Aleatorios

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Fue esa neurótica comparsa de razones que motivó en él la necesidad de tranquilizarse. Sabía que tenía que tener paciencia y hacer las cosas con calma. Por lo que recurrió una vez más a una técnica mental infalible; recordar a Lucila sonriendo, y con esa imagen seguir adelante hasta recuperarla.

Un trueno estalló a los lejos, y su resplandor iluminó el horizonte más allá del paredón que limitaba sus recuerdos. Comenzó a llover, y la sensación de las gotas en su rostro lo sumergió en un infrecuente estado de tranquilidad. Oliver observó el cielo plomizo y espeso, cubierto por diferentes capas de nubes negras y cargadas que se lanzaban sobre la ciudad.

>… después de la confesión y el arrepentimiento viene la absolución, así como después de la tormenta sale el sol… quizás debería llover en todo el planeta al mismo tiempo, e impregnar de agua nueva a toda la humanidad… quizás de esa forma… <

La explosión de un segundo trueno lo distrajo de sus pensamientos. Y al instante la lluvia se hizo más intensa, haciendo que en pocos segundos el agua atravesara su ropa y empapara su cuerpo. Una agradable sensación de frío lo sorprendió provocando un temblor repentino e involuntario. Oliver bajó la mirada y observó cómo a su alrededor las personas comenzaban a correr apresuradas en busca de algún lugar donde refugiarse. Algunas lo hacían tomadas de las manos de sus hijos, otras arrastrando a sus mascotas desde las correas. Oliver analizó todos esos rostros. Gestos de alegría y frustración. Voces que llamaban a hijos, padres, novios. Nombres de personas únicas e irrepetibles que se disipaban en el viento. Y él entre todos esos cuerpos en movimiento, como una figura incongruente y solitaria que se funde con la lluvia.

Frente a Oliver, un hombre y una mujer se besaban bajo un árbol. Ella tenía el pelo totalmente mojado, el cual se adhería como un marco de caoba a la simetría de su rostro. Su ropa húmeda goteaba. De repente el hombre la abrazó con fuerza, como si alguien quisiese robársela. Y al instante comenzó a besarla en la frente, en la mejilla, en los labios. Ella se entregaba ciegamente a su pasión, a su protección. Las gotas de lluvia que caían alrededor de ellos hicieron que la imagen de la pareja se tornase borrosa. Difusa como una foto bajo el agua, y tan etérea y penetrante como la nostalgia que oprimía el pecho de Oliver.

La lluvia no mermó. Y el agua comenzó a limpiar la estructura de unos viejos juegos; hamacas, columpios, toboganes. Todos estaban muy dañados. El correr de los años y la falta de mantenimiento habían dejado en ellos manchas de herrumbre y grietas de diferentes tamaños. Los niños se habían cansado de usarlos o los habían reemplazado por otras distracciones más complejas y actuales. Niños que con el tiempo serán hombres y mujeres con sentimientos fríos y egoístas, que marcharán por la vida usando y destruyendo. Personas a las que el paso de los años irá oxidando y resquebrajando al igual que a aquellos juegos. Seres que en algún momento serán traicionados o reemplazados por aquellos en quienes confiaban, y que por su parte ellos harán lo mismo con otros. Y así, una vez más. El marrón y milenario círculo de mierda al que está acostumbrada la sociedad se cerrará. Quizás, pensaba Oliver, con el paso de los siglos las virtudes poco rentables como la lealtad, la honradez o la sinceridad se conviertan en un carácter tan oculto y erosionado en el código genético del ser humano que prácticamente se extingan. Como sucedió con ciertas cualidades de supervivencia que poseían los reptiles de la era mesozoica, por ejemplo, y que con el paso de los siglos dejaron de ser funcionales para adaptarse a los cambios del planeta. Probablemente en algún lugar de la conciencia genética del Homo sapiens, se está formando y transmutando un espécimen indescriptible. Una bestia trastornada y viscosa. Un mutante. Un ser cínico, caníbal y amoral. Dispuesto a hacer con quien sea lo que sea, con tal de dormir con el estómago lleno y sus impulsos sexuales satisfechos. Aunque tal como está el mundo, creía Oliver, una mutación física que deforme a las personas hasta convertirlas en monstruos sería una mera formalidad, un insignificante acto protocolar. Puesto que por dentro, en el interior de muchas personas ya predomina el esperpento, el monstruo. Y para corroborarlo solo hay que sintonizar algún canal de noticias, o abrir un libro de historia en cualquier página. Guerras, abusos, canibalismo, racismo, gobiernos militares, nazismo, esclavitud, feudalismo, armas químicas y nucleares, muros de piedra, muros de alambre, muros electrificados, muros de hambre, terrorismo, apartheid, drones… El tipo de información histórica o actual con el que la mayoría de la gente desayuna y almuerza sin sorprenderse frente al televisor o escuchando la radio. La crueldad y la desigualdad no son más que otra noticia, junto al pronóstico del tiempo y las hipnóticas vulgaridades de los famosos. Todo el tiempo, en todo el mundo y de forma individual o colectiva, la humanidad se devora a sí misma. Convirtiendo al hombre en un animal de granja para el propio hombre. Y esa era otra verdad categórica de la que Oliver estaba convencido.

