Sielf y la legión de los guardianes

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Parte 4
El internado espada y pluma:
los alumnos extranjeros

De repente abrió los ojos y se levantó bruscamente. Las imágenes del sueño se iban disipando lentas, junto con la frase “Socorrista de Dragoncillos”. Sielf no comprendía los motivos por los cuáles había tenido aquel sueño que mezclaba sucesos que parecían reales con sucesos de cuento de hadas.

—Ese arete... —se dijo así misma mientras pisaba el suelo descalza aún —, ese arete es el mismo que perdí hace mucho tiempo... —reflexionó a media voz abriendo su cofre de alhajas donde conservaba solo un arete del par.

¿Por qué soñé esto?, se preguntó, entonces contuvo la joya en la palma de la mano durante unos segundos, luego suspiró y sin más lo guardó nuevamente en el cofre enfocando la mirada en la ventana cubierta por cortinas que los rayos de sol intentaban atravesar. Lentamente se aproximó y las corrió de par en par iluminando su habitación. Era de día y a su vez el inicio de cursada en el Internado. Curioseó la hora en su reloj y comprendió que su clase de deportes había empezado y ni siquiera había desayunado.

—¡Tardísimo! —exclamó mientras revoloteaba todo dentro de su mochila y después de pasar por el baño terminó de vestirse y descendió a toda prisa las escaleras que se interceptaban con otro pasillo. En cuanto dejó el último peldaño tropezó bruscamente con un muchacho que venía como una exhalación desde otro lado. En el choco inesperado ambos cayeron bruscamente al suelo.

—¡Ay, lo siento mucho! —se disculpó Sielf —¿Estás bien? —preguntó mirando a la persona con quien había tenido el inoportuno encontronazo. Guardó silencio y se avergonzó al ver que se trataba de un apuesto joven de finas facciones además del tono pálido de su rostro que contrastaba con sus cabellos negros y expresivos ojos azules. El muchacho, vestido de negro y con un extraño collar al cuello, llevaba un viejo libro, que rodó al piso tras el tropiezo.

—¿Acaso estás ciega? ¡Fíjate por donde caminas! —le recriminó inesperadamente rompiendo toda calma que la joven hubiese percibido al principio en él —Deberías tener más cuidado.

—Tú también venías distraído —se quejó Sielf —, de lo contrario me hubieses evitado.

Ambos se miraron con desdén. El joven tenía una expresión neutral para el tono de voz que usaba, sus penetrantes ojos la observaban con detenimiento.

—Te pedí disculpas —dijo ella una vez más.

—Aceptadas —agregó él refunfuñando mientras se ponía de pie y levantaba algunas hojas sueltas del libro con la cubierta de una extraña hoja, y que protegió más que a sí mismo cuando cayó al piso.


Esa hoja..., se extrañó secretamente Sielf al verla.

—¿Piensas quedarte ahí en el suelo o qué? —preguntó el joven mientras extendía su mano invitándole a ponerse de pie.

—Es mejor que seguir hablando contigo —contestó Sielf poniéndose de pie sola, sin embargo apenas lo hizo, el joven sujetó su mano.

—¿Qué haces? Ya estoy de pie, no necesito de tu caballerosidad retardada... —dijo Sielf viendo que observaba con fascinación la pulsera que ella llevaba en la muñeca.

—¿A qué se debe tanta prisa? —preguntó el muchacho soltándole la mano, como si hubiese quedado estupefacto tras descubrir la pulsera de Sielf.

—Intento llegar a tiempo a clases —aseguró ella mirando hacia el campo de deportes —¿Y tú?

—Yo intentaba encontrar a alguien... pero creo que ya lo hice... —murmuró en voz baja.

—¿Disculpa? —interrumpió la joven.

—Soy Zaell —dijo de repente volviendo su mirada a ella —, ¿y tú eres…?

—Sielf —contestó luego de una pausa.

—¿No te parece que corres demasiado para llegar a una clase donde te harán correr?

—No es asunto tuyo.

