Escuela preparatoria de Jalisco

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Presentación
Javier Espinoza de los Monteros Cárdenas
Director del Sistema de Educación Media Superior

Es un honor para mí celebrar junto con ustedes la conmemoración del centenario de la primera instancia universitaria.

La Escuela Preparatoria de Jalisco es el origen del patrimonio educativo, cultural y arquitectónico de la Universidad de Guadalajara, con su presencia y quehacer cotidiano mantiene vivo el espíritu universitario y la memoria colectiva de esta institución.

El edificio que la alberga, construido en el siglo xviii, fue confiscado en 1914 a la Compañía de Jesús, que usaba este recinto como centro escolar bajo el nombre de Instituto del Señor San José. Los jesuitas habían engalanado el inmueble al poner en su fachada el estilo neoclásico francés, concluir el segundo piso y equipar con aparatos modernos los laboratorios de química, física e historia natural. Además, terminaron de construir la hermosa biblioteca, tallada toda en madera de ébano. Este libro nos habla de las distintas épocas en que fue edificada la construcción, de los sucesivos episodios históricos, de los múltiples usos que ha tenido, de las huellas que el paso del tiempo ha acumulado en sus muros.

La preparatoria, creada por decreto el 10 de septiembre de 1914 por el comandante militar y gobernador de Jalisco Manuel Macario Diéguez Lara, en sustitución del Liceo de Varones, fue un parteaguas en la formación educativa de nivel medio superior.

A inicios del siglo xx, Manuel M. Diéguez declaró que la educación era de interés público, y le destinó un impuesto especial. Sus ideas permitieron construir un modelo educativo caracterizado por los principios revolucionarios: anticlericalismo, vinculación de la escuela con la producción agrícola e industrial, operatividad y modernización. Además impuso los criterios del liberalismo social, la pluralidad laica, conciliación y, en general, una visión tendiente a hacer de la educación un instrumento que mejorara el desarrollo económico y social del estado.

La instrucción con ese nuevo paradigma educativo se gestó como consecuencia de la búsqueda de alternativas que hicieran realidad los objetivos sociales de la aún palpable Revolución mexicana.

La Escuela Preparatoria de Jalisco es también la precursora del Sistema de Educación Media Superior. Por muchas décadas fue la escuela modelo, no sólo del centro occidente del país sino a nivel nacional.

En esta preparatoria, que ha sobrevivido diversas corrientes y vicisitudes, se ha formado a cientos de generaciones de jóvenes a lo largo de todo un siglo de labor educativa ininterrumpida. Vale la pena resaltar que fue la cuna de aquellos pensadores ilustres que fundaron en 1925 la Universidad de Guadalajara y de muchos otros más cuyas ideas y aportaciones han sido relevantes para la creación de instituciones y el desarrollo social, cultural, político y económico del estado de Jalisco.

Para terminar, conmino a toda la comunidad universitaria a seguir fortaleciendo la educación media superior y superior hasta el último rincón del estado y rendir homenaje a la trascendencia de nuestra casa de estudios.



Prólogo
David Cuauhtémoc Zaragoza Núñez
Director de la Escuela Preparatoria de Jalisco

Las fuerzas revolucionarias ingresaron a Guadalajara el 8 de julio de 1914, al mando del general Álvaro Obregón. Como comandante militar de su estado natal, Manuel Macario Diéguez Lara fue nombrado gobernador de Jalisco. Ese mismo año, en septiembre, decretó la creación de la Escuela Preparatoria de Jalisco, como cúspide de su política educativa y social. La conmemoración de su centenario es el motivo por el que Enrique Bautista González escribió este libro.

La obra da puntual registro de la evolución pedagógica que ha tenido esta escuela; pero, además, describe cómo se convirtió en modelo educativo nacional durante varias décadas del siglo pasado.

El autor nos muestra en dos grandes apartados la esencia del texto: el espacio escolástico (a partir del primer documento histórico-gráfico correspondiente a 1732 hasta agosto de 1914) y el alma revolucionaria (desde el 10 de septiembre del año antes citado hasta casi los 100 años cumplidos).

