El rumor de los sabios

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El rumor de los sabios
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Letrame Editorial.

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© Alex Gómez Aragón

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-658-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Dedicado a los tres pilares que sostienen mi vida:

Candela, Roi y Carmen.

Prólogo

Antón Declaire ha sido invitado a un prestigioso y discreto evento donde acuden los mandatarios más importantes del panorama internacional. Cuando accede, el lujo que se respira —mucho mayor de lo que él podría siquiera imaginar— le hace plantearse qué hace ahí y a qué se debe el interés de quien le ha invitado a que él, un simple físico, acuda a esa reunión tan importante. No tardará en averiguar el motivo de la mano de un extraño llamado Josef Krasnov. A partir de ese momento, tendrá que afrontar las consecuencias de sus propias decisiones.

Elena Abeal es una joven periodista desprestigiada por un escándalo y renegada a un trabajo que no le gusta, pero le permite pagar sus facturas y atender a su madre, que se encuentra hospitalizada. Un día, recibe la propuesta de su vida por parte de Daniel Strauss, el prestigioso director de la revista Crypto, quien la invita a inmiscuirse en un mundo oscuro y tenebroso del que no podrá salir indemne.

CAPÍTULO 1

—¿Sr. Declaire? En breves minutos aterrizaremos —dijo el piloto tras activar el interruptor del intercomunicador y producir un desagradable chasquido, que sacó a Antón del semisueño en el que se había sumido.

En las pocas ocasiones que Antón Declaire había viajado en helicóptero, a la sensación de angustia inicial de volar en un aparato poco mayor que un coche, casi siempre le sucedía una agradable sensación de somnolencia.

—De acuerdo, gracias —contestó tras varios segundos intentando accionar el intercomunicador de sus auriculares y acertar a activarlo, tras varios intentos.

Al asomarse a la ventanilla de la aeronave, pudo distinguir con detalle las copas de los árboles pasando rápidamente bajo ellos. Su manto verdoso y espeso cubría las laderas de las montañas. Dando paso, al llegar al valle, a amplios claros donde rebaños de ganado pastaban plácidamente. Pequeñas casas aisladas, con tejados en forma triangular y una caída muy pronunciada, típicos de los lugares donde abunda la nieve, salpicaban el paisaje hasta donde alcanzaba la vista.

A los pocos minutos, el helicóptero sobrevoló un pequeño pueblo, en el cual pudo distinguir con claridad el campanario de una iglesia, así como algunos puestos de lo que parecía un mercado de frutas y verduras provisional.

—No se preocupe, Sr. Declaire, los lugareños ya están acostumbrados, estos últimos días ha sido constante el trasiego de helicópteros. Primero con el personal y el material necesario para los preparativos del evento y ahora con los invitados al mismo.

—¿Cuántos invitados somos? —preguntó Antón.

—Doscientos cincuenta, pero se permite un acompañante por invitado, por lo que habrá en el complejo unas quinientas personas alojadas. Más el personal de seguridad, mantenimiento y restauración, por supuesto. Fácilmente se concentrarán más de mil personas. ¿Es su primera vez en el evento?

—¿Puede preguntarme eso? —respondió Antón, sintiéndose de inmediato culpable por haber dado una respuesta tan cortante y fría al piloto.

—Tiene razón, discúlpeme —contestó él visiblemente azorado.

—No, No… pero fueron muy claros con las normas de seguridad en la invitación, no pretendía…

—Insisto, discúlpeme… —respondió el piloto cortando la comunicación acto seguido.

Continuó observando por la ventanilla como el helicóptero, tras pasar unos riscos, enfilaba en dirección a una enorme montaña. En mitad de su ladera, destacaba un imponente complejo turístico, presidido por un edificio central de enormes dimensiones.

Alejado de la civilización, aquel hotel de montaña era el lugar perfecto para poder reunirse con la más absoluta discreción. Antón siguió con la vista el recorrido de la única vía de acceso por tierra al complejo, una estrecha y sinuosa carretera que ascendía por la ladera, donde pudo ver en varios puntos vehículos de seguridad con guardias armados.

