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Al poco tiempo me convertí en uno de esos consentidos, haciéndome de un poder cada vez más grande que hasta me permitía detener el tiempo de las personas y dejarlas congeladas frente a mí para un mayor análisis. Claro que no fue así desde el primer momento. En aquel entonces me puse de pie frente a la gran puerta oscura de aspecto lúgubre, la recorrí con mis ojos detenidamente. Nunca había estado tan cerca de los mortales, pero siempre tuve la curiosidad. Al ser elegido no podía decirles a mis superiores que no iba a cruzar. Tuve que hacerlo aunque era un neo todavía, alguien nuevo, pero desde lo más profundo de mis entrañas podía sentir el gran deseo de dar ese paso, para mezclarme con esos y medir mi capacidad, comprobar con mis propios ojos su debilidad, su asquerosa cobardía. Los de mi tipo no teníamos temores y no tenía que ver con la fuerza oscura ni el poder concedido por los siete máximos desterrados, era algo que nacía en mí. La seguridad de saber quién era yo y lo que quería hacer. Bueno, era lo que yo creía en ese momento, me creía indestructible, omnipotente, perfecto y con todas las habilidades para dar mis pasos firmes igual que los demás oscuros e incluso, en mi egocentrismo, diría que hasta mejor que muchos de ellos.

Antes de ser llamado al salón de cortinas doradas y que me encomendaran la creación y administración de una nueva sede de Nocturnal, tuve una extraña sensación, la misma que sentía cuando veía cruzar la luz por esa puerta de cien metros que conducía al intermedio y por la que todos teníamos prohibido pasar a menos que nos fuera encomendado. Esa puerta y esa luz, la luz del sol, la del mundo humano. Todo lo que había detrás de esa puerta llenaba los deseos de todos los que estábamos de este lado. Tras esa puerta estaban los objetivos más preciados: aquellos que eran diferentes a nosotros, los débiles. Ahí radicaban mis inquietudes, en ellos y sus características tan amplias. Nosotros éramos todos iguales y ellos eran todos diferentes. Y para mí, que era un neo, era un desafío no caer en sus encantos, ese era mi trabajo, ellos debían caer en los míos. No. Errar en esto significaría ser el hazmerreír de los antiguos para siempre. Yo les decía los antiguos porque estaban ahí desde el inicio de la guerra de antaño. Contabilizábamos nuestra antigüedad desde el año cero después del destierro, aunque en realidad no teníamos edad y nos diferenciábamos por jerarquía igual que lo hacían arriba los del plano superior. Como ya dije, antes de ser enviado al intermedio fui un neo, el nivel más bajo de los de nuestra clase, después había una clase denominada los salvajes por debajo de mí, perteneciente a una categoría que nunca ascendería; ellos no tenían permitido acercarse a la gran puerta ni mucho menos cruzar hacia el otro lado, eran imposibles de domar y su liberación implicaría muchos problemas para todos, incluyendo castigos que podrían durar siglos o milenios o, en el peor de los casos, el advenimiento de un nuevo apocalipsis. Y nadie quería una guerra con los de arriba otra vez. Se había firmado el pacto para eso. Para evitarla. El pacto infrangible tenía que ver en parte con lo expuesto arriba, los riesgos de cruzar los límites al pasar al otro lado de la gran puerta, la promesa de mantener a los salvajes lejos del plano intermedio y de movernos nosotros con conducta.

Basta de clases de historia, de eso ya hace tanto. Nocturnal funcionaba y mi labor había elevado mi jerarquía. A mayor jerarquía, mayor poder. Y lo tenía merecido. Estuve conviviendo con la humanidad, algunas internaciones por descuidar mi alimentación y mezclarla con la comida mortal, descuidos que tuve al principio por depender de inútiles. Pero nada que no fuera solucionado a la máxima brevedad, convertí en mi consejero y cocinero particular a Can, quien fácilmente se volvió una extensión de mi cuerpo, a donde iba yo, estaba él.