—Como tú digas, debo irme —dijo tras escucharla —, y no vuelvas a ser tan torpe —agregó con una leve sonrisa.

—Tú fuiste el torpe —contestó Sielf viéndolo perderse entre otros estudiantes —Ufff, qué molesto, pensó refunfuñando, y decidió pasar primero por el salón comedor donde tomó un desayuno a base de tostadas y un vaso de leche. Luego se dirigió al campo de deportes ubicado lejos de las instalaciones del Internado.

Una vez que llegó el instructor le recriminó la hora en que entraba, los demás alumnos habían hecho el respectivo calentamiento, ahora ella lo llevaría a cabo sola. Sin más demoras el instructor le indicó el sendero por el que debía trotar, este conducía al bosque neblinoso y apenas era visible entre los helechos. Sin embargo el instructor fue claro y le advirtió que no se desviara del sendero o se perdería, ella solo escuchó, asintió con un ligero movimiento de cabeza y luego de un suspiro empezó a trotar.

—Si supiera todo lo que corrí para llegar hasta aquí, al fin ese tal Zaell tenía razón—, se dijo a sí misma.

Aún tenía la barriga llena y eso le hizo más lento el trote, solo esperaba alejarse lo suficiente para empezar a caminar, al cabo de un rato sus pasos fueron más lentos y su trayectoria se alternó entre ir a veces sobre el sendero y otras por el bosque, hasta descender por completo varios pasos hacia su interior.

—Qué lindas hojas —susurró mientras levantaba una seguida de otra a medida que se adentraba entre el follaje —pero ninguna es como la de aquel libro...—aseveró recordando la hoja que había visto en la cubierta del viejo libro de Zaell.

Tampoco es que ande buscando precisamente esa hoja, pensó caminando cada vez más lejos del sendero hasta tomar asiento en un pedazo de tronco sobre el césped, estaba húmedo y tenía algo de musgo. Una por una observó en detalle las hojas que había encontrado, luego echó un vistazo a su alrededor, se puso de pie y caminó unos pasos más levantando un par de hojas secas. La niebla cubría el ambiente aunque eso no la incomodaba.

Un extraño silencio se apoderó del lugar, las avecillas que inicialmente hacían eco habían dejado de cantar y Sielf tuvo la sensación de estar siendo observada. El crujir de unas ramas detrás de ella la obligó a voltear rápidamente. Pudo distinguir la silueta de un individuo bajo un manto negro desaparecer entre la maleza.

—Rayos... ¿qué fue eso? —se intranquilizó recordando las advertencias de Tom acerca del bosque. Intentó regresar al sendero pero en cuanto retomó la dirección por la cual había descendido no encontró más que arbustos y árboles, no importaba por donde caminase siempre terminaba en el mismo lugar.

—No puede ser... me he perdido, pero ¿cómo? —, se inquietó abriéndose paso entre unas ramas caídas, fue cuando escuchó un ruido que le escarapeló todo el cuerpo, era el rugir de un animal oculto entre los arbustos.

Los vellos de sus brazos se erizaron del miedo, aquel ruido no provenía de un animal amistoso. Sielf dio un paso atrás y en cuanto iba a dar el segundo, el rugido se aproximó y de entre los arbustos apareció una extraña criatura de cuatro patas, similar a un zorro pero cubierta en sombras.

—Otra vez esos animales de sombras—, susurró dejando caer todas las hojas que atesoraba en las manos.

Los amenazantes colmillos de la criatura la obligaron a retroceder y en cuanto pudo agarrar una rama del suelo se la arrojó dándole una mínima oportunidad para escapar.

Corrió a toda velocidad pero a pesar de hacer diversas maniobras la criatura no la perdía de vista, tampoco tenía idea hacia donde escapar pero no se detuvo a pensarlo. En la huida su campera se enganchó en unos arbustos haciendo que se detuviera bruscamente, y en un rápido movimiento consiguió quitársela antes de que la criatura saltara sobre ella.

