Una Vez Inactivo

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Aus der Reihe: Un Misterio de Riley Paige #14
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CAPÍTULO TRES

Riley se sentía sin aliento. Todo un mundo de posibilidades parecía estar abriéndose delante de ella, y no tenía idea de qué pensar.



Como no sabía qué decir, solo cogió su copa de vino y siguió a Blaine hasta el comedor.



Blaine fue a gabinete y sacó un gran rollo de papel. Cuando llegaron, Riley lo había visto sacando el rollo del auto junto con el resto del equipaje, pero no se había tomado la molestia de preguntarle qué era.



Desenrolló el papel sobre la mesa del comedor, colocando copas en las esquinas para sujetarlo. Parecían planos de diseño.



–¿Qué es esto? —preguntó Riley.



–¿No la reconoces? —dijo Blaine—. Es mi casa.



Riley miró los planos con más cuidado, sintiéndose un poco desconcertada.



Ella dijo: —Eh… parece muy grande para ser tu casa.



Blaine se echó a reír y dijo: —Eso es porque un ala entera aún no ha sido construida.



Riley se sintió emocionada mientras Blaine comenzó a explicar los planos. Le mostró que la nueva ala incluiría dormitorios para April y Jilly. Y, por supuesto, habría un apartamento para Gabriela, el ama de llaves que vivía con Riley y las chicas, quien trabajaría para todos una vez que se terminara la construcción. El nuevo diseño incluso incluía una pequeña oficina para Riley. No había tenido una oficina desde que Jilly se había mudado y la había necesitado para su dormitorio.



Riley estaba abrumada y emocionada a la vez.



Cuando Blaine terminó de explicar, Riley dijo: —¿Esta es tu forma de pedirme que me case contigo?



Blaine tartamudeó: —Si, supongo que sí. Sé que no es muy romántico. Ni siquiera tengo un anillo y aún no me he arrodillado.



Riley se echó a reír y dijo: —Blaine, si te arrodillas te juro por Dios que me echaré a reír.



Blaine la miró sorprendido.



Pero Riley lo había dicho en serio. Tuvo un flashback al momento en que Ryan le pidió matrimonio hace mucho años, cuando ambos habían sido jóvenes y pobres; Ryan un abogado que apenas estaba empezando su carrera y Riley una pasante del FBI. Ryan se había adherido al ritual, arrodillándose y ofreciéndole un anillo que realmente no podía permitirse.



Le había parecido muy romántico en ese entonces.



Pero como las cosas habían salido tan mal para ellos, el recuerdo ahora le parecía un poco amargo.



La propuesta nada tradicional de Blaine parecía perfecta en comparación.



Blaine puso su brazo alrededor de los hombros de Riley y la besó en el cuello.



–Sabes, casarnos tendría ventajas prácticas —le dijo—. No tendríamos que dormir en habitaciones separadas cuando las chicas estén en casa.



Riley sintió un cosquilleo de deseo ante su beso y sugerencia.



«Sí, eso sería una ventaja», pensó.



No habían podido compartir muchos momentos íntimos. Los dos siempre estaban en habitaciones separadas… incluso en estas espectaculares vacaciones.



Riley suspiró profundo y dijo: —Es mucho qué pensar, Blaine. Los

dos

 tenemos mucho qué pensar.



Blaine asintió. —Lo sé. Es por eso que no espero que saltes gritando «Sí, sí, sí» a todo pulmón. Solo quiero que sepas… que lo he estado pensando mucho. Espero que tú también.



Riley sonrió y admitió: —Sí, lo he pensado.



Se miraron a los ojos durante unos momentos. Una vez más, Riley disfrutó del silencio entre ellos. Pero, por supuesto, sabía que no podían dejar todas esas preguntas dando vueltas por su mente.



Finalmente Riley dijo: —Volvamos afuera.



Rellenaron sus copas, salieron al porche y se sentaron de nuevo. La noche se volvía más hermosa con cada minuto que pasaba.