Antón fue citado para su asistencia al evento apenas dos días antes de su celebración. En una críptica conversación telefónica, se le invitó a acudir a un perdido aeródromo del sureste de Alemania, donde un enorme aparato lo esperaba para trasladarlo al complejo, sin ser informado en ningún momento del lugar exacto donde se celebraría la reunión. Según había podido leer en los foros de internet donde se hablaba del evento, ese era el procedimiento estándar para todos los afortunados invitados.

En el remoto caso de que algún periodista fuese lo suficientemente perspicaz, para descubrir la ubicación del evento con antelación suficiente y quisiera acercarse para fotografiar a la multitud de ilustres asistentes, lo tendría realmente difícil. Con el acceso por carretera fuertemente controlado y el espacio aéreo cerrado, con la única excepción de los helicópteros que transportaban a los invitados, acercarse al complejo era una misión casi imposible.

La aeronave redujo su velocidad e inició la maniobra para el aterrizaje, desde esa posición privilegiada podía contemplar todo el complejo desde una visión cenital donde se podía observar con claridad, como multitud de líneas de remontes para esquiadores, ascendían hacia las cumbres en diferentes direcciones. Con el suelo cubierto de hierba en lugar de nieve, los telesillas vacíos y las pistas de esquí desiertas, el complejo daba una sensación de abandono, que contrastaba con la frenética actividad en los alrededores del edificio principal.

Decenas de personas se arremolinaban en los alrededores de la puerta, formando corrillos, o paseaban por las inmediaciones del edificio disfrutando de las vistas del valle que se extendía a sus pies.

La zona de aterrizaje para helicópteros se encontraba a varios cientos de metros del edificio principal, identificada con la característica letra «H» gigante. Varios vehículos todoterreno esperaban perfectamente alineados en el aparcamiento de la pista de aterrizaje. En la pasada por encima del hotel, pudo ver como varias furgonetas frigoríficas dejaban material en la parte posterior del edificio central, donde el personal de servicio descargaba voluminosas cajas de viandas. Bajo la atenta mirada de varios hombres armados, vestidos al igual de los que controlaban el acceso al complejo por carretera, con ropa táctica negra, botas y pasamontañas.

En uno de los laterales del hotel, una enorme estructura acristalada reflejaba con fuerza los rayos del sol del verano austríaco. Antón pensó en que quizá fuese una piscina cubierta, pero luego cayó en la cuenta de que se trataba de un salón de congresos. Pensó que si el evento tenía tal cantidad de asistentes, necesitaría un espacio bastante amplio donde reunirlos a todos.

El helicóptero tomó tierra con suavidad, Antón se despidió del piloto dándole la mano y tocándole con gratitud el hombro, recibiendo una sonrisa a modo de disculpa por la pregunta indiscreta que le había hecho minutos antes.

Pudo leer en esa sonrisa «No le digas a nadie que me he extralimitado o me echan del trabajo». «Y no le falta razón», pensó él.

Al abrir la puerta corredera de la aeronave, un viento frío le sorprendió. El contraste entre la temperatura en aquella montaña y la de Stuttgart, donde había pasado la noche anterior, era notable. Un hombre de unos treinta y pocos años, pulcramente vestido con un traje cruzado de raya diplomática azul oscuro y pañuelo a juego, le esperaba en la pista de aterrizaje con una voluminosa cazadora térmica The North Face, doblada en su antebrazo.

—Sr. Declaire, estamos en junio, pero el hotel se encuentra a 2800 metros de altura, a pesar de ser verano, hace un frío considerable, póngase esto —dijo mientras le ofrecía el abrigo y le ayudaba sacar el equipaje del interior de la nave. Antón agradeció la previsión del hombre y se puso la prenda—- Me llamo Mike Hughes —continuó el hombre trajeado, mientras caminaban hacia al aparcamiento ligeramente agachados para evitar un disgusto con las aspas del helicóptero, que aún giraban sobre sus cabezas—. Seré su recepcionista durante su estancia en el evento.