Sielf se sentía asustada, su vida corría peligro. No obstante el miedo no conseguiría paralizarla y se prometió hacer lo posible por ponerse a salvo. La fiera se detuvo, Sielf creyó que se había dado por vencida, pero no fue así, pues pegó un chillido que hizo aparecer dos criaturas sombrías que fueron cercándola.

—No puede ser… —se dijo así misma al ver que la piedra verde de su pulsera emitía un resplandor y al instante tuvo la sensación de estar siendo conducida a un lugar sin salida. Inquieta, atravesó unos arbustos y descubrió que había llegado al borde de un precipicio donde se elevaba un árbol semiseco a metros del acantilado que daba a un caudaloso río. Sin pensarlo dos veces Sielf trepó con agilidad las ramas del árbol e intentó subir lo más alto posible, lejos del alcance de aquellas tres criaturas feroces que empezaron a trepar sin éxito y con ira arañaron el tronco con intención de amedrentarla para obligarla a bajar.

Poco a poco la niebla empezó a disiparse y un enorme oso café emergió de entre los árboles haciendo retroceder a las fieras con un fuerte rugido.

—¿Osos? ¿Aquí?... —tartamudeo Sielf al distinguir un enorme animal de espeso pelaje, patas fuertes y gruesas, con uñas recias y ganchosas, y con una peculiar piedra preciosa de color verde sobre su frente.

Sielf, sorprendida, permaneció aferrada al árbol, no tenía seguridad de que el oso estuviera de su lado. Entonces se llevó a cabo una batalla, el oso se enfrentó a las criaturas con arriesgada valentía y a pesar de que las fieras se volvieron más numerosas con el pasar de los minutos el peludo animal no se amilanó y, sin dar marcha atrás se mantuvo como una barrera entre Sielf y sus atacantes. Era evidente que el peludo animal no pretendía lastimar a los otros, sino espantarlos, evitando que se acercasen a la joven. De repente las fieras fueron retirándose una tras otra, hasta que quedaron solo dos criaturas sombrías, una de las cuales saltó sobre el cuello del macizo animal dejándole una profunda mordida que terminó por derribarlo bruscamente. La joven, sin poder contenerse lo ayudó arrojando sobre la fiera una pesada rama que terminó por ahuyentarla.

 

El oso yacía herido en el suelo, aún quedaba una criatura maligna que empezó a rodear el árbol para atacar la joven, quien bajando sigilosa le tiró piedras para alejarlo antes de trepar nuevamente al árbol, aunque esta vez el tronco seco se inclinó hacia el río.

—¡Oh, cielos! —exclamó Sielf en cuanto descubrió que el tronco la dejó suspendida sobre el río y en peligro de caerse. Levantándose con dificultad el oso se reincorporó y en el momento en que se acercaba al tronco del árbol seco, Sielf cayó al río.

Nadó a la superficie pero la corriente la arrastraba sin darle la oportunidad de avanzar, desde allí se sorprendió al ver al oso corriendo río abajo en la dirección que ella iba.

—¡Ayuda! —exclamó repetidas veces, pero el peludo animal, mal herido, estaba imposibilitado de seguirle el rastro y quedó atrás.

Sielf siguió esforzándose por mantenerse a flote pues nadar contra la corriente era imposible y no pudo evitar desesperarse por la situación que la abrumaba así como por las criaturas que aparecieron corriendo en su misma dirección. En ese mismo momento la piedra azul de su pulsera emitió otro resplandor.

—¡¿Qué está pasando?! —se preguntó esforzándose por tomar aire. Observó correr del otro lado del río un lince robusto de gran tamaño con orejas grandes, erguidas y ciertos pinceles de pelo negro con una especie de gema azul sobre la frente. La forma en que corría mientras ingresaba al agua daba la impresión de que no había agua bajo sus pies, aunque a cada paso que daba las fieras caían sobre él y antes de que él alcanzara a la joven el río llegó a su fin y Sielf cayó al vacío.

La atracción de la gravedad era inaudita, Sielf apenas podía sentir su propia respiración debido a la agitación colosal del agua que caía sobre ella. Su pulsera brilló una vez más, en esta oportunidad una piedra de color rojo de la cual emanó un fuerte resplandor y pronto su cuerpo aterrizó bruscamente sobre una base plumífera que la apartó del agua en solo cuestión de segundos.

