Jesús, un conservador muy liberal

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Jesús, un conservador muy liberal
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© Adrián Rodríguez Méndez

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-993-3

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“Con gratitud…

A Pao y Allie

A mis padres y hermanas, sobrinos, suegros y cuñados

A los jóvenes que me han enseñado demasiado

Y a los muchos hermanos en la fe que me han apoyado de diversas maneras”

INTRODUCCIÓN

El propósito del presente libro es mostrar a un Dios viviente, justo y amoroso e incentivar a las personas a conocer a ese Dios bíblico y no cultural. No utiliza un leguaje religioso a fin de hacerlo digerible y hace referencia a figuras públicas, personajes, películas, canciones y hechos identificables para el auditorio. Es un compendio de temas variados a manera de ensayos, donde cualquier ser humano puede verse aludido: igual se dirige a una persona adinerada que a los jóvenes en plena efervescencia sexual, pasando por complejos problemas políticos y sociales y también por situaciones que aquejan el alma. En todos los casos, la respuesta a toda controversia es el poder transformador del evangelio de Jesús. No es en lo absoluto un texto académico, ni tampoco de moralismo persignado, sino un escrito sencillo tanto para quienes cuentan con un background bíblico como para los que no. Por supuesto que no pretende predicar un “nuevo evangelio” ni inventar el “hilo negro”, pero sí poner de relieve y en contexto lo que Dios tiene que decirnos y ofrecernos de manera práctica en un mundo postmoderno, donde es muy fácil perder la esperanza y desligarnos de nuestras responsabilidades.

Es, de igual manera, un contenido que dialoga, contrasta y cuestiona y que brinda como solución personal y colectiva las bondades del Reino de Dios en la Tierra. En cada temática, los pasajes bíblicos son cotejados con nuestra realidad, exponiendo así que la Escritura es significativa en nuestro día a día. Con advertencias serias de parte de Dios, pero también con excelentes promesas, intenta tender un puente entre la divinidad y la gente, invitándonos a voltear, hacer un alto, reflexionar y, por último, decidir por la oferta de redención disponible para todos.

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3

CAPÍTULO 1.

¿EXISTE DIOS?

LA NATURALEZA Y NUESTRA CONCIENCIA: PRUEBAS TANGIBLES

«¿Dónde #$%& está tu Dios?» dijo el teniente Dan… Es gracioso que el teniente Dan hubiera dicho eso, porque en ese momento ¡Dios apareció! (Con el barco en medio de una gran tormenta, el teniente Dan desafía a Dios desde el mástil mientras levanta el puño y le grita como loco) ¡Jamás hundirás este barco! ¿A esto le llamas tormenta? ¡Sopla, hijo de perra... Sopla!... ¡Ya es hora de enfrentarnos… Tú y yo, aquí estoy, ven por mí, ja, ja, ja!... Y después de aquello, la pesca de camarones fue fácil (y se veían redes descargando, una y otra vez, sinnúmero de camarones).

Escena de la película Forrest Gump

Dios se revela mediante la

naturaleza

Desde la antigüedad hasta hoy, quienes niegan la existencia de Dios han presentado múltiples tesis para afirmar que es un mito, un “amigo imaginario”, un ser creado por ignorantes dogmáticos, vamos, que es “algo” que utilizamos para expiar remordimientos y/o para controlar a las masas y aunque muchos se han aprovechado de esto último, el verdadero evangelio es completamente distinto.

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Para ellos la creencia en Dios es un placebo, “científicamente” han tratado sin éxito de eliminar los decretos divinos no entendiendo que el método científico y la fe no están de ninguna manera divorciados, sino que son complementarios, ya que la ciencia confirma las maravillas creadas por Dios desde lo micro hasta lo macro en cada ser vivo y en el universo. Hombres de ciencia creyentes en Dios lo confirman y están registrados en la historia.

La existencia de Dios, por tanto, no depende del parecer de nadie y aunque para los escépticos, la Biblia no representa ninguna autoridad, en ella se expone lo siguiente:

Ellos conocen la verdad acerca de Dios, porque él se la ha hecho evidente. Pues, desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios.

