3MGH Mireia desaparecida

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—Somos hombres de negocios, mucha gente querría hacernos daño o chantajearnos con tal de sacar dinero, pero no tengo idea de quién podría ser —respondió de nuevo Artur.

—Mireia es la compañera de cuarto de su hija, entiendo que deben ser buenas amigas —preguntó la sargento a los padres de Tania.

—Mi hija y Mireia son amigas desde niñas y son las mejores amigas —respondió Joana, la madre de Tania.

—Disculpe, sargento, pero creo que en lugar de andar perdiendo el tiempo haciéndonos preguntas absurdas debería estar ahí fuera buscando al cabrón que le ha hecho esto a nuestros hijos —le recriminó Miquel a la sargento usando un tono poco amable.

—Le aseguro que daremos con él, ella o ellos, pero necesitamos su ayuda, cualquier cosa que crean que pueda ayudar, por insignificante que les parezca. El más mínimo detalle puede ser el inicio de un hilo de donde tirar.

—Así lo haremos, se lo aseguro. Somos los primeros interesados en que atrapen al canalla que le ha hecho esto a unos críos —respondió Joana.

—Ahora tengo que ir al hotel para hablar con los padres de Mireia. Necesitamos cualquier información que nos pueda ser de utilidad en el caso.

La sargento Borrás salió del hospital, se subió a su coche y arrancó camino de Magaluf de nuevo. Cuando se incorporó a la autopista llamó a través del manos libres al agente Iñaki, que se encontraba aún en la habitación 412.

—Buenas tardes, sargento —respondió Iñaki a la llamada.

—¿Alguna novedad?

—Seguimos recopilando todas las muestras y pistas que encontramos, pero no vemos nada de momento que sea definitivo.

—Los padres de Mireia deben haber llegado al hotel. Por favor, averigua en qué habitación se alojan y diles que estoy de camino y que necesito hablar con ellos lo antes posible.

—Sargento, un detalle que antes no habríamos podido confirmar con tanta ropa revuelta y tanto lío: hemos observado que, así como el bolso de Tania estaba tirado por el suelo con todo su contenido volcado, no encontramos el bolso de Mireia. Es extraño que alguien se lleve a la fuerza a una menor de la habitación de un hotel y se preocupe por coger el bolso.

—Eso es bastante extraño. Si lo que quieres es llevarte a la chica para poder pedir un rescate, no perderías el tiempo en llevarte el bolso. Aunque puede ser tan simple como que la chica lo llevara tan fuertemente cogido que no lo soltara. Eso dando por supuesto que se la llevaran de la habitación del hotel.

—No hemos encontrado nada que corrobore o descarte esa teoría, así que seguiremos buscando indicios —aseguró Iñaki.

—Bien, estoy llegando al hotel para hablar con los padres de Mireia. Terminad de recopilar todo lo que podáis y habla con la científica para que nos faciliten lo antes posible toda la información que hayan podido procesar. ¿Se ha repartido ya la foto de la chica a todas las fuerzas de seguridad?

—Sí, hemos repartido varias fotografías a todas las unidades habituales, además del aeropuerto, aeródromos, puertos y puertos deportivos.

—Estudiaremos todo lo que tengamos mañana a las ocho de la mañana en el cuartel. Sé que es una putada, pero necesito que proceses todo lo que puedas para esa hora, y ve pasándome ya lo que tengas para que pueda echarle un primer vistazo esta tarde noche.

—Va a ser una noche de cafeína, sargento.

—Cualquier cosa que se te ocurra, sea la hora que sea, llámame. Estamos en las primeras veinticuatro horas y sabemos que son cruciales.

—Descuida, Antonia, este caso lo vamos a resolver como que me llamo Iñaki.

—Venga, voy colgando, que estoy llegando a Magaluf. Averigua la habitación y nos vemos en el hall.

La sargento Borrás llegó al hotel apenas unos minutos después de finalizar la llamada.

