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Universidad, política y cultura en la era de la incertidumbre

se terminó de editar en junio de 2019

en las oficinas de la Editorial Universitaria,

José Bonifacio Andrada 2679, Col. Lomas de Guevara,

44657 Zapopan, Jalisco.

Conversión gestionada por:

Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2019.

+52 (55) 52 54 38 52

contacto@ink-it.ink

www.ink-it.ink

La impresión se realizó en papel bond de 90 gramos.

Para su formación se utilizaron las tipografías

Garamond, de Claude Garamond, 1532,

y Avenir, de Adrian Frutiger, 1988.

Cada momento es fruto de cuarenta mil años. Los días se desgranan en minutos y zumban como moscas que vuelan de nuevo hacia la muerte; cada momento es una ventana sobre el tiempo.

Thomas Wolfe, El ángel que nos mira

Its terrain is dry and spreads out so you glimpse only bits.

Mark Strand, The Empire of Chance

A la memoria de mi padre (1929-2015)



Índice

Introducción

Profundidades sin fondo: universidad y sociedad

La graduación

Políticas en tiempos difíciles

Rectores

Universidades públicas: de la reforma a la modernización

Plagio académico: el delicado sonido del trueno

Gobernanza y desempeño en educación superior

¡Fiesta en el Campus!

Ferias: vanidades, imposturas, soledades

Ética académica y libertad de cátedra

Clavos de ataúd

Cabeza de turco

Córdoba 1918-2018: vergüenza y libertad

Raúl Padilla: el poder, las causas, los intereses

La hechura del nuevo gobierno educativo: dilemas y tensiones

Corrupción académica: ángeles y demonios

Honoris Causa

Tiempo y reformas

Apuntes de sociología del poder

La república mafiosa

El regreso de los templarios

El Estado y las tribus

Cultura y política en tiempos electorales

Ciudadanización

El miedo: la invención de una idea

Indignación moral

Elogio de la hipocresía

Vieja geografía de los sentimientos

La música lúgubre de la violencia

Mujeres, hijos y viejos

La felicidad es un arma caliente

El poder de la estupidez

Aires de familia

Nacionalismos

“Un tren a la utopía”

¿Regreso al futuro?

Política de la buena

No es país para jóvenes

¿Consolidar la democracia?

El más extraño de los políticos

Aguas profundas

Fin de ciclo

El oficio de político y el malestar con la política

Corazón pagano

Jóvenes hasta la tumba

Las uvas amargas de la democracia

Sombras de la China

Olor a establo

Nuestro corazón de las tinieblas

Política y decepción: los dilemas del PSOE

El enigma catalán: apuntes de forastero

Escepticismo democrático: métricas y narrativas

La paradoja de AMLO

La estatalidad y sus metamorfosis

Diletantismos: literatura, cine, música

Sostiene Tabucchi

El poder y las letras

Los ojos de Rushdie

Rubem Fonseca: la épica de los hachazos

Tumbas, cenizas y huesos

La autoridad del fracaso

Aquel verano sin nubes, ese orgiástico futuro

La musa de los tragos

El diablo, según Pessoa

Una lucidez mortecina

La sombra de Stalin

Crítica de la razón útil Una nota sobre el agua, lo inútil y el enseñar a pensar

 

Apuntes (imprecisos) para una (brevísima) sociología del insulto

Groucho Marx: el humor como recurso civilizatorio

Caravaggio: la invención del vacío

La balada del santo y el bebedor

Clapton y Winwood: la ética de la forma

Los Lobos: 40 años

El errante como sobreviviente Máscaras y penumbras dylanianas

Joe Cocker: el oro y el óxido

Sonidos de música impura

El blues de los corsarios

Elogio de la psicodelia

El teclado alucinante y el poeta eléctrico

Tren a la deriva

La necesidad, la inspiración y el aguijón de las musas

Diles que me fui

El ciudadano Waits

Tracker o el arte de navegar sobre témpanos de hielo

Jaime López: 30 años de soledad

Derek Walcott y Paul Simon: 20 años después

Springsteen en el Camp Nou

Neil Young en Poble Espanyol

Lenine en Barcelona: un descanso en la locura

El estilo tardío de Bob Dylan

Van Morrison: todo vuelve

Gran Torino, negro, modelo´72, impecable

El escritor fantasma

Messi

El oscuro milagro del azar

1968: música de fondo con paisaje

La música de acá

Estética de las pasiones tranquilas


Introducción

Ya nadie viaja en tren en México. Desde finales del siglo pasado, el ferrocarril dejó de ser el medio de transporte preferido —y en no pocas ocasiones el único— en muchas poblaciones del país. Ciertamente, desde los años sesenta, en pleno auge del milagro económico mexicano, la expansión del uso del automóvil y los autobuses foráneos explican la construcción de una red inmensa de carreteras que fue desplazando poco a poco el uso de los trenes. La rapidez, el costo y la eficiencia de los nuevos medios de transporte disminuyeron de manera irreversible la importancia práctica y simbólica de los trenes en la vida de las personas y comunidades.