Tras retirarse ambos a una distancia segura, el helicóptero reiniciaba nuevamente el vuelo

—Como sabe, debo comprobar que no porta ningún aparato electrónico, teléfonos, ordenadores, tablets o cualquier otro dispositivo de comunicación con el exterior —dijo Mike mientras sacaba de un bolsillo un dispositivo en forma de pala de pádel.

 

—Claro —dijo Antón levantando los brazos para facilitarle la tarea—, ¿todo en orden?

—Es una comprobación rutinaria, Sr. Declaire —dijo Mike Hughes con una sonrisa de circunstancias. Al finalizar, guardó nuevamente el dispositivo—. Suba —dijo Mike Hughes tras recoger cortésmente el equipaje e introducirlo en el maletero del enorme todoterreno.

Antón rechazó sentarse en el asiento posterior del vehículo y prefirió ocupar el lugar del copiloto.

—¿Inglés? —preguntó sabiendo de antemano la respuesta. Aunque de origen francés, llevaba viviendo los últimos años en Londres. Por el acento, habría jurado que Mike era de Birmingham.

—Nací en Wolverhampton —respondió Hughes. Antón sonrió por su precisión al identificar el acento—. Pero hace muchos años que no vivo allí.

—Yo vivo en Londres desde hace un tiempo, me trasladé cuando comencé a buscar financiación para poner en marcha mi empresa.

—Qué mejor lugar que Londres para eso, ¿verdad? —apuntó Mike mientras arrancaba el vehículo.

—Sí, bueno, de momento no he tenido mucha suerte —respondió Antón cabizbajo y con gesto decepcionado.

—Quizá, si ha sido convocado al evento, es porque su suerte podría cambiar —dijo el inglés desviando brevemente la mirada del estrecho camino por el que circulaban y dedicándole una mueca cómplice—. Aquí respirará, durante estos tres días, un aire mucho más puro que en la City —dijo Mike cambiando intencionadamente de tema, mientras detenía el vehículo frente a la entrada principal del hotel.

—Eso espero —contestó el francés mientras observaba los corrillos de invitados, los cuales se saludaban en la escalinata del hotel como viejos amigos que llevan tiempo sin verse.

El hall era amplio y muy luminoso gracias a una enorme galería central que lo coronaba. La decoración, en contra de lo que Antón habría pensado a juzgar por la fachada ostentosa y rococó, era sobria y funcional. Destacando una enorme chimenea circular, rodeada de sofás y mesas de reunión. Saltaba a la vista que era un hotel pensado y concebido para la temporada invernal, con una amplia zona en la entrada para dejar los equipos de montaña. Así como rejillas en el suelo donde sacudir el equipo y desprenderse de la nieve antes de pasar al lobby.

La zona de check—in se encontraba vacía. En un principio, no ver a sonrientes empleados del hotel recibiendo o despidiendo a los huéspedes le llamó la atención, pero pronto cayó en la cuenta de que Mike se había identificado como su recepcionista. Si de algo podía estar seguro, era de que el hotel estaba dedicado por completo a la celebración del evento.

Pequeños grupos de invitados entraban y salían del comedor, el cual disponía de una gran terraza, con un amplio ventanal que mostraba una hermosa vista de los remontes de esquí y de las lejanas cumbres de nieves perpetuas.

—El hotel está a su entera disposición, Sr. Declaire —dijo sonriente Mike Hughes—. ¿Quiere tomar algo en el comedor o prefiere que se lo subamos a la habitación?

Antón optó por un café en su cuarto para poder organizar con tranquilidad la reunión con quien fuera que se había tomado la molestia de convocarle al evento.

Discreta y acogedora, la estancia estaba ubicada en el segundo piso y sus ventanales se orientaban hacia la entrada principal del hotel. No disponía de las hermosas vistas que se podían contemplar desde el comedor. Pero aquella situación le permitía cotillear el constante ir y venir de helicópteros, así como el constante flujo de ilustres invitados.

Se relajó durante unos minutos tumbado en la cama. Se había despertado pronto esa mañana y un par de horas de descanso le fueron útiles para aclarar las ideas y resaltar en su cabeza los puntos más importantes a desarrollar a la hora de exponer su proyecto.

