180 días en Siria

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—¿Pero qué? ¿Sos tan cobarde como para negarte?

—¡Entendé, Annesa! ¡Si me niego me echan a la mierda! ¿Querés que deje a nuestros hijos sin comida? ¿Qué no puedan llevarse unas monedas al colegio o no poder comprar ni siquiera los libros? —El estresado y muy desdichado hombre, por la bronca y el enojo, le pega una patada a la pata de la mesa, lo que hace temblar todo.

—Por mucho prefiero eso a ir a un guerra... —responde bastante cortante Annesa.

Ante el susto de escuchar un golpe y ya estando muy asustada e intrigad por la situación, Farah decide bajar a ver por qué demonios estaban peleando y qué tan serio era lo que desde afuera parecía un pleito.

—Ma, pa... ¿Qué pasa? ¿Por qué pelean? —preguntó muy consternada Farah.

—¡Farah! ¿Estabas acá?... No sabíamos, perdón —replica la madre de los 3 niños.

—Por nada, Farah... cosas de adultos —responde sencillamente el padre.

—¡Decile, Murat! Decile a tu hija a dónde nos mandaste... —sentencia la madre.

—Te lo digo a vos primero antes que a tus hermanos, no es nada seguro y me lo dijeron por encima. —Murat intenta alivianar lo que él sabía que era algo seguro—. Pero quizás nos tengamos que ir 6 meses a Siria por trabajo.

—Ni sé cuándo cae el día de los inocentes, pero decime por favor que es en broma. —Farah sin saber muy bien qué pensar, optó por preguntar suavemente agarrándose la cabeza mientras Annesa, queriéndose hacer la fuerte, se aguantaba las lágrimas.

—No... no lo es.

—¿Pero qué iríamos a hacer en Siria?

—No, no. ¡Ningún vamos! ¡A ese lugar te vas solo, pedazo de tarado! —Annesa sin poder controlar más su enojo , explotó y para mal—. Esto lo solucionas, yo y mis hijos no nos movemos de Estambul.

—Farah, lo único que te pido es que contengas un poco a tu mamá y que no les digas nada a tus hermanos —dijo mirando a los ojos Murat a Farah, con una gran tristeza—. Quedate tranquila que esto lo voy a solucionar.

Ante el gran enojo de su esposa y el poco y nada de apoyo que había demostrado su hija mayor, el padre de familia no tuvo más alternativa que ir a su trabajo a hablar, a ver qué tan en serio iba la cosa o si se podía negociar algo o cualquier cosa mejor antes que ese horrible arreglo. La verdad es que ni Farah ni Annesa sabía qué iba a pasar o si en verdad se iban a ir a Siria por 6 meses, para bajar un poco la locura que había causado el momento y para calmar un poco las aguas antes que vengan los dos niños, la madre decidió preparar un té para ella y Farah. Nada como unas tostadas con manteca y un rico té como para distender hasta el peor de los ambientes. Las dos mujeres no sabían si hablarse o no. ¿Qué decirse? ¿Qué tan mala sería su vida allá? ¿Romper la hermosa familia que tenían solo por una estadía de medio año y que quizás podía ser menos? ¿Que su marido renunciara y vivir solo con el salario que tenía ella como docente? Sabían que con la crisis no le alcanzaría para nada y la situación sería quizás peor, al menos allá vivirían holgadamente y jamás permitirían que sus hijos trabajaran y dejaran de estudiar. Pero se la jugaban a ir a Siria y encontrarse con todo lo que se decía en Turquía y todo Occidente que había allí, solo sangre, dolor y muerte. Era la decisión por tomar y una para nada fácil. Lo que parecía un sinfín de puro silencio, nada incómodo, era un silencio obligado, fue corrompido por el ruido de unas llaves y no era Murat, eran los dos niños.

—Farah, tratemos de que Abdel y Khan no se den cuenta de nada. —Annesa le agarra la mano a Farah—. Son todavía chicos y no lo van a digerir mucho, si llega a pasar... hablémoslo como tiene que ser: en familia y todos juntos —concluyó con una impresionante paz Annesa, quizás había entendido que peleando no solucionaría nada, y de esta tenían que salir todos juntos.

—¡Mami! ¡Farah! —grita con su fina voz desde la puerta Khan—. ¡¿Cómo están?!

—¡Khancito! —grita con una alegría un poco falsa Annesa.

