Estados Unidos y la Transición española

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Capítulo primero.

España en las relaciones multilaterales norteamericanas

En el objetivo de reforma gradual como salvaguarda de la estabilidad, liberalización pausada e inserción en Europa configuran, desde la óptica norteamericana, un procedimiento estratégico. En la mirada hacia Europa se fundían dos vectores que solo desde la observación norteamericana actuaban unidos, y no era así ni para los españoles ni para los mismos europeos, el atlantismo de la Alianza y la Europa de los Nueve. En este capítulo, a través de las conversaciones mantenidas por Kissinger y Ford con diferentes líderes internacionales, se observan los objetivos de la Administración para el futuro español, la visión que tiene sobre los distintos sucesos, el intercambio de pareceres con esos diferentes interlocutores, su intención de estrechar vínculos entre la España del final del franquismo y los comienzos de la monarquía y su entorno europeo, por tanto, los reiterados intentos para que la Alianza institucionalizara algún tipo de vínculo con la España del tardofranquismo y por otra parte que los gobernantes occidentales ofrecieran su respaldo a la monarquía liberalizadora. Lo que interesa es que el conjunto de estos intercambios representa la acción alternativa a la intervención, los mecanismos que orientan el cambio de forma gradual.

Hay cuatro periodos en los que se concentran las alusiones al cambio español: el primero, el de los preparativos y el desarrollo del viaje de Ford a Europa para su asistencia a la cumbre de Bruselas en mayo de 1975, momento en el que tuvo lugar su escala en Madrid; el segundo, también en el marco de la firma del Acta de Helsinki a principios de agosto de ese año. El tercer periodo se inició a finales de septiembre, cuando los acontecimientos se encadenaron y, en el marco del general rechazo occidental por las ejecuciones, se produjo la firma del preacuerdo de los pactos militares, la enfermedad de Franco, la segunda aceptación de Juan Carlos de la Jefatura del Estado, con Franco vivo, la Marcha Verde en el Sáhara, la muerte del dictador y el desarrollo del mecanismo sucesorio previsto por la dictadura. Por último, el cuarto periodo, ocurrido en los primeros meses de la monarquía, cuando Europa comenzó a dudar del proyecto reformador.

Como se comprobará, cualquier punto de vista sobre España, principalmente por parte norteamericana resulta inseparable de sus observaciones sobre Portugal y, en cierta medida, queda relacionado con las prevenciones sobre la desestabilización de la Europa mediterránea y el avance de las izquierdas en el área.

Bruselas, 1975: la Cumbre Atlántica

En los primeros años setenta las cumbres de la Alianza no estaban periódicamente reguladas. La propuesta de la reunión en Bélgica, según Kissinger, fue una iniciativa norteamericana que había encontrado mucha reticencia por parte de los socios, cupo a Ford la decisión final de que se realizara y se ha considerado un importante éxito en su política internacional. Al final, en el informe de prensa, se dijo que el presidente de Canadá Pierre Elliot Trudeau quedó tan satisfecho y consideró el encuentro tan provechoso que propuso que se institucionalizaran. Se trata de una etapa en la que el Congreso intenta intervenir en la política exterior de la Administración Ford a través del control de los fondos para la Secretaría de Defensa y de la discusión directa sobre objetivos y procedimientos en política exterior. Este viaje se produce tras la retirada de Vietnam, en medio del rechazo del Congreso para mantener una presencia militar en el Sudeste Asiático, y cuando el Senado había embargado las ayudas militares a Turquía como medida coercitiva para forzar la apertura de una negociación política entre ese país y Grecia. Por otra parte, el Senado había aprobado medidas para ser informado sobre iniciativas y actuaciones de la CIA, en tanto que las conversaciones entre judíos y árabes patrocinadas por los americanos en Ginebra no progresan. Todo ello en medio de las prolongadas repercusiones de la crisis económica y el miedo de los occidentales a un nuevo embargo petrolífero por parte de los países productores. En ese marco general se inserta la “desestabilización del flanco sur mediterráneo”. Por ello, el viaje a Europa de Ford –para asistir a la Cumbre de Bruselas los días 29 y 30 de mayo de 1975, las escalas en Madrid y Roma, y el encuentro con el presidente Anwar Al-Sadat de Egipto en Salzburgo– transcurre en un momento en el que la política exterior de la Presidencia se ve envuelta con la política interior por múltiples lazos.