La pausada y lenta forma de desplazamiento por las vías férreas fue sustituida por la velocidad de autos, de camiones y, en menor medida y proporción, por los aviones. En pleno siglo XXI, la gran mayoría de los trenes son de carga, no de pasajeros, que corren aún por las vías férreas trazadas desde la época del porfiriato. Por ahí subsisten algunos trenes de pasajeros por rutas más bien cortas, pero son trayectorias de privilegio, dirigidas al sector turístico nacional o internacional que puede pagar costos altos por distancias cortas. Experimentar la lentitud se ha convertido en un hábito de ricos y famosos. La mayor parte de la población no puede darse esos lujos.

Para quienes pudimos experimentar la vida a bordo del viejo ferrocarril, las pérdidas superan las ventajas. De Guadalajara a Mazatlán, Hermosillo o Benjamín Hill, de Zacatecas o de la Ciudad de México a Ciudad Juárez, de Guadalajara a México o a Manzanillo, la melancolía de lo efímero y lo lejano es una sensación ligada discretamente a tal experiencia. Los largos trayectos de horas o días a bordo de un tren significaban la oportunidad de disfrutar paisajes de bellezas extraordinarias, pero también de observar los hábitos, las costumbres y comportamientos de muchas comunidades locales, de colecciones incesantes de individuos estrafalarios, taciturnos, charlatanes de ocasión, borrachos divertidos, donde grandes anonimatos y pequeñas celebridades habitaban los vagones del ferrocarril. Las estaciones donde paraban los trenes para subir y bajar pasajeros eran la oportunidad de conocer fugazmente lugares, transbordar o experimentar climas, sabores y culturas locales muy diversas. Las estaciones de paso eran justo eso: espacios físicos temporales y fugaces, adecuados para observar, curiosear, experimentar el orden natural y social de las cosas y las personas. Pero acaso la principal función de los viajes en trenes era, como escribió en uno de sus más célebres cuentos Juan José Arreola (“El guardagujas”), la sensación de que uno dirigía su vida hacia algún lado, de que la vida misma tenía algún sentido al subirse a un tren, a cualquier tren, en cualquier dirección. Subirse y bajarse en cualquier estación, sentarse entre sus sillas y bancas, observar los acontecimientos, las personas y los personajes permanentes y de ocasión, es la razón que explica el origen del nombre de “Estación de paso”, el espacio de opinión que da cobijo a buena parte de los textos reunidos en este volumen.

Pero el ocaso de las estaciones y el declive de los trenes mexicanos es tan sólo un episodio singular en un escenario de transformaciones mayores de las relaciones entre economía y sociedad, entre la política y la cultura en México. Hoy, la vida pública mexicana es una extraña casa de muchas puertas y ventanas, con algunos áticos luminosos y muchos sótanos oscuros. Cada lugar ofrece una perspectiva peculiar, distinta y semejante al mismo tiempo, de lo que ocurre en varias zonas de la vida social. Mirar desde cierto lugar y por algún tiempo el paisaje mexicano ofrece al observador una disposición particular de las imágenes, los olores y sonidos, los ruidos y las palabras, las ideas, los objetos, los pleitos, el perfil de los actores y espectadores que habitan el espacio público mexicano. El voyeaur es un espectador más entre la multitud, por supuesto, pero es un espectador que lleva cierto registro compulsivo de los hechos, una narrativa generalmente impresionista e imprecisa sobre situaciones, un mirón interesado en algunas cosas que suceden entre las penumbras y las luces de la vida en sociedad. En algún momento, el mirón se convierte en flâneur, en un vagabundo, en donde la errancia del nómada se confunde con el sedentarismo del observador.

