Trauma emocional

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Trauma emocional
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

ÁNGEL DANIEL GALDAMES

Trauma emocional


Editorial Autores de Argentina

Galdames, Ángel Daniel

Trauma emocional / Ángel Daniel Galdames. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1065-5

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas,

Sino, de estar abierto a todas las preguntas.

Earl Gray Stevens

Agradecimientos

Al Sicólogo Esteban De Costa por la información y

al grupo de Escritores Maipucinos, que no dejan de motivarme

en cada relato, en cada historia y en cada cuento.

Ángel Daniel Galdames

Los sucesos y personajes en esta historia son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con historias reales es pura coincidencia.

Los hechos y los personajes son fruto de la ficción.

Capítulo I

El teléfono sonaba en la mesita de luz. Rocío apenas lo escuchaba; le parecía que se trataba de un sueño. Sin embargo, el constante martilleo logró penetrar sus oídos; tendida en la cama y somnolienta estiró el brazo y atendió:

—¡Hola!

—¡Hola querida Roci! ¿Te desperté?

—¿Quién habla?

—¿Cómo quién habla? Tu amiga Romi. ¿Me escuchás?

—No me llames Roci... mi nombre es Rocío —contestó a modo de broma.

—¡No me digas! ¡Oh, perdón... no lo sabía!

—¿Qué necesitás?

—¿Qué te pasa amiga, perdiste las buenas ondas o te abandonaron camino a casa?

—No... me acosté a las cuatro de la mañana Romi. ¿Qué hora es? —preguntó acomodándose en el lecho.

—Son las nueve de la mañana. Por si no lo sabías, los gallos cantaron hace rato.

Vamos querida... despertá que tengo un par de gatos encerrados para esta noche. ¿Te animás a tener uno en tu falda?

—¿Gatos? —empezó a reírse— ¿Qué hiciste con el pequinés que te lamía la cara?

¿Le quitaste la correa y lo dejaste ir porque te baboseaba demasiado?

—¡Vos sabés muy bien qué hago con los animalitos querida! Los traigo a mi consultorio personal, los reviso de punta a punta, los alimento con ternura y pasión y luego los devuelvo a casa bien sanitos.

—¿Cuándo vas a cambiar Romi? ¿Nunca pensaste en quedarte con uno y no devolverlo? —y continuó riéndose.

—Vamos Roci, no podemos perder esta oportunidad. Me costó mucho conseguirlos y no me puedes fallar. ¡Sé buenita... dale!

—Si tanto te gustan los animales, ¿por qué no estudiaste Veterinaria?, ¿en vez de teñirles el pelo a las mujeres?

—No me digas que los animalitos que te conseguía nunca te gustaron. Bien te relamías con el cerdito de Tunuyán, hasta le sacaste radiografía a las muelas.

Romina escuchó una carcajada del otro lado del tubo.

—Tenía buen aliento, se movía rápido y era más amable que el último chanchito que sacaste de abajo de la maceta.

—Convengamos que ese chanchito tenía departamento, auto y...

—No sigas... ahora soy adulta y con una profesión; trabajo Romi. Esta vez lamento

no poder acompañarte.

—¡No seas egoísta! Cuando encuentro un par de animalitos sueltos en la calle siempre la pasamos bien. Al menos de mí no se quejan, los alimento bien.

—¿Cuándo pensás sentar cabeza Romi? Te hace falta un par de críos.

—Nací para vivir, no para hacerme cargo de niños... al menos por ahora. ¿Qué decís, me acompañás? —insistió.

—Romi, no puedo. Esta noche tengo guardia de nuevo.

—¿Otra vez? Dejate de joder... Hace dos semanas que no salimos juntas y a estos gatitos no lo podemos dejar arriba del tejado. Para que sepas son siameses. ¡Amo a los siameses!

—Me encantaría conocer a un siamés, pero no puedo cambiar la guardia. El laboratorio me necesita.

—¡Yo también te necesito! Si querés podés analizarle la sangre antes de llevarlo a tu casa. Te aseguro que está dispuesto a que le hagas todo tipo de exámenes.

