Cristales

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

info@Letrame.com

© Adrián P. Ruiz

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-842-4

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

A mis abuelos,

partícipes desde algún lugar en el cielo.

A Alejandro Díaz,

por invertir su valioso tiempo en mí.

A Bea de los Ángeles,

compañera en este viaje literario.

Y a mi mujer y mi hija,

inspiración para crear todo lo anterior.

Prólogo

ACTA DE RECEPCIÓN DE DENUNCIA VERBAL Nº 041-2020 POR DESAPARICIÓN DE PERSONA

--- En el Puesto de Soria siendo las 21:17 horas, del día 11AGO2020, se presenta a esta Comandancia de la Guardia Civil la persona de Adán PERALES REIG, de 27 años de edad, natural de Valencia, estado civil casado, ocupación Industria, identificado con DNI 53752040 letra C y con domicilio en Calle Padre Méndez s/n de Torrente (Valencia), denunciando que:

El día 11 de agosto del año en curso a las 20:30 horas aproximadamente, su hija, de nombre Sara IBÁÑEZ PERALES (siete meses), habría desaparecido en circunstancias desconocidas encontrándose en las inmediaciones de Villaverde del Monte en el término municipal de Cidones (Soria) en compañía de su mujer Aitana IBÁÑEZ PERALES dando un paseo por los alrededores de la casa rural en la que están alojados. Situado Adán PERALES REIG en el jardín interior de la casa, declara: he visto entrar por la puerta a mi mujer Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ llorando, muy nerviosa y sin el carro de bebé de Sara IBÁÑEZ PERALES. Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ se ha abalanzado sobre mí y he conseguido entender que decía que la niña no estaba. No dejaba de repetir una y otra vez que Sara IBÁÑEZ PERALES estaba muy dormida. Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ había dejado el carro en el camino con ella dentro por no despertarla y se adentró unos metros en el bosque a recoger hojas y texturas para hacer manualidades. Cuando ha vuelto al sendero, el carro estaba vacío y la niña no estaba allí. En un acto reflejo y sin dudarlo, la he agarrado del brazo y la he seguido corriendo hasta donde decía que había ocurrido todo. Cuando llegamos, allí no había nadie. Buscamos entre la maleza de los lados del camino sin encontrarla. Le dije que se callara para que estuviera todo en silencio por si oíamos algo, pero tampoco escuchamos nada. Así que hemos vuelto lo más rápido posible a la casa. Yo me he adelantado, he cogido las llaves del coche y en cuanto mi mujer llegó, hemos venido a comisaría.

Agrega el denunciante:

---Que en el momento de la desaparición, Sara IBÁÑEZ PERALES viste pañal. Siendo su descripción física piel pálida, pelo corto de color claro, y ojos grandes y azules.

--- Que no dio constancia de lo ocurrido a los servicios de emergencia debido a que su móvil personal dejó de funcionar por avería horas antes de la desaparición y el móvil personal de Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ fue olvidado en su vivienda habitual de Valencia.

--- Que el lugar de los hechos se encuentra aproximadamente a mil metros de su alojamiento siguiendo el camino que tiene su origen en la parte trasera de la casa rural.

--- Lo que denuncia ante la policía para los fines consiguientes, firmando e imprimiendo su dedo índice derecho en señal de conformidad la presente Acta en presencia del Instructor que certifica.

EL INSTRUCTOR EL DENUNCIANTE

Capítulo I

Martes, 9 de octubre de 2018

Su móvil comienza a vibrar acompañado de una melodía casi imperceptible de no ser porque está todo en absoluto silencio. Lo apaga rápidamente estirando el brazo y de un salto se pone en pie. Mientras se frota la cara con las manos, con los ojos cerrados es capaz de ir hasta la cocina, que está nada más salir de su habitación. Sabe que apenas tiene diez minutos para desayunar, asearse y vestirse antes de coger el coche para ir a la residencia y empezar una jornada más de trabajo, pero para ella es tiempo más que suficiente.

Abre la nevera y coge un tetrabrik de leche. Llena un vaso casi hasta rebosar y le pone dos cucharadas del bote de Cola Cao a punto de terminarse.

«Aitana, definitivamente tienes que ir al supermercado», dice para sí misma. Sabe que si no lo apunta en la lista de la compra se le olvidará, pero tiene el tiempo justo.