Es cierto, ellos conocieron a Dios, pero no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias. En cambio, comenzaron a inventar ideas necias sobre Dios. Como resultado, la mente les quedó en oscuridad y confusión. Afirmaban ser sabios, pero se convirtieron en completos necios.

Romanos 1:19-22

En pocas palabras, una de las formas en la que Dios se da a conocer al ser humano, es a través de su creación, por lo que todos quedamos sin justificación alguna para decir que Dios es simplemente una idea y la Biblia un libro de ficción.

Me admiró la serie de Netflix, One Strange Rock, que es presentada por el actor Will Smith y la cual registra las experiencias de 8 astronautas que dan su perspectiva del planeta Tierra visto desde el espacio. En este trabajo —que fue avalado por otros científicos de distintas disciplinas— hubo un común denominador en los involucrados: todos quedaron estupefactos y conmovidos con la magnificencia de la complejidad, diversidad, sincronización y belleza que hacen de este nuestro hogar, un mundo viviente.

Explicaron lo perfecto y equilibrado de la vida en el planeta y como estamos interconectados con cada hábitat, además de hacer hincapié en los procesos que le tomó al mundo llegar a ser tal y como lo conocemos hoy. Desde luego, nunca consideraron la creación ex nihilo ni mucho menos la aseidad de Dios, sino que sus conclusiones oscilaban en declaraciones como: nosotros creemos que, pensamos que, imaginamos que… Por lo que no demostraron estar 100% seguros de cómo surgió la perfección creativa de la vida. En consecuencia, la frase predominante en este excelente documental fue la de que todo el desarrollo en la humanidad y la Tierra «es el producto de una cadena de accidentes afortunados».

Nuestro yo interno

Aunado a los deslumbrantes detalles científicos de la naturaleza, que nos muestran la rúbrica de nuestro Creador y nos permite atisbar su poder en el mundo físico, cuando se debate sobre la existencia de un Dios Todopoderoso, se soslayan otras pistas claves del mundo metafísico, como los asuntos éticos, espirituales y sentimentales que nos conducen también a Dios. Hablando de sentimientos: nadie puede negar haber sentido miedo a algo, a lo sobrenatural por ejemplo (sí a historias y testimonios de “espantos”, películas de terror, “juegos” como la ouija, espectros y aparecidos o como en broma se dice: cosas del diablo). O el miedo a la muerte. ¿En qué o en quiénes pensaríamos en el lecho de muerte si es que nos da tiempo? ¿Por qué sentimos tanto dolor cuando fallece un ser querido y guardamos el anhelo de volver a verlo? ¿Por qué se nos parte el corazón de tristeza en una decepción amorosa o cuando un amigo se muda lejos? ¿Por qué tememos dejar en orfandad a nuestros hijos pequeños? ¿En qué parte de la lógica acomodamos todo esto? Y aún más, ¿de dónde surge?

Lo mismo pasa con la alegría, esa felicidad que no podemos ocultar cuando logramos nuestras metas, cuando nos sorprende el amor familiar o de pareja o cuando un acontecimiento desborda nuestro ser al punto del baile, los gritos y las lágrimas. ¿De dónde viene entonces la satisfacción y el regocijo? ¿Qué hace que también, así como amamos, nos indignemos?

¿Qué decir de la ética, del sentido de la justicia, de lo correcto o incorrecto? Tenemos muy claro lo que es detestable y lo condenamos enojados sin titubeos: robamos, mentimos, matamos, existe crueldad y perversión contra personas y animales, hay injusticias laborales y escolares y ambición desmedida de malos gobiernos. Sabemos de sobra que esto no debe hacerse y lo señalamos, pero divagamos en cuestiones morales y es ahí donde los socorridos conceptos de tolerancia y diversidad entran en escena para no complicarnos y meternos en dilemas: que cada uno —decimos— viva como mejor le parezca siempre y cuando no afecte a terceros. Pero… ¿Se podrá vivir como a uno le plazca sin perturbar a los demás?

