Buch lesen: «Las mujeres y las sombras del amor»
Las mujeres y las sombras del amor
De enamorarse como siempre
a amar como nunca
Blanca Olivia Velázquez Torres y Georgina Sánchez Ramírez
Las mujeres y las sombras del amor
De enamorarse como siempre a amar como nunca
BLANCA OLIVIA VELÁZQUEZ TORRES
Y GEORGINA SÁNCHEZ RAMÍREZ
EE/306.872309727
V4
Las mujeres y las sombras del amor. De enamorarse como siempre a amar como nunca / Blanca Olivia Velázquez Torres y Georgina Sánchez Ramírez.- San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México: El Colegio de la Frontera Sur, 2019.
1 recurso digital: ePub; 1.2 MB
Bibliografía
E-ISBN: 978-607-8429-81-3
1. Mujeres casadas, 2. Amor romántico, 3. Relaciones de pareja, 4. Conducta sexual, 5. Maternidad, 6. Género, 7. San Cristóbal de Las Casas (Chiapas, México), I. Velázquez Torres, Blanca Olivia (autora), II. Sánchez Ramírez, Georgina (autora)
Primera edición en formato impreso, noviembre de 2019
Primera edición en formato electrónico, noviembre de 2019
Esta publicación fue sometida a un estricto proceso de arbitraje por pares, con base en los lineamientos establecidos por el Comité Editorial de El Colegio de la Frontera Sur.
DR © El Colegio de la Frontera Sur
Av. Centenario km 5.5, CP 77014
Chetumal, Quintana Roo
Ilustración de portada: Júpiter e Io. Pintura de Antonio Allegri da Corregio (1489-1534).
Realización del ePub: Nieve de Chamoy, www.nievedechamoy.com
Se autoriza la reproducción de esta obra para propósitos de divulgación o didácticos, siempre y cuando no existan fines de lucro, se cite la fuente y no se altere el contenido (favor de dar aviso: llopez@ecosur). Cualquier otro uso requiere permiso escrito de los editores.
Hecho en México / Made in Mexico
A la memoria de la Dra. Teresa Ramos Maza.
A Estefanía, Karina, Mario Alberto, Mauricio, Alberto y Rodrigo, deseando que sus historias de amor realmente lo sean. Olivia
Para mi bien amado hijo Andrés:Que escapes del Modelo y ames a tus iguales en libertad. Georgina
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AGRADECIMIENTOS
Este libro ha sido posible gracias a muchos apoyos, en primer lugar, reconocemos a las mujeres que nos compartieron sus historias, y nos permitieron mirar este espejito que refleja mucho de las vidas de todas nosotras en el planeta patriarcal.
De manera especial agradecemos a Patricia Ponce por todo su acompañamiento teórico y ocurrente. También a quienes lo arbitraron con tanto cuidado para mejorar el resultado final; como siempre, a Fomento Editorial de ECOSUR por su labor y al técnico Juan Carlos Velasco por todo ese trabajo invisible.
Gracias al respaldo de la titular de la Secretaría de Igualdad de Género de Chiapas, María Mandiola Totoricaguena, al apoyo sororal incondicional de Verónica Pérez-López, al acompañamiento de Nahin Orantes Malpica y de manera muy especial, al aporte inconmensurable de María Antonieta Valera de La Torre, para que este libro esté al alcance de muchos corazones con ganas de amar en condiciones de igualdad.
