Estados Unidos y la Transición española

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

La distancia con otros socios era mucho mayor. El 14 de mayo en el despacho oval Ford sostuvo, en presencia de Kissinger y del general Brent Scowcroft, un intenso encuentro con Johannes den Uyl, jefe del Gobierno holandés, que iba acompañado de su ministro de Asuntos Exteriores, Max van der Stoel20. Los socialdemócratas de den Uyl habían ganado las elecciones de 1973 en alianza con los liberales progresistas y los radicalcristianos, aún así para formar Gobierno hubieron de reunir el apoyo de los cristiano demócratas. Se trataba pues de una alianza de Gobierno de centro-izquierda. A lo largo de este encuentro, queda establecida la división de análisis y opiniones que, en relación con la situación de la península ibérica, va a reproducirse después en la cumbre de Bruselas y también es valiosa para conocer el parecer mayoritario entre los Nueve.

Den Uyl comienza su conversación afirmando que entiende la preocupación norteamericana por su credibilidad entre los socios atlantistas, y expone que en Holanda se había extendido un sentimiento de marcado rechazo hacia Estados Unidos, se colige que por la evolución de la guerra de Vietnam –puede establecerse una conexión entre esta afirmación y las apreciaciones de Barbara Walters, recogidas anteriormente. Abiertamente expresa una opinión muy dura con respecto a la política exterior americana y manifiesta la incomodidad de su Gobierno, y de una parte de la ciudadanía holandesa, por verse arrastrado a secundar, como parte de la Alianza, el apoyo a regímenes autoritarios como Grecia y Portugal: “Particularmente los jóvenes en mi país quieren ver a la Alianza como una fuerza para la democracia. Mi Gobierno quiere ayudar a Portugal y reconoce el riesgo de que sea dominado por los comunistas. Pero creemos que deberíamos reforzar los elementos democráticos que tanta fuerza mostraron en las elecciones. Tememos que una política americana que ha apoyado a los regímenes totalitarios y apoya la situación española haría a la Alianza menos aceptable. Estamos un poco preocupados por ello”. Es curioso porque no es frecuente encontrar en este género documental posiciones tan abiertamente enfrentadas.

Ford respondió explicando que ellos también habían estado inicialmente muy “esperanzados” por la caída de la dictadura portuguesa y por el resultado de las elecciones, pero que habían pasado a la decepción ante su falta de consecuencias en las instituciones de Gobierno, y seguía: “Queremos apoyar las fuerzas democráticas, pero si la Alianza va a ser mantenida como una organización viable, no podemos tener compañeros que tomen caminos diferentes, pensamiento en el que mantendremos una posición fuerte […] Portugal podría tener impacto en Italia, como sabe. La Alianza perdería credibilidad si hay fuerzas participando sin la misma dedicación a la democracia. Apoyaremos la democracia en Portugal, pero queremos una completa democracia, no lo que tienen”. Aunque Den Uyl reconocía el peligro de la evolución comunista y la complejidad del momento, entendía que habría que saber encontrar vías para impulsar la democracia y prevenir una nueva dictadura, pero disentía de la propuesta americana: “Creo que aislar a este Gobierno y a las Fuerzas Armadas en el poder podría ser contraproducente para colocar a las fuerzas democráticas en el poder […] creemos que el apoyo [de la OTAN] reforzará las fuerzas demócratas hacia posiciones de autoridad y moverá el Gobierno hacia posiciones correctas. Creo que su interpretación podría ser un argumento para que los comunistas se dirijan a la URSS buscando ayuda”.

En su intervención Kissinger previno contra la expansión comunista por el sur de Europa: “Debemos peguntarnos si convirtiéndose en un estado comunista o en una Yugoslavia o Argelia, estaríamos en una Alianza como protección contra Estados Unidos y no contra la Unión Soviética. El efecto sobre Italia sería profundo. Nuestra ayuda legitimaría el régimen […] sería un peligro mayor tanto para toda Europa como para nosotros”. Es interesante la observación sobre Argelia de cara a la posterior polémica con Marruecos sobre el Sáhara. Den Uyl, por su parte, reconoció que efectivamente los comunistas habían logrado un buen porcentaje electoral en Francia el último año, y continuó: “[…] Dice usted que es opuesto a la participación comunista en el Gobierno. Sabe que algunos democristianos en Italia lo contemplan. No creo que pueda evitar en el sur de Europa que los Partidos Comunistas controlen una parte considerable del electorado y así participar en los Gobiernos. […] El problema puede alcanzar a España más o menos en un año. Creo que necesitamos una estrategia de apoyo a esas fuerzas [moderadas] incluso si ello significa permitir aquí y allá la participación comunista en los Gobiernos. Creo que es la mejor vía para el sur de Europa. Me temo que esté siguiendo un camino equivocado en aquellos países y les empujaremos más que atraerles”.

