Buch lesen: «Sentidos de ciudad», Seite 5

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Mezcla y ritmo urbanos

José Luis Romero (1986) emprende en su análisis el relevamiento de una erudita biblioteca sobre ciudades latinoamericanas, en la que conviven textos de la literatura, la historia, la sociología y el ensayismo. En su obra, priman los ejemplos referidos a las ciudades de Argentina, México, Brasil, Perú y Colombia, aunque también se ocupa de las de otros países latinoamericanos. En cada caso, establecerá diferencias dicotómicas entre experiencias urbanas, y a veces –la mayoría– sobre la estructura social de cada una. Prisionero de su tiempo, en el libro es persistente la preocupación por la “aculturación”, consistente con el esfuerzo dicotómico en la sistematización. Si hay “ciudades en movimiento y ciudades estancadas”, “oligarquías y extranjeros ignorantes” habrá también, por supuesto, enfrentamientos polares entre “cultura” y “no cultura” y un pensamiento que implica procesos de dominación del tipo “aculturación” por parte de una sobre otras.

Es constante, en la producción posterior, el esfuerzo por alterar esa pretensión dicotómica, ya que justamente las ideas de “culturas híbridas” (García Canclini, 1990) o “cultura de mezcla” (Sarlo, 1999) vienen a confrontar estos supuestos y a acentuar el carácter de mezcla (sobre el de dicotomía con posición dominante) en la experiencia urbana. En el mismo sentido, Ángel Rama (2008) propuso pensar Latinoamérica en términos de “transculturación”. Nos preguntamos en qué medida este esfuerzo se realiza “en hueco” sobre el telón de fondo del libro de Romero (1986), o al menos sobre las ideas generales en las que reposa, también, su libro.

Esas formas de la mezcla revelan otro parecido de familia entre estos clásicos: la atención que prestan a la producción cultural industrial como clave de bóveda de las mixturas producidas por –y productoras de– la vida urbana a partir de fines del siglo XIX. El tema es de especial relevancia en el libro de Jesús Martín-Barbero, en el que se reúnen la preocupación recién mencionada de atender un período dentro del siglo XX y la idea de las industrias culturales como co-constitutivas de la dinámica social. La idea de matrices culturales históricas que propone Martín-Barbero confronta la ligazón de los estudios comunicacionales latinoamericanos con la tradición estructural-funcionalista norteamericana, a un tiempo que renueva críticamente sus vínculos con los abordajes semióticos de la ideología, al cuestionar la raíz elitista de enfoques que no problematizan las formas del reconocimiento del discurso mediático.

Mapas imaginarios y territorios de la experiencia

Armando Silva Tellez publica en 1992 el gran libro de los imaginarios urbanos en Latinoamérica, que luego tendrá diez reediciones y varias reimpresiones.17 El abordaje de Silva pone nombre a una tradición que recoge ciertas preocupaciones ya esbozadas en trabajos anteriores. Fundamentalmente, lleva al centro del debate la posibilidad de acceder al conocimiento de la ciudad mediante las imágenes que en ella –y también sobre ella– circulan, como una fuente principal e ineludible de la conflictividad urbana.

La renovación fundamental en la propuesta de Silva (2000) es la sistematización –mediante una encuesta– de la construcción de lo imaginario en la ciudad desde la perspectiva de los propios habitantes, que se suma a un análisis propio de diferentes imágenes y espacios visuales de las ciudades. Esa superposición entre análisis propios de lo visual-urbano (vidrieras, grafitis, sitios emblemáticos de las ciudades) y sistematización e interpretación de las consideraciones de los ciudadanos y ciudadanas de las ciudades que estudia (Bogotá y San Pablo) se combinan en un dispositivo metodológico complejo –que abreva fundamentalmente en una opción amplia de la semiótica–, que reúne en un solo libro varias alternativas de gran riqueza. Es el caso, por ejemplo, del contraste entre mapas y croquis, que permite pensar las diferencias entre la dimensión instituida de la representación espacial y la dimensión instituyente de las prácticas territoriales sobre esos sitios.

