Buch lesen: «GuíaBurros Espiritualidad y autoayuda»

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Espiritualidad y autoayuda

Agradecimientos

A todos los que siembran el bien.

A todos los que practican la virtud.

A todos los que tienen el corazón noble.

A todos los generosos, pacientes y justos.

A todos los inocentes.

Sin ellos, el mundo habría dejado de existir.

Sobre el autor


Sebastián Vázquez ha estado vinculado al mundo del libro durante más de treinta años. Fue editor durante veinte años y director de Arca de Sabiduría, colección especializada en textos clásicos de las religiones y filosofías de Oriente. Ha colaborado en distintos medios de comunicación y actualmente imparte cursos y seminarios sobre el pensamiento heterodoxo y religiones, especialmente la egipcia.

Es autor de El Tarot y los dioses egipcios; Enseñanzas de la Tradición original; Guíaburros: La salud emocional en tu empresa; Guíaburros: Cómo perjudicarse a uno mismo; Guíaburros: Budismo; Guíaburros: Cuentos de Oriente para Occidente ; Guíaburros: La sabiduría de las grandes religiones y GuíaBurros: El Camino de Santiago y el juego de la Oca. Es coautor junto a Ramiro Calle de Los 120 mejores cuentos de la tradición espiritual de Oriente y Los mejores cuentos de las tradiciones de Oriente y, junto a Esther de Aragón de Rutas Sagradas y Guíaburros: Rutas por lugares míticos y sagrados de España. Es autor de las novelas Por qué en tu nombre y El karma del inspector González.

Desde hace algunos años viaja por España y otros países como parte integrante de los cursos que imparte, especialmente a Egipto para profundizar en su religión y enseñanzas desde la perspectiva de la tradición del pensamiento esotérico y del legado de las religiones mistéricas.

Su blog es: tradicionoriginal.com

Introducción

Más o menos sobre la década de los años sesenta del siglo pasado, algunos psicólogos pensaron que para comprender mejor la naturaleza, la conducta y, en definitiva, la psique humana, tal vez tendrían que incorporar como un elemento más respecto al estudio de la persona su posible dimensión trascendente. Al fin y al cabo, las religiones daban por hecho que esa dimensión espiritual existía, por lo que sus prácticas y doctrinas marcaban siempre una dirección que, en apariencia, resultaba positiva para el ser humano. A la vez postulaban que el ejercicio de una serie de conductas éticas también procuraban una vida más estable y mejor. Sus prácticas comprendían algunas psicofísicas como el yoga, otras solicitaban la asistencia a ritos, y otras aconsejaban la práctica intimista de la plegaria o de la silente meditación y, mayoritariamente, incidían en el fundamental ejercicio de la virtud como forma de vida.

En el pasado, todo ello había demostrado el alcance de su eficacia y los testimonios de sus beneficios eran innumerables. Además, los psicólogos se enfrentaban diariamente en sus consultas al desafío de comprender la razón del sufrimiento humano y todo aquello que pudiera significar una aportación sería bienvenido. Algunos concluyeron que el patrimonio de sabiduría de las grandes religiones podía contribuir con importantes aportaciones. Por ejemplo, una religión en concreto, el budismo, había construido su enseñanza sobre la base de dar una respuesta al sufrimiento humano.

¿Y si la causa del sufrimiento de algunas personas se debía a que no podían o no sabían dar curso a esa posible dimensión trascendente? Esta pregunta empezó a formularse porque por sus consultas pasaban personas sin problemas económicos, con buena salud, con entornos familiares, sociales y laborales sin graves conflictos y, sin embargo, sus pacientes sentían una angustia existencial y/o tristeza vital no fácilmente explicables con los manuales al uso.

Obviamente, la respuesta de la psicología fue diversa. Algunos aceptaron esa posibilidad de “la condición trascendente del ser humano” y otros no. Sin embargo, empezó a haber unanimidad en el aserto de que ciertas prácticas provenientes de distintas religiones eran significativamente eficaces a la hora de proporcionar mejoras en la vida de las personas. Unos ejemplos fueron el yoga y la meditación a las que, en aras de ser más fácilmente utilizables en el nuevo contexto psicológico y para adaptarlas mejor como formas de alcanzar un mayor bienestar, se las desvinculó de su fuente religiosa y se las dejó solo con una leve capa de espiritualidad un tanto imprecisa.

Tal vez por ello, la psicología avanzó no solo como forma terapéutica, sino como una disciplina capaz de proveer al ser humano de herramientas de mejora, de superación y de ayuda. De este modo la psicología demostró que ya no era necesario sufrir una patología para beneficiarse de ella: ahora podía ayudar a todos a comprenderse mejor y proveía al individuo de herramientas para conseguir mayor bienestar y felicidad.