Y detrás del más pequeño de la casa, entra su hermano mayor. Este entró más tranquilo ya que había tenido un mal día. Annesa le da un gran abrazo a su pequeño, se notó que no era un abrazo normal, este fue muy real, de esos que se dan cuando no se ve hace mucho tiempo a alguien. Tuvo que aguantarse las lágrimas, los niños no podían saber nada. Farah por su parte abrazó con un gran amor a Abdel, este aunque estaba algo enojado y muchas veces solía llevarse mal con ella... pero esta vez vio tristeza en los ojos de su hermana, por lo que decidió devolverle el abrazo y abrazarla con más fuerza, quizás sea porque no había vivido tanto como su madre, pero Farah no logró contener el llanto y derramó una lágrima sobre el hombro de Abdel, lo cual por fortuna él no notó.

—¡Cuenten! ¿Cómo les fue? —pregunta enérgicamente la madre con una fuerte intención de generar conversación y esconder lo que pasaba.

El primero en hablar fue Khan, el niño estaba realmente feliz y no se molestaba en esconderlo... todo lo contrario, estaba muy bien demostrándolo. Cuando empezó a hablar explicó cómo sus maestras lo felicitaron por lo buen alumno que era y que se había encontrado tirados 10 euros, gracias eso había comido dos hamburguesas y le había sobrado plata. ¡Su día no podía ser mejor! El problema fue cuando era el turno de hablar de Abdel, el jovencito mientras hablaba su hermano se mantuvo callado y lo más ajeno posible, lo cual llamó la atención de todos ya que era bastante charlatán. Su actitud rara hizo desviar la atención de todos a él, que irónicamente es lo que más quería evitar.

—¿Qué pasa, Abdu? —preguntó Annesa—. Estás muy calladito.

—Nada pasa, ma —respondió cortante el niño mirando hacia abajo.

—Hijo, te conozco... ¿Qué te pasó en la escuela? —siguió insistiendo la madre.

—Me fue mal en la presentación, ma...

—Bueno, hijo, no es la muerte de nadie desaprobar algo. ¡Ya lo vas a levantar en la próxima! —bastante comprensiva Annesa concluye con otra pregunta para que su hijo pueda expresarse—. ¿Eso solo o querés hablar de alguna otra cosa?

—El chico ese de España me estuvo molestando otra vez, no sé qué le pasa conmigo. ¡Yo no le hice nada! —Abdel con algo de enojo y tristeza se para, se agarra la cabeza y comienza a caminar por la cocina.

—Hijo, los occidentales son así... gente dura de palabras y violenta con los que no conocen. —La madre lo estaba intentando calmar con palabras en lo que Farah interrumpe.

—¡Y PEGALE, TARADO! ¡No te dejes bastardear por ese!

—Pero es más alto que yo y parece más fuerte... —con bastante decepción le respondió su hermano.

—No siempre vas a tener todo de tu lado Abdu, pero a veces tenés que ser valiente y defenderte de un infeliz opresor que quiere lastimarte —responde con bastante sabiduría espontánea Farah—. Además, más que comerte una patada no va a pasar. —Su sabiduría espontánea fue opacada por esa innecesaria broma y su burlona risa. Con lo que fue respondida con fea cara por su hermano.

Mientras la familia compartía una típica conversación, se había logrado olvidar la amarga noticia y gracias a eso estaban todos normales de vuelta. Pero por desgracia esto duraría poco, desde la cocina volvió a escucharse el ruido de unas llaves, como ya estaban todos en la casa, a excepción del padre, solo podía ser Murat que volvía de su oficina. La puerta se abrió y, efectivamente, era el hombre con cara de derrotado y el nudo de la corbata ya flojo hacía un rato largo, dejó caer su maletín a mitad de camino y agarrándose la cabeza llegó a la cocina para dar la noticia...

—¿Y? ¿Qué te dijeron? —preguntó mirando fijamente Annesa.

—No hay caso... es eso o me despiden y no piensan indemnizarme nada

—¿Qué paso? —preguntaron los niños que nada sabían de la situación.

—La empresa me quiere mandar 6 meses a Siria, a la nueva sucursal que abrió en Alepo. Es eso o me quedo sin trabajo.

—¿Y qué pensás decir? —increpó Abdel que de golpe había olvidado de todos sus demás problemas—. ¿Vas a aceptar? —concluyó con la pregunta más importante.

—Si entre todos decidimos que sí, sí. Si no, no.

—¿Allá tenemos todo pago? —preguntó Khan.

—¡Por supuesto que sí!, tenemos los boletos pagos, allá tenemos casa con auto y lo que voy a ganar por mes en Alepo va a ser 4 veces lo que gano acá.

