El destino de Elena

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El destino de Elena
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Letrame Editorial.

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© Elisabeth Loma

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-846-2

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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A mis dos luces…

A Oscar, por tu apoyo y ayuda, tanto con los protagonistas, como con el argumento del libro.

Sin ti, no llevaría a cabo ni la mitad de mis locuras.

A David, por toda la paciencia que has tenido, perdiendo a mamá en estos ratitos de evasión.

Por cierto… ¡Yo os quiero más!

OS AMO.

PRÓLOGO

Elizabeth Loma logra redondear una gran obra, que intuyo no dejará indiferente a nadie que se acerque a ella, se introduzca en la historia que se narra y avance con mente abierta y sin complejos por las páginas que siguen y por las cuestiones que toca: la violencia, el sexo… y el amor, que termina siendo el gran protagonista a pesar de tener grandes competidores. Porque el amor siempre termina ocupándolo todo o, mejor dicho, las pruebas de amor, porque, tal y como se apunta e incluso se reivindica en el libro que Elizabeth nos regala, no existe el amor, sino las pruebas de amor, y la prueba de amor a aquel que amamos es dejarlo vivir libremente. Todo lo demás, aun siendo importante e incluso imprescindible para hilar la historia, queda en un segundo plano.

Elizabeth escribe un gran libro y realiza un ejercicio enorme de imaginación y buena literatura y, sobre todo, de valentía, dejando posibles miedos y complejos en el baúl donde los escritores deberían dejar todos los obstáculos que pudieran frenar su imaginación y sus propios límites, endógenos o exógenos. Y uno de los principales obstáculos a los que nos enfrentamos quienes nos dedicamos a esto es el pudor: ¿qué pensarán de mí cuando me lean? Sin embargo, Elizabeth nos demuestra que al final prevalece el buen producto literario y que los lectores distinguen el polvo de la paja… nunca mejor dicho. La violencia, el sexo (muchísimo sexo y sexo duro) y el amor están presentes a lo largo de toda la obra y nada de lo que se cuenta parece que sobra en ningún momento. Todo tiene su sentido y todo encaja.

Porque la historia que la autora pretende narrar es esta, que no puede ser sustituida por ninguna otra. No pierdan tiempo. Pasen a lo bueno, pónganse el cinturón de seguridad y disfruten.

Capítulo 1

Ángel

«Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado».

Francis Scott Fitzgerald.

Ahí está el Teide, majestuoso, imponente… tal y como lo recordaba, aunque en esta época del año solía estar nevado, pero está claro que el cambio climático tampoco lo ha perdonado.

Llevo mucho tiempo evitando volver, desde los 14 años… momento en el que, por fin, las pesadillas desaparecieron, pero nada más aceptar el ascenso en la filial de Tenerife, han vuelto a empezar. En su momento, mis padres me llevaron de peregrinación por las consultas de todos los psicólogos que les recomendaron… Un camino infructuoso, pero imagino que practicarme un exorcismo, les pareció excesivo. Soy como soy, supongo que en parte debido al impacto de todas esas imágenes en mi mente durante años, en plena catarsis hormonal, pero si a los catorce años no pude evitarlo, mucho menos podré con treinta y nueve.

Hace tiempo que acepté mi condición y no voy a volver a caer en lo mismo. ¡Qué diablos!, ahora hasta me divierte. Lo que me lleva a la pregunta del millón… ¿Estará esta isla preparada para mis pequeñas perversiones? Por más que he intentado investigar antes de aterrizar, no he encontrado nada de verdadero interés, tan solo unas cuantas páginas de contactos de una calidad cuestionable, más bien tirando a repulsivas; en su mayoría parecen catálogos de imbéciles desesperados por follar gratis, cuya única tarjeta de presentación es una foto polla, luciendo atributos junto a un bote de desodorante o junto al mando de la televisión. Otras tantas de vulvas abiertas, suplicando relleno. De verdad que no lo entiendo. Sé que debe haber gustos para todos, hasta ahí alcanzo a comprender pero ¿de verdad crees que todos tenemos el mismo mando o el mismo desodorante? En serio, tus genitales no podrán jamás con lo que tu mente no consiga, así que… menos hacer mantequilla y más pasar páginas.

