Obsesión de un anónimo

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Obsesión de un anónimo
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Letrame Editorial.

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© Alejandro Landín Martínez

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-834-4

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

DEDICATORIA

Para mi esposa Erika y a mis tres hijas;

todas ellas son el motor de mi vida.

A mi madre, quien también fungió como padre

desde que él partió al cielo.

A mis tres hermanas y hermano, quienes a pesar de la

distancia que nos separa y de las dificultades que nos

ha puesto la vida, siempre hemos estado unidos.

A mis suegros, quienes siempre han estado siempre

como un gran soporte familiar.

Para todas mis amistades y grandes colegas a quienes

les ruego conservar la amistad eternamente.

1

Dolor, mucho dolor. El mismísimo dolor tan ensordecedor e insoportable fue lo que hizo que ella volviera a la vida después de estar acariciando a la muerte. ¡Qué ironía! Estás casi muerta y no sientes nada, luego, vuelves a la vida y te sientes morir por el dolor tan penetrante. ¿Quién puede explicar eso? ¿Alguien ha vivido algo similar?

Sus movimientos eran aletargados, no tenía fuerzas para mover sus extremidades, ni tan solo un dedo. Por un momento sintió ser como un gusano lastimado y herido tirado en el suelo sin poder moverse. Quiso abrir sus ojos para entender la situación en la que estaba, pues todo estaba sombrío; sin embargo, ni siquiera pudo abrir ni la mitad de uno de ellos. Un trapo viejo y oloroso a humedad rodeaba su cabeza para privarla de la visibilidad. El trapo estaba atado por la parte posterior de la cabeza con un nudo difícil de desanudar. Ella no lograba entender por qué estaba vendada de los ojos ni la razón del dolor tan intenso de todo su cuerpo. Intentó hacer el mayor de sus esfuerzos con sus manos para ponerlas en su rostro y despojarse del sucio trapo, pero sus manos también estaban inmovilizadas. Hasta ese momento logró entender que estaba atada de pies y de manos. —¿Qué está sucediendo? —se preguntó dentro de su cabeza, la cual sentía que le iba a estallar. Soltó la tensión de su cuerpo para retomar un poco más de energía. No existía ni el más pequeño ruido como para tener alguna pista o referencia e identificar el lugar en el que estaba. Sus quejidos y el acelerado latir de su corazón eran los únicos sonidos generados en ese espacio.

Pasaron varios minutos. ¿Cuántos? No tenía ni la menor idea. El tiempo ya no importaba, ni siquiera el motivo de estar así, eso ya era lo de menos. Lo importante era desatarse y salir huyendo para irse a un lugar más seguro. Pero ¿a dónde? Ni por lo menos sabía dónde estaba. Comenzó a remolinear sus muñecas y moverlas de un lado a otro lo más que pudo para aflojar la soga que ataba tanto sus manos como sus pies. Mucha paciencia y concentración es lo que ahora necesitaba, pero el dolor cada vez acrecentaba y no era una tarea fácil. El nudo fue cediendo de manera paulatina hasta que ella consiguió zafar la mano izquierda. Suspiró, pero no fue como cualquier otro suspiro, había algo diferente en ese último suspiro. Sentía que el aire que entraba a sus pulmones no era el suficiente, lo sentía muy pesado y casi nulo por el enorme esfuerzo que hizo para desatarse. Ahora que ya tenía una mano libre le fue más sencillo el desatar la mano derecha. Esperó más tiempo para recuperar un poco más de energía y llenar sus pulmones con suficiente aire. Una vez que lo hizo, subió sus manos hasta tocar el trapo húmedo que rodeaba su cara y lo toqueteó de un lado a otro con sus dedos hasta detectar el nudo. Con menos problemas de los que tuvo con sus muñecas, ella pudo despojarse del lienzo. En su cuello se formaron pequeñas gotas de sudor por el esfuerzo que estaba haciendo, rodaban y recorrían su piel hasta llegar a sus pechos y terminar absorbidas por la tela de la camisa que estaba usando desde quien sabe cuántos días atrás. De manera pesada intentó abrir sus párpados para identificar el lugar en el que se encontraba; sin embargo la oscuridad no le permitía ver del todo. ¿Acaso perdió la visibilidad o realmente estaba en las penumbras? Un tenue esplendor se veía a unos quince metros de distancia, era muy débil pero con toda la tenebrosidad que invadía el territorio era inevitable no detectarlo. Obviamente, le interesó ir para tener contacto con algo que pudiera visualizar y saber del lugar en el que estaba. Por tal motivo prosiguió a zafarse la atadura de sus pies. Sus ánimos se acrecentaron y su mente estaba llena de positivismo para salir de la lastimosa experiencia que estaba viviendo. A pesar de tener sus dos manos libres, la soga que ataba los pies le hizo perder la cordura; al parecer quien haya hecho el atado se esforzó más en los pies que en las manos y la cabeza. Se le complicó por un momento pero se propuso no llegar a la desesperación. Una vez sentada en el suelo, con sus piernas dobladas y sus rodillas casi hasta la barbilla, comenzó nuevamente con un esfuerzo de mayor esmero y paciencia. Ambas muñecas le punzaban de dolencia, mas no fue motivo para ceder al fracaso. Ahora, además de sollozos y lamentaciones, también se escuchaba el remolinear de su cuerpo sobre el piso. Todo era muy extraño, no era un piso cualquiera, no era firme ni pavimentado. Con sus manos hurgó el área en el que ella estaba sentada pero solo pudo sentir tierra y un par de pequeñas rocas incrustadas en el piso. Prosiguió con la atadura de sus pies y a consecuencia del esfuerzo, dedicación y ganas de liberarse, ella logró quitar la soga que privaba el movimiento de sus pies.

