La corona de luz 1

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—Entonces, ¿Yuk lo logró? ¿Cómo hizo?–interrumpió Amsil.

—Lo logró como puedes ver, porque si no, no estaríamos aquí en carne y hueso. En cuanto a cómo hizo, por desgracia no lo sé: encantamientos, ritos e invocaciones, pero ignoro cuáles. En el caso de los ritos la cosa se complica más, porque requieren de signos visibles, y si tienes existencia corpórea ves las cosas de forma muy diferente que si eres desencarnado. De todas maneras, eso no es importante; lo esencial es que no olvides lo que te dije acerca del mundo de los Gorzuks y de la Corona de Luz.

—¿Es esencial que no lo olvide? ¿Y por qué?

—Porque ya lo estamos olvidando Azrabul y yo. No sabemos por qué, pero nos alarma. Tal vez algo le salió mal a Yuk, después de todo. No sólo eso, sino que nuestras mentes se están llenando de recuerdos falsos. A veces uno de nosotros cree recordar que estuvo en tal o cual lugar, y es el otro quien tiene que desengañarlo. Otras veces lo hacemos ambos, hasta que caemos en la cuenta de nuestro error. Eso nos asusta. Nos sentimos capaces de hacer frente a muchas cosas, pero no a esa especie de locura. Ahora ya sabes que en este mundo no tenemos pasado, salvando ese único recuerdo que te dije; así que tendrás que ser tú quien nos recuerde de qué mundo vinimos y a qué.

—No, no puedo hacerlo–dijo Amsil.

—Sí puedes.

—Encuentren a alguien mejor. Yo soy un fracasado.

—Amsil, ¿vas a hablarnos a nosotros de fracaso? ¿A nosotros, que vinimos aquí en una búsqueda absurda, inútil y loca, y que ni por dónde empezar sabemos?

—¡No es lo mismo! Ustedes se animan porque son altos y llenos de enormes músculos. Yo soy cobarde, débil e insignificante.

—Amsil, carajo, me importa un choto si hay alguien mejor que tú, mil mejor que tú o miles de miles mejor que tú, ¡porque queremos que seas tú! Si quisiéramos a alguien grande y lleno de músculos, habríamos acudido al tipo al que Azrabul hizo mierda en la posada. De niños, Azrabul y yo lloramos abrazados, por tener miedo y no poder hacer otra cosa. Lloraste abrazado a Azrabul, porque no podías hacer otra cosa; así que eres el que necesitamos, y si no nos sirves tú, mucho menos los demás. ¿De qué nos serviría un coleccionista de éxitos que nos abandonase al notar que jamás triunfaremos? Necesitamos sólo alguien que se quede con nosotros en la derrota.

Gurlok se calló, un poco porque no había mucho más que decir; pero también debido a un detalle alarmante, que recién ahora notaba.

En la posada. Azrabul y él apenas si habían logrado hacerse entender en el idioma local. Ahora, acababa de dar a Amsil todo un largo y fluido discurso en dicha lengua, y en cambio se descubría incapaz de recordar siquiera una palabra en la gutural habla Gorzuk,

—¿Y Yuk?–preguntó Amsil–. ¿Por qué no les ayuda él?

—Porque desapareció hace cuatro días, y luego de esperar su vuelta durante tres, hubo que admitir que quizás nunca regrese. Sus investigaciones eran muy peligrosas; pudo ocurrirle cualquier cosa, y aun suponiendo que se encuentre a salvo, las posibilidades de que regrese en diez años son las mismas de que vuelva en dos días o en mil. No dijo cuándo volvería; de hecho, ni siquiera avisó de su partida, así que no podemos contar con él para esto. De veras tienes que ser tú. Estamos olvidándolo todo demasiado rápidamente.

—No entiendo cómo puedes hablar tan a la ligera del fracaso. Yo soy un fracaso, toda mi vida lo he sido.

—Pues tienes mucho tiempo por delante para dejar de serlo, y nosotros mucho tiempo por delante para constatar que lo somos–concluyó Gurlok, besando a Amsil en la frente–. Ven, compañero, vamos a dormir.

