuda que recibía de su parte en las quintas. Sin embargo, a finales de los años cuarenta el éxito del café se vio afectado por el crecimiento desmedido de los lugares de comida, esto lo obligaba a cubrir horas extra, a reformular el menú, incluso había hecho que el casamiento de Marcello con su mujer se postergara. En uno de esos días difíciles el amateur italiano le había enseñado una receta de aquel libro que se había estado guardando para la ocasión, esa misma tarde lo sorprendió con una torta de casamiento que él mismo había decorado con rosas de crema. Cada detalle de aquella torta se había ganado el corazón de su familia, de su jefe y su actual esposa que quiso guardarla para su ceremonia y tuvo el tupé de tenerlo como invitado. Cada día que había pasado en aquella cocina era una chance más de encantar a su jefe, era tal la confianza que se había ganado, que en su luna de miel fue él quien había delegado el mando de la cocina. Ahora con la autoridad suficiente, Donato tuvo la libertad de incluir las tortas de casamiento en el menú al ver el auge de estas tradiciones como una fuente astuta de ingresos, así se lo planteó a Marcello luego de su viaje. Fue entonces cuando el negocio no tardó en hacer crecer su clientela, aunque esta vez era mucho más exigente y con pedidos que demandaban mucha más mano de obra, las dimensiones de la cocina habían cambiado. Al equipo se sumó Emma que en ese momento ya era lo suficientemente mayor y quería dejar de depender del cuidado de su padre, ahora el pequeño café se había convertido en una panadería que traía a la Argentina los sabores europeos de su recetario, a la vez que comenzaba a hacer su nombre por las tortas de casamiento allá por mediados de los cincuenta.

Ahora sus hijos se habían convertido en honorables con una sólida fuente de ingreso, pero lejos de estar agradecido, Fiorenzo no dejaba que ellos le den una mano, cuando por fin logró completar su hogar, a sus 65 años y aún en depresión, murió en la misma situación que su esposa en aquella cama de la casa en la que había estado trabajando por años, y en la que quizás algún día sus hijos construirían sus propias familias, presumiendo del lecho de su padre como muestra de su sacrificio.

EMMA Y JOEL

Los ayudantes sacaban provecho de Donato, en su ingenio con la manga les regalaba una clase de decorado a la vez que le daba los detalles finales, piso por piso la giraba en círculos para obtener las rosas de crema que terminaban de adornar los tres pisos de la torta, una bastante tradicional pues sus mayores clientes eran enamorados desesperados por encontrar el centro de mesa perfecto y sabían a quién recurrían cuando acudían a su panadería por una típica torta de casamiento. Donato se echó a un lado, revisando con la mirada el estado de las flores. –“Solo falta incluir a los novios”–, advertía sin perder su mirada en los detalles. Liberaron el espacio a los escultores, ambos con cuidado traían las figuras de porcelana, sí, de porcelana, así lo exigían sus clientes para su pedido. Ese cambio provocaba nervios en la cocina, las esculturas siempre habían sido de chocolate moldeado por lo que, si por un descuido una de estas llegaba a romperse, no había otro remedio más que un nuevo encargo y estaban muy jugados con las fechas. Sería un hecho lamentable, más aún con lo encantadoras que se veían, ella, sosteniendo un ramo, deslumbraba en el blanco de su vestido holgado y su pelo color miel peinado tipo colmena, de cara cuadrada, entre otros rasgos delicados que contrastaban con el pelo oscuro y alborotado del novio que se asemejaba al copete de una palmera. Apenas más alto que ella y bien parecido, se veía adorable en su esmoquin negro, incluso su fiel apariencia llegaba a despertar en cualquier empleada el deseo de conocer al verdadero prometido, habían decidido que su brazo izquierdo estuviera en forma de L, como si le correspondiera llevarse a la mujer al altar, era una pose que poco favorecía la escena pero su artesano estrella había hecho su mejor trabajo manipulando algo distinto al chocolate para moldear como lo era la porcelana por primera vez. El incluir ambas figuras les parecía un lindo detalle por el que, para Donato, valía la pena arriesgarse. Le cedió los honores al más ansioso de sus escultores, Laureano ganó altura subiendo la escalera y los acomodo en la punta de la torta. Las mujeres se agarraron los delantales y suspiraron enternecidas, se veía precioso ya listo – ¡Lo hicimos! – el italiano les sonreía explotado de alegría, sus ojos brillaban, podía ver reflejado en él los dos días enteros de sacrificio y entre el estrecho de manos felicitaba al resto, enorgullecido de su equipo de trabajo. Le gritó a su hermana Emma que en ese entonces se encontraba en el mostrador intentando liberarse de un cliente, y por supuesto con Gloria corriendo por detrás entraron asombradas de la belleza de su trabajo, la joven felicitó a cada uno de sus compañeros, a su hermano con un fuerte abrazo. Él aprovecho la oportunidad para pedirle que le tomase una foto junto a la torta con su tecnológica cámara antes de guardarlo, pues la torta debía conservarse hasta el casamiento tal cual había quedado registrada en el dispositivo, el frío de la heladera haría ese trabajo, aunque se necesitaban al menos dos personas para llevarla hasta ella. Donato rápidamente fijó su mirada en sus hombres más fornidos, pero antes de que emitiera sus nombres, Emma y Gloria ya se habían ofrecido al trabajo pesado. Así quedó en manos de las mujeres, quienes se tragaron su orgullo al sentir el primer golpe de frío causado por el electrodoméstico. Gastaron la poca fuerza que les quedaba en subir la torta sobre la única rejilla de aluminio liberada en lo más alto de la heladera y la joven subió una escalera para reacomodar a los novios en la cima.