—¡¡Oh no!! —gritó desde lo alto al descubrir que había caído sobre un águila gigante —¡No puede ser! —se alarmó sujetándose con fuerza. Desde la altura pudo contemplar todo a su alrededor, era increíble verla volar con sus alas inmóviles y firmes.

—Esto no está pasando —se dijo a sí misma —tiene que ser un sueño —aseveró frotándose los ojos, no obstante no importaba cuantas veces lo hiciera, el imponente ave no desapareció, se mantuvo sobrevolando a grandes alturas hasta descender cerca al sendero en dirección al Internado y en cuanto pudo recostar sus patas sobre un árbol descendió una de sus alas hasta el suelo haciendo que la joven bajase por ella a tierra firme. Sielf comprendió que la estaba ayudando y bajó cuidadosamente y con premura.

Una extraña sensación de miedo y pleno agradecimiento caló en lo más profundo de su ser, tanto el oso, como el lince y el águila tendrían por siempre su gratitud.

—¿Qué son ustedes? ¿Quiénes son ustedes? —balbuceó tras observar que también poseía una piedra sobre su frente, de intenso color rojo con aspecto de rubí. De inmediato el ave alzó vuelo revoloteando primero a su alrededor. Luego Sielf caminó con prisa sobre el sendero rumbo al Internado.

Parte 5
El internado espada y pluma:
los alumnos extranjeros

—¡Sielf! —dijo una voz desconocida entre los árboles —¡Sielf! —insistió.

—¡Aquí estoy! —respondió al llamado la joven corriendo hacia dónde provenía la voz, considerando que debía tratarse de algún compañero del Internado.

—¡Sielf! —exclamó una misteriosa joven de piel blanca y cabellos igual de blancos que acababa de aparecer —Hola, me llamo Shirley, soy estudiante del Internado y miembro del grupo de búsqueda —dijo con voz calmada.

—Gracias por venir—expuso Sielf con nervios —pero no es seguro aquí, tenemos que irnos pronto.

—No me agradezcas —comentó serena —, primero dime cómo estás. ¿Te hiciste daño?

—Estoy bien, creo, pero debemos apresurarnos antes de que... —guardó silencio al recordar las extrañas criaturas y los animales con piedras en su frente.

—¿Antes de qué?

—Nada..., es solo que pronto oscurecerá y le tengo fobia a la oscuridad —mintió.

—Ya veo —dijo la joven de piel y cabellos blancos, dando varios pasos sinuosos entre la arboleda por la cual caminaban ambas rumbo al Internado —¿Cómo fue que te perdiste?

—Aún no estoy segura, caminé a pocos metros del sendero y después no pude volver, desorientada no encontré el camino de regreso —explicó mientras recuperaba el aliento —¡Me alegro tanto de estar con vida!

—¿Ocurrió algo más después de eso? ¿Algo que pusiera tu vida en riesgo?

—No —respondió Sielf.

—Descuida, lo importante es que te hallas a salvo... —murmuró la misteriosa joven —Oh, estás mojada y tus rodillas se ven muy lastimadas —aseguró al ver un raspado sangrante asomándose a través del pantalón rasgado de Sielf —¿Te duele mucho?

—No tanto —contestó Sielf limpiando uno de los raspones —, no me parece grave.

—Déjame ayudarte —sugirió la misteriosa joven observando detenidamente las heridas —, necesitan aires —dijo soplando sobre las lastimaduras con delicadeza.

—No te molestes, no será necesario; mis familiares hacían lo mismo cuando era niña, de hecho aún recuerdo que soplaban mis raspones diciendo que ello los curaría. Y, no creerás que eso es cierto… ¿o sí?

—Mira —dijo de repente la joven misteriosa —desde aquí se puede ver el campo de deportes del Internado, ahora podrás volver. Me quedaré aquí y buscaré a mis compañeros para que sepan que ya estás bien, ¿te parece?