—Romi —interrumpió—, no insistas. Buscale otra doctora y tratá de que no lo desangre o terminarán todos en cana.

—Gracias por el consejo, pero ¿a qué hora salís?

—Romina... no puedo, ¿entendiste o te entró tintura en las orejas?

—Es una lástima... no sabés lo que te perdés. ¿Cuándo puedo volver a molestarte... doctora Rocío?

—No seas mala Romi, sabés bien que siempre que puedo, estoy.

—Entonces tendré que averiguar solita qué comportamiento tiene el gatito de sofá.

Luego te cuento, si rasguñan o no.

—Romi... ten cuidado, no vaya a ser que termines ronroneando en algún sillón.

Romina se rio del consejo de su amiga.

—No te preocupes, esta vez llevaré una correa... por las dudas, si me gusta lo ato a la cabecera de la cama para que no se me escape. Que descanses Roci y suerte con la guardia.

—Gracias Romi... y cuídate.

Romina y Rocío se habían conocido en la Facultad de Medicina cuando afloraban sus dieciséis años y desde el primer día de clase se hicieron grandes amigas.

Con el tiempo Rocío había logrado recibirse de Médica Clínica y con el correr de los años obtuvo la especialización en Bioquímica. En cambio, Romina había hecho todo lo contrario; dos veces había cambiado de carrera hasta que decidió abandonar los estudios un año antes que su amiga se recibiera. No por tomar caminos distintos dejaron de ser amigas inseparables.

Mientras Rocío ejercía la profesión y Romina trabajaba en la peluquería que había instalado, había momentos en que juntarse a conversar o para salir a bailar se les complicaba, pero cuando lograban conseguirlo lo disfrutaban toda la semana.

En ese tiempo en que la amistad entre ellas fue creciendo día a día, Romina no había conseguido enamorarse, tampoco lo había alcanzado Rocío y pese a ello nunca dejaron de pensar en que alguna vez el amor les golpearía la puerta de sus corazones.

Capítulo II

Rocío, como en algunas oportunidades lo había hecho desde que se había recibido, tenía por costumbre ir a visitar a sus padres que vivían en Mónaco. Su papá, que era Arquitecto, se había radicado allí porque trabajaba en una compañía que estaba ligada a realizar distintas obras en Europa. Su mamá siempre lo había acompañado, y ella lo sabía, en el negocio de la construcción porque le encantaba la decoración de interiores.

Estando allí recibió una llamada del laboratorio donde trabajaba que le pidió viajar a Edimburgo para traer los resultados de un estudio que habían realizado sobre determinadas cepas infecciosas para ver la posibilidad de cotejarlas con otras y con ellas determinar si existían ciertas compatibilidades con algunas enfermedades complejas en el país.

De regreso en casa, sabía que a su amiga le debía una disculpa por no haberle avisado que permanecería fuera del país por más tiempo de lo previsto. El constante trabajo le había impedido contactarse con ella y por eso el día después de haber regresado, en horas de la tarde la llamó.

—¡Hola Romi! ¡Cómo estás amiga, tanto tiempo!

—¡Desesperada Roci, desesperada! —contestó compungida.

—¿Qué pasó Romi?

—¿Por qué nunca atendés el teléfono cuando te llamo? ¡Hace mucho tiempo que no nos vemos! ¿Te parece justo? ¿Cómo crees que estoy?

—Perdón Romi, no pude avisarte que tardaría en volver. Es que estando con mis padres, el laboratorio me envió a Edimburgo a traer un estudio y estuve muy ocupada.

—¿Edimburgo? Aquí no existe ese lugar. Te recuerdo que la peluquería queda en la calle O'Higgins y tiene un cartel que dice “Peluquería Romi”. ¿Te olvidaste?

La forma en que hablaba le dio a entender que se encontraba bastante molesta con ella sin entender el motivo real; nunca le había contestado de esa manera y presentía que algo raro le estaba pasando para llegar hasta ese punto.

—Romi, nunca me has hablado así. ¿Qué te sucede? Sabés que podés contar conmigo para lo que sea. No creo que tantos años de amistad lo tires a la basura por el hecho de ausentarme más de la cuenta y no haberte avisado.

