Buch lesen: «Un fin de semana con la esposa de mi amante»

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Un fin de semana con la esposa de mi amante

Yerleny Nuñez

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Editado por Tregolam (España)

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1ª edición: 2021

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INTRODUCCIÓN

El adulterio, fornicación, infidelidad, deslealtad…, son los que marcan estos tiempos, es por ello que decido dedicarte cada página a ti. Porque sé que este libro marcará tu vida y te hará tomar decisiones, las cuales, antes de leer, pensarás que te harán daño, pero serán las mejores decisiones de tu vida.

Tanto si eres la amante, la señora o si aún no seas ninguna, tomarás la decisión de saber qué hombre o mujer merece estar en tu vida. Quiero que te sientas tranquila, en tu lugar más cómodo, que tomes contigo una copa de vino. Si no tomas alcohol, una taza de chocolate caliente; prepara tu manta más cálida y déjate llevar por esta historia de amor y adulterio.

Concéntrate, abre la ventana; si está frío, ponte al lado de tu chimenea. Pero necesitas transportarte de tu realidad a esta.

Imagina que estoy en frente de ti, contándote esta historia. Que, mientras estás en tu cama, recostada, yo estoy en el sofá de tu habitación y hablo contigo acerca de todo lo que estarás a punto de leer.

Imagínate que tengo una camisa blanca, con estampado de bolas rojas. Debajo, lo que tú decidas. El pelo negro, largo. Unos grandes ojos negros, una sonrisa que enchula. Y que mis palabras te transportan a otro lugar. Si en medio de la historia te enojas conmigo, no tengas prejuicios y termina de leer.

PRÓLOGO

Decidí escribir este libro en un tiempo en el que una gran pandemia agarró al mundo entero y miles de personas fallecieron. Los de esta última generación lo conocemos por COVID-19. Yo sé que pudiste sobrevivir a los más de cuarenta días de confinamiento. Y sé que, al leer cada línea de este libro, recordarás que tu 2020 fue un año distinto. Mientras la humanidad permanecía en casa, yo decidí escribir esta historia, la cual no solo me identifica a mí como mujer, sino a miles de mujeres que viven esta situación actual desde hace muchísimos años. Unas juegan a ser las amantes y otras juegan a ser las señoras. Pero las dos aman, las dos sufren y las dos, a veces, tienen baja autoestima. Busqué a ambas entre mis amistades casadas, y amantes, de lo cual también me di cuenta.

Esposas o amantes, todas somos damas.

Un fin de semana con la esposa de mi amante es una historia que le abrirá los ojos a muchas mujeres a saber en qué lugar merecen estar.

Mientras hacía este libro, me enfermé de ansiedad. No solo por lo que la pandemia estaba provocando, sino porque vivir cada personaje de esta historia incluía desesperación, no solo amor.

Mientras escribía este libro dejé a mi pareja a un lado. ¿Será esa una de las razones que los llevan a ellos a ser adúlteros? ¿Qué tal si recorres conmigo esta historia entre amor y adulterio?

Infidelidad:

Cualquier acto realizado de manera no pública.

Sentimientos que compartes con otra persona y que deberías

darle a tu pareja como, por ejemplo,

tu tiempo, tu atención, tus besos, tu cuerpo.

CAPÍTULO 1

Fue ese día uno de los tantos lunes en que yo Leny esperaba con tanto entusiasmo a que llegara. Era el primer triunfo de la compañía de cosméticos que había creado. La empresa había ganado el primer millón de dólares americanos en un año. Y como toda persona que triunfa desea hacer una celebración, y más cuando se viene de una extrema pobreza. Así que ocurrió. Yo y mis socias: Yani, quien también era mi mejor amiga desde la infancia, y mi otra colega, Cami a la que conocí en la secundaria. Las tres creimos en una idea que consistía en hacer que un cliente quede satisfecho en un solo lugar con todo tipo de cosméticos. La empresa Maquíllate Inc. tuvo éxito en el mercado femenino rápidamente.