El miedo la invadió más ahora que estaba libre y no cuando estaba atada, pues no sabía a dónde se iba a dirigir. ¿Habría más peligro si se fuera a otro lugar desconocido? ¿Será mejor que se quede y espere a alguien? No sabía absolutamente nada de lo que había pasado antes de que ella llegara a ese lugar o que alguien, por motivos desconocidos, la dejara en ese tenebroso precinto. No recordaba nada, ya no quiso hacer más cuestiones en su cabeza y decidió seguir. Se puso de pie y caminó con destino al único y ligero resplandor que se podía ver. Se acercó tanto a la luz que pudo ver sus propias manos. Era una luz tenue de color blanquecina pero lo suficiente para ver a su alrededor. Puso sus muñecas frente a sus ojos y sintió más dolor simplemente de ver lo lastimadas que estaban. El color de su piel en esa parte de las muñecas estaba de color rosa casi aparentando un color rojizo, dejando la evidencia de la brutalidad con la que fue amarrada por una persona salvaje, o tal vez varias personas sin conciencia ni sentimientos. ¿Quién se habría atrevido a hacer semejante fiereza? Esta y un sinfín de preguntas pasaban por su cabeza, pero de ninguna le interesaba saber la respuesta, por lo menos no en ese momento. La única respuesta era huir, huir hasta un lugar diferente, huir para pedir ayuda con alguien que la pueda socorrer.

Con el paso de los minutos identificaba nuevas partes de su cuerpo igual o peor de adoloridas. Sabía que tarde o temprano su cuerpo se invadiría de moretones como evidencia de cada golpiza recibida.

La luz que le ayudó a visualizar su cuerpo era la luz reflejada por la luna. Ese día la luna estaba en su fase llena; por lo tanto la luminosidad era más incandescente que en cualquier otra fase. El lugar olía a tierra húmeda, todo el territorio estaba mojado, había lodo por doquier, era sencillo entender que acababa de llover unos minutos, o quizá una o dos horas antes. Al volver la vista atrás se percató del lugar en el que estaba metida. Una gran pared rocosa con una abertura del tamaño de un automóvil, toda cubierta de musgo y helechos por todas partes, le dieron las razones para entender que ella estaba metida en una cueva. En ese momento entendió la razón de por qué no podía ver nada allá dentro. Volvió nuevamente la mirada al frente y entre las penumbras de la noche y la luz de la luna logró identificar una zona repleta de grandes árboles del tamaño de casas de hasta tres pisos de altura, unos más pequeños que otros y de diferentes estilos. Por la parte de su tronco estaban muy cerca uno del otro pero por la parte de arriba sus ramas se abrazaban como grandes amigos o hermanos, unidos por la eternidad a pesar de los fuerte vientos a los que se pudieran enfrentar.