Me duele la cabeza, también han vuelto las malditas migrañas… y el recuerdo de tu rostro. ¿Cómo quitarme de la cabeza tu imagen, cuando te he visto tantas veces… tantas noches de mi vida? Había dejado de pensar en ti y tu cara se había desvanecido, pero al volver a mis sueños, es como si el tiempo no hubiera pasado. Y lo peor de todo es el tiempo perdido buscándote entre las demás mujeres; siempre les falta algo, nunca son como tú, tus gemidos, tu olor, tu sumisión, tu dulzura y tu perversión… Ya sé que son sueños y, como dice Luis, todos tenemos a una mujer perfecta en la mente con la que atormentar a nuestro destino, pero me resulta tan real… ¿Cómo puedo tener grabado tu olor a flores de azahar, cuando no te he visto jamás?

Agg… ¡Tengo que quitármela de la cabeza o me volveré loco de verdad!

—¡Por favor, caballero, debe colocar bien su asiento, vamos a aterrizar! —¡Bonito culo! Debí hacerme piloto.

—¡Por supuesto, señorita! —¡Por fin en tierra!

Alguien tendría que haber encarcelado al que puso el aeropuerto en esta zona, hace un frío que pela.

Está todo muy cambiado, pero sigo teniendo la misma sensación de entonces. Aún me pregunto si aceptar el ascenso fue la decisión correcta, pero ya no hay vuelta atrás. Tampoco tengo ganas de darle más vueltas a todo esto, así que llamaré a un taxi y a casa.

Hola, cariño:

Te estuve esperando, pero se hacía tarde y no me gusta salir de noche. Te he dejado todo limpio y preparado para el uso, también he llenado la nevera. Tienes un par de tuppers para que cenes bien y no tengas que salir.

El mando del garaje está en la cestita del mueble, junto a la puerta. Los coches te los ha mantenido a punto tu tío, así que cualquiera estará bien.

Milagros te irá a arreglar la casa de lunes a viernes desde las 8:00 h. Ya está informada de tu regreso.

No se me ocurre nada más que debas saber, pero puedes llamarme cuando quieras.

Estamos deseando abrazarte.

Descansa, cariño, y bienvenido a casa.

Tu tía que te quiere.

Fela.

¡Que encanto! Siempre tan atenta, no como el estúpido de su hijo, pero son casi las 12, así que la llamaré mañana. Espero que me haya dejado sus famosas lentejas, porque si algo echo de menos de España, es un buen plato de cuchara.

La casa está muy cambiada… La reforma ha quedado perfecta. Es demasiado grande para mí, pero me encanta esta zona y no hay nada mejor que desayunar cada mañana mirando al mar. Iré visitando el resto de las propiedades de mis padres poco a poco, no tengo prisa, pero tengo que organizar la reunión con el hotel para este mismo lunes… No quiero dejar escapar esta adquisición. A primera hora contactaré con los socios para programarlo todo.

A dormir…

Capítulo 2

El espejo

«Los deseos del joven muestran las futuras virtudes del hombre».

Cicerón.

—¡Espera! ¿Cómo? —Otra vez no…

He vuelto a tener uno de esos sueños. Voy por un pasillo oscuro, en el que débiles destellos de luz que provienen de las paredes, marcan el camino a seguir. Sé que nunca he estado aquí pero me muevo como si conociera el camino. Noto el frío en mi piel y es cuando tomo conciencia de que voy ataviado únicamente por una túnica negra.

Los gemidos me hacen llegar a la misma habitación de mi adolescencia, recuerdo que era por aquí. Veo una suave luz a través de la puerta levemente entornada y, sin dudarlo, entro. Sí, no hay duda de que es la misma habitación que me proporcionó tantos y tantos orgasmos inconscientes de niño. Solo pensarlo me pone la polla dura.

Es una especie de trastero lleno de baúles, maniquíes, cuadros y muebles cubiertos con telas y en el fondo de la habitación… el sonido que perturba mi mente. Veo la gran tela cubriendo media pared y me da un vuelco el corazón (y un latigazo en la polla). Me acerco nervioso, deseando y a la vez temiendo que sea lo que espero… Deslizo la tela al suelo y ahí está… el gran espejo que tantas satisfacciones y quebraderos de cabeza me proporcionó, a través del cual pude ver los mayores deseos y las más duras perversiones de la mujer que se llevó mi alma.

No puedo sentarme… La busco impaciente por la habitación que veo a través del espejo, pero no está. La habitación está vacía.