 

Gloria era una mujer con más de treinta años trabajando en la panadería, se inclinó hacia atrás a la vez que se masajeaba adolorida por el esfuerzo que no había hecho en mucho tiempo.

–Lo que no tiene de feo lo tiene de pesado, ¿eh? – Aún no se recuperaba de aquel dolor.

Emma seguía perdida en los detalles, a diferencia de Gloria no parecía arrepentida de nada. Tan solo miraba con deseo a los novios, en su cabeza ella se estaba luciendo con el vestido y el ramo en sus manos, encabezando semejante torta.

–Perdón, pero no puedo desviar mis ojos de él, ¡es muy lindo! Ojalá yo pudiera tener uno así ¡y los novios! Dios santo, se ven adorables… –suspiró la joven soñadora.

–Sí… yo también quisiera tener uno así –. La mujer continuaba obsesionada con el pelo del novio–, pero con sesenta y siete años solo se acercan los hombres de piel arrugada, vos en cambio todavía estás a tiempo de llevar al altar a uno con la piel de porcelana, así como lo es Joel. –Emma se unió a la visión de la mujer sobre los novios–. Ahí están Emma y Joel, y por sobre todos los detalles, su amor ¿ves lo mismo que yo?

–Claro que sí, el casamiento es un deseo que tengo reservado desde pequeña, recuerdo pasar algunas tardes observando las fotos de la ceremonia de mis padres y mis abuelos, pero en ese entonces se hablaba de una tradición, debe ser idea de ambos y es una palabra que Joel viene evadiendo desde los comienzos de nuestra relación.

–Entonces no te ofendas si descreo que su amor esté por sobre todo los detalles.

–¿A qué te referís?– La joven no entendía por qué Gloria ponía en duda su amor hacia Joel después de haber sido testigo de innumerables muestras de afecto.

–Es decir, debería de entregarte sus votos por sobre todas las cuestiones, si es que en verdad te ama, él haría cualquier cosa con tal de verte feliz.

–Decís que, si caigo de un cuarto piso, ¿él debería de caer también?

–Eso es una exageración, Emma, a menos que él esté más seguro de que su amor es eterno.

–Se lo he cuestionado más de una vez, dudo aún que hayamos llegado a tal compromiso, es muy temprano para él.

Gloria entendía su punto de vista, Emma no tenía la misma rapidez que ella en el tema, lo de su relación era algo reciente, ambos se habían conocido meses atrás en la época de fiestas, en uno de los días agitados de la panadería. Joel apenas llegado de Londres de la mano de su tío, comenzaba a trabajar para Donato mientras Emma se encargaba de los clientes, dialogaba con desconocidos todo el tiempo, sin embargo, con él era distinto, nunca habían tenido contacto sino hasta el día en el que le dieron su bienvenida, comenzaron con un pequeño saludo en la puerta. Joel, estuvo sin compañía por un buen rato, no fue hasta que Emma con el apoyo de su compañera se acercó a ofrecerle una mano con el trabajo, solo para saber un poco más de él. Pasaron días hasta la fiesta de cumpleaños del local, donde Joel había sido muy cortés con ella en devolverle el favor, desde entonces se encendió esa chispa que se fue alimentando los días siguientes, poco a poco sus labios se vieron más cerca, fue en la intimidad de la cocina donde se dieron su primer beso, y así continuaron durante todo el receso de verano. Las caminatas en el parque y sus cuentos de noche en la cama, eran experiencias que alentaban a Emma al matrimonio y la mantenían en la viva agonía de la espera.

