Buch lesen: «La historia de nuestra muerte»
La historia de nuestra muerte
D.R. © Libros del Marqués
D.R. © Sheila Almontes, 2020
D.R. © Fotografía de portada: Erika Arias
D.R. © Diseño de interiores y forros, Textofilia S.C., 2020
Libros del Marqués
Limas No. 8, Int. 301
Col. Tlacoquemecatl del Valle,
Del. Benito Juárez, Ciudad de México.
C.P. 03200
Tel. (52 55) 55 75 89 64
Primera edición.
ISBN Edición impresa: 978-607-8409-85-3
ISBN Edición digital: 9978-607-8713-16-5
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
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Dedicatorias
A mi Gerardo.
Este libro lo escribí para ti. Es un homenaje, pues quienes lo lean conocerán al hombre maravilloso, sensible, amable, valeroso, cariñoso y fuerte que fuiste. Sabrán cómo luchaste hasta el último de tus días y serás recordado para siempre por lo hermoso de tu esencia.
Me enseñaste a vivir y cierro este capítulo de mi vida con broche de oro. Sé que estás feliz de saber que mi vida sigue y que viviré correctamente siendo muy feliz. Quiero también compartir el crédito de este libro contigo, Gerardo, pues no lo escribí sola: tú escribiste la mitad de nuestra historia.
A mi padre.
Papá, eres mi mejor ejemplo a seguir. Para mí, eres el mejor padre del mundo y sólo puedo decirte que también te dedico este libro porque sin tu ayuda en esta situación, yo tampoco estaría aquí hoy. Más de una vez me has dado la vida. Te amo mucho, padre mío.
A mi madre.
Te lo dedico a ti, madre, que me preparaste de alguna manera para poder enfrentar esta situación. Sé que me cuidas desde donde estás. Eres la mejor y la más fuerte. Te amo, mamita.
Índice
Capítulo I: Nos conocimos
Capítulo II: La historia de tu vida
Capítulo III: Novios
Capítulo IV: Viviendo juntos
Capítulo V: Nuevos proyectos
Capítulo VI: Cambios inesperados
Capítulo VII: Miedo latente
Capítulo VIII: Luz de esperanza
Capítulo IX: ¿Qué pasa?
Capítulo X: El principio del fin
Capítulo XI: El duelo
Agradecimientos
Capítulo I
Nos conocimos
CASADO
Siempre había tenido curiosidad sobre la muerte. Desde pequeña recuerdo que veía a escondidas programas y cosas relacionadas sobre el tema. El concepto de muerte, como lo conocemos, se refiere al final de la vida, pero yo no lo creo así. Creo que es la continuación hacia una vida más elevada, hacia un nivel energético menos primitivo y mucho más pacífico que el mundo en el que vivimos. Estoy segura de que la manera como experimentamos la muerte no es más que una consecuencia de lo mal que los seres humanos hemos tratado a la tierra y de nuestra ignorancia para valorar el corto tiempo que se nos brinda en ella.
Así comienza la historia del que pudo ser un bellísimo cuento, el cuento de G y S, al cual no pude escribirle el final yo misma. El cuento, hasta el día de hoy, más hermoso y a la vez el más triste de mi vida.
Todavía recuerdo cómo te conocí, mi amado Gerardo. Fue durante un verano no muy soleado, pues en mi pequeña ciudad, el sol no alumbra todos los días y las nubes aparecen en cualquier estación del año. Salía de aquel curso en el que pasaría de administradora a ser una vendedora de bienes raíces. Sí, lo sé, siempre me gustó dar giros en mi vida, pero jamás pensé que la vida me daría un giro como el que me dio contigo.
Iba saliendo del cuarto de baño cuando te vi de pie en la recepción. Iba vestida con un pantalón negro y una blusa morada que llegaba hasta mi muslo –el morado es mi color favorito– y me cubría un saco largo negro que desde hace muchos años guardo por ser mi preferido. Mi instinto, como siempre, fue sonreír. Sonreír como si te conociera. Lo hice a propósito para llamar tu atención y, al parecer, lo logré pues ese pequeño gesto dio como fruto una hermosa relación. En realidad, al verte sentí que me eras demasiado familiar.
