Mares de sangre I

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Mares de sangre I
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Letrame Editorial.

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© Dairana U. Ciradel.

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-601-2

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Agradezco a Gabriel Aranda por su asesoramiento en la corrección de este manuscrito

y sus consejos para mejorarlo.

A Donnie por las bellas fotos en mi biografía.

A mi madre por apoyarme y creer en mí siempre.

Y a Andrea, por ser la primera en leer esta historia cuando aún estaba escrita en un cuaderno. A pesar de la distancia, espero que te encuentres bien y que tu vida sea muy prospera.

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Somos humanos y solemos tomar decisiones equivocadas

que repercuten en la vida de seres inocentes

causando más daño del que podemos remediar.

Las decisiones que tomamos pueden tener la mejor de nuestras intenciones.

Sin embargo, tal vez no causen el impacto positivo que esperábamos.

Ten siempre presente que toda acción tiene una consecuencia, en esta y en otras vidas.


Prólogo

Año 725; Era de Piscis, finales de la Edad de Plata.

Hace solo tres meses, Susana había dado a luz a su hijo número trece, este sería el último, sin duda, ella estaba segura de eso. Lo esperaba con ansias y cuando nació supo que su plan, por fin, podría ser concluido.

Entró en el cuarto matrimonial, percatándose de que el bebé dormía. Entonces, sacó un largo velo azul que pasó sobre su cabello, previamente recogido en un tomate, y tapó medio rostro con el nicab, mientras se miraba en el espejo. Sus ojos celestes y cabello casi rubio siempre habían causado desasosiego e intriga, hasta un poco de envidia, ya que las mujeres de su cultura poseían rasgos de origen indígena: pieles tostadas, cabellos negros o castaños oscuros. En cambio, ella era diferente: tez blanca, cabello dorado, contextura delgada y senos firmes y prominentes. Su figura era perfecta y deseable, según creía, aquello había sido el detonante de lo que le sucedió hace años, su culpa era ser diferente, pero ahora se aprovecharía de sus diferencias para terminar de una vez y para siempre con esa vida miserable que llevaba hace casi veintiún años.

Se dirigió a la cuna, donde su pequeño hijo dormía y lo levantó entre sus brazos, con una sonrisa perversa dibujada en su rostro.

—Nos vamos, pequeño engendro. —El niño bostezó entreabriendo sus ojos y mirándola con dulzura—. No lograrás nada con esa mirada, tus otros hermanos la han hecho sin conseguir que me encariñe de ellos, tú no serás la excepción.

Echó unas mantas sobre su hijo y salió de la casa. Se internó en el bosque, el cual conocía bien. Mientras caminaba, recordaba aquel oscuro y doloroso pasado que la había marcado, con el cual cargaba e intentaba sobrellevar solo para cumplir con sus más sombríos objetivos que, según pensaba, le darían la paz que tanto anhelaba.

Cuando se enteró de que estaba embarazada nuevamente, se alegró sobremanera, pero no era una felicidad sana, ni siquiera lo quería realmente, ni a los otros doce. Solo los cuidaba porque era su responsabilidad, responsabilidad impuesta por esa arcaica sociedad que la obligó a casarse con su violador.

Nadie pensó en cómo se sentía, ni en el miedo que le provocaba tal sentencia del jurado. Ella esperaba que sus padres intercedieran impidiendo ese matrimonio, pero ellos se mostraron sumamente complacidos con esa decisión, por lo que no tuvo más opción que aceptarla, a pesar de que pasó semanas encerrada en su cuarto llorando e intentó terminar con su vida tres veces, sin conseguirlo.

Después de casarse, decidió que ella viviría solo para ver a ese hombre hundido en el abismo más profundo. Sí, su vida se volcó hacia el camino de la venganza y por fin la tendría. Años esperando esta oportunidad, no la dejaría escapar, esta vez podría hacer justicia, la justicia que le habían negado hace más de veinte años atrás.

Al cabo de quince minutos llegó a su destino, tras abrirse paso por muchos arbustos y ramas caídas. Era un sector escarpado donde se encontraba una inmensa estrella de trece puntas dibujada sobre la tierra. Esta se veía imponente y diabólica.

Al tocar con el extremo de sus zapatos una de las puntas del gran astro, seis antorchas se encendieron a la vez, iluminando el lugar.