Blaine se acercó, tomó la mano de Riley y dijo: —Sé que es una gran decisión. Tenemos mucho en qué pensar. Por un lado, ambos hemos estado casados antes. Y… bueno, estamos envejeciendo.



Riley pensó en silencio: «Razón de más para comprometernos.»



Blaine continuó: —Tal vez deberíamos comenzar haciendo una lista de todas las razones por las que esto podría no ser una buena idea.



Riley se echó a reír y dijo: —¿Tenemos que hacerlo, Blaine?



Pero sabía perfectamente que tenía razón.



«Y yo debo ser la que empiece la lista», decidió.



Respiró profundo y dijo: —Para empezar, tenemos que pensar en nuestras hijas. Tenemos tres adolescentes que cuidar. Si nos casamos también seremos padrastros, yo de tu hija y tú de las mías. Eso es un gran compromiso.



–Lo sé —dijo Blaine—. Me encanta la idea de ser un padre para April y Jilly.



Riley sintió un nudo en la garganta ante la sinceridad en su voz.



–Me siento igual respecto a Crystal —dijo Riley antes de añadir con una sonrisa—. Mis hijas tienen una gata y una perra. Espero no te moleste eso.



Blaine dijo: —No, para nada. Ni siquiera pediré un depósito por mascotas.



Su risa resonó en el aire de la noche.



Luego Riley dijo: —De acuerdo, es tu turno.



Blaine suspiró profundo y dijo: —Bueno, ambos tenemos un ex.



Repitiendo su suspiro, Riley dijo: —Sí, eso es cierto.



Se estremeció al recordar su único encuentro con la ex esposa de Blaine, Phoebe. La mujer borracha había estado físicamente atacando a la pobre de Crystal hasta que Riley se la quitó de encima.



Blaine le había dicho a Riley que casarse con Phoebe había sido un error de su juventud, antes de que tuviera idea de que ella era bipolar y un peligro para sí misma y los demás.



Adivinando los pensamientos de Riley, Blaine dijo: —Tengo tiempo sin saber de Phoebe. Ella vive con su hermano, Drew. Me comunico con Drew de vez en cuando. Dice que Phoebe está en rehabilitación y que está mucho mejor, pero ni siquiera piensa en Crystal y en mí. Estoy seguro de que más nunca volverá a formar parte de nuestras vidas.



Riley tragó saliva y dijo: —Me gustaría poder decir lo mismo de Ryan.



Blaine apretó la mano de Riley y dijo: —Bueno, él es el padre de April. Va a querer seguir siendo parte de sus vidas. De la de Jilly también. Lo entiendo.



–Estás siendo demasiado justo con él —dijo Riley.



–¿En serio? ¿Por qué?



Riley pensó: «¿Cómo podré explicárselo?»



El único intento de Ryan de reconciliarse con ella y regresar a casa había terminado desastrosamente, especialmente para Jilly y April, quienes aprendieron por las malas que no podían contar con su padre.



Riley no tenía idea de cuántas novias había tenido.



Tomó un sorbo de vino y dijo: —No creo que veremos mucho de Ryan. Y creo que eso es lo mejor.



Riley y Blaine se quedaron en silencio durante unos momentos. Mientras miraban hacia la noche, sus preocupaciones sobre Phoebe y Ryan se esfumaron de su mente, y una vez más disfrutó de la maravillosa calidez y confort de la compañía de Blaine.



El silencio fue interrumpido por los sonidos de pisadas y risas a lo que las chicas salieron corriendo de su habitación. Estaban haciendo algo en la cocina, Riley supuso que sirviéndose un aperitivo.



Entretanto, Riley y Blaine empezaron a hablar en voz baja de diferentes temas, si sus carreras muy diferentes podrían encajar o no, que Riley tendría que vender la casa urbana que había comprado hace apenas un año, cómo manejarían sus finanzas y otras cosas por el estilo.



Mientras hablaban, Riley se encontró pensando: «Empezamos tratando de enumerar razones por las que casarnos no sería una buena idea.»



En cambio, parecía una excelente idea.