Esta, además, lo espiritual. Varios consideran que no hay nada más allá de este plano terrenal, enarbolan la intrascendencia de la vida, la toman como vil materia que fertilizará la tierra cuando nuestros días terminen. Pero quienes piensan que no hay otra realidad fuera de la materia, ¿acaso nunca han hecho una introspección sobre los temas que los filósofos han tratado de explicar desde siempre: ¿quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí y a dónde vamos? ¿Tal vez nunca se han admirado con la majestuosidad de los cielos, mares y tierra y el sorprendente reino animal? ¿Quizá nunca se han sentido minúsculos y limitados en medio de la grandeza de una montaña o al mirar las estrellas que iluminan y decoran la negra bóveda celeste? ¿Cómo agregamos a un estudio clínico lo inexpresable que resulta para los padres el desarrollo de un embarazo y el nacimiento de un bebé? ¿Qué pasará por la mente de un ateo cuando su hijo está grave en un hospital, clamará a alguien superior para que le conserve la vida, aunque asegure no creer?

 

¿Cómo explicamos entonces el cosmos, los sentimientos, la ética y lo espiritual? ¿Nuestra conciencia y la máquina perfecta como han llamado a nuestro cuerpo? ¿Por qué somos inteligentes y capaces de la genialidad? ¿Nos quedaremos entonces con la teoría de que todo lo que existe fue al azar y que ha tardado millones de años en constituirse, incluyéndonos? ¿O, por el contrario, escarbaremos más en busca de la verdad?

Si nos hemos preguntado estas y otras cosas, es porque somos seres creados por Dios (Salmos 100.3). La razón es que tenemos conexión con Él, traemos “el chip integrado”, “el código del fabricante” metafóricamente hablando, y es por eso que respondemos ante las cuestiones éticas, sentimentales, espirituales y científicas, porque fuimos creados a su imagen y semejanza (Génesis 1:25-27). Por eso sentimos, pensamos, somos inteligentes, investigamos y creamos. Fuimos dotados del carácter de Dios y sabemos diferenciar entre lo bueno y lo malo, tenemos un sentido innato de la justicia, somos perspicaces y, lo más, tenemos esa intuición e incertidumbre por lo divino y eterno:

Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin (Eclesiastés 3:11).

Podrían exponerse más consideraciones sustentadas que conectan la razón con la fe y como nos quedaríamos sin pretextos para desechar a Dios. Sin embargo, este es solo un microscópico apunte que no pretende abrir un debate más de creacionismo y naturalismo. La Biblia tiene suficientes dioramas sobre el mundo natural y espiritual y sobre los atributos de Dios y la esencia del ser humano.

Desde el capítulo 37 al 42 del libro de Job, encontramos interrogantes para reflexionar a fondo sobre el tema: ¿quién puso la sabiduría en el corazón? ¿O quién dio al espíritu inteligencia? Son algunas de las muchas preguntas que aparecen, donde la creación y nuestro ser interior convergen con Dios. Creer en Dios no es —como afirman— cometer suicidio intelectual, pues «la fe y el pensamiento caminan juntos, y es imposible creer sin pensar», aseveraba John Stott respecto de la interrelación fe-intelecto y tiene razón.1Jesús mismo incentivaba a tener un pensamiento crítico: «¿Qué les parece?» preguntaba a la gente sobre un tema en específico esperando una respuesta racional (Mateo 18.12, 21.28). Pero ha sucedido, que nos hemos formado con una mente dualista, es decir, dividimos “las cosas teocéntricas” de “las cosas seculares”, como opina Richard Ramsay de quienes así piensan en su libro Integridad intelectual: «la ciencia llega a ser razonable y objetiva, mientras los asuntos religiosos son ambiguos y contradictorios. Algunos niegan el uso de la fe para la interpretación de la naturaleza, y otros niegan el uso de la razón para interpretar los asuntos “religiosos”».2

Hemos sido influenciados por distintos tipos de ideas, tales como: «Es aquí en esta vida donde se vive la gloria y el infierno», «Dios no existe, lo único garantizado es lo verificable por la ciencia», «No necesito ir a la iglesia», «La Biblia es un libro de fábulas», «La religión es el opio del pueblo» (Carl Marx), «Dios está muerto» (Nietzsche), siendo estas dos últimas frases la bandera contra el cristianismo usada por muchos estudiantes e intelectuales de todo el orbe.