—Llegó la hora de cumplir tu destino, pequeña alimaña. —Miró a su hijo a los ojos, sonriéndole con malicia. Lo dejó en el lugar donde, segundos antes, ella pisaba—. ¡Hijos míos —gritó con voz imponente y profunda, muy segura de sí, mientras alzaba sus brazos hacia el cielo—, vengan con mami, los estoy esperando!

Una oleada de viento arremetió con fuerza, parecía que los árboles no lo resistirían. El cielo se oscureció cubriéndose con nubes grises.

Susana, mientras tanto, rellenaba con unos polvos blancos las grietas que le daban forma a la estrella. Cuando acabó con eso, sus hijos fueron apareciendo de a uno. Parecían hipnotizados, pues sus ojos estaban desorbitados.

La mujer, al verlos, miraba una punta del lucero y ellos se ubicaban en el lugar.

—Antes de comenzar, les diré que no tengo nada en vuestra contra. No tienen la culpa de haber nacido. Creo que no nacieron en la familia correcta, estas son cosas del destino. La vida es cruda y sin sentido. Lamento que ustedes sean los elegidos, pero ni modo. —Suspiró—. Sé que no me están escuchando, pero este discurso es necesario para mí. Pues falta su padre, aunque comenzaremos sin él.

Colocó sus manos sobre los hombros de su hijo mayor, Gahim.

—Me alegra que nos hayas visitado con tu familia, siento que esto termine así, no por ti, sino por tu familia, pero —cerró sus ojos y pronunció—: amrajim tuyam notlemon. —Un relámpago apareció cerca iluminando, por unos segundos, el rostro del joven—. Most beatus ram.

Un tronar de huesos retumbó y Gahim cayó arrodillado, pero manteniendo su espalda erguida, Susana sonrió y continuó con Bana, su segunda hija.

—Preciosa, tú sacaste mis encantos. Lástima, nadie los disfrutará y nunca les sacaste provecho. —Colocó sus palmas sobre los hombros de la chica—. Rosp ruor mastic ball tronar. —El cuerpo de la muchacha se inclinó hacia delante y su espalda se deformó quedando tan puntiaguda como la punta de un triángulo—: Vostar mir. —Bana cayó de bruces, chocando fuertemente su frente contra el suelo y salpicando sangre a su alrededor—. Resp run cal mir —apuntó con su índice al siguiente y este cayó despatarrado al piso—. Cost mal rip allar —pronunció mientras caminaba en dirección a su cuarta hija—: Rasp allar lun ball. —Los brazos de la chica giraron en trescientos sesenta grados quebrándosele sus huesos por completo—. Rap alap rump sssiiiip. —Ella y la chica a su lado cayeron sobre sus rodillas—. Crummulo atar eter ramp yurt siiiir rusp acatar milk rust racatal amp. —Otros dos muchachos apoyaron sus rodillas en la dura y fría tierra impactando sus frentes contra ella y quedando con sus espaldas partidas a la mitad, por lo que sus cuerpos formaban un perfecto triángulo, mientras su líquido vital se deslizaba por el suelo—. Acazio richort roper tak siiip yu.

Otro relámpago acompañado de un trueno iluminó los rostros de tres chicas, a estas se les salieron las costillas de su lugar tensando sus vientres con las puntas de aquellos huesos astillados, obligándolas a caer hacia atrás, quedando en la posición de un perfecto triángulo rectángulo.

—Ripchips laskar rum lark zaaasssp. —Un niño, de unos nueve años, abrió su boca al máximo y se llevó las manos al cuello—. Losco rap arrar lissss. —El chico comenzó a asfixiarse con su lengua—. Ritchi last.

Susana estaba un poco molesta porque se demoraba en perder el conocimiento, así que alzó su palma derecha y la movió como si estuviera limpiando un vidrio con un paño, entonces el muchacho volvió a respirar

—Serás uno de los otros, acaaaar. —Cayó sobre sus rodillas, acto seguido, los huesos de sus piernas se hicieron polvo—: Crak ajar.

Se colocó tras dos de sus hijos, con sus manos en uno de los hombros de cada uno y prosiguió:

—Rash rump look more risp lastik mool, acazio cavenz. —La chica fue la primera en caer arrodillada—. Luyp wik. —Los huesos de su penúltimo hijo se desintegraron, quedando solo una masa de carne y ropas sobre el piso.

 

Susana caminó lentamente hacia el bultito, del cual salían unas manitas pequeñas que jugueteaban entre sí, aplaudiendo.