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ÍNDICE
1 PRESENTACIÓN El enamoramiento de las sombras
2 INTRODUCCIÓN Sobre la metodología
3 CAPÍTULO 1
4 El amor cuenta su historia (breve genealogía del amor romántico) La era industrial y el naciente capitalismo El Romanticismo
5 CAPÍTULO 2
6 Amar como mujer (la construcción de las subjetividades generizadas) No nacemos mujeres, nos hacemos mujeres
7 CAPÍTULO 3
8 Espejito, espejito (la posibilidad de mirarnos a través de las otras). Parte I El sueño que nos contaron: la construcción sociofamiliar del Amor romántico Del enamoramiento al desamor La “familia Corn Flakes” (el ideal de familia)
9 CAPÍTULO 4
10 Espejito, espejito (la posibilidad de mirarnos a través de las otras). Parte II La personalidad generizada para el Amor romántico 1) La impotencia aprendida/la fantasía de omnipotencia en una diada dominiosumisión 2) La baja autoestima de las mujeres 3) La atracción por “el malo” (el transgresor) 4) La codependencia 5) La renuncia romántica 6) El cuidado maternalizado y el amor 7) El deseo sexual contenido Infidelidad normalizada La violación sexual en la relación romántica
11 CAPÍTULO 5
12 Salir de la trampa y llegar al amor (maneras de amar como adulta, consciente y libre). De madresposear a amar Relaciones de igualdad Sexuar separado de amar. Desvinculación amor-sexo-placer-reproducción Diversificar personas e intereses Autoestima Analogía entre los siete pecados capitales y los siete pilares de la personalidad generizada
13 EPÍLOGO
14 BIBLIOGRAFÍA
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PRESENTACIÓN
El enamoramiento de las sombras
Menuda alegría y tremenda tarea me han dado Olivia Velázquez y Georgina Sánchez: presentar un libro que me remite a un encuentro casual de tres mujeres frente a una tesis profesional, justamente la de Olivia. Las tres más o menos desconocidas, que nos juntamos por razones académicas, reconocíamos el “desenamoramiento”, la pérdida del “amor de nuestras vidas” ocurrida alguna vez; porque sí, muchas académicas-feministas también creímos, en un momento dado de nuestra historia, en el amor romántico y “la familia kellos”. No es motivo de extrañeza, ¿de qué estamos hechas las mujeres sino también de contradicciones?
Debo decir que Georgina fue profesora de mi hija en la Maestría en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR). La conocí por ella, y agradecí a la vida que hubiese sido su maestra en la materia de género y que me regalara ese encuentro. Olivia me encantó desde el principio por su calidad humana, su profesionalismo y pasión por el tema; siempre humilde, dispuesta a la escucha, a recibir y brindar el apapacho y a tomar notas que enriquecían su tesis. Después, las tres nos anduvimos coqueteando, nos encontramos en varias ocasiones, nos volvimos colegas y amigas queridas. Estoy hablando del acercamiento que puede existir entre mujeres cuando hay autoestima.
Ahora bien, hablar sobre la triste y desgastada, pero vigente historia del amor romántico, no es nada grato, pero sí muy importante. Ese modelito producto de un orden económico y social que tiene como objetivo fundamental justificar —aún en el siglo XXI— que el espacio doméstico nos permite convertimos en “las reinas del hogar”, siendo ante todo madres-esposas sacrificadas, sumisas y abnegadas por el bien de nuestra prole, de la familia y de la sociedad, olvidando que el sistema sexo-género es esencialmente binario, jerárquico. He ahí la principal aportación de esta obra.
El amor romántico, como construcción social, se convirtió en el requisito prematrimonial e identitario de la feminidad, en el pilar básico de la familia heterosexual y heteronormativa —y quizá más allá de ella—, en esa mañosa trampa que insiste en tratar de convencernos —a pesar de las experiencias—, de ser un prototipo capaz de proporcionarnos “familias kellos”, parejas amorosas y felicidad eterna. Según el molde del amor romántico, las mujeres no nos excitamos, sino que sentimos mariposas en el estómago, es decir, nos enamoramos y casi siempre de un amor “infantilizado”, del príncipe azul o del villano, de ese que supuestamente nos salvará o al que salvaremos.
Me refiero a ese amor incondicional que nos lleva a perdernos en las necesidades “del otro”, ese sentimiento que genera adicción y nos hace creer que somos omnipotentes, súper mujeres, siempre cuidadoras, protectoras y al mismo tiempo, nos construye como personas desvaloradas, carentes y con baja autoestima. Y que finalmente, en la búsqueda por alcanzarlo no solo nos impide realizarnos en lo personal; muchas veces nos hace ir en contra de nuestra integridad, autonomía, salud, seguridad y vida.
