Parche, la gata pirata y la gran carrera pirata

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Parche, la gata pirata y la gran carrera pirata
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa



Contenido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Sobre la autora

Sobre la ilustradora

Créditos

Era una tarde de mucho viento a bordo de la Argolla Dorada y la tripulación estaba… Bueno, en realidad la tripulación no estaba por ninguna parte. Los piratas habían echado el ancla en la Bahía Lingote esa mañana y estaban pasando un rato en tierra firme, estirando las piernas y buscando provisiones.

Parche, la gata pirata, estaba haciendo guardia en el barco para asegurarse de que no aparecieran visitas no deseadas. Siendo la gata pirata más FEROZ de los siete mares, tenía un aterrador ceño fruncido, un estremecedor maullido y un rugido que ponía los pelos de punta.

Pero no olvidéis que también era una gata. Una gata a la que le ENCANTABA el pescado. Y el olor de los muelles cercanos era muy difícil de ignorar.

«Mmm… pescado», pensó distraída, abriendo las aletas del hocico ante el olor.

«No pasará nada si me escabullo del barco un momentín», decidió al ver los barcos pesqueros que volvían al puerto con su botín. Sabéis, además de ser la gata pirata más feroz de los siete mares, Parche tenía tácticas muy efectivas para suplicar pescado.

¿Un dulce miau? [✔]

¿Un prrr adorable? [✔]

¿Una cara bonita de minina? Bueno…, hacía lo que podía.

Pero más importante todavía, era experta en enrollarse alrededor de piernas. Si lo hacía en el momento justo, su víctima tropezaría y se le caería un sabroso pescado con un «plaf» sobre los adoquines. ¡Síííí!


¿Cómo podría cualquier gato resistirse? Parche bajó por la rampa y se puso manos a la obra. Poco después, se relamía los bigotes con alegría. Se zampó una dorada, unos cuantos espetos de sardina, y devoró un poco de pez espada. ¡Mm!

En ese momento apareció Sable, el loro del barco, y se posó en un amarradero cercano.

—Oye, oye, oye —graznó—. ¡Un chiste, capi! ¿Por qué el pulpo no pudo estar con el calamar?

Parche, que usaba una espina de mondadientes, eructó suavemente.


—¿Porque me lo he comido? —intentó adivinar.

—No, porque era un amor planctónico —rio Sable—. Planctónico. ¿Lo pillas, compi?

—Oh, por favor —gruñó Parche. Puede que Sable fuera su mejor amigo, pero sus chistes a veces eran lo peor de lo peor. Miró con amor los barcos pesqueros por última vez antes de añadir—: Imagino que tendremos que volver a la Argolla Dorada y proteger el barco. Este sitio está lleno de piratas sospechosos.


—Hablando de piratas sospechosos —dijo Sable—. Aquí viene nuestra tripulación. ¿Y qué diantres tiene el capitán Fletán en la cabeza?

Parche y Sable se quedaron mirando a la tripulación de la Argolla Dorada mientras daban una vuelta por el paseo marítimo. Era una banda muy variopinta, desde luego. Liderando el camino iba el capitán Fletán, que claramente se había gastado mucho dinero en un imponente nuevo sombrero de pirata, decorado con un elegante hilo de oro.


—Uuuh, el guaperas del barco… —le escuchó decir Parche a su propio reflejo en la ventana de una tienda.

El siguiente era Bala de Cañón, el cocinero del barco, que llevaba consigo una brillante nueva olla.

—¡Arrr! Es justo lo que necesito para mi nueva receta de guiso de algas —dijo sonriente—. ¡Menú especial!

Parche y Sable gruñeron.

—Para él es «especial», para mí es «dolor de barriga» —suspiró Sable.

Le seguía Grandullón, que lamía un helado casi tan grande como su cabeza. También había gastado sus últimos céntimos en una copia de Cómic Pirata.

—Gana tu propio mapa del tesoro —leyó en voz alta mientras caminaba—. ¡Mola!

—¿Ha olvidado lo que pasó la última vez? —se quejó Parche, levantando una ceja a Sable. Después de todo, la última vez que encontraron un mapa del tesoro, ¡había tenido resultados explosivos!


Finalmente estaba Mandarina, que había mandado una postal a sus padres. También había comprado gafas de sol, con las que se veía superguay.

Pero faltaba un miembro de la tripulación.

—¿Dónde está Botín? —preguntó Sable mirando a su alrededor.

Botín era el mono del barco.

—Está en la feria —dijo Parche, señalando una montaña rusa enorme que se veía más allá del mar—. Si escuchas con atención, oirás sus gritos en el viento.


—¡A A A A A R G H! ¡GUAUUU! —Escucharon justo en ese momento—. ¡EEH! ¡YUJUUUUU!

Parche y Sable sonrieron… pero al momento se les borró la sonrisa de la cara cuando escucharon una voz burlona.


—¡ARRRR! ¡Rayos y centellas, el mismísimo capitán Fletán!

El pelo de Parche se erizó al instante. Su cola se infló como una escobilla.

—¿Ese es…? —preguntó Sable. Sus plumas temblaban.

—Sí —respondió Parche. Se giraron y vieron al alto pirata acercarse a la tripulación de la Argolla Dorada. Era el capitán Rompehuesos, un VIL villano y el mayor enemigo de Fletán. Tenía un bigote pelirrojo, una paleta de oro y un hueso que le cruzaba los orificios de la nariz—. Me pregunto qué hace en la Bahía Lingote.