A pesar de que trabajábamos juntos, en ocasiones te veía y en otras no; pero yo estaba tan inmersa en mis problemas personales que no tenía tiempo de pensar si me gustabas. Pasó un mes desde aquel día antes de que pudiéramos trabajar juntos y por primera vez entablamos una conversación. Te veías tan serio, tan correcto. Tu forma de "inexpresarte" me pareció graciosa. Sé que está mal juzgar el comportamiento de los demás, pero no pude ver en ti a una persona demasiado expresiva.
Recuerdo que aquel día platicamos cosas simples. Ya sabes, lo típico: "¿Dónde vives?", "¿Por qué estás aquí?". Ese día, mientras esperábamos nuestro turno para atender a los clientes –como parte de nuestro oficio, solíamos llamar "pase" a dicho turno–, despertaste interés en mí, así que comencé una conversación:
—Hola, ¿cómo estás? ¿Qué pase eres?
—Bien, gracias. Me tocó el pase 1, pero creo que me retiraré temprano.
—¿Y eso? ¿A qué se debe?
—Es que mi esposa es cantante en un grupo musical que anima fiestas y va a ir a cantar a Michoacán.
—¡Oh, qué bien! —Respondí con cierto gusto.
—Sí, la voy a llevar.
—Y… ¿Cómo se llama tu esposa?
—Alejandra.
—¡Muy bien! Es un bonito nombre.
—Okey. Bueno, pues te dejo porque tengo que ir por ella. ¡Éxito! —dijiste entre risas.
"Éxito" es la palabra más común entre los vendedores de bienes raíces, aunque en ese celoso medio dudo mucho que todos los "éxito" sean de corazón, pero de ti estoy segura de que siempre lo fue.
Esa fue la única vez que hablamos durante semanas. Te veía ocasionalmente, nos saludábamos –"hola", "adiós"–, pero todo era demasiado superficial.
Un día, en una guardia, estaba sentada a un costado de tu jefa. Llegaste y surgió el comentario entre ella y una de tus compañeras:
—¿Supiste lo que pasó con Gerardo?
—No, ¿qué pasó?
—Se separó de su esposa.
—¡Ay, por Dios! Qué difícil.
—Sí, la mujer vino a la oficina a hacer un espectáculo y aquí le llegó la demanda de pensión.
Al oír esas palabras me desconecté de la conversación para pensar: "Qué mujer tan extrema, qué manera de exhibirlo, Dios". Pero rápidamente, con una distracción, mi mente perdió el tema.
Unos días después, me encontraba en las oficinas de la compañía donde solíamos trabajar juntos y sentí una mirada. Me volví y noté que estabas viéndome. Tu forma de observarme me confirmó que yo también te agradaba. Tu mirada reflejaba la intriga y el interés que tenías de conocerme. Al notar que yo también te miraba, no te giraste; al contrario: me veías fijamente, como si yo fuera algo extraño. Estabas tan metido en tus pensamientos que sólo te notaste algo apenado cuando caíste en la cuenta de que yo también te veía, pero sé que estabas preguntándote cómo sería yo. Regresé la mirada a la puerta de entrada al instante y fingí distraerme. A los pocos minutos me fui del lugar.
En ese momento de mi vida disfrutaba mi soledad: llegar a casa y no tener que rendir cuentas a nadie; hacer lo que yo quisiera de mi vida. Yo y sólo yo, sin considerar a nadie más que a mis pequeños perros, que al final hacían lo que yo quería.
Llamaste mi atención y era una lucha constante entre un "me gusta" y un "disfruto estar sola". Esa lucha que se tiene como cuando deseas comer un bocado más de tu platillo favorito, pero ya estás completamente lleno.
