El diablo

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Índice de contenido

Portadilla

Legales

Introducción / Jorge Manzano Vargas, S.J. (†)

I. El diablo en la Sagrada Escritura / Mario López Barrio, S.J.

II. Posesiones diabólicas ordinarias. Conato de explicación / Jorge Manzano Vargas, S.J. (†)

III. El verdadero poseso: el mal y la Biblia. Instancias: el ritual del bautismo y satanismo / Jorge Manzano Vargas, S.J. (†)

IV. El diablo en la enseñanza de la Iglesia: poder que engaña y mata / Luis García Orso, S.J.

V. El diablo en las culturas prehispánicas / Jesús Gómez Fregoso, S.J.

VI. Dios, el diablo y el inconsciente / Agustín Ramírez Torres, OFM (†)

VII. Kierkegaard y las mociones de los espíritus / Jorge Manzano Vargas, S.J. (†)

VIII. El problema del mal. Perspectiva filosófica / Héctor Garza Saldívar, S.J.

IX. Las estrategias del buen y del mal espíritu en nuestras vidas / Víctor Manuel Verdín Jiménez, S.J.

Reflexiones finales / Jorge Manzano Vargas, S.J. (†)

Acerca de los autores

INSTITUTO TECNOLÓGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE OCCIDENTE

Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla, S.J.


Manzano Vargas, Jorge (coordinación) El diablo : reflexiones interdisciplinarias sobre el problema del mal / Coord. e introd. de J. Manzano Vargas. -- Guadalajara, México : iteso, 2021.ISBN 978-607-8768-40-0 ITESO ISBN 978-607-8112-91-3 Universidad Iberoamericana León1. Iglesia Católica – Documentos Doctrinales – Historia y Crítica. 2. Dios. 3. Diablo – México – Historia – Época Prehispánica. 4. Diablo – Tema Principal. 5. Bien y Mal – Tema Principal. 6. Posesión Demoníaca. 7. Inconsciente. 8. Demonología. 9. Biblia – Historia y Crítica. 10. Teología Doctrinal. 11. Existencialismo Cristiano – Historia y Crítica. 12. Filosofía Danesa – Historia y Crítica. 13. Filosofía y Religión. 14. Psicología y Religión. 15. Cristianismo. 16. Religión. 17. Kierkegaard, Sören. I. t.[LC] 235. 4 [Dewey]

Diseño original: Danilo Design

Diseño de portada: Ricardo Romo

Diagramación: Rocío Calderón Prado

Gracias a Rafael Martínez y Federico Portas Lagar, por el impulso inicial que ofrecieron a esta obra.

1a. edición, Guadalajara, 2021.

DR © Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso)

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Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los editores, en términos de la Ley Federal de Derecho de Autor y, en su caso, de los tratados internacionales aplicables.

ISBN 978-607-8768-40-0 ITESO

ISBN 978-607-8112-91-3 Universidad Iberoamericana León

Hecho en México

Introducción

JORGE MANZANO VARGAS, S.J. (†)

Con el auspicio del Instituto Libre de Filosofía y Ciencias, (1) en las instalaciones de Casa Loyola, en el verano de 1989 se discutieron por primera vez estos trabajos sobre el diablo, cuya experiencia y supuesta realidad nos remiten al problema del mal: su origen, poder y presencia en la vida humana. Los organizadores, coordinados por el Dr. Jorge Manzano Vargas, S.J. (†), definieron los aspectos más relevantes en torno al tema y analizaron cada uno por separado, como hilos de intrincada madeja: experiencias varias, filosofía, teología, historia de culturas prehispánicas, psicoanálisis, discernimiento de espíritus. Además, dado el tema, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia tuvieron un lugar privilegiado en el ejercicio.

El estudio estuvo atravesado por una de las preocupaciones más presentes entre el público asistente: la realidad del diablo. Frente a la misma, los trabajos recopilados exponen claras y varias dificultades para que pueda ser considerada como una realidad personal; ofrecen elementos científicos, filosóficos y teológicos centrando la comprensión en lo que es fundamental para los creyentes: el misterio de Cristo y la salvación de Dios como la realidad fundante de nuestra vida; misterio que redimensiona nuestras preocupaciones por el ser y actuar del malo.