El silencio del otro lado del tubo a Rocío la preocupó aún más.

—Perdón, Roci —respondió con la voz quebrada—, te pido perdón por haberte hablado así. Es que estoy mal y no sé con quién hablar.

—Romi, sabés que podés hablar conmigo. Si no querés decirlo por teléfono tomate un taxi y venite a casa ya, es una orden, de una amiga a otra amiga.

—Bueno, voy para allá.

Romina, presa de un temor inusual tomó un taxi, llegó a la calle Patricias Mendocinas y luego de abonar la tarifa se encontró con Rocío que la estaba esperando en la vereda.

Allí, las dos se abrazaron con fuerza como lo hacían siempre que alguna se encontraba mal por alguna circunstancia. Rocío percibió en su cara que algo no andaba bien. Cuando entraron al edificio y subieron por el ascensor al tercer piso notó que se encontraba asustada; tenía los ojos nublados por las lágrimas.

 

Al salir del ascensor ella abrió la puerta del departamento y entraron. Mientras Romina se acomodaba en uno de los sillones del living fue a la cocina a buscar un vaso de agua fresca que de inmediato le acercó.

En ese momento se dio cuenta que había cambiado bastante, no era la que siempre se encontraba alegre. Por eso, luego de acercarle el vaso con sus manos tomó una de ella, la notó húmeda y mirándola a los ojos le preguntó:

—Romi, me duele mucho verte así y eso me aterra.

—Lo sé —respondió luego de haber bebido un sorbo de agua.

—Romi, no puedo dejar de hacerte una pregunta y espero que la respuesta sea sincera —había notado su cara más redonda—, ¿estás embarazada?

—No lo sé —y se largó a llorar.

Allí entendió el enfado que tenía con ella. Mientras la contenía con sus brazos pensaba en lo aterrorizada que estaba. Siempre la había visto feliz y ahora con un hijo en su vientre la necesitaba más que nunca.

La volvió a mirar y con una sonrisa en sus labios le preguntó.

—¿Te enamoraste y te embarazaste Romi?

—Creo que sí. Te juro que no sé lo que pasó —agregó lloriqueando.

—¡Oh...! ¡Qué hermosa noticia Romi! Estás enamorada y vas a tener un gatito siamés, ¿o es otro animalito?

—¡No te burles! —contestó ruborizada.

—¿Burlarme? ¡Es lo que necesitabas Romi! Estás pasando por el momento más hermoso de tu vida y qué feliz me hace saberlo —agregó abrazándola de nuevo —. Esto sí que hay que festejarlo amiga mía.

—No estoy para festejo.

—Sí, lo estás y sabés que estoy para ayudarte Romi. Ahora dime ¿quién es el padre?

¿De quién te enamoraste?

—Se llama Jorge.

—¿Es uno de los gatitos siameses?

—Sí, pero no le digas gatito.

—¡No me digas que pasó la misma noche que me llamaste!

—No exactamente, sucedió después. Estoy de ocho semanas.

Romina comenzó a contarle cómo fue que se enamoró de él y cómo continuaron viéndose. Nunca había pensado que el amor la iba a invadir de golpe y mucho menos que continuarían juntos, y ahora esperando un hijo.

Rocío preparó el mate y junto con ella, un poco más tranquila, continuaron la conversación en la cocina.

Para ellas esa tarde fue un reencuentro que jamás olvidarían. El entusiasmo de Rocío por conocer a Jorge las llevó a concretar una cita el día posterior en un restaurante.

Allí, junto a su amiga conoció a Jorge. Lo veía feliz y con una responsabilidad enorme sobre lo que juntos habían encaminado con la buena noticia que a partir del siguiente mes vivirían juntos en la casa que él tenía en Guaymallén.

Desde entonces decidió acompañarla a los controles médicos sin desatender las obligaciones que tenía con el hospital y con el laboratorio donde trabajaba.

Con el tiempo, observaba que la panza de Romina crecía y que la felicidad de ambos se hacía cada vez más grande hasta que llegó el momento del parto.