Justo en el momento en que Oliver imaginaba todos los niños que se habrían divertido en aquellos pedazos de hierro y madera, cuando eran nuevos y estaban pintados de colores chillones. La lluvia disminuyó. Y una brisa larga y persistente atravesó el parque deslizándose entre los arbustos y sacudiendo la copa de los árboles. Un sorpresivo remolino de coloridas hojas secas se elevó del suelo agitándose a un costado de él, para luego dispersarse a su alrededor como si fuesen una colonia de mariposas en primavera. Las hojas siguieron elevándose entre las finas gotas de lluvia, agitadas por una fría corriente de aire que se filtraba por las grietas de las deterioradas estructuras de la plaza. Haciendo que estas rechinen y silben de tal forma que a los oídos de Oliver parecían ser notas musicales que su mente en solo segundos ordenó en una partitura imaginaria. Era como si por algún tipo de proceso alquímico invisible, el viento se hubiese disuelto a través de las maderas y los metales podridos creando una melodía que él conocía perfectamente. No sabía de dónde, ni por qué. Pero sabía que se relacionaba con Lucila. Conocía cada nota, cada minúsculo compás y su silencio. Esa melodía era una de las pocas cosas que su discontinua memoria le permitía recordar de su pasado. Incluso a veces soñaba con ella. Sabía que pertenecía a Beethoven, y el nombre era “Silencio”. Por unos instantes, su frecuente ansiedad y aquel odio implícito en la mayoría de sus pensamientos se disolvieron en un confuso recuerdo.

Oliver se preguntó si él era el único en aquella plaza que le encontraba sentido a esas notas. El único que escuchaba aquel “músico invisible” que se empecinaba en repetir una y otra vez las mismas breves y melancólicas notas. Cuestionarse tal cosa hizo que se sintiera más aislado y solo de lo que ya estaba. Lo que lo llevó a preguntarse. ¿“Ellos” apreciarán la música? Lo más probable, se respondió a sí mismo, es que de algún modo sí la entiendan, puesto que las matemáticas no solo son unas de las bases de la música, sino también un lenguaje universal. Pero la cuestión estaba en si les despertaría algún tipo de sentimiento. Si serían “Ellos” capaces de conmoverse al escuchar un solo de violín, por ejemplo.

En aquel momento, a Oliver le pareció raro y triste pensar que de todas las formas de vida inteligentes que existen en el universo, los seres humanos puedan llegar a ser los únicos que se emocionen con la música, o que sean capaces de crearla. De ser así, esto le otorgaría al espíritu de nuestra raza una hermosa y frágil exclusividad, y al mismo tiempo nos sumergiría en una inmensa y cósmica soledad. En ese instante, Oliver recordó vagamente haber leído en algún lado que las ondas de radio son capaces de atravesar la atmósfera y continuar su trayectoria a través del espacio. De hecho es posible que la primera transmisión de radio que se hizo en el mundo todavía esté viajando por el cosmos. Lo que significaría, pensaba Oliver, que la música transmitida en las ondas de radio seguirá viajando a través del espacio, de forma intemporal, continua y permanente. Y permanecerá allí flotando en el cosmos, aun en el caso en que la raza humana dejase de existir.

Oliver imaginó todas aquellas melodías creadas por el hombre cruzando el infinito, musicalizando sin testigos el nacimiento de una estrella, o el lento rotar de la celeste superficie de un planeta en donde la vida se está iniciando. Sería como la película 2001, una odisea del espacio en la sala de un cine, solo que sin espectadores que se emocionen y reflexionen guiados por aquella perfecta sincronización de música e imágenes.