Y lo que ayer era un sueño de chicas, hoy se estaba convirtiendo en el primer millón de dólares más productivo que se podía tener.

Provengo de raices latinas, con origen de unos de los pueblos de El Cibao, la hermosa novia del atlántico, Puerto Plata en la República Dominicana. Venía de una familia pobre en donde a temprana edad tuve que trabajar; con una infancia dura pero hermosa. También, como muchos, fuí a la escuela con los zapatos rotos. No tenía para comer, pero tenía esa esperanza de crecer económicamente.

Me casé a los dieciocho años y tuve un matrimonio a temprana edad que marcó mi vida, pero entendí que, aunque amara a esa persona, yo debía amarme más y lograr mis sueños, así que dejé a esa persona que en ese momento no me era favorable. Con un corazón gigante para los demás y, a la vez, un sufrimiento en este que parecía eterno, pero me levanté de las cenizas y me preparé para seguir recibiendo todo lo que el universo tenía para mi.

Amante de mi cuerpo, lo cual es maravilloso, con un tono de piel mulata, ojos grandes y negros, y una cabellera engrifada, aunque por los tratamientos lucen lacio. Mi estatura 1,6 m y con mi 55 kg me considero una mujer hermosa con veintiséis años. Era típico de la mayoría de latinas: usar extensiones y hacerse liposucción y nalgas. Pero yo aun soy totalmente natural, excepto por mis largos postizos en el pelo.

Decidí emprender en uno de los tantos países en donde, si no te acostabas con un funcionario o una persona de los medios de comunicación, no crecías. Así que fue más difícil para mi llegar donde estoy, ya que no accedí a tales propuestas. Aunque sé que sigo siendo el deseo de cada hombre, pero ya estoy nuevamente casada.

—Chicas, ¿listas para celebrar nuestro triunfo? —dije.

—Lista —proclamó Yani, llena de felicidad por el éxito de una idea que cambió su vida.

Yani, una mujer alta de unos 1,7 m, un poco más blanca que yo, un cuerpo hermoso acorde a su estatura; al igual que yo lucía de grandes nalgas, pues la mayoría de dominicanas eran nalgonas. Yani era muy apasionada de las ventas, tenía la paciencia de escuchar, aunque no fuera escuchada. Ella era de esas mejores amigas que ya no existen, de esas que son tus cómplices y ojála existieran otras como ella.

—Entonces, ¿qué tal si vamos a un lugar a cenar? —dijo Cami.

Cami tenía un rostro bellísimo y un pelo que chorreaba; era muy directa y le encantaban las fiestas.

—Sí, me parece perfecto. Vamos a disfrutar, pues estamos en Santo Domingo, la capital de la República Dominicana, una de las ciudades más antiguas del Caribe. —dije.

Pues la capital de la republica dominicana con un su centro histórico amurallado y con adoquines, la Zona Colonial, tiene edificios que datan del siglo xvi, incluida la catedral, que fue la primera construida en el Nuevo Mundo. En la Plaza de España, bordeada de cafés, se encuentra el palacio Alcázar de Colón. Actualmente, es uno de los diversos museos de la ciudad que exhiben obras de arte medievales y renacentistas destacadas.

Y, aunque vivo en otro país, cómo pasar por alto sus playas, sus ríos, su clima siempre al gusto del huésped, su gente siempre amable, a la que no le importa dejar de comer para darle a su vecino, gente alegre, de trabajo honesto; su comida es deliciosa con la excelencia del plato de la bandera dominicana: arroz, habichuela y carne. Su merengue, bachata y algo que marca estos tiempos: una música que crearon los dominicanos, llamado el género urbano, el excelentísimo Dembow. Con unos de los mejores puntos turísticos del mundo, su historia, su narturaleza y más, hacen de mi hermosa Quisqueya el lugar perfecto para crear un estilo de vida maravilloso. listo para irse de retirada.

—¡Sííí, disfrutemos! —dijo Yani—. ¿Qué tal si vamos al restaurante de la última noche? Es cerca del centro de la ciudad. Tomamos algo ligero y, como es lunes, podemos compartir hasta medianoche.