Por su parte, si tomamos como referencia inicial los textos que hemos mencionado como mapas clásicos en el apartado anterior, aquí puede observarse un desplazamiento que va desde la ideología hacia lo imaginario. Movimiento que participa del realizado por la teoría social vinculada a la sociología y el análisis de la cultura de ese momento (la caída del Muro de Berlín) dentro y fuera del continente.

Las prácticas territoriales esbozadas en el trabajo de Silva (2000) como contrapunto de los imaginarios urbanos, son en cambio el foco central del trabajo de Rossana Reguillo Cruz (1996), que por otro lado indica similares preocupaciones teóricas sobre la necesidad de conjugar experiencias y representaciones para dar cuenta de lo urbano latinoamericano.

Además, en La construcción simbólica de la ciudad, Rossana Reguillo (1996) renueva la producción sobre ciudades latinoamericanas en otros aspectos. En primer lugar, porque se ocupa de una ciudad no-capital: Guadalajara. Pero también por la atención a actores urbanos en acción y relación a partir de un desastre ambiental que pone al descubierto la trama desigual de esa ciudad.

Son esas mismas preocupaciones teóricas, metodológicas y temáticas las que se señalan en su producción sobre las territorialidades conflictivas de los jóvenes (Reguillo Cruz, 1991), que alcanza mayor difusión y circulación en el continente.

La dimensión histórica resulta relevante para ambos autores, que la mencionan en términos parecidos a los investigadores que en este trabajo hemos mapeado como “clásicos” en diferentes referencias, pero la periodización en ambos remite al presente conflictivo de las ciudades latinoamericanas. Ambos autores realizan estudios fuertemente coyunturales, tomando el tiempo presente y sus conflictos para el análisis cultural de Latinoamérica, con un énfasis explícitamente comunicacional.

En términos de “escala”, el texto de Reguillo (1996) es el primero (entre los trabajos de vasta difusión por el campo académico de la comunicación latinoamericana, y producido desde y para ese espacio de pensamiento como primer destinatario) que llama la atención sobre la dimensión barrial. Es así que la autora mejicana propone una tarea de análisis en dos niveles: el primer nivel será el barrio; el segundo, la ciudad. De esa manera, encontrará en el barrio la representación metonímica de la ciudad, y describirá a partir de ese enclave los grandes problemas que atraviesan a la ciudad de Guadalajara en su conjunto. Esta fuerte territorialización –y el juego de escalas que produce– altera, enriqueciéndola, la triple localización que mencionáramos en los “clásicos”: tenemos, entonces, un lugar que se compone complejamente entre el barrio, la ciudad, el Estado nación y el espacio latinoamericano. Más adelante, y en sus indagaciones sobre la adscripción juvenil a las maras y otros colectivos vinculados al tráfico de estupefacientes, Reguillo (2012) pondrá la quinta dimensión: la transnacionalización global (en este caso, de la actividad económica a lo ilegal).

Armando Silva, por su parte, presenta otra novedad en la localización. En este caso, lo novedoso proviene de la construcción de una red de ciudades en la voluntad de abordar distintas capitales latinoamericanas y propiciar, con ello, la comparación. Las ciudades que trabaja Silva (1992) son Bogotá y San Pablo, las capitales de Colombia y Brasil. La primera parte de su libro, titulada “De la ciudad vista a la ciudad imaginada”, reúne el análisis semiótico del autor de varias dimensiones urbanas de estas dos ciudades, para construir lo que él denomina los “cruces fantasmales” entre San Pablo y Bogotá. Con un rico repertorio de recursos metodológicos, el autor describe los imaginarios urbanos de estas capitales, a través del análisis de distintos tipos de textos (relatos, noticias, imágenes de circulación pública, grafitis, vidrieras, etc.).