Tres años atrás, Antón había decidido invertir los ahorros de su vida en fundar una empresa, destinada a recaudar fondos para impulsar el desarrollo de tecnología fruto de la investigación de la tesis que desarrolló cuando se doctoró en Física Teórica..

Tras todo aquel tiempo paseándose con su proyecto bajo el brazo, estaba bastante cansado de entrar y salir de lujosos despachos. Donde ejecutivos con trajes de dos mil libras le escuchaban hablar de su investigación con cara extrañada. Había preparado una bonita presentación en Power Point y había gastado buena parte de sus recursos económicos en la edición profesional de un vídeo, con impactantes infografías, que explicaba de manera clara y nítida las increíbles ventajas que supondría su proyecto a medio plazo. Cualquier persona con el más mínimo interés podría entenderlo sin necesidad de conocimientos en física previos.

No esperaba que los posibles inversores comprendiesen los fundamentos teóricos en los que su modelo se basaba, así que jugaba la baza de vender el aspecto económico. El desarrollo del primer prototipo de un generador de fusión fría basado en la sonoluminiscencia haría inmensamente rico a quien quisiera apostar e invertir en él.

Pero su éxito a la hora de recaudar los fondos necesarios para poner en marcha el prototipo había sido nulo. Las deudas comenzaban a amontonarse, estaba a punto de tirar la toalla y aceptar un puesto en la Universidad de Lyon donde le habían ofrecido dar clase de Física.

Ya casi se había resignado a abandonar su sueño y dedicarse el resto de su vida a la docencia, cuando recibió la llamada que le había llevado hasta allí. Alguien con mucha influencia había propuesto su participación en el evento. La reunión más discreta y selecta de las personas más influyentes, destacadas y poderosas de las sociedades europea y norteamericana.

Era muy difícil saber con antelación los nombres de las personas que acudían a la reunión anual, ya que los medios de comunicación no informaban jamás sobre el evento. Su existencia era oficialmente reconocida desde hacía apenas veinte años. Hasta ese momento, se celebraba de forma totalmente secreta desde, por lo menos, 1954.

Desde entonces, es conocida la asistencia de políticos, poderosos empresarios de todo tipo, altos funcionarios, jefes de Estado. Incluso miembros de la cultura, escritores, filósofos, directores de cine y actores de prestigio. Lo poco que se sabe del evento es que se repite cada año en un lugar distinto, siempre en lugares discretos y de muy difícil acceso. Fuertemente protegidos por los servicios secretos de varios países, los cuales se encargan de que los invitados se puedan relajar y mantener reuniones al más alto nivel. Con la absoluta tranquilidad de que no quedará constancia de nada de lo que allí ocurra. Todo lo que se pudiera decir o las decisiones que se pudieran tomar, quedarán para siempre en el más incondicional de los secretos.

La noche anterior, Antón había buceado en internet para obtener toda la información que pudo. Descubrió que el primer evento había sido creado por el primer ministro belga Paul Van Zeeland en los años cincuenta, con el objetivo de crear una red de contactos informales alrededor de la política, que afianzara las relaciones entre Europa y los EE. UU. en oposición a Rusia y su órbita comunista.

Desde entonces, se sospecha que en el evento se toman decisiones de gran calado político y económico al margen de los Gobiernos democráticamente elegidos. Son muchos los que acusan a los asistentes de confabularse y unir sus fuerzas para reforzar sus intereses comunes. Sin importarles lo más mínimo el daño que esas decisiones pudiesen causar, o las víctimas inocentes que pudieran quedar en el camino.

Contaminación medioambiental, hambrunas, miseria, golpes de Estado, protección a tiranos, manipulación de elecciones, epidemias. Según los conspiranoicos de internet, cualquiera de esos hechos, a priori inconexos, tenían detrás la mano negra de los siniestros invitados al evento.

Había leído todas aquellas cosas en internet acerca del evento como quien lee una novela de ciencia ficción. Esas teorías no era más que una maraña de suposiciones y datos intencionadamente conectados que solo tenían sentido en la mente de quien ve conspiraciones tras cualquier cosa.