Y lo verdaderamente hermoso era que ninguno de ellos tenía que decirlo en voz alta.



«Debí haber dicho que sí», pensó.



Sin duda se sentía como si se estuvieran comprometiendo para casarse.



Y realmente le gustaba esa sensación.



Su conversación fue interrumpida cuando April llegó corriendo al porche con el teléfono celular de Riley en la mano.



Estaba sonando.



Mientras le entregaba el teléfono a Riley, April dijo: —Oye, mamá, dejaste tu teléfono en la cocina. Tienes una llamada.



Riley contuvo un suspiro. Sabía que no querría hablar con quienquiera que la estaba llamando. Efectivamente vio que la persona que la estaba llamando era el agente especial Brent Meredith.



Se sintió terrible al darse cuenta de que la quería de vuelta en el trabajo.



CAPÍTULO CUATRO

Cuando Riley atendió la llamada, oyó la voz ronca conocida de Meredith.



–¿Cómo te está yendo en tus vacaciones, agente Paige?



Riley se contuvo para no decir:

—Bien hasta ahora.



En cambio respondió: —Excelente. Gracias.



Se levantó de la silla y se alejó un poco por el porche.



Meredith soltó un gruñido vacilante y luego dijo: —Mira, hemos estado recibiendo algunas llamadas telefónicas peculiares de una mujer policía en Mississippi, de un pueblito costero llamado Rushville. Está trabajando en un caso de asesinato. Un hombre local fue asesinado de un martillazo en la cabeza y… —Meredith se detuvo de nuevo y luego dijo—: Cree que se trata de un asesino en serie.



–¿Por qué? —preguntó Riley.



–Porque algo similar ocurrió en Rushville hace unos diez años.



Riley entrecerró los ojos, sintiéndose sorprendida. Ella dijo: —Transcurrió mucho tiempo entre los asesinatos.



–Sí, lo sé —dijo Meredith—. Hablé con su jefe, y él dijo que no le prestara atención. Que solo era una policía aburrida en busca de emoción. Sin embargo, ella sigue llamando y realmente no parece una loca, así que tal vez…



Meredith se quedó callado de nuevo. Riley miró dentro de la casa y vio que Blaine estaba ayudando a las chicas a servirse algo de comida en la cocina. Se veían tan felices. Riley se sintió terrible ante la idea de tener que terminar estas vacaciones antes de tiempo.



Entonces Meredith dijo: —Mira, supongo que estaba pensando que si estabas cansada de vacacionar y ansiosa de regresar al trabajo, tal vez podrías viajar a Mississippi y…



Riley se sorprendió al oír su propia voz interrumpirlo bruscamente.

 



–No.



Otro silencio cayó, y Riley sintió el corazón en la garganta.



«Dios mío —pensó—. Acabo de decirle que no a Brent Meredith.»



Nunca había hecho eso antes. Se sabía que a Meredith no le gustaba esa palabra, especialmente cuando había trabajo que hacer.



Riley se preparó para ser regañada. En cambio, oyó un suspiro.



Meredith dijo: —Sí, debí haberlo sabido. Probablemente no es nada de todos modos. Siento haberte molestado. Sigue disfrutando de tus vacaciones.



Meredith finalizó la llamada, y Riley se quedó en el porche mirando el teléfono.



Las palabras de Meredith resonaron en su cabeza:

—Siento haberte molestado.



Eso no era propio de su jefe. No solía pedir disculpas.



Entonces, ¿qué estaba pensando realmente?



Riley tenía la sensación de que Meredith no creía lo que acababa de decir:

—Probablemente no es nada de todos modos.



Riley sospechaba que algo de la historia de la mujer policía había despertado el interés de Meredith, y que creía que había un asesino en serie en Mississippi. Pero como no tenía ninguna evidencia tangible, sentía que no podía ordenar a Riley a trabajar en el caso.



Mientras Riley miraba su teléfono, se encontró pensando: «¿Debería llamarlo? ¿Debería ir a Mississippi a investigar?»



Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de April: —¿Qué está pasando? ¿Se acabaron las vacaciones?



Riley vio que su hija se encontraba cerca en el porche, mirándola con una expresión amarga.



–¿Por qué piensas eso? —preguntó Riley.



April suspiró y dijo: —Por favor, mamá. Vi quién te estaba llamando. Tienes que trabajar en otro caso, ¿verdad?



Riley miró hacia la cocina y vio que Blaine y las otras dos niñas todavía estaban sirviendo aperitivos. Pero Jilly estaba mirando a Riley con inquietud.



Riley se preguntó de repente: «¿En qué demonios estaba pensando?»



Le sonrió a April y dijo: —No, no me iré a ninguna parte. De hecho… —Su sonrisa ensanchándose, añadió—: Le dije que no.



Los ojos de April se abrieron de par en par. Luego regresó a la cocina gritando: —¡Oigan esto! ¡Mamá se negó a trabajar en un caso!



Las otras dos chicas empezaron a gritar —¡Sí! y —¡Así se hace! mientras que Blaine contempló a Riley.



Luego Jilly le dijo a su hermana en broma: —Te lo dije. Te lo dije que diría que no.



April replicó: —No, no lo hiciste. Estabas aún más preocupada que yo.



–Claro que no —dijo Jilly—. Me debes diez dólares.



–¡Nunca apostamos!



–¡Sí lo hicimos!



Las dos chicas se golpearon en broma, riendo mientras discutían.



Riley también se echó a reír dijo: —Ya, chicas. Sepárense. No discutan. No arruinen estas vacaciones perfectas. Vamos a comer.



Riley se sentó a comer unos aperitivos con el grupo.



Mientras comían, ella y Blaine siguieron mirándose el uno al otro de forma amorosa.



Eran una pareja con tres hijas adolescentes que criar.



Riley se preguntó: «¿Cuándo fue la última vez que tuve una noche tan maravillosa?»



*

Riley estaba caminando descalza por la playa, viendo la luz de la mañana brillar sobre las olas. Escuchaba los graznidos de las gaviotas y la brisa era fresca.



«Será un hermoso día», pensó.



Pero aun así, algo parecía estar muy mal.



Tardó un momento en darse cuenta: «Estoy sola.»



Buscó por la playa y no vio a nadie por ningún lado.



«¿Dónde están?», se preguntó.



¿Dónde estaban April, Jilly y Crystal?



¿Y dónde estaba Blaine?



Comenzó a sentir un temor extraño que la hizo pensar: «Tal vez lo soñé todo.»



Sí, tal vez la noche anterior nunca sucedió…



Los momentos amorosos con Blaine mientras planeaban su futuro juntos.



La risa de sus dos hijas, y también de Crystal, quien estaba a punto de convertirse en su tercera hija.



La sensación cálida y agradable de pertenencia, un sentimiento que había pasado toda su vida buscando y anhelando.



Solo un sueño.



Y ahora estaba sola, muy sola.



Justo entonces oyó risas y voces detrás de ella.



Se dio la vuelta y los vio…



Blaine, Crystal, April y Jilly estaban corriendo y lanzando una pelota de playa entre sí.



Riley respiró de alivio.



«Por supuesto que fue real —pensó—.


Por supuesto que no lo imaginé.»



Riley se echó a reír y comenzó a correr para alcanzarlos.



Pero entonces algo duro e invisible la detuvo en seco.



Era una especie de barrera que la separaba de las personas que más amaba.



Riley caminó a lo largo de la barrera, pasando sus manos por ella, pensando: «Tal vez hay una forma de cruzarla.»



Entonces oyó una risita conocida.



—Ríndete, niña —dijo una voz—. Esa vida no es para ti.



Riley se dio la vuelta y vio a alguien a pocos pasos de ella.



Era un hombre que llevaba el uniforme de gala de un coronel de la Marina. Era alto y desgarbado, con el rostro desgastado y arrugado por muchos años de ira y alcohol.