Veía a los padres de Romina orgullosos, al igual que los consuegros al tener frente a sus ojos a la pequeña Lucía. Era el regalo más hermoso que Dios le había provisto y para sorpresa, la eligieron madrina de la criatura. Estaba tan feliz que al aceptar esa propuesta afianzó aún más la amistad que habían construido durante años.

Capítulo III

El tiempo había pasado demasiado rápido y ella otra vez tenía que salir del país. Romina, Jorge y Lucía con ocho meses de vida, la fueron a despedir al aeropuerto.

Romina observó en la mirada de su amiga un dejo de nostalgia y en ese abrazo de despedida le dijo al oído:

—No te quedes sola Roci, por favor.

—Los tengo a ustedes.

—No es suficiente. Sabés a qué me refiero.

—Ya llegará el momento Romi. No te apresures.

—Aunque no lo digas sé que vos siempre pensaste en esto y me llegó a mí primero, igual estaré a tu lado —continuó sin dejar de abrazarla—. Sólo necesito que me hagas un favor, cuídate y no dudes en llamarme.

—Te juro que lo haré Romi. Tengo un motivo más para hacerlo.

Rocío, en el salón y ante las perdidas miradas de mucha gente abordó el avión y viajó rumbo a la Costa Azul. En esta oportunidad su papá le había pedido que viniera a ver a su mamá que estaba muy enferma y la necesitaba.

Estando en Europa, cumplía con lo solicitado por su amiga llamando una vez por semana. Hasta recordó el día en que Lucía cumplía un añito de vida y llamó.

—Hola Romi, ¿cómo estás vos y mi ahijada Lucía?

—Yo bien. Lucía creciendo, ya quiere caminar y me está volviendo loca.

—¿Y los demás cómo andan?

—Jorge baboso, como siempre, y la peluquería ya no es más peluquería, se llama “Romi, Nuevas tendencias estilísticas”.

—¡Qué bueno...! ¡Te felicito Romi!

—Gracias querida, pero necesito saber, ¿cómo está tu mamá y cuándo volvés?

Llevás mucho tiempo afuera y aquí te extrañamos demasiado.

—Mi mamá llena de caprichos y mi papá dice que ya no la soporta. Se recuperó de una pequeña neumonía, pero ese no fue el motivo principal por el que mi padre quiso que viniera a cuidarla.

—¿Y cuál fue entonces? Yo pensé que tu mamá estaba muy mal.

—En principio sí, pero después todo cambió. Me di cuenta de que quiere que envejezca con ella. Esto siempre lo hemos discutido y vos lo sabés mejor que yo Romi.

—Sí, es cierto. ¿Y tu papá qué dice a todo esto?

—Se cubre diciendo que mi mamá nunca quiso tener otro hijo y que ahora se la aguante, y ella insiste en que me quede a trabajar aquí. Más de mil veces lo hemos hablado y aún no entienden que necesito continuar con mi vida.

Romina la notaba afligida. Su voz carecía de bienestar pese a que sus palabras le trasmitían cierta calma. La sentía distante y muy enojada con sus padres.

—Lamento por lo que estás pasando, Roci. Cómo quisiera estar allí para ayudarte.

—Lo sé Romi. No estoy cómoda aquí, extraño el trabajo, a todos ustedes y estoy empezando a volverme loca. No sé cuánto tiempo más podré soportar todo esto.

—Roci, cuando decidas regresar no te olvides de avisarme. Te estaremos esperando.

—No tengo duda que lo harán. Aquí la gente es muy fría para mí y me siento como en un limbo.

—No son como nosotras, que siempre estamos cerca y acompañadas.

—En eso tenés razón. Perdón Romi, pero tengo que cortar, quedé en ir a buscarla y se va a enojar si no lo hago. No tengo ganas de seguir lidiando con ella.

—Te entiendo Roci, sólo espero que podamos vernos pronto. No te olvides de llamar, ¿de acuerdo?

—Lo haré Romi. Besitos a todos. En especial a Lucía que la extraño bastante.