Es entonces cuando empieza a ser accesible a un público más amplio y se produce un esfuerzo en divulgar esas herramientas de modo que cada uno pudiera aplicarlas a su vida. Así nace la autoayuda y es difundida a través de libros fáciles de leer y de cursos al alcance de cualquier persona que no precisaba tener ningún conocimiento previo de psicología para aplicar esas herramientas de mejora.

Muchos de estos libros de autoayuda incorporaron conceptos emanados de las religiones que fueron adaptados a la mentalidad occidental dejando de lado los aspectos más profundos de la religión de donde tomaba su inspiración. Esto ocurrió principalmente con las religiones de Oriente.

Pero la literatura de autoayuda empezó a mostrar dos caras. En una aparecían autores capacitados que proporcionaban a los lectores conocimientos y motivos de reflexión y que resultaban en definitiva una aportación excelente. Pero por otro lado, aparecieron obras irrelevantes, con ideas copiadas de otros autores sin ningún criterio ni conocimiento y, lo que es peor, empezaron a publicarse libros e impartirse cursos en los que se exponían planteamientos que, lejos de ser benéficos, prometían “fórmulas mágicas” que, a la larga, solo procuraban decepción, frustración y mayor infelicidad.

La demanda de cada vez un número mayor de personas que solicitaban esos libros “milagrosos”, produjo el hecho de que la autoayuda dejó de pertenecer al ámbito de la psicología y aparecieron muchos autores sin ninguna formación ni conocimientos que, sin embargo, lograron triunfar con sus propuestas apelando a falsas promesas o, simplemente, a la fantasía. Promesas y fantasías que, según su envoltorio y según sus atractivas y elaboradas campañas de promoción y publicidad, fueron capaces de seducir a muchas personas.

La mayoría de psicólogos ya han alertado sobre algunas de esas ideas nocivas repetidas hasta la saciedad. Por ejemplo, se divulgaron preceptos basados en simplezas tales como que con solo llevar a la mente positivamente un deseo, este se realizaba “mágicamente”. Naturalmente sobre los costes emocionales y espirituales que conllevaba la frustración asociada a estas “fórmulas mágicas” no se hablaba en estos libros, pero los psicólogos sí detectaron pronto lo nocivo de esta falsa “autoayuda”.

Pero esas imposturas no fueron capaces de ocultar otros textos y planteamientos de gran valor aportados por competentes profesionales que, efectivamente, lograban ciertos objetivos de mejora personal. Sin embargo, esa confusión entre farsantes y buenos profesionales, dejó secuelas entre los seguidores de esta literatura a los que al principio les costaba diferenciar los unos de los otros hasta que se produjo un posicionamiento entre los que solo se nutrían y se interesaban por las fantasías “milagrosas” y entre los que sinceramente buscaban herramientas de mejora personal.

Sin embargo, dentro del grupo de los que aspiraban a una verdadera mejora personal, existían otro tipo de “buscadores” que, a pesar de todas las terapias, libros y cursos excelentes que tenían a su disposición, lo cierto es que para ellos todo aquello seguía siendo insuficiente para afrontar su necesidad interior; una necesidad interior a veces acuciante.

Al final, desde la premisa de la posible dimensión trascendente del ser humano la pregunta apareció: ¿sería necesario para ciertas personas atender a esa necesidad espiritual ?

Es como si las propuestas de la autoayuda se mostraran valiosas pero insuficientes.

Hay que recordar que la psicología deja a Dios aparte y la autoayuda hizo lo mismo, aunque si bien a veces esta muestra una pátina de pseudo espiritualidad que suele resultar nociva y confusa para quien tiene verdadera necesidad de Dios ya que propone una difusa espiritualidad en la que, precisamente, Dios queda apartado.

Pero muchas de las enseñanzas y prácticas de las religiones fundamentales están en la raíz de los postulados de la autoayuda. Por ello he seleccionado para este libro algunas de estas prácticas y enseñanzas de las religiones que, en mi opinión, proporcionan un mayor alcance de acción respecto a la autoayuda.

Esto se debe a dos razones. La primera es que ya llevan implícitas enseñanzas y valores espirituales de alto nivel. La segunda es que poseen un poder transformador mucho mayor ya que su origen está en fuentes de profunda sabiduría.