Amsil asintió y se dejó guiar hasta el sitio en que dormía Azrabul. Gurlok se tendió a su lado y luego invitó al chico a acostarse entre ambos. La noche estaba llena de ruidos extraños. Amsil solía temerle a la noche, pero ahora estaba demasiado exhausto para pensar en ello. Acostado entre los dos gigantes sentía más intensamente el tufo que despedían ambos. Seguía sin entender por qué lo fascinaba tanto ese olor que repelía a la mayor parte de las demás personas, pero tampoco eso estaba en condiciones de analizar ahora. Esta era una noche para disfrutar y estar en paz. Por primera vez en su vida, Amsil experimentaba felicidad o algo muy cercano a ella.

3

Las guardianas de la criatura

El despertar del trío, al día siguiente, distó de ser agradable. Gurlok fue el primero en abrir los ojos, y tras desperezarse y quitarse de encima un poco de lagaña, notó la filosa hoja de una espada muy cerca de su cuello, lista para rebanarlo en cualquier momento. Otro tanto notó Azrabul al despertar pocos segundos después, todavía maltrecho por el combate librado contra el monstruo el día anterior. No había tercer espada que pudiera apuntar al cuello de Amsil; y de todas formas, el chico era tan obviamente inofensivo que nadie se hubiera tomado la molestia de neutralizarlo.

Azrabul y Gurlok tuvieron considerables problemas para encasillar sexualmente a quienes los apuntaban con tales armas. Por su físico parecían hembras; sin embargo, su aire combativo, su mirada firme y penetrante, sus movimientos seguros y elásticos se condecían con el concepto que tenían ambos de las mujeres, asociado a debilidad, indecisión, pasividad y muchos otros conceptos peyorativos.

Ni sueñe con echar mano a sus armas–dijo con voz helada la que apuntaba hacia el cuello de Gurlok–. Moriría de inmediato.

—Muy bien–respondió Gurlok sin alterarse, aunque con gran curiosidad–. ¿Qué quieren?

—Usted mató un oirig. Mi nombre es Xallax1. Soy Sacerdotisa de la Madre Tierra y vengo a hacerle responder por ese crimen. Póngase de pie y no intente nada

Así que es mujer, después de todo, pensó Gurlok, levantándose lentamente. Xallax tenía un hermosísimo cuerpo de mujer, hermosísimo incluso para él, que gustaba de hombres; un cuerpo bien formado, con senos y nalgas firmes, elástico como el de una pantera. En su rostro anguloso resplandecía un par de helados y temibles ojos grises.

—No, usted quédese donde está–sugirió la otra a Azrabul cuando éste, torpemente, intentó incorporarse.

Esta tenía ojos azules y apariencia menos feroz que su compañera, pero no igualmente hermosa y ágil.

Ambas parecían más aptas para el combate que para el sacerdocio y, de hecho, su atuendo y su equipo era el de guerreras, así que Gurlok se sintió desorientado. Bajo el casco de la que apuntaba hacia Azrabul asomaba el cabello, castaño oscuro, recogido en una cola de caballo. Cuando más tarde Xallax se quitó el suyo se vió que llevaba el cráneo prolijamente afeitado.

—Me llamo Auria y también soy Sacerdotisa de la Madre Tierra–se presentó esta otra–. Me excuso por mi descortesía. Por cierto–añadió con genuino asombro–, ¿no estás muy grande para chuparte el dedo?

Azrabul y Gurlok, no menos asombrados que ella, volvieron la vista hacia Amsil en el mismo momento en que éste, rojo de vergüenza, se quitaba el pulgar de la boca.

—Es que nuestras porongas son demasiado grandes para él–bromeó Gurlok.

—Ahórreme su vulgar sentido del humor, por favor–respondió Xallax, inexpresiva, semejante a una fría máquina de matar–. ¿Por qué mató al oirig?

—¿Y cómo sabe que lo hice yo?