Intervino Ford para explicar que podían ser comprensivos con Soares y los suyos pero que no tenían mucho impacto en el Gobierno, que les satisfacían los resultados electorales y que si Soares tuviera una posición influyente en el Gobierno estarían contentos. A lo que Den Uyl respondió que había que elegir: se expulsaba a Portugal o se afrontaba el riesgo de conservarla como aliado, a pesar de los comunistas, esperando que ganara la democracia. La opción holandesa era la ayudar al Gobierno portugués y demostrarles que si avanzaban hacia la democracia podría llegarles más ayuda –fue una intervención del ministro van der Stoel–. La respuesta de Kissinger reiteró que efectivamente había que saber cuál sería el mejor camino para reforzar la democracia y que la Administración no había eliminado la ayuda económica. Ciertamente habían recibido la visita del presidente Costa Gomes y el Departamento de Estado había prometido apoyo económico. En este punto, Den Uyl se refirió a España, diciendo que también había allí un fuerte riesgo de predominio comunista, si se les negaba el apoyo a las fuerzas moderadas, se les conduciría a depender de la ayuda soviética: “Todavía hay tiempo para reforzar a las fuerzas moderadas en España de cara a su desarrollo en los próximos años”. Y se sucede el siguiente diálogo:

“Ford: “¿Cuánto tendría que cambiar antes de que pudiérais ver a España jugando un papel en Europa?

Den Uyl: Nuestro rasero son elecciones libres. Eso es lo que cuenta.

Van der Stoel: Ciertamente cuenta. España se caracteriza por un régimen al borde de la desaparición y no sabemos qué va a reemplazarlo. Estamos ya en una transición. La cuestión es cómo conseguir la manera para cooperar con las fuerzas moderadas.

Den Uyl: Hay un partido socialista preparado para cooperar con los democristianos. Creo que hay posibilidades para las fuerzas democráticas.

Kissinger: Puede ser lo mismo que en Portugal, con los comunistas, monárquicos [alusión a la Junta Democrática], etc. mejor organizados que los socialistas. Con todo respeto por Soares, él es mejor orador que organizador. Podría haber izquierdistas en el ejército [se refiere al ejército español].

Den Uyl: El juego para los comunistas en España es escaso. Hay una fuerte oposición anticomunista. Pero los comunistas podrían sacar ventaja de la ignorancia de los jóvenes oficiales […] Hay gente ignorante, pero no comunistas ideológicos”.

El valor de estas declaraciones, además de mostrarnos las posturas respectivas de los participantes, radica en que nos permite observar cómo se gesta la actitud de la CEE no solo con respecto a Portugal sino con respecto al futuro español: reforzar a los partidos moderados para debilitar el impacto del comunismo y tratar de evitar que los comunistas recurrieran forzosamente a la ayuda soviética. El respaldo a las formaciones moderadas consistía en fondos y apoyo técnico, obviamente los más beneficiados serían los socialistas, ya que son Gobiernos con presencia socialista los que proponen el procedimiento. Para los socialdemócratas holandeses, el cerco al comunismo podría resultar “contraproducente”, este fue el término que sonó en Bruselas. Por otra parte se comprueba cómo el PSP de Mário Soares recibe la bendición norteamericana y cómo Kissinger no creía que Portugal se fuera a convertir en una “democracia popular” alineada con los soviéticos, sino en un país, que sin romper abiertamente con Occidente pudiera ser utilizado geopolíticamente por los soviéticos y facilitarles una posición en el núcleo del Atlántico Norte. Por supuesto en el pensamiento de Kissinger, en España todo dependería de la actitud del Ejército y su fidelidad a la monarquía, de ahí su interés por saber el grado de infiltración comunista. Hay que relacionar estos dos últimos aspectos con la crisis del Sáhara.