A su vez, las personas con verdadera necesidad espiritual encontrarán que pueden llenar el vacío que la autoayuda no llena y los que no tienen esa aspiración espiritual encontrarán en sus prácticas una mayor potencia de ayuda y mejora.

Pero antes, para situarnos en un contexto correcto, es necesario empezar a hablar de religiosidad. Ese sentimiento íntimo difícilmente definible y explicable, pero que es parte sustancial en la vida de muchas personas, tanto para aquellas que han encontrado formas de expresión para dar cauce a esa demanda interior como para aquellas que no lo han encontrado aun.

Primera parte
Religión y religiosidad

“En toda alma se encuentra el sentido espiritual y la imagen de Dios”.

Orígenes

La pérdida del pensamiento religioso o mítico es el origen de muchos de los desequilibrios y problemas que aquejan al ser humano.

El modelo de pensamiento racional y científico como soporte casi exclusivo de la lectura e interpretación del hombre y la existencia es algo muy reciente en la historia de la humanidad. En concreto desde la Ilustración y el posterior desarrollo industrial y científico de finales del siglo XVIII, y su continuación en el XIX y XX. Es decir, un muy corto espacio de tiempo respecto a nuestra crónica como civilización.

Dicho modelo de pensamiento racionalista llegó a la conclusión de que la ciencia era capaz de explicar y dar respuesta a las grandes preguntas existenciales y esta, más o menos, es la posición aceptada en la actualidad por el establishment de la cultura imperante.

El resultado es el de una única respuesta reduccionista y simplificadora: el hombre es exclusivamente materia, parte de la materia y va a la materia. En cuanto a los acontecimientos de la vida, muchos de estos, especialmente los más relevantes, se producen debido a una sucesión de hechos y leyes naturales o como resultado del azar, entendido este bien como caos aleatorio o bien como el efecto de leyes desconocidas e impredecibles. Así de sencillo; no hay más.

Además, de este modo, queda eliminada de un plumazo cualquier pregunta metafísica que ya resulta innecesaria.

Y a partir de este axioma ha quedado constituido el escenario social y cultural en el que se desenvuelve el hombre contemporáneo.

Obviamente dicha perspectiva es vitalmente demoledora para muchas personas, pues el significado de la vida queda reducido a un mero azar bioquímico ocurrido millones de años atrás. Y la existencia queda por tanto reducida también a una suerte de lotería y, cada persona quedará más o menos satisfecho según lo que le toque. Desde el premio mayor de nacer como varón de raza blanca sin taras físicas en la élite del primer mundo, hasta la desdicha de vivir la experiencia del hambre y la miseria con la calamidad añadida de nacer mujer en según qué sociedades.

Tal vez por ello, frecuentemente muchas personas optan- me refiero naturalmente en las sociedades del primer mundo, los “otros” bastante tienen con intentar comer diariamente- consciente o inconscientemente, por buscar contenido a sus existencias apelando a la acumulación de experiencias que les llene la vida utilizando, sobre todo, la mecánica de la excitación. Sin embargo, para muchos el resultado es la frustración, pues la dinámica de la excitación se convierte en una espiral sin salida y la experiencia por la experiencia o la excitación por la excitación, suelen producir pronto un vacío que hay que llenar de nuevo, pues la recompensa que se logra cada vez dura menos y es menos intensa. Es bien sabido que para muchas personas esta dinámica de excitación más experiencias les es suficiente.

Sin embargo, son otras muchas las personas que se conforman con el discurrir cotidiano de sus vidas sin grandes alteraciones ni cambios en sus rutinas que pongan en cuestión los pilares de sus seguridades y creencias. Y en medio queda la gestión personal que cada uno haga respecto a los problemas, conflictos y adversidades de la vida diaria. En cambio, para otras personas, sencillamente una existencia basada en los modelos descritos no logra dar significado a sus vidas.

Durante milenios la perspectiva exclusivamente racionalista y científica no ha sido la visión que el hombre ha tenido del mundo ni ha sido su pauta principal de relación con el entorno. Desde que alguno de los primeros pobladores de la tierra puso una flor encima de una tumba-un acto irracional e inútil- o pintaron el interior de sus cuevas-otro acto mágico sin ningún valor práctico- otra forma de expresión ha convivido con el pensamiento racional dando como resultado la cultura que conocemos: me refiero a la religiosidad o, como otros lo han llamado, el pensamiento mítico.

Esta convivencia entre la religiosidad y pensamiento científico no implicaba en el pasado ninguna contradicción ni conflicto. Al contrario, eran complementarios y garantizaban un equilibrio y una armonía en la vida personal y social. Hoy este tipo de pensamiento que dio origen al arte, o una buena parte de la filosofía o a las religiones, prácticamente ha desaparecido o ha quedado arrinconado. Tal vez esta ausencia sea una de las causas de una sociedad en la que se aprecia una mayor falta de valores y de virtudes.