El tiempo era fundamental para alejarse del peligro y no debía de estar perdiéndolo en estar analizando más el paisaje, tal vez estaba muy admirable pero no era prioridad en ese momento. Su mente buscaba la decisión más sensata; trabajaba a exceso de velocidad al grado de que sus propias ideas se contusionaban entre sí y no lograban generar un plan exitoso.

 

Finalmente, decidió dar el primer paso con destino a la zona boscosa desconociendo si era hacia el norte, sur, oriente o poniente, sin saber si habría más riesgos o más posibilidades de recibir ayuda.

Apenas había caminado dos pasos cuando escuchó una voz demasiado tenue, muy cansada y adolorida.

—¡No me dejes sola!

Su tercer paso ya no se completó. Se quedó congelada como una estatua posada en medio de la plaza de la ciudad. No sabía si lo que escuchó era parte de su alucinación, seguramente lo generó dentro de su subconsciente por tal brutalidad que ella había recibido, aunque le quedó la duda por un momento. Sus ojos giraban lentamente de un lado a otro sin concentrarse en lo que veían, pero sí en lo que su mente pensaba, ya que es la que trabajaba a mil revoluciones por segundo. La imaginación de su mente superó a la imagen que sus ojos obtenían. Quiso ignorar la frase que retumbaba en su mente e intentó largarse de allí.

—¡Ayúdame… Por favor… No me dejes aquí! —Una desconocida voz femenina insistió en pedir ayuda. Esta vez fue con mayor intensidad. La idea de creer que la voz había estado dentro de su mente quedó descartada. Ella aseguraba que el sonido de la voz provenía del interior de la cueva, así que sin pensarlo dos veces dio media vuelta y se dirigió al interior del cerro justamente de donde despertó a su pesadilla.

—¿Hola? —dijo la chica con cierta incertidumbre—. ¿Quién está ahí?

—Acá estoy. No me dejes, por favor.

—No te veo, está muy oscuro.

La poca visibilidad que tenía de la luna desvaneció una vez más. La chica siguió avanzando con pasos lentos con destino al lugar de donde provenía o se escuchaba la voz. Por un momento experimentó lo que una persona ciega sufre durante todo el día y todos los días. Su oído se agudizó más que su mirada hasta llegar a tan solo un par de metros sin saber lo cerca que estaba de llegar con la otra persona.

—Ven por mí. —Entre sollozos fueron pronunciadas esas tres palabras. Sus frases reflejaron dolor, mucho dolor, cansancio y resignación, pero con cierta esperanza de ser ayudada.

La mujer que estaba de pie caminó un poco más y se detuvo justo hasta chocar con algo muy duro a la altura de sus rodillas. Estuvo a punto de caer, pero consiguió equilibrarse lo suficiente y no llegar nuevamente al suelo.

—Aquí estoy, justo frente a ti —dijo la persona que estaba tirada en el suelo al sentir el impacto de la chica que estaba de pie.

La chica que regresó al rescate estiró sus brazos con las manos extendidas, las fue descendiendo hasta tocar cualquier cosa con la esperanza de tocar a la chica que estaba en el suelo. Afortunadamente, tocó parte de su hombro y recorrió su piel hasta llegar a su cara para cerciorarse de que no tuviera un vendaje tal como ella lo tuvo al despertarse. Lo único que sintió en su rostro fueron lágrimas, o tal vez sudor, pero lo mejor es que no estaba privada de la vista.

—Creí que no vendrías por mí —dijo la mujer que estaba tirada.

—¿Qué razones me das para no regresar por ti si ambas estamos en la misma situación? —Hubo un momento de silencio mientras sus manos seguían recorriendo su cuerpo para identificar alguna posible atadura en sus manos o piernas.

—Estoy atada de las manos —fue la respuesta que dio la mujer del suelo.

—Ok, te desataré. —Las rodillas de la chica rescatista se apoyaron en una base dura y firme, se inclinó un poco para alcanzar las manos atadas de la joven recostada e intentó desatarla. No entendió el motivo de un ligero movimiento de lugar, pero los cuerpos de ambas chicas se recorrieron unos centímetros con mucha facilidad.

—¡Oh, Dios! ¿Qué pasó? ¿Por qué te recorriste de lugar tan fácil?

—Creo que me tienen atada a una carretilla —contestó la otra mujer.