Al colgar, un mar de recuerdos la envolvió de golpe. Necesitaba disfrutar de la ahijada, de reencontrase con sus amigos y de otras cosas que la terquedad de su mamá le impedía pensar con claridad y la irritaba cada día más y más.

A la semana siguiente tomó la decisión de no continuar un minuto más allí y en la cocina de la mansión, le dijo a su papá:

—Papá, este fin de semana me voy; regreso a casa.

—¿Cómo que te vas, hija? —preguntó Esteban ante la sorpresiva noticia.

—Sí papá, me voy, como escuchaste. No voy a continuar alimentando las tonterías de mamá, y vos lo sabés bien papá. Aprovechaste que mamá estaba enferma para que viniera y me quedara con ella para siempre. No voy a volver atrás con la decisión que tomé hace mucho tiempo papá.

Esteban, con una fingida cara de asombro cambió el discurso para atajarse de los reproches que le hacía la hija.

—No sé lo que le pasa a tu mamá, a mí me tiene cansado. Tu madre necesita reconocer sus errores...

—¿Sus errores? —interrumpió— No me jodas papá, sos tan cómplice como ella. Me voy y no pienso cambiar de idea, ¿entendiste papá? ¿Entendiste? —le gritó.

Estaba a punto de estallar en lágrimas al sentir que los últimos días la estaban ahogando y necesitaba respirar. Quería cambiar de aire porque allí estaba comenzando a abandonar todo lo que había logrado sin que ellos la presionaran.

—¡No te puedes ir así, hija! Podemos solucionarlo de otra forma —agregó intentando convencerla.

—¿Y cómo quieres solucionarlo papá? Me están asfixiando. ¿Puedes entenderlo? Vine por unos días y llevo aquí más de cuatro meses tratando de entender qué les pasa a ustedes dos. ¡Y no me digas que no sabías que mamá es adicta a la cocaína! Hasta eso descubrí hace poco, por favor... papá.

La discusión subió de tono y continuó por unos minutos más. Mabel, en ese momento no estaba en casa y ella no soportaba más la situación. Necesitaba retomar su camino, el que había elegido para su bienestar.

Al caer la noche recostada en la cama y con la cabeza apoyada en la almohada deseaba hablar con Romina y contarle sobre el infierno que estaba viviendo. Pero no se animaba a exponerlo por teléfono para evitar cargarla con un peso que no le pertenecía. Por eso, con los ojos velados por la hipocresía que la rodeaba, tomó el teléfono, llamó a la agencia de viaje y adelantó el vuelo.

La mañana siguiente se presentaba gris con un cielo encapotado por las nubes. La esporádica llovizna que lamía las calles no impidió que saliera de la casa con las valijas hechas. Esteban desde la ventana del primer piso la vio alejarse en un taxi, sin despedirse. No se animó a bajar las escaleras e intentar detenerla, tampoco quiso avisarle a su esposa que Rocío se iba en ese momento.

Capítulo IV

En pleno vuelo y con los auriculares colocados en los oídos escuchaba música tratando de alejar de su cabeza el pésimo momento que había vivido con sus padres. No quiso conversar con ningún pasajero y no lamentaba el no haberle avisado a su amiga que regresaba.

Sabía que la única forma de sacarse esa pesada mochila era estar con ella y descargar toda la bronca que llevaba encima. Después vería cómo volver a empezar con la profesión.

La vuelta a casa había sido rápida e infortunada con sus padres. Eran las doce de la noche cuando abrió la puerta del departamento y dejó las valijas en la habitación. Bajo la ducha trataba de no pensar más en ello, aunque le era casi imposible. Ya acostada y con la luz apagada, las cansadoras horas de viaje la trasportaron al mundo de los sueños.

La alarma del reloj la despertó cuando el sol se colaba por la cortina de la ventana.

Con cierto temor por el posible enojo de su amiga al no haberle avisado, la llamó.

—¡Hola! —atendió su amiga.

—¡Hola! ¿Con la Peluquería Romi? —preguntó. Intentaba que le reconociera la voz.

—No exactamente señora, aquí es “Romi, Nuevas tendencias estilísticas”

—Disculpe, creo que me equivoqué —y cortó.