Se dirigió al hall del hotel y se encontró de nuevo con Iñaki.

—¿Has hablado con los padres? ¿Les has comentado que necesitamos hacerles unas preguntas.

—Sí, se alojan en la 815.

—Pues ya estamos tardando.

Ambos se dirigieron hacia un lateral del lujoso y moderno hotel. Mientras la música chill out sonaba por la megafonía, se abrieron las puertas del ascensor. Dejaron salir a unos huéspedes antes de entrar ellos.

Iñaki pulsó el botón para subir a la planta octava.

—No esperes que nos reciban con los brazos abiertos —exclamó Iñaki mientras el indicador de nivel aumentaba progresivamente hasta el número 8.

—No lo espero —respondió la sargento.

A la salida del ascensor giraron por el pasillo hasta la habitación 815.

Una vez frente a la puerta color cerezo, el agente Iñaki y la sargento se miraron uno al otro. La sargento frunció el ceño, levantó el puño y golpeó tres veces con sus nudillos.

La puerta se abrió y les recibió Oriol, el padre de Mireia.

La sargento borras se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y sacó su identificación como agente de la UCO.

—Buenas tardes. Sargento Antonia Borrás de la UCO. Soy la responsable de la investigación sobre la desaparición de su hija. Me acompaña el agente Iñaki Suengas. Necesitamos hacerles unas preguntas.

—Adelante, les estábamos esperando.

Los tres avanzaron a través del pasillo de la lujosa suite hasta llegar a la pequeña sala de estar donde se encontraba sentada en el sillón Aina, la madre de Mireia.

—Tomen asiento, por favor. Soy Oriol padre de Mireia.

—Yo soy Aina.

—Sargento Antonia Borrás y el agente Iñaki Suengas. Como ya le he comentado a su marido, estoy a cargo de la investigación sobre la desaparición de su hija y la agresión a sus dos compañeros.

—¿Tienen alguna idea de dónde está mi hija? —preguntó entre lágrimas Aina.

—Desgraciadamente no, pero necesito hacerles unas preguntas.

—Por supuesto, sargento, estamos a su disposición para cualquier cosa que podamos aportar a la investigación que permita recuperar a nuestra hija.

—Son ustedes personas de buena posición, al igual que los padres de Tania y Gerard. ¿Alguien se ha puesto en contacto con ustedes para solicitar un rescate?

—No, en absoluto, nadie ha contactado con nosotros —respondió Oriol.

—¿Tienen una idea de quién podría querer hacerles daño? ¿Qué motivos podrían tener para querer secuestrar a su hija?

—¿Bromea? Somos una de las familias más influyentes de Barcelona, mucha gente nos envidia o nos odia, pero lo que más quieren es nuestro dinero. Sin duda, esa gente quiere dinero y se lo daremos si es necesario con tal de recuperar a nuestra hija.

—Escúcheme bien, si contactan con ustedes para pedir un rescate, háganmelo saber de inmediato. No se les ocurra pagar sin contar con nosotros, no tienen ninguna garantía de que una vez esté efectuado el pago la vayan a liberar —insistió la sargento.

—¡Es mi hija! Decidiré yo lo que considere oportuno si llega el momento. No crea que me voy a quedar de brazos cruzados esperando que una sargento y un agente de la Benemérita encuentren a mi hija. Tengo detectives privados investigando para mí. Sea quien sea esa gente, no sabe con quién se está jugando los cuartos —exclamó con cierto enfado Oriol.

—No intervenga, señor Grau i Moncada, solo va a empeorar las cosas, aunque ya vemos que no nos vamos a entender. Le advierto que además podría ser constitutivo de delito.

—¿Hemos terminado, sargento? —exclamó Oriol, haciéndole saber a Antonia que no iba a quedarse esperando a ver pasar los acontecimientos.

—De momento. Buenas tardes. Vamos, Iñaki, aquí no tenemos nada más que hablar. Por el momento.