 

Es una habitación de estilo victoriano, como ella… pero que nada tiene que ver con el puritanismo que otorgaban las apariencias de aquella época. Decorada con muebles de madera oscura, engalanada con enormes cortinas de colores rojizos, vestida con telas de sedas blancas e iluminada con la luz tenue de las velas… y resulta totalmente empequeñecida ante el cuadro que preside la estancia. El cuadro es el de una mujer desnuda, vestida con una cinta roja que le ata las muñecas a la espalda, nada más, y cuyo cuerpo descansa sobre sus rodillas. Sus cabellos rojizos caen en cascada sobre sus hombros; solo se atisba la sombra de su perfil, de rostro y pecho, que se advierte grande y turgente. Su piel es blanca como la porcelana, pero se distinguen rojeces en sus nalgas, lo que me hace adivinar que recibió un adorable castigo antes de ser inmortalizada. Estoy seguro de que esa maravillosa y transgresora imagen que me ha acompañado a lo largo de mi vida, es la suya.

Mientras la busco por la estancia, percibo acercarse una luz… y por fin la encuentro. Una figura angelical, cubierta por un fino camisón blanco, portando un candelabro que apenas le ilumina la cara. Es casi poético. Si Edgar Allan Poe la hubiera conocido, ahora la tendría en mi estantería.

Posa el candelabro sobre la chimenea de la habitación, se acerca a una cómoda y empieza a elegir y a colocar sobre la cama, con sumo cuidado y dedicación, lo que mi imaginación quiere pensar que son complementos de tortura. Terminado el ritual, se sienta frente al tocador y comienza a peinar su sedoso pelo, se hace una trenza con una facilidad deliciosa… Resulta un absoluto deleite tan solo verla respirar… Su forma de moverse, su calma y dedicación al detalle… Su gracilidad. Se coloca junto a la cama y desata el camisón de seda blanco que cubre su maravillosa realidad. Lo deja caer al suelo y ahí está… Desnuda, real… Perfecta.

¡Va a estallarme la polla!

Por un momento me avergüenzo de lo que estoy haciendo… Ella apenas tendrá unos veinte años, los mismos que entonces, pero yo… Yo ya no tengo catorce, rondo los cuarenta y estoy espiando a una jovencita. ¡Pero qué demonios! Es mi sueño y hago lo que me salga de los cojones en él, al fin y al cabo es solo un sueño y no estoy haciendo nada malo. Pero no dejo de pensar que esto debería hacérmelo mirar.

Se arrodilla frente al espejo, cabeza gacha y palmas de las manos hacia arriba, sobre las rodillas. Posición perfecta de sumisión. He de reconocer que habría preferido verla en la de castigo, con el culo en pompa, pero esta me vale… Todo en ella me vale.

En lugar de buscarle explicación a todo esto, recurro al viejo truco del adolescente… Manos a la obra o me estallará la polla de un momento a otro.

Empiezo a tocarme admirando su sumisión, que hago mía, pero en ese momento entra un hombre en la estancia, ese hombre que tantas veces envidié y odié en mi adolescencia. Viste como yo, con una túnica negra, y porta un pequeño quinqué. Lo deja junto a la puerta y se acerca despacio a ella, que ni parpadea, pero lo espera ansiosa a juzgar por el movimiento de su pecho con la respiración. La rodea para colocarse justo detrás y desliza un dedo por su brazo, hasta el hombro, en un gesto de una sensibilidad sibilina, terminando en su trenza, que estira levantándole la cabeza, para ofrecerle su boca y robarle un apasionado beso, que los funde en uno solo. ¡Cómo lo odio ahora mismo! Antes de devolverle el aire, le retuerce uno de los pezones, que automáticamente reacciona, creciendo mágicamente. Ella gime y yo con ella. No puedo dejar de apretarme la polla, mientras observo cómo ocurre exactamente lo mismo con el otro pezón.

Nuestras respiraciones se aceleran a la par… Parecen sincronizarse.

El misterioso dueño de sus deseos, porque lamentablemente es ese hombre y no yo, se aleja de ella para repasar la colección de artilugios que depositó sobre la cama y no tarda en decidir cuál será el privilegiado para compartir su juego.

Ella no levanta la mirada en ningún momento, sabe que no puede osar mirarlo a los ojos. ¡Chica lista!