La llamada a Romina la tomó de sorpresa. Le pareció reconocer esa voz, pero no lograba entender por qué cortó de golpe.

Al rato, de nuevo sonó el teléfono.

—¡Hola! ¿Con Romi, Nuevas tendencias estilísticas?

—Esa voz me suena. ¡No me digas que sos vos Rocío!

—¿Tiene turno para mi... señora? Necesito un peinado nuevo.

—¡Aaah... no lo puedo creer! ¡Te dije que me llamaras! ¿Cuándo llegaste?

—Anoche.

—Venite ya, para vos no hay turno... caradura. Esta me la vas a pagar —le reprochó

emocionada, entendiendo por qué no le había avisado.

La última charla que tuvieron era motivo suficiente para comprender la situación. Con cierta paz interior y una sonrisa fingida fue a ver a su amiga. Al llegar a la peluquería en un taxi, un acalorado abrazo las volvió a juntar en la vereda del local.

En el interior y luego de saludar a los presentes notó que su amiga estaba un poco cambiada, tocándole la panza le preguntó:

—¿Estás embarazada?

—¡Sí, de dos meses! —y volvieron abrazarse.

En ese momento, mientras conversaban, llegó Jorge con Lucía en brazos.

—¡Eh...! ¡Rocío! ¡Qué alegría verte! ¿Cuándo llegaste? —preguntó mientras Lucía pasaba a los brazos de Rocío que ansiosa deseaba tenerla.

—Anoche —respondió besando a su ahijada— ¡Qué grande que está!

 

A esa hora la peluquería comenzaba a poblarse de gente, era sábado y Romina, en esta ocasión, le dijo a Jorge:

—¿Podrías llevar a Lucía a la casa de tu papá? Tengo que hablar un rato con mi amiga.

—¡Sí comandante! —respondió jocosamente.

Rocío se rio al ver a Jorge realizar la venia militar.

Romina sabía que su amiga expresaba una falsa felicidad. Por eso después de la retirada de Jorge le pidió que la acompañara a su casa que estaba frente a la peluquería mientras los clientes eran atendidos por dos peluqueras que tenía contratadas.

Allí Rocío descargó todo el malestar que le habían generado los padres; desde intentar que no regresara, hasta ocultarle la adicción a la cocaína de su mamá. No los odiaba, pero los dejaría de ver por un largo tiempo.

Romina la contenía entre sus brazos como aquella vez lo había hecho ella. Después se apartó, le preparó un café bien cargado y se lo acercó.

—Esta noche te venís a cenar con nosotros; nos juntaremos en casa de mamá. Te va a hacer muy bien. Mañana veremos qué hacer. Lamento mucho por lo que has pasado Roci, pero sabés que estoy con vos.

—Como en los viejos tiempos —agregó consolidando la amistad.

Romina quedó en ir a buscarla con Jorge y Lucía para continuar camino a la casa de

Teresa a comer un asado que Pascual, el padre de Romina, había programado.

Para los papás de Romina la sorpresa fue más que grata a la vez que Lucía hacía alarde con las travesuras. Eran las cuatro de la madrugada cuando a Rocío la dejaron frente al edificio. Habían quedado de acuerdo que a la hora del almuerzo se juntarían en casa de Romina.

Después de disfrutar del almuerzo dominical junto a la familia de su amiga, y de haber regresado a casa, no dejaba de pensar en cómo empezar de nuevo. Había quedado sin trabajo y a la mañana siguiente tenía que volver a recorrer los lugares donde había cumplido funciones y a otros sitios más para saber si había alguna vacante.

Por la mañana, la primera visita la realizó en el mismo hospital público porque allí había estado tiempo atrás. En esa oportunidad un colega amigo logró introducirla con un horario acotado. Después del largo recorrido y en horas de la tarde noche cuando se encontraba en el departamento, la llamaron por teléfono de una Clínica Privada para cubrir una vacante en horario nocturno.

Romina se puso contenta ante la buena noticia que ella le dio y desde entonces todo volvió a la normalidad.