—¿A qué juegas? —preguntó sonriéndole desde arriba—: Ahora viene tu turno. —Sacó una navaja—. ¿Quieres jugar con ella?

El bebé, feliz y sonriente, alzaba sus manos, la mujer le entregó el arma desde el filo, por lo que, al instante, se hizo heridas en sus palmas y comenzó a llorar escandalosamente.

—Ay, te heriste, qué pena. —Lo volteó haciendo que sus manos ensangrentadas ensuciaran la punta de esa estrella dibujada sobre el suelo—. ¡Deja de llorar! ¡Yaaaaa, cállate! —El niño lloraba incesante—. ¡Me tienen harta tus lamentos, no sabes otra cosa que llorar, al igual que tus hermanos cuando tenían tu edad, patéticos! Pensar que a mis quince años tuve que cuidar de Gahim y soportar los abusos de tu padre, pero eso se acaba hoy.

Levantó la daga y se la hundió en la espalda, el bebé, al instante, dejó de llorar y la sangre chorreó hasta traspasar las marcas blancas del astro dibujado en la tierra. Retiró el cuchillo y procedió a cortarles el cuello al niño y a la niña que permanecían arrodillados a su lado, estos cayeron sin vida manchando de rojo el interior de la estrella. Prosiguió degollando a sus otros hijos hasta concluir con Gahim.

— Capítulo 1 —

Batalla perdida

Marzo de 1820, Era de Piscis, comienzos de la Edad de Bronce.

A la luz del crepúsculo, un grupo de veinte féminas aparecieron en la linde de un bosque con el objetivo de reconocer el lugar antes de iniciar con la redada programada por su comandante. Mientras se separaban en grupos de dos personas internándose entre la vegetación trotando, dos mujeres, cubiertas por un ajustado traje de dos piezas de color verde oscuro, se detuvieron entre unas araucarias, justo cuando el viento agitaba unas ramas haciéndoles prestar atención a aquel movimiento. Tras un suspiro de alivio de la señora más alta, cuyo cabello era de un rubio casi blanco, el comunicador que mantenía ajustado bajo su hombro izquierdo sonó escuchándose una voz femenina pidiendo instrucciones.

—¡Vamos, a desplegarse! —ordenó la señora rubia, quien estaba al mando de la operación, tocando el botón del transmisor—. ¡Vamos! ¡Apresúrense! ¡Todas a sus puestos!

—Epitafia —le habló una mujer de candentes y carnosos labios rojos, ojos color miel y cabello castaño ceniza recogido en un tomate—. Sinceramente, siento que esto será una masacre en nuestra contra.

—Alma. —Volteó, colocando una mano sobre el hombro izquierdo de su interlocutora—. Es por el bien de nuestra familia.

—Pero para esto debimos pedir ayuda a los de la Estrella.

—Sabes perfectamente que no trabajamos con traidores.

—Pero ellos…

—Las normas de nuestra institución, y de todo el mundo esotérico, son claras. Eso lo tienes más que estudiado.

—Pero este despliegue no nos corresponde a nosotros como CPCE, quizás a la GUINDILLA le competería este caso.

—Sabes perfectamente que es personal, es algo que como familia debemos resolver.

—¡Pero tenemos hijas! —le recordó Alma—. Tú tienes a Esmeralis y yo a Luzbella…

—Mientras ella siga libre, nuestras familias estarán en grave peligro, y lo sabes.

—Todo listo. —Se escuchó la voz de otra mujer a través de un artefacto que permanecía fijo en el hombro derecho de Epitafia—. Esperando instrucciones.

—Enterado —contestó—. Todas, colóquense el fono y desactiven el Toc.

—Estás arriesgando a gente que nada tiene que ver con nuestra maldición al usar contingente de una institución gubernamental. Si algo sale mal, serás destituida o, peor, te desterrarán.

—Eso no sucederá, Alma. —Le sonrió carismática—. Tengo mis influencias.

—Código rojo. —Escucharon un susurro en el oído.

—Ha llegado —murmuró escondiéndose tras unos arbustos, seguida de su acompañante—. Ahí estás —gruñó Epitafia entre dientes.

Una mujer de cabello negro, sumamente descuidado, de tez morena, delgada, cubierta por un vestido largo de color marrón, un tanto deshilachado al final de la falda, aparecía ante sus ojos a una distancia considerable.

—Maldita, muestra tu verdadero rostro.