En el telón de fondo aparece la tradición judeocristiana, la cual se basa en un sistema sexual que se erige en un pilar básico: el matrimonio religioso, monogámico y heterosexual como el único espacio autorizado para ejercer la sexualidad, que además se debe orientar a la reproducción. Al paso del tiempo, esta moral sexual se ha generalizado, formando parte del sentido común y con el aval de un ejército de médicos, pedagogos, sacerdotes, psiquiatras y sexólogos, quienes mediante el disfraz de la “cientificidad” y lo “medicamente saludable” se han dado a la tarea de establecer las normas morales y sociales, convirtiéndose en los principales agentes reproductores de la sexualidad normativizada.
No obstante, la historia, la vida y las experiencias nos enseñan que las normas, los preceptos, las leyes, las subjetividades y la fuerza de la costumbre hacen que los hechos biológicos asuman una significación cultural. Es a partir de la capacidad biológica que tenemos las mujeres de engendrar, parir, amamantar, y de los roles asignados a cada uno de los géneros, que se han fundamentado las diferencias, las desigualdades, las violencias. La exaltación del destino biológico, la ubicación del lado de la naturaleza y la representación predominante de las mujeres como “ángeles del hogar” proyecta un modelo de lo femenino caracterizado por la sumisión, la debilidad, la sensibilidad y la dulzura, que requiere de la corrección y de ser necesario, del castigo masculino.
El aprendizaje de los papeles genéricos empieza desde la primera infancia, de tal manera que niñas y niños van adquiriendo comportamientos y sentimientos diferenciados, desiguales. Para las mujeres se convierte en un verdadero adiestramiento que integra implícitamente la renuncia a la libertad, la independencia y la emancipación, así como la pérdida de sus deseos, para asumir el papel que la sociedad le impone: ser buena ama de casa, sumisa esposa y ante todo, sacrificada madre. Se nos educa en un esquema que no impulsa a la transformación sino a la sumisión; se trata de evitar la confrontación directa con los hombres a fin de mantener áreas de poder, y a la vez adaptarse para sobrevivir en un mundo masculino. En contraparte, a ellos se les disciplina para ser futuros jefes de familia, proveedores con poder de mando, decisión y autoridad.
Así, mujeres y varones quedamos atrapados dentro de los límites de un sistema social sexista, inequitativo y violento, que insiste en equiparar la diferencia con la desigualdad. Pereciera que el único objetivo de las relaciones de pareja es satisfacer “las necesidades” sexuales de los hombres, la reproducción de la especie y la construcción de una familia tradicional. La posibilidad de una relación de pareja basada en proyectos propios y comunes, en relaciones respetuosas afectivas, amorosas y eróticas se antoja imposible.
Sin embargo, creo en otras posibilidades de amarse, de amar. Acredito al amor que conlleve autoestima, libertad, autonomía, transgresión, poder de decisión y de negociación. A diferencia, el amor romántico —como bien sostienen las autoras— es un producto comercial con mucha demanda, que sigue la lógica de la tradición judeo-cristiana, de los modelos económicos y de los mercados. La fantasía de un poder de supremacía absoluta —lo que llaman en este texto la omnipotencia— infantiliza a la pareja y justifica así el cuidado maternalizado,1 lo recrea como la única manera de velar por el “otro”.
Esto nos coloca, sobre todo a las mujeres, frente a la trampa de un molde de amor con pocas posibilidades de elegir libremente entre iguales. Se fabrica un afecto que se somete frente a la otra persona y se gesta la ilusión del sentimiento absoluto, total, incondicional. Al final, quedamos atrapadas buscando el amor paterno que nos impide crecer, madurar, apropiarnos de nuestras vidas; perseguimos la imagen del proveedor, del exitoso, del protector… aunque sea imaginariamente. Los hombres permanecen en la búsqueda del amor materno, ilimitado, omnipresente, ese que les permite actuar con impunidad mientras colocan a su madre-esposa en un altar simbólico, junto a la Virgen y a su progenitora.