A lo largo de los últimos años, ese afán (¿malsano?) por tratar de llevar un registro privado de las cosas públicas ha sido el objeto de las preocupaciones que guían los textos aquí reunidos. El resultado es la acumulación de apuntes de ocasión, miradas de coyuntura, crónicas puntuales, imágenes del tiempo leve que significa un presente siempre líquido y azaroso. En algún sentido son una colección de superficie de imágenes, de las que solía hablar Borges. Son notas marginales, de ocasión, gobernadas por la fugacidad y la casualidad, que no tienen más propósito (si es que hay alguno) que el de ordenar ciertas ansiedades, quizá el deseo de controlar impulsos, de pensar que la vida pública, con todo y sus contradicciones, sus tensiones y conflictos cotidianos o esporádicos, tiene algo parecido a algún sentido, un movimiento en varias direcciones, que en ocasiones es conducido por la cuerda floja de las tensiones y contradicciones diarias, por las incertidumbres permanentes o por la mano nerviosa del azar.

Esta intuición básica está en el origen de estas notas y apuntes, de las crónicas, reseñas y reflexiones que se han acumulado en los últimos años. Están escritas en un tiempo y un contexto específicos, en un territorio concreto: Guadalajara, entre los años que van de 2009 a 2018. Es en y desde este lugar del occidente mexicano donde transcurre la vida pública y sus paisajes nacionales y locales, sus actores permanentes y de ocasión, que aparecen a lo largo de los textos y temas que aquí se presentan. Una estancia sabática en Barcelona en 2016 permitió establecer temporalmente el punto de observación en tierras catalanas, una estación de paso, digamos, internacional. Por supuesto, el orden de aparición de temas y hechos es arbitrario, un poco casual, un poco deliberado.

Una buena parte de los textos aquí reunidos fue presentada en la sección “Estación de paso”, que cada dos semanas, durante poco más de siete años, leí en el programa matutino Señales de Humo que produjo durante más de una década la radio pública universitaria —Radio Universidad de Guadalajara—, y al que fui generosamente invitado a colaborar por su conductor, Alfredo Sánchez, desde mediados de 2009 hasta principios de 2016. Otros de los textos han aparecido publicados por aquí y por allá en revistas como Nexos, el extinto periódico Público, en el El Informador, en el suplemento Campus Milenio o en la revista electrónica Educación a Debate. Agradezco a los editores y coordinadores de dichas publicaciones su autorización para reunirlos ahora en forma de libro.

Por último, pero no al último, agradezco el interés y apoyo de la Editorial Universitaria para la publicación de este libro. En especial, reconozco el profesionalismo y cuidado al que nos tiene acostumbrados Sayri Karp y su equipo en la elaboración de las publicaciones. Después de todo, la aparición de una obra siempre es producto, más que menos, de la combinación de la voluntad y el trabajo profesional con el “oscuro milagro del azar” al que se refería Thomas Wolfe.


Profundidades sin fondo: universidad y sociedad

En algunos casos, los científicos se encierran en la torre de marfil de símbolos incomprensibles con el fin de alcanzar gloria y autoridad en virtud de su oscuridad, sin embargo, difícilmente pueden por largo tiempo hacer del genuino conocimiento científico, es decir, del conocimiento congruente con la realidad, un misterio.

Norbert Elias, Conocimiento y poder

La graduación1

El lugar lucía abarrotado, en una típica mañana de verano tapatío, una mañana fresca, lluviosa y nublada. La escuela secundaria pública número uno mixta Manuel Ávila Camacho era el escenario en el que cientos de jovencitos aguardaban con impaciencia el inicio de la ceremonia de graduación organizada por las autoridades del plantel. Como cada año, este era el día previsto para la entrega de diplomas y reconocimientos a los muchachos y muchachas que terminaban su tercer grado de secundaria, y que se convertía por rutina institucional en el día simbólico y práctico de despedida de la escuela que les había albergado en los últimos tres años.

Mientras los familiares de los graduados se acomodaban donde podían (en los pasillos, las escaleras o en las canchas de básquet de la escuela), y los estudiantes eran distribuidos por los profesores en las sillas acumuladas en el centro del patio escolar, la música de Ray Conniff y de Ferrante & Teicher invadían a todo volumen el reciento a través de las bocinas instaladas en varias de las esquinas de los edificios. La escena era magnífica: música de elevador de los años sesenta sonando como ruido de fondo para una masa de estudiantes vestidos con toga y birrete que esperaban con inevitable impaciencia adolescente el inicio del festejo. Melodías de salón para amenizar bodas, restaurantes y reuniones familiares, acompañando la naturaleza inquieta de la bestia adolescente reunida en multitud en esa mañana húmeda en Zapopan.