Por esos días yo sanaba una herida sentimental que influyó en la decisión de dejar mi antiguo trabajo, y considerando que era un lugar en el cual mi integridad personal se encontraba en gran riesgo, me animé a abandonar la empresa para aventurarme en la venta de casas. Gracias a eso te conocí.
LA PRIMERA GUARDIA JUNTOS
Ya era octubre. El clima estaba mejorando después de una fría y enfadosa época de lluvias. En esos días me gustaba ir a visitar a mi familia. Cuando llegaba a la oficina de mi padre, solía ponerme a trabajar en la computadora un rato mientras convivía con mi hermana Delia.
Disfrutaba cada día llegar a casa a ver televisión, cenar comida de la calle y hacer planes simples para el siguiente día. Después de 8 años de trabajar bajo mucha presión y llena de estrés, este asunto de vender casas era como estar de vacaciones. Controlaba mis tiempos. Si quería dormir hasta las 11 am, lo hacía; si quería desvelarme, de igual forma podía hacerlo sin tener que llegar somnolienta a la oficina. Era el trabajo perfecto para mí… bueno, casi perfecto, porque en el momento en el que inicié mi carrera de vendedora de bienes raíces se vinieron fuertes alzas en los créditos hipotecarios. La gente no estaba comprando casas por miedo a estos bruscos cambios. Me esforcé mucho y logré vender algunas, pero el no tener un salario fijo, cuando estás acostumbrado a manejar tus finanzas con un salario recurrente, es realmente difícil. Mis gastos seguían corriendo y con ellos, intereses que pude haber evitado con una remuneración periódica.
El sistema de trabajo en la venta de casas era simple: tenía tiempo libre, pero un día a la semana era necesario cubrir una guardia dentro del desarrollo inmobiliario de Villas Campestres, del cual promocionábamos casas para venta y, algunas veces, había que acudir a eventos o lugares que la gente adinerada visitaba.
Cierto día recibí un mensaje en el que se me asignaba la guardia de un evento deportivo de padres e hijos en una escuela de prestigio en la ciudad, un colegio donde asisten niños de padres con dinero. Para mí no representaba cualquier escuela, pues ahí estudiaba la hija de mi última tormentosa relación. Sí, la misma relación que influyó, además de otras cuestiones, en la difícil decisión de abandonar mi trabajo anterior. En verdad temía encontrarlo ahí, pues no habíamos acabado en los mejores términos.
Cada vez que me enviaban un rol de guardias, veía quién iba a acompañarme para saber qué tan bien la iba a pasar, pues algo que me encanta es platicar y hacer bromas. Cuando revisé mi lista me llevé una gran sorpresa: Gerardo. El primer pensamiento que vino a mi mente fue "¿Y de qué voy a platicar con él, si es tan serio?"; sin embargo, era trabajo y no podía faltar.
Al día siguiente me levanté con pocas ganas de ir a mi guardia. No quería encontrarme a mi ex y sentía que quizás me aburriría en aquel colegio con mi compañero, aquel serio personaje tan correcto y que, al parecer, no sonreía mucho.
Me arreglé y llegué a tiempo, como procuro llegar siempre. Ahí estabas, sentado en una de las mesas que adaptaron para la exposición de la mañana deportiva. Me senté a tu lado y comenzamos a alistarnos para recibir a los padres de familia: colocamos folletos de nuestras casas en ubicaciones estratégicas y conectamos todo lo necesario para una proyección en el televisor que nos asignaron.
Pasaron las horas y no había nada de trabajo, pero sólo de trabajo porque de lo demás resultó ser un gran día. Platicamos de mil temas: comida, música, vacaciones… me di cuenta de que no eras tan serio como lo parecías.
—¿Vamos a dar una vuelta? —Me dijiste con expresión de aburrido.
—¡Sí, claro! Vamos. —respondí un poco reanimada, pues me había cansado de estar sentada.
—Y, ¿qué deporte te gusta?
—Pues en realidad ninguno. —Reí.
—¿Ni para ver?
—No. La verdad me aburren. Prefiero ver series y dormir.