Se inclinaba más por la versión ortodoxa de que el evento, no era más que una reunión de millonarios y personas poderosas que tenía como único objetivo hacerse más millonarios y poderosos, «nada nuevo bajo el sol», pensó.

Aun así, se sentía realmente desconcertado por la invitación. Su perfil en absoluto encajaba en la de los invitados que solían acudir y en el supuesto de que alguno de aquellos millonarios quisiera invertir en su proyecto, no necesitaba traer a Antón a aquel lugar. Había métodos mucho más sencillos y menos ostentosos de reunirse con él, pero una invitación al evento es algo que no se pide, todos desean y nadie rechaza. Quien quiera que fuera la persona que había decidido que Antón merecía participar en la edición de ese año, debía tener una enorme influencia y contactos al más alto nivel.

Mike le recogió en la habitación, el francés se había vestido con un impecable traje de Gieves & Hawkes azul de corte clásico. Su padre compraba sus trajes allí desde mediados de los 70 y le había transmitido el gusto por su diseño, clásico, aunque práctico y cómodo. En los últimos años, desde que había abandonado la bata blanca de físico y pasaba la mayor parte del día vestido con traje acudiendo a reuniones con sus posibles inversores. Su aspecto y la presencia física había pasado de carecer de importancia para él, a ser algo fundamental y en lo que gastaba el dinero que fuese preciso.

Hughes se había cambiado la ropa con la que le había recibido en la pista de helicópteros, sustituyendo el traje de raya diplomática por unos Boxcalf negros y un traje con camisa del mismo tono, en contraste con una corbata burdeos, como único toque de color. En su mano derecha, portaba un maletín y en la izquierda, un iPad.

—El primer día en el evento suele ser de lo más estresante, Sr. Declaire —exclamó Mike.

—Llámame Antón, por favor.

—No lo haré —respondió el inglés mientras presionaba el botón del ascensor y le dedicaba una cínica sonrisa.

—Oye, Mike, ¿te puedo hacer una pregunta? —le preguntó una vez en el interior del mismo.

—Si va a preguntarme quién le ha invitado, siento decirle que la respuesta es no —replicó Mike divertido por la lógica curiosidad que Antón sentía.

Se dio por vencido y decidió dejarse guiar en silencio. La afluencia de público por los pasillos ya era notable y el hall se encontraba muy concurrido a pesar de su amplitud. Tuvo dificultades para caminar entre el gentío y tropezó un par de veces con algunos de los invitados.

Todos ellos llevaban a su lado un recepcionista vestido exactamente igual que Mike Hughes, completamente de negro con una corbata color burdeos. De la misma manera, todos los recepcionistas llevaban en su mano un iPad. Antón encontró entre los invitados algunas caras conocidas por sus apariciones en la televisión, sobre todo políticos europeos y algún que otro norteamericano.

Algunos de ellos le saludaban con afecto y él respondía cortésmente, aunque estaba convencido de que ninguno tenía la más mínima idea de quién era él. Tras alejarse unos metros, se giraba para preguntar a Mike sobre la identidad de la persona a la que había saludado y este respondía escuetamente con el nombre, sector profesional y cargo.

Tras diez minutos en el hall, Mike recibió un aviso en su tablet: «Vamos al salón principal, va a dar comienzo el acto inaugural».

El salón principal, situado bajo la cúpula de cristal que había observado desde el aire, estaba dispuesto en forma circular alrededor de un pequeño escenario central, también circular. Los primeros invitados entraron ordenadamente, en cada asiento habían colocado un pequeño letrero con un nombre y la inicial seguida de un punto. Le llevó un rato encontrar el suyo: «ANTÓN D», pudo leer en el respaldo de una de las sillas.

Cuando se acercó a él, vio a un hombre de más de ochenta años cómodamente instalado en el asiento contiguo al que le habían asignado. El anciano le observaba con una sonrisa serena. Vestía un traje con raya diplomática de corte italiano con camisa negra y corbata blanca. Sus esqueléticas piernas estaban cruzadas con gracia y remataban en unos zapatos negros de afilada punta brillante.