La Secretaría de Estado era plenamente consciente de la frontal oposición de algunos Estados a su política con respecto a Portugal y a España y desde todas sus Embajadas en Europa se jugaba la misma carta. De hasta qué punto se trabajó en aras de la Cumbre Atlántica de 1975 para que los socios reconocieran un vínculo con España da idea el telegrama siguiente, enviado desde Washington el 28 de abril a la Embajada de Copenhague –Dinamarca era con Holanda el país más opuesto–, con indicaciones concretas sobre cómo intervenir en la actitud del Gobierno danés hacia este tema: se deducía que el ministro de Exteriores danés creía que “estábamos solicitando que España fuera miembro de la Alianza ahora, lo cual no es el caso”. En la oportunidad más cercana, el embajador debería clarificar que EE.UU. estaba pidiendo que los aliados “consideren pasos que pudieran ser dados en el marco presente para preparar el camino de un futuro papel de España en la OTAN […]”21. En realidad, se trataba de enfocar la atención sobre la Seguridad Occidental y que se arrancara una declaración de reconocimiento al apoyo militar español, más verbal que real, en la línea por la que se inclinaba Alemania, como advertía el embajador Wells Stabler desde Madrid: “En algunas instancias parece que nuestra misión es dar apoyo a una completa conexión con la OTAN más que concentrarse en el vínculo técnico o militar. Las objeciones a la misma se han centrado en la relación política y algunos países significativos han pensado que el incremento de una relación ‘técnico militar’ pudiera ser factible, en la aceptación de que la conexión política sería inaceptable”. El embajador recomienda que en las futuras consultas la mejor táctica consistiría en concentrarse sobre una ampliación de la conexión técnica o militar sin renunciar al reconocimiento público específico de la OTAN a la contribución de España a la defensa occidental22. Termina aconsejando que se evitase que los socios pudieran sentirse presionados.

 

Tras la observación de estas conversaciones destaca la distancia que separaba las visiones entre los países europeos en estos diversos campos. Básicamente se aprecia el conflicto de intereses entre los pequeños y los grandes países. Holanda, Bélgica, Dinamarca –gobernados, al igual que Alemania, por coaliciones socialdemócratas– defienden las posiciones más alejadas de Estados Unidos en la crisis de Oriente Próximo y sus consecuencias en la crisis energética y también en el encarecimiento de las materias primas naturales, ya que se trata de países netamente importadores sin recursos propios, por ello mantendrían, así mismo, dentro de las Comunidades Económicas, el objetivo de que Europa determinara su propia política exterior y el convencimiento de que sería innecesario, por ineficaz, un planteamiento de una política de defensa europea –con nuevas instalaciones nucleares de alcance medio– alternativa a la Seguridad Occidental liderada por Estados Unidos y, no obstante, propugnaban en la OTAN el establecimiento de un compás de espera con respecto al inmediato futuro de la península ibérica: dar tiempo a Portugal para una reorientación democrática y dar tiempo a España para que Franco desapareciera.

Previo al encuentro en Bruselas, Schmidt y Kissinger se encontraron en Bonn para intercambiar impresiones y acordar en lo posible una estrategia común. En diálogos como este se observa el grado de confidencialidad que les unía y que permitía que Schmidt le espetara sin ningún preámbulo que no le gustaba nada su viaje a España –se refería a la prevista visita de Ford tras la cumbre– y le recomendaba que si buscaba garantizar la evolución sostuviera relaciones con las nuevas fuerzas y no con la camarilla de Franco. A lo cual Kissinger contestó que eso es lo que le había indicado a su embajador. Pero Schmidt seguía insistiendo en que lo que tenían que hacer era ayudar a los moderados e ir a encontrarse con Costa Gomes y no con Franco “que es un cadáver”23. Inicialmente se había programado un encuentro durante la estancia de Ford en Madrid con líderes de la oposición, cuya cita fue cancelada por petición expresa y brusca de Cortina a Kissinger el mismo 28 de mayo, durante un encuentro en París para una Conferencia de Productores de Materias Primas y Consumidores Industrializados, organizada para intentar reducir el impacto del incremento de precios de las materias primas y los efectos de la crisis, tanto en los países industrializados como la repercusión en las economías pobres a través del encarecimiento de los alimentos. También en este foro se reprodujo la división occidental entre grandes y pequeños países.