La sargento y el agente salieron de la habitación y se dirigieron por el pasillo de nuevo al ascensor.

—No ha ido tan mal, ¿no? —comentó Iñaki.

—Podría haber sido peor.

—Buen colofón a un jodido día de junio.

Bajaron en el ascensor hasta el hall y se dirigieron al aparcamiento del hotel.

—¿Sigue en pie lo de mañana a las ocho? Porque me va a tocar poner un poco en orden toda esta cantidad de mierda —preguntó Iñaki.

—Joder, lo dices como si fuera una cita. Y sí, mañana nos veremos a las ocho con las legañas en los ojos, pero este tipo de casos son los que me revientan, una cría desaparecida y nosotros solo podemos intentar encajar las piezas de un puzle para salvarle la vida.

—Mañana nos vemos, sargento —respondió Iñaki con una risa jocosa.

La sargento se subió a su vehículo y se marchó. Iñaki por su lado también abandonó el hotel.

Camino de casa, la sargento Borrás no podía dejar de darle vueltas a todo lo sucedido durante el día, pensando en la complejidad del caso que le había tocado resolver. Con la mirada perdida, conducía su vehículo como si fuera una autómata. Se pasaba una y otra vez la mano derecha por la cabeza, desde su frente hacia atrás llegando hasta la nuca y se masajeaba las cervicales, que le dolían fuertemente.

Al llegar a su domicilio entró descalzándose, ya que sus pies la estaban matando. Se dirigió al cuarto de baño, tomó una ducha caliente y se preparó un sándwich en su pequeña cocina en forma de isla de su pequeño apartamento en un barrio popular de Palma con vistas a la Catedral.

La sargento se sentó con las piernas cruzadas sobre un sofá poniendo el plato con el sándwich sobre la tapicería azul.

De su habitual mochila negra extrajo su ordenador portátil y lo colocó sobre una mesa baja que se encontraba frente al sofá del salón comedor. Clavó sus negros ojos en él sosteniendo con los dedos índice y corazón de su mano derecha un botellín de cerveza. Así se mantuvo unos segundos y, acto seguido, levantó la tapa del ordenador portátil diciendo en voz alta:

 

—¡Voy a por ti, cabrón!

Capítulo 2
Una pizarra en blanco
Martes, 25 de junio, 08:00 h Cuartel de la UCO, Palma

Tal como la sargento Borrás había comentado, a las ocho de la mañana tenía que reunirse con el agente Iñaki para empezar a componer las piezas del rompecabezas del caso.

Con los ojos rojos de haber dormido poco y entre bostezos, la sargento Borrás entró en la sala operativa donde establecería el centro de mando de la investigación. Allí de pie ya le esperaba Iñaki con dos vasos de café de la máquina de bebidas calientes.

—Buenos días, Antonia, parece que hemos dormido poco esta noche.

—Poco y mal. Quemando la salud, como decía una vieja canción que escuchaba mi padre, no recuerdo ahora de quién era.

—Aquí tienes un café cargadito.

—Gracias, hoy voy a necesitar media docena de estos.

En uno de los laterales de la sala operativa color verde oscuro se encontraba la pizarra blanca donde se iría creando el tablero de investigación con las fotografías y anotaciones que fueran relevantes. En ese momento aún se encontraba totalmente en blanco.

La sargento Borrás se quedó de pie frente a la pizarra y la miró fijamente. Pasó unos segundos mirándola en silencio, unos segundos que parecían eternos, hasta que al final se giró y se acercó a la mesa donde Iñaki tenía preparadas las carpetas con los datos que había podido recopilar y procesar. Para Iñaki también había sido una noche larga.

—¿Tienes la foto de Mireia? —preguntó a Iñaki.

—Aquí la tienes.

La sargento se dirigió de nuevo hacia la pizarra y se detuvo unos segundos con la fotografía de Mireia en las manos.