—¡Listo! —dijo Cami.

Allí estaba, a la vuelta de la esquina, en la avenida Winston Churchill, un hermoso bar resturante lleno de carros de lujo, con una hermosa terraza que podía deleitarte viendo tan hermosa ciudad y contemplando a su hermosa gente; la amabilidad de las personas se les notaba por encima de la ropa.

Decidimos entrar y allí nos esperaba el valet parking para darnos la bienvenida.

—Bienevenidas, señoritas. Buenas noches, es un placer tenerlas por aquí.

—Muchas gracias, señor. ¿Tendrá un sitio en la terraza para nosotras? Pregunté.

—No, lamentablemente está lleno, pero pueden pasar y preguntarle al camarero.

Desgraciadamente, el camarero nos confirmó que no había lugar afuera, pero aceptamos sentarnos dentro. Era un lugar hermoso, lleno de luces y un ambiente propicio para lo que en ese momento necesitábamos.

Nos sentiamos bellas, empoderadas, en ese lugar; todos los ojos de los comensales que estaban allí nos observaban deslumbrados por nuestra belleza.

—¿Qué desean tomar, señoritas?

—Tráete una botella de champagne, la más cara que tengas, hoy se celebra —proclamó Cami.

Llenas de alegría, recordando cómo había sido cada proceso de la compañía, llorabamos y a la vez reíamo de felicidad. Era una noche mágica. En aquel salón del resturante solo había tres mesas ocupadas, además de la de ellas, porque la mayoría de las personas amaban la hermosa terraza y ya era un poco tarde.

En aquel momento, observamos llegar a dos hombres que le preguntaron al camarero si había lugar en la terraza.

—No, señor —respondió el camarero—. Las señoritas también esperan.

Escuchamos desde la mesa y Yani le dijo al camarero:

—No, no hay problema por nosotras; nos quedamos aquí. Puede cederle a ellos la terraza. Estamos disfrutando de lo que realmente vale la pena: una buena conversación entre amigas.

Me paré camino al baño. Esa noche lucía un hermoso enterizo de color negro con escote; estaba muy atractiva, era como un mix de Cleopatra: seductora, encantadora y una voz que fascinaba; y de Marilyn Monroe, quien, a pesar de la sensualidad en mi ropa, mostraba a esa niña que llevaba dentro. Mientras dije: «Chicas, voy al baño», los ojos de aquellos desconocidos se quedaron pasmados en este arte de mujer. Palabras que escuché susurradas desde un lado del restaurante. Y fue cuando estos caballeros le dijeron al camarero: «Nos quedamos también aquí detrás». Regresé del baño y, entre risas y amigas, la noche estaba terminando.

—Mujeres, nos tomamos esta última copa y nos vamos —dije.

El camarero llegó con otra botella y dijo que alguien preguntaba si podíamos permanecer un rato más. Era muy típico que alguien les brindara a chicas lindas.

Ni siquiera preguntamos quién había enviado la champagne, pues indicaba compromiso y tener que hablar con un baboso, que no quisiéramos, pero la aceptamos. Cualquier cosa éramos muejeres independientes y se la regresábamos.

—Dígale que gracias —contesté—. Chicas, una tendrá que llamar un taxi.

Todas nos reímos.

Se levantaron Cami y Yani, y dijeron que iban al baño.

Me quedé sola en aquella mesa solo con unas cuantas personas; intentaba mirar mi cel, porque no había más nada que contemplar más que las luces y las personas que aún quedaban. Pero no resistí, al mirar hacia los lados.

De repente, una voz me atrapó:

—Señorita, es usted hermosa, dijo un chico alto y guapo.

—Gracias —respondí.

—¿Qué hace usted por aquí?

—De vacaciones con mis amigas.

—Muy bien, yo también. ¿Puedo pasar a su mesa?

—Muy rápido, niño —respondí.