Calienta el vaso de leche un minuto en el microondas. Lo coge con dos dedos y con cuidado, más por lo mucho que lo ha llenado que por lo caliente que está. Lo remueve despacio y se lo toma en tres tragos grandes. Abre la despensa y se pone de puntillas para ver si su vista alcanza un poco más al fondo del armario hasta que consigue ver el último paquete de magdalenas. Alarga el brazo para cogerlo y lo mete en el bolso del trabajo para comérselas por el camino.

Está lista. Coge su mochila, las llaves del coche y sale de casa.«Joder, lo que faltaba, el ascensor estropeado», reniega. Es un quinto piso y no tiene otra opción que bajar rápido por las escaleras. En cuanto llega abajo, saluda a un vecino que entra en el rellano pero no se para ni a mirar quién es. Se sube al coche, arranca y sale quemando ruedas.

Faltan dos minutos para las siete de la mañana y el sol empieza a asomar en el horizonte de la playa de Gandía reflejando su color cobrizo en el mar tranquilo como una balsa de aceite. Aitana llega a trabajar como siempre: justa pero a tiempo.

—¡Buenos días! —exclama su amiga y compañera Victoria mientras se fuma un cigarro.

—Buenos días —contesta ella algo menos efusiva.

—Tía, más alegría —replica.

Pero Aitana no está de humor y menos tan de buena mañana, así que pasa de ella.

Ambas entran en la residencia y se dirigen a la máquina de café, donde se encuentra la encargada.

—¡Hola, buenos días! —saluda Aitana, esta vez sí, un poco más animada y casi al unísono con Victoria.

—¡Buenos días, chicas! Encima de mi mesa tenéis las carpetas con los residentes asignados para hoy. Especial atención a las entradas y salidas de familiares. Tened en cuenta que hoy es festivo y la puerta se va a estar abriendo y cerrando sin parar.

—Bueno, al menos si se escapa algún abuelo puede ir a dar un paseo por la orilla de la playa —improvisa Victoria intentando hacerse la graciosa, aunque cambia su cara al ver el rostro serio de la encargada. Aitana directamente hace como si no hubiera escuchado nada. Y es que, aunque ellas son las auxiliares más jóvenes de la residencia y a simple vista las que más cosas en común pueden tener, Aitana empieza a no tragar a Victoria y comienza a darse cuenta de su juego a dos bandas. Su compañera solo piensa en sí misma y le da igual hablar mal incluso de su «amiga» a otras personas con tal de quedar por encima, a pesar de que ni ella misma se cree sus propias mentiras.

Tal y como ha avisado la encargada, hoy es fiesta en la Comunidad Valenciana y hay mucho trasiego de entrada y salida de familiares. Los residentes no entienden de domingos ni festivos. A Aitana le gusta su trabajo y se siente cómoda. Con gusto los cuida, los atiende, les da cariño, les hace compañía, los hace reír y se divierte con ellos. Trabajar en una residencia de ancianos no se limita a limpiar culos, y aunque sea de broma, le da mucha rabia cuando alguien lo dice.

Hoy le tocará pasar la jornada de trabajo casi completa con Victoria y eso es algo que no le hace ninguna ilusión.

En la hora del almuerzo, Aitana necesita salir al jardín a tomar aire fresco. Coincide con el cocinero, quien acaba de entrar por la puerta y se dispone a comenzar su turno, pero no sin antes hablar con ella al verla sentada en el césped, todavía húmedo del rocío de la mañana.

—¡Aitana! ¿Qué tal? ¿Cómo vas? —pregunta Andrés muy simpático. Él sí que ha sido siempre así de amable. Puede tener sus días buenos y sus días malos, como todos, pero es de esas personas de las que a cualquiera le gusta tener a su alrededor buscando contagiarse un mínimo de su positividad.

—¡Hola, Andrés! Ahí voy… —responde ella con un tono de voz que va de más a menos.

—¡Uy! ¿Y eso? ¿Te pasa algo?

—Bueno, estoy un poco saturada de todo: el piso nuevo, el trabajo, las amigas…

—Eso quería comentarte —interrumpe Andrés—. ¿Qué tal estás con Victoria? —pregunta imaginando la respuesta.

Aitana toma aire.

—Pues la verdad es que no sé a qué juega conmigo. Se piensa que soy gilipollas y no me entero de las cosas, pero soy consciente de que habla de mí por la espalda e intenta dejarme mal.