—No hay nada que me dé más miedo que este momento, Iñaki, el momento en que la pizarra está totalmente en blanco y hay que colocar la primera foto. Esa primera foto que te dice que estamos al principio del todo, esa primera foto de la cual irán saliendo flechas hacia otras fotos y notas, esa primera foto que nos recuerda que sabemos desde dónde y cuándo empezamos, pero que no tenemos ni puta idea de cuándo y a dónde llegaremos.

—Siempre es un momento jodido, Antonia, pero es necesario dar el primer paso para recorrer el todo el camino.

La sargento seguía manteniendo la fotografía de Mireia en sus manos, dio un suspiro y la colocó en el centro de la pizarra. De la parte derecha cogió un pequeño imán negro de los varios que había y lo colocó sobre la imagen. En la parte inferior de la superficie había varios rotuladores especiales para este tipo de pizarras. La sargento eligió el rotulador rojo, lo destapó y olfateó la punta del rotulador. Acto seguido escribió bajo la fotografía de Mireia: «DESAPARECIDA».

—Ya está, inaugurado el mosaico. Siempre me ha encantado oler estos rotuladores cuando los abres —comentó la sargento.

—Qué casualidad, a mí también me encanta cómo huelen.

—Venga, vamos al lío. Veamos qué sabemos hasta ahora.

Iñaki permanecía sentado detrás de una mesa con las carpetas abiertas sobre la superficie. El agente buscó entre los papeles los datos que tenían de Mireia y comenzó a responder a las preguntas.

—Mireia Grau i Moncada, diecisiete años, nacida en Barcelona, alumna de EIAR, formaba parte del grupo que está de viaje de estudios en Magaluf. La última vez que fue vista fue pasados unos minutos de las veintitrés horas en la terraza del Hotel Night Beach. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ella. Hija de familia bien al igual que el resto de sus compañeros. Por lo que hemos podido averiguar en los interrogatorios a sus amigos, la han definido como «jodidamente rica», «caprichosa», «borde» y que «disfrutaba de ser la más guay y rica del insti». No se le conoce pareja estable, pero, por lo que sus compañeros dicen, sobre todo en las fiestas no le faltaba sexo con chicos, chicas o ambos a la vez. Aunque no solía beber entre semana, al parecer los fines de semana y en las fiestas era una verdadera esponja, sobre todo de champán acompañado de alguna que otra rayita.

—Vamos, una verdadera joyita, la niña.

—Desde luego, la hija que yo no querría tener.

—¿Qué tenemos de Tania?

Iñaki sacó la fotografía de Tania de la carpeta y extendió su brazo para que la sargento Borrás la cogiera. Esta se acercó a recogerla y volvió a la pizarra. Colocó la fotografía de Tania a la derecha de la de Mireia y la sujetó con otro de los pequeños imanes. Con el rotulador rojo que aún conservaba en la mano escribió bajo la fotografía: «AGREDIDA». Dibujó una flecha entre la fotografía de Tania y la de Mireia y anotó: «AMIGAS».

—Tania Cardona, diecisiete años, nacida en Barcelona. La mejor amiga de Mireia y, por lo que sabemos, siempre ha estado un poco a su sombra. Se conocen desde niñas. Parece que le gustan bastante las bebidas caras y no le hace ascos al polvo blanco. Por lo visto, tiene actualmente un lío con Gerard Puig. La encontraron desnuda, maniatada y amordazada, con gran cantidad de alcohol y cocaína en el cuerpo, sin signos de agresión sexual y, al igual que su compañero, con una extraña punción en el cuello —relató Iñaki.

—¿Alguna información del hospital sobre qué les inyectaron?

—Sí, ha llegado un informe médico del doctor González. En resumen, lo que dice es que en los análisis ha aparecido una toxina desconocida. Lo más parecido que han encontrado es la savia de… ¡Vaya cosa impronunciable!, a ver si lo consigo decir… Strychnos. No tengo ni idea si se dice así.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Antonia.