—Porque la espada quedó clavada en el pobre animal, al que se ve que mató de manera horrible. Usted carga una vaina vacía; de sus compañeros, uno lleva espada envainada, y el chico ni vaina carga. Por lógica tiene que haber sido usted. Además, hay otras cosas que me intrigan. Ningún guerrero que se precie abandonaría su arma como lo hizo usted. Y parece ser que no han dejado a nadie montando guardia, cosa muy imprudente si se pernocta en el bosque. Es más: anoche ha merodeado por aquí un lobo. Mire esas pisadas.

Era cierto. Gurlok vio las huellas y recordó vagamente haber apartado a alguien que le lamía el rostro durante la noche. Más dormido que despierto, creyó que era Azrabul intentando saciar sus apetitos sexuales, y lo apartó con fastidio.

—En fin… al menos ya no tendré que limpiarme la sangre–dijo Gurlok con filosofía, aunque tomando nota de que en aquel extraño mundo había que apostar guardias si se dormía de noche en el bosque.

—Igual le vendría bien un baño–respondió Xallax.

—Sí, bueno… un día de estos.

—Ni que fueran niños de cuatro años ustedes tres–terció Auria, de buen humor–. Dos están peleados con el agua y el jabón, y el tercero todavía se chupa el dedo. ¿Han notado cómo hieden?

—A nosotros nos gusta ese olor.

—En fin… no es nuestra misión ni nuestro deseo controlar su higiene personal–dijo Xallax, firmemente, pero con un gesto que evidenciaba su intención de no tener problemas ni creárselos a otro–, pero aún no ha contestado a mis preguntas.

—Pregunta demasiado, sacerdotisa, si me permite que se lo haga notar. Me cae bien, lo mismo que su compañera; pero sinceramente, no entiendo la relación entre esas preguntas y su liturgia, ni qué hay de tan grave en matar un… ¿cómo se llama? ¿ourig?

Oirig–corrigió Xallax–. Las sacerdotisas de la Madre Tierra no celebramos culto. Tenemos poder de policía; nos reclutan entre el Cuerpo de Amazonas de Largen para proteger la flora, la fauna y la Naturaleza en general. En cuanto a su otra pregunta, señor, las leyes protegen a los oirig porque están desapareciendo. Es más, hasta donde sabemos, este que usted mató era el último.

—Tal vez, pero nosotros no lo sabíamos, y lamento haber sido yo quien acabara con la especie, aunque por lo que usted dice, no faltaba casi nada para que desapareciera. La bestia atacó a nuestro muchacho y acudimos a defenderlo. Se veía feroz–dijo Gurlok.

 

—Por supuesto–contestó Xallax–. Seguramente estaba despertando de su letargo invernal. Al inicio del invierno, los oirig se entierran hasta la primavera, y despiertan famélicos. Por eso en esa época (y en cualquier otra en realidad, ya que enterrarse forma parte de sus estrategias de caza) se recomienda caminar entre árboles, bajo los cuales difícilmente haya algún oirig, o en suelo rocoso que ellos no puedan excavar. Auria y yo nos hartamos de repetirlo a los viajeros, sin que nos hagan caso. Pero, ¿por qué no lo mató deprisa, en vez de hacer que el pobre animal se desangrara lentamente haciéndole tantos tajos, ninguno de ellos en algún punto vital?

—Porque no soy guerrero ni sabía dónde hundir la espada para dar a la criatura una muerte rápida–replicó Gurlok–. De hecho, no sé manejar la espada e ignoro por qué cargo con una. Vine con mi compañero desde otro mundo, el de los Gorzuks, Más Allá del Cráter. Llegué en circunstancias insólitas; difícilmente me creería.

—Ya veremos. Usted habla de Mi compañero y de Nuestro muchacho. ¿Debo suponer que ustedes son gunduatallu?

—¿Y qué es eso?

—Una familia exclusivamente masculina, o casi. En la jerga guleibi se llama gun al varón que gusta de otros hombres, gundua a una pareja de amantes o enamorados varones, y gunduatallu a la pareja masculina que cría un niño, sobre todo si también es varón.