En la política interior hay que considerar las relaciones internas en el propio partido republicano, ya que se está formando una opción emergente rival, que encabeza Ronald Reagan. Las relaciones con el Congreso tampoco se presentan favorables a la Presidencia porque existe una fuerte oposición demócrata, creciente tras las elecciones de noviembre de 1974, con un marcado liderazgo representado por senadores como Henry M. Jackson, Frank F. Church, Charles A. Vanik, Mike J. Mansfield, Thomas P. O’Neill, John Jackson Sparkman; Claiborne Pell –que visitó España a principios de 1976 y no era inicialmente claro defensor del Tratado de Amistad y Cooperación–. Representaban el mismo grupo que desde principios de los setenta se manifestaba fuertemente crítico con la adquisición de compromisos con la España franquista y solicitaba que los acuerdos exteriores de Defensa se elevasen al Congreso para su información. A estas alturas controlaban la Comisión de Exteriores del Senado.

El sentido de la Cumbre Atlántica de 1975 se orienta a reducir la incertidumbre de los socios europeos ante el repliegue norteamericano en Vietnam y todo el Sudeste Asiático y la duda de que EE.UU. estuviera en condiciones de cumplir sus compromisos de defensa en la Alianza, pero también a calmar el temor ante el hecho de que la política de la distensión pudiera suponerles indefensión, al tiempo que eran concienciados de la necesidad de incrementar su aportación a la defensa de la propia Europa. En este aspecto, este viaje significa un punto intermedio en las conversaciones de la Conferencia de Seguridad y Cooperación –CSCE–, 1973-1975, y entre los hitos de Vladivostok y Helsinki; de hecho, un momento medio en la segunda fase de las Strategic Arms Limitation Talks (SALT II), a raíz de la cual quedaba abiertamente planteada la conveniencia de una deseable separación, de un necesario sistema europeo de defensa, coordinado con el general de la OTAN, pero con cierto nivel de independencia. Gerald R. Ford inició su viaje con escaso respaldo en el Congreso y en su propio partido.

En la cumbre atlántica, ese tema central de la Seguridad Europea en la coyuntura del 75 lleva implícito no solo las estrategias sobre Centroeuropa, también, el análisis y las decisiones que afrontar para reducir la crisis del Flanco Sur Mediterráneo: en esencia, la guerra greco-turca (en Chipre); las negociaciones árabes israelitas que de hecho llevaban a Salzburgo (1 junio) para intervenir en una negociación con Al-Sadat, y el desarrollo de los acontecimientos en Portugal, con un peso creciente de la influencia comunista en el Gobierno desde marzo de 1975 a pesar de los resultados de las elecciones de 25 de Abril de 1975. En lo que se refiere a la península, este tema es esencial. Complementariamente Ford introdujo la situación española y los deseos del régimen de Franco y de la Presidencia Ford de que la Alianza reconociera oficialmente la aportación española a la Seguridad Occidental y estudiara la incorporación de España a la OTAN o, en su defecto, algún tipo de vínculo que reconociera dicha aportación; en paralelo, la Administración Ford también abogaba por la incorporación de Sudáfrica a la Alianza. Desde el punto de vista de la cumbre, era este un tema marginal que no habría de ser tratado en las sesiones oficiales, no obstante, supuso un debate añadido, un tema discutido entre los líderes presentes, que dividió políticamente a los miembros de la Alianza y del que se ocupó extensamente la prensa.

Para el presidente Ford y para España era una cuestión importante ya que motivaba su siguiente escala en el viaje europeo, su cita en Madrid el 31 de mayo, de camino hacia Austria. Del reconocimiento atlantista, que no se consiguió, dependían, en parte, las posiciones negociadoras sobre los acuerdos para el uso de las bases militares, renovados en 1970, y que expiraban en septiembre de ese año 1975. Más aún, tanto por la coyuntura española, de paralización del régimen y de inminente desaparición de Franco, como por la ya citada crisis en la Seguridad del Mediterráneo, esa negociación implicaba más que nunca un alto contenido político.