—Es una planta que se encuentra en la selva amazónica colombiana. Al parecer, la usan los indígenas para envenenar flechas. Se sabe que se hicieron estudios y se usó como anestésico, aunque ya te digo que es lo más parecido que han encontrado, porque lo más probable es que esté mezclado con alguna savia de alguna otra planta. En resumen, parece que una cierta cantidad de lo que sea deja KO la parte consciente de tu cerebro. De ahí se cree que los nativos usaban mezclas para hacer sus particulares viajes astrales o conectar con sus otras realidades. Vamos, que se metían unos viajes de no te menees. Si añades cierta cantidad más de eso, te apaga también la parte inconsciente del cerebro y te deja en stand-by, vamos, lo justo para las funciones vitales y poco más. Al no saber exactamente la composición, creen que el efecto no durará más de una semana. Después no deja ni rastro. Si cuando despierten les hacen una analítica, va a ser como si no hubiesen tenido eso en su cuerpo.

—Bien, ahora que saben lo que les inyectaron sabrán cómo despertar a los chicos, ¿no?

—Pues no, como ya te he comentado, siguen sin saber exactamente lo que es. Hay restos de esa savia, pero ¿con que está mezclada? No se sabe. Además, el doctor dice que no puede intentar despertarlos sin poner en peligro sus vidas. Resulta que esa maldita cosa es mortal, una dosis más alta provoca la muerte inminente por asfixia. El doctor teme que cualquier cosa que les pueda dar amplifique los efectos de la toxina y mate a los críos. Ya han pasado al menos veinticuatro horas, así que mientras sigan estables simplemente esperarán, no quieren correr ningún tipo de riesgo —respondió Iñaki.

La sargento Borrás miraba atónita a Iñaki mientras este le iba explicando la situación. Se acercó a su compañero, puso las palmas de las manos sobre la mesa, agachó un poco la cabeza y miró a Iñaki. Este levantó la vista de las carpetas y advirtió la mirada penetrante y desafiadora de la sargento.

—¿Qué mierdas me estás contando, Iñaki? ¿Una toxina que se parece a la savia venenosa de una planta de nombre impronunciable originaria del Amazonas colombiano mezclada con algo que no se sabe ni lo que es? ¿Y qué pinta algo de una selva a miles de kilómetros de aquí en el cuerpo de dos adolescentes de familias bien de Barcelona?

—Ya me gustaría a mí darte algo más consistente, pero es lo que tenemos hasta ahora. Creo que necesitas otro café e intentar ver las cosas con perspectiva.

La sargento Borrás dejó el rotulador rojo sobre la mesa, salió de la sala y se dirigió a la máquina de café que había en el pasillo mientras Iñaki se quedaba preparando los documentos para seguir construyendo el tablero de investigación. La sargento regresó pasados dos minutos con dos cafés en las manos. Extendió su brazo derecho y le entregó uno al agente.

—¿El café de la paz? —comentó la sargento al agente.

—Venga, que buena falta nos hace —respondió Iñaki chocando el vaso de cartón en signo de afirmación de que era el café de la paz.

—Vamos a por el siguiente —comentó la sargento.

El agente le entregó la foto de Gerard a la sargento. Esta dejó el vaso de café sobre la mesa y cogió el rotulador rojo.

Se acercó a la pizarra y colocó la fotografía a la derecha de la Tania, la sujetó con otro de los imanes y anotó bajo la foto: «AGREDIDO». Después dibujó una flecha entre ambas imágenes y escribió: «RELACIÓN».

—Va, Iñaki, cuéntame lo que sepamos del chaval.

—Gerard Puig, diecisiete años al igual que Mireia y Tania y compañero de clase de ambas. Como hemos comentado antes, tiene una relación con Tania. Es un poco dado al whisky bueno y a la cocaína. Se supone que él es quien metió en el mundillo del polvo blanco a las amigas. Y como todos los chicos del grupo, hijo de familia bien.

—Vamos a por los padres de Mireia, a ver qué tenemos.