—¿Es solo por 6 meses? —preguntó Farah.

—Sí, solamente 6 meses, es hasta que la producción se normalice y la fábrica funcione al 100% de su capacidad. De 6 meses, voy a estar la primera mitad controlando todo y la segunda mitad del semestre capacitando al nuevo gerente, una vez completado eso, yo no tengo más nada que hacer ahí. Que tu mamá se saque licencia por 6 meses, vamos a hablar a los colegios de ustedes y el año que viene están cursando de vuelta ahí con sus amigos. ¡Son 6 meses nada más, chicos!

—Dicho de esa manera, no es tan grave —mencionó Abdel.

—¡No! No lo es —replicó con bastante entusiasmo el padre.

—¿Cuándo nos iríamos? —preguntó algo consternada Farah.

—A fin de mes.

—¿EN 10 DÍAS? —comenzó a gritar la adolescente por el enojo—. ¿TE PENSÁS QUE VOY A ORGANIZAR TODO LO QUE QUIERO LLEVAR Y ME VOY A DESPEDIR DE TODOS EN 10 MISERABLES DÍAS?

El griterío volvió a apoderarse de la habitación en donde se encontraban, todos querían saludar a todos, y tenían cientos de cosas por organizar, dejar o llevar. Los 3 jóvenes querían despedirse de todos sus amigos y por qué no también de sus enemigos, Annesa estaba algo apurada para tramitar lo de su licencia, por lo cual dentro de un rato partiría al ministerio de Educación, el único que quería hacer todo lo más ágil posible era Murat. Parecía que él no tenía nadie a quien abrazar o saludar, ni daba mayor importancia al tema de qué llevar y qué no, solo quería ir y que pasen esos 6 meses para volver a su casa tranquilo. Cuando el ambiente volvió a calmarse, el silencio dominó al descontrol, y la rara confusión de sentirse sin saber qué hacer se había vuelto el lenguaje de todos. Annesa optó por salir rápidamente a la escuela y después al ministerio, Murat habló unas palabras más con sus hijos y luego se fue a hacer unas llamadas por teléfono, obviamente se sirvió un vaso de whisky añejo y comenzó a fumar, lo cual era raro en él, ya que nunca lo había tomado como un ámbito pero él estaba realmente estresado. Por su parte, Khan, Abdel y Farah lo habían tomado con una madurez realmente sorprendente, cualquiera hubiera esperado que se nieguen o hagan una escena importante, que llevaría toda la tarde remediar y solo haría todo más difícil, pero no. Hubiera estado bien que Murat se los agradezca, pero no lo hizo y eso es algo que en silencio molestó a Farah, que fue la que más odió la decisión de sus padres, pero como sabía que no quedaba otra opción, optó por cerrar la boca y apoyar a sus padres y en principal a su padre. El día se convirtió en noche, el teléfono no había dejado de sonar, la noticia ya estaba en boca de todos los que conocían a la familia Pamuk y dentro de 8 días ¡se haría una fiesta de despedida! Todos los conocidos asistían, amigos, hermanos, familiares, conocidos, desconocidos, compañeros, ¡todos!

 

—¿Hablaron con todos ya, chicos? —preguntó Annesa en la mesa.

Por motivo de la conmoción de todo, habían decidido preparar una de las comidas que más les gustaba a los chicos de la casa, pizza. Podía parecer estúpido o una pequeñez, pero estos detalles sumaban mucho y podían hacer la peor noticia mucho más llevadera.

—Sí, ma, ya hablamos con todos, o al menos yo sí, el sábado van a venir Nico, Kaan, Aydin y Serkan. —Con bastante exactitud respondió Abdel.

—¡Genial que ya hayas pensado a quiénes invitar! ¿Y ustedes? —La madre gira la cabeza en dirección a Farah y al pequeñín Khan.

—¡Ay! No sé a quiénes invitar, me da vergüenza contarles a mis amigos y traerlos a casa —respondió algo triste Khan.

—¿Y por qué te da vergüenza? Nos vamos por trabajo, no hay nada de malo en eso.

—No sé, supongo que porque soy tímido... —El niño sin más palabras agacha la cabeza por la vergüenza.

—¡Dale que nos vamos por un rato largo! Inviten a todos los que sean importantes para ustedes y no se dice más. Aparte, si bien no me gusta mucho esto, pero hagámoslo por tu papá —insiste Annesa—. El apoyo nuestro, y más que nada de ustedes, le va a hacer muy bien.