Previo a esa cita atlántica existen testimonios directos tanto del presidente como del secretario de Estado que introducen la relación con Europa dentro del marco conjunto de la política exterior americana. El 10 de abril Ford se dirige a una Sesión Conjunta del Congreso, Senado y Cámara de Representantes10. Trataba de conseguir de las Cámaras el levantamiento del embargo de ayuda militar tanto a Vietnam y Camboya como a Turquía en medio de la crisis de Chipre. Ford y Kissinger estaban preocupados por la repercusión sobre Europa de la falta de refrendo de su política exterior por el Congreso. El argumento que enmarca todo el discurso radica en la necesidad de que Estados Unidos transmita al exterior una imagen de unidad, de frente ideológicamente unido en materias de política exterior, para que la sensación de fragmentación no debilite sus posiciones. Con respecto a Vietnam, pide que se levanten las restricciones para el uso de fuerzas militares y se aprueben una ayuda de 722 millones de dólares para uso militar y otros 250 para ayuda humanitaria. Como explica Ronald E. Powaski (2000, p. 239), los Acuerdos de París de enero de 1973, que sellaban la retirada de Vietnam, incluían la promesa de Nixon a Vietnam del Sur de que le seguiría apoyando, pero de ello no se informó ni al Congreso ni al pueblo americano, que pensaron que era el final definitivo de la presencia norteamericana en Vietnam. El Congreso aprobó en noviembre de ese año 1973 la Ley de Poderes de Guerra, que exigía que el presidente consultara antes de ordenar la entrada en combate de las fuerzas americanas. Si se trataba de una urgencia y había que tomar una decisión previa a la consulta, disponía de un plazo de cuarenta y ocho horas para presentar la información. Así que la Presidencia se había quedado sin capacidad de respuesta bélica, y en marzo de 1975 los norvietnamitas lanzaron una ofensiva definitiva sobre Vietnam del Sur, en abril Ford solicitó esta ayuda al Congreso, que fue denegada; en cuestión de semanas, Vietnam del Sur ofreció su rendición y, en los meses siguientes, sin soporte norteamericano, los comunistas también se hicieron con el poder en Camboya y Laos11. En ese escenario transcurrirá la cumbre de Bruselas de mayo de 1975.

 

En la misma intervención de Ford ante el Congreso se abordó resueltamente la crisis de Chipre. En términos muy duros, el presidente expresó que el que el Congreso hubiera negado ayuda militar a un antiguo y estrecho aliado y hubiera impuesto un embargo suponía un “acto sin precedentes contra un amigo”, en referencia a Turquía. La capacidad de intervención norteamericana estaba igualmente limitada por la anterior Ley de Poderes de Guerra. Ford comprendía que esta decisión estuviera guiada para llevar a Turquía a la negociación, afirmaba estar preocupado por el sufrimiento de Chipre y sentir simpatía por el joven Gobierno griego, pero, fuera de cualquier tono diplomático, reconoció que la larga relación de Estados Unidos con Turquía más que a un favor obedecía a un interés mutuo, porque Turquía se extiende por el borde de la URSS y a las puertas de Oriente Próximo, así que era vital para la Seguridad del Mediterráneo oriental, el flanco sur, el oeste europeo y la seguridad colectiva de la Alianza, de modo que las bases militares en Turquía eran críticas tanto para la seguridad de la OTAN como para la defensa de Estados Unidos12.

Basándose en esa realidad se solicita el levantamiento del embargo contra Turquía. Complementariamente y para reforzar el Gobierno democrático de Grecia y los tradicionales lazos de amistad indica que está discutiendo un programa de asistencia económica y militar que en breve se presentaría al Congreso, pero la Presidencia no logró su objetivo. En realidad, el conflicto greco-turco había adquirido una dimensión interna porque un lobby de ciudadanos greco-americanos impulsaba el embargo a través de los congresistas demócratas.