—¡Qué bárbara! —me dijiste entre risas—. Pues te diré que a mí sí me gusta hacer deporte. A veces soy un poco flojito, pero cuando empiezo a hacerlo, nadie me para. Me gustan mucho el básquetbol, el tenis y, sobre todo, el atletismo.
—¡Uh! Yo no corro, a menos que sea detrás de comida —dije en broma para hacerte reír un poco.
—Deberías hacer un poco de deporte. Es bueno para la salud y muy liberador
—Sí, algún día. La verdad sí me gusta nadar, pero sólo eso.
Seguimos dando la vuelta pacientemente por todo el colegio. Vimos todos los torneos que se llevaban a cabo y comenzaste a hablarme de tu vida.
—¿Y tú tienes novio?
—No. Eso del amor no es lo mío. Mis últimas relaciones han resultado un desastre. De hecho, espero no encontrarme aquí a un ex novio, su hija estudia en este colegio.
—¡Ah, dímelo a mí! La verdad es que creo que no he sabido elegir bien. Me he encontrado personas muy celosas y posesivas. Mis ex parejas me revisaban el celular y se enojaban hasta de que platicara con la señora de la tienda.
—¡Qué cosas! A mí también me ha ido mal. Casi siempre ha sido a causa del alcohol, pero no soy yo quien lo toma…
—Y… antes de esto, ¿qué hacías?
—Pues en realidad estudié para ser chef, pero trabajé en un despacho administrativo por 8 años y ahora la vida me trajo hasta la venta de casas.
—¡Wow! ¿En serio? ¡Yo también! Estudié la carrera de Administración Hotelera y Cocina, en la Ciudad de México. Trabajé mucho tiempo en eso, pero la verdad me ha dejado más la venta de casas, se gana mejor y las ventas me encantan.
—Pues espero que ese sea el mismo destino para mí.
—Verás que sí. Sólo tienes que ser paciente y vender con mucho amor tus productos. Ponte en el lugar de los compradores, diles de qué forma la casa cubre sus necesidades, y siempre después de la venta agradece con un detalle. Es lo menos que se puede hacer después de las comisiones que dejan.
—Sí, tienes razón. Eso haré.
—El día que gustes te puedo apoyar y darte consejos.
—Muchas gracias, Gerardo. Por ahora vamos a recoger el stand, porque está por finalizar la tarde y hay que retirarnos.
—Pero antes… ¿Podrías darme tu teléfono? Digo, por si algo se ofrece.
—Sí. Claro.
Te di mi número telefónico y fuimos a levantar nuestro material. Esa tarde cambió todo mi panorama sobre ti. Me di cuenta de que no eras tan serio. Hacías bromas, te reías y, amablemente, hasta me invitaste un snack. Reitero: ese fue un gran día.
TRABAJANDO EN LAS OFICINAS
Pasaban los días y yo me angustiaba cada día más por mi situación económica. El hecho de no tener un salario fijo era difícil, pues no estaba habituada a no recibir dinero constante. Hacía mi mejor esfuerzo por vender: iba a exposiciones, salía a plazas comerciales, promocionaba con todos mis conocidos mi nuevo trabajo, pero cada día se tornaba más complicado. Era una situación general: hasta los mejores vendedores estaban pasando por lo mismo.
Mi lado mediocre se consolaba pensando que si los mejores tampoco vendían era porque el problema no estaba en mí, sino en la situación económica tan dura que se vivía en el país: el alza de los créditos hipotecarios, la crisis, el aumento de la gasolina que, en esos días, era un tema de verdadera preocupación. Todo esto hacía la labor de venta realmente difícil, aunado a que el desarrollo urbano para el que trabajaba era demasiado caro –desde mi punto de vista– y la población con el poder adquisitivo para una casa de ese nivel se reducía al 10 % del total del estado.