—No somos exactamente eso; sin embargo, supongo que es a lo que más nos parecemos. ¿Qué significa guleibi?

—Es extraño que desconozca esa palabra, y tendré que creer que de veras vienen de otro mundo si la ignoran. Así se llama al conjunto de personas marginadas por sus sexualidades poco convencionales: los gun, las lein y los biter. Algo simplificado, por supuesto: las sexualidades marginales son muchas más, pero el término ya está instalado y no tiene mucho sentido cambiarlo ahora.

—Azrabul y yo somos mucho más que amantes; no conozco palabra para definir el vínculo que nos une. Y estamos muy encariñados con Amsil, pero no lo hemos criado nosotros.

—Da lo mismo; su intimidad no es cosa nuestra–dijo Xallax; y añadió, volviéndose hacia su compañera:–. ¿Qué opinas de todo esto, Auria?

—Creo que él es sincero–respondió la interrogada–. Suena un poco raro eso de que vienen de otro mundo, pero en este ya todo se ha vuelto raro, absurdo y sin sentido. Además, suponiendo que mintiera, tendríamos que pensar que es un loco o un idiota; y otro tanto sus compañeros. Tú misma lo has dicho: guerreros auténticos hubieran hecho guardia por turnos. En ese contexto, es creíble que no sepa manejar la espada y que su combate con el oirig fuera torpe, improvisado e involuntariamente cruel para el animal. Dejémoslos libres, Xallax. No tiene sentido arrestarlos por la muerte del último oirig habiendo quedado impunes tantos aristócratas que sacrificaron cientos de ejemplares en sus circos o los encerraron en sus zoológicos.

—Tienes razón. Además, no nos han dado problemas; lo que es de agradecer–convino Xallax–. Muy bien… Gurlok, ¿verdad? No los arrestaremos, pero se ha contaminado dando muerte al último oirig que vagaba por el mundo. Por lo tanto, tendrá que purificarse despojando al animal muerto de todo lo aprovechable: cuero, garras, etc., y no se quedará con nada. Ya nos encargaremos nosotras de que todo vaya al mejor destino posible. A mediodía, los tres podrán almorzar con nosotras: tenemos provisiones de sobra.

Gurlok no puso reparos, aunque despellejar un animal, sobre todo uno acorazado de gruesas escamas como un oirig, era cosa nueva para él, así que todo el tiempo precisó instrucciones de Xallax y Auria para efectuar la tarea. Azrabul y Amsil insistieron en ayudar; pero al primero ellas al principio se negaron a darle permiso, porque Gurlok les había hablado de su papel en el combate contra el oirig y de cuán maltrecho había quedado. Por lo tanto, las dos Amazonas insistieron en examinarlo ya que, sin ser expertas, algo entendían de curaciones. Pero al parecer, Azrabul se hallaba perfectamente sano, sacando algunos rasguños, moretones y un inenarrable dolor muscular.

En determinado momento, Xallax se inclinó ligeramente sobre el cabello de Azrabul.

—Qué raro–murmuró–. Huele a mierda. Tampoco es que el resto sea fragante–aclaró con ironía.

—¿Eh?... ¡Ah, sí! Me ensucié luchando contra un guerrero en una posada–explicó Azrabul–. Luego me limpié como pude, pero se ve que no lo hice muy bien.

—Primera vez que oigo de un combate librado en una letrina–comentó muy seria Xallax, aunque su compañera sonreía indisimuladamente–. Puede ir a ayudar a su amigo.

La faena demandó el resto de ese día. La total inexperiencia de Azrabul y de Gurlok los hizo demorarse mucho al principio, e incluso se cortaron varias veces con los cuchillos que usaban para desollar al oirig. Junto a ellos trabajaba Amsil, bastante más diestro al principio, aunque luego sus protectores lo superaron a medida que adquirían práctica.