En la segunda parte (“De las imaginaciones urbanas a la ciudad vivida”) el autor colombiano propuso como método la aplicación de un formulario de entrevistas, a la manera de una encuesta que permitiese evaluar la proyección cualitativa de ciudadanos y ciudadanas de Bogotá y San Pablo mediante la evocación y los usos. Después de publicar su libro, Silva extendió su proyecto a las culturas urbanas de América Latina, mediante un programa patrociado por el Convenio Andrés Bello y llevado a cabo por autoridades locales o universidades públicas de catorce países. La localización, entonces, se muestra en el caso de Silva como la construcción de una red de experiencias imaginarias que se trabajan en varios puntos a la vez. Parte de la riqueza de su abordaje es justamente la sinergia que producen esas experiencias imaginarias urbanas puestas en relación.

Tanto el trabajo de Silva (1992) como el de Reguillo (1991; 1996) se inscriben explícitamente en el campo de la comunicación social.18 Esa adscripción se lee claramente en la justificación teórica. Reguillo (1996) toma como uno de los cuatro ejes teórico-metodológicos a “la comunicación en tanto constitutivo de la intersubjetividad” (p. 19). La autora mejicana es, además, licenciada y Maestra en Comunicación Social por ITESO. Silva, por su parte, es fundador del área de Comunicación Visual de la Universidad Nacional de Colombia, en la que ha enseñado y dirigido el Instituto de Estudios en Comunicación.

Las búsquedas de estos autores para un posicionamiento dentro de ese campo, sin embargo, serán diferentes en los vínculos que establecen con otras áreas del conocimiento social. En el caso de Reguillo (1996), la preocupación entronca principalmente con la Antropología. En el de Silva, con la semiótica y la estética. Ambos, a su vez, buscarán respuestas en la Psicología. En el primer caso, para preguntarse por la constitución de subjetividades desde la comunicación y la acción colectiva. En el segundo, para adentrarse en la ligazón con el imaginario lacaniano.

Estamos hablando de textos de los tempranos años de la década de 1990 y ya tenemos un área de estudios delimitada e institucionalizada dentro del campo de la comunicación social, un área que en buena medida fundaron (voluntaria o involuntariamente) los textos “clásicos” de Martín-Barbero (1998) y Sarlo (1999) que hemos mencionado en el apartado anterior.

Ciudad/televisión (por programas producidos localmente)

En el primer apartado de este capítulo se recorrió una serie de localizaciones teórico-epistemológicas para unir los estudios sobre ciudades y los del campo de la comunicación/cultura desde materiales bibliográficos específicos. El camino de los Estudios Culturales que se trazó entre los dos conjuntos permitió entrever el diseño de este apartado, si se quiere más metodológico.

Como se dijo, la biblioteca sobre ciudades en Latinoamérica es interdisciplinaria, abierta y compleja. Si se la vincula con la producción social del espacio –en tanto proceso histórico y conflictivo–, y desde el campo de la comunicación/cultura –como lugar de lectura– señala ciertas recurrencias. Los textos recorridos tienen en común una periodización histórica que brinda sentido a los pasados de las ciudades a través de una selección de momentos en común que reúnen transversalmente a las naciones del subcontinente. Se mencionó, además, que entre esos hitos del pasado resulta central la problematización de la incidencia de la cultura masiva como elemento configurador de la experiencia urbana en su carácter de “arena cultural” (Romero, 1998; Gorelik y Areas Peixoto, 2016). El conjunto bibliográfico seleccionado problematiza el carácter de intersección de escalas conviviendo en lo local urbano (Massey, 1993), que superpone la dimensión espacial a los efectos de la interseccionalidad (Crenshaw, 1991) en la construcción de la desigualdad y la diferencia a partir de grandes líneas o ejes ordenadores de la heterogeneidad social. En conjunto, la atención a la cultura masiva, a la periodización y a las intersecciones mencionadas producen una serie de categorías que sintetizan el carácter disonante o discrepante de la experiencia urbana (Massey, 2005a; Segura, 2015), no como anomalía sino como característica a ser explorada, descripta y/o analizada en cada urbe (García Canclini, 1990; Martín-Barbero, 1998; Sarlo, 1999; Rama, 2008).