Los vendedores estábamos pasando por una época de crisis –monetariamente hablando– y nos encontrábamos desesperados porque mes con mes teníamos gastos que cubrir. Uno puede dejar de ganar, pero nunca de comer. Ese era el principal problema. Vi a muchos compañeros abandonar su empleo en el desarrollo, pero yo permanecí porque no podía salir sin vender algo más, lo tomé como un reto personal.
A mediados de septiembre, poco después de mi cumpleaños, nos volvió a tocar una guardia juntos, pero esta vez fue en las instalaciones en las que se encuentran las casas. La guardia duraba todo el día y teníamos una hora libre para comer. Llegué temprano, pero tú ya estabas en la casa de muestra, en la cual había una zona de oficinas con cubículos y escritorios para que los asesores de venta pudieran trabajar con sus computadoras. Recuerdo muy bien que entré a las oficinas y te vi sentado en la parte de atrás, yo me senté en los cubículos de enfrente. Ese día en especial me arregle más que otros, pues quería tener la mejor presentación posible para reflejar mis ganas de trabajar.
Las guardias comenzaban a las nueve de la mañana y, en teoría, terminaban a las siete de la tarde; digo "en teoría", porque era posible retirarse antes. Se hacía un sorteo en cada guardia para establecer en qué orden nos tocaría dar la atención a los clientes. Ese día, un poco antes de que la suerte decidiera quién sería el primero en atender a los posibles compradores, me senté en los cubículos como siempre y tú me observaste. No dudaste en poner de pretexto que el sol estaba pegando muy fuerte por la ventana y que mejor te cambiarías de lugar. Te levantaste con tu computadora en las manos y te sentaste junto a mí.
Fue una guardia muy agradable. Todo el día estuvimos platicando de nuestras vidas, de cosas interesantes, de nuestros trabajos y nos reímos mucho. La verdad es que para verte tan serio nunca pensé que fueras tan gracioso. A la hora de la comida recuerdo que ya teníamos hambre y me invitaste a comer a un lugar cerca de ahí:
—Oye, Shei, tengo hambre.
—Sí, ya sé. Yo también muero de hambre.
—¿Qué pase te tocó?
—El 3, ¿a ti?
—El 2.
—Pues no ha pasado ni el uno. Ya ves que estas ventas están demasiado bajas.
—Pues sí deberíamos ir a comer.
Me propusiste ir a un lugar conocido por su buena comida. Yo, un poco dudosa, acepté con la condición de que fuéramos en mi auto.
Capítulo II
La historia de tu vida
EMPEZANDO A CONOCERTE
La mañana estaba tranquila, aún no había tenido oportunidad de atender a ningún cliente en la guardia; sin embargo me sentía bien. Yo manejaba con la esperanza de llegar pronto a nuestro destino para calmar el hambre. De pronto hablaste:
—Pareces una chica muy linda; pensé que eras más ruda.
—Pues soy ambas —contesté entre risas.
–Bueno, así parece. Pero ya conociéndote no es así. Me siento raro —dijiste con cierto matiz de incomodidad.
—¿Por qué?
—Pues porque tú eres quien maneja —dijiste riendo—. No estoy acostumbrado.
—Para la siguiente ocasión manejas tú. —Seguí el juego.
—Por cierto, ¿dónde vives?
—Aquí en San Antonio. ¿Y tú?
—Yo vivo en Villas Campestres.
—¿En serio? ¡Qué bien! Vives justo donde trabajas.
—¿Por qué crees que llego tan temprano?
—Ahora lo sé.
—Pues mira, tú tampoco vives tan lejos. ¿Con quién vives?
—Vivo sola.
—¿En serio?
—No es fácil, pero así vivo desde hace algunos años.
—Qué bien. También es bueno tener tu espacio.
Llegamos al lugar y ordenamos. Para mí era muy curioso ver "de reojo" como todo el tiempo me mirabas y con mucho interés. El mismo interés con el que analizabas cada cosa que yo decía, cada movimiento que hacía, cada reacción que tenía. No sabía qué pensabas en ese momento, pero sí sabía que te llamaba la atención. Eras muy obvio. No sabías disimular tu interés, y la verdad es que eso me hacía sentir bien, me hacía sentir especial, pues tu energía reflejaba un interés puro y natural.