Iñaki sacó la fotografía de Oriol, se acercó a la pizarra blanca y la colocó por encima de la de Mireia, un poco a la izquierda. La sargento dibujó una flecha entre las fotos de padre e hija y anotó: «PADRE». Mientras, Iñaki volvió hacia la mesa, se sentó de nuevo y cogió la hoja donde tenía anotada los datos de Oriol.

—Oriol Grau i Moncada, marqués de Grau i Moncada, vamos, un grande de España, de la alta nobleza catalana. Propietario de varias empresas, entre las que destaca una de las navieras más antiguas de España. Ah, y no te lo pierdas, que está entre los cien primeros de la lista Forbes —describió el agente.

—¿Un grande de España? Joder, qué antiguo suena eso.

—Tan antiguo que deberíamos dirigirnos a él como «excelentísimo señor».

—Vamos, si espera que yo le trate de «excelentísimo señor», va a ser como que no. A ver qué tenemos de la madre.

El agente le entregó la fotografía a la sargento, que la colocó sobre el tablero, a la derecha de la del marido. Dibujó una flecha hacia la de Mireia y anotó: «MADRE».

—Aina Domenech, otra de rancio abolengo. Su familia no es tan «grande» como la de su marido, pero también es de alta cuna. Aunque es propietaria de varias empresas, las gestiona su marido dentro de su grupo corporativo. Básicamente, se dedica a organizar fiestas benéficas y a pasar horas en el club de golf, donde se reúne habitualmente con otras esposas de empresarios importantes. Por cierto, es la marquesa de Grau i Moncada, al ser la esposa de Oriol.

—Vamos, que ni oficio ni beneficio.

—Bueno, no creas, tiene una licenciatura en Económicas, aunque no ha ejercido nunca.

—Qué bien que tu marido se preocupe por tus empresas y tú a vivir como una reina. Venga, vamos a ver el padre de Tania, que supongo que será más interesante que la esposa perfecta del marqués.

Iñaki buscó la fotografía de Artur mientras la sargento se acercaba de nuevo a la mesa a recogerla. La miró fijamente y, como había hecho con las anteriores, la colocó sujetándola con un pequeño imán. Quedó por encima de la de Tania, algo ladeada a la izquierda. Dibujó una nueva flecha con el rotulador rojo entre la foto de Artur y la de Tania y anotó: «PADRE». Entonces se giró de nuevo hacia el agente.

—Vamos, Iñaki, ¡ándale con lo que sepamos!

—Artur Cardona, padre de Tania, socio en varios negocios, pero no en todos, de Oriol, el padre de Mireia. También tiene una cierta fortuna, aunque no es comparable a la de Oriol, al que conoció cuando las hijas de ambos empezaron en el colegio con tan solo tres años. Desde entonces no solo las niñas se hicieron amigas, sino que los matrimonios también, y al cabo de un tiempo Artur y Oriol empezaron a hacer negocios juntos.

—¿Se les conocen problemas económicos en sus empresas?

—No hasta donde sabemos. Tanto las empresas propias de Artur, como las de Oriol, como las que comparten en sociedad son empresas saneadas económicamente. De hecho, ambos han ganado el premio Empresarios del Año 2018 por la buena gestión.

 

La sargento Borrás miró a Iñaki, se llevó los dedos índice y corazón a la boca e hizo un gesto simulando vomitar. A continuación comentó:

—Qué bonito todo, qué familias más perfectas. ¿De dónde las hemos sacado, de la sección de cuentos infantiles de una librería cutre? De verdad, no puedo con este tipo de gente. Pero bien, lo importante no son ellos, son los chicos y sobre todo Mireia, que seguimos sin tener ni puta idea de dónde puede estar.

La puerta del despacho se abrió bruscamente y apareció el teniente Torres, superior de la sargento Borrás.

—¡Antonia, pon la televisión en el canal de noticias 24 Horas!