En medio de esta dinámica, Kissinger sacó tiempo para encontrarse con Cortina y retomar los aspectos relativos a la negociación del acuerdo de uso de las bases pero también de la agenda presidencial durante su visita a Madrid y fue cuando se comunicó oficialmente al Departamento de Estado que las autoridades españolas no autorizaban un previsto encuentro entre el presidente y un grupo de personalidades españolas no vinculadas directamente al Gobierno, pero que representaban a amplios sectores moderados de opinión, cuyas posiciones podrían interesar al Departamento de Estado de cara al futuro más inmediato y en cuyo contacto se había estado trabajando desde la propia Embajada norteamericana en Madrid24.

En cuanto a la conversación con Schmidt, con respecto a Portugal, el alemán consideraba que no todo estaba perdido, pero Kissinger retomaba los argumentos ya utilizados con Den Uyl, que lo temible no era un futuro golpe comunista sino que el PCP fuera el más fuerte y se terminara como Yugoslavia o Argelia por las repercusiones en Italia, Francia y Grecia e insistía en que los europeos erraban en sus análisis, aunque sus prácticas políticas no fueran tan diferentes de las que EE.UU. aplicaba:

“Kissinger: Vimos a Costa Gomes en diciembre y hablamos mucho. Y fuimos los primeros en dar dinero a los portugueses –veinticinco millones.

Schmidt: También están consiguiendo algo nuestro. Casi la misma suma: Setenta millones de marcos.

Kissinger: Hemos hablado también con Soares.

Schmidt: Es importante que el presidente vea a Gonçalves [en Bruselas]

Kissinger: Lo verá”.

En el contexto de la cumbre, aparte de las intervenciones oficiales en el foro, en los que el tema de España apareció tangencialmente en el discurso de Ford, se producen entrevistas personales con los principales jefes de Estado de la Alianza. Y en esas conversaciones se incluye siempre un intercambio de opiniones sobre la situación peninsular. Para preparar cada una de esas entrevistas, Ford disponía de los respectivos estados de la cuestión que recogían las relaciones bilaterales con los países de referencia. En relación con la península ibérica hay un esquema que guía todas las intervenciones, una guía de puntos de vista para ser expuestos y que aparecen para el encuentro de Leo Tindemans, jefe del Gobierno belga –una coalición entre socialcristianos, liberales y un pequeño partido nacionalista– desde abril de 1974, y reaparecen para los demás entrevistados. Sobre este planteamiento el desarrollo de la conversación podía enriquecerse con matices más o menos interesantes, según el interlocutor. Los enunciados mostraban el convencimiento de que la acción de fomentar a los socialistas y los moderados tenía en ese momento escaso efecto sobre la política y el liderazgo del MFA y subrayaban la preocupación por los constantes disturbios y la agitación en Portugal. De inmediato se añadía el disgusto por la presencia de ministros comunistas en el Gobierno y por el papel futuro de Portugal dentro de la Alianza25.

Sobre España, a su vez, se reiteran tres argumentos encadenados: que era importante de cara al futuro la estabilidad y el útil marco que la Alianza pudiera proporcionar a España en los próximos años. Que la situación española hacia un curso estable y moderado se vería favorecida si se incluyera en el marco de la OTAN tan pronto como las circunstancias lo permitieran y, finalmente, la argumentación tendía un puente hacia los aliados al declarar que reconocían que, una serie de socios, Bélgica entre ellos, no pudieran considerar la adhesión española, mientras Franco estuviera en el poder, no obstante deberían estar preparados para la transición y por ello creían que era importante empezar a indicar a los españoles y a la ciudadanía europea que en el futuro inmediato existía la posibilidad de que los españoles tuvieran un cometido dentro de la Alianza26.