Había hombres que me seguían, pero nadie me gustaba como tú. Después de mi última relación, me había mantenido soltera porque nadie llenaba mis expectativas; había quienes se acercaban, pero algo les faltaba. No sabía bien qué era. Unos me fastidiaban; otros parecían desesperados; otros simplemente no me demostraban interés, pero tú cubrías todo.
Al regresar a la oficina volvió a surgir el tema de las parejas, como en la guardia del colegio. Entonces llegó mi pregunta:
—¿Por qué eres divorciado? ¿Qué es lo que ha hecho que no funcionen tus relaciones?
—Pues mira, no te niego que me he enamorado, pero nunca he sentido lo que es verdaderamente el amor. Ese amor que te hace dar todo por una persona y pues he aguantado cosas por mis hijos, pero no he sentido que ame intensamente a ninguna mujer.
—¡Dios mío! ¿A tus 41 años no has amado? —dije, burlona.
—No te rías. —Reíste mientras lo decías—. Es en serio. No te digo que no he querido, sí lo he hecho. Y mucho, pero siento que "amado", no.
—¿Y eso por qué?
—Pues no sé. Quizá no ha llegado la indicada, o no he sabido elegir bien; y pues también tengo mi carácter.
—¿Cómo?
—Sí, soy muy enojón y todo termina en pelear, pelear y pelear.
—Muy mal amigo, eso no debería ser.
—No, pero tú me vas a ayudar.
—¿Yo? Okey… claro.
—Sí, se ve que eres una chica muy tranquila. Bueno, claro, si tú quieres. —En ese momento se sonrojó.
—Claro —Reí—, para eso somos los amigos.
De momento pensé: "Este hombre me lo dice para que caiga. Es verdaderamente un buen vendedor. Ahora sé por qué es de los mejores vendedores de casas de la compañía. Es imposible que no haya amado a los 41 años. Bueno, pero en caso de no mentir, puedo ayudarlo".
Pensaba andarme con cuidado, pues también yo tenía mi pasado, mis traumas y vivencias que me hacían ser lo que era en ese entonces. Si hubiéramos hecho un comparativo de cómo estaba yo 5 años atrás, habríamos visto que era una persona completamente diferente: inestable, insoportable, inmadura, celosa y agresiva; pero la vida me había dado pequeños golpes que me obligaron a acudir con una psicóloga, la doctora Alicia.
Por la noche, al retirarnos de la oficina, nos despedimos y me dijiste:
—Oye, antes de que te vayas, ¿te puedo escribir de vez en cuando?
—Claro, cuando gustes.
—Para que me ayudes con mis traumas. —Reíste.
—Si, te ayudaré.
—Okey. Entonces, que pases una linda noche.
—Gracias. Nos vemos.
Cada quien se dirigió a su auto, nos fuimos a descansar; y, al menos yo, a pensar en lo mucho que empezabas a gustarme.
Llegué a casa un poco fastidiada del tráfico. Decidí comprar mi cena en la calle e ir a comerla en mi casa. Por mi cabeza no pasaba nada más que cenar y ver una serie, cuando recibí un mensaje que decía:
—Gracias por tu amistad y tus palabras. Me la pasé muy bien, según, trabajando.
—¿Según? —respondí mientras me preguntaba a qué te referías—. ¡Si trabajamos mucho!
—No te creas. Ya sabes, estamos para ayudar. Trabajaré en mis problemas emocionales y no respondo si termino conquistándote. Eres una personita muy especial. Tienes una magia que no sé describir.
—¡Qué seguro! Pues trabajemos en tus problemas.
—Estoy dispuesto. Descansa; linda noche.
En ese entonces asumí que estaba comenzando una relación y que ambos estábamos dejándonos atrapar en el gusto por el otro. El principio de la relación más hermosa de mi vida y también la más corta.
