Buch lesen: «La nostalgia de los sentidos»
LA NOSTALGIA DE LOS SENTIDOS
Manual de dramaturgia testimonial
Primera edición electrónica: junio 2020
ISBN: 978-607-9281-91-5
© Conchi León
© Gilda Consuelo Salinas Quiñones
(Trópico de Escorpio)
Empresa 34 B-203,
Col. San Juan
CDMX, 03730
www.gildasalinasescritora.com FB: Trópico de Escorpio
Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento de los autores.
Distribución: Trópico de Escorpio www.tropicodeescorpio.com.mx FB: Trópico de Escorpio
Diseño gráfico: Karina Flores
HECHO EN MÉXICO
Versión eBook:
Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva
DEDICATORIA
Cuando todo se va al infierno, la gente que está a tu lado sin vacilar es tu familia. Jim Butcher
“La sangre nos hace parientes pero
la lealtad nos convierte en familia”.
Para mi familia teatral: Oswaldo
Ferrer, Addy Teyer, Lulu León, Susi
Estrada y Esaú Corona, la familia
que el teatro me regaló y que en los
últimos años ha iluminado mi vida y mi
teatro. Para Raúl Niño, mi hermano;
quien nos sonríe desde la estrella
donde ahora habita su corazón.
PRÓLOGO
Dignificar la memoria Zavel Castro
Tienes entre las manos un libro de teatro que trasciende, con creces, su objetivo. Conchi planeaba recoger en él los principios para la creación de obras basadas en vivencias personales, ya fueran experiencias propias o de quienes quisieran confiarle algún aspecto de su vida. La intención de compartir estos saberes cosechados durante largo tiempo era manifestar su punto de vista sobre el género testimonial, así, las lectoras y potenciales dramaturgas podríamos comprender mejor la manera con la cual nuestras anécdotas pueden entretejerse y resultar en una dramaturgia conmovedora. ¿Quién mejor que esta escritora yucateca para enseñarnos cómo hacerlo, si su impronta artística es precisamente la conmoción que sacude y acaricia? ¿Quién mejor que una mujer con una generosidad dispuesta para que su conocimiento empírico sirva para el aprendizaje de quienes la siguen y suceden?
Esta primera intención de constituir una especie de instructivo personal para la elaboración de obras testimoniales, pronto se reveló como una fuente en el descubrimiento de algo mucho más sustancioso que la simple enumeración y glosa de fundamentos. En primer lugar, este libro reafirma la condición ilusoria de la documentación de la realidad, pues, como bien dice su autora, únicamente conservamos rastros de nuestra existencia mediante la reinterpretación de nuestros recuerdos, dicho de otro modo: los únicos momentos que podemos conservar son aquellos que evocamos. De tal suerte que no hay tal cosa como la recopilación de vivencias, sino de las ficciones que nos hacemos sobre lo que vivimos.
El poder de la ficción es apabullante, muchas veces nuestra capacidad de invención supera la experiencia misma, tanto que algunos de nuestros mejores recuerdos, quizás los más bellos o los más dolorosos, solamente ocurrieron en nuestra imaginación. Sin importar si las cosas fueron, en efecto, tal como las rememoramos o si son producto de nuestra fantasía, el recuerdo que nos hacemos de ellas son la materia prima para este tipo de escritura.
Precisamente una de las mayores enseñanzas sobre la creatividad y la memoria que nos ofrece este libro, es aquella que manifiesta la potencia de la añoranza y del efecto nostálgico que algunos recuerdos ejercen sobre nosotros. Solo aquellos que demandan la recreación de nuestros sentidos, esos que podemos oír, tocar, oler y degustar con la simple aparición en nuestra memoria, pueden constituirse en material dramático, porque solo ellos han sido capaces de resistir las embestidas del olvido, porque solo ellos han dejado huellas sensibles en nuestro ser. Los recuerdos que nos punzan o que nos reconfortan son aquellos que guardan un significado especial en nuestra vida.