—Sí, muchas gracias —contestó Sielf viéndola desaparecer entre las ramas y luego prosiguió su marcha hasta llegar al Internado. Allí descubrió un grupo de personas aglomeradas que sostenían una conversación.

—¡Es ella! —exclamaron las voces al verla.

—Yo me hago cargo —dijo el instructor de la clase de deportes, en medio de los murmullos. Dirigiéndose a Sielf le preguntó si estaba bien y qué había sucedido. Durante el relato de la joven, el hombre permaneció atento pero ella nunca dijo una sola palabra acerca de la persecución de las criaturas sombrías y la aparición del oso, el lince o el águila.

—Debes ir a la sala de enfermería —ordenó el profesor después de oírla atentamente.

—La acompañaré —interrumpió Tom que acababa de aparecer.

—De acuerdo —aceptó el instructor.

—Sielf, qué gusto que estés bien —se alegró el joven —. Creo que esto es tuyo... —dijo entregándole la campera totalmente deshilachada —¿por qué está así?, ¿qué te pasó? Te advertí que no ingresaras al bosque.

—¡Basta Tom! —exclamó la joven —Solo tropecé y caí.

—Así es, te caíste al río, ¿cierto?

—Nunca dije eso.

—No es difícil adivinar, es la razón por la cual luces empapada... —aseguró Tom observando con desconfianza el bosque.

—Y tú... ¿cómo encontraste esto? —preguntó Sielf mostrando la campera.

—Salí a buscarte —explicó mientras un fuerte viento deslizó la bufanda verde que llevaba puesta alrededor de su cuello dejando al descubierto una importante herida, Sielf la observó detenidamente y recordó haber visto una herida similar en el oso a causa de la mordedura de la criatura sombría durante la batalla. Le impresionó aún más haber relacionado ambas cosas y desvió su mirada hacia el suelo ignorando lo recién visto. Rápidamente Tom levantó la bufanda y se cubrió con ella —. Vamos Sielf, te acompañaré a la enfermería —comentó adelantándose unos pasos. Ella lo siguió y no intercambiaron comentario alguno.

—Sielf volveré en breve, tengo algo que hacer, no me tardo —dijo Tom al llegar a la puerta de la enfermería.

Un poco confundida Sielf aguardó a la entrada, al verla la enfermera la invitó a pasar y recostarse sobre la camilla, Sielf se mantuvo en reposo mientras la veía preparar algunos utensilios. Acercándose luego a la joven le preguntó qué le dolía y dónde se había lastimado.

—Tengo una leve raspadura en el brazo, me la hice ayer, las heridas de mis rodillas son más recientes.

—Jovencita aquí no hay nada... —dijo la enfermera indicándole las rodillas.

Sielf permaneció en silencio después de comprobar que en las piernas no tenía herida alguna, habían desaparecido por completo. ¿Cómo?, se preguntó y al instante recordó a la misteriosa joven de pelo blanco.

—¡Shirley! —exclamó sin poder contener el asombro evocando cuando ella había soplado sobre sus heridas.

—¿Qué? —preguntó la enfermera —¿Quién es Shirley? No comprendo. ¿Está segura de no haber sufrido una contusión en la cabeza?

—No que yo sepa... —contestó Sielf con preocupación.

—Iré por un calmante jovencita, espere aquí —dijo la enfermera saliendo del lugar. Apenas ella se retiró de la sala Tom abrió la puerta con prudencia. Al ver a Sielf aún recostada en la camilla se acercó diligente.

—Sielf, ¿qué ocurre?

—Lo ignoro, Tom, pero me están pasando cosas muy extrañas desde que llegué —respondió en tono inquieto.

—¿A qué te refieres?, ¿qué tipo de cosas?.

—Ni siquiera sé por dónde empezar... —dijo asustada.

—Tranquila, puedes decírmelo —dijo el joven —¿Acaso no confías en mí?

—Lo haré luego de que te curen la herida en el cuello —dijo directa —pude verla cuando se te cayó la bufanda - eso es más urgente ahora.

—Herida… ¿cuál herida? —preguntó Tom.