No le llamaba niño porque aparentase tener menos de dieciocho años, sino porque acostumbraban a llamarme la atención los hombres mayores. Pero el niño era un guapetón de 1,8 m, unos ojos marrones claros y un pelo hermoso. Realmente el hombre que cualquier chica, a la que le gusten los hombres jóvenes, deasearía. Lucía una hermosa camisa verde estampada y se veía muy humilde. Le respondí:

—Sí, caballero, puede pasar a nuestra mesa. Disculpe, ¿fue usted quién brindó la champagne?

—¡No! Señorita, soy Ernesto Díaz, un joven empresario .

-—Mucho gusto, señor Díaz.

—Ese es mi hermano, Frank Díaz.

—Un gusto para ambos.

Llegaron mis amigas un poco asombradas ante los nuevos integrantes de la mesa y exclamaron: «¡Ah!, pero ¿qué nos perdimos?».

—Chicas, ellos son empresarios, como nosotras.

Acababa la noche y terminamos hablando con dos interesantes desconocidos, aunque para mí no eran tan interesantes.

—Buenas noches, chicos, nos tenemos que ir. Ha sido un largo día.

Intercambiamos tarjetas.

—Chicas, ¿tienen tiempo para mañana para ir a cenar? —dijo Ernesto.

Este hombre había quedado profundamente fascinado, pues luego de la belleza física que lo atrajo de mi , pudo parpar esa chica llena de sueños y aunque con una figura provocativa y sensual, mis ojos gritaban «ámame». Y a la vez sobresalía esa inocencia que insinuaba no solo un «ámame», sino también un «protégeme».

—Mañana en la mañana te avisamos, chao. Buenas noches —dije rápidamente y con voz desinteresada.

Antes de salir al parqueo, teníamos la curiosidad de saber quién había enviado la botella de champagne.

—Señor, ¿quiénes nos brindaron la botella? Pregunté

—Justamente los que estaban sentados con ustedes en la mesa —respondió.

—Puta mierda, me cago en la madre, me tomaron el pelo. Gracias.

—Chicas, ¿pueden creer que nos mintieron? Dijeron que no habían brindado la botella, y sí fueron.

—¿En serio, Leny? Pero se comportaron como dos cabelleros. Y, además, le gustaste a Ernesto, no te dejaba de mirar durante toda la noche —rió Cami.

—¡Claro que no! ¿Qué dicen? Saben que no soy niñera —contesté.

—Sí, señora de las cuatro décadas... —sarcasticamente dijo cami.

—¿Por qué me dices así, si solo tengo veintiséis?

—Sí, pero te encantan los mayores y debes entender que la edad son números, porque Ernesto se portó como más que un caballero teniendo solo treinta años. Y, además, está guapísimo. Sería el hombre que cualquier mujer desearía tener. Joven, guapo, caballero, empresario…, en conclusión: el hombre diez. Continuó cami.

—Chicas, no es mi tipo y, recuerden, soy casada.

—Sí, casada pero no capada —exclamó Yani.

Todas nos reímos.

Decíamos esa frase popular para permitirnos, en cierta forma, la infidelidad que, en estos tiempos, es cien por cien.

Al llegar al apartameto me quedé profundamente dormida hasta el día siguiente. Tomé mi cel y vi un mensaje de la noche anterior de Ernesto: Deseo que hayan llegado bien.

Y otro de hoy en la mañana: Buen día princesa. Espero tu respuesta para salir a cenar hoy.

«Ummmm», pensé, «salir a comer nuevamente con un desconocido; le preguntaré a las chicas».

—¡Ey! ¡Vamos, despierten! —Con la almohada les pegaba—. Chicas, Ernesto pregunta si la cita sigue en pie.

—¿Qué Ernesto? —respondió Cami.

—¿Es en serio, Cami? Anoche me decías que estaba guapo, ¿y hoy ni recuerdas?

—¡Ay, amigas! ¡Ya! —dijo Yani—. Vamos a esa cena; total, solo tenemos como diez días disponibles en Santo Domingo. Vamos a ir para vivir una aventura.

Le respondí en un texto a Ernesto: Acepto. Nos vemos hoy a las 7.00 de la tarde.