—Precisamente eso quería comentarte. —Se agacha y se sienta al lado de ella para que nadie pueda escuchar nada a pesar de que están solos—. El otro día, mientras preparaba la comida, entró Victoria a la cocina. Aun sabiendo que había sido ella la culpable, le pregunté quién había dejado todo el suelo sucio de restregones de cuando se sacó la basura al contenedor de la calle y ella me dijo que habías sido tú. Yo flipaba viendo como me estaba mintiendo en toda la cara cargándote con la culpa cuando vi con mis propios ojos ¡que había sido ella! Tú no se lo digas o sabrá que te lo he contado yo. Simplemente lo digo para que tengas cuidado con ella, ¿vale?

 

Conforme acaba de hablar, Andrés se levanta, le guiña un ojo y se va para adentro a trabajar. Ella se queda con la boca entreabierta y sin parpadear; perpleja por lo que acaba de oír y con la mirada fija puesta en el frondoso seto que cubre el muro exterior.

La jornada de trabajo está a punto de terminar. Aitana ha conseguido sobreponerse a lo que le había contado horas antes Andrés y no ha tenido más remedio que fingir buena cara cuando estaba con Victoria, aunque ya está acostumbrada a hacerlo porque algo intuía. Menos mal que mañana empiezan sus vacaciones y la perderá varios días de vista.

Después de llegar a casa, ducharse, comer y dormir una larga siesta, que falta le hacía, comienza el dilema de qué ropa ponerse, ya que ha quedado con su amiga Noelia para ir a tomar algo a un chiringuito de la playa. A pesar de estar en octubre, el tiempo acompaña.

Noelia sí que puede considerarse su amiga. Su mejor y única amiga. Siempre ha estado ahí, siempre la ha apoyado. Digamos que Aitana no tuvo la infancia ideal para cualquier niña; su ámbito familiar pasó por dificultades y todo eso al final siempre lo acaban pagando los hijos. Tuvo que buscarse pronto la vida fuera de su hogar. Su pareja de entonces la ayudó, y aunque con buena intención, quizás no supo estar a la altura. Pero Noelia estuvo a su lado de manera incondicional, para lo bueno y para lo malo, que sin duda lo hubo. Si no hubiera sido por ella, Aitana nunca habría sido capaz de abrir los ojos. Le hizo ver la diferencia entre amor y cariño, la empujó a ser valiente, a seguir ella sola adelante, y lo consiguió.

Ha llegado la hora. Se siente radiante, pero va sencilla. Viste con un mono corto de color rojo, una chaqueta vaquera, su melena rubia suelta al viento, un poco de colorete y los labios pintados de carmín. No le hace falta más. No puede evitar dar un grito cuando a lo lejos ve a su amiga.

—¡Noelia!

—¡Aitana! —responde mientras las dos van corriendo para fundirse en un abrazo.

—¿Qué tal, tía? ¡Qué ganas tenía de verte! Vaya mierda de día…

—¿En serio? No te preocupes que ahora pedimos un Puerto de Indias y te desahogas todo lo que quieras.

Ya en el chiringuito, Aitana le cuenta cómo ha sido su día, incluido lo que le ha comentado Andrés. Noelia alucina, pero le quita importancia al asunto porque están ahí para pasarlo bien y no para amargarse, de manera que se centra más en otros temas.

—¿Y qué tal te va la vida viviendo sola? —pregunta Noelia.

—Bien.

—¿Bien? ¿Ya está?

—Sí, bien. No sé… —suspira.

—Aitana, no soy tonta, ¿qué pasa? —dice cambiando su rostro a uno más serio.

—No lo sé, es por todo un poco. No estoy contenta en el trabajo, no soy feliz viviendo sola… Necesito llegar a casa y que alguien me pregunte cómo ha ido el día y se preocupe por mí.

—Pero me puedes llamar al móvil cuando quieras, lo sabes, ¿verdad? —le corta ella.

—Sí, pero no es lo mismo…

—Creo que ya sé lo que quieres decir, pero ¿te ves preparada para empezar otra relación?

—¡Pero qué relación, si no conozco a nadie! —exclama Aitana.

—¿Y por qué no te haces un perfil en alguna aplicación de citas? Tengo amigas que han conocido chicos de esa manera.

—¿Por una aplicación de móvil? —pregunta reacia—. ¿Estás loca? Ahí los tíos van a lo que van.

—Puedes probarla unos días, y si no te convence, la desinstalas.