La apuntó con sus dedos: índice y medio, levantando el pulgar hacia arriba. De ellos salió una luz blanca que le pegó a la recién llegada en pleno pecho. Levantándola unos centímetros del suelo por unos segundos, hasta que, al caer, su aspecto cambió al de una joven rubia y de tez blanca.

—¡Ataquen, ahora! —ordenó Epitafia.

En ese instante, miles de luces comenzaron a salir de distintos puntos del bosque en dirección a la joven rubia, la cual se limitó a recibir aquellos hechizos, moviéndose de un lado al otro sobre el suelo.

—Esto no está bien —repuso Alma—. No puede ser tan fácil.

—Está desprevenida.

—No.

Alma recordó su sueño premonitorio en el que todas debían huir y muchas morían entre los colmillos de vampiros que caían sobre ellas.

—¡Pero mírala! —Reía divertida, apuntando hacia la rubia caída—. Si no puede defenderse. —Tocó el artefacto que tenía en su oreja derecha y ordenó—: Captúrenla, ahora.

Las luces se oscurecieron envolviendo a la mujer en una bola de energía negra y cuando esta se disipó, estaba totalmente inmovilizada, con sus brazos extendidos hacia su espalda y arrodillada sobre el suelo.

—¡Vamos!

Epitafia se trasladó reapareciendo junto a la prisionera.

—¿Qué tal, Portadora del Conocimiento? —se burló—. ¿No que eras tan poderosa? ¿Cómo no pudiste contra nosotras?

La aludida sonrió y su rostro se ensombreció en una mueca maléfica. Sus ojos azules cambiaron a un rojo intenso. Acto seguido, pegó una sonora carcajada que retumbó en el bosque, provocando que a todas se les erizara la piel.

—No sabes con quién te metes, Epitafia.

—Pues no sabes con quién te metes tú ahora.

—Por supuesto que lo sé —pronunció sin dejar de sonreír—. Toda tu casta está maldita, maldita por mí. Dime: ¿qué piensas hacerme si sabes que soy inmortal?

—Una tortura eterna no te vendría mal.

La capturada pegó otra carcajada.

—¿De qué te ríes?

—De lo estúpida que eres al pensar que puedes contra mí.

—Pues estás sometida.

—No por mucho.

—No seas ridícula. —Tocó el artefacto ubicado en su oreja—. Todo listo.

—Y, además, crees que vine sola.

Epitafia escuchó cómo su equipo se desplegaba, a la vez que comenzaban a verse miles de luces en distintas direcciones. Pronto, por el fono y por el Toc, escucharon muchos llamados de auxilio de sus subordinadas.

Al voltear, vio que el artefacto en que estaba inmovilizada la prisionera se resquebrajaba y, antes de que pudiera reaccionar, una luz que salía de aquellas grietas la tiró lejos producto de una onda expansiva.

—¡Epitafia! ¿Dónde estás? —pronunciaba la mujer con voz infantil—. No te escondas, ven aquí, pequeña.

La aludida salió de entre unas matas sumamente enojada. Lanzándole estacas sin control.

Mientras la otra reía divertida, esquivándolas con soltura.

—Te gusta jugar, pequeña —siseó, con voz infantil—. ¿Podrías darme tu mejor tiro? ¡Ops! —Esquivó un chorro de verbena—. Mm…. Veo que no tienes nada mejor, es una lástima. Ahora es mi turno.

Alzó sus brazos con sus palmas extendidas hacia el cielo y ante ellas arremetió un viento huracanado seguido de un relámpago.

—Por mi parte no habrá más juegos. —Esa afirmación sonó terriblemente amenazante—. Prepárate para tu fin.

Golpeó el suelo con su puño y la tierra comenzó a moverse, haciendo que algunos árboles se salieran de raíz, cayendo a su alrededor.

Epitafia había comenzado a retroceder debido a que el suelo se agrietaba, por ello, no pudo percatarse de que las ramas de unos árboles cercanos se movían intentando alcanzarla. Estas consiguieron su objetivo y en pocos segundos la tenían fuertemente atada de pies y manos.

La rubia sonrió y su aspecto cambió a aquel con que había sido vista por primera vez en ese lugar.

—Eres muy ingenua —dijo mientras se acercaba con el sigilo propio de un depredador antes de tirarse sobre su presa—. Ahora tendrás el mismo fin horrible que todas las de tu casta han tenido cuando se enfrentaron a mí.