A mediodía los cinco, las dos Sacerdotisas y los tres viajeros, almorzaron juntos según se había acordado. Xallax y Auria estuvieron bastante frías y taciturnas, pero corteses a su manera. Compartieron con sus invitados carne seca, queso, galletas y vino traídos de las alforjas que pendían de un par de caballos que pastaban a corta distancia de allí; y mientras comían, inevitablemente surgió la charla.

—Nos disculparán que mantengamos la distancia–explicó Xallax–, pero la experiencia nos enseñó a no ser demasiado amables con los hombres, a menos que los conozcamos bien y sepamos que son de fiar.

—Estamos bastante hartas de que de aquí y allá lleguen tipos creyéndose muy machos y buscando seducirnos–agregó Auria.

—¿Y cómo pueden intentarlo y seguir considerándose machos?–preguntó Azrabul, obviamente superado por lo que para él era un complejo, indescifrable enigma.

—¿Qué quiere decir?–preguntó Xallax, que parecía a la defensiva.

—Un auténtico macho desea a otros machos, no a mujeres.

Se vio que la respuesta dejaba estupefacta a Xallax; luego intercambió sonrisas divertidas con Auria.

—Tendré que rendirme a la evidencia y aceptar que de veras ustedes vienen de otro mundo, porque en este lo generalmente aceptado es, de hecho, lo opuesto–replicó–. Pero algo de cierto debe haber en lo que dice, porque a nosotras dos nos desean por lo masculino que ven en nosotros, no por lo femenino. Nos notan aguerridas y resueltas, y quieren demostrarse a sí mismos y demostrar a otros que son lo bastante machos para subyugarnos y tenernos luego cocinando y lavando para ellas. Si lo permitiéramos, dejaríamos de gustarles, y nosotras dos lo sabemos y por eso no nos gustan los hombres. Nosotras queremos amor, y de ellos no podemos esperarlo.

—De todos modos, Azrabul–terció Gurlok–, recuerda a Wilkarion en la posada. Deseaba a la mujer y no a ti.

—El no cuenta. Estaba demasiado amariconado, por eso lo vencí tan fácilmente, aunque seguía siendo condenadamente guapo–respondió Azrabul.

—¿Y él?–preguntó Auria, señalando a Amsil con un gesto de la cabeza.

En los ojos habitualmente duros y feroces de Azrabul floreció una chispa de inmensa ternura, pero fue Gurlok quien contestó:

—Amsil se supone que no debería gustarnos. A ambos nos atraen los hombres enormes, musculosos y toscos; pero Amsil se nos metió en el corazón de una forma que no logramos entender.

Amsil bajó la mirada, avergonzado, persuadido de que sencillamente se le tenía lástima, pero que Gurlok no quería admitirlo estando él enfrente.

—Sí, el amor es absurdo e imprevisible–dijo Auria–. Te pasas la vida especulando acerca del aspecto de quien te acompañará por el resto de tu vida, y luego resulta ser casi lo contrario de lo que imaginabas. De hecho, de niña creía que al llegar a grande me casaría con un hombre muy apuesto, y heme aquí: soltera y en una apasionada relación con mi compañera de sacerdocio.

—¿Sabe?, casi lamento que ustedes no sean hombres. Me caen muy bien–dijo Gurlok.

El comentario desató un sutil resplandor de celos en la mirada de Azrabul. Tan sutil, que Gurlok no lo notó; pero Xallax sí, y eso la tranquilizó, pues terminó de confirmar que aquellos dos extraños colosos no la molestarían a ella ni a su compañera en el plano sexual.

—No hace falta–bromeó, ya sin hielo en sus pupilas grises–. Le aseguro que ustedes dos solos ya hieden magníficamente por cuatro.

El chiste tomó completamente por sorpresa a Azrabul y a Gurlok, quienes le hicieron honores con brutales carcajadas como para estremecer el bosque entero. Xallax y Auria sólo sonrieron; pero a partir de aquella humorada, ambas depusieron su actitud defensiva y distante, y un vago, indefinible afecto fue creándose entre el cuarteto. Sólo Amsil era incapaz de integrarse, detalle que lo hacía sufrir aunque se dijera a sí mismo que no debía aspirar a ser parte activa de ningún grupo.