–Eso es porque todavía no te divorciaste, nena, hacelo y vas a ver cómo te cambia la visión de todo– le repetía su discurso para dejar en claro su mayor experiencia–, en fin, dejemos en paz a estos dos tórtolos y vayamos a descansar, vendrá gente más pesada mañana.

–Sí, ya es muy tarde, adelante, –Emma la siguió hasta la puerta, les devolvió una mirada a los novios con una última sonrisa antes de dejar el cuarto a oscuras.

Gloria se ocupó de cerrar el local, para ese entonces no quedaba nadie. Afuera Joel la esperaba envuelto en su abrigo, despedía de su boca el calor en forma de humo, con la mirada perdida en las estrellas, intentando conciliar el frío con una caminata en círculos, Emma lo sorprendió con un fuerte abrazo. Aprovechaban el camino a casa para mantenerse actualizados el uno del otro, Emma le contaba sobre sus clientes y Joel sobre sus compañeros como de costumbre, esta vez había dejado que extendiera sus anécdotas, no podía dejar de pensar en esa conversación y la ansiedad volvía a invadirla, pero ese día había decidido reservar el tema para más tarde.

Se detuvieron a medio camino en una cafetería que permanecía abierta hasta tarde, en ese momento lo recordó, Joel le había prometido la semana anterior llevarla a cenar al lugar donde trabajaba un amigo de su tío, él lo había acompañado a conocer muchos lugares de comida, pero no había tenido tiempo de visitar aquel café por su cuenta. Los recibió el mismo hombre de aquel entonces que reconoció al joven en la puerta, también de origen europeo, se había enamorado de la ciudad en una de sus visitas familiares hasta que decidió convertir una vieja casona en un café histórico del barrio de Flores. Los acomodó en la mesa como la realeza y les regaló una canasta de pan extra como una atención; primero se concentraron en el pedido, Emma quería que todo acabara rápido, así que optaron por una pizza que pudieran compartir. Joel entonces continuaba con su conversación que se había desviado hacia la manera de explicar cómo se hacían las rosas de crema, comparándolo con cómo lo hacían en la cocina de la escuela donde se formó en Francia, tenía esa costumbre que la ponía a girar sus ojos cuando mencionaba el instituto, ni con las porciones de pizza en su boca dejaba de comparar ambos. La explicación se extendió hasta que dejaron los platos vacíos y le agradecieron la atención del hombre. Hicieron cinco cuadras en silencio hasta llegar a la entrada de su casa, hace poco habían logrado conseguirla y les quedaba a pocas cuadras de su trabajo. Emma corrió a la estufa donde se quedó haciéndole compañía en tanto Joel terminaba de bañarse. Ambos acababan su día desnudos en la cama, en completa oscuridad, escuchaban sus voces hasta que uno de los dos se dormía, era ese preciso momento por el que tanto se había reservado, se agarraba los labios, se lo había dicho reiteradas veces, pero nunca en la oscuridad de su habitación; ya no quedaban más preguntas acerca de las rosas de crema, ni mucho más que decir del instituto, solo un silencio, un silencio que se le hizo casi eterno, las voces de Gloria la sacudían, le daban el coraje para pronunciar su pregunta más grande que a cuestas salió de su boca: “–¿Algún día pensás casarte?–”, la respuesta de su pareja fue remota.

MANUEL Y JOANN

En el piso más alto sobre la reja más próxima a la corteza helada, acogidos por la luz de la heladera en la que se encontraban encerrados con el paso de las noches, tan joven que seguía ensombreciendo las figuras de porcelana en otra de sus veladas, una mágica, pues los muñecos se veían más vivos que nunca. Y así era, cuanto más seguros de su intimidad se encontraban, poco a poco incorporaban sus gestos humanos, desde pequeños parpadeos hasta sacudones de hombros, su movilidad solo se limitaba por aquellas articulaciones pegadas entre sí por la forma en que se encontraban diseñadas, su peinado y el flameo de sus telas tampoco se alteraban manteniendo su forma definida, la temperatura del ambiente parecía no cobrar cuenta sobre su piel suave por fuera y dura por dentro. El sufrimiento se concentraba en sus piernas, ambos debían de tolerar el dolor de las estacas de madera que habían atravesado sus pies para mantenerlos lo más firmes posible en la superficie de crema, literalmente clavados al suelo y solo se limitaban al habla, pues sus labios se movían como si nada.