Admito que luego de un tiempo todo se volvió monótono. Deseaba tanto que alguien me desafiara un poco que mi pedido tomó forma y desde hacía tiempo esperaba que apareciera en carne y hueso frente a mí. A veces pisaba mis talones o andaba cerca, escabulléndose en mi club, poniendo a todos mis empleados nerviosos e incómodos. Claro que era desagradable para todos, según Tony, todo en él era diferente y detestable y ya quería verlo.

Hizo detener la fiesta en medio de la madrugada solo con su presencia, la música de rock siguió sonando al ritmo de las diferentes luces que se volvían locas en un zigzag interminable y repetitivo, pero las personas que bailaban excitadas en el medio de la pista y las que estaban sentadas en las mesas redondas se habían detenido y no voló ni una mosca en ningún rincón del lugar, toda la escena se vio como una cinta pausada. No necesité abrir la última puerta hacia el salón principal del bar para sentirlo cerca.

Cuando mi mano se apoyó en la madera y ejerció presión para cruzar, mis ojos negros enrojecieron casi saliéndose de su órbita y solté el cigarro débilmente ante su presencia, era más abominable de lo que imaginé. El momento finalmente había llegado. Nos íbamos a ver en persona. Hablo de ese sujeto con el que todos los antiguos administradores de Nocturnal tuvieron que tratar, su fama lo precedía, por lo que tenía inquietud, pero me había preparado para lidiar con su juego de sonrisitas y miradas compasivas. Me detuve tras dar un solo paso, todavía teníamos más de medio salón separándonos, pero él me veía y yo lo veía a él. Sus ojos parecían los de un infante de dos años, demasiado grandes y profundos, que aniñaban su aspecto produciéndome el doble de repulsión y estaban fijos en mí sin importar la oscuridad y las luces del bar. Bajé la cabeza y corté el contacto visual inmediatamente, él podía leer mis pensamientos por lo que mi técnica del engaño sería en vano al igual que mi cara de póker. No importaba cómo lo mirase, él me leía y yo a él. Siempre sería así y era una verdad y un hecho que ninguno de los dos podría cambiar jamás. Entonces entendí la desesperación de Tony que todavía estaba detrás de mí temblando como una hoja de papel y respirando entrecortado como si quisiera romper en llanto:

“Débil, dejá de avergonzarme”.

Fue lo primero que pensé mientras el aura de mi lacayo se opacaba a mis espaldas empequeñeciéndose y rogando sin palabras que le diera vuelo para ir a ocultarse en el rincón más inhóspito y oscuro del edificio. Y entre dientes le balbuceé que llevara a nuestro despreciable invitado no deseado a mi despacho. Inmediatamente di la vuelta y regresé por el pasillo de luces verdes y rojas, pero esta vez a un paso más acelerado dejando una estela de furia en el aire que hacía temblar el porcelanato, los retratos en las paredes y los cristales de las arañas que acompañaban mi paso con luces intermitentes desde el cielorraso. Sabía que había llegado el momento de sentarnos a medir fuerzas. Él intentaría persuadirme amablemente y yo intentaría despacharlo descortésmente. Ya sabíamos de antemano lo que pasaría en nuestro encuentro, éramos dos astros a punto de eclipsarse. La determinación que pusiera cada uno en su actitud y temperamento estaba por definir quién eclipsaría a quién.