Y volvió ese perfecto caballero que toda chica desea y preguntó: ¿Prefieres que te busque o te envío la dirección del restaurante?

Yo voy en coche, respondí.

Cuídate, mi amor, escribió él.

De inmediato, pensé sorprendida: «¡Ah! ¿Cómo que “mi amor”? ¿Qué le pasa a este mocoso?». Porque, en realidad, no me producía nada en ese momento, sino que era otro más sin importancia.

Pasó el día superrápido; ya casi eran las 7.00 de la tarde y estábamos en un mall comprando ropa. «¿Qué me pongo, qué no?», pensé.

—Chicas, faltan diez minutos para las 7.00 p. m. y tenemos una cita —dije.

—Ya casi terminamos —respondió Yani.

—Puta mierda, me llama Ernesto —respondí un poco estresada—: Sí, ¿qué tal, Ernesto? Oye, creo que llegaré un poco tarde. Me disculpas.

—No hay problema, aquí te espero —me contestó él al otro lado del teléfono.

Llegamos tres horas después, a las 10.00 p. m., y él aún esperaba por mí.

—Ya estamos aquí —le dije mirándolo a los ojos—. ¿En serio no te fuiste?

—Sí, ¿por qué me iba a ir? Hay mujeres a las que vale la pena esperar —exclamó de nuevo este caballeroso hombre.

Mientras sus ojos se quedaron clavados sobre mi, que belleza de mujer, eres lo más parecido a una princesa de esos cuentos de hadas. Pero sexi —dijo Ernesto.

—Gracias. Pero ¿tres horas, Ernesto? —pregunté.

—Esperaría más por usted, señorita, si es necesario.

Ese hombre diez empezó con sus halagos de nuevo y sentí que lo que mi amiga Cami dijo, con respecto a que le gustaba, era verdad.

—Sí, todo hombre hace lo que sea cuando quiere tener a una mujer —dijo Cami—. Los hombres, cuando quieren a una mujer por primera vez —continuó—, son capaces de bajarle la luna, si es necesario. Siempre se están divorciando o se quedan con su mujer por los niños y bienes. Cuando un hombre quiere obtener a una mujer no esperaría tres, esperaría diez horas.

Cami era muy directa y clara.

—¡Cami! —grité—. Cálmate, por favor.

Pero Cami prosiguió:

—Todo esto pasa mientras la mujer dice que no, insinuándole un sí. Aunque son temas de mujeres, me los reservo. Tienes razón, Leny, aprovechemos la noche.

La miré a Cami con cara de «te mato».

—¡¡Salud!! —dije rápidamente. El comentario de Cami me hizo sentir un poco comprometida con Ernesto.

Todos alzamos las copas.

—Brindemos por una mujer que desde el primer día impactó mi corazón. Y sé que estará conmigo hasta el último día de mi vida. Pues esta mujer me ha dejado profundamente atraído. Leny es una mujer que irradia dulzura, pero a la vez frialdad y, no sé, eso me gusta —dijo Ernesto.

Pensé que Ernesto estaba loco con lo que decía, y no me imaginaba una vida con él. Pero brindamos; total, era parte de la noche de aventuras.

Pasaba otra mágica noche, después del triunfo, estaba apareciendo un hombre. Aunque no era el soñado por mi, sí había cosas que me impactaban de ese caballero joven.

Parece que, cuando pides algo al universo, este conspira con todo. Dicen que, cuando te va bien en los negocios, hay un 90 % de posibilidad de que te vaya a ir bien en el amor. Y atraes todo lo bueno y positivo. Solo basta con dar el primer paso a un viaje, a una nueva vida, una salida, un nuevo negocio, e ir a por todo lo extraordinario. Aunque no tengas las herramientas ni estrategias en ese momento. Ya diste el primer paso para que el universo conspire a tu favor.

Ernesto se puso de pie y dijo que iba al baño.

—Ya no aguanto, chicas. Este hombre no me gusta, no es mi tipo, me voy —dijo Leny.