A esa altura de sus pensamientos, la lluvia ya se había convertido en tormenta. Y a medida que se intensificaba, las gruesas gotas formaban un dosel gris oscuro a su alrededor. El viento comenzó a soplar con más fuerza. Dilatando las notas que escapaban de los oxidados orificios en los tubos de las hamacas. El músico invisible siguió tocando su música sobrenatural. Solo que esta vez la melodía tenía el efecto de un llanto, pero no de dolor o tristeza, sino de felicidad y esperanza. En ese momento Oliver miró hacia el cielo. Todo estaba teñido de negro, excepto por unos pequeños espacios entre las nubes que se esparcían a lo lejos, en el horizonte. Allí los rayos del sol se filtraban entre las gotas de lluvia, haciendo que el cielo resplandezca como una promesa bíblica de perdón y resurrección.

>Qué hermoso día…< pensó. Entonces inhaló y exhaló profundamente con la boca, haciendo que el cálido aliento se dispersara alrededor de su rostro como si fuese un espíritu travieso. Luego cerró los ojos y se quedó en esa posición durante unos minutos. Las gotas de lluvia recorrieron su rostro suavemente, del mismo modo en que lo haría una persona invidente imaginando sus facciones con la yema de los dedos. Después de unos segundos abrió los párpados, y el rostro de Lucila se superpuso a su mirada como si fuese un manto cubriendo el mundo que lo rodeaba. En ese mismo instante la tristeza volvió a deslizarse a través de él, al igual que la corriente de un río que se las ingenia para vadear cualquier cosa que intente obstaculizar su recorrido.

 

Los caprichosos gritos de un niño reclamándole a su madre que quería jugar en el barro llamaron su atención. Oliver giró su cabeza y vio que no muy lejos de donde él estaba un chico y su madre se cubrían de la lluvia bajo el precario techo de un pequeño kiosco ubicado a unos cuantos metros de la calesita. La madre sacudió del brazo al niño para que se callara, luego miró a Oliver a los ojos por unos segundos, e inmediatamente después tomó con fuerza a su hijo de la mano y se fue del lugar con temerosa rapidez, mientras el niño complacido enchastraba sus zapatillas en el barro. La intensidad de la lluvia impedía diferenciar entre los charcos pequeños y grandes. Sin embargo, el instinto de madre hacía que la mujer guíe a su hijo por los menos profundos.

Fue en ese momento en que Oliver tomó conciencia de sus lágrimas. Las que inmediatamente después de salir de sus ojos se mezclaban con la lluvia. Oliver no hizo ni el más mínimo intento por disimular su dolor. Nunca tuvo en cuenta lo que pensasen los demás. Jamás le habían importado la compasión o la aprobación del mundo, no por lo menos hasta donde él podía recordar. De todos modos, él sabía que todos aquellos que lo señalaban o criticaban, de una u otra forma ya estaban condenados. Toda esa abyecta fiscalía de hipócritas ignoraban que estaban vivos y muertos al mismo tiempo. Al igual que en la paradoja de Schrödinger5, en donde el futuro de la existencia depende de los caprichos de un átomo.

A esas alturas el parque ya había quedado desolado de gente. Algunas nubes habían descendido hasta casi tocar la punta de los pinos más altos. Y hasta donde se podía ver, todo a su alrededor estaba sumergido en diferentes gamas de grises. Solo se escuchaba el murmullo del viento azotando la copa de los árboles y el progresivo repiqueteo de la lluvia sobre el barro, el pasto y las hojas secas. Hilos de niebla flotaban deslizándose lentamente entre los helicópteros, los caballos, lachas, carretas antiguas y autos de carrera dispuestos en círculos sobre la plataforma de la calesita. Súper Hijitus, el profesor Neurus, Larguirucho y otros personajes estampados en sus estructuras, observaban sonrientes y descoloridos algún lugar lejano en el horizonte. Posiblemente el camino secreto hacia Trulalá. De repente un relámpago estalló a medio camino entre el cielo y los cerros que rodeaban la ciudad, y su resplandor hizo que por unos segundos las gotas de lluvia parecieran platino líquido diluyéndose sobre toda la superficie del parque. Oliver volvió a levantar su rostro hacia el cielo con los ojos cerrados, y sintió toda la soledad del universo en su pecho. La ausencia de Lucila estaba por todos lados a su alrededor. En especial los días de lluvia como ese. Lucila los amaba.