—Bueno, déjame que lo piense.

Aitana toma un trago de su cubata y pierde la mirada en la puesta de sol, mientras desaparece por el horizonte.

Unos kilómetros más al norte, pero siguiendo la costa valenciana, dos buenos amigos se encuentran disfrutando del mismo atardecer sentados en la arena de la playa de Pinedo con la suave brisa mediterránea soplando en sus caras, tan relajante que es difícil no ser capaz de desconectar del día a día.

Héctor abre los ojos y ve como Adán, cabizbajo, juega con un puñado de gravilla que deja caer poco a poco como si fuera un reloj de arena.

—¿Cómo lo estás llevando? —pregunta Héctor.

Tras una breve pausa, Adán levanta la cabeza y mira las olas rompiendo en la orilla del mar.

—Bien, haciéndome a la idea —murmura.

—No hay que venirse abajo. Conocerás a alguien mejor y que te haga más feliz.

—Ya. Si de eso estoy seguro, pero lo que me ha jodido es tener la vida planificada y ahora volver a empezar de cero otra vez.

Héctor mantiene su mirada en los ojos de su amigo sin obtener contacto visual por su parte y zanja la conversación.

—Piensa que todo pasa por algo.

Adán lo mira por primera vez como si de un déjàvu se tratase y suspira.

—¿Nos vamos? —dice él.

—Sí, venga. Pamela tiene que estar esperándonos para hacer la cena.

Héctor se incorpora primero y le tiende la mano para ayudarlo a levantarse, pero lleva varias semanas ausente y viviendo en otro mundo distinto al del resto de personas. No se da cuenta y se pone en pie por sí solo.

La pesadilla de Adán comenzó a principios de verano durante un viaje al Pirineo aragonés con la que entonces era su pareja. Ella no estaba bien; no sabía si con su novio o consigo misma, pero no era feliz. Él trató de encontrar una solución. Después de siete años juntos no podía tirar la toalla tan fácilmente hasta el punto de proponerle acudir a terapia de parejas, algo que ella en un principio aceptó, pero es muy difícil perseverar por algo en común cuando esa lucha no es conjunta. Al volver del viaje, una noche antes de ir a dormir, tuvieron una conversación. Las almohadas absorbieron muchas lágrimas derramadas, y aunque los dos fueron valientes, el verdadero paso lo dio Adán. Fue el último empujón que necesitaban y entendía que si ella no era feliz, él tampoco podría serlo. Tendrían que rehacer sus vidas, pero sabían que con el paso del tiempo lo iban a conseguir.

Desde entonces, Adán hace todo lo posible por no saber nada de ella; incluso la eliminó de todas sus redes sociales, pero es mucho más complicado olvidar a una persona cuando no sale de tu mente.

Los dos amigos ponen rumbo a de casa de Héctor, que se encuentra a escasos cuatrocientos metros de la playa. Ya es casi de noche, pero aún hay la suficiente luz como para poder ver por donde pisan. El camino es bastante pedregoso, de tierra, con acequias a los lados, y rodeado de enormes huertos ahora vacíos, ya que no es temporada de cultivar nada.

—Huele un poco a mierda, ¿no? —dice Adán con cara de asco.

Héctor no responde cansado de oír el mismo comentario cada vez que alguien va a su casa y solo le devuelve una sonrisa sarcástica. Es lo que tiene vivir cerca de una depuradora. ¿Cómo quieren que huela?

Adán nunca viviría ahí. Reconoce que el sitio tiene su encanto: un patio interior con vistas a la huerta valenciana y cerca del mar, pero es una casa muy vieja con mucho trabajo por hacer y demasiadas cosas que arreglar. Tiene claro que a su amigo, más bien urbanita, le pasa lo mismo y sabe que no es el lugar idóneo para vivir ni para formar una familia. Quizás se pueden permitir algo mejor, pero en casa de Héctor la «jefa» es su novia y manda Pamela. Se hace lo que ella dice, y ella es de campo.

Al girar la esquina de la penúltima parcela de huerto ya se vislumbra la casa de Héctor. Adán puede adivinar a través de la mosquitera que el rostro de detrás de la ventana es la novia de su amigo esperándolos cual madre enojada.

—¡¿Qué horas de volver son estas?!¿Dónde estabais? ¿Vosotros creéis que puedo estar yo aquí esperando para cenar? Mañana madrugo y no me quiero ir a dormir tarde. Por lo menos podríais poner la mesa…

—Vaya tela con la sargento Pamela… —murmura Adán tan bajito a Héctor para que ella no se entere que apenas lo puede oír.