—Aguanta un poco más, no lo podemos dejar así; es más, dale un besito —dijo Cami.

Todas reímos.

—¿Qué dicen?, ¿están locas?

—Pues no le dejarás así como si nada después de que se ha portado tan bien —dijo esta vez Yani.

—Chicas, pero ¿un beso, en serio?, ¿están locas?

—Ahí viene. Ya sabes.

—Chicas, ¿adónde vamos ahora? Sigue la rumba —dijo Ernesto.

—A la casa, Ernesto —dije.

—No, vámonos a otro lugar, quiero bailar —proclamó Cami.

—Seguro que no —contesté.

—Está bien. Si Leny quiere irse a casa, yo la llevo —dijo Ernesto.

—Gracias, Ernesto. Ustedes tomen el coche pueden adelantar chicas, yo me voy con Ernesto —dijé.

Llegamos a mi apartahotel y me dijo:

—Eres la mujer mas hermosa que he conocido.

—Gracias —le respondí—. Tú también eres bien guapo.

—¿Te puedo dar un beso?

Ahí vino la pregunta de intercambio. No entiendo por qué el hombre no puede dar nada sin pedir algo a cambio. Pero pensé: «Solo es un beso. Sí, lo sé, soy casada, pero es solo un beso, nada más. Total, no es feo; lo voy a besar, a ver qué se siente con unos labios carnosos llenos de juventud, qué se siente al besar puro colágeno».

—Por supuesto —respondí—. ¿No te importa que sea el primer y el último beso?

—Será el primero, pero no el último —respondió él con seguridad.

Sus labios empezaron a pegarse a los míos, sentía su saliva fría, su aliento refrescante en ellos. Continué, me dejé llevar por el beso. Abrí mi boca y le di continuidad a un beso que me estaba empezando a gustar, él paró. Le pregunté por qué.

Lo agarré por el pelo mientras continuábamos en su coche. Lo besé más fuerte, con más pasión. Sentía que era el mejor beso que me habían dado en muchos años, que, si tuviera que recordar, sería el segundo mejor beso, después de aquel a los doce años de edad . Me paró de besar. Me miraba a los ojos y me dijo con una sonrisa pícara: «¿Viste que no será el último beso?».

Yo me sonreí, porque no niego que me encantó. Y más cuando acerqué su olor a piel exquisita: me fascinó. No puedo creer cómo estoy hablando de esa manera de un chico de treinta años. Pero él era más que solo un chico, sabía tratar a una dama.

—¿Salimos mañana a desayunar? —me preguntó.

«Otra cita más», pensé. Esto era peligroso para mí estando casada, aunque él aún no lo sabía. Pero estaba de vacaciones; lo que pasa en Santo Domingo, se queda en Santo Domingo.

—Acepto —y le di un último beso esa noche.

—¿Te parece, mi reina, a las 10.00 a.m.?

—Sí, perfecto. Es más, búscame —respondí—, para estar puntual.

Porque, aunque vivía en el país de la puntualidad, de los relojes, de los chocolates, del queso y de los bancos, nunca había dejado mis costumbres latinas.

Subí a la habitación y allí ya estaban las chicas. Yo tenía una sonrisa extraña.

—Cuéntanos, ¿cómo te fue con el galanazo de Ernesto?

Chicas, no piensen que soy una mujer que a la primera se va con quien la besa, pero debo reconocer que hoy he tenido el beso más emocionante de mi vida. Era tan profundo, había tanta conexión… Increíble.

—¡Guau, Leny! Necesitabas un beso así, que te hiciera sentir viva. Tu relación con tu esposo es solo costumbre, fría; necesitas fuego, pasión —dijo Yani.

—Chicas, ¿cómo creen que le puedo ser infiel a un hombre que me ama tanto?

—Recuerda esto: antes de serle fiel a otros sé fiel a ti misma, tu cuerpo pide fuego. Dale fuego. Tómalo, que son tus vacaciones y no volverás a verlo más —comentó Cami.

—¡Tienen razón, chicas! ¡A vivir esta aventura!