—Esa que escondes bajo tu bufanda —contestó Sielf mirándolo fijamente.

—Sielf, no tengo nada —insistió él.

—Vamos, deja de mentir, no es chistoso —puntualizó ella con preocupación.

—Te estoy diciendo la verdad —dijo Tom deslizando su bufanda —mira, puedes comprobarlo, no tengo nada en el cuello. Acercándose Sielf verificó que eran ciertas las afirmaciones de Tom. De inmediato abandonó la camilla y retrocediendo frente a él mantuvo distancia.

—A eso me refería con cosas extrañas... —murmuró asustada, sentimiento que contrastaba con la simpatía que hasta entonces le generaba Tom —¿Acaso fue Shirley?, ¿ella también hizo desaparecer tu herida? —dijo luego de una pausa.

—¿Por qué dices eso…?

—Por favor, solo dime la verdad.

—Lo siento, no sé cómo ayudarte —contestó el joven sin mucha convicción.

—Me preguntaste antes si confiaba en ti. Bien sabes que confiaba en ti pero ahora no más... —le contestó la joven saliendo a toda prisa de aquel lugar.

Sielf caminó lentamente por los pasillos de la Escuela Internado, aún llevaba la ropa húmeda y los cabellos alborotados. Se sentía loca de remate sin saber porqué. Ahora desconfiaba de todos, y lamentaba haber perdido la amistad que halló en Tom. Entonces oyó el sonar de un timbre, era el anuncio de que las clases habían finalizado, todos los estudiantes salieron de las aulas y llenaron los pasillos. Sielf intentó ubicar el rostro de la misteriosa joven entre el gentío estudiantil sin hallarla.

Será mejor que me vaya a descansar, pensó rumbo a su habitación con pasos cada vez más lentos por lo exhausta que se sentía. Pasó, una vez más, frente a las puertas vidriadas del gran salón, desde allí observó la estatua del guerrero arrodillado que la impactó de manera singular la noche anterior. Su vista se perdió en esa figura durante unos minutos, había algo en ella que capturaba poderosamente su atención; luego prosiguió su andar.

En su habitación, alistó ropas limpias y se fue a ducharse. Antes de entrar en la ducha apoyó su pulsera sobre un estante del baño como solía, pues ese era el único momento en que se desprendía de ella. Mientras el agua le caía en el cuerpo, relajada, no pudo evitar recordar cuando cayó de la cascada, dio un suspiro con los ojos cerrados. Abriéndolos nuevamente desvió la mirada a las piedras de la pulsera y rememoró las palabras de sus abuelos, “deberás usarla siempre”. Saliendo de la ducha la tomó entre las manos.

¿Por qué brillaron hoy?, nunca antes lo habían hecho..., se dijo mientras la colocaba alrededor de su muñeca, luego se envolvió con el toallón, miró sus rodillas sin rastro siquiera de cicatriz. Luego del reconfortante baño se recostó y, enseguida concilió un sueño plácido y reparador.

A la mañana siguiente, su tercer día de escuela, un deslumbrante sol invadió su habitación, ni siquiera había corrido las cortinas la noche anterior y esa claridad la ayudó a despertar. Abrió los ojos, se levantó y se alistó para bajar a desayunar.

 

—Hoy será un gran día —se animó a sí misma.

En el salón comedor tomó una bandeja e hizo la fila para retirar su desayuno, todo se veía apetitoso, desde las frutas hasta los yogures y panes.

—Disculpa ¿acaso no eres tú la chica que se perdió ayer? —le preguntaron dos voces detrás de ella y se rieron.

—¡Sí! ¡Eres tú! … Hay que ser muy torpe para perderse, ¿no? —siguió uno de los compañeros burlándose. Sielf no les dirigió ni la mirada y se apuró a ubicar sobre su bandeja los aperitivos.