Enrique Bautista, cual elegante lazarillo, nos hace innecesarios los tecnicismos para recorrer, pero, sobre todo, disfrutar de la majestuosidad del recinto y lo que hay de artístico dentro y fuera de él. No pasa por alto esos particulares espacios como la biblioteca y el laboratorio de física, y qué decir de las pinacotecas y la obra muralística.

La sencilla forma de su redacción permite al lector ir recorriendo de manera accesible cada una de las etapas previas del edificio que posteriormente será esta escuela. El autor nos traslada, en su máquina del tiempo, al año cero de esta preparatoria y visualizamos cómo la vivieron los tapatíos de antaño.

El alma revolucionaria es todo lo concerniente a su quehacer y herencia a partir de la fundación de la Escuela Preparatoria de Jalisco. Cómo dejar en el tintero que esta institución es la base vanguardista del artículo 3° constitucional, el origen de la educación pública en nuestro país, la escuela pionera para la creación de la Universidad de Guadalajara en 1925 y el antecedente más directo de lo que es hoy el Sistema de Educación Media Superior.

El investigador nos comparte, a partir de una sólida documentación hemerobibliográfica, el registro de personajes protagónicos de esta preparatoria: sus fundadores, directores y cuerpo académico, incluso algunos salvados del olvido. Y a los que ya están en el registro de la historia nos los hace sentir vigentes, ¡vivos!.

A la calidad del texto hay que agregar lo artístico del material fotográfico y el valioso rescate de algunas imágenes que por ahí estaban extraviadas.

Con esta obra rendimos homenaje a la Escuela Preparatoria de Jalisco, y hacemos público nuestro reconocimiento a su trascendencia en la formación de cientos de miles de universitarios.

La lectura de Escuela Preparatoria de Jalisco. Génesis del espíritu universitario, de Enrique Bautista González, se hace indispensable para conocer y darle el justo valor a esta histórica dependencia, patrimonio de la Universidad de Guadalajara.

Parte I. Espacio escolástico

CAPÍTULO 1.
Raíces urbanas y arquitectura
Raíces urbanas

En la historia cartográfica de Guadalajara existen varios vacíos. Uno de ellos, el más significativo, abarca desde los días de la cuarta fundación de la ciudad hasta 1732. Esto significa que no existe evidencia física de 190 años de la manera como estaban distribuidas sus calles y manzanas, la extensión territorial, edificaciones significativas, lugares públicos…

Por supuesto que sí se hicieron planos de ella, pero no los conocemos porque ya no existen, o tal vez están por ahí en espera de que alguien con suerte los encuentre.

El hecho es que el plano más antiguo conocido data del año 1732. Según Leopoldo Orendáin, este documento fue elaborado en 1724 y dado a conocer ocho años después. En él se aprecian en cuadrícula perfecta —algo que no podía ser así— 12 calles en dirección de norte a sur y 10 de oriente a poniente, lo que le daría una superficie de 92 hectáreas.

Lo más destacable para el texto presente es que en este plano ya se encuentra delimitada la manzana donde se construiría el edificio que hoy ocupa la Escuela Preparatoria de Jalisco. En él se corrobora que ya existían, entre otros inmuebles conocidos, el templo y colegio de niñas de San Diego, el templo y convento de Encarnación de Indias, es decir, el de las religiosas Recoletas Agustinas de Santa Mónica.


Plano más antiguo que su conoce de Guadalajara.

Esto hace plantearse la siguiente pregunta: ¿a cuál barrio perteneció el espacio donde hoy se encuentra el plantel de bachillerato? Se sabe que los barrios surgían a raíz de la construcción de un centro religioso, como un convento o un templo, que se iba rodeando de casas generalmente de clases populares, luego se les dotaba de los servicios necesarios. En estos entornos surgieron y perduran tradiciones, costumbres, modismos que les dan sentido de pertenencia a quienes viven en ellos.

Personajes destacados para el tema del texto presente, entre muchos otros vecinos de barrio de la Preparatoria de Jalisco son: el exgobernador Guillermo Cosío Vidaurri, de la Capilla de Jesús, y Juan Ignacio Menchaca Manjarrez, del barrio del Carmen, a quien le faltaron cinco años para completar un siglo de vida.