Demasiado estúpidos para entender el lenguaje animal, los piratas solo escucharon un «miau» y no pudieron entender qué decía Parche. Pero la tripulación de la Argolla Dorada también había visto a Rompehuesos.

—¡Hip! —Grandullón dio un hipido nervioso.

—Oh, no —Mandarina lo miró con ansiedad a través de sus nuevas gafas de sol.


—¡Grrr! —Bala de Cañón sacó un rodillo de su bolsillo del delantal y lo blandió.

Entonces sonó un enfadado CLONC del capitán Fletán al pisar fuerte con su pata de palo.

—Rompehuesos, horrible pez bruja —dijo con frialdad—. Nos volvemos a encontrar —Inclinó su nuevo y elegante sombrero para que la luz del sol hiciera brillar el hilo de oro, pero si Rompehuesos estaba impresionado no lo parecía en absoluto.

—Fletán, insignificante cobarde —respondió Rompehuesos, con desprecio—. Y yo que tenía la esperanza de que te hubieras ahogado y fueras un montón de viejos huesos en el fondo del mar —rio con maldad, enseñando sus dientes ennegrecidos—. ¡Qué mala suerte!

—¡Ay! —dijo Parche a Sable—. ¡Ahí sí que se ha pasado!

El capitán Fletán lo fulminó con su mirada más aterradora.

—Si has terminado de decir tonterías —gruñó—, tengo un barco que zarpar.

—¿El Váter Dorado? ¡Arrr! Lo próximo será que te unas con ese barco a la Gran Carrera

Pirata de mañana —rio Rompehuesos—. ¡Ja, ja!

El capitán Fletán echaba humo por las orejas. No se tomaba bien que nadie insultara la Argolla Dorada, y menos aún su viejo enemigo.

—¿Cómo te atreves? —bramó—. Al menos tengo barco. Si no recuerdo mal, la última vez que te vi a ti y a tu miserable tripulación, ¡vuestro podrido barco estaba en llamas!

—Esa cosa vieja —se burló Rompehuesos, riendo con desprecio—. ¿Acaso no has visto de qué soy capitán ahora? —Señaló al muelle—. Reclamé al seguro y... Echad un vistazo al Vil Saqueador, queridos. Es mío, solo mío.

Todo el mundo siguió el dedo de Rompehuesos.

—¡Guau! —Parche tragó saliva cuando vio a lo que apuntaba. El Vil Saqueador era un precioso y enorme barco desde luego, con una bandera pirata gigante, cañones brillantes impresionantes y no uno ni dos, sino tres perfectos puestos de vigía. Además el mástil parecía bastante bueno para afilarse las uñas.

 

—Caracoles —suspiró Mandarina con anhelo—, qué belleza.

—Imagina la cocina que tendrá —murmuró Bala de Cañón fantaseando.

—Seguro que los camarotes de la tripulación tienen camas de verdad y todo —dijo Grandullón, cuya litera era tan pequeña que tenía que dormir con las piernas fuera.


En cuanto al capitán Fletán, solo se aclaró la garganta, demasiado celoso incluso para hablar.

Parche volvió a mirar a la Argolla Dorada, con sus velas raídas, el aparejo enredado y los camarotes viejos, y sintió un cosquilleo de envidia.

Al lado del Vil Saqueador, parecía un desastre absoluto.

—¿Mola, eh? Imagino que solo habrá un ganador posible para la Gran Carrera Pirata de mañana —El capitán Rompehuesos se regodeó con satisfacción—, y algo me dice que no serás tú, viejo Mofletón.

Parche nunca había oído hablar de la Gran Carrera Pirata, y estaba segura de que el capitán Fletán tampoco, por lo que le sorprendió cuando soltó:

—¿Ah, sí? Ya veremos. Me apuesto cincuenta monedas de oro a que ganamos la carrera.

¡Arrr!

—¡Ja, ja! En tus sueños, querido —El capitán Rompehuesos rio a carcajadas y se golpeó los muslos.

Mientras tanto, el resto de la tripulación de la Argolla Dorada se miraban alarmados.

—¿La Gran Carrera Pirata? —susurró Mandarina—. ¿Hay que ser grande para entrar o crees que puede participar cualquier pirata?

—No me gusta cómo suena —murmuró Grandullón, golpeando las rodillas—. Esto me da mala espina. ¡Podría ser muy peligroso!

—Será mejor que coma algo —dijo Bala de Cañón preocupado—. A lo mejor restos de medusas ayudarán al capitán a ir más rápido.


—¿Más rápido? —repitió el capitán Rompehuesos, que lo oyó por casualidad. Inclinó la cabeza hacia atrás y se rio tan fuerte que el hueso que atravesaba su nariz dio una sacudida—. ¿Más rápido? Que me parta un rayo, Fletán, ¡tienes toda una tripulación de majaderos! La Gran Carrera Pirata es una carrera en barco, no a pie. Desde la Bahía Lingote a la Isla Zoquete. ¡Ja! Os veré en la meta… cuando lleguéis los últimos. ¡Siempre y cuando vuestro cutre barco no se hunda por el camino!

Y con eso, se alejó de Fletán con un leve empujón, todavía riendo, y desapareció dentro del Emporio Pirata de Gangas Sanguinarias.

—Lenguado de pelo en llamas… —gruñó el capitán Fletán—. Canalla de dientes podridos… Ya verás quién reirá el último cuando lleguemos los primeros con facilidad a la línea de meta y nos llevemos el premio. ¡Ya lo verá!

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?