Ambos se quitan las zapatillas deportivas llenas de polvo y arena y las dejan en la entrada del porche para no ensuciar la casa.

—Estábamos en la playa hablando y se nos ha olvidado mirar la hora. Ahora te ayudamos con la cena —dice Héctor con la boca pequeña y el rabo entre las piernas si lo tuviera.

—¡No! ¡Ahora ya no! Ya me ha tocado hacerla toda a mí —replica Pamela.

Adán se mantiene al margen de la escena. No quiere entrar en una discusión que no le incumbe porque recibiría por algún lado, seguro. Y es que, desde que fue a pasar unos días con ellos, no deja de sorprenderse con el trato que recibe su amigo por parte de su novia. Parecen la pareja perfecta, pero las redes sociales engañan mucho y a los hechos se remite. Está de vacaciones y solo ha ido a quedarse tres días; aunque todavía tiene libre el resto de la semana, mañana volverá a su casa.

Por fin Pamela se ha ido a dormir. ¡Qué paz! Adán se queda a solas con Héctor en el sofá viendo la televisión. Como no hay ningún programa ni película interesante, no tienen más remedio que sacar sus teléfonos móviles. Mientras uno juega al parchís en línea, el otro se pone en busca del perfil de alguna chica que le llame la atención en una aplicación de citas.

—¡Mira! Estrella, veinticinco años, de Sollana. Tiene buena pinta, ¿no? —dice Adán enseñándole la pantalla del móvil a Héctor.

—¿Qué pone en la descripción de presentación? —pregunta él sin mirar.

—Nada, no sale nada. Solo tiene fotos.

—A ver… —Se incorpora un poco para ver mejor—. ¿Estrella? ¡Estrella! ¡Si esa es una excompañera mía del restaurante! Pero si ella tiene novio, ¿por qué te aparece su perfil?

—¿Tiene novio? Pues no lo sé. No habrá eliminado la cuenta… Estoy cansándome de la aplicación. La tengo varios meses y no he conocido a ninguna chica interesante.

—Pero ¿tú estás listo para meterte de nuevo en una relación seria?

—En principio no. No creo… Por ahora solo quiero conocer gente nueva, lo dice mi descripción. Tendría que ser un flechazo para que pudiera empezar algo serio con alguien.

Se oscurece la pantalla: «Batería baja». Adán cierra la aplicación, bloquea la pantalla del móvil y lo lanza a la otra punta del sofá sin importar siquiera que pueda caer al suelo.

Capítulo II

Jueves, 11 de octubre de 2018

Hogar, dulce hogar. Adán llegó ayer a su casa. Un piso demasiado grande para vivir solo, pero cómo iba a saber que a los tres años de haber comprado y planificado el futuro con su entonces pareja iban a tomar aquella decisión y debían continuar sus vidas separadas. Al menos, Adán tiene a Tronca, su compañera de piso incondicional. Es una perrita mestiza que adoptó cuando con veintidós años se independizó. Ya no estaría su madre para prohibirle llevar animales a casa.

—Tronca, ¿vamos a pasear? —Con esas cuatro palabras el animal levanta la cabeza, gira las orejas y sale disparada hacia el recibidor de la casa tan rápido que las patas le derrapan al salir por la puerta del comedor y tomar la esquina del pasillo.

«¡Es una perra tan buena! Ojalá vivieran para siempre», piensa Adán. Es injusto. Es algo que solo pueden entender los amantes de los animales. ¿Por qué tienen que vivir tan poco? Ambos han tenido mucha suerte de que el destino se cruce en sus vidas.

Al cabo de media hora, Tronca ya está paseada y aguantará hasta el día siguiente sin salir. El móvil de Adán es una prolongación de su mano y apenas se separa de él. Durante el paseo se ha quedado con la batería baja así que va a su habitación, coge el cargador todavía enchufado en su mesita de noche y se lo lleva al comedor. Conecta el transformador en el ladrón que está detrás del sofá y el otro extremo USB al móvil, el cual deja apoyado en el reposabrazos, ya que el cable no da para más. Es casi la hora de cenar y todavía tiene que ducharse. Mientras se carga la batería empieza a preparar las cosas en el cuarto de baño. El calefactor es para él obligado encenderlo, recoge la toalla tendida y solo le queda ir a por el pijama, pero cuando va camino de la habitación suena una notificación en el móvil. En cuanto la escucha, deja lo que está haciendo y entra al comedor. Lo desconecta del cargador y mira la pantalla: «Le gustas a alguien nuevo». A una persona le ha gustado su perfil en la aplicación de citas. Por curiosidad, desbloquea el móvil y lee: «Sofía, edad 20, a 65km».