Si bien esta obra trata en detalle la significación de la memoria, aborda un asunto (a mi parecer) más importante, al enfatizar la urgencia de su dignificación. Es en este sentido que la obra trasciende su objetivo y deviene en un tratado sobre ética teatral, una cuestión a la que es necesario volver una y otra vez, dadas las condiciones de nuestra época, caracterizada por un afán de protagonismo y por el deseo de figurar lo más pronto posible, muchas veces a costa de los principios humanitarios.
Las necesidades de pertenencia y reconocimiento impelen a muchos creativos a consolidarse mediante el oportunismo, hablando de los “temas importantes” del momento, aun cuando no han sido afectados honestamente por las problemáticas. Con esto no me refiero a que hayan sido víctimas directas de los conflictos sociales y culturales que abordan, sino de que la elección de los temas de sus obras no ha sido consecuencia de una inclinación y comprensión empática y que su tratamiento no ha obedecido a un efecto sensible ineludible, como una preocupación que no cesa y que provoca una toma de postura mediante el tratamiento artístico.
A lo sumo y constantemente, este efecto es fingido y guarda como única intención, el asegurarse un lugar en el sistema. Frente al estado de las cosas, es preciso cuestionar la manera en la que la dramaturgia puede explorar la vida de las personas desde el teatro sin fines utilitarios, sin que el oportunismo se sobreponga a la dignidad de las personas, sin que los intereses del autor sean más importantes que los intereses de quienes brindan sus testimonios para la creación dramática, ¿Cómo cuidar el recuerdo del otro? ¿Cómo no hacer de la experiencia ajena un objeto de consumo espectacular? ¿Cómo alejar a los creadores teatrales de la tentación especulativa? ¿Cómo dignificar la memoria?
Gracias a los valores que la soportan, a su admirable capacidad intuitiva, su audacia y al don de escuchar que heredó de su abuela, León estableció muy pronto en su carrera, algunas máximas para abordar los testimonios confidenciales cuyo estremecimiento la incitaba a su traducción dramática, siendo el principal honrar el acto de confianza que representa el hecho de que una persona le confíe su intimidad a otra.
Esto implica velar por el corazón del confidente, procurando siempre que la obra que se escriba a partir de sus testimonios no se burle de sus emociones, que no sea humillante, que su tratamiento no dependa del morbo sino de la comprensión y de la compasión, que no lo victimice pero tampoco lo culpe, que lo muestre en una complejidad fascinante, que repare en su condición humana pendiente de su inclinación al error y su derecho a seguir adelante.
En una conversación que tuve con la autora, me compartió que siempre tuvo presente que las personas quienes le abrían el corazón podrían ir alguna vez a ver las obras en las que su vida se representaba, ella debía ofrecerles una experiencia agradable, por tanto no iba a permitir que esta las avergonzara o las hiciera sentir expuestas. Su postura frente al teatro testimonial es la de una creadora para quien la escritura es un acto de cuidado, una mujer excepcional que siente el compromiso de proteger los recuerdos confiados, alguien con la sabiduría para entender que cuando alguien le cuenta una historia está entregando un pedazo de su alma y está abriendo una herida para que Conchi pueda entrar en ella y explorarla, sentirla y convertirla en teatro, que eso es algo sagrado y por ello demanda una retribución justa con la creación de obras que estén al nivel de ese acto de amor.
La etimología de la palabra “manual”, la define como “algo que se lleva de la mano”. Ninguna acepción podría haber resultado más adecuada para referir la metodología de esta autora, pues con esta guía, sentimos cómo nos toma de la mano y nos lleva hacia una exploración del teatro a través de la vida y de la vida a través del teatro.
Conchi nos envuelve en recuerdos devenidos de imágenes, imágenes que transmiten emociones y nos acercan a universos únicos y entrañables, a nuevos mundos en los que podemos establecer vínculos que sanen nuestros dolores, un lugar donde podemos sentirnos seguras y en el que nuestros recuerdos son tratados con amor y cuidado, un teatro digno.