Estos pensamientos componían un eje para la conversación que habría de sostener en los diversos encuentros con los líderes internacionales y la reacción de Tindemans expresó una actitud próxima a la de den Uyl: “los belgas se oponen enérgicamente a que se dé ningún paso para mejorar las relaciones de España con la Alianza mientras Franco permanezca en el poder […]. Al mismo tiempo, los belgas prefieren una interpretación optimista de las elecciones del 25 de abril en Portugal y favorecerían probablemente el acuerdo con Portugal sobre los temas de la Seguridad Atlántica”27. En relación con España, la razón queda clara: la permanencia de Franco en el poder, y se argumenta que una decisión así tendría un efecto negativo sobre la opinión pública belga, pero sobre todo, pondría en peligro la continuidad de la coalición de Gobierno y hasta llegaría a complicar la propia permanencia de Bélgica en la Alianza, lo cual recuerda la alusión a la fuerte opinión antiyanqui que se extendía por Europa occidental en el periodo. En realidad, ese fue el argumento general de belgas, holandeses, daneses, noruegos y británicos: la oposición a afianzar la relación con España mientras Franco fuera jefe del Estado y el efecto negativo sobre la opinión pública; así se lo explica Thorn a Ford en su cita del día siguiente, el 29 de mayo, como conclusión del encuentro que acababan de tener en París los jefes de Gobierno y los ministros de exteriores, añadiendo que así se expresó también el ministro de exteriores italiano, Mariano Rumor, por temor a la reacción de los socialistas de aquel país.

Como Tindemans, también el liberal Gaston Thorn presidía en Luxemburgo desde 1974 un Gobierno de coalición entre su formación, el Partido Democrático, y los socialistas, en el que desempeñaba, además, la cartera de Exteriores. En ese momento ya era presidente de la Internacional Liberal, y precisamente la reunión comienza con la felicitación expresada por Ford ante su inminente nombramiento como presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas, en sustitución del argelino Bouteflika y el reconocimiento de que era muy positivo tener “un amigo” al frente de la Asamblea, lo que convertía a Thorn en un hombre clave28. Por ello uno de los aspectos sobre los que giró el encuentro fue la conexión entre la existencia de un compromiso atlántico que implicaba una determinada dimensión internacional y el afianzamiento de una “unión europea” que para algunos miembros de la Comunidad se planteaba como una realidad contradictoria y problemática y que él, contrariamente, valoraba como complementaria: “una mayor integración [interna europea] haría la Alianza más fuerte”. Explicó Thorn que, dentro de la Comunidad, se experimentaba la doble inclinación de quienes querían mayor coordinación económica y aun política y de quienes se manifestaban en contra. Él apoyaba la posición francesa en favor de lo primero y textualmente indicaba que los franceses estaban “ávidos por introducir en Europa a los países mediterráneos”: a lo que Kissinger contestó que este era, asimismo, el punto de vista norteamericano. Y Thorn dejó ver la divergencia entre Francia y Alemania Federal respecto a una rápida incorporación de Grecia a la Comunidad. Si bien, desde el ingreso de Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca en la Comunidad, Francia temerosa de perder la dirección y la posición central del proyecto comunitario, había enarbolado la bandera de un futuro eje mediterráneo que contrapesara el basculamiento atlántico29. También expresó la prevención de algunos europeos a una posible reticencia americana ante la cohesión comunitaria por temor a alguna competencia económica, algo que él interpretaba como un pretexto cuando más bien eran los propios europeos quienes no querían llegar a alcanzar decisiones reales.

Al hilo de estos argumentos Ford introdujo el tema de Portugal, recuperando todas las explicaciones anteriores sobre que los socialistas no servían para parar el empuje comunista y que una presencia comunista en la Alianza la desnaturalizaba, pero Thorn también se alineó con las posturas de quienes creían que la situación no era irreversible y que se podría influir en el Movimiento de las Fuerzas Armadas para separarles de los comunistas y preguntó directamente a Kissinger si pensaba que Gonçalves era comunista; a lo que este contestó, que no tenía una prueba directa, pero “cada decisión parece llevarle en esa dirección”; el secretario expresó entonces el fondo de su argumento con respecto a la Península en ese momento: que no entendía cómo ayudando a los radicales se reforzaría a los moderados. Tampoco por qué los europeos pensaban que acoger a Portugal apoyaría a los moderados, pero rechazaban hacer lo mismo en España”30.