Apoyé ambos codos en mi escritorio como soporte de mi cara mientras el resto de mi cuerpo se preparó para relajarse en la comodidad de mi sillón y así aguardé a mi invitado, paciente. Samuel y Can se sentaron en un largo sillón de terciopelo a metro y medio de mí, junto a la ventana que daba a la ciudad dormida. Allí en las cortinas Nadín veía hacia afuera con una sonrisa perversa que provocó mi ira, supe al instante lo que estaba haciendo, solo debía afinar mis oídos hacia la calle y oír los gritos y el pleito de un grupo de personas. Acomodé mi garganta dos veces a modo de reproche y la sonrisa de la arpía desapareció, lo mismo que el quilombo que provenía del otro lado de la ventana. La coqueta buscapleitos me miró de reojo y se fue al sillón molesta. No era un buen momento para jugar de esa manera. No transcurrieron diez segundos de eso que Tony hizo pasar a nuestro invitado y así como este entró, mi empleado desapareció tras la puerta cerrada. El infame no se movía, revoleó los ojos por todo el despacho mientras ponía sus manos en la cadera con aires de grandeza en un intento de inquietarme.

¿Quién se pensaba que era? O mejor dicho... ¿Cuánto tiempo pensaba que iba a soportar su presencia? Todo en él me causaba vómito, sus ojos sin temor, su ropa de adolescente rebelde, jeans y campera de cuero mientras afuera hacían 25º y dentro de este lugar quizás 30º. Pero lo que más odiaba de él eran esas enormes y ridículas alas blancas en su espalda que lucía orgulloso y que solo los no mortales podíamos ver.

—Generalmente no recibo a nadie sin una cita previa –dije obligándolo a mirarme. Luego de conseguir su atención extendí una de mis manos que aún sostenían mi rostro y le hice un gesto para que tomara asiento y termináramos lo antes posible–. Pero Los de arriba tienen privilegios y... ciertamente ya quería sacarme de encima este primer encuentro –agregué en voz baja cargando mi desprecio, pero no logré inquietarlo. Él se acercó a mí y sus alas desaparecieron, era un truco berreta que le gustaba hacer cuando alguno de nosotros tenía el infortunio de encontrar a los de su clase, cada vez que se ponía nervioso o se molestaba las alas aparecían moviéndose tras él, amenazadoras. Se sentó mirando al trío en el sillón, quienes no dejaban de verlo. Yo examiné lo mejor que pude esos segundos de silencio, estiré mi cuerpo hacia atrás y mi cabeza encontró comodidad en el respaldo, entrelacé mis dedos sobre mi estómago y seguí mirándolo con una sonrisa congelada–. ¿No es un poco tarde para los niños? ¿Qué haces fuera de la cama, Gabriel?

—Es tarde. Sí –respondió y puso sus enormes ojos de cachorro sobre mí. Su voz fue tan dulce como me lo habían dicho, por lo que contuve el vómito en mi garganta. Ya me había topado con gente amable. Siempre me daban ganas de vomitar. Su amabilidad se opacó con lo que dijo a continuación–. Pero es la única hora del día en que puedo visitar a las ratas de la ciudad. Ustedes duermen cuando sale el sol. Y ya no podía esperar a darte la bienvenida al Intermedio. Quedarse en este lugar permanentemente debe representarte todo un desafío, digo, por el sol, las mariposas, las personas. Todas esas cosas hermosas llenas de vida y luz.

 

—A veces sale un trabajito de día –dije y proseguí–. No lo malinterpretes, el tema del sol es algo ideológico, lo detesto pero no me afecta. Mi trabajo y mi mundo me llevan a la noche, cuando las criaturas oscuras salen... Y cuando digo “criaturas oscuras” no hablo específicamente de nosotros. Y ahora estamos trabajando. Así que...

—Isaías... –susurró Gabriel y sonrió–. Sabés que con Nocturnal estás violando el tratado. El contacto estrecho que hacen con las personas no es lo acordado. Y... también sabés que me muero de ganas de venir a cerrar este lugar desde que lo abrieron