1. EL TEATRO
Cuando tenía cinco años mi mamá me llevó a un Centro Cultural a estudiar ballet. Mi sobrepeso le preocupaba y pensó que con unas clases podría adelgazar. La maestra era una mujer muy amorosa. Se llamaba Nicte Ha, un nombre maya que en español significa “Flor de agua”. Y sí, Nicte Ha era como una flor: pequeña, pero con una capacidad enorme de generar alegría. Sus ojos eran verdes y su sonrisa siempre generosa. Me gustaban mucho los juegos que proponía, pero el ballet, no tanto. Un día pusieron un letrero en el Centro Cultural: Clases de teatro. Inscripciones abiertas. Teatro… teatro. Esa palabra hizo un eco en mí, aunque no entendí por qué. Le pedí a mi mamá sustituir las clases de ballet por las de teatro pero ella se negó. “Tú vas a hacer lo que yo diga porque yo soy tu madre y yo mando, cuando tengas dieciocho años harás tu voluntad, hasta estudiar ‘teatro’, si eso quieres”. Recuerdo que terminaba las clases de ballet y en lo que mi mamá llegaba por mí, corría a escuchar las clases de teatro. El maestro —nunca supe su nombre— dejaba la ventana abierta, y yo escuchaba sus instrucciones, él les pedía a los alumnos usar la imaginación, yo imaginaba desde afuera, sentía ganas de asomarme y decir: maestro, yo puedo hacer eso. Pero sabía que recibiría un castigo de mi madre por meterme donde no me llamaban.
Pasé mucho tiempo en la ventana de las clases de teatro. Por fortuna el maestro siempre dejó la ventana abierta. A veces pienso que él fue mi primer mentor. Me gustaría conocerlo y contarle esta vieja historia, pero no sé si para él tendría algún sentido. Los recuerdos de nuestras primeras clases de teatro, de nuestras primeras actuaciones, no suelen tener mucho valor “profesional”, pero para nosotros guardan un invaluable significado, por el pánico escénico de la primera vez, los nervios, la adrenalina, por todo lo que no estaba bien, por quien nos miraba en el público, porque nos dolía la panza, porque teníamos ganas de vomitar, porque el primer encuentro con el teatro es inolvidable por muy accidentado que sea.
“Noté el pantalón mojado de mi nieto. ¿Qué te pasó? le pregunté. Con cierta timidez respondió: Me oriné. La respuesta me dejó fría, no había estado ahí para asistirlo. Otro actor se acercó a nosotros dando una explicación de lo ocurrido.
‘Lo vi nervioso, pregunte qué le pasaba. Se había orinado y aún no le tocaba salir a escena. ¡No pasa nada!, le dije. Corre tu bolsa frente a ti, y sal a hacer tu papel, nadie se dará cuenta.’
Y así fue”.
Lucila May Peña. Mérida, Yucatán.
La primera vez
Los recuerdos son una especie de punto de llegada y tal vez sean también lo único que nos pertenece. D.F.
“Recuerdo la primera vez que subí, realmente, a interpretar un papel en un escenario que, además, como era un antiguo cine, tenía una platea capaz de albergar a muchas personas. Cierto que era uno de esos montajes de fin de curso que tanto se hacían en mi época del bachillerato y cierto, también, que a mis nueve añitos hice una breve aparición de enanito de Blancanieves en otro fin de fiesta colegial. Pero de aquello no me acuerdo y, sin embargo, sí de aquel junio de 1968, que mientras se celebraba el postmayo francés yo ensayaba un pequeño papel en la obra Entremés del mancebo que casó con mujer brava, de Casona, basada en un cuento medieval del que, quizás, también se sirviera Shakespeare para escribir La fierecilla domada. Por cierto, obras que desde nuestra sensibilidad actual denotan una fuerte carga machista. Claro que para un adolescente de los 60, lo único que apreciábamos de la obra del bueno de Alejandro Casona era su humor y ligereza.
“Tal vez y ahora desde el recuerdo, mi pasión por el teatro y todas sus múltiples actividades: la actuación, la dirección, la dramaturgia o la gestión, venga de aquella primera vez que me subí a las tablas del Teatro-Cine Alcalá.
“Todo tiene un punto de extrañeza. Yo no tenía ninguna tradición teatral en la familia y, hasta ese momento, mi sueño era ser periodista. Me apunté a ese entretenimiento teatral por dos cosas bien sencillas, el tiempo del que disponía por mi incapacidad de aprobar las matemáticas de quinto curso de bachillerato, lo que me obligó a repetir ese curso, y debido a mi enamoramiento adolescente por la alumna-actriz que hacía la fierecilla.