—¿En serio? —Ella pausó el intento de vencer la atadura de la soga para dirigirse a la base dura y firme en la que se encontraba la chica, la recorrió de manera rápida como si la estuviera escaneando con sus dedos de la misma manera que un ciego hace cuando quiere leer el lenguaje braille. Llegó a la parte inferior de la plataforma y detectó una llanta a tan solo unos centímetros de sus pies.

—Tienes razón, estás en una carretilla o algo parecido a eso —dijo la joven rescatista. Continuó con el escaneo de sus manos hasta llegar a la palanca para jalar y dirigir al vehículo. Se esforzó para erguirse a pesar de su adolorido cuerpo, sujetó la palanca con ambas manos y haló de ella con su casi nula energía. Con dolor, cansancio, sudor, sangre y lágrimas comenzó a recorrer cortas distancias con la carretilla. Algunos tramos del suelo eran más complicados que otros debido a que pequeñas rocas impedían el rodar de las llantas. La chica recostada en la carretilla simplemente esperaba y suspiraba. En ocasiones se quejaba y trataba de ocultar su dolor por el retumbar de la plataforma. La carretilla fue cediendo poco a poco hasta aproximarse a la salida de la cueva. La luz de la luna iluminaba paulatinamente el rostro de la joven.

Antes de llegar al exterior de la cueva, el suelo enlodado le jugó un mal plan a la mujer que halaba la carretilla y resbaló con ambos pies en uno de los momentos que la chica tironeaba de la palanca. El dolor de esa caída llegó hasta el último hueso del coxis y la inmovilizó por unos instantes.

—¿Estás bien? —preguntó la joven que estaba en la carretilla.

—¡Me dolió hasta el alma! —exclamó con mucho sufrimiento mientras se retorcía en el mismo lodo. Una lágrima nueva rodó por su mejilla, pero dejó que el dolor cediera un poco; sin embargo, recordó nuevamente que no debería de perder más tiempo. Una dolencia más a su cuerpo en ese momento ya no era tanta la diferencia después de haber recibido tremenda golpiza.

Una vez que se recuperó de su golpe, terminó de sacar la carretilla de la cueva para que la luz lunar les permitiera a ambas verse a la cara claramente. Se percató de que las manos eran las únicas que estaban atadas al vehículo justamente en la unión de la parte inferior de la palanca con la carretilla. No demoró mucho tiempo para desatarla. Mientras lo hacía, vio una leyenda escrita en una franja de la carretilla que decía «Yo amo la cacería». La palabra “amo” estaba representada con un gran corazón rojo. Simuló ignorar el texto pero se quedó impreso en su mente, o por lo menos en su subconsciente.

—¡Levántate! Tenemos que irnos de aquí.

—¿A dónde iremos? —preguntó la chica recién rescatada.

—¿Crees que tengo idea de a dónde ir?

—No, pero… —Fue interrumpida irrespetuosamente.

—A cualquier otro lugar diferente a este.

Su cuerpo estaba entumido y adolorido. La chica se puso de pie lentamente y aun así su mirada se le nubló hasta ver todo en blanco como si estuviera rodeada de una bromosa nube. Estuvo a punto de desvanecerse y caer al suelo, pero se aferró del hombro de la otra chica para no perder el equilibrio.

—Ya estoy bien, vámonos de aquí —dijo después de recuperarse del váguido.

—Perfecto… ¿Y cuál es tu nombre? —preguntó la joven rescatista.

—¿Qué? ¿En verdad no sabes quién soy? —preguntó muy confundida.

—No tengo idea. No te conozco.

—Urge que nos vayamos de aquí. Después te platicaré.

Las dos chicas huyeron del lugar sin conocer el destino. Sus ojos, oídos e incluso el olfato estaban en alerta para cualquier amenaza o, dudosamente, una posible ayuda. Siguieron caminando entre los altos árboles hasta perderse entre ellos.