Después del almuerzo, Azrabul, Gurlok y Amsil continuaron trabajando sobre el cuerpo sin vida del oirig para aprovechar del mismo cuanto se pudiera, pero esta vez Xallax y Auria, cuchillos en mano, se pusieron a trabajar a la par de ellos, en vez de sólo limitarse a dirigir. Para entonces ya se tenían suficiente confianza para tutearse.

Trabajaron casi en completo silencio hasta la caída del sol, pero en una ocasión Auria, entonces muy cerca de Gurlok, dijo a éste en voz baja:

—El chico necesita ayuda. Llévenlo a un onironauta.

—Es que ni siquiera sé qué es eso–respondió Gurlok, también en susurros.

—Un navegante de sueños. Te droga para dormirte y libera parte de su espíritu para guiarte a través de tus anhelos y miedos. No soluciona tus problemas, pero ayuda a que te entiendas mejor; y creo que ese es el problema del chico, que ni él se entiende a sí mismo.

—Puede que tengas razón. Lo conocimos ayer y lo libramos de la tutela de un hombre que lo maltrataba, pero no pareció venir con nosotros a gusto, sino sólo porque no le preguntamos su opinión. Quiso fugarse en cuanto le dimos la espalda, y ahí fue cuando lo atacó el oirig; y en cuanto acudimos en su rescate lo insté a ponerse a salvo, pero prefirió permanecer junto a Azrabul, que en ese momento ni podía ponerse de pie tras salvarle el pellejo. Cuando más tarde me enojé con él y quise echarlo, se puso a llorar. Es un chico raro, es verdad, pero tengo mucha fe en él.

—Con mayor razón llévalo a consultar a un onironauta.

—De acuerdo.

Y allí terminó el único diálogo de la tarde.

Por la noche se reunieron todos alrededor de un fuego que encendió Xallax ante la mirada atenta y sorprendida de Azrabul y Gurlok, quienes quedaron confusos, seguros de haber presenciado esa escena o una parecida antes, y sin recordar dónde. Difícilmente Azrabul, que no era propenso a reflexiones profundas, le diera importancia; pero Gurlok dedujo amargado que ello era el prólogo a la aparición de otro falso recuerdo en el que se verían a sí mismos haciendo eso mismo una, varias o infinitas veces. Y cuando ello sucediera, por supuesto, desaparecería al mismo tiempo un recuerdo auténtico del mundo de los Gorzuks. De haber creído en dioses, les habría implorado a gritos que detuvieran aquello, que les permitieran preservar la memoria de aquel mundo perfecto, aunque les doliera recordarlo y saberlo perdido. Pero allí apenas si habían sido conscientes de sí mismos, ni hablar de conceptos metafísicos como el de la eventual existencia de dioses.

Xallax y Auria dialogaban acerca de la posible supervivencia de otros ejemplares de oirig y aunque Azrabul no podía participar activamente, las escuchaba con interés. Gurlok aprovechó para sentarse muy próximo a Amsil, quien quedó perplejo. Pero sólo brevemente: él había llorado infinitas veces en su corazón, sin derramar siquiera una lágrima, y comprendió que lo mismo le sucedía ahora a Gurlok, a quien interrogó con la mirada.

—Sabes, compañero–murmuró Gurlok, para que sólo él lo oyera–, esta sombra en que me he convertido ahora extraña ese cuerpo que, según Yuk, ha dejado entre los Gorzuks. Quisiera tener noticias de ese cuerpo… pero pronto ni su recuerdo quedará.