 

Como suele ocurrir en estos eventos, el inicio de la ceremonia comenzó tarde. Entre los bostezos de muchos estudiantes, el aburrimiento de sus familiares, con risas y carcajadas por todos lados, maestros, prefectos y directivos intentaban imponer algún tipo de orden a la masa. Gritos destemplados provenientes de gargantas en metamorfosis, cambiando de los tonos infantiles a los sonidos de los adultos, empujones, correteadas, pequeñas disputas por el espacio, por sentarse cerca de los amigos y amigas, formaban parte del paisaje ceremonial con el cual se llenaba el espacio de la secundaria. Poco después, al frente de los escolares, se sentaban uno por uno los integrantes del presídium, mientras que el maestro de ceremonias indicaba a los alumnos, sin mucho éxito, guardar silencio, conservar la cordura, y mantener las formas elementales de civilidad y cortesía para con los invitados.

Los acompañantes eran también un espectáculo aparte. Padres de familia, hermanos, abuelos y amigos asistían al evento con la solemnidad de la ocasión. Hombres con traje y corbata, mujeres con vestidos elegantes, se confundían con papás, mamás o abuelos vestidos humildemente, que llevaban flores o regalos a sus hijos, algunos visiblemente emocionados con la ceremonia, otros aburridos, muchos indiferentes. Para matar el tiempo, algunos recorrían las instalaciones de la escuela de sus hijos, en donde, en el área de bodegas, un par de letreros colocados a la entrada de lo que en algún tiempo fueron seguramente salones escolares, tenían escritos un par de nombres en placas de bronce, que infructuosamente intentaron ser disimuladas con pintura blanca: “Aula Magna Fernando Medina Lúa 1970-1971” y “Aula Magna Hermenegildo Romo García, 1970-1971”. Dos expresidentes de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) asesinados en los enfrentamientos que a principios de los años setenta tuvo esa organización con miembros de la Federación de Estudiantes Revolucionarios (FER). Mientras que niños pequeños jugueteaban en pasillos y las canchas deportivas de la escuela, repentinamente dejaba de escucharse “Love is blue”, pues el locutor anunciaba el inicio del evento.

La mesa principal estaba integrada por autoridades de la Secretaría de Educación del Estado, por los representantes de la sociedad de padres de familia de la escuela, por el director y, por supuesto, por el padrino de la generación 2009-2012. En la presentación de los curriculum de los personajes de ocasión destacaban, por su extensión, los del funcionario del gobierno estatal y el del padrino de la generación, que eran leídos a todo volumen y con grandilocuencia por el maestro de ceremonias. Los asistentes pudieron darse cuenta de que el representante de la Secretaría de Educación no sólo era egresado de la misma secundaria, sino que, además, fue profesor en ella, abogado durante 20 años del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y ahora máximo funcionario de las escuelas secundarias de Jalisco. El padrino de la generación, por su parte, fue presentado también como profesor de esa secundaria, pero sobre todo como miembro del Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, un “compañero comprometido con las causas docentes del profesorado”, y gran amigo del director y del funcionario estatal, con todos los méritos de rigor. Como se sabe, en el extraño mundo educativo mexicano los empleados públicos se transforman sin mucho problema en autoridades, los profesores son convertidos en sus propios patrones; los directivos son también los dirigidos por la magia política dominada por las largas prácticas sindicales del sector. Tras quince minutos de presentación de los invitados, los ánimos estudiantiles parecían abatidos, mientras que los bostezos se expandían silenciosamente por toda la escuela, ante la indiferencia de los invitados principales y del profesor que conducía el acto con el micrófono en la mano.

Abajo, la bestia se veía inquieta, pero razonablemente (auto) contenida. Mientras que los birretes bajaban y subían de las cabezas de los estudiantes, muchas togas iban y venían al baño. Los teléfonos celulares estaban pegados a las orejas de muchos, mientras otros más tecleaban frenéticamente SMS quién sabe a dónde. Audífonos colocados discretamente transmitían música a la soledad de las cabezas de los adolescentes, mientras que algunos más intentaban mantener seriamente la atención en las palabras de los que hablaban al público con la solemnidad burocrática acostumbrada.

Durante casi una hora, las autoridades pronunciaron el nombre de varias decenas de niñas y niños ahí presentes, que pasaron a recoger diplomas y reconocimientos sobre una infinidad de concursos, torneos y certámenes en los que habían obtenido primeros, segundos y terceros lugares; los mejores promedios del primero, segundo y tercer año; y las menciones especiales por dedicaciones y esfuerzos estudiantiles. Equipos completos de futbol y de voleibol pasaron a recoger sus medallas conmemorativas de torneos estatales y municipales. Uno por uno, las jovencitas y los jovencitos pasaban por su reconocimiento, saludando de mano a cada uno de los ocho integrantes instalados en la mesa del presídium, mientras que los aplausos y gritos de familiares y amigos poco a poco se apagaban al pasar los minutos. A las 11:35 de la mañana (hora y media después de iniciado el acto), las caras de hastío de los adolescentes poblaban con un silencio lúgubre el patio central de la escuela, ante la mirada eufórica y desenfadada de las autoridades.