La imposibilidad de construir el amor desde el terreno de la igualdad, la autonomía y la libertad nos condiciona, de alguna manera, a aceptar la violencia y el desamor. Y el engaño aparece de nuevo, el amor por “el otro” se convierte en un mecanismo de control que implica el cuidado del hijo, o sea del marido, lo que sin duda alguna lleva implícito el sufrimiento físico y emocional, la violencia, muchas veces también la enfermedad y la muerte. Solemos olvidar que todo lazo tiene fecha de caducidad, nada es eterno, así tengan el rostro de hijas/os, hermanas/os, novios, maridos o amantes.
Percibo al sistema sexo-género como una maquinaria perfecta que día a día —de manera consciente o inconsciente— mujeres, hombres y demás identidades sexogenéricas aceitamos, como a un relojito de los viejos. Sin embargo, creo en la diversidad, en la posibilidad del cambio, en la transformación, en la transgresión. Es decir, aun cuando existen normas y estereotipos acerca de la masculinidad y la feminidad que deben ser respetados para que seamos aceptadas socialmente y para obtener prestigio y áreas de poder, la socialización no es solo un proceso de imposición que los seres humanos, sin importar el género, asumen de manera pasiva ni homogénea. El conjunto de representaciones hegemónicas expresadas en leyes, discursos, valores y prácticas es la fuente más importante que alimenta la construcción de las subjetividades, pero por fortuna los individuos tienen capacidad de elegir.
Ciertamente los conceptos y esquemas sobre la familia, el amor, las relaciones de pareja, el matrimonio, la maternidad y la sexualidad femenina —reformulados de forma constante— son producto del poder que históricamente han detentado los hombres, pero no hay que olvidar dos cuestiones importantes. La primera es que si bien es cierto que no se ha destruido el edificio de los privilegios masculinos ni se han modificado las concepciones en torno al destino biológico de las mujeres, las transformaciones logradas por estas en el siglo XX nos demuestran que nada es inmutable ni inevitable. La segunda cuestión es que si aceptamos que el poder y sus formas de dominación conllevan a la par luchas de resistencia, negociación y transgresión, debemos reconocer y revalorar que en el campo familiar, reproductivo y sexual las mujeres también han jugado un papel activo y no solo han sido víctimas inertes de la subordinación. En diversos momentos históricos, sus comportamientos nos demuestran que han renegociado y transgredido los preceptos dominantes establecidos, con el fin de reapropiarse de su cuerpo, reproducción, sexualidad, y también han logrado definir sus deseos y necesidades. Se han apoderado de sus vidas y destinos.
Creo firmemente que vale la pena insistir en el reconocimiento de las mujeres como parte de la diversidad humana, contradictoria y heterogénea, sin perder de vista las pequeñas o grandes batallas cotidianas que han librado para transformar aquellos espacios asfixiantes, en donde han opuesto resistencia y han manipulado las normas a favor de sus intereses, necesidades y propósitos. Es decir, tenemos capacidad y posibilidades de elegir —aunque a veces dentro de marcos opresivos— frente a un amplio abanico de posibilidades, así como resistir y luchar para transgredir el sistema sexo/género dominante, al menos de manera íntima y personal.
Agradezco y celebro la aportación de Olivia y Georgina plasmada en este libro, el cual nos abre caminos para la comprensión de un esquema social caduco, basado en un amor romántico que limita, pero que también nos brinda alientos de transgresión. ¡Enhorabuena!
Patricia Ponce
Veracruz, septiembre de 2019
01 El término maternalizado hace referencia no al cuidado materno que se puede derivar de una madre hacia su criatura en edad de dependencia (de 0 a 3 años), sino a extender este tipo de atención hacia otras personas adultas (familiares, parejas, estudiantes y demás) con una desmedida prodigalidad que deviene en control afectivo sobre quienes, de suyo, pueden y deben ser independientes en todos los sentidos, pero que lo aceptan por confort.
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INTRODUCCIÓN
En nuestro mundo contemporáneo, en el que la información es sumamente accesible mediante la conexión con el ciberespacio, plantear tópicos que atrapen la atención es un gran reto. El esfuerzo no responde a una necesidad de protagonismo, sino porque es importante impulsar la reflexión respecto a cuestiones que confrontan, lastiman e impiden la realización de las personas en general y de las mujeres en particular. En tal sentido se desarrolla el contenido de este libro: el amor en pareja vivido desde las mujeres.