El hecho de que la crisis de Chipre hubiera enfrentado a dos miembros de la Alianza bloqueó cualquier respuesta en su seno. Desde 1973 las relaciones greco-chipriotas se deterioraron progresivamente y en junio de 1974 el arzobispo Makarios, en la Presidencia de Chipre, acusó a Grecia de promover el terrorismo en la isla. El 15 de julio se produjo el golpe de Estado contra Makarios, liderado por oficiales griegos. El 20 Turquía invadía Chipre y deponía al Gobierno de Nikos Sampson, colocado por los militares golpistas, y ocupó la parte norte de la isla. La derrota en Chipre acarreó la caída de la Junta en Atenas y en noviembre de 1974 se organizaron unas primeras elecciones que ganó la Nueva Democracia de Karamanlis. Pero tras la crisis y por la falta de respaldo de la Alianza, Grecia había retirado a sus tropas de la OTAN. Entre 1975 y 1976 se renegociarán las condiciones para mantener la presencia de bases militares norteamericanas en Grecia y no fue hasta 1980, cuando el país reingresó en la OTAN. Por otra parte, también Turquía había respondido a la retirada de ayuda norteamericana con el cierre temporal de las bases norteamericanas en el país, aunque para la primavera 1976 la Administración Ford alcanzó un acuerdo con el Gobierno turco y las bases se reabrieron, pero bajo control turco. El interés de todo esto radica en que justo en esa primavera también se renegociaba que el Acuerdo para uso conjunto de las bases militares en España se transformara en Tratado para lo cual había de ser discutido en el Congreso, y las Secretarías de Estado y Defensa temían que el Tratado con España se transformara en precedente de cara a este otro acuerdo con Turquía.

Después de hacer una mención de pasada al fracaso de las negociaciones árabe israelíes tras el encuentro de Ginebra, Ford entra en el tema de la URSS, que es fundamental porque es esa sensación de debilidad ante la URSS la que preocupa a los socios europeos y también en el interior de Estados Unidos. En relación con la URSS establece el interés americano de disminuir las tensiones, aunque sin ilusiones, ya que se es consciente de sus diferentes principios y de que son competidores en muchas partes del mundo, pero se insiste en que esa relajación de tensiones no tenía que ser interpretada como debilidad, y Ford aseguraba que mientras fuera presidente América mantendría sus esfuerzos, sus alianzas y sus principios como un requisito para un mundo más pacífico. Más o menos esa expresión es la que intentaría transmitir en la cumbre atlántica, y afirmaba que la Détente había de ser una vía en ambos sentidos. Consideró fundamental en la relación con la URSS el control de la armas nucleares y defendió que había que retomar los acuerdos de Vladivostok y conseguir un pacto definitivo de fronteras en Europa en ese 1975 (Helsinki). Pidió al Congreso que se reconsiderase el uso de sanciones económicas como instrumento para alterar la política interna de la URSS –en este caso en política migratoria13– ya que esas restricciones entorpecían la relación política y eran aprovechadas para su beneficio económico por europeos y japoneses, que habían reforzado a expensas de EE.UU. sus acuerdos económicos con la URSS.

El interés por esta argumentación se acrecienta cuando podemos saber, a través de una entrevista realizada al secretario de Estado por la periodista Barbara Walters para NBC-TV el 7 de mayo, tanto algunos comentarios de la opinión ante esta revisión de la política exterior de Ford como una valoración global del momento, expresada por el propio Kissinger14. Ante una pregunta de la periodista subrayando “el declive y la erosión del mundo libre”, contestó Kissinger que efectivamente se veía que en muchos países las percepciones e ideologías contrarias a los valores democráticos ganaban fuerza y que, por tanto, tenían en el mundo tanto un problema político como un problema filosófico, lo que representaba una dificultad para el mantenimiento de la relevancia de Estados Unidos. Era una reflexión muy interesante a la hora de entender la percepción que de sí mismos tenían los dirigentes norteamericanos. La declaración continuaba destacando que en algunos países europeos, la izquierda cobraba fuerzas: “Estoy constatando esto como un hecho. No estoy afirmando que USA tenga que hacer un drama sobre ello. Es algo destacable”.