2

TIEMPO ANTES

14 de octubre

El autobús se detuvo a tan solo unas cinco cuadras antes de llegar a la universidad para abordar a más estudiantes universitarios. Cada vez se poblaba más el pasillo del autobús pues todos los asientos ya estaban ocupados. Afortunadamente Paola pudo tomar un asiento de la penúltima fila ya que al subir aún había lugares disponibles. La mayoría de los muchachos y muchachas que iban también rumbo a la casa de estudios hablaban y bromeaban entre sí para tener un traslado más ameno; ellos ya tenían una amistad más forjada y con más confianza desde semestres anteriores. Paola no pudo evitar los nervios que invadían todo su cuerpo y por dentro sentía como si estuviera temblando. No sabía si era por el frío o por los nervios de ya estar a punto de llegar a la universidad. La gente, la ciudad, la universidad y hasta los ruidos eran nuevos para ella.

—¿Y tú por qué no platicas con tus amigos como ellos lo hacen? —preguntó con tono de curiosidad la anciana que iba en el asiento adjunto a Paola.

—¿Perdón? —Paola contestó atónita al no esperar esa conversación con la anciana.

—Sí… La mayoría de ellos demuestran su amistad sonriéndole a la vida y a sus amigos —insistió la septuagenaria mujer—. Yo a tu edad tenía más amigos que el número de páginas que tiene la biblia.

—Discúlpeme, señora, pero yo apenas soy nueva. —Soltó una risita nerviosa—. De hecho, hoy es mi primer día en esta universidad y le aseguro que tendré muchas amistades además de obtener muy buenas notas en mis calificaciones.

—¿Pero por qué eres nueva en la universidad si todos estos muchachos abordan el autobús desde Julio? —La mujer frunció el ceño con semblanza de duda—. ¡Ya estamos en octubre, eh! —ella advirtió levantando su dedo índice.

—Lo sé, señora, pero…

—¡Señorita, por favor! —la mujer espetó con cara de orgullo.

—Discúlpeme nuevamente, pero yo apenas ni la conozco —repuso Paola al comentario de la madura mujer.

—Me llamo Sara —contestó inmediatamente mientras extendía su mano para estrecharla con Paola—. Soy mejor conocida en el barrio como Doña Sarita.

—Mucho gusto, Doña Sarita. Lo que quería decirle es que estoy de intercambio por lo que resta del semestre, es por eso que apenas me estoy integrando hasta el día de hoy. Yo vengo de otra universidad. Vengo desde Barcelona, España.

Doña Sarita se quedó fascinada al escuchar el lugar de procedencia de Paola.

—¡Olé, torero! Eso suena muy lejos —dijo Sara—. Ahora entiendo tu estilo de pronunciar las palabras. Suenan algo raro, o al menos diferente a lo que conozco. —Sonrió de manera más amigable.

—Usted tiene mucha razón, suena muy diferente al estilo de habla de esta región.

Después de un silencio prolongado el autobús estaba llegando a su destino. Todos los alumnos se preparaban para bajar y aseguraron que trajeran consigo todas sus pertenencias. Ya no era necesario tirar del listón que indica la señal para solicitar la bajada en la siguiente terminal. El chofer ya sabía que era una parada obligada, pues la mayoría de los pasajeros descendía en la universidad.

—Espero verla pronto nuevamente, doña Sarita —Paola mintió—. Este será mi camino de todos los días y a la misma hora.

—Yo no tomo el autobús todos los días pero… Mmm… —Se rascó sus encías un par de veces con la parte interna de sus labios—. Me encantaría coincidir contigo por lo menos una vez a la semana.

—Tengo que irme para comenzar una nueva etapa de mi vida.

Te deseo mucha suerte y todo lo mejor… Española —la última palabra la dijo con más entusiasmo y mayor volumen para remarcar nuevamente su procedencia. Un par de chicos que estaban muy próximos a ellas lograron escuchar su lugar de origen y giraron la mirada para ver a quién se refería.

—¡Gracias! La necesitaré constantemente.

Antes de ponerse de pie, Paola se tomó su cabellera para asegurar que quedara nuevamente sujetada a la liga que llevaba en su pelo. Tomó entre sus manos el pequeño bolso con sus pertenencias personales y las presionó en su pecho para no golpear a nadie al momento de descender del autobús. Esperó a que algunos de los estudiantes bajaran para tener más libertad de movimiento al ponerse de pie.