—Te morís de ganas... te morís de ganas... –susurré casi en cámara lenta y el brillo de mis ojos logró por fin tener su absoluta atención–. ¿Qué estás esperando? Por favor, morite de una buena vez. –Nos miramos por un lapso de diez segundos. Ninguno parpadeó, así que continué, pero con un tono risorio y bajo–. ¿Nosotros violando el tratado? –Lo miré fijo y no pude evitar esbozar la sonrisa contenida. No tenía pruebas, solo era un deseo suyo, como bien lo expresó, desde que abrimos. Fue casi imposible detenerme y la sonrisa rápidamente se tornó en risa ante su estúpida excusa. Mi gesto fue acompañado por una sonrisa en los labios de Nadín y Can desde el sillón, siempre fieles seguidores de mi humor en tanto que Samuel fue imparcial y solo participó como oyente mudo. Pero el rostro de Gabriel continuó sonriente sobre mí y estaba empezando a incomodarme–. Este es un club nocturno. Las personas vienen a beber, a consumir nuestros productos y a cumplir sus fantasías. Nadie es obligado a nada en este lugar, Gabriel. Así es como trabajamos. Siempre fue así, desde hace miles de años que funciona de esa manera. No forzamos a nadie, no matamos a nadie. Retiramos las drogas del club. Fue lo primero que hice cuando llegué a reemplazar a mi colega, pero por un tema legal, no porque lo hayas exigido un tiempo atrás al antiguo administrador ni porque... sea blando. No malinterpretes mi accionar con una actitud benevolente. Tu visita y tu intento de intimidación me halagan, pero no es suficiente para que me tiemblen las rodillas. No quiero que cierren mi club por un ridículo malentendido entre nosotros dos. Cuando vengas con cuestiones concretas y no deseos personales, haremos más extensa nuestra reunión. Ahora... tengo cosas más importantes que hacer.

—Eso importante que hacés, querido usurero de la oscuridad, es lo que debés parar de hacer.

—Así no funciona, Gabriel. Vos les podés susurrar que la eternidad de arriba es maravillosa, yo les susurro que acá y ahora puede ser aún mejor y que no tienen que tener miedo, solo tienen que abrazar la oscuridad que cargan. Miralo como una limpieza, les ahorramos a ustedes los destierros que les gustan hacer. ¿Acaso no dicen los 7 Máximos de la Luz que solo los dignos subirán? Los no dignos son míos y el pacto infrangible es muy claro y estricto en eso.

—Los envenenás, Isaías. –Gabriel habló con seriedad esta vez y su tono cortante fue un alivio para mis oídos, creí por un momento que yo sería el único incómodo, pero mi invitado estaba empezando a sentir picazón. Lo vi en sus enormes ojos de niño bueno

—Nooo –interrumpí inmediatamente haciendo extensa la terminación de la palabra, quise virar su tono–. Les hago realidad sus deseos. Pero si están hechos de soberbia, les saco la máscara.

—Pueden arrepentirse y salvarse. –La voz de Gabriel retumbó en el silencio atroz de la habitación, por un momento la sentí en forma de eco, y se debía a que estaba disfrazando su súplica furtivamente. ¿Si lo noté? Por supuesto que sí. Y lo dejé seguir con su ruego sin quitar mis ojos y mi sonrisa de él. Gabriel siguió en el mismo tono patético como lo imaginé–. Vos no les decís qué pasa después abajo. Y no solo eso. Acortás su estadía en el intermedio y los inducís al final, lo que está volviendo loca al área de Destino y después vienen a volverme loco a mí.

—Bueno, creo que cada uno usa sus tácticas lo mejor que puede y nosotros estamos haciendo un trabajo interesante. Somos más rápidos que ustedes y no tan ingenuos diría yo. Nosotros podemos mentir, ustedes enferman y se debilitan si lo hacen. Pero... reglas son reglas y no las hice yo. –Sonreí conforme ante mi inminente minivictoria. No teníamos mucho más de qué hablar y la verdad ya quería que se fuera de mi vista–. Agradezco que hayas venido a recordarme de tu patética existencia y me alegra haber servido de patada en el trasero para traerte a la realidad. Ahora... sigamos cada uno por su lado y si te vuelvo a ver entrar a mi club e interrumpir mi jugada de póker por cosas tan insignificantes como estas… te juro que aceptaré con gusto un siglo de castigo encerrado en una caja color rosa llena de luz y mariposas cantoras con tal de arrancarte esas insípidas y repugnantes alas con mis propias manos y dientes.