Y abrazó a Amsil, no muy fuerte, para no lastimarlo; y aun así, el cuerpo del chico crujió bajo la tremenda caricia, y tuvo luego unos cuantos moretones por dos o tres días. A Amsil no le importaba. Seguía hambriento de amor, y era feliz con aquellas brutales efusividades. Hundió su rostro en el pecho de Gurlok y de nuevo se puso a llorar, no quedando en claro si de tristeza o felicidad, e incluso si por la tristeza del gigante que lo abrazaba, por alguna suya o por una mezcla de todo lo antedicho. Azrabul, Xallax y Auria fingieron no advertir nada, y Gurlok se los agradeció mentalmente: no tenía ganas de dar explicaciones, y prefería que aquello, por ahora al menos, quedara como algo exclusivo entre Amsil y él. Y no obstante, poco más tarde Xallax y Auria orillaron vagamente ese secreto cuando preguntaron por ese extraño mundo del que Azrabul y Gurlok decían proceder, y los motivos de su venida a este. Como era más hábil para expresarse, fue Gurlok quien contestó, repitiendo todo tal cual se lo había contado antes a Amsil. Tras oírlo, Xallax y Auria se rindieron ante la evidencia y aceptaron que aquello tenía que ser cierto, porque los precisos y asombrosos detalles de la narración excedían la capacidad de inventiva de un par de bárbaros ignorantes como parecían serlo aquellos dos. Si de todos modos la narración era producto de la locura, no por ello era menos interesante. Xallax y Auria permanecieron largo rato meditando en el silencio que siguió, y por fin dijo la primera:

 

—A cuatro días de marcha a pie hay una ciudad relativamente grande por ser una urbe de provincia. Se llama Tipûmbue y tiene una biblioteca muy famosa. Ude, el Bibliotecario en Jefe, todavía no es tan famoso como la biblioteca, aunque ya la superará si sigue protagonizando escándalos. Parece que es hombre de inmensa sabiduría. Creo que les convendría consultarlo a él. Si esa Corona de Luz existe realmente, él sabrá dónde y cómo hallarla.

—Pero es hombre de horrible carácter y ninguna paciencia, según oímos decir–previno Auria–, aunque lo mismo dicen de nosotras.

—Bueno, y tienen razón, ¿no?: nuestro carácter es horrible y no tenemos paciencia–dijo Xallax, muy seria.

—No me parece que ustedes sean de trato tan difícil, así que del tal Ude deben estar exagerando también–opinó Azrabul.

—El problema es que también dicen de nosotras que somos dulces y mansas gatitas comparadas con él–aclaró Auria–, así que te conviene estar preparado para lo peor.

—Pues eso tiene sabor a desafío. Me gusta. Ya estoy impaciente por conocerlo–respondió Azrabul, sonriendo salvajemente.

No quedaban muchas provisiones, pero las compartieron igual que habían hecho a mediodía; luego establecieron los turnos de guardia, tocando a Auria el primero, y los demás fueron a acostarse. El único que sin embargo durmió todo el tiempo como un tronco fue Amsil; los demás tuvieron el sueño muy discontinuo, o directamente permanecieron insomnes. Hubo incluso un momento en que los cuatro estuvieron despiertos al mismo tiempo. Fue cuando Xallax tuvo que relevar a Auria. Azrabul despertó en ese momento e impulsivamente besó con ternura a Amsil, que se había dormido entre él y Gurlok como la noche previa y como todas las posteriores que compartirían juntos. Su pulgar derecho hacía de nuevo las veces de chupete. Gurlok le acarició el cabello sin que él se diera por enterado.

Auria se demoraba en irse a dormir; parecía que se había quedado sentada cerca de su compañera para charlar con ésta.

—Cómo duele pensar que algún día quizás debamos admitir que de veras ya no queda ningún oirig en el mundo–la oyeron decir.

Azrabul y Gurlok no intercambiaron palabra, pero instantáneamente se preguntaron cómo era posible que aquellas sacerdotisas conservaran esperanzas de hallar viva una criatura que, por enorme, tenía que ser imposible de pasar por alto en caso de existir todavía. Y de repente se llenaron de respeto y admiración por aquel par de valientes mujeres embarcadas en su propia búsqueda desesperanzada.

1 La X inicial de este nombre es bable y, por lo tanto, equivale a la pronunciación de la S en el vocablo albioní sure o del grupo consonántico SH de Shanghai.