Para Marx, por ejemplo, la fe caería sola al pasar de los años sin ni siquiera combatirla. Afirmaba que, con las ideas revolucionarias del comunismo, la creencia en Dios colapsaría porque con los pensamientos modernos ya no sería necesaria la religión. Por su parte Nietzsche intentó asesinar a Dios en el pensamiento global, siendo una de sus deducciones generales la de que Dios no creó al hombre si no que el hombre creó a Dios. Pero ninguno de esos pensamientos nos acerca a la verdad, ya sea por ignorancia o por arrogancia.

En este sentido, el apóstol Pedro advirtió acerca de la actitud de quienes resisten a Dios de esta forma:

Sobre todo, quiero recordarles que, en los últimos días, vendrán burladores que se reirán de la verdad y seguirán sus propios deseos. Dirán: «¿Qué pasó con la promesa de que Jesús iba a volver? Desde tiempos antes de nuestros antepasados, el mundo sigue igual que al principio de la creación». Deliberadamente olvidan que hace mucho tiempo Dios hizo los cielos por la orden de su palabra, y sacó la tierra de las aguas y la rodeó con agua (2ª Pedro 3:3-5).

De tal manera, que si buscamos esperanza y una vida realizada (aunque no exenta de sufrimiento), es necesario ser humildes y creer que hay Dios (Hebreos 11.6). Con toda la inteligencia y raciocino, seguro lo lograremos. Hay vida eterna en gloria, pero también vida eterna en tinieblas y fuego, aunque hoy no sea popular hablarles a las personas del infierno, cuando Jesucristo fue el que más nos advirtió sobre esta realidad, por eso se afirma: «para que todo aquel que en él cree (en Cristo), no se pierda, más tenga vida eterna» (Juan 3:15).

La palabra de Dios es contundente con aquellos que niegan la fe: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios» (Salmos 53.1). Hay demasiados ofendidos por esta afirmación, a nadie nos gusta que nos llamen necios o perversos, sin embargo, lo somos, aunque también hagamos cosas buenas: «El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es? Pero yo, el Señor, investigo todos los corazones y examino las intenciones secretas. A todos les doy la debida recompensa, según lo merecen sus acciones» (Jeremías 17:9-10).

A dios con minúscula, le achacan genocidios; que es, además, fomentador de la poligamia, el incesto, el machismo, la esclavitud y cuantas cosas más, cuando tales asuntos han sido y siguen siendo una consecuencia de la maldad del ser humano y no causados por una deidad tiránica como a menudo reprochan (Deuteronomio 32.5). Tal vez digan: «Los caminos del Señor no son rectos». ¿Pero en verdad no son rectos? ¿No es, más bien, que los caminos de ustedes son torcidos? (Ezequiel 18.25). Hay quienes culpan a Dios sin ni siquiera haber estudiado la Biblia sobriamente, citando versículos a granel, descontextualizados y otros que sí la han leído, simplemente no pueden o no quieren aceptarlo y es comprensible puesto que «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1ª Corintios 2.14).

Por otro lado, es preciso puntualizar lo que explicaba John MacArthur en unas de sus predicaciones3, acerca de que «Dios ejecuta sentencias justas y no necesita de defensores que argumenten que Él no es el autor. Él asume la responsabilidad y se atribuye acciones que vienen directamente de su mano: “para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto» (Isaías 45.6-7). «Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo, y aun al impío para el día malo» (Proverbios 16.4).