Se acerca a ella con lo que parece ser una sedosa cinta roja y se agacha para atarle las muñecas, detrás de la espalda. Oh, Dios, ¡qué no haría yo con esa mujer! Vuelven la ira y la envidia hacia ese hombre, pero… aun así, no puedo dejar de imaginar que soy yo el que está con ella y acelero el ritmo y la presión de mis caricias. A estas alturas, ya me habría corrido de niño, pero llevo tantos años haciéndole de todo a esta mujer en mi mente que podría pasar toda la noche follándomela, sin regalarle ni una sola gota de leche.

Vuelve a la cama y regresa con un pequeño artilugio metálico, que no puedo distinguir. Se acerca a ella por delante, se pone de cuclillas y es en ese momento cuando veo que le pinza los pezones. Ella hace un pequeño gesto de dolor y justo en ese instante le cae la capucha al hombre, dejando su rostro al descubierto, se levanta de espaldas y no puedo verlo… La curiosidad me puede. Recoge algo más de la cama, se da la vuelta y en ese preciso instante, tantos años después, me quedo paralizado.

—¿Qué? —digo en voz alta sobresaltado.

Ella parece oírme y de repente levanta la mirada y la fija en el espejo. Hasta este momento no había caído en la cuenta de que nunca pronuncié palabra por temor a interrumpir la escena.

—¿Puedes verme? —pregunto como un idiota emocionado.

—¡Tienes que encontrarme! —dice ella en el momento en el que la figura masculina se desvanece, y empieza a desaparecer la estancia. Ella no deja de mirarme.

—¡No, espera… No te vayas! ¿Cómo te encuentro? ¡Dime dónde estás! —grito desesperado. Sigue desvaneciéndose todo… Solo queda ella.

Pierdo los estribos, cojo uno de los objetos que tengo a mi alcance y lo lanzo contra el espejo, rompiéndolo en mil pedazos. Solo queda la pared, ella… ya no está… La he perdido.

En ese instante me despierto gritando y completamente bañado en sudor.

—¡Aquel hombre era yo… Siempre fui yo!

Capítulo 3

Eleonor

«Un vestido carece totalmente de sentido,

salvo el de inspirar a los hombres el deseo de quitártelo».

Françoise Sagan.

—¡Buenos días, señor Moreau, espero que tuviera un buen viaje! —Me ofrece paso el dueño y director del hotel al llegar al mismo.

—Sí, muchas gracias, señor Wingfield.

—¿Le parece bien que le acompañe a conocer el hotel, mientras esperamos a que lleguen el resto de los socios?

—Me parece bien, estoy deseando conocer sus instalaciones.

—¡Perfecto entonces! Si es tan amable de acompañarme. Señorita Russó, por favor, avíseme en cuanto lleguen los demás. —Espero que no dure mucho la reunión, porque no he podido dormir este fin de semana, pero me da la impresión, dado el entusiasmo de mi anfitrión, que esto se va a alargar más de la cuenta.

Mi empresa compra y vende propiedades por todo el mundo. La mayoría de las veces, aprovechando la quiebra de los propietarios, se adquieren grandes gangas, que se reforman y se vuelven a revender. Solo nos quedamos con aquello en lo que vemos futuro. Gracias a Dios, o más bien al trabajo serio y a los sueldos que manejamos, tenemos a los mejores profesionales en esto y debido a la última gran pandemia mundial, hemos puesto la vista en Canarias. Las propiedades se han devaluado y nuestros intereses están en un nuevo enfoque de vivienda, ya sea habitual o vacacional, y en una nueva idea de aprovechamiento del espacio.

La idea con este hotel es verle las posibilidades y de ahí la reunión. Al parecer, Víctor Wingfield contactó con nosotros buscando inversores para el futuro del hotel y ahí es donde entro yo. Debo valorarlo.

Es un hombre joven, de unos treinta y cinco años, enérgico y con un afán indiscutible de demostrar que vale más allá de la fama y fortuna familiar. Acaba de heredar todos los negocios de su familia y quiere adaptarlos a los tiempos actuales, alejándose de la tradicional idea de la que era partidario su padre. En más de una ocasión contactamos con él para hacer negocios, pero este nunca estuvo dispuesto ceder, y como dice el refrán, el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Recorremos las instalaciones comunes del hotel, que están cuidadas al detalle, con líneas sencillas y sobrias, nada ostentoso o que te lleve a pensar en el turismo, es un lugar únicamente pensado y preparado para los negocios. Tiene dos salas de juntas, un pequeño salón de actos y varios despachos, además de los servicios básicos de un hotel. Y como no todo tiene que ser trabajo, un gimnasio y piscina en la parte alta del edificio. ¡Me gusta!