 

En ocasiones, por el hecho de encontrarse tan cerca unas de otras, las instalaciones del clero propiciaban que, al crecer en extensión, absorbían a su vecino inmediato. Tal vez por eso el santo patrono de los panaderos no trascendió como tal, mientras que el de Santa Mónica sí fue reconocido. Desde 1727 incorporó sus manzanas más cercanas y tal vez algunas localizadas al oriente y el nororiente.

Pasado el tiempo, se conocerían otras referencias de ubicación barrial de la actual Preparatoria de Jalisco, las de La Palma y San Felipe. Este último, a decir del presbítero José Trinidad González de Laris, estuvo delimitado entre las siguientes calles: al norte Ángulo, al sur Juan Manuel, la del Santuario (hoy Pedro Loza) al oriente y la de Los Caballitos (actual Mariano Bárcena) al poniente.

Este barrio llegó a convertirse en uno de los más tradicionales. Destaca por sus casonas y palacetes de familias adineradas y con ribetes aristocráticos.

Lo cierto es que en 1732 el espacio que ocupa la Escuela Preparatoria de Jalisco ya se encontraba delimitado por las actuales calles de San Felipe al sur, González Ortega al oriente, al norte Reforma y al poniente Contreras Medellín.

De acuerdo con Epigmenio S. Preciado, desde los inicios del siglo xix hasta 1927, la nomenclatura de estas calles ha evolucionado como sigue.

A la calle de San Felipe se le ha identificado con los nombres siguientes: Neptuno, Almoneda, Pintura, Música, Artes, Razón, Soberano Pueblo, Sitio, Beneficencia, Durango, San Felipe, Gabino Barreda, Calle 9 y otra vez San Felipe.

En otros ayeres, a la calle de González Ortega se le llamó Revolución, Del Colegio de San Diego, González Ortega, Calle 22 y nuevamente González Ortega.

La calle de Reforma ha tenido también los nombres siguientes: Defensa, Avenida del Bosque, Resistencia, Igualdad, Escritorios, Fuente de Santo Domingo, Cerrada de Santa Mónica, Cerrada de San Gonzalo, Santa Mónica, de nueva cuenta Cerrada de San Gonzalo, Espalda de Santa Mónica, Veracruz, San Jorge; ya en 1760 había tenido ese mismo nombre, Reforma, Avenida Sur 1ª, Calle 11 y de nuevo Reforma.


Croquis de las primeras discontinuidades de la calle González Ortega en 1732. (Tomado de López Moreno, 1992.)

Aunque su límite físico es propiamente con el muro lateral del templo de San Felipe, éste está limitado a su vez por la calle de Contreras Medellín, a la que también se le ha conocido como Capuchinas, San Luis, Pegaso, Aurora, Contreras Medellín, Calle 24 y nuevamente Contreras Medellín.

La calle de González Ortega tiene una particularidad histórica no muy presumible ciertamente: lo que los urbanistas llaman discontinuidad en la traza, también conocida como rompimiento de la traza ortogonal. El hecho es que cuando se llamaba Tapias, esta calle fue alineada con respecto a edificaciones más añejas, que eran el templo y convento de Santa Teresa de Jesús hacia el sur y el Colegio de Niñas de San Diego —construidos en 1690 y 1712, respectivamente— en el sentido opuesto, lo que provocó el rompimiento con la cuadrícula al cruzar este eje en forma casi diagonal.

Como arquitecto, Eduardo López Moreno explica que de no haberlo hecho así “se habría tenido que tomar o ‘partir’ un pedazo del terreno del convento al sur de la calle o si no ‘bloquear’ su paso al norte, puesto que la calle […] hubiera rematado en la fachada sur del colegio”.

Por eso, en la cuadrícula de la traza antigua, además de la calle Degollado, la de González Ortega es la segunda calle chueca que tiene Guadalajara.

La transformación urbana y arquitectónica de la ciudad ha sido significativa en grado extremo. Como constancia de ello, estas son algunas referencias.