La nada que dejó Lucila en él tenía forma y sustancia, condensándose como un coágulo en el centro de su pecho y abarcando cada instante de su vida. Un vacío que se hacía más intenso en momentos como ese, cuando la naturaleza le hacía experimentar sensaciones hermosas que no podía compartir con ella. Oliver sintió cómo ese dolor se expandía dentro de él con la misma violencia de un grito. Y así, abatido y atormentado volvió a preguntarse por millonésima vez.

—¿¡Dónde estás, mi amor!?

1 Solipsismo

2 Albert Einstein

3 Alusiones al “Mito de la caverna de Platón”

4 Poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana

5 El físico Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger, premio Nobel en física, propone un sistema formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato, una botella de gas venenoso, una partícula radiactiva con un 50% de probabilidades de desintegrarse en un tiempo dado y un dispositivo tal que, si la partícula se desintegra, se rompe la botella y el gato muere. Mientras no se abra la caja no se podrá saber en qué estado se encuentra el gato y su paquete de ondas se mueve entre el 50% de estar vivo y el 50% de estar muerto. El estado del gato, en esta situación, fluctúa entonces entre la vida y la muerte hasta que la caja no se abra

6 Gordon Willard Allport; Psicólogo Estadounidense. Considerado uno de los creadores de la psicología de la personalidad.

CAPÍTULO QUINTO
LA CITA

20:15. La puerta del bar se abrió por décima vez.

Selene observó con desilusión que no eran ellos.

¿Por qué llegar media hora antes? Se preguntó a sí misma, al tiempo que revolvía su segunda taza de café. La respuesta era clara, Antínoo le gustaba demasiado y eso la inquietaba. Por lo que reaccionó del mismo modo que lo haría cualquier antílope del Serengueti con dos dedos de frente cuando se siente vulnerable. Tomar distancia para poder analizar la zona, crear su propio perímetro de defensa. Y por último, localizar el camino más rápido y seguro para poder huir.

Era una forma de dominar su ansiedad. Lo hacía siempre que estaba nerviosa. Hacer lo posible por controlar la situación. Vencer los nervios estudiando la mayor cantidad de aspectos posibles de determinada circunstancia. Analizar el contexto, preparar el terreno, buscar la posición más favorable. Le salía de manera natural. Prácticamente sin darse cuenta. Aunque lo más probable es que haya influido en ella haber leído unas tres veces SUN TZU (El arte de la guerra).

Esa táctica le funcionaba perfectamente en el trabajo. Sin embargo, en su escasa vida social jamás había tenido la necesidad de ponerla en práctica. Además, hacía ya mucho tiempo que había dejado de buscar a esa “pareja especial”. Confinando en lo más profundo de su ser aquel derecho instintivo y natural que tiene todo Aleatorio de encontrar el amor.

Muy pocas veces aceptaba invitaciones para salir. Y las veces en que lo hacía, sus expectativas no eran muy altas. Por lo que no le importaban las formalidades o los detalles que pudieran favorecerla o no.

Sin embargo ahora por su cabeza pasaban ideas obsesivas. Se dio cuenta de eso mientras cerraba la puerta de su departamento al salir. Había estado demasiado tiempo frente al espejo combinando su ropa. Fijándose en que los zapatos hagan juego con su vestido. Que los aros no sean desmedidamente grandes en comparación con su cara, haciéndola parecer un elefante. O exageradamente chicos dando a entender que era una persona mísera y sin carácter. O peor aún, que sean unos aros irritablemente perfectos, haciéndola quedar como una maniática de las proporciones y la moda. Sabía que estaba comportándose de forma obsesiva, pero no le importaba. Parecía estar atravesando por la clásica inseguridad que caracteriza a los adolescentes en determinada etapa, solo que a ella le estaba pasando a una edad en la que se supone que ya debería haber logrado dominar sus impulsos y equilibrar sus emociones. Le causó gracia pensar en eso, y recordar que tampoco era habitual en ella mirarse en las vidrieras de los negocios mientras caminaba. Cosa que había hecho una docena de veces antes de llegar.