¿Por qué existe tanto sufrimiento en el mundo y no lo evita un Dios benigno y poderoso? ¿Por qué a gente buena le suceden cosas malas y viceversa? Nos cuestionamos y tiramos la fe por la borda al no hallar respuestas satisfactorias a estos planteamientos. No estoy minimizando el dolor, el coraje y las dudas que asaltan nuestra mente debido a estos sucesos, lo que puedo decir por experiencia es que, a pesar de lo adverso, Dios da paz y consuelo inexplicables. Cuando negamos a Dios con este silogismo, nos volvemos sarcásticamente incrédulos, el dolor y la ira que provoca la no intervención de un Dios soberano, subrayan nuestro juicio de alegar: Dios no existe, si existiera no permitiría el padecimiento de inocentes, las guerras y las catástrofes, tampoco dejaría que los malos aplastaran a los justos (Habacuc 1.13). Pero vivimos en un mundo caído, donde nadie (justos e injustos) estamos exentos de que vengan a nuestra vida cosas desafortunadas. La gran diferencia, es que con Dios podremos enfrentarlas de manera poderosa: «Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33), esa es la promesa de consuelo que Cristo cumple a quienes lo siguen.

Leí un comentario de una mujer en Facebook que decía: «En mi opinión, la religión te lava el cerebro, es para débiles, ignorantes y fracasados. Es absurdo dejar en manos de un Dios nuestra vida. Por eso México está como está, por ser tan religiosos. ¡Lo que nos hace falta es gente más preparada, más ciencia, más libros… qué triste!», resumió la usuaria de la red social. Sin embargo, poder conocer al Cristo vivo y su amor, sustentador de tu vida y de toda la creación es factible. Histórica, arqueológica, epistemológica, filológica y espiritualmente su existencia es demostrable. Al enviar a su Hijo Jesucristo encarnado para identificarse con nuestras cuitas y dejarnos disponible su palabra escrita, Dios nos dio más alternativas para encontrarle. Por lo que nadie tendrá argumentos válidos en su día final, que respalden su noción anti-Dios (Romanos 2.1,15-16).

El Señor, a través del profeta Isaías nos asegura que un día lo veremos: «En aquel día mirará el hombre a su Hacedor, y sus ojos contemplarán al Santo de Israel» (Isaías 17.7). Forrest Gump (Tom Hanks) concluye así la narración sobre el teniente Dan y su feroz disputa con Dios en una escena retórica bien lograda: «Jamás lo dijo… Pero creo que hizo las paces con Dios», luego de que el mutilado veterano de guerra agradeciera a Gump por haberle salvado la vida en Vietnam y se tirara del bote a nadar en un mar completamente apacible.

El reformador francés Juan Calvino dijo acerca de esta búsqueda objetiva de Dios que nadie estaba excluido de invocarlo y que la puerta de la salvación quedaba abierta a todos sin impedimento alguno para entrar por ella, excepto nuestra propia incredulidad: «el conocimiento de nosotros mismos, no solamente nos aguijonea para que busquemos a Dios, sino que nos lleva como de la mano para que lo hallemos». 4

CAPÍTULO 2.

EL CRISTO QUE NO ACEPTAMOS

¿Por qué no pueden entender lo que les digo?

¡Es porque ni siquiera toleran oírme!

(Jesús en el evangelio de Juan, Capítulo 8. Versículo 43)

Por desconocimiento y ventaja, hemos convertido a Jesús en un retrato parcial y distorsionado —una imagen sesgada de cultura-pop— que únicamente es amor, comprensión, protección y solidaridad. El imaginario colectivo asocia un perfil filantrópico y hasta débil de Jesús, alguien que ayuda a los pobres y sana enfermos, condona pecados y pone en su lugar a los poderes político y religioso. Y si bien es cierto que hizo esto por amor a la humanidad, omitimos a menudo su justicia, entendiéndose esta, como la imparcialidad que Cristo tiene para considerar nuestros actos. Nos rehusamos a la idea de un Cristo que vendrá de nuevo en poder y gran gloria a juzgar al mundo rebelde (Mateo 24.30), y aunque como padre amoroso se duele del castigo (Joel 2.13), creemos que Él no puede actuar de esa forma, Dios no castiga, pensamos indignados (Deuteronomio 8.5).

Podemos decir que creemos en Él, o que al menos, cada quien cree a su manera. Pero la controversia surge cuando tal confesión choca con nuestro estilo de vida que lo excluye: en la escuela, en el trabajo, en las relaciones, en la economía, en el gobierno, en la ciencia…. Son lugares donde Jesús no cabe, es demasiado complicado y sus medidas no son compatibles con las nuestras: ¡lo hemos vuelto a crucificar!