—Oye, ¿así de perdida serás en general?, ¿no te gustaría perderte con nosotros? —dijo uno de los atrevidos con intenciones de sujetarla del hombro para obligarla a voltear. Sin embargo alguien lo detuvo inmovilizando su mano con fuerza, Sielf seguía con la mirada puesta en la bandeja y el ceño fruncido, no había percibido siquiera que quien terminó por correr de la fila a esos sujetos era Zaell, quien intervino después de presenciar las burlas. Distraído, otro estudiante tropezó y lo atropelló por accidente causando un efecto dominó que terminó por empujar a la joven.

—¡Basta! —exclamó Sielf, entonces vio a Zaell e inmediatamente pensó que él había estado burlándose de ella.

—¡Tú…! —lo acusó.

—¿Yo qué? Espera... no hice nada —aclaró —Vaya, ¿en serio te vas a comer todo eso? —añadió al ver la bandeja de Sielf, con intenciones de seguir conversando, sin embargo ella continuó su rutina sin prestarle atención.

No había asientos en el comedor por lo que Sielf decidió comer fuera donde además había un clima agradable. En cuanto pudo tomar asiento en la última banqueta disponible se acercaron a ella dos compañeras.

—Hola —la saludaron mientras comía —, ¿podemos sentarnos aquí?

—Claro —aceptó Sielf con una leve sonrisa corriéndose para compartir la banqueta con las dos chicas.

—Soy Emily.

—Y yo Charlotte.

—Ayer te vimos —dijo Emily —estamos en la misma clase de deportes.

—Entonces ya deben saber quién soy.

—Pues sí. Sielf, ¿verdad?

—La misma.

—Lo que pasó ayer ya es pasado —comentó Charlotte.

—Sí, por más de que hayas sido la primera estudiante que se pierde en estos bosques no debió ser grato que te lo reiteren todo el tiempo —comentó Emily que solía hablar de más aunque sin malas intenciones —¡qué bueno que pudiste sobrevivir para contarlo!

—Emi, basta... —murmuró Charlotte.

—Y eso no fue todo, sino que además todos estuvieron preocupados —prosiguió Emi —sobre todo tu amigo, el que te acompañó a la enfermería.

—Debe ser genial venir a cursar el último año escolar con amigos —opinó Charlotte.

—¿Se refieren a Tom? —preguntó Sielf manifestando en su rostro que estaban equivocadas —No, él y yo no somos amigos.

—Ah, entonces ¿son novios? —interrumpió Emily.

—No somos ni amigos ni mucho menos novios. De hecho lo conocí el día que llegué al Internado —respondió Sielf.

—Parecían más que conocidos… —dijo Emily —Veo que me equivoqué en esta conclusión, igual estoy segura de que Tom y ese misterioso chico que viste de negro se conocen desde hace tiempo.

—¿Zaell? —exclamó Sielf mostrando interés.

—Me gusta el nombre —exclamó Emily—, ¿lo conoces?, ¿no es lindo?, ¿es tan caballeroso como dicen por ahí?

—¿Quién? ¿Zaell?, para nada. Solo nos saludamos una vez y vaya que es muy molesto —explicó —. Dime, ¿por qué dijiste que él y Tom se conocen de hace mucho?

—Porque apenas llevan dos días aquí pero siempre se reúnen a hablar cerca del invernadero con una chica de cabellos blancos y otro chico, y de forma desenvuelta, como si se conocieran de antes —explicó Charlotte.

¿Chica de cabellos blancos? debe ser ella..., pensó Sielf sospechando que se trataba de Shirley.

—Por casualidad, ¿saben si tienen una hora fija de encuentro? —preguntó en voz baja.

—Solo sabemos que se reúnen desde que llegaron —respondió Charlotte.

—¿Conoces a la chica? —preguntó Emily.

—Creo que sí... —contestó Sielf dando el último sorbo a su jugo de naranja.

—Entonces conoces a los tres de ese grupo —dijo Emily —, ... ¿es cierto lo que dicen de ellos?

—¿Qué es lo que dicen?

—Ciertos alumnos comentan que andan en algo raro.

—Y los estudiantes que están aquí hace años aseguran que son los alumnos de intercambio más extraños que ha tenido el Internado —agregó Charlotte —y que aunque su permanencia sea temporal en el instituto, al parecer, no vinieron solo a estudiar.