Los autores se propusieron analizar, profundizar, reflexionar y proceder con cautela: matizaron las diversas afirmaciones; algunas las expusieron con certeza, otras —en especial en el terreno de la historia y de la interpretación de experiencias— están sujetas a otro calificativo, por ejemplo, el de probable. Cada uno de ellos llama nuestra atención sobre los aspectos decisivos de la existencia humana, ahí donde entra en juego nuestra libertad; este don que, a veces, parece que olvidamos o no justipreciamos en toda su importancia. Con su trabajo se proponen contribuir a liberarnos de terrores supersticiosos, injustificados, que son muy dañinos para la vida espiritual y tratan de prevenirnos de los excesos en los que han caído personas, grupos o sectas denominadas satánicas, o actores proclives a la credulidad tanto en Europa (donde ha habido cultos a varios cientos de ángeles y de demonios), como en otros países y, evidentemente, en México. Se trata de no olvidar que, en el fondo, afrontamos un problema humano: el problema del mal que nos infligimos unos a otros.

El mal es opresión que consiste en determinar condiciones inhumanas de vida para los demás, al margen o en contra de su voluntad; tal definición es material, concreta, patente. Hay otra manera, espiritual y religiosa de expresar lo mismo: el mal consiste en la acción contraria a la acción de Jesús, que es descrita por Lucas, (2) según la palabra profética de Isaías (3) y que se puede sintetizar así: “Evangelizar a los pobres, liberar a los oprimidos”. Ha sido el interés de los opresores que el pueblo crea en que el mal por excelencia es el de estar poseso. Los escritos que constituyen esta publicación ofrecen una explicación natural a las llamadas posesiones diabólicas; en cambio, el verdadero poseso sería el que a ciencia y conciencia oprime a los demás, el que realiza la acción contraria a la de Jesús. De acuerdo con esta comprensión y, aunque la expresión parezca de mal gusto, los verdaderos endemoniados son los opresores.

Los supuestos posesos presentan fenómenos extraños como contorsiones incontroladas, blasfemias, rechazo de ritos sagrados, glosolalia (hablar espontáneamente varias lenguas), clarividencia, levitación, entre otras, pero quienes presentan estas manifestaciones espectaculares y dolorosas suelen ser personas inocentes. Es obvio que se trata de una táctica de los opresores para encubrirse. Los fenómenos portentosos, supuesta señal de posesión diabólica, tienen una explicación natural, incluso aquellos que la misma Iglesia católica considera todavía como indicios de posesión.

En los primeros números de Xipe totek, revista de Filosofía del antiguo Instituto Libre de Filosofía y Ciencias, ahora Departamento de Filosofía y Humanidades del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), se publicaron los trabajos y los debates que tuvieron lugar al final de cada sesión entre el público y los expositores. Dada la relevancia y la persistente preocupación sobre el problema del mal, que está presente de forma acuciante en la historia y en la vida de todo ser humano, consideramos oportuna la publicación actual, que recoge la temática de esos ejercicios e incorpora precisiones y actualizaciones que los mismos autores han aportado recientemente.

 

La obra que ahora ofrecemos está tejida por todos los hilos que a los autores les siguen pareciendo pertinentes y relevantes a la luz de nuestra situación y condición humanas. Está también en sintonía con sus reflexiones actuales sobre el tema. Es, sin lugar a dudas, un tratamiento interdisciplinario sobre el mal que se ha nutrido del trabajo de cada uno de los autores (trabajo cuya elaboración incluye varias disciplinas entretejidas); del diálogo en el que tanto el público como los autores participaron durante esos encuentros y del intercambio vivo que continuó aun después de la publicación hasta el día de hoy.

En síntesis, estas reflexiones y diálogos, que ahora presentamos como obra unitaria, nos muestran que tanto el diablo como el supuesto poseso son, en buena medida, constructos, de los cuales hemos usado y abusado para no asumir plenamente nuestra libertad. De ahí la invitación a liberarnos y a acoger la libertad como don maravilloso, cuyo ejercicio define la realidad y hondura de nuestra propia humanidad.

1- El Instituto Libre de Filosofía y Ciencias (ILFC) formó filosóficamente a los religiosos jesuitas, no jesuitas y laicos hasta julio de 2003. En junio de ese año la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús firmó un convenio por el que el ILFC se incorporó al ITESO y constituyó el actual Departamento de Filosofía y Humanidades.

2- Lc 4, 17–21.

3- Is 61, 1 y ss, y 58, 6 y ss.

I. El diablo en la Sagrada Escritura

MARIO LÓPEZ BARRIO, S.J.

Muchas preguntas y un crecido interés se han suscitado en estas últimas dos décadas en torno al tema del diablo, debido, en buena parte, a una serie de novelas y películas como El exorcista. El llamado Cine di Terror ha contribuido a avivar el interés por lo “diabólico” de tal forma que se ha convertido en un tema de moda.