El secretario recuerda, después, la ruptura interna vivida en el país en los sesenta y setenta por la guerra de Vietnam, para comparar la política exterior de Ford y la de Nixon. Walters preguntó si se había producido un giro con el cambio presidencial y Kissinger contestó que la política de los grandes países pedía estabilidad, y que lo que podía variar eran más bien cuestiones de estilo. Entonces la periodista insistió en si había alguna diferencia radical entre la forma de hacer política de los dos presidentes y Kissinger opinó que Ford era más conciliador y buscaba la formación de un consenso interno. Walters observó que desde fuera se interpretaba que Ford era más débil que Nixon y que en el último discurso –el de abril– se creyó que Ford expondría sus criterios propios para la política exterior, pero que más bien se habían encontrado con la doctrina de Henry Kissinger. Este rechazó esa impresión, diciendo que el texto era del presidente y de su equipo asesor y terminó comentando que cuando llegó Ford a la Presidencia no tenía conocimientos de política exterior, pero empleaba una gran cantidad de tiempo en ella, procedía con lentitud, cuidado y minuciosidad. La opinión mayoritaria entre los analistas políticos se inclina hoy por la conclusión de la periodista15.

Se ha trazado el marco de las preocupaciones en política exterior de la Administración Ford en vísperas del viaje del presidente a Europa. En relación con España, se puede observar la valoración del momento a través de un extenso comentario del embajador Stabler a la Secretaría de Estado en relación con la visita del ministro de Exteriores de la República Federal de Alemania, Hans-Dietrich Gensher a Madrid. Gensher tenía prevista una visita oficial a Madrid los días 3 y 4 de abril –había pasado las vacaciones de Navidad en Mallorca en visita privada, y aunque se habló entonces de un posible encuentro con Arias, este no sucedió– en el transcurso de la cual, además de con el Gobierno, estaban preparados ciertos contactos con “un pequeño grupo de ‘liberalizadores’ internos al sistema” –los reformistas del régimen– entre los cuales se incluía Areilza. El comentario de Stabler fue el de que, mientras el entonces presidente Walter Scheel había sido ministro de Exteriores había sostenido una rotunda posición favorable a estrechar lazos entre Alemania Federal y España y una mayor asociación de España a la Seguridad Occidental, pero que, tras su coalición con el SPD, había permanecido más distante; añade, sin embargo, que el embajador von Lilienfeld había tratado de persuadir a Bonn de que debería marcarse una “distinción entre el régimen que Franco representaba y los ultraconservadores continuistas, y los demás españoles” entre los que incluía a Arias Navarro, y que los dos embajadores coincidían en que el progreso hacia la liberación debería ser acometido cuanto antes, si se querían impedir serios problemas para la monarquía de Juan Carlos.

Pero lo que Stabler realmente defendía era que Gensher les podría ser útil en aquel momento para dar a los españoles una sensación mayor de vínculo con la Seguridad occidental y argumentaba que Schmidt estaba claramente preocupado por los acontecimientos de Portugal, y el estrecho contacto que sostenía con los norteamericanos en ese aspecto podría servir también de colaboración para tratar de satisfacer el deseo español de obtener el reconocimiento y una mayor participación en la Seguridad occidental como “justificación para el uso norteamericano continuado de las instalaciones españolas”. Por ello se permitía redactar un texto que enviaba a Kissinger sugiriéndole que lo remitiera a Gensher con anterioridad a su desplazamiento a Madrid el citado 3 de abril: “Como sabe, estamos ahora inmersos en negociaciones con España respecto al acuerdo de amistad y cooperación [se introduce referencia a la situación portuguesa] Sin embargo, ellos creen, y yo creo con bastante justificación, que si las instalaciones norteamericanas en España son de importancia estratégica, entonces España debería estar asociada más directamente con la coordinación de la defensa occidental. Confío en que durante su visita a Madrid, indique la intención de la RFA de trabajar con nosotros y algunos otros aliados de la OTAN [para conseguirlo]”. El texto se cerraba con la expresión del deseo de estrechar lazos con España16.