Pero también se ha mencionado la ligazón de estos estudios con el trabajo de Benjamin y el de los Estudios Culturales británicos para indicar que ese análisis proviene de materiales concretos y situados (Kohan, 2004; Zubieta, 2000).19 De modo que hay una base teórico-epistemológica que busca en la materialidad de la experiencia urbana su relación con las configuraciones sociales. Se trata, entonces, de un tipo de abordaje que parte de materiales concretos, producidos y circulantes en una coyuntura a la que al mismo tiempo dan forma (Grossberg, 2003; Hall, 1995; Hall y Grossberg, 1996; Kaliman, 2010; Slack, 1996).

El primer desafío metodológico, entonces, refiere a la selección de aquellos materiales que operan como punto de ingreso al análisis crítico de las geografías del poder y los sentidos de ciudad, en tanto nervaduras que guían el análisis de la producción social del espacio urbano de la capital jujeña desde una opción contextualista (Grimson, 2011; Restrepo, 2010).

La imbricación entre las imágenes en general y al audiovisual en particular con los procesos de producción social del espacio y de la cultura masiva indica que las narrativas audiovisuales producidas localmente constituyen un reservorio relevante y disponible de representaciones sobre la ciudad y lo urbano en una específica coyuntura. Por eso, se trata de materiales que permiten abordar la tensión entre la interpretación recibida sobre la ciudad y la experiencia urbana práctica que informan las emociones y razones cotidianas sobre la ciudad de hombres y mujeres situados social y espacialmente. Es decir, toman forma en las específicas circunstancias sociales, culturales y económicas en las que se encuentran las personas, aunque no se limitan a reproducirlas, sino que también producen otras nuevas. Es así que las narrativas televisivas se producen y circulan en una trama de relaciones de poder, desigualdad y resistencia espacializada y espacializante, a la que a su vez alimentan. Los sentidos de ciudad se conforman a partir de elementos diversos e incluyen tanto los recuerdos y las experiencias cotidianas personales de la interacción y la relación con otros y otras como el sentido común sedimentado sobre lugares, personajes y relaciones. La narración permite “elaborar –de manera comunicable a otro– fragmentos de esas complejas conexiones entre lo inconmensurable de lo vivido” (Lindón, 2008, s/p).

Como sostiene Vila, las narrativas y las categorías se relacionan y una parte importante de la connotación de las categorías que utilizamos para describir a actores sociales sería “el producto de la sedimentación de las múltiples narrativas acerca de nosotros mismos y los ‘otros’ que utilizamos para dar cuenta de la realidad que nos rodea” (1997, pp. 132-133). La audiovisualización expande y multiplica las relaciones existentes entre narrativas, experiencia urbana y categorías.

A su vez, entre la tecnología de la televisión y las formas heredadas o emergentes de otros tipos de actividad social y cultural se da una complicada interacción (Williams, 2011). Por eso, en el caso de las experiencias audiovisuales sobre ciudades, algunas observaciones que provienen del análisis de narrativas cinematográficas resultan aplicables a unitarios documentales y de ficción, y las que se trabajan en relación con la prensa o la radio, a los programas de noticias o de interés general. Además, el carácter visual de la TV puede vincularse con la fotografía. Del mismo modo, surgen nuevas relaciones entre este medio tradicional y las experiencias transmedia, hipermedia y/o multipantalla.

Sorlin (1980) destaca la importancia del cine para el análisis social, resaltando el vínculo con las mentalidades y representaciones como situación material y vívida de las expresiones ideológicas propias de una formación social. En ese camino, postula que las representaciones cinematográficas resultan una fuente de las percepciones visuales que impactan en la configuración y difusión de los estereotipos visuales propios de una formación social. El análisis de Sorlin (1980) toma como parte de la genealogía de las configuraciones visuales contemporáneas, que se observan principalmente en las pantallas de televisión y cine, el papel de las fotografías. Para ello, recupera el carácter sedimentado del repertorio de imágenes que circulan en determinado momento de determinada sociedad. El autor postula, entonces, la capacidad de estructuración histórica dominante de dichas configuraciones visuales a partir de una breve historización del uso de la fotografía en pequeñas comunidades y grupos, para extender luego su argumento al conjunto de lo social. Esa capacidad de estructuración refiere tanto a la perpetuación como a la constitución de imágenes. Para el primer caso, dice el autor: “el grupo familiar confirma su existencia a través de una imagen” (Sorlin, 1980, p. 27); para el segundo, destaca que “al lado de las series visuales ya admitidas aparecen otras visiones” (p. 28).