—Estás perdiendo la cortesía que caracteriza a tu clan –susurró Gabriel y volvió a sonreír sin que mis ojos que ya estaban rojos y destellantes lo intimidaran–. Las alas solo son simbólicas ante tus ojos y lo sabés muy bien. Están, pero nunca las vas a poder tocar. Es como el alma. Está fuera de tu alcance, Isaías... Si no te la entregan por voluntad propia... Por lo que tus deseos oscuros de torturarme nunca se cumplirán, dejá de tenerlos. Gastás tu energía en vano. –Se levantó y se acomodó la campera con una sonrisa grande en el rostro–. Pero no empecemos con el pie izquierdo. ¿Te gusta mi campera nueva? Me la puse solo para venir a verte, a pesar del calor. Quería causarte una buena impresión… Y vos me querés impedir mi ingreso. Eso me hiere. “La casa se reserva el derecho de admisión” no debería aplicar para nosotros. Recordá que nuestros trabajos están entrelazados. Voy a entrar todas las veces que necesite verte y vos me vas a recibir todas las veces que venga... “Porque los de arriba tenemos privilegios”. –Gabriel me miró con un gesto simpático, de esos que le gusta hacer cuando se queda con la última palabra. Lo había conseguido, el bastardo me dejó sin palabras. Se dirigió a la puerta y giró a vernos a todos, sosteniendo por un poco más de tiempo la vista sobre Samuel en alguna conversación silenciosa de miradas y reproches latentes y antiguos de la que era espectador por primera vez. Luego dirigió sus ojos hacia mí con un gesto amargo y diría hasta algo triste–. Nos estamos viendo pronto, caballeros, señorita.

Bien. Se había ido, fue un empate. No dejé que cerrara Nocturnal, pero él sí cerró mi boca. Y para colmo, mi martirio no terminó ahí, porque las palos en mi rueda no paraban de aparecer como si se hubiesen puesto de acuerdo para agitar la noche. Y fue cuando Gabriel desapareció en el pasillo de luces verdes y rojas que la silueta de Tony se asomó en cámara lenta sin cruzar al interior del despacho. Sus ojos temblorosos que apenas aparecían tras el marco de la puerta me indicaban que tenía otra desagradable visita impaciente de verme, tan impaciente que no perdió el tiempo en anunciamientos ni presentaciones protocolares y se adentró de lleno tras palmear la espalda del asustadizo empleado que había perdido el habla en la figura de la arrogante visita. No me disgustaban sus largas piernas bajo ese pantalón negro ajustado, pero sinceramente siempre creí que su selección de camisas era demasiado masculina para su prominente busto, su cuerpo era intimidante, pero su estilo no le hacía honor.

Así era Ariana, prefería andar con palabras directas y precisas, no daba vueltas como Gabriel. Ella estaba constantemente ocupada por mi culpa, por lo que ver desfilar sus curvas por mi despacho era algo común, aunque eso no significaba que fuera agradable para ninguno de los dos. Ariana era para mí como un investigador privado para los humanos. Su cabecita no paraba de cuestionar mi trabajo porque mis intervenciones al concederles deseos a los mortales alteraban el plan inicial que ella les había diagramado. Sí. Como dije. Ella y sus agentes eran los que se ocupaban de armar la estructura de la vida de todas las personas desde que nacían hasta que morían. Ella era la que volvía loco a Gabriel por mi culpa, era como decir “la buchona, alcahueta, soplona, vigilante, etcétera”.