Luego vinieron los discursos que, como las confesiones, sólo suelen ser interesantes para quienes los pronuncian. Así, mientras que algunas profesoras populares entre los estudiantes los felicitaban por el hecho de terminar sus estudios secundarios, y dos estudiantes del más alto promedio hablaban a nombre de los graduados, agradeciendo a dios, a sus padres, familiares, amigos y autoridades de la escuela su apoyo para conseguir sus metas, el padrino de generación y el funcionario estatal entraban a escena, acaparaban el tiempo y los micrófonos para lanzar sendos mensajes de ocasión para sus ahijados y estudiantes, respectivamente.

El padrino lanzó un largo discurso sobre las bondades de la educación, la importancia del compromiso de los estudiantes con la escuela y con sus padres, el esfuerzo que habían demostrado los adolescentes a lo largo de esos tres años. Mientras que los bostezos se multiplicaban, el profesor y miembro-destacado-del-comité-ejecutivo-nacional-del-sente (como machacaba el conductor del evento), prolongaba su discurso hablando del compromiso social del sindicato, de la entrega y desvelos de los profesores, de los esfuerzos de los directivos de la escuela para sacar adelante a los muchachos. Habló de su reciente viaje al estado de Tabasco, como delegado especial del sindicato en la organización de un foro nacional sobre la calidad de la educación, una “preocupación muy sentida de los maestros y de las maestras mexicanas”, y el único medio para tener “éxito en la vida”, según afirmó, mientras se acomodaba la corbata y lanzaba una mirada cómplice al funcionario estatal y al director de la escuela.

Finalmente, llegó el cierre de los discursos al tomar el micrófono el máximo representante de la autoridad educativa de Jalisco. Después de anunciar que dirigiría un mensaje “muy breve” a los asistentes (ya se sabe que luego de esa advertencia lo más seguro es que el de la voz soltará un largo discurso), y de informar que el secretario de Educación les enviaba una “calurosa felicitación” a los estudiantes de la escuela, el flamante funcionario habló durante casi un cuarto de hora sobre los desafíos que la globalización imponía a los estudiantes zapopanos. “Deben prepararse más que nunca”, les dijo casi en tono de amenaza, “porque ahora ya no compiten entre ustedes mismos, o con otros estudiantes de Guadalajara o de México, sino que también compiten con estudiantes chinos, hindúes, canadienses, españoles o africanos”, es decir, “con estudiantes de todo el mundo”. Por eso deben tener “mejores competencias, más habilidades, mejores capacidades para enfrentar los desafíos”. Mientras que muchos estudiantes proseguían con esa forma silenciosa de protesta que son los bostezos y la somnolencia, y otros apenas entendían a qué se refería el funcionario con eso de competir con vietnamitas o croatas por quién sabe qué cosas, el funcionario, enredado en su propia retórica, terminaba su discurso solicitando a los ya cansados asistentes un aplauso para los directivos, los profesores y los estudiantes de la escuela.

Dos horas y media después de iniciado el acto, la ceremonia había concluido. Mientras que las mamás y los papás pasaban a recoger las boletas de calificaciones y los certificados de secundaria de sus hijos, las autoridades conversaban y se tomaban fotos entre ellos, posando para la inmortalidad de las tecnologías digitales. Los graduados, por su parte, se dispersaban por el espacio de la escuela; algunos formando pequeños grupos, otros paseando su soledad por los pasillos y las aulas de la escuela. Uno de ellos llevaba en la mano un pequeño rollo de papel amarillo que abrió con cuidado. Era el regalo que el padrino de la generación obsequió a sus ahijados (“con aprecio”), un pergamino amarrado en un barato pero pretendidamente elegante y fino cordón dorado, con un mensaje titulado Persistiré hasta alcanzar el éxito, que encabezaba un par de párrafos llenos de palabras y frases como “triunfo”, “carácter indomable”, “voluntad férrea”, “superar obstáculos”, “enfrentar desafíos”. La moralidad del éxito a pesar de uno mismo, en palabras de uno de los autores de cabecera del mismísimo padrino: Og Mandino. La fiesta, o el sueño, o la pesadilla, o lo que sea, había terminado, mientras sonaba otra vez una canción de Ray Conniff.

1 Publicado en el diario virtual Educación a Debate, julio de 2012.