Al día siguiente a las 9.59 de la mañana. sonó mi teléfono. Era Ernesto. Me empezó a emocionar su nombre en mi celular.

—Hallo.

-—Estoy aquí abajo esperando, mi reina.

—Ya bajo. Perfecto.

—Tómate el tiempo que necesites —dijo Ernesto.

Me abrió las puertas del coche.

—¡Hola, amor!

—Hola —respondí

—Mi vida, no dormí en toda la noche pensando en ti.

—Ya somos dos. —Volví y lo besé .

Queria estar segura de que la conexión que existía la noche antes y ese fuego intenso en nuestros labios, cuando nos dimos ese primer beso, era real. Y, justamente, era el mismo beso de la última noche.

Llegamos al restaurante.

—¿Sabes que eres más hermosa de día? —me dijo Ernesto.

Me sonreí porque me deleitaban sus piropos.

—¿Sí, lo crees? —respondí.

—Sí, soy muy afortunado.

—Ernesto, ¿tienes pareja?

Fue la pregunta mas difícil, la que no se necesitaba hacer. Era como paralizar todo lo bonito que estaba surgiendo.

—Sí, me estoy divorciando —respondió.

Típico en hombres que quieres coger. Quedé pasmada, sabía que un hombre que me estaba empezando a parecer interesante no iba a estar soltero, era demasiado hermoso para ser real.

—¿Y tú? —Ernesto devolvió la pregunta.

«Puta mierda, ¿por qué pregunté?». Iba a terminar de arruinar aquella mañana si daba mi respuesta. Pero me llené de valor y respondí mintiendo:

—Sí, tengo novio.

Los dos nos quedamos pensativos, pues ya estábamos hablando de alguien más. ¿Qué podría destruir lo que ese día estaba a punto de pasar?

Obvié el tema, él creo que también; solo quería disfrutar de lo nuevo que estaba experimentando en mi vida.

—¿Qué harás el fin de semana? —preguntó.

—Iré a Punta Cana. ¿Quieres ir conmigo?

—Mi vuelo es el domingo; no podría ir. Partiré de regreso a mi destino.

«¿Quééé? O sea, que toda esta aventura llegará a su final. Porque él ya partía», pensé.

Nuevamente, salió ese príncipe encantado que, poco a poco, te va ilusionando e involucrando en un sentimiento extraño al que aún no podía llamar «amor». Él, con aquella voz dulce, pero estúpido y cursi a la vez, exclamó:

—Pero si me convences con otra de tus sonrisas, cancelo el vuelo y nos vamos.

—¿Qué? ¿Cancelarás tu vuelo?—pregunté.

—No me creíste cuando te dije, en nuestra primera cita juntos, que por ti haría todo.

—Tampoco exageres, pero ¿estás dispuesto a vivir esto conmigo?

—Hasta que te vayas —respondió él.

No podía creer lo que estaba escuchando. Un hombre estaba dispuesto a cancelar un viaje por mí, por permanecer a mi lado. Por seguir viviendo juntos esa sensación maravillosa de aventura, de retos, pero de miedos a la vez.

—Debo reconocer que me has impactado; es que mirarte a los ojos es irresistible, tu olor, tu risa…, es más, quédate a mi lado —le dije.

Quería sentir eso y despertó ese deseo que los humanos llamamos carnal. No tuve que insistir mucho cuando me respondió:

—Pues me quedo.

Fue maravilloso escuchar eso. Estábamos comprometidos, pero ambos deseábamos entrar en ese infierno interesante de ser amantes.

—Tengo mucho que hacer hoy; te veo mañana en el apartamento, quiero cocinar para ti —le dije.

Otra cita más, las cosas cada vez se volvían más significativas. Qué le podíamos hacer si dos personas comprometidas buscaban desesperadas ahogarse en una aventura de amor maravillosa.

Llegó la siguiente noche romántica, ya mis amigas habían partido a sus casas. Estábamos solos, en el balcón de aquel piso número 9, en una torre y con dos copas de vino. Sentía que él esperaba de mí todo lo que un hombre y una mujer desean. Penetrarnos.