Al dar el primer paso en la acera principal de la universidad sintió la frescura y el ligero viento de la mañana en su cara. Los alumnos descendieron como cuando las embarcaciones de los soldados llegan a la costa en plena guerra y tiene que atacar sin pensarlo dos veces, de lo contrario serían aniquilados. Al bajar todos ellos, inmediatamente se fueron con dirección a la entrada peatonal de la universidad. Aún había tiempo suficiente para que Paola pudiera llegar a la oficina administrativa del departamento de la carrera de Turismo y así presentarse e integrarse como la nueva alumna de intercambio. Antes de entrar a la universidad, Paola observó la fachada principal y pasaron miles de cuestiones y dudas acerca de su nueva experiencia, así como también sintió decenas de sentimientos encontrados y alegría al saber que conocerá nuevas amistades y estilos de vida. Después de unos instantes de reflexión, inhaló profundamente para continuar con su caminata y llegar a su primer destino.

 

Al entrar a la universidad, se percató de que dos vigilantes de la caseta de entrada estaban pidiendo la identificación universitaria de todos ellos. Los alumnos y algunos profesores mostraban su identificación de manera rápida tal como lo hacen los agentes del FBI y sin ningún comentario los alumnos ingresaban de manera rápida al recinto universitario. Paola no tuvo otra opción más que dirigirse directamente con uno de ellos para explicarle su situación de su incorporación. El guardia le pidió alguna otra identificación para anotar sus datos personales en un cuadernillo de registro para personas ajenas a la institución educativa. Ella sacó de su bolso su identificación de su país de origen y se la entregó al vigilante. La analizó unos instantes y comenzó a escribir los datos requeridos en la libreta de registro.

—¿De dónde eres? —preguntó el guardia—. No había conocido una identificación igual a la tuya.

—Soy de España. Estaré de intercambio unos meses y hoy es mi primer día, es por eso que no tengo la identificación que todo mundo le muestra a usted al ingresar. Supongo que aquí me la darán, ¿cierto?

—Es correcto. Sea usted bienvenida, señorita, únicamente le pido de favor que me firme en este espacio —señaló el guardia en la libreta de visitas—, y corrobore que sus datos sean idénticos a los de su identificación, por favor.

Leyó sus datos los cuales estaban perfectamente escritos y después firmó en la última columna de la libreta de registro.

—¡Muchas gracias! ¿Ya puedo pasar?

—Sí, claro, adelante.

El vigilante se reincorporó a su misión de seguir revisando las identificaciones. Era fundamental que siempre estuvieran dos vigilantes en cada entrada pues si uno de ellos se enfoca a registrar personal ajeno, el otro siga con el rol de revisar las identificaciones.

Paola continuó con su objetivo. Se sintió como Dorita recorriendo el camino amarillo en busca de la ciudad de Oz a punto de llegar al castillo del mago en ciudad Esmeralda. El sendero estaba rodeado de bellos y recortados arbustos como los campos de juego de los estadios de beisbol de las grandes ligas. Cientos de esponjosos y aromáticos rosales adornaban el límite que existía entre el sendero y el bello y verde césped. El cantar de las diferentes aves que rondaban en los árboles amenizaba la fresca mañana con hermosas melodías como si entre todas formaran una orquesta musical mientras que los alumnos se integraban a sus aulas de estudio. El viento mecía a los árboles de un lado a otro, también parecían estar cantando con el zumbar del viento entre las ramas. Algunas hojas caían en el camino peatonal, pero hasta esas hojas eran del agrado de Paola. Cada paso que daba era un palpitar de su corazón. ¿Sería de alegría, de nervios, de curiosidad? Ni ella misma lo sabía.

A unos diez metros de distancia estaba un letrero con sus bases de fierro tubular pintado de color blanco con una medida aproximada de dos metros de alto por un metro de ancho en el cual Paola identificó el mapa de toda la universidad. Al aproximarse a este y después de analizarlo unos instantes, ella localizó un llamativo círculo y una delgada línea señalando un punto en específico sobre el mapa, ambos de color rojo, y además incluía la leyenda que decía “tú estás aquí”. De manera rápida sacó su celular para tomarle una fotografía y tenerlo disponible en caso de perderse. No le tomó mucho tiempo para perder la paciencia y desesperarse pues no podía localizar el departamento de Turismo a pesar de tener el mapa frente a sus ojos. Vio su reloj para calcular el tiempo que le restaba y aumentó aún más su preocupación. Giró la cabeza a la izquierda y luego a la derecha con la esperanza de ver algo que le auxiliara a solucionar su problema. Se rascó la cabeza como síntoma de incertidumbre y preocupación y volvió su resignada mirada nuevamente al mapa.