La sargento se acercó a un televisor que tenían en el despacho y seleccionó el canal que el teniente le había dicho. Los tres se pusieron delante de la televisión y pudieron observar la noticia.

—Detrás de mí pueden ver el Hotel Night Beach. Según hemos podido averiguar desde el canal 24 Horas, desde la mañana de ayer no se tienen noticias de Mireia Grau i Moncada. La víctima se encontraba pasando unos días de viaje de estudios con sus compañeros de tercero de Bachiller del EIAR, un colegio de élite de Barcelona. La desaparecida es hija del conocido industrial Oriol Grau i Moncada, perteneciente a una de las familias más ricas e influyentes del país. La noticia, que no había transcendido hasta ahora, ha sido filtrada en las redes sociales de sus compañeros de clase. A pesar de que la guardia civil no ha realizado ningún tipo de declaración, la inmensa fortuna de la familia hace sospechar que se trata de un secuestro por motivos económicos. Oriol Grau i Montada ha anunciado que en breve nombrarán un portavoz oficial de la familia —comentó la corresponsal de televisión.

—Ya lo han oído ustedes, Mireia Grau i Moncada, de diecisiete años e hija del industrial Oriol Grau i Moncada ha desaparecido en la localidad de Magaluf, en Mallorca. Supuestamente, se trata de un secuestro con fines económicos, dada la fortuna de la familia. Les seguiremos informando aquí en su canal de noticias 24 Horas.

La sargento Borrás, que aún mantenía el mando del televisor en la mano, pulsó con rabia el botón de apagado y lo lanzó sobre la mesa mientras negaba varias veces con su cabeza en silencio.

En ese momento fue el teniente Torres el que volvió a hablar.

—Iñaki, ¿puedes dejarnos a solas un momento?

—Sí, mi teniente.

Iñaki salió del despacho cerrando la puerta mientras era observado por el teniente Torres, el cual, al ver ya la puerta cerrada del despacho, se giró para la sargento Borrás.

—¿Sabes quién me ha llamado por este asunto?

—¿Alguien de arriba?

—Sí, el capitán. Y a él le ha llamado el teniente coronel, y al teniente coronel ya no sé quién le debe haber llamado. El caso es que todos quieren que esto se solucione ya.

—¿Acaso creen que yo no quiero resolverlo «ya»?

—Escúchame, Antonia, somos amigos desde hace mucho tiempo, pero ¿tú sabes los contactos y las influencias que tiene el padre? Está dando por culo a todo el mundo, por no decir que no le gustó nada tu forma de interrogarle.

—Ya, la mierda siempre cae de arriba hacia abajo, y la que está abajo para recibir toda la mierda que va cayendo desde arriba soy yo, ¿no, teniente?

—Mira, este tío, aparte de dar por saco a todos, ha contratado un ejército de detectives privados de Palma. Que sepamos de momento ha contratado al menos diez. Los de arriba quieren que lo solucione el cuerpo, y cuando digo el cuerpo me refiero a ti. Si no te ves capacitada para resolverlo rápido, dímelo ahora, pero yo sé que puedes hacerlo, Antonia.

—Tú mismo lo has dicho, el padre ha contratado un ejército de al menos diez detectives privados para buscar a su hija. ¿Qué tengo yo? De momento, a Iñaki, a los compañeros del cuartel de Magaluf y sí, es verdad, la ayuda de otros grupos de investigación si necesito algo, pero este caso es bastante extraño —respondió Antonia bastante molesta.

—Como ya te he dicho, los de arriba quieren que esto lo solucione el cuerpo. Nadie quiere que un detective privado se lleve la gloria de haber devuelto a la niña sana y salva a sus papaítos ricos ni que se solucione pagando el rescate, así que me han autorizado a decirte que pidas todo lo que necesites. Si necesitas gente de otros grupos, lo dices. Si necesitas un maldito helicóptero, lo dices. Hasta el último guardia de tráfico de esta isla va a estar a tu disposición si es necesario, ¡pero resuélvelo!