Desde su fundación y durante una parte del siglo xvii lo más común era que cada manzana estuviera dividida en cuatro solares. Las excepciones más frecuentes eran cuando se le otorgaban al clero extensiones que comprendían toda la manzana, y a veces más.

Esto dejó de ocurrir en la década de 1850 a 1860 con la aplicación de la Ley de Desamortización de Bienes en manos muertas, que obligó a darles continuidad a algunas calles, entre ellas las actuales de González Ortega y Zaragoza. Para ello fue necesario tumbarle sus muros bloqueadores a algunos conventos.

Durante muchos años las calles fueron de ida y vuelta, lo que significa que tenían doble sentido en su circulación vial. Esto da luz para entender por qué las calles tenían la misma anchura, la suficiente para que transitaran al mismo tiempo un carruaje por cada lado de ellas.

A las calles de entonces hay que imaginarlas sin el empedrado y las banquetas actuales. Fueron pavimentadas hasta el segundo tercio del siglo xix con piedras del tipo bola y con cantera. Las primeras banquetas eran angostas y con peraltes altos.

En aquellos años, las casas eran homogéneas en su altura y casi todas de un solo piso; esta última característica no necesariamente era compartida por las edificaciones religiosas, que rebasaban esta altura. Esto comenzó a cambiar en la segunda década del siglo xx, cuando se comenzaron a ver edificaciones de hasta tres pisos.

Estas casas se caracterizaron también desde el siglo xviii, y durante muchos años más, por tener fachadas altas y lisas, ventanería rectangular, el patio a lo sevillano —con una rica gama de formas de plantas de la región—, así como un segundo patio para el huerto y el corral. En las paredes que daban a la calle se construían bellas gárgolas que servían como canales para desaguar sus azoteas.

A la céntrica ubicación del inmueble que actualmente es la Preparatoria de Jalisco se suman las facilidades para llegar a él aprovechando las posibilidades de movilidad existentes, por ejemplo el transporte público. Desde el último cuarto del siglo xix circularon por algunas calles de la ciudad tranvías que utilizaban mulas como fuerza motriz; y en los inicios del siglo xx, en 1907 llegó aparecieron en Guadalajara los tranvías eléctricos, que transitaron por dos de las calles a las que da el inmueble de la Preparatoria de Jalisco hasta 1944, cuando fueron sacados de circulación.

Una de las líneas los tranvías eléctricos era la que pasaba por Mexicaltzingo, Rastrillo y González Ortega. Estos vehículos transitaban en un solo sentido, pasaban cada 15 minutos y su costo, en 1907, era de cinco centavos. La otra era la Línea San Felipe, cuyos tranvías circulaban por la calle de este nombre en ambos sentidos. Su frecuencia de paso y el precio del pasaje eran iguales que los de la otra línea.

En 1909 se le cambió por la Línea Circuito de San Felipe y Colonias, con tranvías que circulaban de poniente a oriente. Circulaban desde las orillas de la ciudad hasta la calle de Alcalde.

Arquitectura

El edificio de que me ocupo es antiquísimo, de muy mala construcción y seguramente que no está bien cimentado… Salvador Mota Velasco Avalúo pericial de 1904

Sólo algunos atrevidos aseguran que el edificio que ocupa la Escuela Preparatoria de Jalisco no es bello; que no es armonioso su acopio de estilos y esto demerita al conjunto; que no es rico en su arquitectura y por eso no destaca entre los inmuebles que conforman el patrimonio construido de la Universidad de Guadalajara. Pues bien, estos pocos atrevidos parecen haber logrado hacer que prácticamente parezca inexistente, aunque no del todo gracias a su terca y soberbia presencia de más de dos siglos.

Su valía como obra arquitectónica ha sido minimizada y olvidada por historiadores y literatos, tal vez debido a que está rodeado de joyas reconocidas, como el templo de la Asunción o de San Felipe al poniente, la portentosa fachada del templo de Santa Mónica al oriente, el templo de San Diego de Alcalá al norte y el de la inmuculada o de las capuchinas al sur. Además, los arquitectos se han vuelto elitistas en su afán de divulgar la riqueza de los viejos inmuebles de la ciudad; el lector común no comprende lo que dicen y se han reducido al mínimo los textos de divulgación, escritos sin tecnicismos. Esto hace que los edificios descritos parezcan extraordinarios, y que los ignorados no tienen ningún valor. Sin embargo, aun así hay quienes consideran que el edificio de la escuela es uno de los más destacados de Guadalajara.