Saludó al hombre tímidamente y se sentó en el lugar que le correspondía lo más discretamente posible, sin que el anciano levantase su mirada de él.

Poco a poco, todos los invitados terminaron por entrar en la estancia, completando los asientos. Pudo ver como las primeras filas eran ocupadas por personas que pudo reconocer a simple vista: ministra de economía de Alemania, director del banco central europeo, secretario general de la OTAN, secretario del Tesoro norteamericano...

 

Tras ellos, en las siguientes filas de asientos, pudo identificar algunos rostros gracias a las indicaciones que Mike le había facilitado en el lobby. Industriales farmacéuticos, dueños de petroleras, ejecutivos de empresas armamentísticas. Cayó en la cuenta de que, cuanto más adelantada fuera la fila en que el invitado se sentaba, mayor era su influencia o poder económico.

Cuando todos ellos se acomodaron en sus asientos, hubo unos segundos de absoluto silencio. Antón aprovechó y se incorporó ligeramente para observar a su alrededor por encima de las cabezas de los invitados. Así pudo comprobar como todos ellos se encontraban escrupulosamente alineados, sentados en sus sillas. Por último, varias decenas de uniformados recepcionistas con sus trajes negros y su corbata color burdeos entraron y formaron de pie, muy disciplinados, al fondo del salón.

Se le aceleró el pulso, sentía que estaba en un momento de enorme importancia en su vida. Jamás había pensado que podría llegar alguna vez a estar en una reunión entre gente tan importante. Pensó que quien le había incluido en la lista de invitados debía de tener mucho interés en su proyecto. Si estaba allí, sin lugar a duda era porque iba, por fin, a conseguir los fondos que necesitaba para ponerlo en marcha. Y al igual que la lechera del cuento, comenzó a hacer sus cábalas. Pensando en cómo podría desarrollar su empresa, a quién contrataría, el material que necesitaría, donde establecería su sede.

Mientras soñaba despierto, uno de los invitados de la primera fila se puso en pie y avanzó hasta el escenario.

—Señoras, señores… Bienvenidos al evento —dijo con solemnidad mientras él, excitado como un niño en su primer día en el circo, no perdía el más mínimo detalle.

—Esto es un rollo, ¿no crees? ¿nos vamos a tomar un gin-tonic? —le susurró su vecino de asiento, al oído.

Antón no daba crédito, estupefacto se giró sorprendido hacia el anciano, el cual le seguía mirando con la misma sonrisa serena, al tiempo que le indicaba con la cabeza la salida del salón.

—Anda, ayúdame —dijo mientras se apoyaba en su hombro para levantarse no sin dificultad.

Al mismo tiempo, el hombre del escenario seguía con el discurso inicial del evento para el resto de los invitados.

—Es un placer para nosotros darles la bienvenida una vez más al….

—¿Pero, pero? ¡No podemos salir! Acaba de empezar —protestó susurrando al inoportuno anciano.

—Sí, podemos, Antón, créeme que sí —contestó él—. Vamos, ayúdame —dijo el viejo pidiéndole un brazo con el que sostenerse al caminar.

Ojiplático, no tuvo otra opción que incorporarse y servir de apoyo para el anciano, caminando con dificultad en dirección a la puerta del salón. Uno de los recepcionistas se acercó ofreciendo su ayuda cosa que el viejo rechazó, indicándole que con la ayuda del francés era suficiente. De fondo, seguía hablando el ponente en su alocución inicial. .

—«Y nos enfrentamos a retos en esta década que solo con la cooperación…».

Una vez fuera del salón, Antón hizo el intento de dirigir al viejo hacia uno de los sillones del hall con la clara intención de sentarlo en él y regresar de inmediato al acto. Pero el hombre leyó hábilmente su plan y obtuvo como respuesta un sólido tirón en la manga, que le conminaba a acompañar a aquel vetusto saco de huesos hacia los ascensores.