Llega el turno de las habitaciones, que siguen la misma línea que el resto, nada que te haga pensar en el ocio. Un sofá con mesa de centro, un pequeño escritorio, una cama (extragrande, eso sí) y un baño completo. Televisión y conexión a Internet en todas las habitaciones. Mi joven anfitrión deja la suite superior de cada planta para el final.

—Tenemos una suite superior en las plantas 3, 4 y 5, reservadas para los clientes vips del hotel. Si le parece bien empezamos por la de la planta 3, habitación 315. —Vista una, vistas todas, pero no puedo hacerle un feo y accedo a continuar con la visita.

—Me parece bien, sigamos.

Fue en el preciso instante en el que abrió la puerta, cuando sentí el olor a flores de azahar que me acompaña cada noche. Se me hizo un nudo en el estómago.

La entrada da paso a un vestíbulo, decorado al estilo victoriano. Un par de sillas acolchadas, una mesita y un pequeño mueble recibidor con un jarrón con flores secas te dan paso a una época que nada tiene que ver con el resto de la decoración del hotel. Sigo a mi anfitrión, absolutamente hipnotizado, hacia la estancia principal de la suite y me quedo de piedra al ver «el cuadro».

—¡Ella!

—Veo que también le ha impactado el cuadro. ¡Suele provocar ese efecto! —Y al ver que ni reacciono, ni cierro la boca, se apresura a contarme su historia—. Es Eleonor Wingfield, una mujer bastante transgresora para su época, como puede ver. Una trágica historia de la que no se habló durante generaciones, por el escándalo que ello supuso dada la posición social de la familia. La pobre chica, hoy en día, habría sido libre y feliz.

—¡Eleonor! —balbuceo su nombre como un idiota. ¡No puedo dejar de mirarla!

—En realidad, Eleonor de Clèment, pero esa es otra cuestión que jamás se aceptó.

—¿Qué le ocurrió? —¡Por fin te he encontrado! No desaparezcas ahora, por favor, ahora no.

—Con mucho gusto le contaré la historia, pero tendrá que ser en otro momento, porque me avisan de que ya están todos los socios en el hotel. —¡Mierda! ¿Tenía que ser precisamente ahora?

—Me interesa mucho la historia, es uno de mis hobbies. ¿Comemos juntos y me pone al día? —Espero no parecer muy desesperado.

—¡Perfecto! Podemos comer en el hotel y así termina de conocer todos nuestros servicios. ¿Vamos?

—¡Vamos!

La reunión transcurre sin muchos problemas. La propuesta está sobre la mesa. Nosotros queremos transformar el hotel en un complejo de viviendas de lujo, con servicios comunes de los que disfrutar, tales como el gimnasio, piscina, servicios de lavandería, restaurante y cafetería. Los inversores disfrutarían de una de las viviendas y el resto serían para gestionar por la empresa, ya sean en alquiler o venta. Nada de uso turístico. La zona es perfecta y consta de todos los servicios sin estar dentro del bullicio de la capital. Pero ahora la decisión está en sus manos.

Llega mi momento… Por fin conoceré tu historia, Eleonor.

—¿Vamos, señor Wingfield? ¡Tenemos una comida pendiente!

—Por supuesto, ya he reservado mesa en el restaurante del hotel. Pero por favor, llámeme Víctor.

—Me parece bien, Víctor. Estoy ansioso por conocer la historia de Eleonor.

—Ja, ja, ja… Solo espero que no te asustes con lo que voy a contarte.

—Créeme, hace falta mucho para poder asustarme. —¡Si tú supieras!

Llegamos al restaurante, contiguo a la cafetería del hotel, y me sorprende su calidez. Se ve un restaurante de calidad, pequeño pero exquisito. Nos atienden inmediatamente, espero que no por ir con quien iba, y nos acomodan en una mesa junto a la ventana, que ofrece unas vistas de la costa espectaculares. La verdad es que, si algo hay que reconocerles a estas islas, es que desde cualquier punto, puedes ver el mar o la montaña… ¡Cómo lo echaba de menos!