Su construcción fue autorizada por el rey Fernando vi el 25 de octubre de 1751, pero se inició en 1752. Primero se comenzó a construir el convento o casa provincial de la Congregación del Oratorio, en la parte sur del edificio actual, y al año siguiente se iniciaron las obras de lo que sería el templo consagrado a la Asunción de María, el cual se terminó de erigir en 1804. Su realizador fue un alarife nativo de Guadalajara llamado Pedro Ciprés, quien también intervino en la construcción del Hospicio Cabañas.

De lo que es el conjunto arquitectónico actual, originalmente sólo se construyeron el templo y el convento para varones. Todos los demás anexos, especialmente los que dan a las calles Reforma y González Ortega, son posteriores.


Fotografía de Manuel de la Mora del Castillo Negrete.

El responsable de la versión actual del edificio fue Manuel de la Mora y del Castillo Negrete, destacado arquitecto e ingeniero de finales del siglo xix e inicios del xx. Este personaje —un perfecto desconocido para los tapatíos— estudió en el Liceo de Varones, y continuó sus estudios en las universidades de Pensilvania y Boston, Estados Unidos. Cuando retornó a Guadalajara se desempeñó como profesor, constructor y divulgador de la ciencia.

Entre otras obras construidas por él en Guadalajara se cuentan el majestuoso depósito de tranvías localizado en la calzada Independencia sur donde se encuentran actualmente las instalaciones del diario El Occidental; el hotel San Francisco, en la esquina de las calles Colón y Prisciliano Sánchez, y el edificio Mosler, en la avenida 16 de septiembre. Todas ellas ya fueron demolidas.

Compartió sus conocimientos e ideas mediante colaboraciones para el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara y en las aulas de la nueva Escuela Libre de Ingenieros.

Para valorar con justicia los méritos acumulados por el edificio de la Preparatoria de Jalisco durante más de doscientos no se necesita leer textos incomprensibles de especialistas, basta observarlo con detenimiento. No es necesario el análisis minucioso de sus detalles técnicos.

Lo más cómodo para observar el edificio con amplitud visual —facilitada por el espacio abierto de la plazuela Agustín Rivera— es pararse frente a su fachada de González Ortega, que por más de medio siglo ha sido conocida como la principal, pero que no es la original. De sus tres fachadas, es la de mayor longitud, de la calle Reforma a la de San Felipe.


Antiguo pasillo principal del segundo piso.

El edificio es de tres pisos, y cada uno de ellos tiene en sus muros texturas que difieren entre ellas. Así, la planta baja está decorada con almohadillas, lo que se conoce como almohadillado; el piso de en medio tiene labrados una decena de canales en forma horizontal, un tipo de decoración que se llama estriado, y el de arriba es liso. Esta distribución de texturas es similar en las otras dos fachadas.

La planta baja y la de en medio tienen trece módulos (partes, divisiones…), pero con diferencias significativas entre ambos. En el centro del primer piso está el ingreso principal —número oficial, 225—, con un sobrio pero bien trabajado arco de medio punto. Encima se encuentra, pintado en negro, el famoso apotegma de Benito Juárez García: El respeto al derecho ajeno es la paz. Cada uno de los otros doce módulos tiene un arco del mismo estilo. De acuerdo con la moda porfiriana ecléctico-renacentista, están enmarcados con cantera gris de esta zona.

Los marcos dan cabida a bellos ventanales, partidos con un par de elementos verticales para dividir la luz, de ahí su nombre de parteluz. Éstos descansan sobre un zócalo o basamento que mide una tercera parte del hueco o vano de la pared que cubre la ventana. Cada uno tiene un esbelto pedestal en relieve como elemento decorativo. En estas ventanas destacan, además, los trabajos realizados en madera, herrería y, en el pasado, vidriería.

 


Sus ventanas conjuntan diversos elementos decorativos.