La apreciación de Sorlin (1980) puede relacionarse con el uso de la fotografía alternativa que propusiera Berger (2005) retomando el planteo de Sontag y vinculándolo a la memoria: las imágenes (habla de fotografías) se parecen a la memoria en cuanto no existe una sola manera de acercarnos a la cosa recordada, la memoria no es el final de una línea sino que numerosos puntos de vista o estímulos convergen y conducen hasta ella. El autor señala que el contexto de aparición de la imagen fotográfica debería señalar y dejar abiertos diferentes accesos a las imágenes. Del mismo modo, puede pensarse que es posible construir un sistema radial en torno al audiovisual, de modo que éste pueda ser visto en términos que son simultáneamente personales, políticos, económicos, dramáticos, cotidianos e históricos.

Berger (2005) asegura que la función de cualquier modalidad de fotografía alternativa es incorporarse a la memoria social y política (constituyendo otras visiones). Entendemos que las representaciones audiovisuales trabajan con la memoria de modo no idéntico pero análogo en cuanto cabe postular esa posibilidad de radialidad para su análisis. Al mismo tiempo, su existencia y exhibición articulan las redes de la memoria y de la interpretación de lo social, ampliando o reduciendo sus enclaves emancipatorios.20

En conclusión, el análisis de Sorlin (1980) resulta un importante punto de apoyo para indicar que las imágenes no se analizan aquí como develadoras de algo que de otro modo permanecería oculto, sino como parte de la construcción que sostiene, promueve o interpela a la dominación, que –en tanto ejercicio del poder hegemónico– no es (solamente) una instancia latente (Ferro, 1980), sino que es producida activamente por una serie de dispositivos diversos. Cada producción audiovisual es un hecho social que nos indica que hay una historia que la rodea y constituye, un proceso de materialización de diferentes líneas que la configuran. Es por eso que los programas producidos localmente permiten el análisis del sentido común (y los eventuales sentidos alternativos) sobre la ciudad, y sus relaciones con la producción social del espacio.

Los programas televisivos narran brindando un ordenamiento posible, es decir, criterios para la producción, reunión, selección y forma de exhibición de imágenes y sonidos, situación que potencia la dimensión de “metáfora del poder” ya presente en las fotografías (Edwards, citada por Caggiano, 2012): visibilizan lo invisibilizado e invisibilizan lo visible. El autor indica que es en esa capacidad productiva donde se despliega el carácter político de las disputas visuales.

La decisión de trabajar sobre narrativas audiovisuales televisivas reposa en que éstas son centrales en la organización del saber social, por su pregnancia y accesibilidad. La trama argumental produce un ordenamiento de la realidad, seleccionando los eventos que contribuyen significativamente a la historia que se construye, y poniéndolos a disposición de las audiencias. Para hacerlo elige, registra, ordena, jerarquiza y categoriza tiempos, espacios, actores y actrices sociales. Es decir, que mientras audiovisualiza/inaudiovisualiza participa activamente en la dinámica general de visibilización/invisibilización de lo social. Las narrativas televisivas locales construyen, participan, sostienen y perpetúan el sentido común visual ya que, como sostiene Caggiano (2012), “[l]as apariencias y las apariciones (los dispositivos y modalidades sociales de ver y de mostrar) juegan un papel vital en la creación y recreación de las comunidades y grupos en los cuales nos imaginamos” (p. 288).