Sí, definitivamente estaba un poco obsesiva, admitió para sí misma. Mientras intentaba no mirar la puerta del bar, o aquel enorme reloj que en lugar de números tenía estampado imágenes de bandas y cantantes de rock de los ochenta. El cual colgaba en la pared sobre la cabeza del barman, y que ocultaba subliminalmente dos nostalgias; una, la del paso del tiempo, la otra el recuerdo de unas de las épocas más creativas en la era del rock.

Selene recordaba perfectamente la última relación que tuvo con una pareja. Hacía más de dos años. Al principio, cuando todo comenzó, ella creyó que podría controlar el avance de esa relación dándole uso instrumental básico, como tener algo de sexo y la compañía necesaria para no tener que ir sola al cine. Pero no fue así. El amor apareció, y después de un tiempo llegaron sus compinches de siempre. La dependencia emocional, las inseguridades, la mezquindad, las mentiras, las exigencias, la censura, y por supuesto los celos. La relación terminó varias veces y comenzó otras tantas, hasta que se dio cuenta de que los únicos que tiraban los dados en ese juego eran ellos, ella solo miraba. Quizás si hubiese nacido con un carácter más dócil, probamente ahora seguirían juntos, quién sabe. La cosa es que después de haber superado un tiempo en el que asimiló todo lo ocurrido, llegó a la conclusión de que ya había sufrido demasiado, por lo que no permitiría que eso vuelva a suceder. Y para no pensar en ese y otros fracasos sentimentales, llenaba inconscientemente las horas de su vida con todo tipo de quehaceres, como quien atiborra de aderezos y picante una comida que no le gusta. Además, ella sabía que tomar conciencia de su soledad la convertiría en una persona vulnerable, y ese es el primer paso para dar lugar a un conformismo que al final la terminaría anulando como individuo, lo que la llevaría a rendirse una vez más ante los deseos y caprichos ajenos. Y esa era una actitud que se había dispuesto dejar atrás para siempre.

En cierto modo, Selene sentía que su vida sentimental se había convertido en una suerte de “Paralelo treinta y ocho”1.Una zona tensa y frágilmente segura, que limitaba por un lado con un pasado cruel y plagado de falsedades al que no quería regresar. Y por el otro, por un futuro en el que no confiaba, y que podría devorarla en cuanto se descuide. Por eso ella decidió en un arrebato de asombrosa destreza defensiva permanecer en esa zona desprovista de compromisos y estandarte. Pero ahora, ese frágil armisticio entre sus malas experiencias pasadas y un futuro incierto estaban en peligro de anularse. Ella sabía que en algún momento tendría que decidir. Vivir aferrada en el ayer y consumirse en el resentimiento, o mirar hacia adelante e intentarlo.

A pesar de la melancólica, incómoda y familiar sensación de incertidumbre que la abrumaba cada vez alguien se le acercaba, Selene presentía que esta cita en particular sería totalmente diferente a otras de su pasado. Y eso era simplemente porque Antínoo era una persona distinta a las que había conocido. De hecho, la hizo sentir alguien especial desde el primer momento en que se presentaron en el shopping, y ella aceptó su invitación a almorzar. Momento desde el cual habían pasado solo un par de semanas. Además, si había algo que destacar en todo lo que le estaba ocurriendo, no era solo la rapidez con la que estaban aconteciendo las cosas. Sino más bien lo mucho que había influido en ella aquel primer encuentro. Selene estaba segura de que, si alguien le preguntase qué es lo que habían ordenado para comer, tardaría en responder. Sin embargo, recordaba perfectamente la meticulosidad y precisión con la que Antínoo le habló de Ariadna. Había tanta devoción en sus palabras que parecía que ella hubiese estado allí, sentada con ellos. Probablemente fue esa actitud, ese claro testimonio de amor hacia su pareja, la que le permitió atravesar ese campo minado de inseguridades y desconfianza que ella misma sembró a su alrededor.

Mientras Selene observaba la superficie oscura de su segunda taza de café, y el reloj colgado en la pared frente a ella tenía su aguja grande apuntando a Madonna y la pequeña en A-ha (marcando las 20:35) recordó que después de almorzar pasearon con Antínoo por la ciudad hasta que se hizo de noche. Vieron vidrieras, tomaron unas copas de vino. Hasta se dieron tiempo para visitar un negocio en donde vendían todo tipo de cosas antiguas. Allí pasaron un momento maravilloso observando libros, discos de vinilo, muebles y artefactos pertenecientes a una época en la que todo parecía ser más simple y duradero. Cuando salieron del local la noche la sorprendió, causándole una sensación de tristeza que se disipó en el instante en que Antínoo se ofreció en acompañarla hasta su departamento.