Como sucede en ocasiones semejantes, se formulan opiniones y nacen corrientes muy diferentes, desde quienes aceptan un influjo demoníaco en cada esquina del camino hasta quienes consideran al demonio como un personaje del pasado. Así, proliferan, en algunos países, grupos satánicos que rinden culto al diablo, mientras que en otros se prescinde por completo de él, como lo afirma Herbert Haag en su libro Abschied vom Teufel (Despedida al Diablo). (1) El pensamiento de esta corriente se puede sintetizar en la declaración de Rudolf Bultmann, expresada ya en 1951: “No se puede hacer uso de la luz eléctrica y del aparato de radio, recurrir a medios de la medicina clínica en muchos casos patológicos, y al mismo tiempo creer en el mundo de los espíritus y de los milagros”. (2)

En realidad, muchos creyentes esperaban haberse despedido ya del diablo, como de tantas cosas consideradas caducas después del Concilio Vaticano II. Pero hemos visto que no es tan fácil, por algo el Magisterio de la Iglesia —especialmente Pablo VI, en junio y noviembre de 1972— nos da a entender que las afirmaciones tradicionales sobre el diablo se deben mantener.

Tenemos que confesar que a nosotros y a nuestros contemporáneos el planteamiento del origen del mal como un problema especulativo nos resulta poco atractivo. En vez de preguntarnos por el origen del mal en abstracto, preferimos enfrentarnos con el mal concreto del ser humano que sufre actualmente. Más que elucubrar sobre el origen del mal, al hombre contemporáneo le interesa enfrentarse con la tarea de eliminar el sufrimiento en el mundo. No vive el mal tanto como una llamada al misterio sino como un reto a la propia responsabilidad individual y colectiva, y tiende a identificarlo con algo concreto, por ejemplo, la injusticia social. Aquello que puede ser explicado racional, técnica o científicamente como un mal, fruto de nuestra actuación y de nuestra historia, lo hace sentirse seguro, como quien está ante un adversario de alcance conocido. En cambio, colocarse frente al mal como algo misterioso lo hace sentirse incómodo. De ahí lo incómodo que puede resultar preguntar hoy por el diablo, pues resulta que, aunque esté presente en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, no encontramos en los textos bíblicos ninguna explicación sistemática de lo que pueda ser.

La cuestión ha venido a plantearse así: ¿es el diablo un ser personal realmente existente, o simplemente un símbolo que ha servido, a lo largo de los siglos, para representar el pecado y el mal, pero, al fin y al cabo, un símbolo que ya ha caducado? (No quiere decir que el símbolo no represente algo real). Quizá para un creyente la pregunta debería formularse así: ¿qué significa para mi fe en Jesucristo y para lo que constituye mi esperanza lo que los textos normativos de la fe han dicho sobre este punto?

No estamos, pues, ante un problema filosófico o empírico, sino teológico; un problema de fe. No podemos demostrar ni su existencia ni su no–existencia (como no podemos demostrar ni la existencia ni la no–existencia de Dios); sólo se pueden hacer afirmaciones basadas en la Revelación. Trataremos de encontrar luz para comprender este problema en el Antiguo Testamento, en el judaísmo y, después, en el Nuevo Testamento.

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Para comenzar, tenemos que advertir que lo que el Antiguo Testamento pueda afirmar sobre el tema ha sido tomado muy probablemente de otras culturas, con las que los antiguos israelitas tuvieron contacto. Por ejemplo, las antiguas culturas mesopotámicas habían desarrollado ya una extensa demonología (por no mencionar a Egipto y Fenicia).

En realidad, el intento de explicar la presencia del mal en el mundo es tan viejo como la humanidad misma. Los hombres de épocas pasadas, al carecer de una visión de las causas y de las interconexiones de las cosas, descargaban sobre los demonios o los malos espíritus la responsabilidad del mal en el mundo. La creencia en demonios es un fenómeno común a todos los pueblos antiguos.

En los textos del Antiguo Testamento se pueden encontrar algunos de estos rasgos, por ejemplo: los vados estaban dominados por seres demónicos. (3) Los hombres se hallaban particularmente expuestos a los ataques del demonio en cuatro tiempos: la noche, el amanecer, el anochecer y el mediodía, pero el salmista (4) desmitifica estas antiguas creencias orientales. Para estas creencias no hay lugar en la religión yahvista:

No temerás el terror de la noche,

ni la saeta que vuela de día,

ni la peste que avanza en las tinieblas,

ni el azote que devasta a mediodía. (5)