Los términos cautiverio y trampa serán muy importantes en nuestros planteamientos, y la relación entre ambos está dada desde su etimología. Una trampa es algo en lo que una persona puede caer de manera no consciente o no reflexiva y quizá le conduzca a un lugar sin salida; en consecuencia, permanecer cautiva suele ser el resultado de entramparse, de vivir una ilusión de que no se está tan mal, o quizá de que todo mejorará sin más esfuerzo que el de fantasear para evadir la condición de cautiva; para muchas mujeres, además supone sacrificar planes personales para conseguir una pareja y permanecer en esa posición, a costa de otras aspiraciones. La trampa radica en la creencia de que así debe ser, o de que un día, repentinamente no existirán más trampas para salir del cautiverio. La situación femenina de estar entrampada y cautiva se preserva con la construcción social de enamoramiento (que no del amor), que suele caracterizarse porque se establece en desigualdad.
Un antecedente inevitable es la obra magistral que en 1990 nos obsequió la gran feminista Marcela Lagarde, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, en donde quedó de manifiesto que como una manera de adaptación a la realidad que creemos inmutable, las mujeres nos adecuamos a nuestras prisiones, a veces incluso con alegría o conformidad. Entonces, la categoría de cautiverio no solo califica los ámbitos que se reconocen como espacios privativos —la casa, el convento, la cárcel, el manicomio— sino también las prisiones subjetivas. Estas últimas son aquellas establecidas culturalmente ya en la infancia y contribuyen a moldear las características con las que nos pensamos y conocemos; desde ahí socializamos la desigualdad, la naturalizamos y la normalizamos.
En el aprisionamiento que nos habita radica la actitud con que nos amamos a nosotras mismas y a las demás personas, y para el caso de nuestro libro, se abre el umbral para con ese paradigma, hablar de la construcción del encuentro sexoafectivo con el otro en el marco del Amor romántico. La constante en él es la preexistencia de relaciones de asimetría de poder entrelazadas con la culpa, el miedo y la fascinación que provoca el saberse cautivas, y se entrampa la manera de vivirse en relación. Así que de la mano de la osadía, nos atrevemos a incrementar un tipo más de cautiverio a los descritos por Lagarde y que no es excluyente de los otros confinamientos; la palabra que lo define es enamoradas.
¿Qué es lo que propicia que se mantengan vigentes ciertas relaciones desiguales que lastiman y obstaculizan una expresión que debería ser de las mejores de la humanidad? La respuesta se liga a un sistema que no solo avala este tipo de vínculo, sino que lo perpetúa a través de adaptaciones y readaptaciones a lo largo de la historia, atravesando geografías en todo el planeta. Nos referimos al patriarcado; es necesario reconocerlo, pues de otro modo será difícil transformarnos al interior de nosotras mismas.
Parafraseando a Nicolás Schongut (2012: 28-29), en los estudios feministas se han podido exponer las condiciones socioculturales que el patriarcado asienta en varones y mujeres, de tal manera que la masculinidad se erige en un modelo hegemónico que instituye una división social entre unos y otras e inscribe la producción y reproducción de las desigualdades entre ambos sexos, como si se tratara de un tatuaje permanente sobre la sociedad.
Si seguimos la teoría de Jamake Highwater (citada por Christiane Northrup, 1999), la era patriarcal lleva al menos cinco mil años de vigencia. Así, en una cultura regida por “el padre”, lo femenino está devaluado tanto por los varones como por las propias mujeres, pero mientras que tal escenario se siga normalizando y considerando inalterable sin una visión crítica, no encontraremos otra forma de organización social a futuro. Lo preocupante, sobre todo para las mujeres, es que se trata de un sistema que descansa en la infravaloración y violencia hacia lo femenino, haciéndonos asumir culpabilidad por no ser la otredad, lo que sí vale, lo masculino; Lagarde (2001) agregaría que, además, la existencia de las mujeres se justifica a partir de los varones. Por consiguiente, nuestros cuerpos, sentimientos, emociones, creatividades, imaginaciones, intuiciones y logros, son calificados con el parámetro inquisidor de quienes supuestamente valen más: los varones.