Como caído del cielo, un chico muy apuesto se acercó paulatinamente a ella simulando buscar algún punto de referencia al igual que Paola lo hacía. Sin embargo, el mapa y la situación solo era el pretexto para poder obtener alguna charla con ella.

—¿Estás perdida? ¿Buscas algún lugar en específico? ¿Te puedo ayudar en algo? —preguntó el chico de manera muy amigable—. Tal vez mi ayuda te sirva de algo, ¿no crees?

Paola dio un suspiro de gran alivio al escuchar las palabras del joven caballero. Justo lo que ella necesitaba se encontraba simplemente a su lado. Ella estuvo a punto de pedir ayuda a la primera persona que pasara a sus alrededores cuando sin imaginarlo salió de la nada aquel joven. Un joven de aproximadamente un metro y ochenta centímetros de estatura, tez moreno claro, con cuerpo atlético, pelo corto y de expresión muy amigable.

—Hola… Sí, muchas gracias —–respondió finalmente Paola con duda aún sin comprender cómo fue posible que le llegara tan pronto el apoyo de alguna persona tal como ella lo estaba anhelando.

—¿Qué estás buscando?

—Eh… Pues mira, estoy buscando el departamento de Turismo. Necesito pasar con el coordinador del área o no sé cómo se le diga.

—Es el jefe de departamento —corrigió inmediatamente el joven muchacho de manera muy sutil. Vio que Paola ya tenía el mapa en su celular y se aproximó a ella para darle una buena referencia de la ubicación. Colocó su dedo índice en el mapa y señaló justo en el lugar que Paola requería ir.

—Es justo aquí —añadió el chico—. Si gustas yo te puedo acompañar; yo también voy para aquel rumbo.

—¡Vale, me parece ideal! —respondió—. Por cierto, me llamo Paola.

—Discúlpame, he sido muy descortés al no presentarme como debe de ser. Mi nombre es Erik. —Extendió su mano esperando la misma respuesta por parte de Paola. Prontamente fue correspondido con el mismo saludo como símbolo de haber aceptado su amistad y dar su agradecimiento.

—¡Andemos que se nos hace tarde! —añadió Erik justo cuando soltó la mano de Paola. Sin embargo, antes de soltarla sintió la delicadeza y suavidad de su piel como si estuviera tocando la piel de un bebé recién nacido. Erik no hizo ni dijo expresión alguna al respecto, pero se quedó con la impresión de esa hermosa suavidad. Cinco minutos antes no se hubiera imaginado la sensación que sentiría al tener contacto con una chica, que por asares del destino se cruzaron en el mismo camino.

—Es por aquí —señaló Erik con destino a la parte poniente de la universidad. Ambos se dirigieron de manera acelerada para poder llegar a tiempo.

Una vez ya yendo por el sendero, en el camino con rumbo a sus destinos, hubo un momento de silencio sin que ninguno de ellos dijera ni el más mínimo comentario para hacer una charla. En la mente de Erik pasaron muchas imágenes, o incluso la recreación del momento justo en que vio a Paola parada frente el letrero del mapa universitario y el cómo se fue aproximando a ella sin temor alguno. Él siempre había sido un chico muy introvertido, demasiado cohibido, pero justamente semanas antes de que iniciara el ciclo escolar en la universidad, sus padres hablaron de la necesidad y urgencia que Erik, por beneficio de su futuro personal y laboral, tenía que modificar para poder socializar, sin importar que sea con personas conocidas o desconocidas. No fue tarea fácil iniciar diálogo acerca de su comportamiento antisocial para querer convencerlo; no obstante, poco a poco fue cediendo a entablar plática con ellos y en especial con su padre que en ocasiones tuvieron pláticas a solas acerca del tema en la habitación del mismo Erik. El principal motivo por el que accedió a escuchar consejos para ser más sociable fue todo lo relacionado con la posibilidad de que algún día tendría que conocer a una chica, la cual podría ser la compañera del resto de sus días. Así pues, Erik se propuso ser más sociable y actualmente nadie se imaginaría que tuvo una vida muy reservada en su pasado. Todo ese esfuerzo del pasado ayudó para que Erik tuviera la valentía de acercarse a Paola en esa fresca mañana.