–¡Zas!, qué bella figurita, quién ha de colocarle el anillo a ese bombón de chocolate. –El novio Manuel como de costumbre se adelantaba con el primer cumplido de esa noche.

–El muñeco más bien parecido de la fiesta –alcanzó a pronunciar la novia Joann con su melodiosa voz.

Él observó a ambos lados jugando a buscarse a sí mismo.

–Qué afortunado, no hay otro muñeco a tres pisos de altura.

–¡Ja! Obvio, tontito, vos sos el único al que volvería a elegir.

Manuel se inclinó hacia Joann, aun así, alcanzaba sus labios.

–Por sobre todos los detalles... –Se acercó aún más a Joann que inmediatamente se encontró perdida en su mirada–. Te amo… –Podía verse el fervor del deseo en la oscuridad de sus ojos, mordía sus labios tratando de esconderlos. Esas palabras le dibujaron una sonrisa tímida a la novia, en un segundo Manuel la tenía entre sus labios, pero Joann se negó a besarlo.

–Joann…

–Lo lamento, Manuel, no puedo, es demasiado pronto para eso, no lo olvidés.

–Otra vez con lo mismo, amor mío, es solo un piquito, por favor, dejame comprobar la calidez de esos labios, al menos esta oportunidad.

–No esperes nada de ellos más allá de un te amo, al menos no por ahora.

–Pero un beso es necesario, sin él esas dulces palabras no significan nada.

–Yo te di mi voto, creo eso suficiente.

–Claro que no, lo único que me diste fueron ilusiones, ¿o acaso voy a tener que esperar una eternidad?

–Solo hasta que la ceremonia haya acabado con un beso real, así fue nuestra promesa.

–¿Y acaso este no es un beso de verdad?

–No es nuestra celebración, tené consideración por los novios divinos por favor.

–Me conocés como si hubiésemos salido del mismo molde, el único momento en que me contengo es para ir a ver a los creadores… –Cabizbajo, ahora remordido de culpa– y a estas alturas vos parecés comportarte como uno.

–Amor, acordate bien por qué existimos, para celebrar el compromiso de dos almas, que a ojos de todos se sella con un beso.

Joann se inclinó a darle uno en su mejilla, volvió a encontrarlo en su mirada y trataba de contenerlo con sus caricias. Aun así, era necio con ella, le parecía muy apegada a sus principios y él un rebelde con el deseo egoísta de conquistar sus labios mucho antes de sus bendiciones.

–Sé que a ambos nos resulta un castigo la abstinencia, pero no dejes que eso te domine, ¿está bien?

–No te acerques demasiado, o puede que por ansiedad olvide lo que me acabás de decir. –Apenas lograba contenerse, ella se puso risueña y extendió sus brazos, a lo que el novio se acercó a recibir su abrazo.

 

–Al menos sé de lo cálidos que son tus abrazos. Se sintió acogido en su pecho, le había devuelto su felicidad, una que podían envidiarle incluso desde el cielo, en el hielo coloso se avistaba una mirada llena de celo, la que había estado atenta desde lo más alto, a partir de ella una nube de humo negro se abría paso encubriendo aquella luz que caía sobre la pareja. De repente sus ojos se tornaron rojo sangre, ahora como si emanaran un fuego vivo que dejaba la capa de hielo vulnerable, de a poco se quebrantaba como un corazón roto, las gotas parecían de sudor y todas desembocaban en el carámbano más bajo, justo arriba de los novios que inocentemente continuaban con sus mimitos. Luego se separaron conectados por una sonrisa, la última de todas, de repente una de las gotas que ya había alcanzado el peso suficiente para viajar por encima de ellos impactó como una bomba sobre Manuel empujándolo al vacío.

–¡¡Manuel!! –alcanzó a escuchar el alarido de la novia.

Su inocencia se diluyó en tragedia con tan solo una gota de crueldad y se iban consigo grabadas sus últimas palabras antes de desaparecer en la triste oscuridad.

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