 

«¿Sesenta y cinco kilómetros?¡Qué lejos! Y cinco años menor que yo», piensa. Al deslizar hacia abajo la pantalla hasta la descripción de presentación, ve que esta está en blanco. Únicamente hay tres fotos subidas, el máximo permitido en cada cuenta, y las revisa una a una. Lo primero en lo que Adán se fija en una mujer es en los ojos y los de ella son lo que más le llama la atención: son grandes y azules. Es demasiado guapa para ser cierto.

«Creo que voy a aceptar el match y nos conocemos, pero sin hacerme ilusiones», se dice a sí mismo. Acepta el perfil de Sofía, vuelve a conectar el móvil y lo deja de nuevo cargando. No tiene ninguna prisa en empezar la conversación, ya que no quiere parecer desesperado y menos después de tantas desilusiones que se ha llevado en todas estas semanas que lleva usando la aplicación. Así que va a su habitación, coge el pijama del armario y entra al cuarto de baño ya caliente para ducharse.

Qué bien sienta una ducha después de un largo día y más después del partido de fútbol que ha jugado esta tarde. Su equipo no ha conseguido ganar, y aunque ha sido un buen partido a nivel individual, no está satisfecho. Es muy competitivo en todo.

Una vez vestido y el cuarto de baño recogido, se deja caer en el sofá. Estira el brazo para coger el móvil, que de un tirón acaba soltándose del cable. No recordaba que estaba cargando la batería. Y tampoco se acuerda del match de Sofía creado antes de la ducha hasta que enciende la pantalla y ve un mensaje de ella:

SOFÍA 21:47

¡Hola, Adán!

Hace más de diez minutos que lo ha recibido, pero sus duchas no se caracterizan por ser rápidas.

ADÁN 21:58

Holaaa, Sofía.

SOFÍA 22:00

¿Qué tal?

ADÁN 22:01

Muy bien, ¿y tú?

SOFÍA 22:01

Muy bien también.

¿De dónde eres?

ADÁN 22:04

De Valencia

Pero vivo en Torrente.

¿Y tú?

SOFÍA 22:04

De Daimuz.

¿Qué estás buscando aquí?

ADÁN 22:06

Conocer gente nueva.

Mi descripción no engaña.

SOFÍA 22:06

¿Tampoco engaña cuando dices…

«Abstenerse chicas que escriban haiga o ahy»?

Jajaja.

ADÁN 22:07

Tampoco engaño.

SOFÍA 22:07

Jajaja.

¿Tienes Instagram?

¿Te puedo agregar?

ADÁN 22:08

Sí, Adán Perales Reig.

Para sorpresa suya, la chica muestra iniciativa en la conversación. Es algo que nunca había sucedido en todo este tiempo y en pocos segundos aparece una notificación en la pantalla: «Tienes una nueva solicitud». Abre su perfil de Instagram, una aplicación distinta a la de citas donde, además de tener chat, la gente comparte bastantes más fotografías y no solo unas pocas, y en consecuencia, su vida. Ambos se podrán cotillear. De hecho, ya lo están haciendo, pero algo le llama la atención y comienza una nueva conversación.

ADÁN 22:09

¿Sofía?

AITANA 22:09

Holaa.

ADÁN 22:09

No lo entiendo.

¿Cómo te llamas?¿Aitana o Sofía?

AITANA 22:10

Me llamo Aitana, pero.

Cuando conocemos a alguien nuevo.

Mi amiga Noelia y yo.

Nos cambiamos el nombre.

ADÁN 22:10

¿De verdad?

AITANA 22:10

Tampoco soy de Daimuz.

Soy de Gandía.

ADÁN 22:11

Empiezo de nuevo.

Encantado, Aitana.

Soy Adán, de Torrente.

Está desconcertado. En realidad, le parece una jugada maestra por su parte. Demuestra que ella está interesada en él después de haber revelado su verdadera identidad, siempre y cuando no esté mintiendo de nuevo.