Con esto no quiero decir que no seamos sinceros en lo que expresamos o sentimos acerca de Jesús, sino lo que busco resaltar, es que seguirlo, realmente va más allá de lo que pensemos: decir que creemos en Cristo implica obedecerlo, ser conscientes de nuestros pecados, arrepentirnos de ellos y dejarlos para dar paso a una vida nueva bajo su dirección. Decir que creemos en Jesús, es sencillamente vivir la vida para Él, porque él se ocupará de la nuestra. Ni más, ni menos. Una idea distinta de creencia en Jesús es vivir engañados. Los demonios saben bien esto y son más ortodoxos, pues creen en Él (lo conocen) y ¡tiemblan! nos revela el apóstol Santiago en su epístola (Santiago 2.19).

 

PERDÓN A NOMBRE DE MUCHOS

Antes de continuar, quisiera hacer una pausa para pedir perdón por la actitud de muchos creyentes en Dios, que lejos de acercar a las personas y guiarlas a Cristo, las hemos alejado diametralmente. (Punto y aparte están los pseudocristianos, es decir, los manipuladores, abusadores y mercenarios de la fe a quienes la Biblia llama “falsos maestros”, “lobos rapaces” y “obreros fraudulentos”, de los cuales no entraré en detalle por ser otro tema).

A los cristianos nos tildan de intolerantes, de tener mente y vista cortas, de ser gente rara, de discriminar y creernos exclusivos, de no tener argumentos inteligentes para explicar la fe y su relación con la vida, de fanáticos, mercaderes, anticuados, misóginos y un largo etcétera que escapa ahora de mi memoria. Los cristianos hemos entrado en discusiones estériles con el objeto de sancionar las acciones que desagradan a Dios y tratar de convencer a las personas de que están viviendo en el error, y aunque bíblicamente exponemos los motivos y justificamos lo que explicamos, muchas veces cometemos una grave falta al hacerlo llamada: insensibilidad.

Arrojamos “bibliazos” precipitadamente, se nos hace fácil señalar desde la comodidad de nuestra posición y acabamos lastimando, ofendiendo y enfureciendo a quienes irónicamente deseamos que se conviertan en verdaderos discípulos de Jesús. Todo por no saber cómo decir las cosas, aun cuando sean ciertas. Y aunque no se trata de solapar a nadie ni de querer quedar bien con todos, sí es menester abordarlas en perspectiva. En su libro, Everyday Theology (Teología cotidiana), Kevin Vanhoozer lo explica de esta manera: «Si vamos a compartir el evangelio en un contexto en particular, debemos entender las luchas, los problemas y la cosmovisión compartida del mismo…». Se trata de comparar el mensaje de la cultura con la verdad de la Biblia. 5

También nuestras reacciones ante ciertas situaciones han sido egoístas, ausentes de compasión y de amor. De este modo, abonamos y hacemos crecer el pensamiento de quienes aseguran no tener nada en contra de los preceptos de Dios, sino lo que les enoja, es el comportamiento de su club de fans, como nos llaman a los creyentes. Así lo confirman los siguientes tres ejemplos extraídos del libro de Dan Kimball, Jesús los convence, pero la iglesia no: 6

 Bill Maher, el presentador del programa de televisión Politically Incorrect, dijo una vez: «Soy un gran admirador de Jesús. No lo soy tanto de aquellos que trabajan para él».

 Se cuenta que Woody Allen, el actor y director de cine, dijo: «Si Jesús regresara y viera lo que se está haciendo en su nombre, no podría dejar de vomitar».

 Muchos están familiarizados con la conocida cita que se le atribuye a Mahatma Gandhi: «Me gusta su Cristo; no me gustan sus cristianos. Sus cristianos no son como su Cristo».