“Y lo que es la vida, tan sujeta al azar, yo decidí asistir a todos los ensayos del montaje para estar cerca de ella, aunque se me había dado un pequeño y anecdótico personaje del reparto. Y hete aquí que como el destino es caprichoso, pocos días antes del estreno, el alumno-galán protagonista se enfermó. Comunicaron que, lógicamente, había que suspender la representación, pero en ese momento mi osadía no tuvo límite; como en la película Eva al desnudo, cuando enferma la actriz protagonista, yo levanté la mano y dije ‘Yo me sé su papel’. Y forzados por las circunstancias los responsables del colegio no tuvieron más remedio que aceptar la alternativa. Cortaron el pantalón del traje, dada mi estatura, y ajustaron la camisa y el chaleco del figurín, y así de campante, salí por primera vez a interpretar delante de un gentío dada la capacidad de aquel cine-teatro.
“Seguro que aquel día también sentí algo que me acompañó durante los muchos años que ejercí como actor: el miedo escénico. Esa sensación que tienes antes de salir al escenario, con la recurrente idea que se te va a olvidar el papel.
“El azar o el destino hicieron que desde aquel día me apasionara por el teatro y así pasé 45 años viviendo de su práctica. Pero lo que no logré es que la fierecilla-alumna-actriz se fijara en mí más que en la ficción de las tablas. En la vida real no me hizo el menor caso. Vaya lo uno por lo otro, y quizás valga también recordar algo de aquel refrán español… afortunado en el juego (eso es el teatro en parte) desafortunado en amores”.
Guillermo Heras. Madrid, España.
Ejercicio i | Síntesis
Escribe tu biografía en seis palabras.
(Para escribir teatro necesitamos tener capacidad de síntesis) Escribe tu biografía en seis líneas.
(Para escribir teatro necesitamos ser concretos)
Escribe tu biografía en una cuartilla.
(Para escribir teatro siempre necesitamos desarrollar la situación)
El principio
Cuando cumplí quince años mi mamá sentenció: “Tú eres muy tonta para estudiar la preparatoria, vas a reprobar todo. Busca otra cosa que estudiar”. “Teatro, le respondí, quiero estudiar teatro.” Encontré otro Centro Cultural donde las clases eran gratuitas. Unos talleres de actuación y danza me abrieron camino como actriz, actué en muchas obras, la mayoría para niños. Un día fui a una función del comediante más prestigioso de Yucatán, Héctor Herrera “Cholo”, actor extraordinario que parodiaba a los políticos y era muy amado por los yucatecos. En esa época el pan acababa de ganar la gobernatura de Yucatán, la obra se llamaba El pan dulce de cada día.
“Cholo” hacía teatro de revista. En algún momento de la función, una bailarina hacía su entrada con el traje regional y jalaba un poco la parte de debajo de la falda para bailar en puntas el tradicional baile yucateco: la jarana, baile que suele hacerse con zapatos de tacón. El teatro se caía en aplausos cuando ella bailó la pieza completa en puntas de ballet. Miré su sonrisa radiante, ¡era mi maestra de ballet! Volví a encontrarla en el teatro. ¡Cuántas cosas volvemos a encontrar en el teatro! Mi timidez no me permitió saludarla pero la recuerdo siempre. Nicte Ha murió de un cáncer devastador. Dos recuerdos tendré siempre de ella: su sonrisa amorosa en el salón de ballet y su sonrisa radiante brillando en el teatro.
¡Cuánta vida pasa por el teatro, cuánta nostalgia nos dejan aquellos que hicieron camino para nosotros! “Cholo” murió años después. Su lugar sigue intacto en el corazón de muchos yucatecos. Nadie como él; es de los artistas más grandes que he visto en mi vida. Su teatro regional murió con él. Yo hago teatro regional, un teatro distinto al suyo, pero igual permeado por las tradiciones y costumbres de Yucatán.