 

Recordó también que, al llegar a la puerta del edificio, Antínoo hizo algo que la desconcertó y conmovió por partes iguales. Primero, en ningún momento le propuso entrar o dio a entender que quisiera hacerlo. Simplemente la miró a los ojos y le sonrió. Fue en ese momento en que la amígdala cerebral de Selene, aquella parte de su cerebro que se encarga de sus temores y recelos (y que por cierto estaba bastante entrenada en catalogar miradas o actitudes rapaces y vanidosas), no percibió jactancia ni egoísmo. Luego él levantó su mano hasta que con sus dedos apartó un mechón de pelo que el viento colocó en su frente. Allí permanecieron por unos segundos. Todo había parecido suceder en cámara lenta, y sin darle tiempo a que la boca de Selene se hubiese abierto para decir algo, cualquier cosa, él ya estaba bajando las escaleras del pórtico. Ella pensó en que nunca antes se había sentido tan segura con alguien. No solo por lo que ya le había demostrado Antínoo durante el almuerzo, sino también, porque él no hizo ningún intento por obligarla a decidir rápida y arbitrariamente algo que ella todavía no estaba preparada para hacer.

Mientras lo observaba irse, lo comprendió. Sobre todas la cosas, él respetaba a Ariadna, y no haría nada si no estaba con ella. Muy diferente a otras parejas que había conocido. Algunos egoístas entre sí, otros ni le daban la debida importancia al haber nacido en pareja. Simplemente estaban juntos porque así lo dispuso la naturaleza. Ni siquiera notaban lo afortunados que eran al no ser Aleatorios.

A la doceava vez que se abrió la puerta del bar, entraron ellos. Quien primero lo hizo fue Ariadna, llevaba puesto un vestido negro que dejaba sus hombros al descubierto y que se deslizaba graciosamente sobre su cintura, desde donde unos disimulados pliegues brindaban sensuales movimientos en la fina tela, la cual llegaba con sutil calma hasta un poco más arriba de las rodillas, casi mezquinamente, solo lo suficiente como para dar a entender unas largas y bien torneadas piernas. Aquel día, y como era su costumbre, Ariadna había escogido vestirse de forma sobria y elegante, lo que demostraba que su buen gusto primaba por sobre su vanidad. Su cabello era más bien corto, y le llegaba un poco más abajo del mentón, enmarcando perfectamente un rostro fresco y juvenil. Unos enormes ojos color miel hacían aún más pequeña su nariz y boca, brindándole un enamoradizo toque de ingenuidad e inocencia. Antínoo vestía simplemente una camisa blanca que combinaba perfectamente con un pantalón de jean y zapatos marrones. Tenía los mismos rasgos juveniles de Ariadna, solo que en él las líneas de la madurez se habían marcado precozmente, y unas cuantas canas prematuras se hacían notar en su cabello, lo cual en su conjunto le daba un seguro equilibrio y lo hacía atractivo.

Antínoo tardó solo unos segundos en localizar a Selene. Luego tomó suavemente de la mano a Ariadna y se acercó a la mesa en donde ella estaba.

—Bueno… ella es Selene —dijo Antínoo dirigiéndose a Ariadna, mientras con una sonrisa en el rostro le daba un beso en la mejilla a Selene. Luego tomó una de las sillas y se la ofrecía a su pareja. Al instante y mientras él se sentaba, agregó—: Esta es una de las partes más extrañas y excitantes, las primeras citas, las presentaciones… y en algunos casos la única.

—Espero que este no sea el caso…me refiero a que sea la única. — Se sorprendió a sí misma Selene respondiendo con soltura, luego sonrió mientras revolvía el ya frío café que tenía enfrente. Al instante agrego—No exageró en nada Antínoo al describirte, sos muy linda—

—Gracias —respondió Ariadna bajando la mirada al mismo tiempo que sus mejillas se sonrojaban.

—Este bar es perfecto para habernos encontrado.... pero solo hasta allí llega su perfección. Si te parece podríamos ir al restaurante de unos amigos, es un excelente lugar para continuar conociéndonos —propuso Antínoo al tiempo que tomaba la mano de Ariadna.