Se entró en el tema de España y Thorn reincidió en que lo que ocasionaba la frontal oposición al país era una posición de rechazo histórico al franquismo. El presidente Ford, a su vez, explicó el significado de su viaje a Madrid en el sentido de que tenía que demostrar el aprecio por el papel de España en la Alianza para poder mantener las instalaciones militares y para mantenerse en contacto con los líderes españoles y evitar una evolución como Portugal. Que estaban estableciendo comunicaciones con líderes de partidos políticos futuros. En un momento determinado, el presidente Ford se dirigió a Kissinger y le preguntó si definitivamente iban a encontrarse con ellos, a lo que Kissinger dijo que no, porque el Gobierno español se había opuesto22. Thorn también manifestó su interés por España y por los contactos con los moderados, reconociendo que la situación era inestable y que España tenía un pasado lleno de enfrentamientos: “Nos pidieron ayuda para impulsar un partido liberal pero hay siete”. Se insiste en los peligros de extremismo y las luchas internas y en la idea de la división de los conservadores moderados.

 

En el análisis de la situación peninsular, las entrevistas centrales fueron las de Thorn, Gonçalves y Schmidt. Las tres se suceden el día 29: a primera hora de la mañana el encuentro con Thorn; a mediodía, en el almuerzo, con Schmidt y después de esa cita, se sostuvo el esperado intercambio con Vasco Gonçalves, en el que no hubo referencias a España. A la cita con Helmut Schmidt asistieron por parte de Estados Unidos, Ford, Kissinger, Brent Scowcroft y Helmut Sonnenfeldt; y por la RFA, Schmidt y el ministro de Exteriores Hans-Dietrich Gensher. Como se indicaba, el canciller desarrollaba un papel de intermediación y en esta oportunidad había sondeado previamente a los miembros europeos en relación con los temas de Portugal y España. Por ello, Kissinger aludió a que Schmidt había recibido desde la Secretaría un boceto previo con los contenidos del discurso presidencial para la cumbre, y ante el cual Schmidt había sugerido rehacer el párrafo alusivo a la conveniencia de incluir a España como miembro de la Alianza, advirtiendo de que en aquel momento no se podía presionar demasiado a los aliados y se corría el riesgo ante los demás de aparecer como el paladín del franquismo, así que volvió a mostrar el efecto negativo de la escala española del viaje. Aparte de estas diferencias entre los socios, lo que más interesa de este encuentro es cómo advierte Schmidt de lo incierto del futuro inmediato español, al igual que lo hiciera Thorn, y se auguraba, en alguna medida, que Juan Carlos no mantendría un sistema autoritario, así que, una vez más, surgía la recomendación de que la postura inteligente sería ponerse en contacto con los líderes del futuro, a lo que Kissinger contestó que ya se hacía desde la Embajada:

“Está claro que la era de Franco está llegando a su fin. No está claro que haya una transición ordenada. Espero que Juan Carlos pueda ayudar a que salga. Creo que Arias no estará en funciones durante muchos meses después de la muerte de Franco.

Presidente: ¿Cree que Juan Carlos perpetuaría el franquismo?

Schmidt: No. Tenderá hacia un Estado menos autoritario, pero Arias está aliado también con las fuerzas de Franco. Sin embargo, debemos dar a las fuerzas democráticas la idea de que seremos útiles y que no les daremos una bofetada cuando Franco se vaya. No se ponga usted mismo en una posición en la que los comentarios de sus aliados perjudiquen y no ayuden a su causa.

Presidente: Estamos renegociando las bases y tenemos que contrapesar esa necesidad de la OTAN con el problema que usted cita.

Schmidt: Pero para que todo esto sea válido, no basta con el consentimiento de los actuales gobernantes, sino de los que vengan después.

Kissinger: Las dos cosas no se excluyen. Nuestro embajador está en contacto con el otro grupo.

Schmidt: También afecta a la imagen del presidente en Europa. Usted no puede permitirse el lujo de estar aliado con el régimen equivocado. Tiene que tratar con el régimen existente, Pero no dé a los holandeses, daneses y los demás la idea de que lo estamos avalando”31

En suma, puestos a elegir entre el daño real de imagen al aparecer ante los socios como el apoyo del franquismo hasta el final y la conveniencia de apostar por la renovación de los acuerdos militares, se opta por lo segundo. Por lo demás, se observa la esperanza que EE.UU. y Alemania depositan en el príncipe. Y se encuentra perfectamente enunciado cómo veía todo esto el secretario de Estado: “La política que los europeos están aplicando a Portugal la aplicaríamos a España y la política que los europeos están aplicando a España, creemos que debería ser aplicada a Portugal. Estamos tratando de evitar una carrera hacia la radicalización por toda Europa. Los españoles tienen tendencia a dibujar una línea y situarse en los extremos”32. De hecho, esta reflexión expone certeramente lo esencial de la controversia ocasionada en Bruselas.