¿Imaginan en qué lugar quedaba yo para ella? No era difícil de imaginar. Tal cual lo dijo Gabriel con su dulce voz de señorita. Mi trabajo provocaba el efecto mariposa. La alteración de un elemento en una larga cadena. Oh, sí. El bastardo de invisibles alas blancas no erró en su apreciación sobre los efectos secundarios de nuestra actividad en este asquerosísimo lugar. Ariana era hiperactiva por naturaleza y gracias a nosotros se potenciaba, pero ya todos sabíamos que así sería. Todos formábamos parte de este gran circo. Ningún payaso sobraba.

Pero ella, igual que Samuel pertenecían al plano intermedio, por lo que Gabriel, yo y tantos otros éramos invitados o intrusos alterando el orden que tenían establecido. Y desafortunadamente a ella no podía calmarla con mi whisky o mi sonrisa. Para mi sorpresa, la curvilínea pelirroja con pecas de muñeca en la nariz me lanzó un misil con la vista y luego miró a Samuel sin decir palabra y este levantó el trasero del sillón de terciopelo donde había estado inmutado un rato igual que Nadín y Can, puso sus manos en los bolsillos y la siguió como perro faldero para quedarse en el pasillo susurrando irrespetuosamente entre ellos. Algo que colmaba mi paciencia cada vez que lo hacían, ya que no podía evitarlo, interrumpirlos o siquiera oírlos. Esos dos estaban fuera de mi jurisdicción.

Cuando dije que eran piedras en mis finos zapatos negros igual que Gabriel realmente lo pensé así y fue como adivinar el futuro. No, nunca me fue concedido hacer tal cosa, los únicos que veían el destino de la gente, además de los 14 Máximos eran Samuel y Ariana. Pero yo leía a los demás, y en eso era implacable. Podían preparar la función, transformar sus rostros, quitarles o cambiar su expresión, en otras palabras; mentir. Pero a mí no. Sus ojos me daban indicios de una verdad oculta y eso iba para Samuel y para Ariana también.

Algo se estaba cocinando en los pasillos de mi club y podía imaginar por el olor putrefacto del aura que envolvía a esos dos, que me sería presentado un plato fuerte y desagradable de engullir. Mientras seguían afuera, miré hacia Nadín que ajustó sus botas estirando su pierna hacia adelante y hacia arriba, la insinuación sexual más antigua que existía, y la más ordinaria y vulgar. Así era ella. Ordinaria y vulgar, pero además insistente. Ella nunca veía más allá de su puntiaguda y espolvoreada nariz, ni oía ningún otro pensamiento que no viniera de entre sus piernas. No le importaba nada de lo que había pasado hacía un momento. Solo pensaba en sexo, por algo volvía locos a mis clientes todas las noches arrastrándose entre ellos cual serpiente, dejándolos sentirle su olor como toda perra en celo. Admito que era exitosa en eso con ellos, pero conmigo jamás iba a pasar. Después de acostarme con mujeres humanas, las de mi clase se volvieron insípidas.

Bien, no era tan así, exageré un poco. No dejaba que todas las que se entregaban a mí me consiguieran. Era interesante hacerse rogar y, como dije, siempre fui bueno para controlar mis impulsos. Para aceptar saciar mis necesidades debía vencer la pulseada interna entre el deseo y el asco que me producían las mujeres mortales. Y aun así, teniendo esos impulsos enfrentados, las seguía prefiriendo a ellas antes que a mi pobre querida Nadín. La preferencia por los mortales se volvería casi una obsesión, un reto. Pero de entre todas las que decidían entregarse cinco minutos después de perderse en mis ojos, hubo una que no cayó. Y entendí que no eran todas iguales. Algunas preferían jugar. Oh. El preludio. Por favor, ese invento fantástico de las personas cuando se encuentran por primera vez que solo condimenta con cuentagotas el plato para lograr el sabor perfecto. Y eso le daría el sabor que no encontraría en otro lado. ¿No era acaso entretenido para el gato jugar un rato con el ratón antes de comerlo? ¿O ese jugueteo que hacía el pejerrey de hundir la boya fluorescente bajo el agua segundos antes de descubrir que su comida era una trampa? Esa preferencia mía estaba impregnada en mi cara y en mis ojos, ligada sin duda al destino de alguna mortal que ponía nerviosa a Ariana. No tenía que ser un genio para deducir en estos cortos minutos de silencio que los nervios de mi reciente invitada se debían a lo que pasó hace dos días, es decir, el miércoles, cuando la que no cayó a los cinco minutos de verme a los ojos vino a hacer una escena a mi club.