En ese momento un fuerte viento lanzó a la morena un trecho, hasta que su espalda chocó con el tronco de un árbol y este la aprisionó entre sus ramas.

—Eso no sucederá hoy, Susana —le gritó Alma, apareciendo de entre unos arbustos—. Hoy tu reinado de maldad se acabará.

—Descendiente de Carlos Castilla. —La prisionera pegó una sonora carcajada—. No me esperaba menos de ti, usando a los Elementarios contra mí, ¿qué diría tu bisabuelo?

Alma crispó los dedos de su mano derecha y de la boca de Susana comenzó a salir sangre. Pero antes de que pudiera continuar atacándola, un puntazo en su cabeza, junto a un mareo repentino le hizo perder el contacto visual y caer de rodillas al piso exhausta.

Esto aprovechó Susana para volver al piso.

—¿Sabes, querida? —dijo levantando a su atacante del cabello—. Esta vez te daré ventaja, solo porque me caíste bien y tienes talento.

La empujó, haciendo que resbalara por el suelo un trecho. Alma, al levantar la mirada, vio a la mujer amenazándola con sus colmillos, su rostro estaba desfigurado en una mueca macabra y bajo sus ojos se le marcaban unas negras venas que le daban un toque espectral.

—Corre por tu vida —susurró sin dejar de mostrar sus colmillos—. Sé que estás agotada y no podrás usar tu magia sin esto. —Mostró una varita—. Ahora, corre, antes de que me arrepienta de darte esta oportunidad.

Alma miró a Epitafia, quien aún permanecía atada, esta le movió su cabeza de forma afirmativa.

—¡Alma! —le gritó desde las alturas—. ¡Huye!

Entonces se paró y echó a correr por las sendas del bosque. No podía creer que teniendo el poder para desatar a su prima, no lo hizo, ¿cómo lo olvidó? Si lo hubiese hecho, podrían haber luchado juntas, pero sus ansias de poder le cegaron haciéndole creer que ella sola podía enfrentarse a Susana. Gran error.

Mientras corría, se encontraba con los cuerpos inertes, tirados sobre el suelo, de sus colegas. Sabía que esto ocurriría, se lo dijo a Epitafia, le contó su premonición, pero ella, obstinada, no la escuchó y ahora pagaban por su tozudez.

Pronto, escuchó una risa infantil que salía de entre los árboles, sintió que la observaban y perseguían, pero no lograba ver a nadie.

En ese instante, su adrenalina estaba al máximo y pudo sentir el cosquilleo de la magia subiendo por su columna vertebral, hasta llegar a la punta de los dedos de sus manos. Justo en ese momento, Susana le cayó encima, hundiéndole sus colmillos en el lado izquierdo de su cuello, sintiendo una succión, seguida de un dolor intenso y quemante en todo su cuerpo.

«No te resistas —escuchó en su mente—, solo así dejará de doler».

Alma pegó un grito desgarrador y su atacante salió disparada en dirección opuesta con una estaca clavada en su pecho.

Ella se levantó, tocándose el lado herido con la palma de su mano derecha.

—¡No te lo permitiré! —chilló enojada.

—¿Y qué harás? —Susana se levantaba con la estaca aún clavada en su pecho—. ¡Invocar nuevamente a los Elementarios! —Rio, alzando sus brazos—. No me hagas reír, ambas sabemos que eso te debilita.

—¡Ah!

Alma dio un paso al frente, apoyando su peso en la pierna que dejó atrás y extendió ambos brazos con sus palmas abiertas. Haciendo que la vampira quedara en medio de un remolino de tierra.

«No me hagas reír —escuchó en su mente—, esto es una cosquilla para mí».

El viento se disipó y la vampira no estaba por ningún lado.

De pronto, percibió unos brazos que la sostenían con fuerza desde atrás, seguido de una mano tapándole su boca, junto a algo dulce y quemante bajando por su garganta.

—No más juegos, Almita, querida.

Dicho esto, le dobló el cuello, dejando caer su cuerpo sobre el piso.

—Ar, llévatela —le ordenó a uno de sus secuaces vampiros. El cual acababa de descender a su lado.

— Capítulo 2 —

Corazón herido en reconstrucción

Una niña de cabello castaño rizado, tez blanca y ojos azules se levantaba de su cama y, sosteniendo un oso de peluche en una de sus manos, salía de su habitación, caminando por un largo pasillo hasta llegar al comedor de la casa, en donde se encontraba un hombre sentado en una silla sosteniendo su cabeza con ambas manos, mientras se balanceaba sobre sí mismo.