Para Aitana, Adán es diferente al resto de perfiles que le han aparecido en la aplicación de citas. Después de ver su descripción parece ser un buen chico, simple, culto y con humor. Y por supuesto, ella también ha visto sus fotos de perfil y no le han disgustado. La que más le llama la atención es una en la que sale abrazando a su perrita. Hay algo importante en este tipo de aplicaciones y es que, con pequeñas descripciones, en ocasiones inexistentes, es difícil conocer el interior de una persona y no hay más remedio que basarse en el físico la mayoría de las veces, seas o no superficial. La única opción es entablar una conversación para empezar a conocer al otro.

AITANA 22:25

¿En qué trabajas?

ADÁN 22:25

En una factoría.

¿Y tú?

¿Estudias?

AITANA 22:26

Trabajo.

En una residencia de ancianos.

ADÁN 22:27

¿En serio?

Mis abuelos paternos estuvieron en una.

Hasta que fallecieron.

Valoro mucho vuestro trabajo.

«¡Por fin! ¡Una persona que valora mi profesión!», piensa Aitana. Definitivamente tiene que conocer a este chico. Después de hacer ambos un receso para cenar algo, continúan chateando. Esta vez es Adán el que toma la iniciativa y es que, aunque no sea un tema de conversación agradable, para él es importante aprender del pasado para no cometer los mismos errores en el futuro, sobre todo cuando se está conociendo a alguien nuevo. Hablamos de las exparejas.

ADÁN 23:04

¿Cuántos años estuvisteis juntos?

AITANA 23:08

Pues bastantes años.

Cinco.

Soy de relaciones serias.

¿Y vosotros?

ADÁN 23:10

Unos cuantos más.

Siete años.

Lo dejamos en verano.

AITANA 23:11

Nosotros también, en junio.

«¡Joder, cuántas cosas en común!», piensa Adán. Sin buscarlo, Aitana está empezando a ilusionarle, pero no quiere crearse demasiadas esperanzas. Se nota que hay feeling entre los dos y profundizan en temas todavía más personales.

ADÁN 23:37

Por cierto.

Tan joven y.

¿Viviendo sola?

AITANA 23:39

Es una larga historia.

Tuve que irme muy pronto de mi casa.

La situación familiar no era la mejor.

Me independicé con mi ex.

Hasta que lo dejamos.

Tuve que buscarme la vida.

Y me fui yo sola de alquiler.

ADÁN 23:42

No es necesario que des detalles.

Entiendo que es algo muy personal.

AITANA 23:48

Puede que algún día esté preparada.

Y te lo pueda contar todo.

Ahora no es el momento.

Lo siento.

ADÁN 23:50

Tranquila.

No te voy a obligar a nada.

Aitana sigue en una nube. «¡Es tan adorable!», no deja de repetirse para sí misma. Ha pasado momentos muy duros en la vida que la han convertido en la mujer que es hoy en día. Ha tenido que tomar decisiones muy difíciles sobre todo al afrontar los problemas familiares que había en su casa. Pero ¿y si Adán es la persona que anda buscando? Quien la escuche, quien se preocupe por ella, quien la aconseje, quien la respete… Recuerda la conversación con Noelia y ya está pensando cómo darle las gracias por haberle recomendado descargarse la aplicación de citas. Apenas le ha dado tiempo a hablar con un par de chicos más, pero Adán es diferente a ellos. Es distinto a cualquiera que haya podido conocer incluso en la vida real.

Viernes, 12 de octubre de 2018

Las agujas del reloj pasan de la medianoche y ambos siguen conversando con los ojos abiertos como platos.

ADÁN 1:08

Tu trabajo dice mucho de ti.

Es muy duro.

Eso demuestra también tu madurez.

AITANA 1:10

Eso es verdad.

No todas aguantan el ritmo.

Pero no sé…

ADÁN 1:11

¿Qué pasa?

Puedes contar conmigo.

Si necesitas que alguien te escuche.

AITANA1:14

No estoy a gusto.

Ni en el trabajo.

Ni en Gandía.

Me gustaría vivir en Valencia capital.

ADÁN1:16

Torrente está en la periferia.

Estás invitada cuando quieras.

Después de varias horas, ahora sí, el cansancio empieza a pasar factura en ellos. Son casi las cinco de la mañana. Ambos han estado increíblemente a gusto, pero toca despedirse para poder ser persona al día siguiente.