—Por supuesto, no hay problema —dijo Selene sin poder disimular en sus ojos verdes pequeños destellos de un creciente entusiasmo.

Una vez en el restaurante, las conversaciones surgieron sin ningún esfuerzo. Antínoo las guiaba de manera muy sutil, evitando tocar cuestiones personales. Sabiendo que más adelante habría tiempo para esos detalles. Él por momentos no decía nada, solo las observaba y las escuchaba hablar. Era evidente que entre ellas había una atracción mutua.

Obviaron el postre y pidieron un segundo vino.

—¿Están cómodos?, ¿les falta algo? —preguntó Abril, dueña del restaurante y amiga de Antínoo y Ariadna

—¡Gracias por dejar de contar dinero y dignarte a venir a nuestra mesa a preguntar cómo está todo!… Bueno... la lasaña exquisita, como siempre, así que felicita a Matías y Louis de mi parte. No podrías tener dos cocineros más aplicados e ingeniosos que ellos —dijo Ariadna.

—Es una de las razones por la que los amo tanto —replicó Abril.

—Y por cierto, Marsha y Tomás, ¿en dónde están? Me extraña no verlos corretear por todos lados —preguntó Antínoo

—Están en la oficina jugando con la Play. Como hoy es viernes les dije que se podían quedar hasta un poco más tarde. Aunque ya saben cómo es eso, para ellos nunca es suficiente. Bueno, un gusto conocerte, Selene, mejor me voy, ya saben lo que dice el dicho... Tres son compañía, cuatro multitud. Si quieren algo solo llámenme —dijo Abril utilizando un delicado tono cómplice y se fue.

—Me cae bien... ¿la conocen hace tiempo? —preguntó Selene.

—Desde siempre. Ella y Matías fueron vecinos nuestros, íbamos a la misma escuela, a la misma universidad. Durante aquella época éramos inseparables. Eso fue hasta que decidieron viajar a Inglaterra —respondió Ariadna.

—Allí conocieron a Louis —agregó Antínoo—. Se enamoraron al instante y dos meses después de conocerse comenzaron a vivir juntos. Desde el principio quisieron formar una familia, de eso hace ya diez años, que es la edad de Marsha y Tomás, luego decidieron volver y pusieron este restaurante.

—Parece que son unos privilegiados, no les costó mucho tiempo encontrar la felicidad, es como una historia perfecta —dijo Selene.

—Sería perfecta… si no fuese porque Louis sufre del “síndrome de ausencia” —comentó Ariadna

—Lo siento mucho —dijo Selene, mientras contemplaba el tinto contenido de la copa.

Estuvieron callados durante unos segundos. Fue Ariadna quien interrumpió el silencio.

—Bueno, no es el momento para ponernos a pensar en eso.

—Sí... además dentro de poco van a cerrar. No sé si se dieron cuenta, pero somos los únicos en el restaurante.... conozco un lugar en donde pasan excelente música, allí podríamos tomar algo, bailar, y todo ese tipo de actividades pachangueras —agregó Antínoo.

—Claro, me encantaría —aceptó Selene.

Al salir del restaurante, Antínoo tomó instintivamente de la mano a Ariadna, por un momento tuvo el impulso de hacer lo mismo con Selene, pero se contuvo. Él sabía que Selene no lo rechazaría. En realidad no quería apresurar las cosas. Haberle tomado la mano en aquel instante podría haberla puesto incómoda, lo que hubiera hecho que las conversaciones no fluyan con la naturalidad con que lo habían hecho hasta el momento.

Ya llevaban caminadas tres cuadras, pero estaban tan compenetrados en escucharse mutuamente que casi ni las notaron. En algún momento de la charla, Ariadna se agachó para levantar un panfleto tirado en la vereda.

LOGIA LEMMINGS

COMUNICADO

EL CALENTAMIENTO GLOBAL, LA DEFORESTACIÓN, LA CONTAMINACIÓN EN MARES, OCÉANOS Y RÍOS. EL VIRUS DEL ÉBOLA, LA LLUVIA ÁCIDA, EL ÁNTRAX, EL AGUJERO EN LA CAPA DE OZONO, LOS POLÍTICOS, LAS BOMBAS ATÓMICAS, LAS SECTAS, EL FEUDALISMO, LOS GOBIERNO MILITARES… ETC. LA LISTA DE NUESTROS ERRORES ES SANGRIENTA E INTERMINABLE.

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?