—Bueno, ma —replica Khan.

—¿Y vos, Farah? ¿Le avisaste a alguien? —preguntó Annesa.

—Sí, ma, les dije a las chicas nada más.

—Genial, entonces, chicos, inviten a todos para el sábado al mediodía. Su papá y yo vamos a invitar a todos sus tíos, sus padrinos y unos amigos más. Serán más o menos unos veintipico invitados, y ya mañana voy al colegio de cada uno de ustedes a hablar para que les guarden la vacante para el año siguiente, después de eso, vamos a empezar a empacar.

Y así fue, al día siguiente Annesa y Murat fueron a los colegios de sus hijos a hablar, y al principio con la excusa de que son colegios muy prestigiosos y mucha gente necesita esas vacantes se negaron, pero después de explicarles bien toda la situación, terminaron accediendo. Con ese obstáculo ya pasado, comenzaron a hacer las maletas y empacar todo. El ¿qué llevo? Se había vuelto una pregunta bastante difícil de responder para sorpresa de todos, pero con tiempo y paciencia, de a poco, iban decidiendo qué llevar y qué no, el auto rápidamente lo vendieron para tener más plata para llevar y la casa se la alquilarían 6 meses a un matrimonio joven amigo de Murat que se habían casado hacía muy poco y no tenían dónde vivir, con la condición de —como eran amigos— algunas cosas no tocarlas, como por ejemplo las habitaciones de los niños, ya que como serían 6 meses solamente y no tenían ningún hijo, no les darían ningún uso, solo podían entrar para abrir las ventanas, ya que esa condición era muy favorable, ahí guardarían todo lo que no querían que toquen. Le dejarían las llaves a su hermano Onur, para que este se las entregase a los inquilinos. Lo demás ya estaba todo cubierto, Annesa había sacado con éxito la licencia de 7 meses para su trabajo, y Murat ya había hablado en su trabajo para que le paguen los pasajes y le expliquen bien cómo sería el traslado. Irían en un vuelo comercial, saldrían el lunes a las 10 de la mañana y estarían aterrizando en Alepo a las 12 del mediodía aproximadamente, y llegando a su nueva casa, en un barrio residencial de la ciudad unas 2 horas después. Parecía que ya estaba todo listo, tenían el dinero para llevar, la casa estaría bien esos meses, en el trabajo y la escuela ya habían arreglado todo, los pasajes los pasarían a buscar el mismo día de partir, la documentación legal para salir del país estaba en orden y en teoría estaban todos de acuerdo con viajar, por momentos Farah se resistía y no le gustaba la idea, pero siempre terminaba resignándose y aceptando la realidad, ella toda esas dos semanas había dicho lo mismo "simplemente tengo un mal presentimiento de todo esto", y el tiempo demostraría que no se equivocó para nada.

—¡Chicos, pongan la mesa! —podía escucharse desde la calle los gritos de Annesa, mientras Murat preparaba la comida, Annesa estaba ordenando todo y los niños, bueno... mucho no ayudaban. ¡El día de la fiesta había llegado!, los hermanos de Annesa y Murat habían ayudado mucho con los preparativos, por toda la casa habían cartelitos de "Buen viaje", "Los extrañaremos" o algunos no tan formales pero sí más divertidos como "vuelvan más graciosos", "traigan dinero que salud sobra" o directamente "no vuelvan". Todo el living estaba lleno de ellos, como no había mucho espacio en la casa, decidieron sacar una gran mesa a la calle, todo con cerveza, vinos y comida típica turca. De a poco los invitados iban llegando, primero los hermanos del matrimonio, después varios amigos, vecinos de muchos años y confianza. Muchos de ellos habían puesto dinero para la fiesta y les habían dado un poco para que se lleven a Siria "por si acaso", y por último iban llegando los amigos de cada uno de los chicos, entremezclados llegaban los jóvenes, los que solo le veían la parte buena al tema, los que ayudaban con risas y no con llantos, como hacían los adultos... Fueron cientos los regalos de todos, grandes y pequeños, la fiesta había durado hasta casi las 7 de la tarde los que más se quedaron, abrazo hasta el cansancio para todos de parte de todos, también hubo risas y algunas lágrimas derramadas. Farah se preguntaba por qué algunos lloraban, si solo se iban 6 meses... Quizás era algo que solo los adultos podían ver y entender, o quizás ella no había madurado lo suficiente para sentir lo que ellos, o quizás simplemente no le daba tanta importancia. Fuera cual fuera el caso su última fiesta en Turquía había pasado, y la última vez que estaría con sus amigos y familia completa, la fiesta había terminado. Farah y Annesa se quedaron un poco más que todos ordenando la casa, lavando los últimos platos y limpiando toda la casa que había quedado hecha un desastre por motivo de la celebración, por algún motivo extraño y desconocido para ellas, ninguna había dicho ni una palabra en toda la hora que llevaban limpiando, hasta que una se animó a romper el silencio.