Y es cierto que por varios hechos nos hemos ganado lo que nos imputan, pero también es verdad, que el que generaliza se equivoca. Esto me recuerda a la respuesta que dio el político mexicano Andrés Manuel López Obrador al poeta Javier Sicilia cuando le dijo que él representaba lo mismo que denunciaba, a lo que Obrador espetó: «Javier, a mí no me puedes meter en el mismo costal», indicando que a él no podían incluirlo dentro de la clase política corrupta. 7

En este sentido, hay que reconocer que ambas partes hemos fallado (cristianos y no cristianos) y nos hemos hecho trizas con ataques mordaces. No hay que olvidar que Cristo amó a la iglesia y dio su vida a precio de sangre por ella (Efesios 5.25-27), es decir por la comunidad de cristianos que tanto criticamos. Los templos no son un lugar para gente religiosa, aunque muchos lo sean, ni un club social, aunque muchos solo vayan a pasar el rato, sino una entidad que da testimonio del poder de Dios en la Tierra. La iglesia es el cuerpo de Cristo metafóricamente hablando, su brazo ejecutor de buenas obras (Efesios 1.22-23; 1ª Corintios 12.27) y Cristo la llamó su esposa, acentuando su relevancia y amor para con ella (Apocalipsis 19.7-8).

Por fortuna, hay varios ministerios que acompañan, curan, alientan, enseñan y tienden la mano a las personas, por tanto, no podemos sostener que TODOS los cristianos son iguales, ni tampoco dar por sentado que los que nos refutan no tienen remedio. En lo que a un servidor respecta, pido sinceramente perdón por lo que me toca, por no haberme comportado a la altura de Jesús y por haber incomodado o decepcionado a las personas, esperando cada día, que el Señor me ayude a reflejar su carácter y mostrar una fe madura para ser un modesto representante del Cristo vivo (Efesios 4.13).

SIN EMBARGO…

Hemos dicho hasta aquí que pareciera que tenemos un Dios Santa Claus que utilizamos solo para que nos dé lo que le pedimos, o uno con la imagen de un viejo barbón en el cielo, olvidadizo y distraído, a veces bonachón y a veces iracundo, ajeno y moldeado a nuestra personalidad, cultura y conveniencia. También resaltamos que muchos creyentes hemos puesto en mal el nombre y las obras de Jesucristo, lastimando a personas y que por ello la iglesia y sus miembros tenemos mala reputación.

Subrayamos de igual manera, que creer significa obedecer y que Cristo ama a la iglesia a pesar de sus fallas y que la está puliendo hasta el día de su regreso, sin que esto signifique que los cristianos no tengamos que rendir cuentas en esta vida y en la postrera.

¿Cuál es entonces la esencia real de Jesucristo? ¿Es verdad que es compasivo, pero a la vez es fuego consumidor? Su esencia es amor incondicional, de hecho, Dios es amor (1ª Juan 4.8,16), pero también es justicia: «eres lento para la ira y grande en amor, y que, aunque perdonas la maldad y la rebeldía, jamás dejas impune al culpable» (Números 14:18).

Con este escenario, analicemos en brevísimas palabras como Jesús se relacionó con nosotros para tener una vista más amplia.

En primer lugar, el objetivo de Cristo en la tierra no fue condenarnos si no salvarnos: «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3.17). Jesús no es un fiscal implacable, por el contrario, es paciente para con todos: «¿Creen que me complace la muerte del malvado? Dice el Señor. Pues no, prefiero que se aparte de su mala conducta y viva. ¿No ven que no me complace la muerte de nadie? Dice el Señor. Conviértanse y vivirán». (Ezequiel 18.23 y 32).

Sin embargo, también vino para advertirnos de un juicio adverso y dejarnos en claro que habrá personas que, a sabiendas de la verdad, simplemente optaran por despreciarla: «El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Juan 3.18).

Hemos elegido la versión de Jesús que más nos acomoda, un Cristo a la carta y no porque sea difícil procesar intelectualmente a un Jesús integral. El problema es más bien moral, porque la verdad nos irrita y no aceptamos nuestra pecaminosidad (término hoy en desuso): «Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios». (Juan 3.19-21). Agustín de Hipona, comentaba que amamos la verdad cuando esta nos ilumina, pero la odiamos cuando esta nos confronta. Como dice un proverbio: entendemos, pero no hacemos caso.

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