El trato del servicio es magnífico, se ve a leguas que son auténticos profesionales, y según dice Víctor entusiasmado, cuentan con un chef de fama reconocida. Pero nada de esto me interesa ahora y no le doy mucho pie a seguir con el tour del hotel, yo ya le he expuesto mis intenciones, no tiene que convencerme de nada… Solo háblame de ella.

 

—No te ofendas, Víctor, pero me tienes totalmente intrigado con Eleonor.

—Ja, ja, ja… Es verdad, que una vez me pongo a hablar del hotel, no tengo fin. —¡Y que lo digas!—. Pero vamos al grano, Eleonor Wingfield.

—¡Por favor!

—Bien… Eleonor era la hija pequeña de una de las familias más adineradas de la época en Inglaterra. Era una joven muy aclamada por la sociedad aristocrática. Inteligente, hermosa y, sobre todo, muy rica, así que se la rifaban entre las distintas familias con posibilidades de Londres. En esa época, los matrimonios se concertaban y el puritanismo reinaba en las calles, lo que contrastaba con el desmadre de los suburbios. Pero Eleonor era diferente, era una adelantada a su época, por decirlo de alguna manera, y no seguía las pautas establecidas por la sociedad, por lo que su padre la tenía escondida, en la medida de sus posibilidades. La tenía oculta de la sociedad en la mansión Wingfield que la familia poseía en el campo y allí pasaba el tiempo Eleonor, con sus hermanos, que sí se movían a placer. El machismo típico de la época.

—¿De qué época hablamos? ¿Victoriana? Lo digo por el mobiliario de la suite.

—Sí, muy bien visto. Es precisamente mobiliario restaurado de la mansión de la que te hablo.

—Pues fue una época muy complicada para las mujeres.

—¡Exacto! Eran un mero objeto de decoración y estaban al servicio de sus maridos. Pero Eleonor era el ojito derecho de papá y nunca permitió que le faltara de nada, ni la trataran como a un trofeo, era su trofeo. Tuvo estudios, una educación exquisita y, mientras vivió bajo su techo, pudo hacer lo que quiso, siempre y cuando no saliera de la protección paterna. He visto fotos antiguas y era una auténtica belleza. Blanca como la nieve, pelirroja, pequeña y delgada, pero con una turgencia admirable. —Unas tetas de infarto, vaya… Como si lo viera—. Tenía un semblante tan dulce, que entiendo la admiración que desataba. Eso, unido a su juventud, era una bomba de relojería. Pobrecilla.

—¡Ya lo has dicho dos veces, se masca la tragedia! —¡Miedo me está dando tanta pobrecilla!

—Sí, tuvo un final trágico. Pero aún no llegamos a él.

—Prosigue, no te interrumpo más.

—Pues bien, el caso es que, llegado el momento, debían casarla por el bien de su nombre, y su padre, por no alejarla del entorno familiar, concertó su matrimonio con un primo lejano, no recuerdo el nombre… a lo que ella se negó. Al parecer, se había enamorado del amigo francés de uno de sus hermanos, con los que no tenía impedimento de relacionarse. Su nombre era André Clèment y mantenían una relación a espaldas de la familia. Cuando se concertó el matrimonio y explotó la bomba, la encerraron en casa, y… no contenta con el revuelo montado, se escapó con el francés.

—¡Toma ya! —¡Esa es mi chica!—. ¡Perdón!

—¡Nada que perdonar! Sí que tenía un par de ovarios, pero quizás lo habría hecho de forma diferente, de conocer el desenlace. Sigo. Se casó en secreto con el francés y su familia la repudió. Quedan unos años en el aire, mientras estuvo en Francia, de lo que no se sabe qué hizo o cómo fue su vida. A los pocos años, muchos dicen que por la pena, su padre falleció y le dejó a Eleonor la mansión Wingfield en herencia. A su madre la perdió de pequeña. Ella volvió a Inglaterra con su marido, para el funeral y a tomar posesión de la herencia, pero se encontraron de frente con el primo desairado. Se cuenta que hubo varios enfrentamientos entre los dos hombres y que este se dedicó a hostigarlos en cualquier ocasión posible. No les hizo la vida fácil.

—¡Cabrón!