La televisión, específicamente, narra mediante imágenes y sonidos mientras constituye (junto a otras instituciones y actores, y ella misma como parte del ambiente comunicacional que habitamos) el inmenso reservorio audiovisual de imágenes y categorías sobre tiempo, espacio, objetos y actores que delinea las geografías del poder de las ciudades contemporáneas. Se trata de un tipo de reservorio que está producido, programado y emitido o puesto en línea para ser compartido ampliamente. Lejos de terminar con ese reservorio, las nuevas modalidades de puesta a disposición de esas narrativas multiplican posibilidades que se añaden o superponen a la búsqueda de público masivo expuesto a los contenidos conjuntamente en términos temporales (característica de las emisiones de tipo broadcasting), dejando a disposición lo emitido en plataformas que permiten navegar “a la carta” en prácticas de consumo reticulares mediadas por las redes digitales.

Omar Rincón (2006) define a las narrativas audiovisuales como “el saber, oficio y práctica que comparten los productores y las audiencias, saber que posibilita la inteligibilidad de lo comunicado, experiencia que permite generar comunidad de sentido [sobre la ciudad]” (p. 95, mi agregado). El autor sostiene que la narrativa es “una matriz de comprensión y explicación de las obras de la comunicación” (Rincón, 2006, p. 95). Esa definición afirma la narratividad como una racionalidad intrínseca que busca hacer legibles los mensajes a través de estrategias de organización del discurso audiovisual; como formas del relato que comparten procedimientos comunes y referencias arquetípicas vinculantes a partir de los referentes conocidos. En el caso de las narrativas televisivas locales sobre la ciudad, esas referencias combinan las imágenes sedimentadas de tiempos, espacios, objetos y actores vinculadas a la representación de la ciudad (y por lo tanto relativas a la experiencia urbana de quienes producen y reconocen esas narrativas) con otras nuevas.

La decisión para conformar el corpus se produjo, entonces, en base a la selección de programas televisivos que audiovisualizaran la ciudad de San Salvador de Jujuy, y específicamente sus espacios públicos, producidos localmente y emitidos o puestos a disposición en línea entre 2011 y 2013.

Se trata de materiales que manifiestan prácticas específicas de sus realizadores y realizadoras; materiales que –al proponer, enmarcar y filtrar definiciones y redefiniciones de tiempo, espacio y actores, y relacionarlos con determinados objetos– “definen” tanto a la ciudad y a sus espacios urbanos como a sus otros espaciales (el “campo”, la “naturaleza”, otras ciudades) en tanto objetos singulares que al mismo tiempo alimentan la imaginación social sobre la ciudad y lo urbano; materiales que están situados, y por lo tanto participan y se ubican de maneras particulares en los “mapas amplios” urbanos, provinciales, nacionales y transnacionales por los que circulan y a los que al mismo tiempo conforman.

Ahora bien, estas narrativas audiovisuales televisivas de producción local se proponen como el punto de ingreso al contexto, ya que el trabajo del contextualismo implica “delinear la configuración que rodea a ese hecho social y lo constituye” (Grossberg, 2012, p. 43).

En términos metodológicos prácticos, uno de los puntos de partida empíricos para la construcción de un corpus que combina narraciones audiovisuales con las de las y los realizadores que las produjeron abreva en la definición de la comunicación televisiva como un proceso de articulación de diferentes momentos (producción, distribución/circulación y reconocimiento) de discursos significativos, que se conectan y encadenan pero que mantienen una modalidad específica (Hall, 1996 [1978]). El estudio de dicho proceso implica notar la materialidad de estas prácticas, que incluye tanto una particular infraestructura técnica como la ubicación relativa de los actores involucrados dentro de las relaciones de producción y el contexto social, y demanda analizar la variedad de marcos de interpretación del mundo que se ponen en juego para producir y comprender los discursos mencionados.