¡Pero no! Había una confesión antes de iniciar este juego de amantes, incluso antes de que cambiara su vuelo aquel domingo.

—Soy casada —dije fríamente, como dispuesta a enfrentar lo que venga—. Y sé que a partir de que se acabe esta cena no querrás verme y te sentirás feliz de no haber cancelado tu vuelo aún.

—Soy casado con niños —respondió él.

Tragué lento, no podía creer que estuviese entregando mi tiempo a una persona casada, aunque yo también lo estaba. Era algo egoísta este pensar.

Y entonces él continuó:

—Ahora, por tu honestidad, te admiro más, y estoy dispuesto a pagar un precio y correr el riesgo para tenerte a mi lado.

—¿De verdad? Yo tenía miedo de que pensaras lo contrario —le dije.

—Solo déjame decirte que eres una mujer increíble.

—Entonces, ¿amantes? —pregunté atrevidamente.

Y él, con su encantadora voz, respondió:

—Sí, amantes, aunque pertenezcamos a camas diferentes, aunque juzgue la gente.

Hubo risas, estábamos tan felices que no importaba nada más que nuestro mundo. Un beso cerró aquella propuesta.

Aunque esa noche no hubo sexo, empezamos a ser amantes de corazón, de almas, de necesidad el uno del otro. Otra noche más que terminaba conociendo a un ser increíble, que aún seguía aceptándome con mi cruz.

Ernesto viajó a Punta Cana, primero que yo. Y nuevamente, esperaba horas por mí.

Otra vez llegué tarde, pero ahora sentía tristeza por haberlo dejado esperando tres horas más. No era justo. Aunque él estaba dispuesto a esperarme, no se lo merecía.

Llegué, él me miró, me abrazó y se olvidó del tiempo de espera. Me besó y dijo:

—Si hay alguien a quien estaré siempre dispuesto a esperar el resto de mi vida, es a ti, Leny. Te lo juro. Eres mi alma gemela.

—No me digas eso, Ernesto.

Eran las palabras que necesitaba escuchar desde hacía años. Lloré por un momento, no podía creer que una noche en un restaurante pudiera ser tan maravillosa y que, esa noche que brindamos, sellásemos un pacto de un amor que estaba empezando a renacer. Volví, me dirijí hacia él y le pregunté:

—¿Te arrepientes de cancelar tu vuelo?

—La próxima vez que me llegue a arrepentir de algo será de no haberlo intentado.

Llegamos al apartamento, estábamos en el sofá cuando llegó el momento de volvernos a besar, a tocar. Con una pasión salvaje, empezamos a desvestirnos y nos entregamos con intenso deseo. Me rompió el sostén, con su boca me quitó el panty y empezó a lamer mi vagina; sentí que volaba, era algo inexplicable. ¿Dónde estaba escondida tanta pasión, tanta química? Cuando nuestras pieles se tocaron, pecho con pecho, era como si nos hubiésemos conocido de toda la vida, éramos almas gemelas y llegó el momento esperado: la penetración fue mágica, suave pero salvaje e intensa a la vez; tan deliciosa que sentí que lo amaba. Nos desconectamos de este mundo y entrábamos en otro. Un mundo donde no importaba nadie más, convirtiéndonos en uno solo. En una sola piel, en una sola alma, un solo respirar, en un solo orgasmo. Fue una noche prohibida, pero fue una noche para siempre.

Era algo desenfrenado, cada cinco minutos queríamos estar encima del otro y así pasamos toda la noche.

Al día siguiente me desperté y vi que no estaba a mi lado. Me puse nerviosa. «Será que fue un sueño. No, no, ahí está su ropa». Vi una nota en la mesa: Amor, fui a comprar desayuno.

Así que, rápidamente, aproveché la oportunidad para llamar a mi esposo y decirle que todo estaba bien, aunque sé que él fue a hacer lo mismo y que quizás por respeto no me lo dijo. Estuve más tranquila cuando llamé a mi esposo.