Tras ellos, les seguían a una distancia prudencial, tanto Mike Hughes como otro recepcionista, que Antón entendió que era el que se ocupaba de asistir al anciano. Una vez en la puerta del elevador, realizó un último intento de desembarazarse del viejo.

—Bueno, aquí le dejo, yo tengo que volver, me voy a perder el inicio del evento —se excusó intentando, una vez más, soltarse del brazo..

—El evento al que debes asistir es el que se celebra en la terraza del hotel, pero a ese solo iremos tú y yo —le susurró el anciano al tiempo que le hacía un gesto con la cabeza para que entrase con él en la cabina del ascensor.

Se tomó un segundo para mirar detenidamente al viejo. De repente y por arte de magia, aquel hombre ya no le parecía tan desvalido ni dependiente. Unos ojos verdosos, duros y penetrantes le miraban desde lo más profundo de unas cuencas surcadas por infinitas arrugas. Su cráneo, despejado de pelo y con diminutas manchas marrones en la piel, remataba en una finísima coronilla de color plata.

—¿Estoy aquí por usted? —preguntó tímidamente cuando empezaba a comprender lo que estaba ocurriendo—. ¿Usted me ha traído al evento? —insistió.

—Sube —sonrió el anciano.

CAPÍTULO 2

El taxi de Elena se detuvo al tiempo que un joven de traje y corbata iniciaba una corta carrera esquivando, con simpáticos saltos sobre sus puntillas, los charcos de agua acumulados tras toda una tarde de precipitaciones. El joven, provisto de un gran paraguas negro clásico y enfundado en un traje de color gris oscuro, el cual le quedaba varias tallas más grande, portaba el escudo del restaurante Los Castellanos bordado con hilo dorado.

Elena abonó la carrera al taxista y agarró con fuerza el escuálido brazo del joven, pegándose lo más posible a él, para resguardarse de la abundante lluvia. Una vez en la entrada y tras un amplio recibidor con moqueta roja, la esperaba el metre. El cual la observaba con una amplia sonrisa, tras una mesa alta de madera delicadamente pulida, donde descansaba el libro de reservas.

Los Castellanos era un restaurante de más de cien años de antigüedad. Su decoración era recargada y nutrida con abundantes telares, cuadros, escudos heráldicos, armaduras y relieves. La gran mayoría con motivos referentes a la historia de Santiago de Compostela. Una hermosa talla de piedra presidía la sala y representaba a los tres Santiagos: Santiago el Peregrino, Santiago el Apóstol y Santiago Matamoros.

—¿Señorita Abeal? —preguntó el metre amablemente.

—Yo misma —contestó ella divertida—, tanta formalidad no forma parte de mi día a día. Además, lo de señorita suena peor que fatal, ¿no cree?

—Claro —replicó el metre entornando brevemente los ojos al tiempo que dibujaba en su rostro una ligera sonrisa de circunstancias—. El Sr. Strauss la está esperando en el reservado Campo de estrellas, acompáñeme, por favor.

Mientras Elena seguía al metre, repasó en su cabeza los datos que había podido recopilar en las pocas horas que habían pasado tras la llamada a su apartamento aquella mañana, citándola en el restaurante. Aunque en sus años como periodista no había tenido el más mínimo contacto con Daniel Strauss, su fama le precedía. Tras mucho tiempo trabajando en América Latina en la Agencia de Drogas Norteamericana, abandonó la DEA a principios de los años noventa. Después de denunciar diversas corruptelas y connivencias de diferentes Gobiernos con los cárteles del narcotráfico. Así como la toma de partido por algún bando en las guerras entre los capos por el control de la distribución de la droga. La cual discurre como una riada imparable hacia Norteamérica y Europa, donde las mafias encuentran su inmenso nicho de mercado.

Tras unos años inactivo, Daniel fundó la revista Crypto, donde se publicaban diversos reportajes de investigación sobre multitud de temas, en algunos casos, de lo más estrambóticos.

A mediados de los años 90, con la llegada de internet, la revista pasó a publicarse online con bastante éxito. Teniendo suscriptores por todo el planeta, adquiriendo gran prestigio en el mundillo del periodismo de investigación.