BUSCANDO AYUDA
"un gran día" me escribiste aquella noche. Iba entrando a mi casa cuando me llegó el mensaje con una foto adjunta de cuando fuimos al Instituto Cumbres, era una foto tuya y mía de ese día, el gran día.
—¿Cómo te fue en tu guardia, Gerardino? —respondí para iniciar una conversación. Para entonces yo te llamaba “Gerardino” y no por tu nombre correcto, sólo jugando.
—¡Te burlas de mí! No llevo nada del día de ayer a hoy. ¡Nada!
—No es burla. Bueno, un poco.
Me platicaste que te acordaste de mí al comer unas golosinas, ya que cuando tocamos el tema de las redes sociales, te comenté que mi nombre en ellas es una asociación de "tortuga" –un animal por el cual tengo un gusto especial– con unos dulces.
—Hoy me comí unas gomitas y con cada una me acordaba de ti.
—¿Porque soy "Tortugomita"?
—Sí, y porque también te gustan. Lo sé.
—Sí, pero prefiero las rojas. Son las mejores. Oye y… ¿Sí te ríes? Es que te veo muy serio.
—¡Claro! Ayer traía un relajo con tu jefe y Sergio —Un compañero del trabajo— pero… ¿me veo muy serio? ¿Enojón?
—Sólo serio.
—Tal vez porque estoy estresado y preocupado. No he vendido nada y tengo muchos compromisos.
—Tú, tranquilo. Vas a vender. —Intentaba darte ánimos.
—Sí, eso espero. Hablando de ventas, te invito a cenar quisiera pedirte un favor. ¿Aceptas?
—Muchas gracias. Claro que sí, pero, ¿qué tiene que ver la cena con las ventas?
—Nada, pero no sabía cómo decirte.
Te encontré en el supermercado que acordamos y nos dirigimos a un lugar que me gustaba mucho, los burritos de pastor de ahí eran deliciosos. Comenzamos a platicar y te pregunté directo al grano:
—Bueno, ya estoy aquí. ¿Para qué soy buena?
—Pues mira, te voy a ser sincero. Te quiero contar toda mi historia. Como ya sabes tengo hijos, pero no sólo de una mamá, son dos hijos. Yo me casé a los 33 años, pero el mismo año en el que me casé, se embarazó la mamá de mi hija y ese año nos separamos.
—Qué relación tan corta.
—Sí. Pero en fin, ella se arrepintió y desapareció. Me fui a Estados Unidos, donde viví 5 años, trabajé en muchas cosas; entre ellas, en una cocina. ¿Recuerdas que soy chef igual que tú, tortuguita? También trabajé en un lote de autos. La vida allá es muy vacía. Me regresé por problemas emocionales. No pude tolerar estar solo allá. El ritmo de vida es muy diferente; y la gente, demasiado materialista, desde mi punto de vista. Y la verdad me estaba ganando la fiesta. Regresé a Toluca y empecé a vender casas. Fue ahí donde conocí a la mamá de mi segundo hijo; con ella estuve más de tres años, pero fue una relación muy mala.
Yo conocía a la mamá de tu hijo, Arely. Trabajaba en el desarrollo con nosotros, sólo que en ese momento aún no sabía que se trataba de ella.
—Fue una relación muy tormentosa. Me llevo bien ahora con ella por mi hijo, pero nada más. Cuando terminamos nuestra relación, comenzaba a cuestionarme por qué no buscar a mi primera hija, Rocío, por sugerencia de mi hermano Ella ya tendría nueve años. Me metió la espina de que tenía que verla y lo hice. Busqué y contacté entonces a mi ex pareja. Como ambos nos encontrábamos solteros, decidimos volver a intentarlo; y así fue que regresamos. La llevé a vivir a donde vivo actualmente, pero ella era muy celosa y todo el tiempo me estaba exigiendo dinero. Tú sabes que las ventas han estado bajas y no hubo mucha comprensión, igual que la primera vez. En cuanto se acabó el dinero, se le acabó el cariño. Un buen día llegué a la casa y estaban algunas de sus pertenencias envueltas en una sábana. Era poco, sólo ropa y algunas cosas extra, ella tomó el envoltorio y se fue. Me abandonó.
