Buch lesen: «Pensar con el oído»
El oído, no el cerebro, como sede
del espíritu (Mesopotamia).
Elías Canetti
Oír es pensar dos veces.
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No existe laberinto más ingenioso que el del oído.
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Hay sonidos que nos recuerdan nuestra condición.
El toque de campanas, lento y espaciado.
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La escucha atenta es una forma de no ceder. No dar tregua a lo que pretende mostrarse como evidente.
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Un proverbio: «Quien canta, su mal espanta».
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No procedemos de las ramas del árbol genealógico, sino de resonancias, cuerdas, vibraciones, reverberaciones.
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Silencio fuimos y en silencio nos convertiremos.
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Al oír pulimos lo acontecido; la artesanía del posterior decir. Las concavidades del oído son el relicario del significado de las cosas.
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«Su corazón es un laúd colgado; no bien lo tocan, resuena». Pierre-Jean de Béranger.
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El silencio es al sonido lo que el claroscuro es al color.
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Palabras, las justas.
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La música de Johann Sebastian Bach fue heredera de un miedo que se convirtió sonoro. Guerras, enfermedades, hambrunas, muertes.
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No permitas que tus ojos sobornen a tus oídos.
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«Silencio. Quien más íntimamente calló, / llega a tocar las raíces de la palabra». Rilke.
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Pitágoras, los herreros. Percibir mediante el sonido un orden.
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En la noche los oídos son lumbres.
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In memoriam, la escucha.
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Así como compartimos el pan, compartamos también el silencio.
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Al oír ya nos ponemos en la posición del otro.
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[Armonía]
Rechazar las mismas cosas con los ojos y con los oídos.
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Los instrumentos, quizá una viola da gamba, una tiorba, un laúd, al tañerlos retorna un tiempo que conocía la vigilia.
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Principio del silencio: Oír más de lo que esperábamos.
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De una carta de Nietzsche: «Naturalmente, toco mucho el piano, y a las cinco de la mañana disfruto ya de los claros días azules de los últimos días de verano y me digo a menudo en silencio que podría ser muy feliz».
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Con los mismos oídos con los que nos oímos, oír a los demás.
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Hay sonidos que sólo deberían ser oídos una vez, el estallido, la calumnia.
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Cantos perdidos, aquellos de los dioses.
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[Qué debemos oír]
Prestar oído a lo remoto, a lo lejano.
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El mundo es infinitamente sonoro, lo que se considera su centro es sordo.
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Cuando no hay nada más que ver, hay mucho que oír.
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De Francisco de Osuna: «Esperar con silencio».
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El oído, diapasón de posibilidades.
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Cuando la princesa von Homburg le regala un piano a Hölderlin, el poeta, sin vacilar, corta algunas cuerdas, quedando sólo unas cuantas teclas para improvisar sobre ellas. Quedémonos con lo necesario.
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[Educación clásica]
Se cuenta que Pitágoras y luego los sucesores de su escuela, tenían un sólido sistema de admisión de discípulos. Cuando un postulante cumplía las pruebas, Pitágoras ordenaba que guardara silencio durante un tiempo determinado, el tiempo variaba según la capacidad del admitido. Nadie guardó silencio menos de dos años. Los discípulos en esta etapa de callar y oír, no se les permitía preguntar ni comentar lo que oían. Lo más difícil de aprender es callar y oír. Una vez superada esa etapa ya se les permitía hablar, preguntar, escribir y expresar sus propias opiniones.
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¿Cómo oír lo que nos antecede?
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Es en la noche donde se escucha el silencio (silentor), silencio de la noche (silentium noctis), lo que Plauto denominó conticinium, «hora del silencio», procede de conticiscere, «callarse», cuando se han callado (conticuerunt) los hombres.
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Es más difícil ser indiferente con los oídos.
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