Esta infravaloración, al menos en México, no es confrontada a pesar de lo grave que resulta para el 50 % de la ciudadanía, es decir, la población femenina. Incluso se rechaza la idea de que el país sigue teniendo características inadmisibles de violencia hacia las mujeres, como secuela de una cultura de masculinidad hegemónica, naturalizada bajo el manto del modelo patriarcal. A continuación presentamos unas cifras para documentar dichas peculiaridades, mismas que se minimizan o disimulan como quien no quiere mostrar a “la loca de la casa”.
La última Encuesta Nacional sobre las Dinámicas de Relación en los Hogares (ENDIREH, 2016), que se realizó a lo largo de todo el territorio nacional con datos de 14,363 hogares, presenta una medición de la violencia de género hacia las mujeres en edades de 15 años y más, considerando cuatro clasificaciones: emocional, física, sexual y económica-patrimonial. De las mujeres consideradas en la encuesta, el 66.1 % han sufrido al menos un incidente de algún tipo de violencia de las antes mencionadas, ejercida por cualquier agresor.
Por cada diferente tipo de violencia investigado, los resultados generales según las respuestas de las encuestadas son: violencia emocional, 49 %; sexual, 41 %; física, 34 %; económica-patrimonial, 29 %. Las mujeres fueron entrevistadas en sus hogares: los lugares donde reproducen y viven su cotidianidad y que al menos de manera idealizada, se presumen como el sitio para la expresión de los afectos fundados en una relación que en algún momento pudo haber planteado la posibilidad del amor. Ese amor que se aprecia por su atractivo, el de pareja, pero envuelto en la trampa del sistema patriarcal y su violenta expresión de los varones hacia las mujeres, junto con una escala de violencia que se reproduce hacia hijas e hijos, tal como ocurre en México y en otras culturas occidentalizadas.
Con todo, el amor de pareja es fascinante y ha sido destinatario del mayor interés, reflejado en múltiples tratados, expresiones literarias y musicales, sin dejar de lado el teatro, la pintura y la escultura, entre otras posibles demostraciones documentadas en el devenir histórico, las cuales muestran a veces con realismo e idílicamente en gran parte de las ocasiones, lo que al afecto y la pasión entre parejas se refiere. No obstante, en tanto que varones y mujeres no somos educados de igual forma en las diferentes culturas y periodos, la constitución de lo que hacemos, sentimos y pensamos como amor de pareja también es diferencial y desigual, de allí su importancia como reflexión al ser un factor que suele definir a las mujeres; esto ocasiona que en varios contextos se asuma que somos amorosas por naturaleza.
Puede decirse que el amor es un sentimiento inherente a la humanidad, que es capaz de constituir una de sus mejores manifestaciones al asociarse con la empatía, solidaridad, compasión y valentía. Sin embargo, no es nuestro interés desarrollar un tratado filosófico al respecto; lo que pretendemos es analizar el amor de pareja en la época contemporánea, en particular el que se da entre un varón y una mujer, a partir de la experiencia de mujeres de alta escolaridad que accedieron a compartirnos sus historias. Estas narrativas se enmarcan en lo que denominamos Amor romántico, el cual se modeló en la incipiente sociedad industrial y ha devenido en un mecanismo a la medida del patriarcado para conformar las relaciones amorosas de las mujeres, convirtiéndose en parte sustantiva de su identidad (quién y qué soy) y de su subjetividad (cómo construyo y asumo el mundo que me rodea); paradójicamente se ha vuelto una trampa para la realización personal de las propias mujeres.
Quienes lean esto podrían cuestionar el por qué se pretende osadamente que el análisis de algunas historias de personas con estudios de posgrado y habitantes de una ciudad cosmopolita del sur del país,1 se generalice para numerosas mujeres que han estado, están o quieren estar enamoradas. La respuesta no es simple; dado que el amor derivado de relaciones sexoafectivas se ha naturalizado, vamos de la mano de filósofas y científicas feministas que han contribuido a develar el Amor romántico (Amorós, Fisher, Illouz, Lagarde, Pateman, Sainz, Valcárcel, Herrera, Amuchástegui y Esteban, entre otras). Este libro abre la posibilidad de apreciar mediante las experiencias relatadas, las similitudes con la realidad de quien lo lee (capítulos “Espejito, espejito”), permitiendo reconocer el problema como un asunto sistémico y no solo como un compendio de historias conmovedoras que les ocurren a “las otras” cuando se enamoran.