 

Entró envuelta en furia, completamente empapada y sus ojos me penetraron inmediatamente luego de chocarnos el uno con el otro. Fue la manera más rápida de captar mi absoluta atención como nunca antes, solo por el hecho de ignorarme, hundida en su imperativa necesidad de dar con el dueño del club o el sujeto a cargo, sin saber que lo había chocado.

¿Cómo pude guardar en un cajón lo que pasó esa tarde? Evidentemente ese suceso se me vendría encima como avalancha de montaña conmigo al pie, de manera que necesité poner mi mente en blanco para traer los detalles precisos que sin duda Ariana me exigiría tras abandonar el pasillo de luces verdes y rojas y cruzar la puerta escoltada por Samuel. Ella sabía más que yo sobre todo lo que pasaba en el Intermedio, de allí nació la regla fundamental que teníamos que era colaborar con ella, aunque nuestra naturaleza nos prohibía hacer aliados, de ninguna manera podía tenerla en mi contra. Cerré los ojos y regresé en mis pasos a ese glorioso día de tormenta. Yo odiaba los días entre semana, y si el reloj marcaba un horario entre las 7 h y 17 h me encontraría en mis peores humores, pero estaba lloviendo y el cielo oscureció la ciudad cubriéndola con nubes negras y cargadas de electricidad, fue tan intimidante como si alguien allá arriba estuviera furioso. Las personas se vieron obligadas a despoblar las calles dejando un paisaje gris sin gente. Eso fue glorioso para mis ojos e hizo que la tarde fuera llevadera. Oh, sí. Como cada miércoles en la tarde, mi día comenzaba en la clásica recorrida por las instalaciones preparándonos para los cuatro días de la semana que más desbordaban nuestro trabajo; jueves, viernes, sábados y domingos.

Esa música de rock and roll de las décadas de los setenta u ochenta recorría los pasillos haciéndome compañía. Can era amante de AC/DC, yo no. Sin embargo me sabía de memoria su disco Highway To Hell, el favorito de mi molesto súbdito. Podía escucharlo entonar el coro de “Get It Hot” desde la sala de proyección, su voz resaltaba por sobre las demás, tenía una especialidad para hacerse notar en donde sea que esté. Si Can estaba despierto y andando, todos nos íbamos a enterar. Oh, el detalle era que nosotros tres vivíamos en la parte inferior del lujoso edificio de tres pisos, el resto del personal cumplía un horario acorde a la rutinaria actividad de un club nocturno. Cabe aclarar que la planta baja y sus dos pisos estaban destinados a dicha actividad social, salones con pisos desnivelados, mesas de pool, barras expendedoras de tragos en todas las paredes, mesas redondas y cuadradas y, por supuesto pistas de baile. Pues bien, el subsuelo contaba con dos amplios pisos, desde luego no accesibles para los mortales, no eran siquiera visibles para ellos, si un humano subía al ascensor, solo podía digitar tres números: 0, 1 y 2, y era lógico. Las actividades que Nocturnal tenía en los pisos inferiores no eran de la incumbencia de nadie, salvo que yo así lo considerase. No se trataba solo de la intimidad de mi casa (en el piso más bajo), sino que literalmente eran las puertas al plano inferior cuyo acceso era solo para los oscuros o para los decesos de las almas mortales que bajarían conmigo en el momento correcto. Nuestra presencia mientras estábamos abajo no era percibida por los oídos u ojos humanos por más que se quedaran atrapados en el ascensor. Ellos nunca veían ni oían nada, era parte de su naturaleza inferior, admito que poseían una gran curiosidad, pero solía opacarse por su gran temor. Así que las altas notas que Can lograba alcanzar cantando el estribillo de “Get It Hot” desde la sala de proyección solo lastimaban mis oídos a medida que me iba acercando. La sala de proyección era mi lugar favorito, literalmente era mi sala de cine para observar a las personas. Y los humanos tenían algo de razón cuando inmortalizaron una famosa frase:

“Dios todo lo ve, al igual que el diablo”.

No iba a entrar en detalle con las diferentes creencias religiosas de la humanidad, eran tantas y tan diversas y entretenidas que estaría años hablando de eso. Pero sí iba a rescatar la idea certera que todas tenían en común, el enfrentamiento del bien y el mal. Eso era una síntesis de la labor que me fue encomendada y era lo que veíamos o detectábamos en la sala de proyección. Los veíamos titubear, podíamos sentir y saber el momento en que iban a abrazar la oscuridad y finalmente el momento en que iban a morir. Los tiempos entre su plano y el nuestro estaban distorsionados y no tenían relación coherente, pero si tuviera que ponerlos en tema sería como 1 hora en el plano intermedio equivalía a 600 años en el plano inferior. Razón principal por la que las personas no podían bajar con vida. De modo que ese otro dicho:

“Un segundo en el infierno equivalía a un año y medio”… estaba más cerca de la verdad de lo que podían imaginar.

Mis oídos estaban bien, el alto volumen de la música de AC/DC no me afectaba, pero no podía decir eso de Can. El desgraciado no oía mis gritos desde el pasillo, tenía que pararme junto a él para que me prestara atención. Crucé la puerta de la sala de proyección y todos los presentes dejaron de moverse inmediatamente y pusieron su vista sobre mí. La sala tenía una “pantalla” gigante al frente de 20 metros de ancho por lo mismo de alto y una separación de 10 metros con los 5400 pupitres donde trabajaban mis empleados haciendo sus investigaciones y seguimientos. Can y Nadín estaban a cargo de ellos y se denominaban, desde que se creó Nocturnal, como los observadores, eran mis 5400 ojos y oídos. Sus pupitres eran cubículos como en las oficinas, tenían una laptop con conexión al mundo de arriba, pero ninguno tenía la capacidad de hacer intervención, esa era mi decisión y aporte, mi trabajo y responsabilidad. Los observadores, como bien lo decía su “apodo”, simplemente se limitaban a observar y me comunicaban lo que nos competía a nosotros. Detectar el momento exacto en el que una persona estaba dispuesta a vender su alma. Había dos caminos que generalmente usaban los humanos. La primera era la más común; la pérdida del alma por actos imperdonables como causar la muerte intencional directa o indirectamente de otra persona o corromper el espíritu mediante abusos o torturas, y la segunda era la entrega del alma por propia voluntad a cambio de obtener su más preciado deseo.

El pacto; un alma, un deseo.

No podían ser dos o, un deseo complementado por varios, debía ser una cosa por otra cosa. Tampoco podía, luego de aceptar entregar el alma, ofrecer sus vidas a cambio de un segundo deseo, eso se consideraba sacrificio para los 7 Oscuros, un símbolo de amor. Y no era aceptable para el intercambio porque anulaba la entrada al plano inferior. El sacrificio era una forma de arrepentimiento y los 7 de la Luz lo veían como el camino al perdón. No todas las personas podían expresar su arrepentimiento o pedir perdón, pero dar su vida por alguien lo decía sin palabras. Eso me molestaba un poco, siempre creí que el que cometía maldad y hacía sufrir a los demás debía pagar por eso, pero el sacrificio estaba fuera de discusión, formaba parte del pacto infrangible y, como cada palabra que allí se plasmó, este hecho era incontrovertible.