Desde el inicio de la calle Reforma hasta la de San Felipe, entre una ventana y otra, sobresalen ligeramente de la pared elementos que parecen columnas rectangulares, llamadas por los arquitectos pilastras. La composición de estas 14 pilastras es la ordinaria: una base decorada, llamada pedestal; el fuste, que es el cuerpo de una columna, que en este caso es tableteado, y la parte superior o capitel, que también es una pieza ornamentada o moldura.


Se observa la elegancia en la diversidad del estilo de sus ventanas.

Los ventanales del segundo piso se diferencian porque son rectangulares, y cada uno de ellos cuenta con un balcón de manufactura sencilla en la herrería de su barandal. Arriba de la puerta principal hay una ventana más ancha, pero dividida en dos; sumadas éstas a las seis que se encuentran a cada costado, dan en total 14, todas ellas con marco de cantera. Como en el piso de abajo, las 14 pilastras ranuradas son parte de su decoración.

En los extremos del tercer piso hay algo parecido a un torreón; su extensión a ambos lados de las esquinas que forma es igual a la de un módulo. Tienen una ventana casi cuadrada dividida por un parteluz. En su parte baja se encuentra una pilastra a cada lado. En este nivel se lee claramente el rótulo escuela preparatoria de jalisco, en letras grandes hechas por un herrero. Y remata su mitad un asta bandera.

La fachada sur del edificio, la que da a la calle San Felipe, es la original. Durante decenas de años se ingresó por este costado al edificio; después se le transformó en una ventana más. Actualmente ha vuelto a desempeñar la que fue su función primaria.

Para describir toda esta parte se podría recurrir a la descripción de la fachada anterior, dadas las similitudes entre ambas; por ello sólo se menciona lo que tienen de diferente. Una particularidad es que tiene menor longitud, por lo que el número de módulos es también menor, en este caso de nueve, cada uno con 7.30 metros de extensión. Además, el ala sur tiene íntegros los tres pisos.

La construcción del segundo nivel se realizó durante los años cuarenta del siglo xix, pero sólo en su primitivo extremo surponiente. Cuando el edificio estuvo en posesión de los jesuitas, como parte de su acondicionamiento en 1908, se trabajó hasta su conclusión total.


Entrada original del Instituto del Señor San José. También lo fue de la preparatoria.

Los cuerpos de las pilastras del tercer nivel no tienen decoración alguna, están lisos, y las ventanas son iguales a las de los torreones que se pueden ver desde la calle González Ortega.


Alzado sur del edificio, calle San Felipe.

Como particularidades, tiene un alto pretil que remata el edificio, con orificios ovalados que parecen pequeñas columnas formando una balaustrada. Sus pilastras están coronadas por adornos esféricos esculpidos en el remate. En esta fachada destaca el prácticamente “invisible” tímpano —espacio de forma triangular en el frente de la edificación— localizado en su centro; en lo alto tiene un asta bandera que no se puede utilizar.


Alzado norte, calle Reforma.

La fachada norte, de la calle Reforma, es muy especial entre otras cosas porque muestra dos estilos casi totalmente diferentes, lo que rompe la armonía estética que manifiesta el resto del edificio. Es la de menor longitud de las tres, aunque es casi tan larga como la de San Felipe.

En los tres niveles, su mitad suroriente es casi idéntica a la fachada norteña por sus ventanas, pilastras, textura y otros elementos. La otra mitad de la fachada limitaba el espacio de lo que fue hasta antes de 1908 la huerta y el patio para los servicios. A partir de este año se construyeron ahí aulas con ventanas que casi en nada corresponden al proyecto original del edificio; y otra diferencia está en que la textura de sus muros es lisa en todos los niveles.

Actualmente se observan en la planta baja nueve ventanas. La quinta de ellas, en ambos sentidos, originalmente fue otro ingreso al edificio, por el que se entró de 1992 a 1926 a la escuela Anexa y a la Normal para Varones, y más recientemente, de 1934 a 1960, a la Escuela Secundaria para Varones, pero fue clausurada y cuando éstos desalojaron el edificio se convirtió en parte de la Preparatoria de Jalisco. Sólo quedó, como recuerdo de su presencia, un letrero en tinta negra con el nombre de su plantel.