Era el último ser humano en el mundo que Riley quería ver.



—Papi —murmuró con desesperación.



Su padre se echó a reír y le dijo: —Oye, no estés triste. Pensé que estarías contenta de volver a reunirte con tu propia carne y sangre.



—Estás muerto —dijo Riley.



Papá se encogió de hombros y dijo: —Bueno, como ya sabes, eso no me impide venir a verte cada cierto tiempo.



Riley se dio cuenta de que eso era cierto.



Esta no era la primera vez que había visto a su padre desde su muerte el año pasado.



Y esta no era la primera vez que había sido sorprendida por su presencia. No entendía cómo podía estar hablando con un hombre muerto.



Pero sabía algo con certeza.



No quería tener nada que ver con él.



Quería estar con personas que no la hacían odiarse a sí misma.



Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia Blaine y las chicas, quienes todavía estaban jugando con la pelota de playa.



Una vez más fue detenida por la barrera invisible.



Su padre se echó a reír y dijo: —¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No tienes nada que ver con ellos.



Todo el cuerpo de Riley comenzó a temblar, aunque no sabía si era por rabia o angustia.



Se volvió hacia su padre y gritó: —¡Déjame en paz!



—¿Segura? —dijo su padre—. Soy todo lo que tienes. Soy todo lo que eres.



Riley gruñó: —No me parezco en nada a ti. Sé lo que significa amar y ser amada.



Su padre negó con la cabeza y arrastró los pies en la arena. Luego dijo: —Tu vida es una locura. Buscas hacer justicia para personas que ya están muertas, exactamente las personas que ya no necesitan justicia. Igual a lo que viví en Vietnam, una estúpida guerra que no había forma de ganar. Pero no tienes otra opción, y es el momento de hacer las paces con eso. Es una cazadora, como yo. Así te crié. Eso es todo lo que conocemos.



Riley lo miró a los ojos, poniendo a prueba su voluntad.



A veces lo hacía parpadear.



Pero esta no fue una de esas veces.



Ella parpadeó primero y apartó la mirada.



Su padre esbozó una sonrisa maliciosa y le dijo: —Si quieres estar sola, adelante. Tampoco estoy disfrutando de tu compañía.



Se dio la vuelta y se alejó por la playa.



Riley se dio la vuelta, y esta vez los vio a todos alejándose. April y Jilly tomadas de la mano y Blaine y Crystal alejándose en otra dirección.



Cuando empezaron a desaparecer, Riley golpeó la barrera y trató de gritar: —¡Regresen! ¡Regresen, por favor! ¡Los amo!



Aunque sus labios se movían, no estaba emitiendo ningún sonido.



*

Los ojos de Riley se abrieron de golpe y se encontró tendida en la cama.



«Un sueño —pensó—. Debí haber sabido que era un sueño.»



A veces veía a su padre en sus sueños.



Esa era la única forma de verlo, dado que estaba muerto.



Tardó un momento en darse cuenta de que estaba llorando.



La soledad abrumadora, alejada de las personas que más amaba, las palabras de advertencia de su padre…



—Eres una cazadora, como yo.



No era de extrañar que había despertado tan angustiada.



Alcanzó un pañuelo de papel y logró calmar su llanto. Pero incluso entonces, la sensación de soledad no desaparecía. Recordó que las chicas estaban durmiendo en otra habitación, y que Blaine estaba en otra.



Pero le pareció difícil de creer.



Sola en la oscuridad, se sintió como si los demás estaban muy lejos, al otro lado del mundo.



Pensó en levantarse, andar de puntillas por el pasillo y entrar en la habitación de Blaine, pero luego pensó en las chicas.



Se estaban alojando en habitaciones separadas por ellas.



Trató de volver a dormir, pero no pudo evitar pensar: «Un martillazo. Alguien en Mississippi fue asesinado de un martillazo.»



Se dijo a sí misma que no era su caso, que le había dicho que no a Brent Meredith.



Pero incluso cuando finalmente volvió a dormirse, esos pensamientos no se fueron…



«Hay un asesino suelto. Hay un caso que resolver.»