 

—Déjame en paz, déjame en paz —repetía en un susurro—. No lo haré, no...

—Papá, ¿cuándo regresará mamá? —le preguntó con su voz infantil—. La extraño.

Al escucharla, el sujeto la miró y toda su angustia desapareció.

—Luz, querida. —Le sonrió—. Tu madre volverá pronto.

—La extraño —aseguró—. Ya lleva mucho tiempo sin regresar.

El hombre se acuclilló a su lado.

—Querida, mamá, tenía unos asuntos que resolver, pero, desde donde esté —la abrazó—, sé que nos ve y jamás te olvidará.

La levantó entre sus brazos, retomando el camino de regreso a su cuarto.

—Ahora, debes dormir.

—Pero mamá…

—Mañana vendrán tus tíos, así que debes dormir para que puedas recibirlos de buena manera, ¿entiendes?

En ese momento la arropaba bajo las mantas de la cama. Seguido de un beso en la frente.

—Duerme, cariño —le sonrió—, todo estará bien.

—No me dejes. —Lo retuvo desde una mano, cuando él le daba la espalda—. No quiero estar sola. Me hace falta mamá, ¿a ti no, papá?

—Por supuesto, cariño. —Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro—. También la extraño.

La niña comenzó a llorar.

—No, no cariño. —Le secó las lágrimas con sus dedos—. No llores. —La abrazó—. ¿Sabes?, esta noche me quedaré contigo, tranquila.

Se acomodó en un espacio del lecho, mientras la consolaba, acariciándole su cabello con una mano y con la otra la retenía en un abrazo.

Al día siguiente, apenas Luzbella despertó, buscó a su padre con la mirada por toda la habitación sin encontrarlo. Entonces, se levantó y en el pasillo fue interceptada por una mujer de aspecto juvenil que solo tenía delineados los párpados con un fina línea negra y sus tupidas pestañas encrespadas le daban un toque sofisticado a sus pupilas color miel, sus labios eran de un rojo intenso y combinaban con sus pómulos siempre rosados y su nariz celestial. Su cabello negro azabache era de un liso perfecto y brillante. Esta, al verla, se le acercó y la levantó entre sus brazos, llevándola de regreso al cuarto.

—Tía, ¿qué sucede? ¿Dónde está papá?

La mujer solo la miraba con un deje de tristeza y preocupación, sin articular palabra alguna.

«1 de enero de 1825:

Desde que mi madre nos dejó, mi vida cambió radicalmente. Mi padre no soportó su abandono y terminó bajo tierra en poco tiempo.

Aún no logro comprender las razones, por las cuales me dejó sola si él sabía que era la persona más importante en mi vida. Estoy segura de que juntos podríamos haber salido adelante, si tan solo no se hubiera cerrado en sí mismo, pero él decidió eso, yo era muy pequeña y no entendía mucho lo que sucedía.

Desde ese momento y hasta ahora he vivido con mis padrinos. En un inicio, tío Manuel me aceptaba por completo, o al menos eso parecía, pero creo que siempre me ha tenido recelo, hasta el punto de descubrir mi verdad, la realidad que mi tía Marcia le ha ocultado por temor a su rechazo.

¡Hoy es ese día espantoso!; si supieras el caos que se ha formado en casa. La reacción de mi tío no fue la esperada, solo se quedó sentado, sin pestañear, no movía un músculo mientras mi tía lloraba. No supe qué hacer y aún no sé cómo enmendar este problema. Me siento horrible porque entiendo que esta situación es absolutamente culpa mía. Por mi causa este matrimonio se ha ido desarmando y no quiero que se rompa definitivamente, por lo que me siento en la obligación de hacer algo, el problema es que no sé qué...».

«2 de enero de 1825:

Día nefasto, la tensión se deja sentir en todo su esplendor. Don Manuel no nos dirige la palabra, es como si no existiéramos para él, eso duele, pero, de igual modo, lo comprendo ¿quién es capaz de soportar esta verdad? En estos tiempos es un completo tabú y si él me acusa a la Santa Inquisición terminaré en la hoguera, estoy completamente en sus manos».

—Luz, mi vida, ¿qué haces despierta a esta hora? —Marcia acababa de entrar en la habitación, cerrando la puerta al instante—. Creo que no es buena idea escribir sobre lo sucedido.