Así, el tema de España quedaba vinculado a la política exterior de la Administración Ford y formaba parte de los contactos de Ford y Kissinger con otros dirigentes, bien porque se desee conocer la opinión de otros Gobiernos o jefes de Estado ante el cambio político español, bien porque se quiera explicar los puntos de vista americanos de cara a conseguir respaldo entre los interlocutores, básicamente ante los dos objetivos ya destacados: establecer una vinculación más estrecha entre la Alianza Atlántica y la OTAN e infundir un cierto nivel de credibilidad en los propósitos reformadores de Arias, primero, y de don Juan Carlos y sus nuevos Gobiernos, después. Sistemáticamente, la preocupación de la Administración por el avance del comunismo en Europa occidental asoma también en estas entrevistas.

Las siguientes páginas se dedican a recoger el núcleo de estos intercambios, lo cual nos permitirá conocer más detalles de los análisis norteamericanos además de la opinión y las actitudes existentes en otros Gobiernos. Lo esencial es que el conjunto ilustra el proceder de la Administración con respecto a España, esas acciones alternativas a una intervención sientan las bases del cambio en nuestro país de una manera gradual. Un primer grupo de entrevistas se encuadra en los preparativos de la cumbre. Entonces, unido al tema de la negociación de las bases, Ford buscó por todos los medios un camino para el reconocimiento del papel en la defensa occidental que los españoles pedían, y hay que reconocer que forzó la situación al máximo, provocando un malestar entre algunos de los miembros de la Alianza. Estos encuentros se desarrollaron tras la celebración de las primeras elecciones portuguesas, el 25 de abril de

 

1975, y la negativa reacción norteamericana ante el ascenso de la presencia comunista en el IV Gobierno Provisional.

En todas estas conversaciones la situación de España surge invariablemente al hilo de los temores norteamericanos sobre una posible radicalización portuguesa. El fracaso del intento de golpe conservador de marzo había ocasionado un refuerzo de la presencia comunista en la formación del IV Gobierno provisional, bajo Vasco Gonçalves, nombrado el 26 de marzo y que dura hasta el 8 de agosto de 1975. En ese periodo se celebraron las elecciones constituyentes de 25 de abril de 1975 con muy buenos resultados para los partidos democráticos, aunque el poder permaneció en el MFA, controlado por los militares comunistas, que confieren valor al contenido del Primer Pacto MFA/Partidos, el cual había limitado antes de las elecciones los poderes de la Asamblea Constituyente al objetivo de redactar la Constitución y que el resultado de las elecciones no determinara la composición del Gobierno (Moreira del Sa, Tiago, 2007, pp. 116-117). Además, el 11 de marzo, coincidiendo con el segundo golpe de Estado, los trabajadores de la banca pidieron su nacionalización y el Consejo de la Revolución, que se acaba de formar, la aprueba el 12 y la de los seguros el 24. Tras su formación, el IV Gobierno se vio obligado, impulsado por la dinámica revolucionaria que crearon los consejos de trabajadores y las asambleas de fábricas –que desbordó cualquier control de la Intersindical–, a decretar la nacionalización de las empresas que dependían de los grupos financieros nacionalizados y que intervenían en sectores básicos, como el transporte, la energía, el gas, la electricidad, la construcción naval, la electricidad y un largo etcétera. No era, en realidad, el PCP quien había tomado la iniciativa en este camino sino el desarrollo de un generalizado movimiento asambleario que impuso sus exigencias a los partidos y cuestionó la propiedad privada de los medios de producción17.

El 26 de mayo la Asamblea del MFA discutió el documento Poder Popular-Documento Guía del Proyecto Alianza Pueblo MFA que planteaba la supremacía militar sobre los partidos políticos y dejaba sin sentido el reciente resultado electoral, organizando la sociedad a través de delegados de los cuarteles, de las empresas, de los barrios, de los municipios, entre los cuales se designaban los representantes del escalón superior cuyo ámbito territorial coincidía con las regiones militares. Estos habían de elegir la Asamblea Nacional Popular. Fue muy protestado por los socialistas y el resto de los partidos no comunistas. La Asamblea Constituyente salida de las elecciones del 25 de Abril fue inaugurada el 2 de junio por Costa Gomes con un discurso ecléctico en el que afirmó “queremos que nuestra revolución progrese hacia el socialismo pluripartidario en simbiosis profunda entre las vías revolucionaria y electoral”18.