CAPÍTULO CINCO

Cuando entró en la comisaría de Rushville a primera hora de la mañana, Samantha tenía la sensación de que estaría en problemas. Ayer había hecho un par de llamadas que tal vez no debió haber hecho.



«Tal vez debo aprender a no meterme donde no me llaman», pensó.



Pero le resultaba difícil no meterse en asuntos ajenos.



Siempre trataba de arreglar las cosas, cosas que a veces no tenían arreglo, o cosas que otras personas no querían que fueran arregladas.



Como era habitual cuando se presentaba a trabajar, Sam no vio a ningún otro policía, solo la secretaria del jefe, Mary Ruckle.



Sus compañeros la molestaban mucho por eso…



—Sam, la confiable. Siempre la primera en llegar y la última en irse.



Pero nunca lo decían de buena forma. Sin embargo, estaba acostumbrada a que la gente se burlara de ella. Era la policía más joven y nueva en la fuerza policial de Rushville. Tampoco era de ayuda que era la única mujer policía.



Por un momento, Mary Ruckle no pareció notar la llegada de Sam. Estaba arreglándose las uñas, su ocupación habitual durante la mayor parte de su día de trabajo. Sam no entendía el atractivo de arreglarse las uñas. Siempre mantenía las suyas cortas y cuadradas, razón por la cual muchas personas creían que era poco femenina.



Mary Ruckle no le parecía nada atractiva. Su cara era apretada y mezquina, como si estuviera pellizcada por una pinza de ropa. Sin embargo, Mary estaba casada y tenía tres hijos, y poca gente en Rushville previó ese tipo de vida para Sam.



Sam ni siquiera sabía si quería ese tipo de vida para sí misma. Trataba de no pensar demasiado en el futuro. Tal vez por eso se centraba en todo lo que el presente le deparaba. En realidad no podía imaginarse un futuro para sí misma, al menos no entre las opciones que parecían estar disponibles.



Mary se sopló las uñas, miró a Sam y dijo: —El jefe Crane quiere hablar contigo.



Sam asintió con un suspiro.



«Tal como esperaba», pensó.



Hizo su camino a su oficina y encontró al jefe Carter Crane jugando al Tetris en su computadora.



–Un minuto —dijo al escuchar a Sam entrar en la oficina.



Probablemente distraído por la llegada de Sam, perdió el juego poco después.



–Maldita sea —dijo Crane, mirando la pantalla.



Sam se preparó. Probablemente estaba molesto con ella. Perder el juego de Tetris no mejoraría su estado de ánimo.



El jefe se dio la vuelta en su silla giratoria y dijo: —Kuehling, siéntate.



Sam se sentó obedientemente frente a su escritorio.



El jefe Crane juntó las yemas de sus dedos y la miró por un momento, tratando, como de costumbre, de parecer al pez gordo que se creía ser. Y, como de costumbre, Sam no estaba impresionada.



Crane tenía unos treinta años y era de aspecto agradable. Para Sam, parecía más un asegurador que un jefe de policía. En cambio, había escalado al puesto de jefe de policía debido al vacío de poder que el jefe Jason Swihart había dejado cuando se retiró de repente hace dos años.



Swihart había sido un buen jefe y le había agradado a todo el mundo, incluyendo a Sam. Había sido ofrecido un gran trabajo con una empresa de seguridad en Silicon Valley, y comprensiblemente había pasado a pastos más verdes.

 



Así que ahora Sam y los otros policías respondían al jefe Carter Crane. Para Sam, era un mediocre en un departamento lleno de mediocres. Sam nunca lo admitiría en voz alta, pero se sentía segura de que era más inteligente que Crane y el resto de los policías.



«Sería bueno tener la oportunidad de demostrarlo», pensó.