—Tía —dijo la niña abrazándola—, lo siento, en verdad, me siento terrible por todo esto. Desde que llegué a este hogar, sus vidas han ido empeorando.

—No, no te culpes. —Sonrió, separándola de sí—. Este matrimonio ya venía en picada desde mucho antes que llegaras. —Le acarició el cabello—. Luzbellita, eres mi única sobrina y, por tanto, debo velar por tu seguridad; si Manuel te delata, no dudaré en esconderte, eres muy pequeña para vivir tantas atrocidades en tan poco tiempo. —Suspiró—. En verdad, lo siento, pero el que no hayas podido controlar tus poderes hizo que sospechara y, como ves, lo descubrió —prosiguió al ver la cara de reproche en su sobrina—. No es tu culpa, sé que esos dones, con mucha práctica, se logran controlar y yo no soy, precisamente, la persona adecuada para enseñarte. Ese fue el problema, confiemos en el buen criterio de Manuel.

—Desearía que mamá estuviera aquí —lloriqueó Luzbella—, ¿por qué se fue?, ¿por qué no regresa?, ¿por qué nos abandonó?

—Mi pequeña, ella no te abandonó —la recostó bajo las mantas de la cama— y esté donde esté, estoy segura de que te recuerda y cuida. Por los motivos que se haya ido no debes juzgarla, ya que doy fe de cuánto te quería; el dejarte debe haber sido muy doloroso para ella.

Cuando logró tranquilizar a su sobrina, consiguiendo que se durmiera, se retiró a sus aposentos, al entrar encontró a su esposo mirando por la ventana. Entonces contempló aquel pálido rostro alargado de nariz griega y profundas pupilas grises con destellos azules que le habían cautivado el día en que se conocieron. En esos años su cabello negro estaba más largo y ondulado, ahora, en cambio, lo mantenía recortado al casco. Suspiró, recordando con añoranza ese primer encuentro con Manuel que le había parecido tan raro, pero a la vez incitante al sentir esa conexión especial a primera vista, mejor dicho a primer encuentro con el suelo, ya que ambos eran muy torpes en ese tiempo.

—Marcia —la llamó, sin mirarla, pues contemplaba la luna amarillenta que se dibujaba en lo alto del cielo—, esa niña ha destruido nuestras vidas.

—No la culpes, ella no es la responsable —resolló con seguridad—; no nos veamos la suerte entre gitanos, sabes bien que es debido a que no soy fértil.

—¡Marcia! —exclamó escandalizado, mirándola al instante—, sabes perfectamente que aun así te acepté.

—De igual modo, sé que pretendías terminar este matrimonio antes de que Luzbella llegara a nuestras vidas —apuntó firmemente—. Admite que lo pensaste, ¡vamos!, si todo hombre quiere perpetuar su apellido y con una mujer seca como yo, no se tiene futuro.

—¡Marcia, basta! —levantó el tono de su voz—. Yo me casé contigo porque te amaba, sabes que no fue un arreglo entre familias, como es la costumbre. No deberías siquiera dudar de mi amor.

—Pero ¿y ahora? —preguntó la mujer inquieta, como esperando una respuesta negativa—, ¿aún me pertenece tu amor?

—Marcia —susurró con ternura extendiéndole una mano—, a pesar de esto y de todo lo que pueda suceder, te seguiré amando. Nuestro matrimonio terminará cuando nuestras vidas juntos sean intolerables y eso no ha sucedido, ¿o sí?

—No —contestó, aceptándole aquella mano—, entonces, ¿qué pasará con mi niña?

—Lo he pensado mucho —la abrazó—, se quedará en esta casa hasta el día en que contraiga matrimonio.

—¡Oh! —Lo abrazó con fuerza, mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas—. Gracias, muchas gracias.

—Sé lo que significa esa niña para ti, si hiciera lo correcto, te haría sufrir enormemente —le acarició el cabello con los dedos— y te amo demasiado, además, no soy tan ruin.

«3 de enero 1825 3:15 de la mañana:

Fingí estar dormida para que mi tía se retirara, ya que quería estar sola, pero la verdad es que la soledad me mata. Por otro lado, no puedo dormir, ya que el solo hecho de pensar en mi futuro, me espanta.

Ojalá don Manuel tenga compasión de mí, ruego al cielo que esto se solucione pronto y no me vea cocinada en las brasas de una hoguera.

4:20 de la mañana