Según Kissinger y Ford, los buenos resultados electorales que los partidos no comunistas –socialistas y liberales– habían obtenido en los comicios no se habían traducido en posiciones de poder y el Gobierno seguía conducido por militares de orientación comunista. Se planteaban la incongruencia de que un Gobierno con presencia comunista estuviera dentro de la Alianza, que había nacido como un instrumento de defensa anticomunista, y por ello cuestionaban la permanencia de Portugal. Solicitaban a sus socios que estudiaran qué medidas podrían tomarse para contrarrestar el peso del Partido Comunista en Portugal, en su Gobierno y en su oficialidad. El presidente buscó la ocasión de conversar directamente sobre la composición del Gobierno portugués y la conveniencia de reducir la presencia militar y dar mayor participación a los partidos en el Ejecutivo directamente con el primer ministro Vasco Gonçalves, en un encuentro el día 29 de mayo, en tanto que con los demás jefes de Estado expresó una fuerte preocupación por el efecto que la permisividad de la Alianza hacia Portugal pudiera tener sobre Italia, y, por otra parte, el temor de que la radicalización portuguesa se filtrara hacia España, donde contrariamente estaban preocupados –ya se vio– por el fracaso de los primitivos planes de iniciar una cierta liberalización incluso con Franco vivo y el que la reacción inmediata a los sucesos del país vecino hubiese sido el final del aperturismo anunciado por el Gobierno Arias y el fracaso de su Ley de Asociaciones.

En general, se observa una oposición tajante a reconocer cualquier tipo de nexo con España por motivos ideológicos por parte de los Países Bajos y los nórdicos a los que abiertamente se sumaron los británicos, en éstos más que las motivaciones ideológicas, que las había, porque se trataba de un Gobierno laborista, pesó el litigio de Gibraltar. Francia y Alemania estuvieron más dispuestas a buscar fórmulas contemporizadoras que, sin implicar una conexión real de inmediato, crearan alguna expectativa de futuro. Sin duda, el papel más interesante lo juegan los representantes de Alemania, que por ideología podían mediar con los Gobiernos de izquierda y que gozaban de una fluidez máxima en relación con los gestores de la política exterior de la Presidencia. Con Schmidt, Kissinger mantenía una relación mucho más estrecha, confiada y continua que con ningún otro gobernante, y además de con él, la comunicación con el presidente Scheel, el ministro Gensher y los líderes de la oposición fue muy frecuente. Tal vez pudiera influir en ello el origen alemán del secretario de Estado –también Sonnenfeldt había nacido en Alemania–, y desde luego la relación que desde 1945 Estados Unidos sostuvo con Alemania por su posición central en la Seguridad Occidental durante la Guerra Fría. El telegrama anterior relativo a un posible contacto con Gensher deja ver la intermediación alemana con la oposición española, y el hecho de que Alemania estuviera regida por una alianza de liberales –Scheel y Gensher– y socialdemócratas –Schmidt– permitía cubrir un amplio espectro en el contacto con líderes opositores, incluidos los socialistas. A este respecto, en el encuentro de Gaston Thorn, primer ministro luxemburgués, con Kissinger en la cumbre atlántica –29 mayo– el secretario le expresó con respecto a Schmidt que, en cierta medida, este era socialista más bien por casualidad porque entró en política en Hamburgo y se dio cuenta de que solo podría ser elegido si era socialista. En el perfil biográfico de Schmidt quedaban perfectamente dibujadas sus cordiales relaciones y la coincidencia de visiones respecto al proceso de unificación en Europa: “Él siente que los dos países tienen una responsabilidad especial en la economía mundial y que los países de la CEE deben trabajar conjuntamente con Estados Unidos para resolver los problemas económicos mundiales. Un entusiasta convencido en la utilidad de la Alianza, Schmidt a menudo ha destacado que el escudo protector norteamericano es indispensable durante el proceso de unificación europea”19.