—¿Eso qué significa?... —murmuró Sielf.

—Podría significar cualquier cosa —opinó Emily.

—Me parece que exageran —dijo Charlotte con una carcajada.

—Por casualidad... ¿se sabe de dónde vienen? —preguntó Sielf.

—Solo sabemos que son extranjeros —explicó Emily —y aunque hayan venido de por aquí, seguro lo hicieron juntos.

—No, no llegaron juntos... —dijo Sielf recordando la oportunidad que se encontró con Tom.

—Bueno... rumores —dijo Charlotte.

—¡Qué sería de nosotros sin ellos! —se rió Emily.

—… Ahí van más misterios... —murmuró Sielf —, lo que me faltaba en mi último año escolar.

—Cierto, a diferencia de todos los que estamos aquí tú eres la única que se inscribió para cursar el último año en esta escuela —comentó Charlotte —en realidad, tú y los alumnos de intercambio.

—Cuéntanos Sielf ¿por qué viniste a hacer el último año de tus estudios a esta Escuela Internado? Es curioso que hayas hecho toda una trayectoria en otro lugar y de repente decidas hacer el último año aquí —acotó Emily.

—Decidí venir por mi madre —dijo la joven.

—¿Tu madre te obligó? —interrumpió Emily.

—No es eso. Verán, ella falleció el día que nací y uno de sus deseos en vida fue que yo viniera a estudiar a este lugar, a la Escuela Internado Espada y Pluma —explicó con una leve sonrisa. Le resultaba, de algún modo, grato hablar de su madre, volver a mencionarla era para Sielf como volver a traerla a la vida —, y a pesar de que demoré mucho en venir, finalmente me las arreglé para hacerlo, por lo menos, para cursar el último año.

—Lamento lo de tu mami —dijo Emily.

—También yo —dijo Charlotte —, si llegas a precisar algo cuenta con nosotras.

—Muchas gracias —dijo Sielf.

De inmediato se oyó por altavoz en todo el campus un llamado desde las oficinas del Internado, estaba dirigido a Sielf, le pedían que se acercase a la oficina de alumnos.

—¿Por qué me llamarán…? —preguntó poniéndose de pie —Fue un gusto, chicas. Nos vemos en otro momento —se despidió. Luego pasó al comedor, dejó la bandeja y se encaminó hacia las oficinas.

En cuanto se presentó le informaron que tenía una llamada de sus abuelos. En aquella escuela no estaba permitido el uso de celulares, ni siquiera otro aparato tecnológico como notebook o tablets, tan solo se podían usar las computadoras disponibles en la sala de computación en las mismas instalaciones. De tener necesidad de comunicarse los alumnos podían acudir a recepción para pedir y usar el teléfono sin dificultad, a su vez serían avisados en caso de recibir alguna llamada personal.

Apenas Sielf sostuvo el auricular del teléfono se alegró de escucharlos, aunque habían pasado pocos días desde que los vio por última vez los extrañaba mucho. El motivo de la llamada era para recordarle que faltaba un día para su cumpleaños número dieciocho y, aunque lo deseaban, no podrían visitarla el fin de semana debido al repentino resfriado del abuelo. Le preguntaron qué regalo de cumpleaños le gustaría, al parecer la abuela quería enviarle alguna sorpresa especial. Sielf se emocionó pero consideró mejor pedir solo una torta para festejar el día en que se encontraran. Después de saludarse con inmenso afecto se despidieron, Sielf le deseó mejoría al abuelo y les mandó abrazos y besos a ambos, esperando volver a verlos pronto. Luego colgó el teléfono y se retiró de la oficina.

—Cielos, mi cumpleaños número dieciocho es mañana, por todo lo ocurrido lo olvidé por completo, pensó mientras caminaba rumbo a su aula. Sorpresivamente había visto a Zaell caminando con su antiguo libro a toda prisa por un pasillo rumbo a los jardines alejados del Internado, y ella se detuvo detrás de una columna para observarlo.

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