Al verte platicar realmente me conmoviste. Tu piel morena, tus ojos café claro enmarcados por tus pestañas largas y rizadas, que en ese momento reflejaban el dolor que te causaba toda esa situación. Entendí entonces por qué tantos traumas. Entendí qué era lo que pasaba en tu vida, por qué creías que no habías amado. Sé que sí amaste, pero el dolor bloqueó el bello sentimiento. No elegiste bien. Te dejaste llevar por la vanidad y la necesidad de estar con alguien, sin fijarte en los sentimientos, los valores morales y sentimentales de tus ex parejas. También entendí que a ti tampoco te habían amado. ¡Es tan simple amar a una persona cuando la elijes bien! El problema cuando elijes mal y por impulso es que las consecuencias son devastadoras para tu corazón. Vi que querías entregar todo y hacer bien las cosas, pero simplemente tus pésimas elecciones de pareja no te lo habían permitido. Digo "pésimas" porque, a mi parecer, buscaste amar, pero te correspondieron con dolor, violencia e inmadurez.
Hay detalles detrás de estas mujeres "oscuras" que hoy conozco, pero no perderé el tiempo en mencionarlo. Al conocer estos detalles entendí en qué parte radicaba el punto débil. Soy una persona observadora y empática. Sé que ningún ser humano es perfecto y que cada quien tiene su propia versión para cada situación. Tu caso me intrigaba cada vez más.
—¿Qué pasó después? ¿Desapareció como la primera vez?
—No, esta vez fue diferente. Me demandó. Solicitó el divorcio –desde la primera vez estamos casados– y pidió dinero, mucho dinero que no tengo. Pienso que sólo regresó para poder hacer retroactivo el dinero de esos 9 años. Soy el menor de 4 hermanos. Mi hermano Ernesto, que siempre ha visto por mí, fue quien me ayudó y me prestó una parte. Él representa mi caso, pues es abogado. Esa mujer me mandó golpear e incluso me metió a la cárcel por una noche. Ya es posible entrar a la cárcel sólo por incumplir en la demanda de pensión a un hijo. La peor noche de mi vida. Ahí dentro escuchas de todo, gruñidos, gemidos, gritos… es horrible. Estaba dentro de una celda con otro tipo que entró por un cargo igual al mío, y esa noche nos cuidamos espalda con espalda; no dormí por el miedo de no amanecer. Suena muy exagerado, pero es la realidad, desde esa noche no soy el mismo, de verdad no se lo deseo ni al peor enemigo. Es por eso que te llamé, porque necesito una carta personal para el juzgado, que diga que me conoces y que nunca te he hecho nada, que soy un compañero de trabajo honesto y que soy buena persona. La necesito presentar pasado mañana y quería ver si pudieras ayudarme.
Me sentí verdaderamente conmovida al escuchar su historia. Dicen que este mundo se mueve por lástima y manipulación, pero yo no perdía absolutamente nada en darte la carta que necesitabas, al contrario. Te ayudaría si lo que me decías era verdad. Mis hermanas siempre me han dicho que soy demasiado confiada, que creo mucho en la gente; y sé que tienen razón, pero pienso que no se puede vivir desconfiando y pensando mal. Mientras no conozcas a la persona, no tengo por qué desconfiar y esta vez no me equivoqué.
Cuando terminamos la cena, nos dirigimos a un café Internet, en el cual yo misma redacté la carta, la firmé y te dije:
—Toma, aquí está y espero que sea de ayuda.
—Muchas gracias en verdad me ayudas mucho, eres muy linda.
—Para eso estamos, amigo.
—Bueno, pues. Te dejo en tu casa y me retiro.
—Sí, claro.
Como vivo sola, soy muy selectiva en las personas que invito a mi casa, por eso sólo te permití dejarme en la puerta del fraccionamiento. Ahí me despedí y me fui caminando.