En cuanto a religiones son expresiones de la religiosidad que han triunfado en un determinado tiempo y lugares de la historia. Las religiones muestran distintas formas de canalizar esa religiosidad a lo largo de la historia y se han mostrado como “vías” de acceso a lo trascendente. Todas proponen sus propias prácticas, enseñanzas, dogmas, relatos respecto a la creación o el más allá… algunas religiones que estuvieron activas durante siglos han desparecido y otras se mantienen vivas. Sin embargo, y esto es muy importante, en todas ellas podemos encontrar elementos de enorme valor y útiles para el crecimiento espiritual.

La religiosidad es intrínseca al ser humano y su expresión es sutil, íntima, creativa, estética y procura el bien.

Hoy día muchas personas inteligentes y sensibles han dejado de lado a las religiones por la fuerte carga dogmática que tienen y por la extraña mezcla de simplezas y complejidad presentes en sus postulados, teniendo en cuenta además que estos postulados están enmarcados en un tiempo y entornos culturales ya muy antiguos con sus propias leyes, usos y costumbres sociales.

Esto no significa que las distintas religiones deban ser minusvaloradas, al contrario, muchas de las más grandes luces del pensamiento en la historia provienen del ámbito de las religiones: santa Teresa, san Francisco de Asís, Ibn Arabí, Maimónides, Sankara, Dogen, Lao Tsé… y así continuaría una larga lista de personas que demostraron que cada una de las religiones es una vía válida para llevar al ser humano hasta cimas muy altas. Este punto de vista es fuertemente rebatido por todas y cada una de las religiones pues si hay algo que las caracteriza es su condición de exclusividad a la hora de detentar la “verdad”. Esto hace que, lógicamente, el resto de religiones o facciones dentro de una misma religión resulten para las demás equivocadas o incompletas, o ambas cosas.

Es evidente, y basta ver la historia, que las religiones también han mostrado su cara más cruel e intolerante, pero no es ese lado el que nos interesa; no ese lado de los que han dominado, humillado, herido y matado en nombre de Dios cuando en realidad lo han hecho en nombre de sus dogmas y su obsesión por imponerlos. Nos interesa el lado de los que han tolerado, comprendido, ayudado, servido y amado en nombre de Dios. Eso solo ocurre cuando el amor a Dios y al prójimo vencen a la intransigencia y es más fuerte que las cadenas de los dogmas.

Gracias a estos últimos, en todas las religiones tradicionales encontramos herramientas de acción útiles y potentes junto a reflexiones y enseñanzas de enorme valor.

El sentimiento de religiosidad

La religiosidad es intrínseca al ser humano, y cuando esta se manifiesta en el corazón y la conciencia, una persona se percibe como perteneciente a la eternidad, su expresión es la de nobleza y su fruto es la acción basada en valores éticos y morales que se practican de modo natural.

El descubrimiento de la propia religiosidad parte del sentimiento profundo de sentirse potencialmente eterno y perteneciente a una Totalidad.

Esta sensación interior, individual y emanante de lo más profundo del ser, cuando se toma conciencia de ella, empieza a percibirse respecto a uno mismo como nobleza y dignidad. En realidad es la percepción de lo sacro. Es la percepción de sentirse conectado a algo superior de lo que se forma parte.

La auto percepción de nobleza, dignidad y sacralidad provoca que la mirada al mundo participe de ello, por lo que paulatinamente se empieza a percibir la vida y a los vivientes- sobre todo al “otro”- como también nobles, dignos y sacros.

Esa percepción del otro y de uno mismo desde esta perspectiva provoca a su vez el natural fluir de los valores y virtudes que se manifestarán en el pensamiento, en la palabra y en la acción, como un acto de dignidad, respeto y honra hacia uno mismo y hacia el prójimo.

Como hemos dicho las religiones tradicionales han proporcionado al ser humano unos principios y herramientas que han permitido a sus fieles alcanzar estos valores y virtudes. Han demostrado que pueden proporcionar al ser humano una enorme fuente de sabiduría que, hoy lo sabemos, poseen una mayor potencialidad de proporcionar un crecimiento interior que supera las limitaciones de la autoayuda para los que tienen la necesidad de Dios.

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0+
Umfang:
101 S. 2 Illustrationen
ISBN:
9788418429859
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Rechteinhaber:
Bookwire
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