El análisis del amor como expresión de afecto y emociones ha sido tema de la psicología en décadas anteriores; posteriormente pasó a la competencia de la sociología y la antropología al vislumbrarse como un constructo social, es decir, al sacarlo de su nicho de sentimiento natural para dimensionarlo como concepción cultural, asegurado por la familia, la escuela y el Estado, entre otras instituciones, y sobre el que las personas integrantes de una sociedad actúan siguiendo reglas y normas que se consideran apropiadas.
En tal sentido, el Amor romántico ha sido construido socialmente y se siguen ciertas pautas para cumplir con sus requerimientos, las cuales provocan que se suela caer en la idealización. Ha sido gracias a las pensadoras feministas contemporáneas que se ha desmontado el mito de este tipo de afecto, ya que como hemos mencionado, no se asume con carácter igualitario para varones y mujeres. Varias autoras han revelado que desde la violencia más sutil hasta la más feroz en las relaciones de pareja (el feminicidio a manos de la pareja “sentimental”), las conductas nocivas se disimulan bajo un velo amoroso que obnubila los cimientos de relaciones abusivas.
Si bien el Amor romántico como constructo no es idéntico en todas las situaciones, ya que varía de acuerdo a la clase social, la edad, la escolaridad o la pertenencia étnica, entre otros factores, su vivencia es común a la mayoría de las mujeres, ya que compartimos posiciones de opresión en el patriarcado. Mujeres de diferentes matices aprendemos a forjar nuestra identidad y nuestra subjetividad asumiendo un estado dependiente y constitutivo en el amor hacia el otro. ¿Cómo desenmascarar a este bufón que goza de la simpatía de la cultura patriarcal y se burla de la idealización femenina de parejas perfectas con el sello de “vivieron felices para siempre”?
Lo primero que compete hacer es arrojar luz sobre las sombras, sobre ese modelo de Amor que como ya mencionamos, ha mantenido una función para normar y regular cierto tipo de comportamiento en las relaciones sexoafectivas entre varones y mujeres,2 con una clara intención de moldear las conductas emocionales y físicas de las personas en cuanto a expectativas para unirse en parejas, aun cuando aparezca diferencialmente según las edades de quienes estén en el juego.
En su tesis doctoral, Olivia Velázquez (2016) recorre diversos estudios actuales tocantes al amor de pareja en países iberoamericanos; la mayoría derivan del interés de la psicología y abarcan desde la concepción del amor como una adicción (perderse por la necesidad del otro) hasta los serios cuestionamientos de la vivencia del amor de pareja y su alcance en la salud mental. La mayoría de los estudios apuntan hacia que las mujeres —sobre todo las jóvenes— consideramos indisoluble el vínculo del sexo con el amor, en su modalidad de romántico, mientras que los varones pueden dimensionarlo y vivirlo como dos elementos independientes entre sí, usando el romanticismo para la consecución del acto sexual, pero no necesariamente como parte del deber ser de la relación.
Otras investigaciones señalan que esto puede afincarse en cómo se construye la masculinidad (deber ser de los varones) y la feminidad (deber ser de las mujeres), lo cual también se ha documentado entre personas jóvenes (incluso con alta escolaridad), y así se contribuye a crear vínculos desiguales, pues se espera que desde el noviazgo las mujeres “obedezcan” a sus compañeros varones. Dicha perspectiva se refleja en la población adolescente con fantasías como “la prueba de amor” para el inicio de relaciones sexuales sin compromiso ni cuidado sobre la integridad corporal de cada quien, lo que suele derivar en enfermedades de transmisión sexual y embarazos precoces que implican crianzas precarias, pues no son deseados ni planeados, sino efecto de una instrumentalización de la que la mayoría de las mujeres no son conscientes.
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