Ingreso a la “perrera”.

El interior del edificio es una gran planta con una superficie de 4,249 metros cuadrados, cruzada por varios largos corredores que hacen frontera con alguna pared en uno de sus dos lados, y que sostienen otros pisos con columnas o pilares. A esto se le llama galerías. Con sus cruces, dieron origen a tres bellos claustros, que son espacios cubiertos en torno a un patio, separados de él por columnas o arcos.

El inmueble cuenta con cuatro patios construidos en épocas diferentes, conforme fue realizándose la fábrica. Desde sus orígenes, tres de ellos tienen la función de comunicar a sus usuarios por medio de pasillos perimetrales para llegar a las diversas áreas; el cuarto tuvo la función recreativa y deportiva hasta que los jesuitas salieron del edificio.

El más antiguo de los patios data del tiempo en que se concluyó el colegio fundado por los religiosos filipenses. Algunos suelen nombrarlo “patio plateresco”. Su origen es típicamente hispánico ya que este estilo se desarrolló durante el transcurso del siglo xvi, y se le podría definir simplemente como una mezcla de las arquitecturas gótica, mudéjar y renacentista. Técnicamente, se le reconoce más su carácter decorativo que por el estructural.

Este patio es el más amplio de la escuela. Cada uno de sus cuatro lados tiene una extensión de 22 metros, está rodeado por corredores de cuatro metros de ancho y cuenta con ocho columnas de tipo toscano — se identifican por la simplicidad de su diseño— que sostienen siete arcos de medio punto.


Pasillo del que fuera el claustro principal.

Desde hace algunos años comúnmente se le identifica como el “patio cívico”. Otros cambios significativos quedaron en memorias y recuerdos más recientes: el de las lozas de su piso, el retiro de la vieja fuente y la prohibición de utilizarlo para jugar basquetbol y volibol, aunque contaba con los aros, la delimitación de las canchas y hoyos para colocar los postes de la red.


La herencia árabe a través de su arcada.

Con el paso del tiempo fue concluido el que en un principio fue conocido como “patio mudéjar”, al que hace años se le cambió el nombre por el de “patio de ingreso”. El primer nombre se debe a la influencia del estilo arquitectónico que se desarrolló en la península ibérica entre los siglos xii y xvi, caracterizado entre otras cosas por su técnica con marcadas connotaciones musulmanas.


Pasillo que conduce a la dirección.

Es de forma rectangular. Sus corredores orientados de sur a norte tienen una longitud de 21 metros y de ellos se desplazan ocho columnas en cada planta, todas ellas decoradas octagonalmente. Estas columnas soportan curiosos arcos de tipo conopial o flamígero, pues su forma apunta hacia arriba como si fuera una flama. El otro par de corredores, orientados de oriente a poniente, son más cortos, de sólo 10.60 metros, y dos arcos tienen las mismas características que los anteriores. Las columnas sostienen las bóvedas planas del claustro de la parte sureste del edificio.

Las transformaciones más recientes se hicieron en 2008. Al querer cambiar el piso y poner en su lugar un jardín, por ignorancia respecto a las edificaciones antiguas, se calculó mal su peso y se hundió; para aligerarlo sólo se le construyeron seis jardineras de formas caprichosas y una fuente decorada con azulejos, muy a tono con los colores del claustro, lo que les da una vista muy peculiar que evoca a la España musulmana.

En la parte nororiente se encuentra el llamado “patio romántico” por su estilo arquitectónico, pero al que desde hace algunos años se le identifica como el “segundo patio”. Es de forma casi cuadrada —mide 11.20 por 10.50 metros cuadrados— y tiene un par de hileras de cinco columnas en dirección oriente-poniente y otras dos de norte a sur. Están sostenidas en el piso por un elemento cuadrado que se denomina plinto, sobre el cual se encuentran una base octagonal y un cuerpo cilíndrico o fuste rematado en un capitel también de ocho lados. Estas columnas sostienen a su vez tres arcos de medio punto en un lado y cuatro en el otro.