Finalmente Crane dijo: —Recibí una llamada telefónica interesante anoche, del agente especial Brent Meredith de Quantico. Nunca me creerías lo que me dijo. Aunque tal vez sí…



Sam gruñó con disgusto y dijo: —Por favor, jefe. Vamos directo al grano. Llamé al FBI ayer por la tarde. Hablé con varias personas antes de que finalmente hablé con Meredith. Supuse que alguien debería llamar al FBI. Deberían estar aquí ayudándonos.



Crane sonrió y dijo: —No me digas. Es porque todavía piensas que el asesinato de Gareth Ogden anteanoche fue obra de un asesino en serie que vive aquí en Rushville.



Sam puso los ojos en blanco.



–¿Tengo que explicarlo todo de nuevo? —dijo Sam—. Toda la familia Bonnett fue asesinada aquí hace diez años. Alguien los mató a todos a martillazos. El caso nunca fue resuelto.



Crane asintió y dijo: —Y crees que el mismo asesino volvió a atacar diez años después.



Sam se encogió de hombros y dijo: —Es bastante obvio que hay alguna conexión. El MO es idéntico.



Crane levantó la voz un poco.



–No hay conexión. Hablamos de esto ayer. El MO es solo una coincidencia. Para mí, Gareth Ogden fue asesinado por un vagabundo que pasaba por el pueblo. Estamos siguiendo todas las pistas posibles. Pero a menos que haga lo mismo en otro lugar, de seguro nunca lo atraparemos.



Sam sintió una oleada de impaciencia.



Ella dijo: —Si solo era un vagabundo, ¿por qué no se encontró ninguna señal de robo?



Crane golpeó la mesa con la palma de su mano.



–Maldita sea, tú no sabes rendirte. No sabemos que

no

 hubo robo. Ogden era tan tonto que dejaba su puerta principal abierta. Tal vez también era lo suficientemente tonto como para dejar un fajo de billetes sobre su mesa de centro. Quizá el asesino lo vio y decidió robarlo, martillando la cabeza de Ogden en el proceso. —Acunando sus dedos de nuevo, Crane añadió—: No te parece eso más plausible que algún psicópata que ha pasado diez años… ¿haciendo qué, exactamente? ¿Hibernando, tal vez?



Sam respiró profundo.



«No te pongas a discutir con él de nuevo», se dijo a sí misma.



No tenía sentido volver a explicar por qué esa teoría le parecía poco probable. Por un lado, ¿y qué del martillo? Se había dado cuenta de que los martillos de Ogden seguían en su caja de herramientas. ¿Entonces el asesino carga consigo un martillo por cada pueblo por el que pasa?



Sí, era posible.



Pero también le parecía un poco ridículo.



Crane gruñó y añadió: —Le dije a Meredith que estabas aburrida y que eras demasiado imaginativa y que lo olvidara. Pero, francamente, toda la conversación fue vergonzosa. No me gusta cuando la gente pasa por encima de mí. No tenías ningún derecho a hacer esas llamadas telefónicas. Pedirle ayuda al FBI es mi trabajo, no el tuyo.



Sam estaba moliendo los dientes, luchando por contener sus pensamientos.



Alcanzó a decir en voz baja: —Sí, jefe.



Crane dio un suspiro de aparente alivio y dijo: —Dejaré esto pasar, lo que significa que no tomaré ninguna medida disciplinaria. La verdad es que preferiría que nadie se enterara de que esto sucedió. ¿Le hablaste a alguien de lo que hiciste?



–No, jefe.



–Ni se te ocurra hacerlo —dijo Crane antes de volverse y comenzar un nuevo juego de Tetris mientras Sam salía de su oficina.



Se dirigió a su escritorio, se sentó y meditó en silencio.



«Explotaré si no puedo hablar con nadie de esto», pensó.



Pero acababa de prometer que no tocaría el tema con los otros policías.



Entonces, ¿con quién más podría hablar?



En ese momento se le ocurrió una persona… el motivo por el que estaba aquí, tratando de hacer este trabajo…



Mi papá.



Había sido policía aquí cuando la familia Bonnett fue asesinada.



El hecho de que el caso nunca se resolvió lo había atormentado durante años.



«