El teniente Torres salió del despacho y dejó la puerta abierta. Un segundo más tarde volvía Iñaki y la sargento le dijo:

—Ni se te ocurra entrar, nos vamos fuera a tomar un poco de aire y otro café en la cafetería de enfrente, necesito salir de este ambiente un rato.

—Vale, pero invitas tú —respondió Iñaki.

Salieron del despacho y del cuartel, cruzaron la calle y se sentaron en una mesa apartada de la cafetería que había enfrente. Los miembros de la UCO eran clientes habituales de esta cafetería.

—¿Ha sido muy duro el teniente?

—¡No, qué va! Si me ha ofrecido hasta un puto helicóptero.

—Estás jodida, reconócelo, el teniente y tú sois amigos desde hace años y no te ha gustado nada la charla que te ha dado.

—En realidad, más que una charla ha sido una meadita de perro, ya sabes, para marcar terreno y dejar claro quién manda. De todas formas, ya me imagino que lo mismo le han hecho a él cuando le ha llamado el capitán por este caso.

—¿El capitán ha llamado al teniente Torres?

—¡Sí! Y a este, el teniente coronel. Pero vamos, buenas noticias. Tenemos a nuestra disposición todo lo que queramos, incluido el helicóptero. —La sargento Borrás sonreía mientras hacía este último comentario.

Pasaron unos minutos y regresaron al despacho para seguir la investigación. Una vez en la sala terminaron de completar el tablero añadiendo las fotos de la madre de Tania, los padres de Gerard, los profesores Gemma y Pep, etcétera. Después de cada foto la sargento dibujó la correspondiente flecha roja y anotó la relación entre ellos.

Borrás quedó mirando el mosaico que habían construido y pensando en lo poco que sabían del caso aún.

Se abrió la puerta del despacho y un agente comentó:

—Sargento, las imágenes de las cámaras del hotel ya están procesadas y subidas al servidor. Son muchas horas y muchas cámaras que revisar, pero tal como solicitó tenemos las imágenes desde las 12:00 del domingo hasta las 12:00 del lunes. También he dejado un archivo con el esquema de la distribución de las cámaras y la nomenclatura.

—Muchas gracias, Dani, las revisaremos en cuanto tengamos una ventana temporal más concreta.

—Suerte. Cualquier ayuda que necesite, estamos a su disposición —dijo el agente Daniel y se marchó del despacho.

—Venga, Iñaki. Después de este bonito mosaico que hemos hecho, vamos con la reconstrucción cronológica de lo que sabemos hasta ahora. Empecemos por el momento en que las niñas emprenden el viaje a la isla.

Iñaki abrió otra de las carpetas que tenía sobre su mesa y sacó varios documentos.

—Aquí tengo lo que sabemos hasta ahora, aunque anoche ya no me dio tiempo a revisarlo a fondo.

—Soy toda oídos.

—Domingo 23, a las ocho menos cuarto aproximadamente el bus escolar llega a casa de Tania, recoge a ella y a Mireia, que se había quedado a dormir en su casa, y sigue el recorrido para ir recogiendo al resto de compañeros y llevarlos al aeropuerto del Prat. Antes de las nueve llegaron al Prat y fueron todos juntos con Gemma y Pep a los mostradores de facturación para entregar las maletas. Subieron al avión y llegaron a Palma sin ningún contratiempo, todo normal. En el aeropuerto de Palma subieron al autocar que les trajo hasta el Hotel Night Beach. Hicieron el checkin a partir de las doce y los chicos fueron subiendo a sus habitaciones. Mireia, Tania y Gerard fueron vistos en la terraza sobre la una y media, y comieron en el bufé como todos sus compañeros. Después se fueron a las habitaciones y al cabo de un rato largo, sus compañeros no saben decir la hora, pero dicen que al menos llevaban más de una hora allí cuando aparecieron las dos chicas en la piscina. Gerard ya estaba allí con otros chicos.