Recuerdo que me llamaron por teléfono a finales de mayo de 2018: el H. Ayuntamiento de Mérida me había otorgado la medalla Héctor Herrera “Cholo”. Yo me hallaba en la Ciudad de México, pero no dudé en viajar para recibirla. En ese momento estaba distanciada de mi mamá por una discusión familiar. Quería invitarla, que estuviera conmigo en tan importante momento, pero siempre que la invito al teatro, o a eventos que son importantes para mí, ella rechaza esos ofrecimientos.
Llegué a Mérida, la situación familiar seguía muy tensa. No me atrevía a plantear el asunto. Mi hermana estaba ahí, mediando las circunstancias. Mamá dijo que sí, no podía creerlo. ¡Al fin íbamos a compartir un momento juntas! Nos arreglamos desde muy temprano. La ceremonia fue sencilla y hermosa, llena de amigos y sonrisas. Brindé la medalla a mi mamá. Recuerdo que se puso de pie conteniendo las lágrimas, levantó las manos y saludó al público, se me quebró la voz, pero pude continuar con el discurso de agradecimiento:
Dedico esta medalla a mi madre, una mujer que tuvo la visión que transformó mi vida. Mamá, esta medalla también es para usted, no es de oro, pero es de amor. Esta medalla es por los tiempos bonitos, que han sido pocos, pero poderosos, esos en los que cuando niña me llevaba de la mano a mis clases de jarana, de ballet, de inglés —por si algún día viajaba— a mis clases de teatro, porque una infancia en medio de la pobreza extrema, como lo fue la mía, se vio iluminada por la luz del teatro. Gracias al amoroso equipo que me acompaña, mi familia teatral: Addy, Oswaldo, Lulú, Estrella, Salomé, Susi, Fernanda, Ilse y Esaú, gracias por no dejarme sola, porque gracias a ustedes aprendí que es mejor caminar despacio porque se puede caminar con compañía. Yo me regreso a la Ciudad de México, me espera una gira por Brasil y Estados Unidos, les prometo que ahí, en esos otros países del mundo, compartiré con enorme orgullo la sabiduría de mi pueblo y la belleza de nuestro teatro regional, eso sí, la medalla se queda en mi casa, porque donde está tu corazón está tu casa y aunque yo me vaya al fin del mundo, mi corazón siempre estará en Yucatán.
Allá en Mérida, en Paseo de Montejo, hay una estatua de “Cholo”, ahí estuvimos tomándonos fotos con el inmortal, con su alegría y su memoria. Si algún día van a Mérida, no dejen de visitarlo.
Mi verdadera historia teatral
Mi paso por el teatro pudo haber sido únicamente como actriz. Pero mi físico y mi sobrepeso (porque en eso, las clases de ballet no ayudaron mucho) limitaban los personajes que me invitaban a desempeñar. Para esos tiempos empezaba a dar clases de teatro a niñas y niños. Al final del semestre debíamos representar una obra, y las que teníamos a mano a los niños les parecían muy infantiles. Me pedían que les escribiera algo especial, algo como lo que hacíamos en las clases, algo que no fuera bobo y que pudieran actuar más que una abeja, un árbol o una mariposa. Quería darles lo que me pedían, pero no sabía cómo.
La verdad es que siempre sentí la necesidad de escribir, tenía un cuaderno con algunos “poemas” o frases sueltas, no había historias en él. Deseaba escribir teatro, pero mi deseo resultaba complicado, en Mérida era difícil encontrar espacios de formación para un dramaturgo. Empecé a armar obras con el material que tenía a mano. Las obras funcionaban y los niños estaban contentos de actuar una historia pensada para ellos.
Años después vi publicada la convocatoria de un diplomado de dramaturgia. Ese diplomado cambió mi historia y la de muchos de mis compañeros, a quienes hoy veo encabezando las carteleras teatrales de la Ciudad de México. Ahí obtuve las herramientas necesarias para empezar a construir mis rompecabezas, pero algo me hacía falta, lo que escribía era solo un tímido esbozo de lo que registraba mi interior. No entendía cómo o de qué se trataba lo que quería trasmitir. Creo que no tenía nada que decir. Un día, al pasar por una calle, una imagen me detuvo, ahí comenzó mi verdadera historia teatral.