Pero el proceso de comunicación televisiva propuesto por Stuart Hall (1996) en Codificar-decodificar se ofrece como un punto de partida para abordar una configuración más amplia, estrategia que el mismo autor desarrollara a lo largo de su obra. Su potencia ordenadora se capitaliza en términos de producción del material necesario para el análisis interpretativo de los contextos. Esto es, en este libro el material empírico proviene de entrevistas en profundidad a productores y productoras, de una experiencia de visionado conjunto del material con estudiantes universitarios, y de las propias producciones audiovisuales que reúnen a ambos conjuntos; material que se suma a la sistematización de un conjunto amplio de información secundaria, notas de prensa, sistematización de entrevistas y trabajo de campo con audiencias de la televisión digital destinatarias del Plan Mi TV digital y con diversos materiales audiovisuales anteriores o coexistentes al momento de la producción o emisión de los programas seleccionados y que operan como “fondos de contraste” necesarios para la interpretación de las efectivas maneras de producción de sentidos de ciudad en estas narrativas, y también como contexto (audiovisual) de estos programas. Esta modalidad de sistematización del trabajo parte del modelo producción-texto-consumo, pero ese modelo no se traduce en la estructura de la presentación de resultados (esto es, en este documento) sino que los emergentes del trabajo analítico emprendido sobre ese conjunto de materiales se ordenan a partir de diversos ejes que los atraviesan y que refieren intertextualmente unos a otros y, sobre todo, al contexto social compartido de las diversas experiencias urbanas que implican.

En este capítulo ya se ha señalado que la noción de articulación permitió la transformación de “los estudios culturales desde un modelo de comunicación (producción – texto – consumo; codificar/decodificar) hasta una teoría de los contextos” (Grossberg, 1993, p. 4). Esta afirmación teórico-epistemológica se traduce en una analítica en la que intento dar cuenta de los contextos realizando un recorrido que reúne procesos sociales e históricos vinculados a la politicidad de la vida cotidiana y a la cotidianeidad del ejercicio del poder en la producción social del espacio, desde y sobre los sentidos de ciudad de narrativas audiovisuales locales. De manera que los programas actúan como una pieza central de la estrategia metodológica, pero en tanto se ofrecen como punto de ingreso situado a las tramas de la significación de la ciudad en el contexto local, vinculadas a las diversas interpretaciones del espacio, tanto en términos de audiovisualizaciones circulantes como de su proceso productivo y de las posibilidades de conversación que abren con sus públicos. A su vez, la circulación de esas narrativas ofrece posibilidades de acceso a formas específicas de producción social del espacio, a partir de las maneras en las que expresan la desigualdad y la diferencia asociadas a las relaciones entre productores, textos, circuitos y audiencias.

Se trata de una forma de abordaje de los procesos de comunicación en la que los programas no resultan el material exclusivo para el análisis, sino que se incorpora la necesidad de atender a las situaciones en las que se desenvuelve el proceso, invocando para ello sus relaciones con la producción social del espacio desde una apuesta interpretativa de las configuraciones culturales (Grimson, 2012). Esta forma del análisis cultural se ampara en antecedentes como la propuesta de transversalidad metodológica que propone Chartier (1992) para la historia de la lectura; el ingreso a las relaciones entre cultura masiva y poder a partir de las mediaciones de Jesús Martín-Barbero (1998); las historias y la Historia de un objeto y medio tecnológico específico como el walkman para pensar la historia cultural del capitalismo tardío en Doing Cultural Studies (Du Gay, Hall, Janes, Mackay & Nigus, 1999); la circularidad a partir de huellas e indicios en el trabajo de Carlo Ginzburg (1996) sobre Menocchio; o el abordaje de la ideología y la comunicación masiva contemporánea desde una hermenéutica profunda que ofrece Thompson (1991).

La estrategia metodológica que propongo se estructura a partir de la descripción y análisis de las geografías del poder y los sentidos de lugar en cada una de las instancias del circuito comunicacional exploradas, pero éstas se piensan, asimismo, como “un punto de articulación adoptado o una cristalización de líneas de determinación” (Grossberg, 2012, p. 43). La figura a través de la cual puede pensarse esta práctica contextualista es la de articulación, central para la práctica de los Estudios Culturales, tal como se ha desarrollado en el primer apartado de este capítulo.21

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