En la mañana del 30 la representación norteamericana se vio con Pierre-Elliot Trudeau, primer ministro de Canadá y con el laborista Wilson. Con el primero el tema de España surgió puntualmente y aunque con menos fuerzas que los europeos la posición canadiense también rechazaba la propuesta de estrechar vínculos con España por la situación política del país y el impacto negativo en la opinión pública “a pesar de reconocer la importancia estratégica de España para la Seguridad occidental”. Sobre Portugal se inclinaba por mantener un compás de espera y se bromeó por el hecho de que en presencia del propio almirante Rosa Coutinho, Ford preguntara directamente a Gonçalves si incluía comunistas en su Gobierno. Con Wilson no se habló nada de España, pero sí sobre Portugal. Ante la tajante actitud de Kissinger, que narró cómo escucharon de Gonçalves muchas explicaciones “sin sentido” y que les quiso convencer de que el Movimiento de las Fuerzas Armadas era la única institución democrática porque representaba a todo el pueblo portugués, en tanto que los partidos solo lo hacían parcialmente, el ministro de Exteriores, Callaghan, le expresó que disentía de la ironía de Kissinger, que realmente el MFA era un microcosmos con toda clase de opiniones y que se podría contactar con generales apropiados dentro de ese Movimiento y desde luego era partidario de mantener el apoyo a los partidos. Que, por su parte, ellos ya presionarían a Gonçalves para que reabriera los periódicos y mantuviera libertad de prensa y elecciones. A lo que Ford respondió que ellos habían trabajado mucho en las pasadas elecciones33.

Como Francia permanecía fuera de la estructura militar de la OTAN, la máxima representación francesa quedó en manos de Edouard Sauvegnargues, ministro de Asuntos Exteriores, y el presidente Valéry Giscard d’Estaing tan solo acudió a la cena oficial que ofreció el rey Balduino la noche del 29. Ese gesto se interpretó como una cierta concesión a Ford, con quien departió privadamente. Más allá de esta cita, parece ser que el principal objetivo francés se concentró en incentivar la venta de aviones Mirage para la defensa europea frente a la oferta de los F-16 americanos. Con anterioridad, ambos presidentes se habían encontrado en Martinica, en diciembre del año anterior, 1974, el memorando de aquella conversación, en la que entre otros temas se habló de España, aún se halla clasificado. Extrañamente, el memorando de la entrevista con Giscard d’Estaing y el del papa Pablo VI son los únicos de esta serie –el viaje a Bruselas– que se hallan censurados y, además, extensamente. Del primero, lo que queda, hoy por hoy, se refiere a la estrategia de la distensión y a la relación entre la estructura atlántica y el afianzamiento de la unidad europea, y se recoge un cierto tono de crítica a la política exterior americana. Los aspectos peninsulares surgieron porque están recogidos entre los temas de conversación que han de ser revisados, pero del intercambio nada se puede ver. Giscard tomó primero la palabra y expresó sus respetos al presidente Ford, para de inmediato añadir: “Sé que es un momento difícil para usted. Conocemos las dificultades que están teniendo y entendemos por qué quería venir a Europa”34, lo que podría interpretarse como una forma diplomática de alegar que, en las horas difíciles, Ford acudía a dar explicaciones a los socios europeos para acallar las críticas y pedir apoyo en la política de distensión. Sobre todo porque Ford respondió: “Creía desde hace tiempo que nos equivocábamos en la manera de conducir nuestras operaciones, pero aún creo que nuestros objetivos en Indochina eran los correctos. Llega el momento en que hay que aceptar la realidad. Ahí estamos. Aunque algunos de nosotros no reconozcan que estábamos equivocados en haberlo intentado” A lo que Giscard añadió que en Francia, y podríamos considerar que en Europa, no era así y que se contaba con la comprensión de la opinión y no había crítica sobre la decisión de salir de allí .