—Sí, un absoluto cabrón. Y aquí es donde viene la chicha de la historia.

—A ver. —¡Estoy por sacarle la historia a golpes!

—Al parecer, empezó a correr el rumor de que la pareja tenía un comportamiento íntimo poco apropiado para el moralmente aceptado de la época, rumor que… supongo, ayudaría a extender el cabrón de su primo. El servicio filtró los usos y costumbres de la pareja que, confirmado por ciertos artilugios que pude encontrar entre las antigüedades de la mansión, decían que utilizaban instrumentos de tortura para sus ratos de alcoba. O sea… bondage puro y duro.

—Mmm… ¡Cada vez me gusta más esta chica!

—Sí, ja, ja, ja, a mí también. La cuestión es que el primo lo utilizó para vengarse y los denunció a la Iglesia. Eso podía suponerle a ella un escarnio público, el típico de las épocas hipócritas, al más puro estilo Juego de Tronos, que aparentaban puritanismo y se follaban a las farolas a escondidas.

—¿No me digas que eso fue lo que le ocurrió? —¡No me lo quiero ni imaginar!

—¡No! Pero casi habría sido mejor, o no, no lo sé. El francés, al conocer la denuncia, se enfrentó al desgraciado de su primo, y en la pelea, el primo lo asesinó por la espalda, como la rata que era. A ella le dieron la noticia de la muerte de su marido cuando fueron a detenerla, y… desolada, no permitió que la atraparan y se tiró por el acantilado junto a la casa. Esto es lo que se cuenta de esta historia, no sé si será cierto o no, pero su lápida está en el panteón familiar y la del francés, no, cuando sí constan datos escritos sobre él, así que existir, existió. Y esto es todo lo que te puedo contar sobre ella.

—¿En serio? ¿Así, sin más? ¿Se tiró por un acantilado?

—Sí. Se dice que sus almas vagan por la casa, intentando reencontrarse. Muchos intentaron vivir allí, pero nadie pudo y la casa quedó abandonada, hasta que la heredó mi padre. Sigue deshabitada, pero a mí me parece tan espectacular, que intento mantenerla. Mi idea es restaurarla, para hacer un centro de eventos… para bodas, fiestas y reuniones. He rescatado parte del mobiliario y lo he reutilizado en las suites del hotel, de ahí su aspecto victoriano. La habitación 315 era el dormitorio principal de la mansión, la que fuera habitación de Eleonor.

—¡La quiero!

—¿Cómo? ¿La casa o la habitación? ¿No te entiendo?

—La habitación. Buscaba un lugar donde quedarme y, mira por dónde, quiero la 315. ¿Está disponible? ¡No tengo fecha de salida!

—Por supuesto que está a tu disposición, pero me habían dicho que tú tenías vivienda aquí, por eso no te había ofrecido el hotel.

—Sí, tengo casa y familia, pero dado que vamos a tener que estar en contacto y que donde estoy está pendiente de reformas, me vendría genial esa habitación. —Mentira, pero como sea, tengo que estar cerca de ella—. Y el cuadro, ¿cuánto por él?

—Ja, ja, ja… ¡Sí que te gusta la historia! ¿O es que Eleonor sigue cautivando?

—Un poco de ambas cosas, supongo. ¿Me lo vendes?

—De momento, espero que no te ofenda, pero no me quiero desprender de él. Mientras tanto lo tienes en la habitación, que diré que te la preparen para esta misma noche, si te parece bien.

—¡Me parece bien! Pero no soy hombre de aceptar un no por respuesta, vete despidiéndote del cuadro, porque tiene que ser mío. Y de un viaje a tu mansión, ya hablaremos más adelante.

—Ja, ja, ja… Ay, Eleonor, Eleonor… ¡Aún rompiendo corazones!

—¿Nos tomamos una última copa en la cafetería?

—Me parece bien, yo ya no tengo nada más previsto para hoy y tengo el resto de la tarde libre. Solo déjame que arregle lo de tu habitación y estoy contigo.

—De acuerdo, te espero en la cafetería.

La cafetería es igual de acogedora que el resto de las instalaciones. Aún es temprano y casi todas las mesas están vacías, así que tomo asiento en la primera que encuentro y me pido un Cardhu mientras espero. Mi joven amigo no tarda en acompañarme y traerme la llave de la habitación.