Los ataques de los demonios alcanzaban, en las creencias populares israelitas, sólo el ámbito material, nunca el ámbito moral de la vida. Respecto del término diablo, proviene de la palabra griega diábolos (el calumniador), con que la Biblia griega traduce el término hebreo satán (el adversario). Para el antiguo israelita, Yahveh se encuentra acompañado de una corte celestial formada por seres de categoría cuasi–divina, a los que se les llama hijos de Dios. Por ejemplo: “En aquel tiempo —es decir, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas del hombre y engendraron hijos— habitaban la tierra los gigantes” (6) (se trata de los famosos héroes de antaño). Y en el salmo 29 “Hijos de Dios, aclamen al Señor; aclamen la gloria y el poder del Señor”. (7)

Esta concepción del antiguo israelita no se diferencia mucho de la de los otros pueblos del Próximo Oriente antiguo. En el Antiguo Testamento, estos hijos de Dios aparecen como meros elementos literarios o poéticos, más adelante serán identificados con los ángeles: “Dios es temible en el consejo de los ángeles, es grande y terrible para toda su corte”. (8)

La palabra satán empleada en sentido teológico no aparece en el Antiguo Testamento sino hasta la época postexílica. La visión de Zacarías (año 520–518) es el primer lugar del Antiguo Testamento en el que nos encontramos con esta figura; (9) satán no es aquí nombre propio, sino simplemente un título. Los otros textos son los libros de Job (10) y el primer libro de las crónicas; en el texto de Job, que corresponde al prólogo del libro, satán parece encontrar placer en inducir a los hombres al mal, para poder acusarlos después ante Dios. Alrededor del año 300 a. c., se escribe la obra histórica del Cronista, en ella, en el primer libro (11) aparece la tercera y última mención de satán en los escritos canónicos como el enemigo de Israel.

En estos textos Satán es todavía uno de esos hijos de Dios que viven con Él en la corte celestial. Tiene confiada una misión especial: recorrer la tierra y enterarse de las malas acciones de los hombres para informar sobre ellas a Yahveh. Aparece como un fiscal de la creación, de ahí su nombre, el adversario, porque actúa en contra de los intereses del hombre. No se contentará sólo con vigilar a los hombres, los va a incitar al pecado, para ver si caen y hasta dónde son fieles a Dios. Por eso, conforme avanza la época veterotestamentaria, Satán se va convirtiendo en tentador, así se explica su nombre griego diábolos (el que pone división).

El término griego daimón significa originariamente una potencia sobrehumana que en principio puede ser positiva o negativa. Los demonios están prácticamente ausentes del Antiguo Testamento griego, se encuentran sólo para designar a los ídolos o como elementos poéticos, literarios. El término espíritu puede aparecer en el Antiguo Testamento determinado por conceptos positivos: espíritu de sabiduría, (12) espíritu de gracia y oración, (13) o por conceptos negativos, como espíritu de fornicación, (14) o de impureza. (15) En todos estos casos, lo que se quiere expresar es una moción, buena o mala, respectivamente, producida por Dios en el hombre.

En resumen: De los escritos canónicos del Antiguo Testamento, el satán aparece sólo en estos tres lugares citados, es decir, exclusivamente en escritos de la época postexílica (entre el 500 y el 300 a. c.). No queda muy clara su función que parece terminar en una figura mitológica y marginal.

A propósito de la serpiente del paraíso, en las diferentes corrientes exegéticas encontramos las siguientes interpretaciones (hasta el año 1900):

a) La literal histórica: el auténtico tentador fue el diablo.

b La alegórica: la serpiente es la imagen de los malos deseos y los placeres sensibles.

c) La histórico–alegórica: ve en la serpiente sólo una imagen del diablo.

d) La mítica: este relato del Génesis (16) no es una historia, sino una leyenda, fábula o mito, que intenta explicar el origen del mal.

La exégesis reciente: durante toda la primera mitad del siglo XX la exégesis católica se mantuvo unánimemente fiel a la opinión de que la serpiente se refería al diablo.

El exégeta belga Joseph Coppens parece haber sido el primer católico que rechazó la identificación de la serpiente con el diablo. Este autor insiste en la atmósfera sexual que flota en toda la narración del primer pecado y el simbolismo fálico de la serpiente, familiar en el Antiguo Oriente. El pecado de Adán y Eva habría consistido en haber puesto su vida sexual bajo la protección de los cultos paganos de la fertilidad (representados por la serpiente). Según esta interpretación, en el relato del Génesis, capítulo 3, nos encontramos frente a una polémica contra los cultos cananeos de la fertilidad. Esta posición es apoyada por la explicación de Westermann, que ofrece una síntesis de la más reciente investigación.

Desde hace tiempo es sabido que la figura de Satán fue totalmente desconocida en toda la literatura pre–exílica del Antiguo Testamento (como queda dicho) y, por consiguiente, difícilmente podría aludirse a ella en un documento literario del siglo x a. c. (como era el documento yahvista, donde se contiene el relato de la serpiente).