—¿Por qué estás tan callada, Farah? —preguntó Annesa mirando extrañada a su hija.

—Es que no sé, es muy raro todo y pasó muy rápido —aclaró Farah—. ¿Cómo será allá? —concluyó con la lapidaria pregunta.

—No lo sé, hija, tengo que serte sincera... la verdad, no lo sé. Sí sé que la situación allá no es la mejor, pero vamos a tener seguridad privada constantemente y estaremos viviendo en un barrio privado.

—Pero ma... —Farah sin saber qué hacer prefirió estar callada todo el tiempo para ayudar a sus padres pero ya habiendo terminado la fiesta de despedida, y estando sola con su madre... simplemente se dejó llevar por lo que había sido toda la emoción de esa semana. Sin más vueltas, se abrazó a su madre y quebró en llanto, había sido muy duro para todos esos días, pero para ella más que para nadie, porque nunca se quejó y se mantuvo fiel a todos hasta el último momento, ayudando en todo lo que podía y conteniendo a todos.

—¡Ey, Farah, no llores así! Si sos una chica muy fuerte ¡no tengas miedo!

—Pero tengo miedo, ma, es otro país, otra gente, otra cultura. ¡Es una locura ir! —exclama en el hombro de la madre la joven niña llorando

—Ya está, Farah, descárgate todo lo que puedas...

El 19 del último mes del año 2011 salieron de su casa, como habían vendido el auto, su tío Onur, el mecánico, los llevaría hasta el aeropuerto y ahí les darían las llaves de la casa. El vuelo 247 de Airlines Turcas saldría a las 10 de la mañana del Aeropuerto internacional de Estambul. La familia salió de la cama tipo 5 de la madrugada, el sol seguía durmiendo y ya estaban todos cambiados, desayunando y ordenando las últimas cosas, para que a las 7 los pasen a buscar. Efectivamente, a las 6:51 estaba Onur tocando bocina en la puerta de la casa, luego de subirse y acomodarse tuvieron un viaje de 45 minutos hasta el Aeropuerto, como siempre insoportable el tránsito de Estambul, debían ser cosas de las grandes ciudades. La despedida fue larga y triste, Onur los acompañó hasta donde los de seguridad del Aeropuerto se lo permitieron, los abrazos no se hicieron esperar y como un mar todos fueron ahogados en ellos, luego de abordar y de un viaje de 2 horas que no tuvo nada de especial, a las 12:05 hora de Turquía ya estaban en suelo sirio, aterrizando en lo que en teoría era el Aeropuerto internacional de Alepo, y digo en teoría porque la familia nunca había pisado Siria ni tenía mayor conocimiento del país que el nombre de algunas ciudades importantes de allí. Desde la ventana del avión se podía ver un aeropuerto bastante descuidado, pintando con un color amarillo oscuro bastante desagradable. Definitivamente lo primero que les llamó la atención fue la fuerte presencia militar cuidando todos los aviones y a los costados de la pista. ¿Era un indicio de que eso había sido una mala decisión? Ellos aún no lo sabían, pero de algo sí estaban seguros... eso irrefutablemente no era como Turquía, unos minutos después del aterrizaje, lo cual para decepción de los niños que nunca habían volado fue lo único turbio del viaje, el avión logró acomodarse en su puerta y ahí estuvo parado un rato largo sin que los dejen bajar, desde los altavoces del avión les decían que era por cuestiones de seguridad pero la verdad era que por la mala administración del personal del Aeropuerto todavía la escalera no había llegado. Luego de más de 20 minutos de espera, pudieron desembarcar del avión, bastantes abrigados por el frío y caminando por el exterior por la pista, pudieron entrar al Aeropuerto, una vez recogido su equipaje, un hombre delgado llamativamente alto, de aspecto descuidado, con una barba desprolijamente larga, con una severa calvicie, y con un cartel que decía "FAMILIA PADMUCK" en letras grandes y bastantes legibles los estaba esperando en la entrada de la sexta salida de abordaje en el Ala norte.